Disclaimer: Todos y cada uno de los personajes de la siguiente historia han sido creados por la maravillosa Suzanne Collins.
.I.
MIEDOS QUE VUELVEN
«No, otra vez no. Abre los ojos Katniss, todo es un sueño. Un maldito sueño.»
Me desperté bruscamente cogiendo una gran bocanada de aire la cual llegó hasta lo más profundo mis pulmones. Notaba como mis mejillas estaban cubiertas por pequeñas lágrimas involuntarias que no paraban de renacer y mi temblor no ayudaba precisamente a mantenerlas en la ondulación de mi barbilla. Caían sin parar, mojando así la parte superior de mi camiseta y una pequeña zona de las sábanas blancas. Pasé las manos por mi cabello oscuro, agarrándome a él como si mi vida dependiera de ello. Llevé mis piernas de manera que mis muslos chocaban contra mi pecho y aferrándome a mis rodillas, escondí mi rostro para respirar el aroma de mi piel.
¿Cómo era posible? Llevaba días sin tener una pesadilla de este tipo. Realmente, el insomnio nunca se fue pero eso era todo. Las pesadillas, como la que acababa de tener, hacía días que no se hacían presente. Ya había pasado más de tres años desde todo aquello que ni si quiera tengo el valor para recordarlo. Tres años desde la muerte de Prim y era imposible hacerme a la idea de tener que vivir una vida sin ella. Y sigo sin hacerme a la idea, sólo que ahora puedo soportarlo un poco más. Durante ese tiempo me preguntaba cómo mi madre podía vivir tan tranquilamente en el Distrito Cuatro, sin ni si quiera hacerme una maldita llamada para preguntarme qué era de mi depresión. Porque sí, sufrí una gran depresión que no me dejaba dormir ni comer y a veces se me hacía un mundo el poder respirar cual persona normal. Todos los días era un tormento y para mí, vivir había pasado a un segundo plano. O incluso a un tercero.
Pero eso fue al principio. Los ataques de ansiedad disminuyeron, mi estómago volvió a reclamar algo de comida para alimentarme y por las noches conseguía dormir unas cuatro o cinco horas. La fuerte y dura Katniss Everdeen que existió una vez desapareció y se hizo pedazos. El Sinsajo de la revolución no era más que un gorrión asustado, gritando en su interior pidiendo una ayuda que nunca llegaba. Aunque hay que destacar que durante aquella época Haymitch nunca me dejó sola. Dormía todas las noches en la que un día fue la habitación de mi madre y se asomaba por la puerta las veces que oía mis gritos ahogados sonando en la oscuridad de mi cuarto.
El mecanismo siempre era el mismo. Encendía una de las lámparas que se encontraba en una de mis mesitas de noche, secaba con una toalla mi frente empapada de sudor y me arropaba como si fuera un ser al que había que proteger incondicionalmente. A veces me daba un poco de agua e incluso se esperaba a que volviera a conciliar el sueño. No había noche en que no le susurrara un inaudito «Gracias» al que respondía siempre con una negación con la cabeza.
Me desesperaba esa situación. Toda mi vida luché por no depender de nadie y que nadie dependiera de mí. Recuerdo que ni si quiera de pequeña quería que me cuidaran cuando estaba enferma. Era auto-suficiente e independiente, tanto como para seguir adelante, no necesitaba nada más. Y qué gracioso es el destino que ahora me colocaba ante un escenario de mi vida totalmente nuevo. Era una sensación odiosa e insoportable que incluso hacía que quisiera desaparecer del mapa.
Pero pensaba en Haymitch, en Effie y también pensaba en mi madre. Pensaba en todas aquellas personas que me dejaron en la revolución, incluida mi hermana, incluido Finnick. No se merecían un acto tan estúpido y tan cobarde como el suicidio. No me lo podría perdonar jamás así que ni si quiera opté por esa opción. Sólo tenía que seguir adelante e intentar volver a ser la que un día fui; aunque eso era prácticamente imposible.
Los días se hicieron semanas y las semanas meses. Mi habitación dejó de convertirse en mi santuario, ahora era substituido por el bosque y el prado verde que se encontraba a unos pocos pasos de antigua casa en la Veta. Yo sólo tenía que ir hasta allí y saltar la valla que tantos recuerdos me traía. La caza volvió a ser una de mis actividades de la mañana y mi tarea consistía en repartir habitáculo por habitáculo todo aquel animal que atravesaba con una de mis flechas de acero, con la ayuda de Haymitch claro está. En Panem la situación había mejorado pero aún existía la pobreza y yo no me iba a quedar con los brazos cruzados.
Al encontrarme mucho mejor, mi antiguo mentor volvió a su hogar y dejó de estar conmigo. Estuve tres días intentando convencerlo por todos los medios de que ya podía convivir conmigo misma. Sin nadie más. Tardó en darse por vencido pero con la condición de que comiéramos y cenáramos juntos todos los días. No tuve más remedio que aceptar la oferta aunque tampoco tenía ganas de rechazárselo. Echaba de menos hasta discutir con él y porque no, echaba de menos echarle la bronca por haber bebido más de la cuenta. Echaba de menos reírme de todas las burradas que decía junto con…
Ni quise pronunciar su nombre en mi cabeza.
No sé cuantos minutos estuve en esa posición pero mis ojos notaron la escasa luz que atravesaba las cortinas en ese instante. Suspiré, cansada física y mentalmente. No quería que todos aquellos temores renacieran por un estúpido sueño. Estaba amaneciendo así que decidí levantarme y dirigirme al baño. Mis pies tocaron el frío suelo y comenzaron a moverse de manera lenta y con poco brío. Me desnudé y me metí en la ducha sintiendo el agua caliente que recorría toda mi piel. Mis músculos se destensaron al momento y respiré aliviada. Apoyando mis manos en las baldosas que estaban recubiertas por pequeñas gotas, mi cuello se inclinó hacia abajo y mi nuca se convirtió en el lugar perfecto para que todo el chorro de agua chocara y cayera de manera indolora. Más bien, era placentero y me relajaba de una forma en la que no podía ni explicar. Mis ojos se cerraban y abrían para que las pestañas se liberasen de esas gotas que caían hacia mis pies. Hasta que sólo los cerré y me concentré en el sonido del agua cayendo y salpicando en la pica de la ducha.
Y no pude evitarlo.
Me vino a la mente como un rayo, como inesperado, como un susto que no te esperas. Con sus ojos y su pelo rubio ceniza, con su espalda ancha y sus brazos fuertes. Aquella vez en la que contemplábamos la lluvia en silencio y yo estaba enfrente de él, mirándolo como nunca antes había hecho. O quizás nunca me había dado cuenta de que sí lo había hecho pero no quería decirlo. O quizás es que soy lo bastante cabezota como para reconocer algo en esta vida. Aún ni si quiera lo sé. Era uno de aquellos días en los que yo me encontraba más o menos "bien". Incluso podía decir más de una frase y mantener una conversación. No me encerraba en las cuatro paredes de mi habitación y me olvidaba de toda la etapa que estaba pasando. Haymitch me avisó de que mi chico del pan vendría a verme en aquella mañana lluviosa.
Sus visitas eran escasas y cuando lo hacía, para mí era como un aire fresco en medio del caliente desierto. Así que es fácil de imaginar cómo reaccioné en mi interior al saber que podría volver a verle y sentirle. Moría por abrazarle y decirle lo mucho que lo necesitaba, pero mi crisis no dejaba que me moviera. Me encontraba totalmente incapacitada y eso me perturbaba cada segundo que pasaba. Mi mente no trabajaba bien y todo lo que quería hacer con el corazón se quedaba en el intento. Así que mis respuestas sensoriales eran nulas y sin energía.
Nos encontrábamos en silencio y él observaba, con fijación y a través del ventanal, cómo las hojas de un árbol caían por la causa del viento y la lluvia otoñal. Yo estaba quieta, recogida en mis rodillas e intentando pensar en qué demonios se había convertido nuestra relación. Aquellos amantes trágicos del Distrito 12, aquellos amigos que se protegieron y se cuidaron en los primeros juegos, en el Vasallaje de los Veinticinco…habían desaparecido en el momento en el que secuestraron a Peeta. Sí, lo sé. Todo ya había cambiado justo ahí. Pero en mitad de la revolución creí que mi chico del pan volvería a ser el mismo y que después de todo, las cosas mejorarían. Acabaría con Snow, Peeta sería el mismo y ya. Ilusa y tonta de mí al poder pensar en algo así. Mi hermana acabó muerta así que no podría haber un peor final. Minutos después de aquel silencio tan incómodo, me preguntó que qué creía que iba a pasar de ahora en adelante y si creía que todo iba a ir bien.
- ¿Por qué me preguntas eso? ¿Tú no crees que vaya a ir bien? ¿Crees que voy a ir a peor? – le pregunté con un susurro y con una voz que ni yo misma reconocí. La verdad me sorprendió que me preguntara algo así en un momento como ese. En las pocas visitas que había recibido por su parte, nunca me preguntó por un más allá o un más adelante. Sólo me preguntaba acerca de mi salud y se encargaba de que comiera un plato caliente para mantener la poca fuerza que me quedaba. Pero en esta ocasión era diferente y se lo noté en aquella mirada azulada perdida y desorientada.
- Bueno…
- ¿Qué? – le corté sin querer.
- Verte así, en este estado, no me hace pensar en un futuro dichoso y lleno de esperanza. Y lo que más me duele de todo esto es que yo no pueda estar aquí para cuidarte y protegerte… – se le resquebrajó la garganta en aquel instante – «Porque no quieres» pensé dentro de mí – Tengo miedo de volver a hacerte daño. Estás demasiado débil como para que llegue yo ahora y te destroce la vida.
- Peeta, mi vida ya está destrozada. Estoy hundida. Y por mucho que intentes huir diciendo que en algún momento puede darte uno de tus ataques y hacerme daño, créeme que me haría mucho más bien que te quedarás aquí…con…migo.
- ¡No! – Gritó sin dejarme acabar – no lo entiendes Katniss. He venido para despedirme.
Suficiente. No quería recordar más. Lo gracioso de todo aquello es que él mismo dijo que no quería destrozarme y en el momento en el que se despidió me rompió en mil pedazos. Acabó conmigo de una manera brutal. Desde aquel entonces fui a peor y Haymitch llegó a desesperarse por verme en tan mal estado. Incluso Effie y él llegaron a plantearse la opción de que estuviera por una temporada viviendo en el hospital. Pero eso nunca llegó a pasar porque hubiera sido peor para mi estado de salud en aquel entonces.
Y ahora la chica en llamas de la que todo el mundo había hablado alguna vez para decir que jamás se iba a recuperar, se encontraba bien. Con secuelas, con pesadillas, con insomnio. Pero comparado con todo lo que había pasado estaba bien, asombrosamente bien. Salí de la ducha, me sequé y vestí lo antes posible para poder bajar a desayunar.
Maldije en voz alta cuando vi una de las tazas de café hecha pedazos en el suelo de la cocina. Nada más verla pude saber quién había sido el responsable de todo aquel desastre. «Buttercup...» gruñí. Y ahí seguía, sobre la encimera, con su hocico aplastado, media oreja arrancada y ojos color calabacín podrido. Maulló como si nada y saltó por la ventana para ir a dar uno de sus paseos interminables. El maldito gato se iba por la mañana y no volvía hasta la madrugada. La verdad es que lo odiaba por tener esa libertad y esa despreocupación, lo odiaba profundamente. Pero teníamos algo en común. Éramos independientes y fuertes. Bueno, al menos yo una vez lo fui. Con una sonrisa amarga recogí el destrozo, preparé café y tostadas con mermelada.
Gracias a la vuelta de mi apetito, había vuelto a coger un poco de peso. Después de la rebelión y por mi crisis nerviosa, mi cuerpo cambió de manera sorprendente. Perdí muchísimos kilos y mi musculación podría decir que casi desapareció. Mi mandíbula junto con mis pómulos estaban mucho más marcados y un feo color característico de las ojeras reinaba alrededor de mis ojos grises. Pero al recuperarme todo volvió a su sitio. Es más, estaba mucho más mujer…por así decirlo. Mis pechos habían crecido, junto con mi cadera y mi cintura se volvió un poco más ancha. Mis piernas se alargaron de manera que ahora lucían más esbeltas y mis músculos volvían a tener un poco de fuerza. La caza ayudaba a mantenerme saludable porque al estar en tensión, el cuerpo trabajaba y eso hacía que estuviera un poco fibrada. «Katniss tienes un cuerpo muy bonito…» decían Effie y Portia cada vez que venían a verme. Pero yo negaba con la cabeza y decía que eran ellas las que me veían con buenos ojos. Lo más importante es que el color morado horrible de mis ojeras había desaparecido e incluso ahora había vuelto a coger un poco de color gracias a la claridad del sol, dejando a un lado mi palidez del rostro. Poco a poco, las piezas del puzzle volvían a su sitio y yo me sentía muy orgullosa de los pasos tan agigantados que estaba dando.
Devoraba una de las tostadas mientras escuchaba a la presidenta Paylor dando uno de sus discursos a través de la pantalla. Siempre me había impactado su voz autoritaria a pesar de tener una apariencia bastante joven. Pero una cosa era clara y es que no podría haber una presidenta mejor para Panem. Yo nunca hubiera podido hacer nada parecido. Ella representaba la estabilidad y la seguridad que los Distritos necesitaban desde hace muchísimos años y ya era hora de que todo nos saliera tal y como lo planeábamos. Sin más juegos, sin más asesinos, sin más muertes.
- ¡Hey, preciosa! Ábreme la puerta. – escuché gritar desde al otro lado de la puerta de casa.
Haymitch. ¿Tan madrugador? Qué extraño…normalmente siempre se pasaba a la hora de la comida, es decir, al medio día.
- ¿Te ha ocurrido algo? – pregunté extrañada en cuanto abrí la puerta.
- Venía a informarte de un asunto… - lo miraba con atención a la par que entraba al interior y se sentaba en una de las sillas de la mesa de la cocina para servirse café. Yo simplemente lo seguí y lo miré impaciente mientras mordía la tostada que yo había comenzado hace un par de minutos. No había quién lo soportara cuando se ponía misterioso y se hacía el interesante.
- ¿Y bien? ¿Me lo vas a decir ahora o tengo que esperar a que te acabes mi desayuno?
- Me ha llamado Johanna. La muy…me ha despertado mientras soñaba con cosas, cosas bonitas.
- Ah – suspiré. «Al menos tú no has tenido una pesadilla...» - ¿Y cómo está?
- Mañana cogen el tren y vendrán hacía el Distrito 12. Junto con Annie, el pequeño Finnick...
Un momento. Volvería a ver a la loca de Johanna y a mi queridísima Annie con su hijo que cada vez me recordaba más a su padre. Por las fotos que mandaba y las conversaciones telefónicas que manteníamos, Annie y el pequeño se encontraban mejor que nunca. Johanna se había ido a vivir con ella al Distrito 4 para ayudarla en todo lo relacionado con Finnick Jr. pero yo no tenía conversaciones con ella. Sólo sabía que estaba bien y ya está. Con Annie era diferente porque hablábamos de vez en cuando y yo le agradecía enormemente ese detalle.
A pesar de mi evidente mejora, nunca podría superar una muerte como la de Finnick; y más cuando pasó delante de mis narices y yo no pude hacer nada más que entregarle a la muerte para que aquellos mutos no hicieran de su muerte una lenta y dolorosa. Su última palabra fue mi nombre, en un grito que jamás se borrará de mi memoria. Me desgarra el alma cada vez que lo escucho en uno de mis sueños. Nada de todo lo que viví se eliminará de mi subconsciente, siempre persistirá. Pero de alguna manera, Annie me tranquilizaba con sus palabras sabiendo que todo le iba genial y no podía estar más feliz con su hijo de cuatro años.
- Y veo que no me has prestado atención a lo que te estoy diciendo…- me despertaba Haymitch de mis pensamientos mientras se sacaba esa botellita de color metálico del bolsillo del interior de su chaqueta.
- Perdona – respondí rápidamente quitándole su juguete favorito antes de que el líquido transparente cayera en su taza de café.
- ¡Oh, vamos! Por la mañana no pasa nada…es saludable, ¿sabes?
- ¿Saludable? – Reí irónicamente - Lo estabas dejando y ahora vuelves a beber casi igual que antes…
Me levanté y vacié el contenido de la botellita en el fregadero. Detrás de mí sólo escuché una especie de gruñido y un par de palabrotas. Me giré con una sonrisa triunfante en el rostro y apoyé mis manos detrás, sobre la encimera. Mi ex mentor sólo me observaba con una mirada de odio muy típica de un niño cuando le quitas una golosina.
- Te decía que no sólo vienen ellas. Sino que también las acompañará Gale.
Vale. Ahora sí que mi sonrisa de triunfadora se había ido a lo más hondo del desagüe.
- ¿Cómo…? ¿G…G-g-ale? – tartamudeé cuando avanzaba y me agarraba a una de las sillas de madera – pero eso no puede ser. ¿Qué hace con Annie y Johanna?
- Por lo que tengo entendido le cambiaron de Distrito y se encontró con Johanna. Preguntó por ti y Johanna le dijo que seguramente Annie y ella vendrían a verte…y él insistió en que le avisaran para acompañarlas.
- ¿Cómo sabes eso?
- Johanna me lo ha contado…- un silenció inundó la habitación – Preciosa, escucha…
- No estoy preparada – le corté.
- Has mejorado mucho y pienso que lo mejor que puede ocurrirte es enfrentarte a aquello que dejaste atrás. Y Gale es un asunto pendiente que deberías arreglar.
¿Asunto pendiente? No tengo nada que hablar con él. Se lo dejé muy claro en el Capitolio, ese adiós fue claro y directo. Y tampoco le perdono que durante todo ese tiempo en el que yo estuve "diferente" después de la muerte de Prim, ni si quiera me llamara para preguntar cómo estaba. De acuerdo que después de nuestra tensa y última conversación las cosas no iban a ser para nada iguales. Pero en su día fue mi mejor amigo, mi confidente. ¿Ni si quiera se preocupó por mi estado de salud? ¿Todos aquellos años que habíamos vivido juntos no tenían ningún valor para él? Estaba enfadada y hundida por todo lo ocurrido en la revolución, por la muerte de Prim; pero jamás pensé en odiarlo. Nunca le desearía nada malo. Sólo necesitaba mi espacio y Gale no me transmitía lo que yo necesitaba y lo que yo quería para seguir en mi día a día. Punto.
Y si no quería hablar conmigo directamente podría haber llamado a Haymitch que era el único que me cuidaba y preguntarle por mí. Pero nunca lo hizo, así que lo que vaya a decir ahora no me hará cambiar de opinión.
- No lo quiero aquí Haymitch, haz lo que quieras o invéntate cualquier excusa. Me voy al bosque. – cogí mi chaqueta que estaba en el sofá y me dirigí a la puerta para abandonar la entrada de mi casa, pero Haymitch me detuvo con su voz a unos diez pasos de mí.
- Katniss, sólo te digo que deberías intentarlo. Nadie te obliga a nada y yo no soy quién para decirte lo que tienes que hacer pero me preocupo por… – suspiró sin acabar – sólo…inténtalo.
- Lo pensaré – y con un lento movimiento cerré la puerta tras de mí.
Corrí hacía el bosque cómo un cervatillo perdido. Necesitaba desconectar porque el día no había empezado de la mejor manera: primero una pesadilla horrible y después la noticia de mi ex mentor. Me alegraba volver a ver a Annie e incluso Johanna, pero Gale…Aunque no puedo negar que más de una vez pensaba en él y me preguntaba que cómo estaría. Pero luego me acordaba de todo lo que había pasado en la revolución y me enfadaba conmigo misma por ser tan idiota. Ni Gale ni yo volveríamos a ser aquellos niños jugando en el prado o en la plaza del Distrito 12; ni aquellos adolescentes que corrían por el bosque tras la caza de una buena pieza. Jamás volveríamos a tener aquellas conversaciones en la orilla del río, sentados en una de las grandes rocas que se movían por la inestabilidad de su posición. Recuerdo aquella vez en la que Gale no aguantó el equilibrio y se cayó empapándose toda la ropa. Aún puedo oír las carcajadas que salían de mi garganta cuando sucedió, más que nada porque había llovido y la poca agua del río estaba totalmente sucia y pastosa a causa del barro.
Y ahora me encontraba en una de aquellas rocas, pero sola. Con el símbolo del sinsajo entre mis dedos, dándole vueltas una y otra vez. Esa mañana no tenía ganas de cazar así que sólo me dediqué a disfrutar de la soledad que reinaba en el bosque. De vez en cuando se escuchaban los ruidos de algún animal o de las hojas moviéndose a causa del pequeño viento, pero había paz. Y era lo que mi mente necesitaba. Paz. La paz que no tenía desde que…desde que Peeta estaba conmigo. Después de la mañana lluviosa no volví a saber nada más de él. Sé que se ponía en contacto con Haymitch y preguntaba por mí, pero eso era todo. Mi ex mentor me dijo que se había trasladado al Capitolio después de los tratamientos y la rehabilitación que recibió por parte del Doctor Aurelius y que estaba bien. "Que estaba bien", eso era todo lo que sabía de mi chico del pan. Tampoco es que yo me atreviese a preguntar nada más porque me daba miedo saber algo que podría hacerme daño. Como por ejemplo, que hubiera rehecho su vida con alguien. Bueno en realidad no me daba miedo, me daba pánico. ¿Y yo? Yo… ¿qué? ¿Qué pasa conmigo? Aquí estoy, necesitándole. Pero sin el valor suficiente como para coger el teléfono y llamarle. «Menuda cobarde… ¡eres una cobarde Katniss!» Sí, lo sé pero no puedo evitarlo. Debería acabar con todo esto de una vez y no tener la ligera sensación de ser una perdedora. Para nada me sentía así pero de todos los propósitos que había conseguido hasta ahora, uno de los más importantes era mi enfrentamiento a los problemas que tenía con Gale y con Peeta. La cosa es que no me veía capaz de hacerle frente a ninguno de los dos.
Gale. Peeta. Gale. Peeta. Gale. Peeta.
Dos de las personas más primordiales y ahora ninguno estaba a mi lado. Recuerdo las preguntas que me hacía a mí misma sobre qué era lo que sentía por uno y qué era lo que sentía por otro. Tardé demasiado en darme cuenta y en saber que siempre lo supe. Pero soy lo bastante cabezota como para ponerme una pared blanca enfrente de mis narices y seguir defendiendo que la pared es de color gris. Los labios de Peeta siempre me habían llevado a lugares que Gale jamás podría. Peeta Mellark era mi armonía, mi oasis, mi tranquilidad. Mi tormenta en un verano caluroso, mi refugio del cual no saldría en cien años. Pero sus ataques lo alejaron de mí y no por mi propia decisión, sino por la suya. A mí me daba igual el daño físico que pudiese hacerme con tal de tenerlo cerca, pero él me dijo que nunca se lo perdonaría. Durante una de las discusiones acerca del tema, me creé yo misma una de mis crisis de ansiedad y él se marchó de mi casa para avisar a Haymitch. Tardé tres meses en verle y después sus visitas fueron prácticamente escasas. Hasta la penúltima, donde intentó atacarme. Hasta la última, donde se despidió.
Caminé por el bosque hasta que se hizo tarde. Haymitch estaría preocupado y enfadado pero me conocía lo suficiente como para saber que necesitaba mi tiempo y mi espacio. Era una de las cosas que más me gustaba de él, no me presionaba. Me daba todos los momentos que yo precisaba inclusive todo un día o toda una semana. Pero decidí volver a casa para avisarle de que haría frente a todos los miedos que un día dejé atrás. De que ya no tenía razón para esconderme, de que Gale podría venir a casa si él lo deseaba. Ya había pasado bastante tiempo y la Katniss que un día conoció estaba en pleno fase de desarrollo. Cuando llegué a la Aldea de los Vencedores ya estaba oscureciendo. Mi estómago rugía a causa del hambre, deseaba que a Haymitch se le hubiese ocurrido la idea de llamar a Sae para hacer uno de sus cocidos tan buenos que sólo ella sabe preparar. Y así fue. Al entrar al recibidor pude olfatear con éxito el aroma de aquel plato caliente. Corrí impaciente hacía la cocina esperando la presencia de mi ex mentor y de Sae, pero no había nadie. Nada más que una nota encima de la mesa de la cocina con un par de frases.
"Sae hizo la comida del medio día. Como supuse que no llegarías para comer, le dije que te guardara lo suficiente en la olla para que puedas cenar. Por cierto, llama a Annie. H."
Tuve que leer la última frase más de una vez. ¿Para qué quería que llamara a Annie? ¿Se habrían arrepentido y me llamaría para decir que al final no vendrían? Iba a salir de dudas en ese instante. Mientras esperaba que la voz de Annie traspasara el otro lado del teléfono, me fijé en que la ventana de la cocina estaba cerrada. Debía recordarme a mí misma de abrirla para que luego Buttercup pudiese entrar por la noche de madrugada. Resultaba gracioso preocuparse tanto por ese estúpido gato pero era como un instinto, como innato. Antes me hubiera importado bien poco si le pasaba algo pero ahora todo era diferente. Por Prim, se lo debía. Y aunque costara decirlo, también le estaba cogiendo 'algo' de cariño.
- ¿Hola? – contestó la dulce voz de una chica.
- ¡Hola Annie! Soy Katniss…
- Ah Katniss… ¿te ha avisado Haymitch de que mañana iremos a visitaros? – así que no me llamaba para cancelarlo… - porque Johanna ya se lo dijo. Si no te ha dicho nad…
- Sí, sí me lo ha comentado. Pero también me ha dicho que te llamara ahora… ¿ha pasado algo?
- Bueno, quería avisarte de que alguien quiere venir con nosotras y a ver, debido a la situación prefería llamarte…
- Aham, lo sé. Gale, ¿no? – Y para lo que venía a continuación tuve que tragar saliva – No hay problema, puede venir si quiere.
- ¿De verdad? – Preguntó extrañada - ¿Estás segura? No estás obligada a nada…
- De verdad. Ya ha pasado bastante tiempo y…no sé. Quiero empezar a cambiar y a olvidar… - necesitaba acabar con ese tema de conversación porque ya no sabía que más decirle. Podía venir si quería pero ya está. Lo vería, le preguntaría que cómo está y poco más. – Por cierto, ¿cómo está el pequeño Finnick? Tengo muchas ganas de verlo…
- Está enorme. Mañana ya lo verás…él también tiene muchas ganas de verte. Siempre me pregunta por su tita Katniss – no pude evitar sonreír ante ese mote cariñoso. Tita Katniss. Y eso que lo había visto pocas veces, pero lo cierto es que tenía una gran conexión conmigo.
Al despedirme de Annie, le agradecí por el tema de querer avisarme. Al fin y al cabo sólo se preocupaba por mí y estaba segura de que si yo hubiese dicho que no quería ver a Gale, ella se habría opuesto para que éste viniese con ellas mañana. Al terminar de saborear el plato exquisito hecho por Sae, recogí la cocina y entreabrí la ventana para que el tonto del gato pudiese entrar más tarde. Me acerqué al salón y me senté en mi enorme sofá. Me quedé por unos minutos quieta, observando mis botas sobre la alfombra que ocupaba gran parte del suelo. Necesitaba descansar.
El día siguiente iba a ser bastante movido y quería estar preparada para cualquier cosa que pudiera pasar. Tan sólo iba a ver a un amigo que no veía desde hace más de tres años. Un amigo que fue uno de los causantes de la muerte de mi hermana. Tan solo eso. Mi único deseo de aquella noche era poder dormir y que los fantasmas del pasado no habitaran en mis sueños por segunda vez.
Con aquel día ya había tenido suficiente.
Y con el día de mañana, tendría aún más.