NA: Este es mi primer long-fic sobre Crepúsculo, así que no seáis muy duros conmigo :3
A tener en cuenta:
*Cada vez que encontréis una parte en cursiva significa que son pensamientos de otra persona que Edward está presenciando. También puede haber alguna que otra palabra en cursiva, pero en ese caso es sólo para dar énfasis.
*Encontraréis un personaje nuevo (Original Character) llamada Aliana. Podéis ponerle cara si ponéis en el buscador "Marina Laswick".
*Los reviews son a coste cero, agradezco todos y cada uno de ellos :)
Y nada más, ¡espero que os guste!
DESDICHAS DE UN COMPROMISO INOPORTUNO.
I. Belleza.
Aunque estaba acostumbrado a rodearse de los rostros más bellos desde hacía décadas, cada vez que la miraba era como si un vendaval divino le golpeara en la cara.
La belleza de Aliana era tal que podía dejarte embelesado con una sola mirada a la profundidad de sus ojos acaramelados. Cada vez que se movía parecía hacer un bello llamamiento a la deidad, y el dorado de sus cabellos cayendo en cascada por su pecho hipnotizaba y cegaba al mismo tiempo.
Sólo llevaba una milésima de segundo frente a ella, pero Edward ya se encontraba completamente fascinado.
—Deje que me presente, bella —dijo, pronunciando esa última palabra con un exquisito acento italiano que la hizo sonreír levemente. Luego tomó la mano que delicadamente extendía hacia él y besó el dorso con suavidad—. Mi nombre es Edward Cullen y estoy encantado de conocerla.
Levantó la cabeza para mirarla. Si no hubiera sido porque hacía bastante tiempo que había dejado de necesitar el aire para vivir estaba seguro de que su despampanante belleza le habría dejado sin respiración. Su pálido rostro de perfecta porcelana se giró una casi imperceptible milésima hacia donde se encontraba su padre.
Junto a Carlisle, Caius Vulturi permanecía de pie, impasible como un trozo de mármol.
—Padre, usted nunca mencionó que Carlisle hubiese transformado al apuesto muchacho que se encuentra frente a mí —comentó la chica un tanto divertida.
—De eso hace exactamente ochenta años y seis días —respondió su padre, dejando escapar una amable sonrisa por entre sus labios.
—Ochenta años de mi eterna vida, desperdiciados —apuntó ella. Edward observó por el rabillo del ojo cómo Caius fruncía el ceño durante unos segundos.
—Aliana —dijo su padre duramente. Era evidente que estaba haciendo un gran esfuerzo por mantener la calma—. Las damas no dicen esas cosas tan… atrevidas.
—No se preocupe, padre, estoy segura de que a Edward no le han inquietado demasiado mis palabras —dijo con voz melosa mientras desviaba los ojos hacia él sin hacer ningún movimiento.
—En absoluto —confirmó él mientras sostenía sus manos tras la espalda.
Un silencio perturbador se instaló en la fría habitación sin ventanas en la que se encontraban, provocando así que aquella situación se volviera más tétrica de lo que ya era.
Aunque Caius conocía de sobra su habilidad de leer las mentes, sus pensamientos no dejaron de gritar improperios y barbaridades contra los que se habían atrevido a presentarse allí para, según él, quitarle a su niña.
Conoció entonces la historia de Aliana a través de los recuerdos de su padre, que ante la perspectiva de que hubiera podido llegar la hora de que se separara de él, no había podido evitar rememorar los primeros años de vida…
Aliana recién nacida sobre el pecho de su madre, hastiada por el esfuerzo sobrehumano de haber dado a luz a su primogénita.
Aliana abriendo los ojos por primera vez, maravillando a sus padres con ese bonito color celeste que imitaba la cianita.
Aliana cumpliendo su primer año, siendo el bebé más hermoso que había visto en sus casi cien años de existencia.
Aliana dando sus primeros pasos, Aliana diciendo su primera palabra.
Aliana creciendo. Aliana con diez años frente al espejo, peinando sus rizos dorados con un cepillo antiguo con detalles plateados.
Aliana sonriendo junto a su madre, tan parecida a ella.
Aliana escribiendo sobre un pergamino una carta para alguna amiga.
Aliana plácidamente dormida mientras las manos de su padre la arropaban dulcemente.
Aliana empezando a presentar los primeros indicios de estar convirtiéndose en mujer. La tristeza de su padre al comprender que Aliana ya no es una niña.
Aliana dando su primera mala contestación, y Aliana encerrándose en su cuarto después de recibir el bofetón de su padre.
Aliana cumpliendo la mayoría de edad y sus mejillas sonrojándose bajo la mirada de todos los que le deseaban un feliz cumpleaños.
Y de repente, oscuridad. Dolor. Frío, mucho frío.
Un grito de espanto y sangre, mucha sangre. La mujer de Caius tirada en el suelo, con los ojos desmesuradamente abiertos debido a la sorpresa y el dolor, ahogándose en su propia sangre con el cuello abierto.
Y luego Aliana, de pie frente a ellos, helada de miedo y sin saber qué hacer.
Y después Caius saltando sobre ella. Y luego terror. El desmesurado horror de la poca razón que queda en su conciencia advirtiendo que, de no parar, también mataría a su hija.
Y más sangre, y Aliana en el suelo, revolviéndose bajo él mientras su padre lidiaba una dolorosa batalla interna entre el frenético deseo de la sangre y el desmedido amor de un padre por su única hija.
Y más tarde Aliana abriendo los ojos. Pero no sus preciosos ojos azules, sino unos terroríficos ojos rojos. Rojos como el fuego, rojos como el infierno, rojos como el carmín que su difunta madre le dejaba en la piel cada vez que besaba dulcemente sus mejillas.