Disclaimer: Naruto y sus personajes pertenecen a Masashi Kishimoto.


¡Hola! este mi primer fic de este anime (mi fandom principal es DBZ :P) pero quise escribir sobre mi personaje favorito en Naruto: Kakashi Hatake. Tomando en cuenta las fechas que próximamente viviremos me pregunté como sería para Kakashi pasar una navidad y un año nuevo. Así que tomando eso como base escribí este oneshot que espero les guste. Por cierto, finalmente hice caso omiso de la navidad porque no creo que en el mundo shinobi la celebren pero el año nuevo me imagino que si.

Sin más que decir, muchas gracias por leer y como ya está muy cerca, les deseo una muy feliz navidad también ;D


Soledad


Soledad.

No angustiosa, no sufriente, sino fría. Oscura, gélida, apática.

La soledad puede doler, pero cuando te acostumbras a ella ya no lo hace. Simplemente te deja de importar.

Eso había sucedido con Kakashi Hatake, el famoso y legendario copy ninja.

Guerras. Batallas.

Aquellas siniestras palabras le habían quitado todo lo que alguna vez había amado... a su padre, a su sensei y también a sus dos entrañables compañeros de equipo, Rin y Obito.

Kakashi, de todos sus seres queridos, era el único sobreviviente. El único que tenía la "dicha" de seguir con vida.

¿Pero por qué seguía con vida? ¿Cuál era el propósito que hacía que su corazón latiera? ¿Había un motivo que realmente tuviera un significado?

Durante años se lo preguntó una vez tras otra y la fría respuesta era siempre la misma: cumplir con el deber. No había nada más ni nada menos que eso. Su camino shinobi era la única motivación que hacía que continuara su oscura vida.

Vivir el día a día era todo. No tenía ninguna meta personal; sólo las profesionales como ninja de Konoha. Tampoco se planteaba el futuro, simplemente le parecía inútil. Cualquier plan podía quedar truncado en un abrir y cerrar de ojos, pues a la reina muerte le gustaba rondarlo como una tigresa lo haría con su presa. Así era el agreste mundo en que había nacido, ese que le había quitado todo lo que había amado.

Kakashi había cerrado su corazón; de esa manera no tendría que perder a nadie más nuevamente. La soledad era mejor que crear vínculos que, casi con toda seguridad, terminarían desapareciendo. La vida en el mundo shinobi era así de terrible: más temprano que tarde, siempre te quitaba lo que más querías.

Sin embargo, a pesar de que la gélida soledad se había convertido en su mejor amiga, los recuerdos se encargaban de ponerlo melancólico en estos días de fiestas.

Un nuevo año se acercaba, una época en que la familia se reúne y goza de la compañía del otro. Una supuesta fecha en que la felicidad y la alegría ocupaban un lugar de privilegio en los emocionados corazones de la gente. Sin embargo, mientras la mayoría podía disfrutar de sus seres queridos, él sólo podría invocar los dolorosos recuerdos que guardaba en su mente.

Remembranzas que inevitablemente lo llenaban de amarga melancolía y lastimera nostalgia.

Siempre recordaba. Siempre. No existía un solo día en que no lo hiciese. Por ello iba con tanta frecuencia al monolito que honraba a quienes tanto quiso. Allí sentía una paz que no podía sentir en ningún otro lugar. Era como si de algún modo, estando ahí, pudiera conectarse con quienes tanto quiso. Quizás se equivocaba, tal vez era solamente una ilusión, pero aún si solo se trataba de eso, le gustaba pensar que las energías de sus seres queridos lo acompañaban. Le agradaba pensar que visitarlos diariamente era la mejor forma de honrarlos, de hacerles ver que aunque pasaran eones nunca los olvidaría.

¿Se supera realmente la muerte de un ser querido alguna vez? ¿Se supera el hecho de que nunca más podrás verles ni decirles todo lo que sientes por ellos?

Realmente no lo sabía, pero de algo si estaba completamente seguro: Las heridas sanan, pero las heridas profundas siempre dejan cicatrices.

No obstante, a pesar de la enorme lesión que corroía su alma, invisible pero mortífera herida, Kakashi seguía con vida, seguía teniendo la "bendición" de vivir. Pero francamente, a veces deseaba estar muerto. Deseaba haber muerto junto a ellos. ¿Por qué tuvo que ser el único que no falleció? ¿Para seguir extrañando y sufriendo a sus seres queridos toda la vida? ¿Para eso?

Todos los días, cuando el sol matutino saludaba su piel, buscaba una razón para levantarse. Una sola que no fuera el maldito sentido del deber. Pero por más que buscaba no lograba encontrarla. Su vida no tenía más sentido que ese: cumplir misiones. Eso era lo único que lo motivaba a seguir respirando: misiones una tras otra. Y aunque nunca lo permitiría, internamente deseaba morir en alguna de ellas. Ese era su real deseo.

Después de todo, cuando la vida es solo dolor y sufrimiento, la muerte suena como una buena opción de salida.

A veces tenía pesadillas horribles. Unas en que recordaba el suicidio de su padre, viendo su cadáver en el salón principal del hogar. Otras en donde Obito moría aplastado nuevamente delante de sus ojos, sin poder hacer absolutamente nada para salvarlo. Pero las peores de todas eran aquellas en donde atravesaba el corazón de Rin... Siempre esperaba que el destino cambiara, que a último momento pudiera detener el ataque mortal, pero ese deseo siempre resultaba una vacía esperanza. Su técnica nunca se detenía, el objetivo de muerte siempre se cumplía. Su gran amiga siempre moría. Era allí cuando despertaba, jadeante y sudoroso, lamentando el hecho que ni siquiera en sueños podía cambiar el destino que infligió a quien prometió cuidar.

Sin embargo, las pesadillas lograban perturbarlo sólo momentáneamente. Por extraño que pudiera resultar, había algo incluso peor que ellas: los sueños felices. Unos en que Rin, Obito, su padre y Minato-sensei compartían junto a él. Unos que resultaban tan verídicos que parecían la vida misma. Ellos estaban a su lado, bromeando y disfrutando alegres vivencias. La felicidad era completa...

Pero cuando el feliz sueño concluía, la fantasía terminaba y la cruda realidad lo golpeaba una vez más con una fuerza aberrante... Ellos no estaban ahí como en sus sueños imaginaba. No. Ellos estaban muertos y él seguía solo. Y eso era peor que sus pesadillas, puesto que la intensa felicidad que sentía en ese mundo onírico se esfumaba con la velocidad de un rayo espectral.

Y tras ello, sólo quedaba nostalgia y soledad.

Incontables veces fue al monumento que honraba la memoria de los caídos. Demasiadas veces pensó que debía estar con ellos en el otro mundo. Él debía estar muerto también.

Recordaba los momentos en que Rin lo acompañó al cementerio para dejarle hermosas ofrendas de flores a la tumba de Obito Uchiha. En aquellas ocasiones nunca pensó que Rin, muy pronto, también ocuparía una fría lápida.

Y por su culpa. Por su maldita culpa ella estaba muerta. Había jurado protegerla con su vida y no lo hizo. Es más, él mismo fue el artífice de su muerte.

Que brutal sentimiento de culpa; tanto que el lacerante dolor a veces se hacía insoportable, incluso para alguien tan fuerte como él. ¿Habría peor dolor que el sentirse culpable por la muerte de un ser tan querido?

De alguna forma, había logrado matar sus sentimientos para no seguir sintiendo toda esa amargura. "La vida sigue y hay que afrontarla" se repitió millares de veces, pero su corazón día a día moría lentamente. Cada latir era un grito de agonía suplicando el cese de sus funciones.

Definitivamente y sin duda alguna, morir lentamente era peor que morir de una vez.

Kakashi fallecía en vida, transitando por el sendero de la cruel vida. Aquella que no perdona, que no es justa, que mientras a unos les da la posibilidad de ser felices a otros se las quita.

Por más que intentara evadirlo invocando frialdad, lo cierto es que el pesar y la nostalgia se habían apoderado de su existir.

Mirando el monolito del cual conocía hasta el más ínfimo detalle, hizo la pregunta que lo torturaría por años: "¿No sería mejor morir que permanecer vivo?"

La difícil respuesta la obtendría muchos años después...


Un día conoció a tres peculiares alumnos.

Uno se parecía a Obito. Impaciente, chillón, pero a la vez lleno de energía y ánimo para intentar cumplir sus objetivos. Luego vio a Sasuke y fue como mirar un reflejo suyo de muchos años atrás. Solitario y parco en el trato, mientras su mirada destilaba un odio que un demonio se lo envidiaría. Sasuke también había sufrido pérdidas irremediables.

Y por último la vio a ella, esa niña de cabellos rosas y mirada fulgurante. Gruñona y temperamental, pero a la vez muy emocional. Había algo en ella que le hacía recordar a Rin, aunque no sabría precisar el qué. Quizás lo que le hacía compararlas era que Sakura, evidentemente, amaba a un compañero de su equipo...

Tal como Rin estuvo enamorada de él.

Un amor que a la luz de los hechos e interminables reflexiones nocturnas, se arrepentiría toda su vida de no haber correspondido.

"Rin..." musitaron sus labios una infinidad de veces, anhelando que en otra vida pudieran reencarnar y vivir la felicidad que en esta cruel época no pudieron disfrutar.

Fría soledad fue lo que sintió durante muchos años, empero, de alguna manera, esos tres chicos habían logrado cambiar ese sentir.

Kakashi, cobijado bajo las ramas de los árboles que apenas dejaban pasar la luz selenita, esbozó una pequeña sonrisa al recordar a cada uno de ellos cuando todavía no maduraban. Ahora, en cambio, sus alumnos tenían hijos y familias que cuidar.

Después de tantas misiones cumplidas, el legado que realmente le importaba y lo enorgullecía no eran esas incontables misiones exitosas, tampoco su prestigio de poderoso ninja, ni haber tenido el honor de ser el sexto Hokage. Lo que lo enorgullecía era ver a sus discípulos disfrutando de sus seres queridos.

Quizás para el también había llegado el turno de buscar algo más en su vida. ¿Tal vez también estaba arribando la hora de formar una familia? Más vale tarde que nunca, recordó aquel viejo refrán mientras una sonrisa nacía en su rostro enmascarado.

De pronto, mientras su vista se regocijaba con las hermosas estrellas y la igualmente bella luna creciente, recordó la pregunta que hacía tantos años se había hecho: ¿No sería mejor morir que permanecer vivo?

La respuesta la tenía en la punta de su lengua, o más precisamente, de su mente. Pero no estaba totalmente clara aún.

Fue en ese preciso momento que algo interrumpió su cavilar.

—Kakashi sensei... — interrumpió sus palabras una voz femenina perfectamente reconocible para él. Una que había madurado mucho desde la primera vez que la había escuchado.

—¡Sabíamos que estaría aquí! — exclamó un rubio de cabello color mostaza, quien llevaba orgullosamente su distintivo atuendo de Hokage. Aquello por lo que luchó tanto alcanzar.

El tercero allí no dijo nada, sólo lo miró con un dejo de indiferencia. Ese actuar era algo que formaba parte de su esencia. Pero a pesar de esa aparente apatía, su presencia en el lugar era más que suficiente para interpretar eficazmente su significado. Había ido, allí estaba, y eso expresaba implícitamente lo que sus labios callaban.

—Muchachos, ¿qué hacen por acá? — preguntó el copy ninja dándole un cariz de sorpresa a su semblante.

—¿Cómo que qué hacemos acá? — replicó el actual Hokage a su particular estilo — Vinimos a estar con nuestro sensei favorito en estas fechas especiales — terminó formando una gran sonrisa cómplice.

La máscara de Kakashi no impidió que su trío de alumnos reconocieran los pliegues que formaban una.

—Vamos a hacer una comida grandiosa en casa de Naruto por el año nuevo —mencionó emocionada Sakura— Y por supuesto usted tiene que venir sensei.

Muy animados, siguieron hablando detalles de la susodicha cena hasta que Sasuke, dejando de lado su mutismo, recordó que había que llegar puntuales y no terminar perdiéndose en el sendero de la vida, ni tomar otro camino gracias a que un gato negro se atravesara de improviso.

Tantos años habían pasado y el Uchiha todavía recordaba esas excusas. Kakashi no pudo hacer menos que sonreír con su comentario.

Los cuatro comenzaron el trayecto hacia el lugar de celebración, pero el de más edad quedó unos pasos por detrás de sus pupilos. Antes de continuar su caminar volteó por última vez hacia el monolito y asintió con la cabeza, esbozando una grata sonrisa tras su siempre fiel máscara.

En su mente se hicieron presentes todos aquellos a quienes había amado. Rin, Obito, su padre y su sensei.

"... Los quiero... " les dijo de manera suave e íntima, esperando que pudieran escucharlo en el más allá.

Miró nuevamente a quienes habían sido sus alumnos y su sonrisa se pronunció todavía más. Ellos seguían conversando animados sin darse cuenta de nada. Hasta Sasuke parecía genuinamente contento.

"... Y a ustedes también los quiero chicos... "

Fue entonces que, ya sin ninguna duda de por medio, finalmente llegó la respuesta a la pregunta que lo torturó por años: Sí, había valido la pena seguir vivo. Por ellos, lo había valido. Ese era su legado: la felicidad que sus alumnos habían conseguido. El orgullo de verlos completos como personas buenas y rectas.

Pero por sobre todas las cosas, había valido la pena porque ellos lo querían y él a ellos. Los quería demasiado. Y esa era la mayor felicidad alcanzable en la vida.

La amarga soledad que siempre lo acompañó se había roto. Después de tantos años, esa soledad finalmente se había ido para siempre.


Fin de la Transmisión