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Parcialmente Vivo
Maye Malfter
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Epílogo
Sherlock sentía los párpados pesados y la mente en blanco, como si estuviera despertando de un largo sueño en el que había estado sumido demasiado tiempo. La luz se colaba entre la fina membrana que protegía sus ojos, y algunos sonidos y pensamientos hacían su camino desde su alrededor y hacia su adormilado cerebro.
Estaba semi sentado en lo que parecía ser una cama de hospital, con el torso descubierto y una fina sábana cubriéndole de la cintura para abajo. Tenía algunos catéteres y cables adheridos a su cuerpo y una suave almohada descansaba detrás de su cabeza. No llevaba más ropa que lo que se sentía como un pijama de algodón, y el frío en la habitación estaba comenzando a subírsele por los pies. Ojalá alguien le cubriera con una manta.
Como si le hubieran leído el pensamiento, alguien le cubrió las piernas con lo que parecía ser una manta de lana, a lo que Sherlock intentó sonreír en agradecimiento pero no estaba muy seguro de haberlo conseguido. Los sonidos a su alrededor se entremezclaban con la nueva información que su cerebro trataba de procesar, como los inconfundibles latidos de su corazón y el sube y baja de sus pulmones al inhalar y exhalar. Fragmentos de voces que no alcanzaba a reconocer del todo le llegaban de repente, señal inequívoca de que no estaba solo en ese lugar.
De repente recordó la azotea del Barts, cómo había estado abrazado a John un segundo y al siguiente ya no había podido sostenerse en pie. Lo último que supo fue que John le llevaba en brazos a algún sitio, para luego despertar justo donde estaba, con la mente sumida en una densa niebla y los sentidos sobresaturados.
—¿Es normal que tarde tanto tiempo en reaccionar?
La voz de John se coló en sus pensamientos, mucho más clara que cualquier otro sonido que hubiera percibido en los últimos momentos. Sonaba preocupado.
—Le recuerdo que no hay parámetros que nos guíen en este caso, doctor Watson —explicó una voz de mujer, que al detective se le hacía extremadamente conocida—. Tan sólo nos queda esperar.
Desde algún lugar de su cuerpo, Sherlock pudo reunir la energía necesaria para abrir los ojos, siendo encandilado de inmediato por la cantidad de luz en el lugar. No parecía ser más que luz matinal colándose por la ventana abierta, pero para él era como mirar directamente al sol.
—Mucha... luz —logró articular, sintiendo la garganta seca. Se tapó los ojos con una mano hasta que alguien corrió un poco las cortinas.
Cuando sus ojos por fin se adaptaron, Sherlock parpadeó varias veces, mirando hacia todos lados. Vio a John junto a su cama, sonriéndole abiertamente y con la mirada cálida, lo que hizo saltar su renovado corazón. De pie cerca de él estaban Mycroft y la doctora Stapleton.
—Bienvenido de vuelta, señor Holmes. Tal parece que a sus ojos les tomará un poco acostumbrarse a la luz, pero espero que no sea algo permanente. ¿Cómo se siente? —preguntó Stapleton, llamando su atención. Sherlock se obligó a mirarla.
—Diferente... —respondió Sherlock sin pensar—. ¿Qué fue lo que me pasó?
—Me temo que eso es algo que no podemos explicar de momento, querido hermano —intercedió Mycroft, al tiempo que la mujer daba la vuelta a la cama para buscar algo en una habitación contigua, probablemente el baño—. No sin recurrir a decenas de profecías religiosas sin base científica, al menos.
La doctora Stapleton regresó y colocó algo sobre su regazo, lo que hizo a Sherlock girar el rostro. Un sencillo espejo de mano descansaba ahora sobre sus piernas.
—Véalo por usted mismo —dijo simplemente, instándole a tomarlo. Sherlock así lo hizo, y poco le faltó para soltarlo cuando vio el reflejo que éste le devolvía.
Era él, simplemente él, tan él como antes de haberse suicidado. Su piel ya no era gris ni sus labios eran púrpura, el amarillo de sus irises había sido reemplazado por su heterocromático y familiar verdiazul y sus pupilas volvían a ser redondas y adaptables. No había marcas de venas oscuras surcando su rostro ni nada que se le pareciera, e incluso las manos con las que sostenía el espejo habían vuelto a la normalidad. Sus deducciones habían sido correctas: no había muerto aquella noche, había comenzado a vivir de nuevo.
—¿Cuánto tiempo estuve inconsciente? —preguntó, dirigiendo su mirada hacia John.
—Un par de días —respondió la doctora Stapleton en su lugar—. Luego del primer día tuvimos que ponerle un catéter para rehidratarlo vía intravenosa, y creo no equivocarme al afirmar que a estas alturas debe tener mucha hambre. Supongo que es normal luego de estar muerto tanto tiempo.
—¿Quiere decir eso que estoy...?
—Vivo —completó John por él, acercándose y posando una mano sobre la suya—. Y listo para regresar.
Sherlock no pudo sino sonreír, sin importarle que Mycroft y Stapleton también estuvieran en la habitación. No era momento de pensar en tonterías como la vergüenza, no cuando acababan de decirle que estaba vivo de nuevo, y mucho menos sabiendo que muy pronto ambos, él y John, podrían regresar a casa para disfrutar de su nuevo y prometedor futuro juntos.
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Fin~