Disclaimer: me encantaría decir que la idea fue mía. Pero, en realidad, está basado en el prompt#487 de «Drarry prompt of the day». Los personajes y el universo son de la Ro. Hay como una cita por ahí de los Simpsons y otra de la Biblia. Este fic ha sido creado para el "Amigo Invisible Navideño 2015-2016" del foro "La Noble y Ancestral Casa de los Black". Vamos, que si me apuras mío, lo que se dice mío, solo son las bragas que llevo.

Aun así, aquí va Druida con uno de sus Drarrys. Y para Nochedeinvierno13-Friki. Disfrutad (y si sentís simpatía por mí, comentad):


SYMPATHY


Capítulo 1: El campeón de Hogwarts

Tenía que haberse dado cuenta antes de que algo raro iba a ocurrir. Probablemente, aquella nota a pie de página («una túnica de gala») de la carta de pertrechos escolares debería haberles alertado. Pero no lo hizo. Se suponía que iba a ser un año tranquilo. Un último año en el que prepararse para los ÉXTASIS y poder entrar así en el programa de formación de aurores (porque uno, por muy Harry Potter que fuera, no podía acceder a él sin la formación necesaria. Qué locura). Un último año para disfrutar –esta vez sí- sin preocupaciones con Ron y Hermione. Y Ginny, claro.

Pero Ginny no volvió al colegio. No se lo dijo hasta el último día de agosto, poniendo una mano sobre el brazo y con palabras rotas. Dijo que no quería, que no podía, volver al castillo, que quería quedarse en casa y, quizá, ayudar a George con la tienda. Y Harry no la culpó. Había demasiados fantasmas. Para los dos.

Pero para él, Hogwarts siempre había sido algo más, un hogar. Y junto a esa sensación de desasosiego había otra que, como una pequeña lucecilla, brillante en el fondo de su pecho. Realmente quería asistir a aquel año que había perdido.

Así que rompieron. No porque alguno de los dos estuviera buscando empezar una relación nueva. Simplemente, porque durante aquel verano no habían sido capaces de recuperar el tiempo perdido y esperar otro año parecía posponer aquel momento aún más.

Pero no todo estaba perdido en su camino a la normalidad. A pesar de que el Ministerio de Magia había organizado aquel año unos ÉXTASIS extraordinarios en el mes de agosto, muy pocos magos habían conseguido superarlo (o, por lo menos, muy pocos con los resultados esperados). Lo que se traducía en que, aquel año, también estarían Neville, Seamus y Dean allí. Como en los viejos tiempos.

Lamentablemente, no fueron los únicos que regresaron. Y, aunque Harry sabía que era una posibilidad, nunca se le ocurrió pensar que pudiera ser una realidad. Malfoy también había regresado.

(Y con él, Goyle y Parkinson).

Aun así, Harry mantuvo la esperanza de que, en realidad, ahí se acababan las cosas. Porque aquel iba a ser su año. La mantuvo hasta el momento en el que McGonagall se levantó de su asiento para dar el discurso de bienvenida.

Porque, en primer lugar, aquel año todos aquellos que repetían serían relocalizados en una de las torres en lugar de en sus salas comunes. Debido a «problemas de espacio» (ja) y para ayudar a «romper tensiones existentes» dentro del curso que más había sufrido la guerra (ja). Exceptuando eso, y que tendrían las clases juntos, a todos los efectos seguirían perteneciendo a sus casas.

En segundo lugar, se volvería a celebrar el Torneo de los Tres Magos (a pesar de que se debería celebrar al año siguiente en todo caso y para «fomentar la unión del colegio y crear lazos con magos de otros países»). Lo que a Harry le pareció una absoluta aberración.

En tercer lugar, porque cuando subieron a la Torre Oscura (que, de verdad, ¿en qué estaba pensando McGonagall cuando decidió que el lugar óptimo para realojarlos era una torre medio abandonada que había servido de prisión siglos atrás?) descubrieron que los dormitorios habían sido dados por orden alfabético.

Lo que significaba que Neville y Seamus dormirían en el otro dormitorio mientras que Ernie Macmillan y Malfoy dormirían en el suyo.

—No vamos a participar —dijo Neville horas después. Se habían juntado en el aula de Transformaciones (el lugar más cercano libre de Goyle, Malfoy y Parkinson), formando un corro a su alrededor. En seguida un murmullo de aceptación recorrió la sala.

A decir verdad, Harry no conocía a la mayoría de asistentes. Además de ellos y de Terry Boot, Anthony Goldstein, Ernie, Padma Patil, Lisa Turpin, Luna Lovegood y Dennis Creevey, había, al menos, una docena de caras nuevas que asentían fervientemente ante las palabras de Neville. Aquel había dejado de ser su ED tiempo atrás, pero había algo reconfortante en haber sido invitado a la reunión. En volver a ser parte de ello.

—Es un insulto —asintió Ernie, cruzado de brazos y asintiendo con la cabeza de una forma un tanto exagerada—. A lo que ocurrió el año pasado y a Cedric. No se puede obligar a olvidar.

—Deberíamos boicotearlo —opinó una chica de Gryffindor con la placa de prefecta, levantando la nariz y calcando la postura de Ernie.

Ron, al lado de Harry, se inclinó hacia él y susurró:

—Y lo peor es que no va a haber Quidditch.

—¡Ron! —le chitó Hermione dándole un codazo en las costillas. Ron hizo una mueca y se palpó el abdomen, pero no se quejó.

Harry sonrió. A pesar de todo (a pesar del Quidditch, Malfoy, la Torre Oscura y el Torneo de los Tres Magos), estaba en casa. Y, de todas formas, siempre podían jugar entre ellos, ignorar a Malfoy, decorar la torre para hacerla más amigable (y Dean era el mago perfecto para el trabajo) y pasar del torneo y sus pruebas.

—Podemos hacer panfletos —añadió un chico de Hufflepuff que, a opinión de Harry, no parecía tener más de quince años— y repartirlos.

—Mi hermana está en el club de literatura mágica medieval, seguro que puede comentarlo allí…

—¡Y yo en el de ajedrez!

Neville clavó sus ojos en él y sonrió con complicidad durante un instante. Harry parpadeó, notando que algo cálido se asentaba al fondo de su pecho. Al darse cuenta de que estaba sonriendo como estúpido, se ruborizó y apartó la mirada. Pero no tardó demasiado en volverla a fijar en él.

Neville había cambiado. Se había dado cuenta durante la Batalla de Hogwarts, pero entonces no había tenido tiempo para fijarse. No de verdad. Neville era casi tan alto como Ron y, a pesar de llevar un pijama de rayas bajo una bata con lo que parecían pequeñas snitches, se notaba que había perdido bastante peso durante el transcurso del año anterior. Incluso se notaba en su rostro, antes tan parecido al de Alice Longbottom y ahora más angular y marcado.

Pero el mayor cambio venía con él. Con su postura, la espalda recta y la cabeza alta. Con su mirada, que poco tenía que ver con el muchacho que había llevado una maceta a todas partes. O quizá siempre había estado allí, pero Harry jamás la había visto.

No de verdad.

No le extrañaba que la mitad de las chicas de la sala tuvieran sus ojos fijos en él y esas sonrisitas tontas.

Neville volvió a pasar la mirada por el grupo –y Harry podría jurar que cayó en él un instante más que en los demás- antes de asentir solemnemente.

—Bien, pues ya sabéis qué tenéis que hacer cada uno. ¿Os parece bien que nos veamos todos los jueves?


Evidentemente, nadie se molestó en decirle nada a Malfoy. Tal y como comprobaron dos meses después, cuando los alumnos de Beauxbatons y de Durmstrang ya estaban en el castillo (porque Harry había ganado la anterior edición y, por lo tanto, volvía a tocarle a Hogwarts alojar el evento. Evidentemente). Igual que en cuarto curso, el Cáliz de Fuego se colocó en la entrada al castillo y, a su alrededor, una gruesa línea blanca que marcaba hasta dónde podían acercarse los menores de diecisiete años.

Y, evidentemente también, Malfoy no esperó a un momento íntimo para echar su nombre al cáliz. En realidad, hasta aquel momento, Harry apenas había notado su existencia. Lo cual era una mejora, si se comparaba con otros años. Incluso teniendo en cuenta que compartían dormitorio, Harry no le había escuchado decir más de una docena de frases enteras. Malfoy solía pasar poco tiempo en su dormitorio y menos aún en su sala común y, en general, tenía suficiente cuidado como para encontrarse a solas con nadie que no fuera Goyle y Parkinson. Pero, evidentemente, aquella tranquilidad no podía para siempre.

Y Malfoy escogió aquella mañana del uno de noviembre para montar su pequeño espectáculo.

Harry había bajado el último tramo de escaleras hablando con Neville sobre el trabajo que les había mandado la profesora Sprout (trabajo que, en realidad, Harry ya lo había terminado. Pero Neville parecía tan entusiasmado en echarle una mano con el tema que Harry había preferido dejarle hablar), cuando Malfoy les adelantó y cruzó la línea de edad.

Ron fue el primero en verlo y le dio un codazo en las costillas, señalándolo sin ninguna clase de disimulo. Harry frunció el ceño.

—No será capaz —murmuró Neville deteniéndose a su lado en un tono tenso.

Lo fue. Se arremangó la mano derecha (y Harry no pudo evitar notar que, antes de hacerlo, había echado un rápido vistazo hacia atrás, hacia ellos. Como para asegurarse de que estaban mirando) y dejó caer sobre el cáliz su nombre.

—Oh, Draco —dijo Pansy en un tono demasiado teatrero como para sonar natural, tras dejar caer su nombre sobre el fuego azulado. Goyle, detrás de ella, hizo lo propio—. Estoy segura que el Cáliz de Fuego te elegirá a ti.

—Si realmente fuera imparcial… —Malfoy se giró hacia ellos y miró a Harry directamente a los ojos, en un gesto claramente desafiante—. Pero ya sabemos cómo funciona la imparcialidad en este colegio, ¿eh, Potter?

—Qué idiota —murmuró Hermione encogiéndose de hombros—. Venga, vamos.

Harry arqueó una ceja y notó la mano de Neville en su hombro. Giró la cabeza rápidamente hacia él, olvidándose completamente de Malfoy y sin saber si era un gesto para calmarse a sí mismo o para calmarlo a él. Fuera como fuese, Harry se dejó guiar hacia el Gran Comedor con una sonrisa tonta en los labios.

—Al menos yo tengo el valor de echar mi nombre delante de otras personas —añadió Malfoy a sus espaldas utilizando un tono demasiado agudo, como si intentara recuperar su atención.

Nadie se molestó en sacarle de su error. Total, ¿qué probabilidades había de que el cáliz escogiera a alguien tan infame como Draco Malfoy para representar a Hogwarts?


Al parecer más de las que ellos se imaginaban.

Harry parpadeó al ver el papel. En realidad, él no quería estar allí, delante de toda la escuela (de la suya y de las dos visitantes), sacando los nombres de los campeones. No quería porque no estaba de acuerdo, porque se sentía expuesto como una especie de trofeo.

Solo estaba allí porque McGonagall se lo había pedido como favor especial. «Es tradición que el anterior campeón del Torneo saque los nombres del cáliz» (y se cayó que en la anterior edición lo había hecho Dumbledore). Neville le había mirado como si se sintiera traicionado y Harry se había odiado a sí mismo. Claro que lo había entendido, probablemente él también lo habría hecho si McGonagall se lo hubiera pedido a él. Pero eso no quitaba que le gustara.

Pero se lo había pedido a Harry. A Harry, que odiaba hablar en público (Merlín sabía lo que le había costado al principio el ED y se suponía que todos eran amigos o, cuanto menos, conocidos). Notaba los ojos clavados en él, impacientes. Se giró hacia McGonagall, queriéndola advertir. Ella solo arqueó las cejas e hizo un gesto con la cabeza, animándolo a leer el papel.

La caligrafía curvada y redonda, casi de chica, parecía brillar frente a sus ojos. Se mojó los labios, intentando sonar lo más claro posible, y dijo:

—Draco Malfoy. —Probablemente demasiado bajito, un grupo de chicos de Ravenclaw que estaban cerca de la mesa de profesores fruncieron el ceño. Así que se aclaró la garganta y repitió—: DRACO MALFOY. —Las pocas conversaciones que había a lo largo del Gran Comedor decayeron rápidamente, incluso entre los alumnos invitados, convirtiéndose en un silencio incómodo. Harry movió el pequeño trozo de pergamino, como intentando explicar que él no tenía nada que ver en aquella decisión.

La cabeza rubia de Malfoy era perfectamente distinguible. Sentado en la mesa Slytherin, apenas se había movido. Desde allí arriba, parecía más pequeño. Como si intentara mimetizarse con el ambiente, volverse invisible. De alguna forma, al ver a Pansy empujarle para que se levantara, a Harry le recordó a sí mismo cuatro años atrás.

Con la diferencia de que Malfoy había sido tan estúpido de echar su nombre al cáliz, claro.

Cuando Malfoy dio el primer par de pasos, un pequeño murmullo («¿de verdad van a dejarlo participar? ¡Pero si es un mortífago!») empezó a alzarse entre los alumnos. Malfoy cerró los ojos un instante antes de volver a abrirlos y continuar su camino hacia la pequeña habitación anexa al Gran Comedor. Con los hombros rectos y la cabeza, alta, como si no existiera nada mejor que haber sido elegido.

A Harry no se le escapó que tenía los puños cerrados.

—Ya puedes sentarte —le dijo la directora McGonagall, colocando una de sus manos sobre su hombro. Harry le ofreció el papel con el nombre de Malfoy, tal y como había hecho con el de las campeonas de Beauxbatons y de Durmstrang—. Muchas gracias, Harry.

Harry asintió y, tras echarle un último vistazo a la nuca de Malfoy, volvió a la mesa Gryffindor.

Ron tenía una sonrisa tonta en los labios.

—Es genial, ¿verdad? —preguntó en cuanto Harry se sentó junto a él.

—Es vergonzoso —opinó Neville, frunciendo el ceño—. Solo el que se presentara. Pero, ¿que lo hayan escogido a él? ¿A Malfoy?

No hacía falta decir por qué lo decía. Qué había hecho Malfoy para ganarse la antipatía de Neville y, para qué negarlo, de prácticamente todo el castillo.

Harry, que estaba sentado frente a él, se encogió de hombros, intentando trasmitir que, en realidad, a él le importaba más bien poco.

—Supongo que es una muestra de cuán imparcial es el cáliz —dijo, pensando en la ironía del asunto.

—¿Creéis que lo ha salido su nombre porque solo él, Goyle y Parkinson se presentaron? —continuó Ron inclinándose junto a Harry para asegurarse de que lo escuchaban Seamus y Dean—. Oh, Merlín, eso sería tan divertido.

—La verdad es que no creo que el que haya salido Malfoy ayude mucho a unir a la escuela —intervino Hermione, estirando su cuello detrás de Ron—. En todo caso, unirla en su contra. Malfoy no tiene muchos amigos.

—¿Alguna vez los tuvo? —intervino Seamus al otro lado de la mesa, soltando un bufido—. Si me preguntas a mí, Goyle y Parkinson no son más que sus seguidores. Ya la oísteis. «Oh, Draquito, eres tan genial, si no te escoge a ti es que el cáliz es tonto más que tonto».

Su voz aguda durante la imitación había llamado la atención de los chicos que se sentaban cerca de ellos, que rieron sin ninguna clase de disimulo mientras empezaban a levantarse para volver a la sala común de Gryffindor.

Había algo horrible en aquella risa sin vergüenza, como si no tuvieran permiso para reírse de él. Malfoy era el incordio de su año, su broma. Apretó los labios y giró la cabeza. Para alivio de Harry, Neville seguía teniendo una expresión seria y, al hablar, su tono se mantuvo serio y bajo. Íntimo.

—Quizá no fue tan buena idea la de no participar —dijo levantándose de su asiento—. No sé qué me gusta menos: que se organice el Torneo o que sea Malfoy nuestro representante.

—Se va a poner insoportable —opinó Seamus haciendo una mueca y golpeando la mesa antes de levantarse—. Como si no le conociéramos a estas alturas.

Sin embargo, Seamus se equivocó. Malfoy no se regaló ni un momento de autocomplacencia cuando regresó a la Torre Oscura. Sin decir nada, pasó por la sala común y subió las escaleras que conducían a la sala habilitada para hacer de sus dormitorios. Cabizbajo y ante la atenta mirada de sus compañeros de casa, ni siquiera dejó que Goyle o Parkinson le siguieran.

Cuando fueron a dormir más tarde, las cortinas de la cama de Malfoy ya estaban corridas y las luces apagadas.


continuará.