XI
Kanto: XI
El silencio antes de la tormenta.
La noche había caído sin previo aviso, cubriéndolo todo con tranquila oscuridad. Las miles de estrellas fueron apareciendo a medida que las tinieblas avanzaban sobre el suelo, aunque algunas lejanas luces trataban de luchar contra ellas, como el farolillo que colgaba sobre la puerta de la casa. Aunque, en medio de la oscura tranquilidad, escuchaba los diferentes sonidos que se desenvolvían dentro del hogar: conversaciones a lo lejos, sonidos de cubiertos chochando unos con otros, pasos que llevaban a distintos lugares, el agua hirviendo… pero la vivienda se encontraba en relativo silencio teniendo en cuenta la cantidad de gente que se reunía ahí dentro. Trató de no prestar atención al interior y centrarse en el exterior, aunque no lo estaba consiguiendo muy bien. Quizás era por los familiares sonidos que le llevaban a tiempos mejores, donde no tenía que estar lidiando con mil asuntos dentro de su cabeza, debatiendo entre lo moralmente correcto o lo que él deseaba; o quizás era que, simplemente, no había nada con lo que distraerse afuera aparte de la luz del farolillo.
La sensación de piel contra piel le hizo desistir de su intento por ignorar todo lo demás, y se giró para ver quien le había sujetado el brazo. Elizabeth había ocupado un lugar junto a él en el sofá del salón y le había agarrado en antebrazo con una mano mientras la otra desenvolvía la venda que cubría la olvidada herida. Ni siquiera se había parado a pensar en ella desde que Eli le curó tan eficientemente como pudo con un simple botiquín, y tampoco sabía si la herida le había lanzado señales en forma de dolor advirtiéndole de una posible reapertura o infección. Aunque había aprendido a poder soportar e ignorar bastante bien el dolor.
Notó el tirón de la venda que se encontraba adherida a la herida, pero no hizo nada al respecto. Cuando Elizabeth retiró la gasa por completo, se encontraron con una costra grisácea que abarcaba toda la extensión de la herida, pero no mucho más. La piel se encontraba limpia a su alrededor, y no había signos de erupciones u otras heridas.
—Parece que no era tan profundo como parecía —dijo Eli con un tinte de alegría en su voz.
—Parece —asintió Ash, sin darle mucha importancia. Había tenido heridas peores que esa.
Aunque parecía que no necesitase mayores cuidados que el tiempo, Elizabeth sacó un pequeño bote de antiséptico y un trocito de algodón del botiquín que portaba y se entretuvo aplicándole el desinfectante alrededor de la herida, mientras Ashton se dejaba hacer. Su hermana parecía contenta por estar haciendo eso, y él no iba a ser el que lo interrumpiese.
Percibió un movimiento a su izquierda y, un instante después, tenía también compañía en el único lugar disponible a su lado. Una sonrisa y la luz que reflectaba unos aros plateados fue lo primero que atisbó antes de unir aquellos datos con la persona correspondiente.
—Hola —saludó Tina, ensanchando aún más su sonrisa. Estaban demasiado cerca, pero la mano de Elizabeth le impedía poder moverse.
—Hola, Tina —contestó Eli, y él solo atinó a asentir a modo de saludo.
—¿Cómo está la herida? —preguntó, apoyando una mano en la rodilla de Ash mientras se inclinaba para ver su antebrazo.
—Bien, mucho mejor de lo que creía —Elizabeth dejó el bote de antiséptico y lo guardó de nuevo en el botiquín—. Escucha, Ash, voy a dejar la herida al descubierto para que se seque con más rapidez. Trata de no darte ningún golpe ni de rascarte, ¿me has entendido?
Un dedo acusador acompañó la amenaza, mientras que un intenso picor comenzaba a recorrer la herida y la piel colindante con el recordatorio de Eli. Asintió con vehemencia para transmitir compromiso a su gesto y, cuando Elizabeth se perdió tras la puerta hacia el salón, su mano libre se desplazó sin su consentimiento y comenzó a frotarse el brazo. A su lado, Tina río al verle: su risa era apagada y salía entre suspiros, por lo que parecía más un gesto apenado que alegre.
—¿Quieres algo? —le espetó Ashton bruscamente, moviéndose hacia el lado que su hermana había dejado libre. Tina retiró la mano de su rodilla y la cerró. Su sonrisa desapareció mientras su típico gesto hostil la precedía, y súbitamente se sintió más tranquilo. Aunque sus ojos no mostraban enfado, sino aflicción.
—Vamos, solo quería hablar un rato contigo —le espetó, dolida.
Ashton suspiró mientras sacudía la cabeza. Había sido cruel por su parte y lo sabía, así como también conocía las inocentes intenciones de Tina, pero aquellas palabras salieron de improvisto.
—Perdón —se disculpó, bajando la cabeza. Tina cambió su mueca de enfado, pero la sonrisa no volvió a su rostro.
Tras un momento de silencio entre ambos, decidió dar paso al propósito que se había autoimpuesto hacía unas horas.
—¿Cómo estás? —preguntó al fin. El pelinegro levantó la cabeza y observó preocupación en los ojos de su subordinada, pero trató de no mantener el contacto visual más tiempo del necesario.
—Bien, supongo —se encogió de hombros.
—No me refiero a eso —le corrigió—. Me refiero a todo lo que está pasando.
—Ah, eso —contestó, frunciendo el ceño mientras buscaba una descripción válida que pormenorizase sus pensamientos respecto a ese tema. Al final acabó desistiendo—. No sé.
Otro silencio incómodo se instaló entre ellos sin aviso. Tina frunció los labios y observó a Ashton de reojo, maldiciendo por lo bajo. Con monosílabos y muletillas que carecían de significado no llegaría a ningún sitio, aunque ese bloqueo le era familiar en cualquier conversación que trataba de mantener con su superior.
—¿Estás preocupada por ellos? —esta vez fue turno del pelinegro comenzar de nuevo con la frágil plática. Tina se sobresaltó ante su pregunta, e intentó contener sus nervios mientras frotaba sus manos contra sus pantalones ajustados.
—Bastante —contestó con sinceridad, bajando la mirada—. Tengo la sensación de que muchos no estaban de acuerdo con Mathieu y su tiranía…
—¿Y eso? —preguntó, alzando las cejas.
—Cuando fuimos al cuartel por última vez estaba todo muy… silencioso, y vacío. No había casi nadie… —explicó Tina.
—Tienes razón —afirmó Ash, confirmando las sospechas de la peligranate—. Muchos han renunciado y han huido del nuevo Team Rocket.
—¿En serio? ¿Sabes quienes? —la desesperación era palpable en su voz, y los castaños ojos de Ashton, tan acostumbrados a aparentar ser duros e impenetrables, parecieron relajarse ante la preocupación de Tina.
—Según me contó Vin, Torch y el sargento Viper están entre las renuncias.
Un suspiro salió por sus finos labios, mientras las comisuras de estos se curvaron formando una pequeña sonrisa.
—Lo sabía —susurró.
Se abstuvieron de hablar durante un momento, cada uno inmersos en sus propias cavilaciones. Ashton trataba esta vez de centrar su atención en su alrededor, pero parecía que todo se había acallado en el interior de la vivienda.
—¿Sabes cómo están? —volvió a preguntar Tina.
Ashton negó con la cabeza, mientras explicaba que tan solo había mantenido una pequeña charla con Vin la noche anterior.
—¿Y… les echas de menos?
Y ahí estaba la pregunta que tanto quería evitar, materializada en la tosca y grave voz de Tina. Aquella pequeña cuestión que le sumía en un mar de indecisión, y sus pensamientos y sentimientos mantenían una batalla naval sobre él. Por un lado, su parte más infantil –la más oprimida de todas- luchaba por salir a flote y bramar con autonomía que no quería volver ahí nunca más, reclamando su libertad. Mientras que su parte racional, que solía mantener a raya aquellos reclamos inverosímiles y sin sentido, le repetía una y otra vez que nunca, jamás, podría volver a la vida que tuvo en el pasado. Además, estaba convencido de que mucha gente, incluidos sus compañeros y amigos, contaban con que él se uniese a ellos, tal y como Vin le había dicho.
Notaba cómo aquel debate interno anudaba su estómago, por lo que decidió escaquearse lo más rápido posible de aquella situación.
—¿Y tú? —le preguntó, arqueando una ceja y rezando porque su subordinada no insistiese con el tema. No le gustaba admitir su propia duda, y menos le gustaría admitirla ante Tina.
—Pues claro —contestó sin un atisbo de duda en su voz—. Es normal extrañar a tu familia y a tu hogar, ¿no?
—Sí —pero él no lo consideraba su hogar al completo, ni su familia. Y sabía que Tina tampoco. Apretó los dientes mientras su mandíbula se tensaba, y sus ojos se endurecían ante la mentira.
—¿Querrías volver?
Sus ojos se desviaron para encarar los plateados irises de ella. Le habrían parecido bellos si no volviese a su memoria un zafio recuerdo que le advertía de la distancia que debía mantener con ella en todos los sentidos, tanto física como emocionalmente. Sus ojos se endurecieron aún más, provocando que un escalofrío recorriese la espalda de Tina, y su vista flaqueó hasta acabar por desviarla hacia un punto cualquiera del salón. Sabía que la conversación se daba por acabada y en cualquier momento Ashton le daría la espalda y se alejaría de ella, como era habitual en él. Sin embargo, lo que vino a continuación era mucho peor que el silencio del pelinegro, o su inminente separación.
Aquella melena pelirroja que tanto había aprendido a despreciar entró en el salón sin decoro, como si fuese la dueña de la casa. Sintió cómo el enfado subía a través de su cuerpo sin poder controlarlo, como siempre le pasaba cada vez que observaba a aquella odiosa joven. Y su ira aumentó al ver cómo Ash había desviado su mirada y la había centrado completamente en ella, como si no hubiese nada más en el salón. La sonrisa de Misty, que la había acompañado en su entrada, murió tras observar a los dos jóvenes sentados juntos.
—Lo siento, eh… creía que Elizabeth estaba aquí —se disculpó evitando mirarlos, mientras sentía cuatro penetrantes ojos posados en ella—. Será mejor que me vaya…
—¿Necesitas ayuda? —Ashton se levantó con brusquedad del sillón, sobresaltando a las dos muchachas.
Tanteó con la vista a la pelirroja hasta que encontró un detalle que no encajaba con la figura de la líder. En sus manos llevaba un cuchillo y una patata, que escondió rápidamente tras su espalda tras percatarse de que la atención del chico estaba puesta en esos dos objetos. Una enigmática sonrisa ladeada apareció en su rostro, a la vez que el ceño de Misty se profundizaba. Tina solo sintió un peso extra en su estómago al ver la sonrisa de Ash.
—¿Necesitas ayuda con eso? —volvió a preguntar, esta vez con un tinte divertido en su voz.
—¿Con qué?
Se encogió de hombros con indiferencia, aparentando ignorancia ante la pregunta recibida. Sin embargo, agradeció internamente su anterior gesto, ya que sus manos habían comenzado a temblar ante la incipiente conversación con el pelinegro y la inquisidora mirada que le dirigía Tina desde el sofá. Ella siempre había utilizado su mirada para intimidar y ratificar su enfado, fuese por lo que fuese; pero la mirada de Tina iba más allá de simple irritación.
—Con la pobre patata —contestó con sorna y cierta burla.
—Lo que haga o no con la patata no es asunto tuyo —le espetó mientras levantaba la barbilla. Dando por terminado el estúpido diálogo decidió volver a la cocina, pero el pelinegro había previsto su intención y le arrebató la patata de las manos, espetándole que no quería que quemase la casa –o algo peor-, mientras que la líder le rebatía con obvia molestia cómo iba a ser capaz de hacer semejante cosa con una patata. Ash simplemente se encogía de hombros y le repetía: "eres capaz".
Y les vio alejarse sin poder impedirlo, sin tener oportunidad de expresar su deseo de permanecer más tiempo junto al chico. El peso en su estómago subió hasta su garganta, y un intenso picor inundó sus ojos. Conocía demasiado bien esa sensación y lo que significaba, y no iba a dejar que aquello le afectase tanto como para siquiera pensar en lágrimas. Se había prometido hacía mucho tiempo no volver a llorar, y con ese pensamiento se dirigió al servicio de la casa.
En cuanto entró cerró la puerta, dándose el pequeño regalo de la intimidad durante unos minutos. Se apoyó en el lavabo y mantuvo la vista gacha hasta que notó cómo el nudo se deshacía, y la calma volvía a ella. Abrió la llave del grifo y ahuecó las manos para recoger agua y poder refrescarse el rostro con ella. Su frialdad le golpeó, despejando su atorada mente y calmando la molesta irritación de sus ojos. Aún con el agua goteando de su frente y su cabello, Tina se miró al espejo, temerosa por saber qué vería reflejado en él. Y su premonición se cumplió: se devolvió la mirada a sí misma, y se vio deseando no ser como era. Observó su deseo más oscuro de no ser ella misma, sino ser otra persona, cualquiera. Porque estaba segura que ser diferente, de cualquier manera, era mejor que esto; que todo esto. Siempre lo había deseado pero, esta vez, aquel deseo se veía materializado en esa pelirroja y en todo lo que le rodeaba. Daría todo lo que tenía –que no era mucho- por ser ella, por estar en su piel, por poder tener un trabajo digno y orgulloso como era el de líder de gimnasio, por tener tanta gente alrededor y por obtener alguna sonrisa, aunque solo fuese un vestigio, de él.
Pero sabía que nunca sería así, y eso la llenaba de un oscuro y profundo odio, nacido de la envidia, que jamás creyó llegar a percibir. Siempre había sentido envidia de los demás y ella lo aceptaba y lo admitía, pero jamás llegó a tal extremo. Pero no podía evitarlo. Su mente no paraba de gritar que era injusto mientras continuaba con la vista fija en sus ojos plateados. ¿Por qué ella, por qué tenía todo lo que ella quería? ¿Por qué le había tocado todo esto? Sabía que no había hecho nada para merecerlo, porque su pesadilla había comenzado al mismo tiempo que su infancia. Y la cadena de desventuras continuaba y continuaría.
¿Por qué sentía que el universo no quería que fuese feliz?
Desechando el hilo que sus pensamientos estaban tomando, se secó la cara con la toalla más cercana y decidió encarar la dura realidad de nuevo, como había estado haciendo estos veintecinco años. Subió la barbilla y salió del aseo, actuando como la persona fuerte que trataba de parecer, aunque era solo una mera máscara. Pero había aprendido que todo el mundo tiene una, y ella no iba a ser la tonta que mostrase su debilidad al mundo. En cuanto salió se cruzó con Nico, quien le dedicó una sonrisa nada más verla.
—Tina, te estaba buscando —expresó con jovialidad, cogiendo una de sus muñecas—. Vamos a cenar, los demás esperan.
"Te esperan a ti", pensó, pero decidió no decir nada y seguir dócilmente a su amigo. La llevó a la cocina, donde se encontraban todos sus moradores reunidos en torno a una larga superficie conformada por varias mesas unidas, ya que el mueble de la cocina no bastaba para poder reunirlos a todos en torno a un mismo espacio. Examinó todos los rostros hasta dar con el de Ashton, que se mantenía ocupado observando cómo Annastasia trataba de posar verticalmente una cuchara apoyándola en su parte curva, bajo la mirada de desaprobación de Zhang. Aunque no mostraba realmente atención a los intentos ineficaces de Ann y sus posteriores reclamos, sino que parecía inmerso en sus cavilaciones, como casi siempre. Mientras Nico seguía guiándola hasta los dos asientos libres junto a sus compañeros, se fijó en el rostro ignoto y odioso de la pelirroja, a quien le dirigió una desagradable mirada hasta que se sentó entre Zhang y Nico. Después, trató de mantenerse ocupada con cualquier cosa por inverosímil que fuese, manteniendo su atención alejada de aquellos dos.
Mientras que Brock, Delia y Elizabeth, quien se había presentado como ayudante, volvían y venían a la vez que dejaban platos repletos de suculenta comida sobre las mesas, Ash seguía sintiendo una molesta y nerviosa sensación que le oprimía el pecho; hasta el extremo que, en ocasiones, parecía que le faltase aire y no pudiese respirar correctamente. No conseguía identificar y aislar las emociones: no sabía si era culpa por lo ocurrido en la central, nerviosismo por la reciente conversación con Tina o remordimiento por haber usado a Misty para zafarse de la susodicha. En cuanto vio a la joven entrar en el salón, percibió la oportunidad perfecta para escabullirse de la incómoda situación en la que se encontraba, aunque el trato tan familiar que utilizó con Misty le provocó repulsión hacia sí mismo. Sabía que el punto débil de la pelirroja era su carácter y su orgullo, e insinuarle sus "habilidades culinarias" era un golpe bajo hacia aquellos atributos. Sin embargo, no se sentía adecuado para tratarla con tanta naturalidad, como si aún fuera amigos.
Como si él mereciese una amistad como la suya.
El golpe provocando por un plato humeante justo delante de él le sacó de sus pensamientos. Se asomó por inercia y atisbó un estofado con un aspecto exquisito, aunque no le sorprendió en demasía. Con Brock y su madre en la cocina, no podía salir nada inferior a eso.
Elizabeth se sentó a su lado mientras Delia presidía la mesa, alzando una copa en lo alto. Todos alzaron las suyas y Ash hizo lo propio para no levantar sospechas, a pesar de no tener idea de lo que ocurría a su alrededor. Observó el líquido anaranjado que tintaba el cristal, y el olor cítrico inundó por completo su olfato.
—¡Brindemos! —exclamó la señora Ketchum con aparente jovialidad, aunque el pelinegro no estaba seguro de la total veracidad de su alegre voz—. ¡Por poder tener esta agradable cena, por estar reunidos todos juntos de nuevo!
"Y por recuperar a mi hijo…"
Las últimas palabras quedaron opacadas ante el tintineo del chocar de las copas, pero fue audible para él. Decidió ignorarlo y, tras brindar con su hermana y Ann –quien casi rompe la copa debido a la fogosidad que emanaba-, bebió de golpe el zumo y se dedicó a observar un punto fijo mientras los demás mantenían conversaciones animadas, falsas en su opinión. Pero un rostro no le pareció fingido, y le sorprendió ver que era el de Daisy Waterflower. No había tocado su copa durante el brindis ni charlaba con ninguno de los presentes, y se dedicaba a la extraña actividad de observarle fijamente, con una seria mirada que jamás había contemplado en su rostro. Llegó a recordarle a Misty por un momento, pero sus facciones detonaban seriedad y no se mezclaba con enfado, como solía ocurrir con la pelirroja, sino más bien con escepticismo y apatía. Ashton mantuvo fija su mirada en ella hasta que la hermana Sensacional la desvió y comenzó a hablar con Tracey de forma casual, aunque le dedicaba miradas furtivas de vez en cuando.
—Bien, después de esto… ¡a comer! —anunció Brock.
—¡A comer! ¡Que aproveche! —respondieron casi todos al unísono, predominando la chillona voz de Annastasia. Mientras, Ash y Daisy habían intercambiado prudentes miradas de nuevo, pero siempre era la rubia quien cortaba el contacto. Decidió dejar de dar importancia a ese detalle y disfrutar de la cena tanto como pudo.
La cena transcurrió como esperaba: conversaciones amenas a su alrededor, el sonido de los cubiertos contra la vajilla, risas esporádicas y un hogareño aroma que oscilaba entre el perfume de jabón y el olor de la cena. Pero él no se sentía parte de aquel ambiente familiar. Disfrutaba de la cena porque había echado en falta la exquisita comida de su madre y Brock y, aunque la combinación entre ellos era espectacularmente deliciosa, las voces le resultaban ajenas y desconocidas. No era la misma atmósfera donde acostumbraba a estar, y se sentía un intruso en medio de aquella comida familiar que, irónicamente, era en su honor. A través de atisbos entre cucharadas pudo percibir que no era el único con esa sensación. Zhang insistía en mantener su atención en Annastasia cada segundo para evitar que hiciese alguna locura, aunque sabía que su vigilancia era una mera manera de intentar acomodarse a la situación; o, al menos, no sentirse tan excluido. Nico expresaba su nerviosismo con temblores generalizados por todo su cuerpo, mientras que Tina comía aburrida sin levantar la vista del plato. Se preguntó por un instante si extrañaban el comedor del cuartel general donde solían comer juntos todos los días, y se cuestionó a sí mismo con la misma pregunta.
Pero ellos no eran los únicos con marcada incomodidad. Daisy seguía mandándole miradas furtivas que ignoraba por completo, y no mostraba mucha conformidad al tema de conversación que Tracey mantenía. Misty repetía una y otra vez a Delia que la cena estaba deliciosa, pero no había probado gran bocado de la misma. Incluso la señora de la casa parecía incómoda en su propio hogar y, aunque trataba de mostrarse como la más alegre de la reunión –incluso por encima de Ann, lo que era imposible ya que había comida de por medio-, Ashton se fijó en que se encontraba sentada al borde de la silla, como si quisiese salir corriendo en cualquier momento. Reconoció aquel signo de nerviosismo porque solía adoptar la misma pose cada vez que él le comunicaba sus intenciones de iniciar un nuevo viaje, años atrás.
Tras el plato principal, casi todos los comensales se levantaron de su asiento y se ofrecieron voluntarios para recoger la vajilla y traer el postre a la mesa. Él fue uno de los que permanecieron sentados. No se sentía lo suficientemente animado para envolverse entre el tumulto de gente, y ansiaba los segundos de soledad que podría obtener de eso. Las conversaciones se mitigaron un poco, pero no desaparecieron del todo. Pudo percatarse de la mirada de Tina posada en él, quien tampoco se había levantado de su asiento, pero ignoró por completo la molesta sensación que comenzaba a embriagarle y se inclinó en la silla lo justo para poder observar a su amigo eléctrico, quien comía apaciblemente en una esquina junto a Marill.
Pero en ese momento no se encontraba comiendo.
Había olvidado una porción de comida pokémon en sus patitas, mientras sus orejas puntiagudas se movían a la par. Conocía a la perfección ese gesto: Raichu estaba prestando total atención a los sonidos que percibía, tratando de identificar cada uno por separado. Y eso sólo significaba una cosa: había captado un sonido extraño y, quizás, peligroso.
—Silencio —dijo, pero su voz quedó acallada entre los diálogos que seguían desarrollando—. ¡Silencio!
Sin pretenderlo, su petición se convirtió en orden, y su voz adquirió un tono autoritario y brusco, advirtiendo que no había modo de negarse. No solía utilizar aquel tono, pero no le era desconocido. Como ex-comandante del Team Rocket y líder de las Sombras de Kanto, estaba más familiarizado con ello de lo que le gustaría. Pero no se percató de que ellos no tenían por qué obedecerle.
—¡¿Pero qué te…?! —comenzó una voz chillona que reconoció como la de Daisy, pero un siseo detuvo su acusación, algo que Ashton agradeció enormemente ya que no le apetecía sumergirse en una discusión con la mayor de las hermanas Sensacionales.
La cocina sucumbió ante un cauteloso y nervioso silencio. Solo se podían percibir la respiración de los presentes y algún ocasional sonido de los platos que portaban algunos, pero no mucho más. Ashton se acercó hacia la ventana con sigilo y se asomó, tratando de quedar oculto entre la cortina de uno de los lados. No podía verse gran cosa debido a la ingente oscuridad, apenas iluminada por la luz del farolillo de la entrada, pero no era suficiente para poder advertir algo a una distancia prudente.
Con cuidado, desplazó su mano hacia el cierre de la ventana y lo deshizo, mientras una abertura se colaba entre los cristales de forma natural, sin que él tuviese que empujar. Raichu saltó encima de la encimera a su lado, y siguió atento a los sonidos que tan solo él podía percibir.
—Apagad las luces. —dijo aquello con una voz tan trémula que creyó que no le habían escuchado. Alzando un poco más la voz, volvió a repetir: —He dicho que apaguéis las…
"¡Raichu!"
El grito de su compañero interrumpió bruscamente su frase, y le hizo desistir de sus intentos por pasar desapercibidos y no llamar la atención ante la fuerte y mala sensación que crecía dentro de su pecho, como un preámbulo al peligro. Cuando volvió a dirigir su mirada al exterior se cruzó con varias sombras a lo lejos, difícilmente reconocibles debido a la penumbra, pero iban cobrando forma y color al mismo tiempo que se acercaban a la única luz: la de su casa. Incluso el sonido de los pasos ya eran reconocibles para oídos humanos y, acrecentando su malestar, pudo distinguir que no era un solo ritmo de pasos marcados, sino que se mezclaban varios compases.
Había varios cerca, y tenía la horrible sensación de que estaban rodeados.
Maldijo entre dientes. Contaba con que Mathieu le perseguiría sin descanso hasta dar con él y con la esfera que había robado, pero nunca llegó a imaginarse que fuese tan deprisa. El cuartel y Paleta estaban separados a una distancia considerable, ¿cómo habían podido ser tan rápidos? ¿Había sido demasiado obvio al dirigirse hacia el resguardo de su pueblo natal, o alguien más le habría dado información no deseada? No mucha gente conocía su paradero aparte de Vin y… el gimnasio Celeste.
Decidió apartar esa idea de su mente sacudiendo la cabeza, y encaró a todos los demás presentes, que se encontraban tras él observándole con aprehensión y expectación.
—Apagad la luz —esta vez no tuvo que alzar la voz, su orden fue acatada de inmediato. Tracey, quien se encontraba más cerca del interruptor, lo pulsó y las tinieblas se adueñaron de la casa—. Bien —continuó—, nos han rodeado.
Percibió en la lobreguez un tumulto de nerviosismo y miedo entre los presentes, que se miraban unos a otros intentando transmitirse su inquietud a través de la oscuridad.
—Calmaos —dictaminó, tratando de tranquilizarles mediante su ordenanza. Había aprendido durante estos años que muchas personas solían tranquilizarse cuando no tenían el peso de la responsabilidad sobre sus hombros, sino que recaía en alguien más. Era más cómodo recibir órdenes que darlas aunque, para él, no solía serlo—.
Los susurros que se habían manifestado cuando anunció su augurio se apagaron, y notó el peso de todas las miradas en su renegrida figura.
—Esto es lo que vamos a hacer —dijo con voz firme y segura—. Annastasia y Zhang, vendréis conmigo —pudo ver cómo los aludidos dieron un paso al frente, a su servicio—; mientras tanto, Nico y Tina se encargarán de mantener a todos dentro de la casa. Protegedlos, y no dejéis que nadie salga. Es peligroso.
Los dos restantes también avanzaron hacia la altura de las otras dos Sombras y, en fila, ejecutando el proceder que solían adoptar para mostrar su disposición ante las órdenes de su superior, juntaron sus propias manos tras su espalda y se irguieron, levantando la barbilla tras asentir con convicción. Ashton les devolvió el gesto y se dirigió a la puerta de la entrada, seguido por sus dos subalternos, mientras los dos restantes guiaban a los demás hacia el salón, un lugar amplio donde podrían reunirse sin llegar a resultar una molestia.
Misty estaba indecisa mientras sujetaba su Marill entre sus brazos y era guiada por Nico hacia la sala principal. Por un lado no quería quedarse de brazos cruzados mientras atacaban la casa de la señora Ketchum pero, tras la estrepitosa y humillante derrota contra Mathieu, había aprendido una lección: no subestimes nunca a tu oponente. Como una de las líderes más fuertes de toda la región Kanto y alguien quien había denegado personalmente su invitación para optar por un puesto en el Alto Mando, nunca había supuesto una posible derrota contra alguien del Team Rocket, ni mucho menos sentirse tan inferior e insignificante en comparación a su rival. Y lo que más le martirizaba de todo ello es que no fue una derrota contra un inocente entrenador pokémon, sino que su vida había estado en juego. Su vida y la de sus amigos, y no había estado a la altura.
Mientras se acurrucaba junto a Brock en una esquina del salón, una voz resonó a través de la estancia:
—¡Ashy! ¡Sabemos que estás aquí! ¡No te escondas y sal a jugar un rato!
Aquellas palabras, con una entonación juguetona y sensual al mismo tiempo, lograron provocar un escalofrío que recorrió la columna de la líder. Cerca de la puerta de entrada, Ashton y sus subordinados reconocieron aquel tono.
Era Anguis, una de las comandantes del Team Rocket. Pero sus pensamientos fueron interrumpidos por una sonora carcajada, con tal estrépito que se asemejaba a un terremoto.
—¡Eso, eso! —pronunció entre risas con la misma fuerza—. ¡Sal a jugar! ¡Benum quiere jugar!
Las tres Sombras acurrucadas en el recibidor intercambiaron miradas significativas. Los dos únicos comandantes del actual Team Rocket, dada la ascensión de Mathieu y la revocación de Ashton, estaban frente a la casa, esperando a que saliesen. Pudo suponer que Mathieu realmente estaba determinado a atraparle si había enviado a sus dos subalternos más poderosos en su búsqueda, y estaba seguro de que no vendrían solos. Su comitiva les habrían acompañado, y serían ellos los que hubiesen rodeado la casa.
Ante la imposibilidad de hacer nada más aparte de esperar un ataque –una mala idea-, Ash les hizo un gesto a sus dos compañeros y se irguió, mostrando su orgullo y tratando de parecer firme y sereno ante la situación, aunque dentro era un manojo de nervios. No tenía miedo de enfrentarse a Anguis y Benum al mismo tiempo pero, esta vez, debía proteger a todos los que se encontraban recluidos en el salón así como la casa, y sabía que eso le resultaría más difícil. Benum era un patán que sólo sabía ganar con la fuerza bruta, pero Anguis utilizaba métodos más sofisticados y veleidosos para conseguir sus objetivos, y sabía que no dudaría en intentar hacerles daño para lograr su rendición. Por eso, debía mantener la calma y no mostrar abiertamente sus debilidades y miedos.
Abrió la puerta y salió, seguido por Annastasia y Zhang. Anguis y Benum esperaban a unos pasos de ellos, en el centro del círculo de luz.
—¡Qué sorpresa! —la mujer fingió un gesto de alegría con extrema falsedad—. ¡Oh, Ashton, cuando me alegro de verte! Te he echado de menos…
Anguis hizo un puchero con sus turgentes labios, esta vez tintados de morado. Por extraño que fuese, el pelinegro reconoció aquel pequeño detalle: variaba el color de su pintalabios dependiendo del trabajo que debía realizar, y el lavanda representaba un mal augurio. No venía para charlar alegremente con ellos, aunque la imagen de Benum crujiéndose los nudillos uno por uno afianzaba aquel presentimiento. Benum corrió la mirada entre ellos hasta pararse en Zhang, y sus burdos y agrietados labios se fruncieron en una mueca de desprecio.
—Mira a quien tenemos aquí, al cobarde —escupió sus palabras como si se tratasen de veneno—. ¿Te esconderás detrás de tu jefecito?
Zhang pareció indemne ante aquella acusación, aunque entrecerró más sus rasgados ojos posados en la gran envergadura del cuerpo del comandante. Benum gruñó como un pokémon salvaje y se dispuso a atacar como uno, pero Anguis le detuvo sujetando su antebrazo, que era el doble de ancho que el suyo.
—Vivos, Benum —le advirtió en voz baja—. Al menos Ashton debe estar vivo.
Gruñó de impotencia a no poder destruir y destrozar todo lo que estuviese a su alcance, una de sus cualidades de las que se sentía más orgulloso. Sin embargo, contuvo sus impulsos mientras resoplaba con fuerza, aunque siguió retando a Zhang con la mirada.
Mientras, el pelinegro aprovechó la mínima distracción provocada por Benum para enviarle una orden silenciosa a Annastasia. La rubia se escabulló entre las sombras sin hacer ruido, dejando a los dos chicos frente a ellos.
—Bueno, ¿empezamos? —dijo Ash con indiferencia, encogiéndose de hombros. Raichu avanzó un paso y comenzó a soltar chispas, mientras que Zhang sacaba una pokéball de su bolsillo.
—Uno contra uno, ¿eh? —Anguis sonrió lascivamente—. Bien, pues yo me pido a Ashton.
Dirigió una mirada de aprobación a Benum, quien entendió sin necesidad de palabras –una sorpresa para ella- y comenzó a dar palmas mientras volvía a reírse con estrépito.
—¡Já! ¡Prepárate, Zhang Kang! —bramó, alzando una pokéball que casi pasaba inadvertida entre sus grandes y morenos dedos—. Llevo deseando darte una paliza por cobarde desde hace… —hizo una pausa y comenzó a contar con los dedos, pero un bufido le interrumpió.
—Déjalo, Benum, a ver si te va a estallar el cerebro —dijo Ash con sorna, provocando una sonrisa en el rostro de Zhang—. Y luego voy a tener que recogerlo yo.
—Serás…
Esta vez, nada impidió que Benum se abalanzase sobre ambos con un fuerte grito, más parecido a un rugido. Parecía que él mismo se encargaría de pelear, sin pedir ayuda a sus pokémon. Zhang corrió hacia él con la intención de placarle pero, en el último momento, esquivó con relativa rapidez a Benum, quien tropezó por la sorpresiva finta y cayó sobre la tierra, bramando maldiciones a diestro y siniestro que iban todas dirigidas al joven de ojos cristalinos. Zhang liberó a su Machamp y se puso a la defensiva, preparado para enfrentarle. Su primera parte del plan estaba hecha: encolerizar a Benum provocaba que perdiese su poca consciencia, por lo que ahora se asemejaba más a primate sediento de venganza que a una persona coherente. Era fuerte, pero lento, torpe e imbécil; rasgos que Zhang había conocido de primera mano y no dudaría en utilizar contra él.
Mientras, Anguis liberaba a su Weavile mientras sonreía coquetamente hacia Ashton, que mantenía puesta su mirada en ella sin ningún cambio aparente. Solía doblegar la voluntad de los hombres con unas cuantas sonrisas intencionadas o palabras lujuriosas, pero aquel muchachito siempre se había resistido a sus encantos, al igual que Mathieu. Siempre se había sentido intrigada por esa clase de personas, contrarias a lo que…
Desechó el hilo de sus pensamientos sacudiendo la cabeza. Ahora no era momento de pensar en nimiedades. Tenía una misión, y no creía que su jefe se tomase demasiado bien un posible fracaso.
—¡Tajo Umbrío!
Weavile se movió con rapidez alzando sus garras, pero Raichu le hizo desviarse con un potente Rayo. Como contraataque, un Rayo Hielo saló disparado de sus fauces dentadas con extremada fuerza, pero el ratón eléctrico volvió a alejarlo de su objetivo. Aquel patrón se repitió durante una cadena de movimientos más hasta que Anguis se percató de una curiosa eventualidad: Raichu no atacaba, sino que desviaba sus ataques lejos de la casa. Una maliciosa sonrisa apareció en sus turgentes labios, y ordenó a Weavile que ejecutase el ataque Ventisca más poderoso que pudiese. Raichu trató de proteger a su entrenador y a la casa, a la vez que se resguardaba él mismo del viento helado, con un Pantalla Luz, pero la fina capa resplandeciente no logró detener toda la ráfaga de hielo. El vendaval traspasó los límites de la mampara y amenazó con arremeter contra la casa, pero chocó contra otro cristal antes de poder siquiera martirizar el jardín con el frío invernal. Ashton, desconcertado, echó una rápida mirada cerca de la morada sin perder de vista a Anguis y Weavile, y descubrió a Mr. Mime creando con rapidez barreras de cristal alrededor de la casa, lo que le proveería una protección extra. Sonrió para sí: ahora tenía más soltura para atacar, y Mimey nunca dejaría que le destrozasen los geranios.
Decidido a atacar con rapidez, ordenó con voz clara y firme:
—¡Raichu, Cola Férrea!
El pequeño ratón avanzó con rapidez al instante en que Weavile cedió su ataque, profiriéndole un fuerte golpe en el estómago con su cola de hierro. El pokémon siniestro gritó, ya que Raichu le había dado una buena descarga a la par que su cola magullaba su abdomen, y no le dio tiempo a reaccionar. Otro rayo cayó sobre él, dejándole completamente inmóvil sobre el suelo de tierra.
Anguis torció la sonrisa en una mueca de desprecio, y devolvió a su debilitado pokémon mientras liberaba otro. Un Arbok se materializó delante de ellos, abriendo sus fauces y enseñando su lengua bífida.
Mientras, Benum corría de un lado a otro tratando de acertar un puñetazo certero a Zhang, pero este se movía con rapidez y esquivaba con presteza. Mientras, su Machamp y el Hitmochan de Benum seguían la misma estrategia de sus entrenadores. Al decimocuarto intento, el comandante se dobló en dos mientras apoyaba sus manos en sus gruesas rodillas, tratando de recobrar el aliento. Zhang aprovechó para hacer lo mismo y respirar: sabía que Benum esperaría un ataque en ese momento de "debilidad" y lo usaría en su contra. Aún agachapado, Benum sonrió entre la luminiscencia y la penumbra, y el contraste entre luces y sombras dio un matiz malvado a su expresión.
—Sigues siendo un cobarde… —espetó mientras se erguía. Zhang se tensó y volvió a estar alerta, sin despegar su vista de la suya—. Menos mal que dejaste mi comitiva, porque no queremos a débiles que no quieren pelear como tú. ¿No eres capaz de dar un puñetazo, gallina?
Era un burdo intento por provocarle, pero esos trucos no funcionaban en él tan bien como en Benum. Sin embargo, no previno las siguientes palabras:
—No me extraña que tu padre te ofreciese al Team Rocket por un intento desesperado para que mejorases y te convirtieses en un hombre, pero lo único que hiciste fue huir. Eres una vergüenza para tu familia… siempre has sido su deshonra, y siempre lo serás.
Aquella afirmación heló todo su cuerpo, anclándole al suelo. Notaba el peso de la verdad dentro de sí, aunque no pudo pensar mucho más. Un puñetazo increíblemente fuerte le hizo doblarse en dos, y sus rodillas cedieron ante la debilidad y el dolor que sentía en ese momento. Tosió en un mero intento por respirar, ya que sintió cómo el aire abandonó sus pulmones y no conseguía hacerlo regresar.
Escuchó la atronadora risa de Benum peligrosamente cerca de él, pero no podía moverse. El dolor en el abdomen era inconcebible y parecía mermar hasta el último aliento de fuerza que tenía, aunque aliento era lo que le faltaba. Seguía sin poder respirar.
Levantó la cabeza y vio la horripilante sonrisa desdentada del comandante. Le faltaba un incisivo y varias muelas, todos perdidos en batalla. Él mismo había visto volar algún diente suyo en La Plataforma, asqueado y horrorizado ante su violencia, misma violencia que volvía a sufrir en su piel. Como un cruel déjà vu, alzó sus manos de su vientre a su cabeza, en un intento por protegerse mínimamente ante un inminente golpe. Benum volvió a mofarse de él con una risotada, y alzó el puño.
Pero el impacto no se llegó a dar. En el suelo, vio el reflejo de una zapatilla antes de escuchar hueso contra hueso, y un gruñido de dolor que estremecía sólo de oírlo. Ashton, despistando a Anguis, había acudido en ayuda de Zhang. Antes de que Benum pudiese apalearle, le había noqueado con un puñetazo dirigido a la mandíbula, seguido de un codazo hacia la nariz. El impacto le dolió y logró desequilibrarle por un momento, la protuberante nariz de Benum era más dura de lo que había planeado, quizás por roturas en el pasado, como la que sufría en ese momento. El comandante se retorcía en sí mismo mientras se tapaba el rostro con ambas manos, aunque tanto los gruñidos dolientes y la espesa sangre salían a través de los huecos de sus dedos.
Zhang miró con repulsión la mancha escarlata que había impregnado el codo de su jefe, hasta que este le dio una palmada en el hombro, devolviéndole a la realidad.
—¿Bien? —le preguntó. Zhang asintió mientras volvía a llevar sus manos a su abdomen y palpaba con dedos temblorosos alrededor, verificando su había algún hueso roto. El dolor y la falta de oxígeno continuaban martirizándole, pero no parecía haber ningún daño más aparte de eso.
Los pequeños ojos de Benum brillaron peligrosamente a través de los resquicios de sus dedos y, con un nuevo y potente grito mientras ignoraba las oleadas de dolor que subían hacia su nariz cuando intentaba realizar la imprescindible acción de respirar, arremetió contra Ashton como si se tratase de un Tauros. El pelinegro lo esquivó y logró enlazar su pie con su tobillo, provocando una estrepitosa caída y nueva histeria de dolor. Trató de inmovilizar a Benum en el suelo, pero era tres veces más grande que él y el doble de fuerte, por lo que no estaba consiguiendo gran progreso hasta que dos blanquecinas manos le ayudaron a retenerle. Levantó la vista y se encontró con Annastasia, reluciente y llena de energía, incluso parecía que temblaba a causa de la adrenalina que corría por sus arterias. Juntos, lograron inmovilizar al gigante en el suelo, con la cabeza forzada sobre la arena con una de las callosas manos de Ash encima. Las gotas de sangre manchaban el suelo y formaban charcos de ocre barro.
—¡¿A qué habéis venido?! —le espetó el pelinegro, gritando mucho más alto de lo que pretendía—
—Nnggh… —fue lo único que masculló antes de soltarse del agarre de Ann con un manotazo y llevarse su nueva mano libre a la nariz—. Como si no lo supieras, maldito.
Ann se fijó en que la voz de Benum era ridícula cuando tenía la nariz rota y completamente atestada de sangre, y no pudo evitar que una carcajada saliese por sus labios. Pero Ashton no compartía su buen humor y su mofa.
—Que me contestes —le amenazó, empujando más su cabeza contra el suelo—. ¿Qué venís a buscar? ¿A mí, la esfera o qué?
A varios pasos de ellos, Anguis gritó con frustración mientras trataba por la desesperada quitarse a Raichu de encima. Al ver el apuro por el que pasaba Zhang, Ash liberó a su fiel Rhyperior para que combatiese contra su Arbok, mientras que el ratón eléctrico se abalanzó contra Anguis y la distraía entre mordidas, pequeñas sacudidas y arañazos por todo su cuerpo, brindándole tiempo suficiente a su entrenador para que socorriese a Zhang. Enrabietada, sacó una afilada hoja violeta de uno de los pliegues de su pomposo vestido morado –a juego con sus labios- y trató de cortar a Raichu, pero este retrocedió en el momento preciso.
Al ver la escena, se olvidó de su propósito de sonsacar información a Benum mientras impedía cualquier movimiento suyo y salió corriendo al auxilio de su pokémon. Conocía los sucios trabajos en los que era experta Anguis: engañar, seducir y matar con disimulo una vez realizados los dos actos anteriores. Y, para ello, solía envenenar el filo de los cuchillos que ocultaba para lograr sus objetivos con más facilidad y sin llamar la atención. Aquella noche en el cuartel había tenido suerte de pillar a Anguis desprevenida y no haber preparado el cuchillo que acabó perforándole el antebrazo, pero sabía que esta noche no iba a ser igual.
Desenvainó su vara y la izó contra la comandante pero, a pesar de la furia que nublaba su juicio, se apartó y blandió el filo contra él, quien también lo esquivo convenientemente. Siguieron su danza armígera mientras Rhyperior y Raichu acababan con Arbok de un potente ataque combinado. Ann trataba de mantener inmovilizado a Benum, pero no tenía la fuerza suficiente para contenerlo ella sola. Con un bufido, se revolvió mientras agitaba sus brazos para deshacerse del agarre de la rubia, para luego empujarla lejos de él. Zhang hizo acopio de fuerzas y avanzó hacia Ann, a quien sostuvo por los hombros mientras se recobraba de empujón. Trató de lanzarle una mirada de advertencia a Benum, pero este parecía más preocupado por su chorreante nariz que por continuar la pelea.
Con un grito de frustración, Anguis lanzó una patada a la espinilla del pelinegro, que se tambaleó durante el segundo en el cual el filo lavanda del cuchillo tocaba su piel. Fue un corte muy superficial en la mejilla, pero sentía el calor que emanaba de la incipiente herida.
"Mierda", fue la única palabra que podía pensar con claridad, aunque se entremezclaba con conjeturas sobre el tipo de veneno y lo que podía pasar si esto no acababa ya. Con un ágil movimiento, subió su puño hacia la cara de Anguis, mientras que su otra mano se agitó fuera del alcance de su mirada. Su vara metálica impactó sobre el vientre cubierto de la comandante, derribándola al suelo. Con otro rápido manotazo desarmó a Anguis, alejando el cuchillo lo suficiente para que no volviese a resultar una amenaza.
El extremo de su vara hacía presión en su adolorido vientre mientras le impedía levantarse. Ashton, de pie junto a ella, la observaba con gesto solemne.
—Habla, ahora —la última palabra fue dicha de manera lenta y pronunciada, enfatizando su carácter presente.
Anguis sonrió con socarronería.
—¿Qué quieres saber?
—Todo —dijo, presionando aún más el extremo con el cuerpo de Anguis. Notó su estremecimiento a través del frío metal.
—¿Qué buscamos, qué queremos? ¿Es eso? —observó a Ash con intención antes de responder ella misma a sus preguntas—. Buscamos y queremos todo, Ashy. Tú eres quien debe interpretar esa totalidad.
Ahora fue él quien sintió un escalofrío en su propia piel, pero trató de ocultarlo ante la vista de Anguis. Sin embargo, un tirón improvisto le arrastró hasta ella, obligándole a arrodillarse ante sus pies. Anguis le rodeó el cuello con ambos brazos y llevó sus labios a su oído derecho.
—Yo que tú vigilaría muy bien a tu amigos… en especial a la pelirroja. Sabes lo obstinado que puede ser Mathieu cuando le gusta una cosa…
De pronto, todo a su alrededor le pareció distante, mientras que el sudor de su espalda y brazos parecía congelarse como ese mismo instante. Sin embargo, lo que resultaron momentos eternos y angustiosos para él no fueron más que segundos en la realidad. Aprovechando el aturdimiento de Ashton, la comandante levantó su rodilla y la estampó con vigor en el pecho del muchacho, logrando que acabase en el suelo. Pero no iba a ser tan estúpida como para inmiscuirse de nuevo en una batalla que ya estaba perdida. Mientras escuchaba los reclamos de Annastasia, quien se acercaba a toda velocidad hacia ella, liberó a un Crobat de su última pokéball y le mandó alzar vuelo. Desaparecieron entre la penumbra antes de poder percatarse de lo que pretendía.
Maldiciendo a Anguis por lo bajó, decidió olvidarse de ella por un segundo y preocuparse por el jefe. Se arrodilló junto al pelinegro mientras le sujetaba los hombros.
—¿Estás bien? —preguntó, pero no obtuvo respuesta. Ashton parecía inmerso en sus pensamientos, y su mirada se mantenía inamovible de un punto indeterminado—. ¿Jefe? —sacudió sus hombros, pero siguió sin contestarle—. Anguis se ha ido…
—Y Benum —se giró para encontrarse a Zhang de pie tras ella. Cubría su abdomen con sus manos, pero ya podía respirar y moverse con algo más de libertad—. En cuanto nos descuidamos, salió corriendo… o volando… ni idea. La verdad es que no me explico cómo ha desaparecido de repente.
Ann notó en sus manos el impulso nervioso que recorrió el cuerpo de Ashton. Levantó su vista casi trastornado y se levantó de un salto, corriendo como nunca antes hacia la casa tras devolver a Rhyperior a su pokéball. Abrió la puerta de un golpe y se encaminó hacia el salón. Cuando prendió la luz y vio a todos sentados indemnes en el suelo, se permitió volver a respirar. Se llevó una mano a la frente mientras trataba de controlar todo de sí, desde su respiración hasta sus emociones. Annastasia y Zhang llegaron tras él a los pocos segundos, también alterados por la repentina reacción de su superior.
—¿Cuántos había? —preguntó bruscamente a la rubia mientras se giraba airadamente.
Respiró hondo antes de enfrentarse a la turbación del pelinegro.
—No muchos, como unos cinco o seis, aproximadamente —dijo con inusitada seriedad, pero intuía que el ambiente no era propicio para bromas—. No parecían preparados para un ataque tampoco; salieron corriendo en cuanto vieron a mis pokémon fantasma.
No pudo reprimir una traviesa sonrisa al recordar los gritos y las expresiones de pánico de los soldados al ver la sonrisa danzante de Gengar o el ojo rubí de su Dusknoir. Incluso diría que uno de ellos se hizo "ciertas-cosas" encima…
—Si me permite la suposición, jefe, creo que era más bien un equipo de búsqueda.
Zhang alzó ambas cejas al oír la conjetura de su compañera. Ann resultaba molesta, histérica e irresponsable la mayoría del tiempo, pero en los momentos cruciales resultaba una persona observadora y comprometida con la empresa en la que estuviese inmersa. Sin embargo, Ashton suspiró con impaciencia mientras continuaba masajeándose la frente.
—Pues entonces han hecho su trabajo —le espetó con aspereza, bajando sus manos hacia sus ojos. De repente, se sintió mucho más cansado de lo que solía estar, y no le apetecía dar explicaciones a los pares de ojos que le observaban con desconocimiento. Por ello, recurrió a la forma más sencilla que encontró para despacharlos a todos—. Ahora, todos a dormir.
Observó los rostros desconcertados mientras se esperaba las preguntas que podían atosigarle. Antes que nada, decidió aclararles lo esencial antes del aluvión de cuestiones incriminatorias que se le vendría encima.
—Nos han encontrado, y por eso nos tenemos que ir. Partiremos mañana por la mañana, así que estad preparados.
—¡¿Pero-?!
—¿No he sido claro?—interrumpió la pregunta con otra pregunta, pero su enojo y turbación se sustituyeron por culpabilidad al notar quién era la persona que se dirigía a él.
Los ojos aguamarinos de Misty dejaron de observarle, y se dirigió rápidamente hacia las escaleras. Al pasar junto a él le empujó con su hombro, pero Ashton no se movió. Sus ojos habían bajado al suelo mientras esperaba que todos se dirigiesen a sus respectivas habitaciones, para poder sentarse en el sofá y poder disfrutar de la tranquila soledad. Sintió unas manos en sus mejillas que le obligaron a subir la vista. Delia le miraba con preocupación maternal.
—Estoy bien —le susurró mientras posaba sus propias manos encima de las de su madre y las apartaba con cuidado. Desvió la mirada, avergonzado de aquellos sentimientos. Delia bajó las manos y le deseó buenas noches, seguido de un beso en la sien.
Y se quedó solo, en medio de la luz del comedor y de todos los problemas que parecían danzar a su alrededor. Pulsó con desgana el interruptor con la esperanza de que la oscuridad pudiese calmar un poco la incipiente ansiedad que comenzaba a apresarle, pero no surgió efecto. Se sentó al borde del sofá donde dormiría y se agitó el pelo mientras suspiraba. Raichu, que se había mantenido dócilmente callado tras su entrenador, se subió al mueble y le puso una de sus patitas moteadas sobre su rodilla, en un intento por trasmitirle apoyo moral. Ash, en medio de la tormenta, sonrió a su mejor amigo y le acarició entre las orejas.
—¿Qué voy a hacer, Raichu? —su voz se asemejó más a un suspiro, mientras dejaba caer su cabeza para atrás. Seguía acariciando a su compañero mientras miraba al techo oculto entre las tinieblas—. Qué voy a hacer…
Él era el responsable de todo esto, y era de su jurisdicción arreglarlo. Pero, ¿cómo? Había puesto en peligro las vidas de sus amigos, mientras que otros contaban con él para que les liderasen… mientras que él tan solo quería ser libre.
Al ver la mueca triste de su amigo, Raichu le abrazó. Y el amanecer tardó poco en llegar.
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Estaba harta. Daba igual desde el ángulo en el que mirase, incluso el más positivo le llevaba irremediablemente a la misma conclusión: debía irse, no encajaba en ese lugar, nadie le echaría en falta. Había tratado por la desesperada aceptar los cambios y moldearse a ellos, pero lo que pasó ayer remató su escasa paciencia, o acabó por romperla del todo. No iba a quedarse ahí esperando migajas de atención que venían acompañadas por mensajes sórdidos. Volvería a Celeste, retomaría su rutina como líder y trataría de olvidar todo lo acontecido aquí, y todo lo que concernía al nuevo y desconocido Ashton. Se había acostumbrado a convivir con su ausencia y, ahora que sabía que se encontraba "bien" y que no le necesitaba para absolutamente nada, sería más sencillo seguir con su vida. O, al menos, eso es lo que pensaba.
Pero su orgulloso discurso de despedida y su salida altiva de la casa de los Ketchum y de la vida del pelinegro se truncaron cuando escuchó los gritos desde la escalera.
Resonaban a través del comedor, como una tormenta a punto de desatar la ira eléctrica que podría portar. Cuando llegó al hall, se percató que los gritos provenían de la cocina y los identificó: era Daisy, y la otra voz de barítono que confrontaba el tono agudo y chillón de su hermana era… era la de Ash.
"¡… tú no eres quien nos manda!"
"No, pero si tuvieses un mínimo de sentido común, me escucharías antes de ponerte a gritar como una histérica caprichosa."
"¡Cómo te atreves! ¡No voy a permitir que un vulgar delincuente como tú me diga esas cosas! ¡Te vas a…!"
Retrocedió hasta el salón debido a la impresión que le causó la batalla verbal que se disputaba en la cocina. Allí se dio cuenta de que todos sus amigos se encontraban tan perplejos como ella, aguardando el desastre que conllevaría todo eso. Nico, Ann y Tracey le saludaron con un tímido saludo, y todos ellos habían reunido sus pertenencias en las mochilas que yacían a sus pies.
—¿Qué pasa? —preguntó con un susurro, mientras otra tanda de gritos resonaban en toda la casa.
Brock se encogió de hombros mientras Tracey se frotaba las manos con nerviosismo.
—Estábamos preparando las cosas para irnos —comenzó a explicar Ann—, después bajó Daisy, estuvieron hablando y… bueno, eso.
Misty desvió la mirada hacia los ventanales de la habitación principal, y le hizo gracia que su metáfora se hubiese materializado en la realidad. Unos nubarrones grises, que rozaban la negrura, se alzaban como una advertencia sobre el cielo, tapando hasta el más mínimo rastro de luz solar. Tímidas gotas asomaban por los cristales, aunque la tormenta estaba lejos de haber desatado toda su impetuosidad.
"¡Me da igual lo que digas!", la voz de Daisy subió varios tonos y acalló momentáneamente la grave voz de Ash. "¡Tú no eres quién para decidir sobre el futuro de mi hermana! ¡Misty es quien debe decidir; y vendrá conmigo a Celeste! ¡No hay más que hablar!"
Aquello la sobresaltó. ¿La discusión era por ella? Tracey alzó un brazo hacia ella, pero un tremendo bufido irónico le detuvo.
"¿Ah, sí?". Ashton sonaba enfadado, incluso más que la pasada noche. "¿Misty fue quien decidió convertirse en líder de gimnasio? ¿Fue su decisión que dejase de viajar conmigo y se hiciese cargo de una responsabilidad familiar de la que vosotras os desatendisteis si tan siquiera preguntarle antes? Pero yo soy el malo aquí, ¿verdad?"
Sentía el frío en el interior de sus huesos, y admitiría que estaba temblando, pero su atención estaba tan centrada en aquella discusión donde, sorpresivamente, era la protagonista. Sonó un prolongado suspiró, mucho más tranquilo que el anterior resoplido.
"Mira, sé que yo tampoco tengo ningún derecho a nada de esto", esa «nada» parecía no abarcar tan solo el tema de conversación, sino mucho más; "pero es por el bien de tu hermana. Sin embargo, debe ser ella quien decida, no nosotros".
Movida por un impulso, sus piernas la llevaron hacia la cocina, aunque no se atrevieron a cruzar el umbral. No obstante, aquello no fue necesario, ya que los castaños ojos de Ash se fijaron en ella apenas un segundo después de que apareciese en el limen. Daisy, aún con una mueca de enfado, observó la cara de asombro del pelinegro y siguió su mirada hasta su hermana pequeña. La estupefacción dio paso rápidamente a una sonrisa forzada, y avanzó hacia su hermana con los brazos extendidos.
—Mist —la llamó—. Justo estábamos hablando de ti.
—Lo sé —la cortó con tono neutro. La sonrisa de la hermana Sensacional desapareció, mientras que Ashton desviaba su mirada y se rascaba la nuca con marcada incomodidad.
—Bueno, menos para explicar, supongo. Nos volvemos a Celeste.
Quería asentir, afirmar lo que acababa de decir su hermana, decir: "sí, quiero regresar a Celeste" como había pensado segundos antes de bajar las escaleras, pero todos sus intentos morían antes de materializarse, y no sabía bien la razón. Los ojos castaños volvieron a inundarla por completo, provocando que el frío volviese a ella.
Maldita sea, no era este el momento de volverse sentimental.
Sin embargo, su hermana tomó su silencio como una afirmación y sujetó sus manos.
—Traeré tus cosas —dijo antes de soltarse y dirigirse hacia el piso superior.
Y ahí estaba, la tormenta que se asomaba en el exterior arreciaba en el interior, entre los dos. Sus miradas parecían vacilantes y se desviaban tan rápido como volvían a encontrarse en medio de la tempestad.
Un trueno resonó a lo lejos, y se acercó paulatinamente hacia ellos hasta que el sonido pareció atravesarlos.
—Siento lo de ayer —sus palabras le sorprendieron, aunque no lo manifestó—. Estaba… molesto, y… no medí mis palabras. Perdona.
Sabía a lo que se refería, pero no se le ocurrió decir nada. Su mente estaba en blanco como un lienzo por estrenar; incluso temía moverse por si no coordinaba bien sus piernas y acababa por estrellarse contra el suelo.
Ante su inmovilidad, Ash suspiró y decidió salir de la cocina para concretar planes con sus subordinados, pero la tímida voz de Misty le detuvo a medio cambio.
—¿Tú no… irás a Celeste?
—Tengo que hacer unas cosas en Ciudad Verde —respondió sin mirarle—. Después pasaré por Celeste, cogeré la esfera y, palabras textuales de tu hermana, «os dejaré en paz de una maldita vez».
Hizo una mueca parecida una sonrisa, pero no consiguió que se asemejase del todo a una. Después, continuó su marcha hacia el salón seguido por Misty, quien consideraba absurdo quedarse ahí sola revolcándose en su propia indecisión. Indecisión, por descontado, que no debería existir.
Cuando Ash terminaba de preparar su propia mochila, Daisy bajó con su saco rojo y se lo dio. Dirigiendo una mirada significativa a Tracey, exclamó con ligero entusiasmo:
—¡Nos vamos!
El observador solo atinó a asentir levemente, mientras Misty abrazaba su mochila y sentía de nuevo la penetrante mirada del pelinegro encima.
—Espera.
Habló sin pensar, movida por un impulso, un estúpido impulso. Daisy le observó con desconcierto.
—¿Se te ha olvidado algo? —preguntó con incertidumbre.
—N-no. Yo… es que…
¡Maldita sea el maldito momento en el que decidió abrir su maldita bocaza! ¿Qué diría en ese momento? ¡Ni siquiera estaba segura de lo que quería!
—Yo… —continuó, dubitativa ante la inquisidora mirada de su hermana—. Yo… voy a acompañar a Ash.
Escuchó algunos respingos a su alrededor, pero su hermana se mantenía impasible ante ella, como si se esperase aquella respuesta. Algo que le resultó risible, porque ni siquiera ella era consciente de que aquel fuese su deseo.
—No —la rotunda negativa de Daisy aplacó su indecisión y la ira se abrió paso.
—Tú no decides por mí —le replicó, utilizando la misma firmeza que ella.
—Soy tu hermana mayor, ¡y no voy a permitir que te vayas con un delincuente! —estaba utilizando el mismo tono chillón que empleó contra Ashton, quien resopló tras su apelativo.
—¡Y yo soy una persona adulta, Daisy! ¡Puedo tomar mis propias decisiones e irme con quien yo quiera!
—¡¿Y por qué quieres ir con él?!
"Buena pregunta", contestó para sí, aunque no lo dijo en voz alta. Consideró las posibles respuestas que podría dar, pero no se decantaba por ninguna. ¿No quería dejar a Togekiss? Era verdad, pero sabía que no podría estar nunca tan unida a él como antes. ¿No quería que su amistad con Ash quedase así? En ese momento, ni siquiera se podía categorizar lo que había entre ellos con la palabra "amistad". No estaba segura de por qué había empezado todo esto… ¿No quería hace unos minutos volver a Celeste y recuperar su rutina de líder?
—Porque yo también voy a acompañar a Ash —Brock se levantó y sonrió con candidez a Daisy, quien desvió su mirada hacia él con escrutinio—. Me desviaré un poco para ir a Ciudad Plateada y visitar a mis hermanos. No pude advertir a mi familia que me embarcaría en un viaje así, al principio solo ayudaba en las remodelaciones del Centro Pokémon de Azafrán.
Dirigió su sonrisa hacia Misty, y sus rasgados ojos centellearon con complicidad. Agradeció internamente al oriundo con una sonrisa de alivio, mientras observaba de reojo cómo Ashton alzaba las cejas con incredulidad. Al parecer ese desliz no estaba en sus planes, pero tampoco opuso resistencia.
—¡Yo también voy con vosotros! —exclamó Elizabeth, anclándose al brazo de la pelirroja—. No te preocupes, Daisy, cuidaremos de Misty. Además, tan solo nos retrasaremos un día, ¿no, Ash?
Ashton suspiró. Parecía cansado, y el corte en su mejilla enaltecía la angulosidad de su rostro con extraño encanto.
—Bueno, con este cambio de planes… —dirigió una elocuente mirada a Brock, aunque carecía de acusación o reproche— y que se nos ha hecho un poco tarde, calculo que estaremos dos noches en Ciudad Verde. Dentro de tres días estaremos en Celeste.
—¿Y qué tienes que hacer ahí, eh? —le espetó Daisy.
—No es asunto tuyo —su respuesta fue tan cortante como el filo de un cuchillo, pero aún no había segado a su víctima. Daisy pareció captar el mensaje oculto y bufó, pero no insistió en el tema.
—¿Y… nosotros? —preguntó Nico, alzando tímidamente la voz. Ash pasó una mirada entre todos sus subordinados y suspiró de nuevo, expectante.
—Si no os importa… me gustaría que acompañaseis a la señorita Waterflower —hizo una floritura hacia Daisy, y su ofensa se manifestó en sus mejillas infladas— y a Tracey a Celeste.
—¡Ni hablar! —la contestación no se hizo esperar.
Ashton parecía preparado para eso, pero no dejaba de mirar a la impetuosa rubia con cansancio.
—¿Sabes por qué el Team Rocket nos encontró? —le preguntó despacio.
—¿Porque volaste un edificio, quizás? —le espetó con marcado sarcasmo.
—Buen punto —ensanchó sus labios en una sonrisa ladeada—, pero no, no les habría dado tiempo a llegar hasta aquí en el mismo día. Fue la llamada de tus hermanas.
Sus hermanas… ¡sus hermanas! ¿De verdad había estado tan pendiente de… lo que fuese, que ni siquiera se había parado a pensar en sus hermanas desde la noche en la que llamaron? Su culpa creció a niveles alarmantes, y la ansiedad comenzaba a llamar a su puerta.
—¿Están bien? ¿Crees que han ido también a por ellas? —su voz sonó casi desesperada, exasperada por la duda y su culpabilidad.
El pelinegro le observó durante un tiempo que le resultó eterno. Después, simplemente deslizó su vista hacia sus manos.
—No… creo —dudaba—. Pero no estoy seguro. Por eso es esencial que vayan con vosotros.
Los nubarrones descargaron la estiba acuática que portaban. Las gotas de lluvia parecían golpear con furia tanto el tejado como las ventanas, mientras los truenos resonaban entre los vastos y anegados campos.
—Aunque solo hay una manera de averiguarlo…
Soltó un respingo ante la voz de Ash, que sonaba peligrosamente cerca de ella. Y así era: el pelinegro la observaba desde su altura que, en este instante, le parecía mucho más alto e imponente que antes. Una de sus manos estaba extendida hacia ella, sujetando… su pokégear.
—Una llamada. Menos de un minuto. Pregunta si están bien y ya está. Ni siquiera digas que vais a volver a Celeste.
Su tono de voz parecía no remitirse a disputas, aunque no tenía nada que discutirle. Con cuidado de no tocar su mano, cogió el pokégear con indecisión, temiendo lo que averiguaría a través de él.
—Pero, ¿no es peligroso? —preguntó Brock—. Si rastrearon la llamada…
—Mi teléfono es diferente que el de aquí —respondió secamente, encogiéndose de hombros. Seguía observando a Misty, quien decidió llamar antes de que la situación se prolongase más aún.
Un pitido… dos… tres… el característico sonido del descolgado. Y, después…
Su vista se volvió borrosa al reconocer la voz de su hermana Violet al otro lado del aparato.
"¿Diga? ¿Quién es?"
Notó un contacto rugoso en su antebrazo, y se giró para observar los preocupados ojos de Ash fijos en ella, mientras le agarraba suavemente el brazo. Sonrió para tranquilizarle y él sólo suspiró, sin cesar el contacto.
"¿Hola?", volvió a resonar la aguda voz de Violet.
Misty se aclaró la garganta antes de hablar.
—Vi… —saludó.
"¿Mist? ¿Eres tú?"
—Sí… sí, soy yo —tosió ante la incomodidad de sus cuerdas bocales. Seguía sintiendo los dedos del pelinegro alrededor de su apéndice.
"¡Ah, Mist! ¡Hola! No había reconocido el número". Por el tono despreocupado que estaba utilizando su hermana, sabía que no había pasado nada malo. Suspiró de alivio.
—Lo sé, es que… estoy llamando desde el pokégear de Ash —ante su alusión, el nombrado retiró su mano, dejando una calidez inusitada donde antes habían mantenido el contacto.
"Ah, así que tu novio te ha dejado el móvil para…"
—No tengo tiempo para tus tonterías —espetó con falsa molestia—. ¿Estáis bien? ¿Ha venido alguien extraño al gimnasio?
"Eeeh… no, que yo sepa, a no ser que Giorgio sea alguien extraño. ¿Por qué lo preguntas?"
—P-por nada —no le parecía seguro advertir a sus hermanas sobre el Team Rocket. Harían un escándalo innecesario de ello—. Solo llamaba para preguntar eso y para advertiros de que no regaléis medallas ni nada por el estilo.
"¡Oh, vamos, feita! ¡Ten un poco de consideración con nosotras!"
—Ninguna. Y os recuerdo que tenéis que limpiar la piscina.
"¡Jo, pero, ayer me hice la manicura…!"
Ash carraspeó. Había llegado la hora.
—Tengo que irme. Cuida… —se detuvo. Si daba muestras de preocupación a sus atolondradas hermanas podría preocuparlas, así que optó por la muestra más sencilla—. Cuidad del gimnasio, quiero que esté entero cuando vuelva. ¿Me habéis oído?
"Sí, pesada. ¡Suerte con tu noviecito, feíta!"
Violet colgó, dejando tras de sí una fina línea de sonido. Misty colgó a su vez y le devolvió el pokégear al pelinegro, que seguía observándola con interés. Daisy agarró una de sus manos y asintió, dándole permiso a que contase cómo estaban sus hermanas, sea cual fuese la situación.
—Están bien —la tranquilizó, sonriéndola—. También han dicho que nadie sospechoso ha ido al gimnasio.
Su hermana suspiró con alivio y la abrazó, tratando de transmitirle apoyo fraternal. Por encima de su hombro y las hebras rubias de su cabello, se percató de que Ash no parecía muy convencido con su respuesta, pero no replicó nada.
Tras el gesto, Daisy volvió a embarcarse en otra discusión con el líder de las Sombras, negándose a llevar consigo al resto de las Sombras con ellas. Ashton se limitaba a resoplar y contestar con calma, aunque su paciencia estaba comenzando a agotarse. Sin embargo, una intervención acertada de Tracey y muchas desagravias palabras de Ann lograron convencer a la rubia, aunque no con mucho convenio.
—Pero… aún hay una cosa que no hemos resuelto —Brock cambió de tema drásticamente, dirigiéndose hacia Ashton—. ¿Cómo vamos a ir nosotros a Verde? Tracey puede llevarles a todos en su todoterreno, pero nosotros…
El pelinegro abrió la boca para contestar pero, tras un momento de cavilación, volvió a cerrarla, sin respuesta.
—No hay problema con eso. Os presto mi coche.
Misty se giró con la boca abierta hacia la entrada del salón, donde Gary Oak se apoyaba en el marco de la puerta, cruzado de brazos. Miraba escrutadoramente a Ash, aunque su expresión no era recíproca; parecía más asombrado ante sus palabras que otra cosa.
Con un práctico gesto, lanzó las llaves al aire.
—Delia nos ha contado lo que ha ocurrido —dijo mientras Ash cogía las llaves al vuelo—. Mi abuelo quiere que te pases por el laboratorio antes de que os vayáis. Mi coche está en su puerta.
Se encogió de hombros y salió por la puerta, seguido de los demás. Provistos de paraguas, desfilaron por los caminos embarrados de Pueblo Paleta. La tierra que formaba las vías se había humedecido formando charcos de lodo en mitad del trayecto, mientras que la lluvia y el viento arremetían sin piedad contra ellos. Misty se pasó el camino observando cómo su hermana maldecía todo lo que se encontraba en su camino, quejándose de las manchas de lodo que impregnaban su ropa y el desastre en su cabello ocasionado por las ráfagas de aire.
Cruzaron la puerta y trataron de limpiarse el barro lo mejor posible para no manchar en exceso el laboratorio. Caminaron junto a Gary hasta la sala principal, donde el profesor Oak y la señora Ketchum tomaban el té en un silencio comprensivo. Cuando Ashton entró en la estancia, Samuel se acercó a él con una sonrisa que acrecentaba aún más las marcadas arrugas de su rostro.
—Hola, Ash —le saludó, juntando sus nudosas manos tras su espalda—. Delia nos ha contado lo… sucedido. ¿Estáis todo bien?
Ashton hizo un gesto con la mano, desechando la pregunta. Gary pareció enfadarse, pero Samuel solo soltó una risita entre dientes.
—Bueno, me alegro. También me ha comentado que has decidido emprender viaje. ¿Irás a buscar las esferas?
—Sí, algo así —dijo cruzándose de brazos—. Aunque tengo otros asuntos con los que tratar. Intentaré hacer todo a la vez.
—«El que come y canta, loco se levanta» —le amonestó con cariño con uno de sus característicos refranes—.
El aludido sonrió, relajándose ante las palabras de quien, una vez, fue su mentor.
—Como sé que puedes estar preocupado por algunas cosas… —continuó—, Gary y yo nos quedaremos aquí e intentaremos averiguar lo que podamos sobre las esferas. También aseguraremos la seguridad de Delia, aquí presente.
—Y supongo… que querrá pedirme la esfera. ¿No es así, profesor?
Samuel alzó las cejas mientras observaba la sagacidad de Ashton en pleno apogeo. Sin duda alguna, había cambiado, pero en ese momento no consideraba su veleidad como algo negativo.
Por su parte, Ash analizó con la mirada a sus subordinados, pidiéndoles consejo. Ninguno dijo nada, pero Nico se atrevió a asentir dando su visto bueno. Ann y Zhang consideraban que no tenían jurisdicción en ese campo, mientras Tina ignoraba el panorama, inmersa en sus propias cavilaciones.
Ante la nula opinión, sacó la pequeña esfera luminosa de su mochila negra y se la entregó al profesor, quien la sostuvo con sumo cuidado.
—En cuanto averigüemos algo, contactaremos contigo de inmediato —le aseguró el profesor Oak.
—Será mejor que yo contacte con vosotros —dijo Ashton, levantando una mano—. Llamaré periódicamente, no os preocupéis por eso.
—De acuerdo…
Samuel entregó la esfera rosa a Gary y se sentó en el escritorio. Encendió su ordenador y comenzó a teclear con velocidad.
—Aunque no ha sido por eso por lo que te he llamado, muchacho —se dirigió al pelinegro de nuevo, sin desviar su vista del monitor—. Me gustaría poder ayudarte de algún modo. Aunque no sea mucho… ¿aún tienes contigo la pokédex que te entregué?
Misty se sorprendió ante esa pregunta y dirigió inmediatamente su vista hacia Ash, en espera a su reacción. Parecía estupefacto, como si la pregunta le hubiese tomado desprevenido. Se mordió ínfimamente su labio inferior, dudando en qué hacer. Al final, con movimientos lentos, rebuscó en su mochila hasta que sacó un objeto del fondo: la última pokédex que le entregó el profesor en su último viaje: Sinnoh.
Aquello la conmovió. A pesar de algunos rasguños en su tapa roja y gris, parecía intacta. Quizás Ash no quería deshacerse de todo rastro de su infancia y, quizás, eso también los incluía a ellos.
El profesor tomó la pokédex y la introdujo en la ranura de su ordenador, como hacía en tiempos pasados para analizar el progreso de la enciclopedia digital. Sin embargo, comenzó a mirar la pantalla con incredulidad, mientras su mirada de alternaba entre el teclado y el monitor.
—Es que… —comenzó Ash, visiblemente nervioso—, hemos tocado… algunas cosas…
La silla del escritorio giró sobre sus ruedas para encarar al pelinegro.
—¿Qué clase de cosas? —preguntó el profesor, más sorprendido que enfadado. Ashton tomó esto como buena señal.
—Algunas… como el sistema de rastreo, el GPS o los datos sobre mí… están todos encriptados.
—¡Increíble! —profirió el profesor Oak mientras volvía a teclear con constancia.
Tras un momento de liberación, la pokédex fue expulsada por la misma ranura, y el profesor Oak se la devolvió a Ash. Este se quedó mirando el aparato, como si no supiese qué hacer con él.
—Adelante, muchacho —le animó Samuel—. He actualizado algunas cosas.
Ash, inseguro, abrió la pokédex y tocó algunos botones. Tras un pitido, la pokédex comenzó a hablar:
"Soy Dexter, un pokédex programado por el profesor Oak para el entrenador de pokémon, Ash Ketchum, de Pueblo Paleta. Mi función es proporcionar información y consejos sobre el entrenamiento pokémon. Si me pierdo o me roban, jamás podré volver a ser usado".
El diálogo acabó con otro pitido. Raichu se subió al hombro de Ash mientras este continuaba pulsando botones, analizando la nueva información que residía ahí. Su edad había traspasado los diez hasta los diecinueve, así como los cambios en su nuevo equipo; mientras que alguna información se mantenía intacta, como su nombre o su residencia. Hasta su fotografía había cambiado por una más reciente.
—Sé que no es mucho, pero… la pokédex puede abrirte nuevas puertas. Podrás volver a ser Ash Ketchum cuando tú quieras.
El pelinegro observó a Samuel con un gesto difícil de interpretar. Parecía indeciso ante todo esto, o esa fue la impresión de Misty. Acabó por asentir al profesor susurrando un "gracias", mientras volvía a sepultar la pokédex bajo todo material que transportase en su mochila.
—Y, para Elizabeth…
La aludida profirió un sonido de sorpresa. No contaba con que ella formaría parte de la conversación.
—No creas que me olvidado de ti, jovencita —dirigió su afable gesto hacia la castaña—. ¿Tuviste tu primer pokémon cuando cumpliste los diez años?
—Ehm, yo… —intercambió miradas con Ash—. Mi hermano me regaló a Sandy en mi décimo cumpleaños.
—Hmm, sí, eso está bien. Pero mi responsabilidad como profesor pokémon es entregar a todos los niños de Kanto un pokémon inicial con el que comenzar su viaje pokémon. Y, si mal no recuerdo… a ti no te he dado ninguno. Por ende…
Los ojos castaños de Elizabeth, iguales a los de su hermano, centellearon con viveza ante la alusión, pero ningún otro gesto físico fue partícipe de la ilusión que profería. Tracey le acercó una bandeja con tres pokéball.
Ann gritó y echó los brazos al cuello de Elizabeth, en un abrazo improvisado. Comenzó a gritar que era "todo un honor" y "que se lo merecía" mientras el profesor Oak trataba de explicar las características de cada inicial, con dificultad ante el algarabío de Annastasia. Ashton también se acercó con una enorme sonrisa pintada en su rostro, y depositó una mano en el hombro de Eli. Su hermana le dirigió una silenciosa pregunta, a la que Ash contestó con un vehemente asentimiento.
Dando un paso al frente y quedando liberada de las muestras de afecto, Elizabeth observó con detenimiento las tres pulcras esferas, deliberando sobre su importante decisión. El profesor Oak retrocedió para dejarle un espacio sin presiones, situándose junto al pelinegro.
—Gracias, profesor —susurró sin apartar la vista de su hermana pequeña.
Samuel le miró con el interrogante marcado en sus cansados ojos oscuros.
—¿Por qué, muchacho? —acabó preguntando tras el silencio de su acompañante.
—Por darle una oportunidad a Elizabeth para ser más que… esto —con un práctico gesto con las manos se señaló a sí mismo, mientras contenía un suspiro—. Cuando la conocí, supe que era diferente a… su padre y todo lo que le rodeaba. He tratado de que sea diferente a su familia, que sea algo más. Incluso si no fuese mi hermana legítima… no se merecía acabar convertido en lo que somos nosotros.
La sonrisa que le había regalado a su hermana había ido sustituyéndose paulatinamente hasta un gesto sombrío. Apretaba la mandíbula con rabia, mientras sus cejas estaban tan caídas que casi rozaban sus negras pestañas.
—¿Legítima? —preguntó el profesor, apreciando el matiz.
Ash curvó sus labios en una sonrisa ladeada cargada de ironía.
—¿Si el líder del Team Rocket aparece una noche a las puertas de su casa y le dice que usted es su hijo y tiene una hermana pequeña, le creería, profesor?
—No puedo imaginarme la situación, pero… ¿tú lo hiciste?
Desvió su mirada de vuelta a su hermana, que había escogido una pokéball y la mantenía sobre sus manos. La indecisión aún seguía predominando en ella.
—No —contestó al cabo de unos segundos—. Pero siempre permanece la duda por detrás, como una sombra. Por eso no me marché ese día mismo, sino el siguiente a su "visita".
La última palabra salió con un deje de resentimiento, y el profesor decidió no ahondar más en el delicado tema aunque, como Ash había citado, "la duda prevalece". Y la duda carcomía sus achacosas entrañas, pero debía dejar de lado por un segundo su insaciable sentimiento de investigador por descubrir siempre las respuestas y dejarlo como estaba ahora. No quería ganarse la enemistad del joven pelinegro, y Ash parecía inestable hablando de esos temas.
Elizabeth, por su parte, dejó la pokéball que estaba sosteniendo con rapidez y cogió otra, esta vez con más decisión. Asintió a Tracey y se giró con una amplia sonrisa que enseñaba todos sus blanquecinos dientes hacia Ash y Samuel.
—¡Elijo a Bulbasaur! —gritó, y Annastasia volvió a gritar de alegría.
—Buena elección —le felicitó el profesor—. Bulbasaur es un compañero fiel y leal. Estará siempre contigo cuando lo necesites. Y, como todo entrenador…
De su bolsillo sacó una pokédex distinta a la que Ash poseía y seis pokéball vacías, que se las entregó a Elizabeth. Por su parte, Eli fue acosada por Ann para que les presentase a su nuevo compañero. Las Sombras se reunieron en torno a la castaña cuando liberaba a su nuevo compañero, un pequeño Bulbasaur que les observaba a todos con un tinte de aprensión. Raichu se acercó amigablemente a él mientras le saludaba, y Elizabeth comenzó a presentarlos uno por uno. Ashton dejó su sitio junto al profesor y se acercó a su hermana, que le recibió con un gran abrazo. Acto seguid le enseñó la pokédex, mientras Ash sacaba la suya y comparaban las diferencias.
Misty observaba toda la escena en una esquina de la habitación sin atreverse a interrumpirla, como todos los demás. Brock hablaba con Tracey en voz baja sobre algo, aunque ninguno parecía estar prestando mucha atención a su propia conversación; mientras Daisy jugaba con un mechón de su cabello.
De pronto, una mano rodeó el pálido antebrazo de la pelirroja. Gary se encontraba tras ella, con una expresión más bien triste.
—Mist —susurró agachando la cabeza—, ¿podemos hablar un minuto antes de que te vayas?
Misty asintió en silencio y se dejó guiar hasta un pequeño salón contiguo, decorado vagamente con muebles de madera y los imprescindibles libros del profesor. Gary la encauzó hacia el sofá y se sentó sin soltarla, obligando a la líder a sentarse junto a él. Cuando se encontraban frente a frente, Gary entrelazó ambas manos con las de ella y suspiró.
—¿Ocurre algo, Gary? —preguntó Misty, preocupada ante la actitud del investigador. Este sacudió la cabeza y esbozó una sonrisa.
—No, nada. Solo que… tengo la sensación de que no nos veremos en mucho tiempo.
—¿Por qué dices eso?
—Te irás. Con él.
Tuvo que reconsiderar un momento las palabras de Gary para que comenzasen a tomar sentido en su mente.
—Gary, no… no es eso —logró balbucear—. Después de que vayamos a Verde, regresaré a Celeste y volveré al gimnasio…
—Claro, Mist —dijo con sorna—.
—¿No me crees? —le espetó.
—¿Te crees a ti misma?
Soltó las manos de Gary con brusquedad y resopló.
—¿A dónde quieres llegar? ¿Vas a regañarme como Daisy? ¿Vas a…?
—No, no, Mist —alzó las manos con paz, y la pelirroja se extrañó de la tristeza que profesaban sus ojos pardos—.
—¿Entonces?
—Quiero saber por qué vas a Ciudad Verde si planeas volver a recluirte dentro del gimnasio en cuanto acabes. No tiene mucho sentido, ¿verdad?
Sonrió de nuevo mientras volvía a cubrir las manos de Misty con las suyas.
—No te voy a echar nada en cara, ni quiero que justifiques nada —continuó—. Tan solo quiero decirte algo… hemos sido amigos durante estos cinco años. Nos acercó un hecho deprimente, pero tú lo hiciste menos doloroso.
—Lo mismo digo —contestó Misty con timidez, desviando la mirada hacia la tela que cubría el sofá.
—Te has convertido en una de mis mejores amigas, en una persona en la que confío ciegamente. Y, por eso, creo que te mereces saber la verdad.
Aguantó la respiración inconscientemente, esperando aquella verdad que debía ser revelada.
—Misty, me gustas —dijo sin preámbulos—, me gustas desde hace mucho tiempo.
Abrió la boca y el aire que contenía se escapó entre sus dientes. Lo sabía, era consciente de ello, pero eso no hacía que fuese menos llevadero. Mordió con fuerza su labio inferior, carcomida por la culpa.
Si Gary iba a ser tan sincero con ella, ella también debía serlo.
—Lo sabía, Gary —contestó.
—¿Tanto se me notaba? —trató de reír para aliviar la tensión reinante, pero fue una carcajada hueca y superficial.
Misty no contestó, tan solo desvió su vista hacia el suelo.
—Hey, Mist —se giró mínimamente para observar a Gary, quien no parecía compungido por la situación—. Escucha, no tienes que corresponderme ni nada por el estilo. Sé que no lo haces, y no pasa nada, de verdad. Ya lo sabía.
Levantó su vista y le observó con perplejidad. Ante los brillantes ojos aguamarinos de su amiga no pudo evitar sonreír, esta vez con veracidad. Ella era tan ignorante con esos temas como alguna vez lo fue su amigo.
—Sirenita, sé que aquí —dijo, señalando su pecho con el índice— solo hay espacio para él. No te avergüences de ello.
Misty rozó con las puntas de sus dedos el sitio donde le había señalado el investigador, notando su propio latido. Sacudió la cabeza con vehemencia.
—Te equivocas, Gary. No voy a negar que antes estuviera… enamorada de Ash. Pero ahora todo ha cambiado.
—¿Lo dices por él? —ladeó la cabeza, tratando de encontrar sus ojos bajo el flequillo pelirrojo.
—¡Pues claro! ¿Por qué lo iba a decir si no? A veces es como… si no le conociese —sacudió la cabeza de nuevo mientras suspiraba—. Quita el "a veces" y el "como".
—Y por eso le acompañarás a Ciudad Verde, ¿no es así?
—Ni sé por qué he decidido algo tan estúpido, como si eso fuese a cambiar algo…
—Tú eres la única que puede cambiar algo —sonrió—. Venga, sirenita, date una oportunidad alguna vez en tu vida.
Levantó una ceja con escepticismo.
—¿Darme una oportunidad? ¿A mí?
Gary dejó escapar una risita entre dientes mientras se tendía sobre el sofá y adoptaba una ridícula pose dramática, a ojos de Misty. Se tapó los ojos con un brazo mientras estiraba el otro sobre el respaldo del sofá.
—"Nunca podré confesárselo", "él nunca me querrá", "moriré sola…" —dijo imitando la voz de la líder con bastante desviación. Esta sólo le contestó con un puñetazo en el estómago, que provocó que Gary estallase en carcajadas—. ¡Vamos! ¡Me dirás que no es verdad!
—No, y tú tampoco puedes decirme que era mentira —le espetó, cruzándose de brazos.
—Vale, ahí me has pillado. Creo que el idiota de Ash te hubiese rechazado después de horrorizarse y morir por ruborizarse. Pero, como tú dices, ahora todo ha cambiado. Date una oportunidad, Mist. Te mereces ser feliz. O, al menos, quitarte ese peso de encima.
Suspiró, dando por cerrada la conversación. No quería seguir hablando de eso (lo pasado, pasado está), pero sabía que esa conversación le perseguiría durante una temporada, como un mal sueño. Tenía un agrio sabor de boca a pesar de no haber tenido que rechazar a Gary de manera directa, pero seguía siendo un rechazo, al fin y al cabo. Cuando se proponía abrir la puerta y volver al grupo, Gary la detuvo sujetándola nuevamente por el brazo.
—Una cosa antes, Mist —le dijo una vez que la líder le había enfrentado de nuevo—. No quiero que esto se interponga en nuestra amistad, y lo digo totalmente en serio. Quiero que seamos siendo amigos, y quiero que sigas confiando en mí como hasta ahora.
Conmovida por sus palabras, Misty se deshizo del apretón y le abrazó con fuerza, transmitiéndole tanta seguridad como era posible.
—Eres un idiota, Oak —dijo, dándole una palmada en su pecho—. ¡Por supuesto!
—Siempre podrás contar conmigo, Mist, a pesar de estar aquí —le dijo seriamente, correspondiendo al abrazo—. Llámame si necesitas algo. O si quieres que esté ahí para rescatarte cual damisela en apuros.
—Ya tardabas en empezar con tus tonterías… —rodó los ojos separándose de él.
El investigador sonrió con ternura y posó sus labios sobre la frente de Misty, quien se sonrojó ante aquel contacto.
—Cuídate mucho, sirenita —dijo contra su piel—.
—Y tú, Gary.
Cuando se dirigieron de nuevo hacia la sala principal se percataron de silencio que reinaba en el laboratorio. No se oían los gritos de Ann ni voces a lo lejos. ¿Tanto tiempo habían estado hablando?
En la sala principal tan solo se encontraba el viejo profesor Oak encorvado sobre una pila de libros, con la esfera brillando a su lado.
—Abuelo, ¿y los demás? —preguntó Gary.
—Han ido a preparar las cosas para el viaje —les observó durante un instante a través de unas gafas cuadradas que colgaban de su arrugada nariz—. Daisy y Ash te están esperando fuera, Misty.
Misty asintió, súbitamente nerviosa ante la mención de la segunda persona que le esperaba. Como suponía, la conversación del idiota de Gary Oak rondaba alrededor de ella, y seguro que le proporcionaba más de un dolor de cabeza. Le maldecía interiormente cuando se dio cuenta que no caminaba a su lado.
—¿Gary? —preguntó.
—Yo… mejor que quedo aquí —le regaló una sonrisa, y ambos sabían que sería la última en mucho tiempo—. Buena suerte, Misty.
Asintió, incapaz de devolverle la sonrisa, y salió de la sala más deprisa de lo que pretendía. Caminando por el pasillo hacia la salida, reflexionaba sobre lo mucho que había cambiado, también, Gary Oak. De un niño arrogante perseguido por un grupo de molestas admiradoras pasó a ser un joven serio y entregado a su trabajo, y alguien a quien le gustaba. Aún le costaba admitir que a aquel soberbio personaje le pudiese gustar alguien tan simple como lo era ella, pero decidió no pensar más en el tema.
Y algo le ayudó con su meta de distraerse. En el exterior del laboratorio y resguardándose bajo el pequeño tejado que cubría la entrada, Ash y Delia mantenían una conversación que parecía íntima a primera vista. Se detuvo a una distancia prudencial tratando de respetar su intimidad, pero dejes de la conversación iban y venían a sus oíos. Observó con atención el rostro emocionado de Delia al borde de las lágrimas, y el gesto impasible del pelinegro, aunque sus ojos se contradecían con la fina línea que delineaba su boca.
Una frase llegó completa, a diferencia de las palabras sueltas que había escuchado. Quizás fuese por el tono más grave utilizado o, quizás, había agudizado su sentido al percibir su voz.
—Volveré —dijo Ashton, abrazando con ternura a Delia—. Lo prometo.
Delia le rodeó con sus finos brazos y musitó un leve "volveréis", aunque no estaba segura de haber oído correctamente. Cuando se separaron, ambos se percataron de la presencia de Misty, y la señora Ketchum vino a ella con los brazos abiertos, despidiéndose de ella con otro abrazo.
—Cuídale —le susurró Delia en su oreja.
Misty solo asintió, tragando con dificultad. Ashton, con los brazos cruzados, habló cuando ambas mujeres hubieron roto el contacto.
—¿Nos vamos? —preguntó a la líder con las cejas levantadas.
Volvió a asentir, incapaz de decir palabra. A fuera, bajo la lluvia, se despidió de Daisy y Tracey, aunque no negaría que intentó evitar que aquella despedida temporal se alargase más de lo debido, evitando así que Daisy comenzase a regañarla de nuevo por su decisión. Se subió al deportivo negro de Gary y, por afanes del destino, le tocó sentarse de nuevo en el asiento del copiloto, junto a Ash. Brock y Elizabeth habían ocupado los traseros, y resultaría extraño que se apretujasen los tres atrás estando un sitio libre delante. También les maldijo por lo bajo cuando Ash arrancó y se abrieron camino entre la tormenta, que amenazaba con desatarse aún más.
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El sonido de las gotas al impactar sobre el chasis del coche era relajante y, en cierto sentido, reconfortante, pero no era suficiente para calmar sus ajetreados pensamientos. La conversación con Gary, a pesar de haber sido agradable, amistosa y de conocer sus sentimientos con anterioridad, le había impresionado. Aunque esa impresión no era lo que ocupaba su mente, sino sus tristes ojos. Conocía a la perfección el sentimiento de un amor no correspondido, callado durante años a sabiendas que jamás sería mutuo, y se odió a sí misma por ser ella la culpable de la aflicción de Gary. Se sentía hipócrita, además de egoísta. Gary estuvo ahí para ella cuando su "supuesto" mejor amigo no, porque él le había abandonado uniéndose a la banda criminal más grande de todo Kanto y…
Suspiró. Sabía que no podría corresponder nunca a Gary porque jamás sentiría por él algo diferente que amistad, y tampoco podía odiar a Ash por haberse unido al Team Rocket.
Pero sí podía odiarse a sí misma y lo hacía con total vehemencia, porque se encontraba estúpidamente nerviosa al lado del pelinegro. Le volvió a observar por el rabillo del ojo por quincuagésima vez: su brazo izquierdo estirado sobre el volante, el derecho sobre la palanca de marchas, vista al frente sin mostrar nada más que seriedad, mandíbula delineada, cuello estirado de forma natural. No había cambiado nada desde la última vez que le miró, y se sintió tonta por hacerlo de nuevo, como las anteriores cuarenta y nueve veces.
—¿Te pasa algo? —su voz la sobresaltó tanto que estaba segura de haber brincado sobre el asiento. Ahora era Ash quien la miraba de reojo, alternando su vista entre ella y la carretera que serpenteaba a través del Bosque Verde, la ruta más directa hacia la ciudad.
Dio gracias a que Brock y Elizabeth se encontrasen sumergidos en una conversación sobre crianza que se había prolongado desde que comenzaron el viaje. No quería que su incomodidad creciese más aún si ellos dos escuchaban su conversación.
—¿Por qué lo dices? —preguntó mientras se cruzaba de brazos, tratando de evitar que el pelinegro se diese cuenta del temblor que asolaba sus manos.
—Llevas un buen rato suspirando.
Tuvo ganas de darse en la cara, pero resistió el impulso. Trató de desviar la conversación hacia un terreno menos invasivo, es decir, que el tema de conversación fuese cualquiera, literalmente, menos ella. Como si hablasen de las antenas de los Butterfree.
—Quizás tenga que hacerte la misma pregunta —reunió el valor suficiente para mirarle directamente, tratando de ocultar su nerviosismo—. Llevas viendo el retrovisor desde que entramos al bosque.
Las ganas de golpearse a sí misma aumentaron exponencial –y peligrosamente- tras sus palabras. Oh, genial, ahora Ash creería que…
—Creo que me estoy volviendo paranoico —le contestó con inusitada afabilidad, mirando de nuevo el espejo retrovisor.
—¿Por qué… lo dices?
—Ese coche… nos lleva siguiendo desde que entramos en el bosque, como has dicho. Pero… si quiere ir a la ciudad, tendrá que ir por el mismo camino que nosotros, ¿no?
Quería sonar despreocupado, pero Misty percibió la duda en su voz. Volteó para ver el coche por el cristal trasero, pero solo pudo apreciar los dos faros iluminados del coche que iba detrás de ellos.
Peligrosamente cerca de ellos.
—Va muy cerca —le dijo a Ash.
—Lo sé.
Tensó la mandíbula y el brazo, apretando el volante. De pronto, un chirriante sonido de ruedas contra el asfalto les sobresaltó, y ambos observaron cómo el susodicho coche irrumpía por el carril contrario dispuestos a adelantarles. Quizás por ello se encontraba tan cerca…
Pero, cuando les sobrepasó, giró inesperadamente y acabó en horizontal, ocupando toda la carretera. Misty dejó escapar el aire de pronto mientras que Ash giraba violentamente el volante y…
Un trueno resonó a lo lejos y, después, el relámpago les iluminó.
Continuará.
Disclaimer: Pokémon no me pertenece, es en su totalidad de Nintendo y Game Freak.
Antes que nada, no me matéis, ¡por favor! Si no, no habrá continuación... pero podéis tirarme tomates si lo queréis. ¡Me lo merezco!
Bueno, este capítulo ha salido fácil y me ha gustado mucho, mucho. Lo único destacable -y algo que me ha hecho gracia- es que algunos de vosotros me pedíais más momentos de Ash y Misty -que estoy deseando escribir, en serio-, y... os sorprendo con una escena de egoshipping de improvisto, ¡e improvisto hasta para mí! Había sopesado la idea de que Gary guardase sentimientos hacia Misty, pero dudaba si incluirlos o no... hasta el momento en que me encontré escribiendo este capítulo y decidí incorporar esa escena. ¡Más martirio para la pobre Misty, viva! *le lanzan tomates*.
Como al final de cada capítulo y, como siempre, agradecer infinitamente el apoyo y los reviews recibidos. Los contestaré uno a uno dentro de unas horas, ya que aquí es pasada la medianoche y mañana tengo un día ajetreado... -¿por qué siempre acabo actualizando a las tantas de la noche?-.
¡Muchas gracias por leer, y espero que nos volvamos a ver pronto!
Reviews:
Misuzu93: ¡Hola, un placer! Muchas gracias por leer mi fic y otras mil gracias por dejar un review. ¡Y, tranquila! Yo también estoy deseando escribir más escenas sobre Ash Misty, y habrá muchas, pero antes deben conocerse el uno al otro de nuevo y volver a ser amigos, retomar la confianza. Pero no te preocupes, te aseguro que habrá momentos pokéshipping muy pronto, ¡ya lo verás! ¡Un abrazo, cuídate!