Disclaimer: Todos y cada uno de los personajes de la siguiente historia han sido creados por la maravillosa Suzanne Collins.


.IX.

EXTENUACIÓN

Siete letras que se quedarían grabadas en mi memoria.

Mis dedos, aún entrelazados con los suyos, se encogieron para rechazar el tacto de su piel. Hace unos segundos ardían debido a sus besos y ahora estaban completamente congelados debido a su lejanía. Porque aunque estuviera sentada encima de él, sabía que con aquel nombre, él se había marchado inconscientemente a kilómetros de mí. Lo miré a los ojos para asegurarme de que había oído bien aquel susurro de sus labios.

Esos labios que estaban ocupados por los míos apenas unas milésimas, moviéndose a un compás tan perfecto que incluso sentía volar.

Pero la verdad era que ahora sólo quería hundirme bajo el suelo de madera de color caoba.

Sin apartar mi vista de la suya, sonreí con sarcasmo. Solté una de esas carcajadas que salen involuntariamente de tu garganta a causa del miedo que se crea en tu cuerpo. Acto seguido, tragué saliva con fuerza. Como si mi cuello no estuviera preparado para ello. Negué con la cabeza lentamente mientras me levantaba de su regazo y me bajaba la camiseta que llegaba hasta mis muslos. Sin haberme dado cuenta antes y debido a la posición, mi ropa interior se podía ver con claridad por el movimiento de mi cadera. Anduve inquieta por la cocina hasta que mis manos toparon con el fregadero. Me sirvió de apoyo durante unos minutos pensando en qué le iba a preguntar ahora. Qué se suponía que tenía que decirle.

Noté como Peeta se levantó de la silla y colocó su mano en mi hombro. Al contacto, cerré los ojos y suspiré calmada. El huracán que presionaba mi estómago estaba más revoltoso que nunca pero cuando me tocó, una paz extraña me llenó por completo. Me giré para quedar de cara a él y hacer frente a lo que me venía encima. Sus brazos se apoyaron a ambos lados de mi cuerpo sin embargo, no me tocó porque las manos se aguantaban en el borde del mármol de la encimera. Sólo se inclinó hacia mí con suavidad y me susurró un lo siento que ya había escuchado antes.

Me sentí atrapada, encerrada y agobiada. Todo a la vez. Sus fuertes brazos rodeándome pero casi sin rozarme era una tortura que quería destruir en ese instante. Algo confuso puesto que a la vez me sentía cómo en el cielo. Envuelta de él, la cocina había desaparecido.

Él lo sintió. Yo lo sentí. Nuestras respiraciones habían incrementado de forma exagerada.

- Katniss, escúchame – dijo apoyando su frente sobre la mía.

- No… no – murmuré, aumentando el tono en la segunda negación.

Me sentía patética. Tan patética que incluso deseé no haber conocido esta parte de mí. La parte que me enganchaba tanto a Peeta. No obstante, desde el día de nuestra primera cosecha, dónde fuimos elegidos como tributos para los Juegos del Hambre, supe que algo me uniría aún más a aquel chico que se encontraba a mi lado.

Miento. Desde el día que me tiró el pan quemado y me salvó la vida. La mía y la de mi familia.

- ¿Por qué me has besado? – preguntó haciendo que lo mirara otra vez.

Intenté hacer memoria de lo que había ocurrido en aquella parte de la cocina. ¿Había sido yo la que la había besado a él? Sí, seguramente. A lo mejor sufría de alzhéimer de repente o quizás, sus besos me habían hecho perder la noción del tiempo.

- No lo sé – contesté insegura de la respuesta.

Decepción. Eso es lo que me decían sus ojos y su lejanía inminente. Se apartó de mí dando tres pasos hacia atrás. Parece ser que no era eso lo que quería escuchar o lo que no esperaba por mi parte.

¿Pero qué quería? ¿Qué le dijera que lo había besado porque algo en mí lo deseaba estúpidamente? No sería propio de mí. No, cuando yo era nueva en todo esto. No podía decirle que con un toque de la yema de sus dedos mi pulso se aceleraba como un cervatillo asustado. Que algo en mi interior gritaba que nuestros cuerpos se chocaran hasta formar uno, callando todo lo que teníamos que decirnos con besos interminables.

Antes tenía la excusa de que los besos eran parte del show que habíamos formado. Parte de los amantes trágicos que nos habían hecho crear. Pero eso ya no serviría como pretexto. Habían pasado los años y ahora me pedía una explicación de estos nuevos besos. Besos sin cámaras, sin gente del Capitolio alrededor, sin nadie a quién demostrarle parte del teatro. Y ahora quería saber el porqué de ellos y yo para variar, no sabía qué contestarle.

Estuvimos tanto tiempo callados que el silencio de la madrugada me retumbaba en los oídos. Peeta estaba parado, mirando al suelo y apretando los puños pero no con demasiada fuerza. Sus hombros caídos demostraban su falta de ánimo y sus rizos rubios caían por su frente, obstaculizando su visión.

- Qué... qué querías decir con lo de… con lo de que no le puedes hacer esto a… ¿Allegra? – pregunté su nombre con cierto esfuerzo. Costaba, costaba y mucho.

- Pues… yo…

- Es ella, ¿verdad? – interrumpí dando un paso hacia delante.

- Sí – dijo finalmente levantando su cabeza.

- ¿La quieres? – pregunté al segundo de su afirmación.

- Sí…

Mierda. Esto me estaba dejando en la cuerda floja de mi estabilidad. Apreté los labios, mordiéndome la lengua para que no me viera a punto de llorar, asentí levemente y me dirigí a la puerta de la cocina para salir de aquellas cuatro paredes empapeladas de aquel azul mar.

Sin embargo, la mano de Peeta me detuvo en el camino. Me apretaba del brazo, haciéndome girar y en el empuje choqué contra su pecho. La fuerza siempre había sido uno de sus puntos fuertes. Sólo tres dedos le bastaron para agarrarme y tenerme a su disposición. Lo observé pidiéndole algo, no sé el qué. Quizás que me soltara o quizás que me besara como lo había hecho antes.

- Pero… – musitó de repente – no como te quiero a ti.

Abrí la boca sorprendida para recriminarle pero ni una palabra salió de mi garganta. Su mano libre me sujetaba de la cintura y sin quererlo, había hecho que mi camiseta subiera más de la cuenta. Así que algunos de sus dedos permanecían en contacto con mi piel de aquella zona, sujetando el trozo de tela con fuerza. Bajé la cabeza para observar su mano en mi cadera. Peeta sabía en lo que me estaba fijando porque apartó la mano rápidamente, volviendo a dejar caer la única prenda de mi pijama. En cambio, su otra mano seguía sujetándome.

Nuestros ojos se volvieron a encontrar aunque yo los bajé para deleitarme en sus finos labios. Mordí parte de mi piel reseca del labio inferior y la estiré con los dientes para intentar deshacerme de ella. Claramente era un símbolo de que estaba de los nervios. Pero aquel no iba a ser mi propósito porque mi acompañante tenía una idea mejor. Se acercó, haciendo que nuestras narices se acariciaran y poco a poco, nuestros labios se encontraron para hacer el momento más perfecto.

Mis brazos rodearon su cuello, mis manos se enredaron en sus rizos de la nuca y mis pies descalzos caminaban torpes pisándole los suyos. El recorrido duró unos segundos porque topamos con la pared de la cocina. Su espalda chocaba contra aquel papel pintado del color de sus ojos y me rodeó con sus fuertes manos. Éstas se pararon a mi cintura, de donde las había apartado antes por miedo a algo que desconocía. No obstante, ahora no existía ningún miedo. Sus dedos se colaron por debajo de mi camiseta y se quedaron ahí, como si fuera el lugar al que pertenecían.

Y si él quisiera, podría dejarlas ahí durante el resto de sus días.

Qué contacto tan agradable el de nuestras lenguas que bailaban al compás de nuestros latidos. En un instante, Peeta mordió mi labio, llevándose con él parte de la piel. Eso me hizo gemir y me avergoncé por ello. No me había parecido molesto sino todo lo contrario, en mis entrañas había vuelto a sentir lo de hacía unos minutos en la silla, sentada encima de él. El cosquilleo subía y bajaba desde mis pies, hasta el último pelo de mi cabeza. Estiré con fuerza de sus rizos en mis manos y abrió los ojos sin dejar de besarme. Parece ser que aquello le había sorprendido y yo sonreí contra su boca.

Simplemente sentía y sentía gracias a él. Volvía a vivir porque él seguía en este mundo que había sido una mierda para mí. Porque las horas a su lado pasaban volando, en cambio se habían hecho infinitas cuando estaba sin él.

Y aún no tenía el valor suficiente para decirle por qué le besaba. ¿No estaba claro?

Nuestro ritmo fue disminuyendo al saber que ninguno de los dos querría llegar a más. Rompió el beso y yo gemí pero esta vez fue una queja. No quería que se separara, no ahora. Estuvimos en unos minutos en aquella posición, él agarrado a mi cintura y yo a su cuello.

Era el momento de volver a la realidad. Había dicho que no la quería como me quería a mí.

- Entonces, ¿por qué te casas? – pregunté en voz alta en un susurro acompañado de la intensa respiración.

La pregunta clave que no sé por qué pero sabía que no la iba a responder. Y no me había equivocado porque nada más preguntarle, su cara cambió de repente. Me apartó suavemente y se deshizo del espacio que había entre la pared y yo. Anduvo hasta el centro de la cocina y me giré para observar sus movimientos ahora nerviosos. Algo me estaba escondiendo y no iba a dejar por nada del mundo que se fuera sin habérmelo contado.

- Peeta… – me acerqué ansiosa pero parece ser que eso le molestó. Gruñó mirándome con cierto resentimiento que no lograba entender. Pero obviamente, no me iba a dar por vencida.

- Peeta – volví a nombrarle y esta vez, tuve valor para posar mis manos en sus mofletes para tranquilizarlo.

Su respiración volvió a ser intensa pero no como la de antes. Ahora era distinto. Era una que le costaba, como si tuviera asma y le faltara el oxígeno. Me asusté y le acaricié las mejillas con suavidad para que volviera a mí.

- No… no puedo – bisbisó junto algo más que no pude escuchar.

Justo cuando le iba a preguntar por lo que había dicho al final, se marchó de la cocina y subió las escaleras con rapidez. Escuché un portazo de su habitación segundos después. Podría haberle seguido, pero algo en mis pies me mantuvo estática ante la situación que acabábamos de vivir. Me llevé una mano al pecho para tranquilizarme puesto que el corazón me iba a salir por la boca.

Ahora estaba algo más claro, la quería pero me quería más a mí.

No, no estaba nada claro. Joder. Aunque mi cabeza ya empezaba a encajar algunas piezas y sabía que aquella boda no había sido idea de Peeta. De eso estaba totalmente segura porque lo conocía. Él nunca le habría pedido algo así a alguien sabiendo que no la quería de la misma forma. ¿Entonces por qué lo hacía? ¿Por qué no me contestaba a la pregunta?

Subí las escaleras hasta llegar a mi habitación y una vez dentro, cerré la puerta, apoyándome en ella. Estuve unos minutos con los ojos cerrados sabiendo que el cansancio me iba a vencer en poco tiempo. Ya pensaría en todo aquello mañana porque no me apetecía estar toda la noche en vela. Una vez en la cama, me arropé con la sábana y cerré los ojos para volver a saborear el beso que aún notaba en la boca.

–––

Los días en el Distrito Cuatro pasaron demasiado rápidos para mi gusto. Justo en el momento que empezaba a encariñarme con aquellas playas y me había acostumbrado a estar con el pequeño Finnick, llegó el momento del último día. Gale decidió venir a la comida de despedida ya que Johanna le avisó de que Haymitch y yo esa misma noche nos iríamos al Distrito Doce.

Peeta se había ido dos días después de nuestro encuentro en la cocina y durante ese tiempo no volvió a dirigirme la palabra. En una de las ocasiones nos quedamos solos en el comedor pero le faltó tiempo para salir corriendo y no estar ni un segundo conmigo a solas. Tampoco sentía la obligación de preguntarle qué pasaba por su complicada mente así que no lo hice. ¿No era que aquí la única de carácter complicado era yo?

En las comidas y cenas notaba su mirada. También cómo ésta rehuía de mis ojos grises. Era incómodo, tanto para él como para mí. Pero se me hacía imposible no mirarle embobada una tarde mientras jugaba en la playa con Finnick. Él, el niño de cabellos parecidos a los de él, el sol del atardecer, la arena… todo era perfecto. Yo llevaba una de esas gafas de sol que me había dejado Annie así que podía disfrutar de la imagen sin que él lo supiera. Y mientras lo observaba, millones de preguntas pasaban por mi mente. Peeta nunca me había escondido nada, siempre me lo había contado todo. Ahora, después de tres años, actuaba como un auténtico desconocido y eso me dolía. Dolía porque no estaba acostumbrada a ese trato respecto a mi chico del pan. Quizás era desconfianza o inseguridad o simplemente quería mantener su vida privada del Capitolio al margen.

Sin embargo algo se le escapaba y es que lo conocía lo bastante como para saber que no podría callarse con alguien de su entorno más cercano. Si no era yo, ya sabía a quién hacerle el interrogatorio adecuado.

Haymitch.

En la comida de la despedida Annie nos preparó un plato exquisito. Finnick Jr no paraba de pedirme que nos quedáramos una semana más pero yo lo decía que era imposible ya que debía de hacerme cargo de algunos asuntos. Cazar para los que lo necesitaban, por ejemplo. Johanna siguió en su ritmo, tirándome algunas de sus puyas que sonaban para todos graciosas menos para mí. Mis ojos recelosos chocaron con los suyos cuando mencionó en una de sus bromas a Peeta.

- Oh vamos… no me creo que no haya pasado nada estando aquí los dos juntitos – soltó escapándole una risa satírica.

- No es de tu incumbencia – dije casi como para mí misma.

- Johanna déjala ya – me defendió mi amiga pelirroja.

- Sí sí… porque si no va a acabar con la cara más roja que tu pelo.

Todos rieron, excepto Gale y yo. Mi amigo me observaba con cara de no entender absolutamente nada y yo le devolví el gesto asegurándole de que no ocurría nada.

Después de recoger y ayudar a Annie en la cocina, subí a la habitación para terminar con algunos detalles de la maleta. No lo haría sin antes despedirme de aquellas vistas, así que me asomé a mi balcón privado de la habitación y respiré todo el aroma salado que desprendían las olas de la playa. Me agarré a los barrotes y asomé la cabeza para mirar más allá de las montañas que rodeaban todo el distrito. Mientras me despedía mentalmente, una silueta a mi lado me asustó. Ni si quiera me había percatado de que Gale se encontraba a mi lado intentando mirar en el mismo punto en el que yo me fijaba.

- ¿Estás bien? – me preguntó preocupado.

- Sí…

- ¿Las cosas con Peeta han ido bien estos días?

Sinceramente no sabía que contestarle. Por una parte sí, nos habíamos besado varias veces. Eso era bueno, ¿no? Y por otra no. La última conversación en la cocina no había sido lo que yo esperaba. Y más cuando antes de esos estaba encima de sus muslos besándolo sin control. O acorralándole en la pared de aquel papel que no se me iba a escapar de la memoria tan fácilmente.

- Supongo… – respondí al final.

- Oh, no me cuentes todo a la vez no vaya a ser que te vayas a atragantar – lo miré dudosa – Estaba siendo sarcástico. Sé que no eres muy de la palabra pero tampoco quiero que me contestes con monosílabos…

- Supongo no es un monosílabo – repliqué en mi defensa mientras me adentraba al interior de la habitación para continuar con mi tarea.

- Lo sé pero te conozco y sé que algo te ha pasado – continuó siguiéndome cerrando tras él las ventanas – También sé que Peeta suele pasar mucho más tiempo aquí que un par de días cuando viene a ver al niño…

- ¿Cómo sabes que se ha ido antes?

- Johanna me lo ha contado.

- ¿Ahora eres muy íntimo de Johanna? – le pregunté con una media sonrisa mientras doblaba una de las camisetas.

- Bueno, nos llevamos bien… está loca y me cae genial – confesó Gale sentándose al borde la cama.

- Sí…

- Ya sé que a ti te saca de quicio pero no lo hace con mala fe.

- Oye Gale, conozco a Johanna mejor que tú, ¿vale? Sé cómo actúa y sé que sólo lo hace para que yo le salte y montemos uno de sus espectáculos que tanto le gustan… Yo no entro en el juego.

- Sí, ya lo sé – dijo mi amigo – Pero no me cambies de tema que eres una experta en eso. ¿Qué ha ocurrido con Peeta?

- Nada. ¿Por qué tiene que ocurrir algo con Peeta? – pregunté cansada y tirando un pantalón sobre la maleta – Ya nada nos une. Está más que claro que él se va a casar con otra y yo… – suspiré – Y yo voy a seguir en el Distrito Doce como hasta ahora. Ocupándome de la gente de la Veta, cazando y cuidando de ese borracho que tengo como amigo.

- ¿Y tú?

- ¿Yo qué?

- ¿Y tú cómo lo llevas?

- Teniendo en cuenta que he estado en dos Juegos del Hambre, que he matado, que he visto matar y que he visto a gente morir incluyendo a mi hermana en una guerra en la que yo formaba parte… créeme que he pasado por cosas peores que estas – contesté mirándole a sus ojos parecidos a los míos.

Gale captó el mensaje al segundo. Se levantó y recogió una de las camisetas que había tirado sin querer cerca de la maleta. Me la acercó con una de sus manos grandes y yo se la cogí mirando a mis pies. Nuestros dedos se chocaron sin querer y algo en mi interior me decía que tenía unas ganas locas de desahogarme con mi mejor amigo. Pero no estaba lista para hacerlo, aún no.

- Oye Catnip, sólo… – continuó mientras yo me mordía mi labio inferior para no empezar a llorar – sólo quiero asegurarme de que nunca te vayas a dar por vencida. Quiero que sigas siendo aquella chica que conocí en el bosque. Fuerte, segura de sí misma y cabezota – sonreí con el último adjetivo – Sé que la guerra nos cambió a todos pero también sé que la Katniss que yo conocí… no da su brazo a torcer tan fácilmente.

- Gracias – dije con sinceridad – No te preocupes Gale, de verdad.

- De acuerdo – murmuró – tened buen viaje…

Asentí con la cabeza y se acercó pidiendo permiso para hacer algo. Fruncí el ceño sin saber qué hacer aunque ni me dio tiempo a actuar porque mi amigo ya me estaba rodeando con sus enormes brazos. Me mantuve quieta y cerré los ojos para intentar disfrutar del corto abrazo. Me sonrió agradeciéndome el gesto de no haberle rechazado y salió de la habitación despidiéndose con la mano.

–––

La conversación con Gale se repetía en mi cabeza durante todo el viaje de vuelta a casa. Haymitch se encontraba sentado enfrente de mí mirando por la ventana y comiendo uno de los pastelitos de chocolates que nos habían servido para el postre de la cena.

Yo lo miraba de vez en cuando levantando una de mis cejas. Sabía que él sabría algo respecto lo de Peeta, pero debía de actuar rápido para que no se diera cuenta de mi próximo interrogatorio. Lamentablemente, Haymitch era demasiado astuto y sabía que algo en mí esperaba para saltar y atacar.

- Vamos… suéltalo preciosa – dijo saboreando el chocolate que manchaba sus dientes.

- ¿El qué?

- Oh, no te hagas la inocente conmigo. Ya me puedes explicar todo lo ocurrido con el muchacho…

- No tengo ganas Haymitch, así que olvídalo.

Esta vez era él quien llevaba la batuta y me iba a manejar como quería. Podía evitar cualquier tipo de información así que no era momento de sacar el tema. Debía actuar pillándole en una situación en la que la ganadora fuera claramente yo. Sólo tenía que estar ante un Haymitch en retaguardia.

- No. Peeta me ha evitado durante estos días en la playa y ahora preciosa, tú estás aquí, en este tren y no puedes escapar.

- ¿Qué quieres que te diga? – levanté el tono de mi voz.

- Pues todo lo que ha pasado. ¿Por qué el chico se ha ido antes de lo habitual? A él le encanta pasar tiempo con el niño y dudo mucho que tuviera otros asuntos… la panadería estaba en buenas manos en su ausencia.

- Quizás esté demasiado ocupado con sus preparativos de la boda… – dije mordiendo una manzana que se encontraba en la fuente de la mesa.

El tono de mi voz sarcástica le hizo reír.

- Entiendo tus celos, preciosa.

- Mira Haymitch – me había puesto furiosa y si no lo soltaba probablemente me iba a salir una úlcera – Sé que tú sabes todo lo que está ocurriendo y que no te quepa duda de que lo voy a averiguar lo quieras o no.

Mi antiguo mentor sonrió de tal manera que enseñó hasta los dientes. Lo había conseguido, había caído en su juego. Johanna no lo había hecho en una semana y Haymitch al minuto me tenía sacando todo el carácter que llevaba dentro.

- ¿Lo ves? Algo escondías por esa cabecita tan complicada…

- Resulta gracioso que me digas eso cuando tu chico – hice énfasis en la palabra – está actuando de una forma rarísima.

- ¿Por qué lo dices?

- ¿Qué por qué lo digo? – carcajeé incrédula – Igual que yo no me hago la inocente contigo haz el favor de no hacerte el tonto conmigo.

- De acuerdo – me sorprendió concordando conmigo – Tienes razón. Pero recuerda que no soy yo a quién tienes que pedirle explicaciones…

- ¿Sabes qué? – suspiré cansada – Que se acabó. No me iba a dar por vencida pero es que estoy agotada con tanto secretismo y tanta estupidez. Nos hemos besado pero al minuto se ha arrepentido de ello. Me dice que me quiere más que a ella pero se va a casar igualmente. Le pido que me dé una maldita razón para que me explique el porqué de su decisión y no me da una respuesta clara. ¿Y soy yo la que tiene que seguir pidiendo explicaciones? No Haymitch.

Mi antiguo mentor me observaba analizando cada una de mis palabras.

- Y por eso acabo de decidir que… a pesar de que me duela – confesé – voy a dejar que haga lo que quiera. Aunque me muera por dentro Haymitch, no quiero saber nada más de este asunto. Si quiere casarse sea por la razón que sea, que lo haga.

- Katniss… – noté cierta pena en su voz. Una pena que yo no estaba dispuesta a aceptar.

- No quiero tu compasión ahora. Como le dije a Gale, esto me puede doler porque se trata de Peeta, pero he pasado por cosas mucho peores y tú mejor que nadie lo sabes.

Haymitch seguía mirándome atónito sin saber muy bien qué decirme. Yo continué concentrada en la manzana de color rojo y ausente mirando como las vías del tren desaparecían y se tornaban borrosas por la rapidez que alcanzaba el transporte.

Todo lo que le había dicho era cierto. Estaba agotada por toda aquella extraña situación. Era la primera vez en todos estos años en los que Peeta me atormentaba de una manera innecesaria. Podría sentir mucho cuando estaba con él, pero mi orgullo saltaba por encima de mí. Éste estaba el primero sobre todas las cosas. Al menos era algo que guardaba de la antigua Katniss.

Seguramente debería hacerme a la idea de que lo había perdido.

No obstante, mi alma me apuntaba con cuchillo recordándome las palabras que me dedicó en la cocina.

"No como te quiero a ti."


Hola chicas, aquí estoy otra vez! Gracias por todos los reviews, me hacen mucha ilusión y me animan a seguir con la historia.

Aquí os dejo el capítulo 9... un poco flojo quizás pero es necesario para continuar la historia. Lo he escrito como el punto de inflexión de Katniss, donde llega a un momento en el que se encuentra cansada por el comportamiento tan raro de Peeta ( no me lo matéis por favor, mi Peeta está hecho un lío sólo eso ;) ) A partir del capítulo 10 las cosas van a cambiar y nos adentramos por fin a lo que tengo pensado desde hace tiempo, digamos que es donde se va a desarrollar todo lo que aún no sabéis!

También tengo pensado hacer POV's de Peeta, para explicar su vida en el Capitolio y así podréis empatizar un poquito con él y eso...

Ah, he decidido hacer los capítulos un poco más cortos puesto que creo que se os pueden hacer largos y pesados. Normalmente me ocupan nueve o diez páginas de word y esta vez sólo me ha ocupado siete jajaja. Así se os hará más ameno...

Quería hacer una mención especial a Brujita22 que siempre me comenta en todos los capítulos! Un besazo para ti.

Y y y... creo que no se me olvida nada más. Bueno, este febrero lo tengo un poco complicado por temas de la uni (trabajos, exámenes, blablabla) si no muero en el intento, seguiré con la historia. Y si no pues... no sé cuando volveré por aquí xd Espero que pronto! Y vosotras ayudadme con reviews por favor, sonará una tontería pero me motivan para continuar :)

Saludos a todas,

M.A.