Disclaimer: El fandom de Inuyasha, su historia y sus personajes no me pertenecen, son propiedad de Rumiko Takahashi y los tomo prestados sin fines de lucro.
Haunted
Por: Hoshi no Negai
26. Volviendo a ti
Sesshomaru vigiló cuidadosamente el perímetro buscando algún tipo de peligro. El solsticio ocurriría en aproximadamente doce horas y aún no estaba exactamente en el área del portal, pero nunca se podía ser demasiado precavido.
Escuchó a Jaken quejarse un poco más atrás, intentando hacer que el dragón lo obedeciera sin poner resistencia, pero la criatura no lo seguía realmente porque así lo ordenaba el demonio de río, sino porque estaba manteniéndole el ritmo a Sesshomaru, un ritmo que tan rápido que el pequeño ser podía ser pisoteado con facilidad.
Ah-Un había despertado de su letargo poco antes de que empezara la primavera, y Jaken le había dicho que pasó los primeros días esperando y buscando en vano a Rin por toda la mansión. Incluso sus lacayos lo habían escuchado gemir lastimeramente, sentado en el mismo punto en el que ambos solían reunirse cada mañana, como si de alguna manera esto pudiera traerla de vuelta.
La humana lo había vuelto demasiado dependiente y doméstico, no era la criatura más apta como compañero de viaje si su labor era protegerla cuando el momento lo ameritaba. Necesitaba construir su carácter y entrenarlo con mano firme, por lo que se tomó la tarea de manera personal cuando regresó a la mansión unas semanas después de su despertar.
El dragón lo había acompañado desde entonces en su búsqueda de portales entre otras cosas, tiempo que aprovechó en convertirlo en una bestia digna de ser confiada con la vida de Rin. Aún tenía algunas cosas que aprender y su carácter seguía algo blando, pero la mejoría era notable.
Se detuvo un momento para admirar la vista desde lo alto de aquella colina. Abajo, en el valle, estaba la gran y ruidosa ciudad de Tokio, un lugar que aún no había pisado. Había sido lo bastante metódico como para no pasar por las áreas marcadas en el mapa, pero lo que sí hizo fue buscar puntos de refugio para la humana, rutas poco visitadas por demonios salvajes que seguían considerando a la especie como un aperitivo de gran valor.
Todo tenía que estar en total orden para cuando llegara, no podía darse el lujo de ser descuidado.
Giró para vislumbrar el bosque tras el que estaba oculto el pozo devorador de huesos y pensó en la pequeña nota que Rin le había dejado antes de partir junto a la bufanda que tejió para él, papelito que aún guardaba consigo. Todas aquellas pertenencias seguían en perfecto resguardo en el interior de la mansión, y a lo largo de esos meses había ido periódicamente para asegurarse de que así fuera.
Aún no sabía si aquel sería el lugar en el que se asentarían de manera definitiva, pero no estaba de más defender la estructura por si acaso. No podía simplemente ignorar la provechosa propiedad, por más malos recuerdos que guardara.
Pero no era el momento de pensar en la amargura que había acarreado durante una significante parte de su vida. No, a partir de aquella noche, se abriría un nuevo periodo, uno que jamás llegó a considerar durante sus años de juventud.
Apenas curvó la comisura de sus labios en una muy ligera y casi insospechada sonrisa, una que sólo Rin podía ver.
Y cuando volviera, posiblemente se toparía con ella más seguido de lo que él querría admitir.
...
Había llegado el gran día, pensó hinchando el pecho de ansiedad cuando se despertó aquella mañana. Se sentó en el borde de la cama, admirando la tenue claridad que se colaba por su ventana. Era tan temprano que apenas comenzaba a amanecer y sabía que podía tomar al menos dos horas más para descansar cuanto mucho, pero le era imposible volver a cerrar los ojos con ese propósito.
Observó el calendario que tenía guindado sobre el escritorio y detalló el pequeño círculo rojo con el que había encerrado el 21 de junio, formando una nostálgica sonrisa mientras se ponía en pie. Estiró un poco los músculos antes de hacer la cama y ordenar un poco la habitación. Debía ocupar el tiempo que le quedaba en algo provechoso por lo menos, pero había hecho tanto el día anterior que realmente no tenía nada más que arreglar.
Pero con la melancólica sensación de despedida se hacía cada vez más presente, no lo resistió y tomó su álbum de fotos personal que guardaba en el escritorio. Era un librito pequeño, lleno de notitas, calcomanías y fotos puestas al alzar de ella, su familia y amigos. Por milésima vez en esos meses desde la conversación con sus padres se cuestionó si estaba haciendo lo correcto, si no estaba siendo egoísta por abandonar aquellas preciadas memorias, su hogar, para empezar de cero en un lugar totalmente opuesto.
Llegó a la última página y sacó la fotografía para detallarla más de cerca. Era su primer día en secundaria donde salía posando con su recién estrenado uniforme, con Momoko e Issei haciendo lo propio a cada lado de ella. Recordaba ese momento perfectamente, la emoción y el inocente entusiasmo de al fin usar aquella ropa y llegar hasta esa etapa de su vida.
Sonrió enternecida al ver lo ingenua que era entonces, lo llena que estaba de sueños y fantasías. Ese día no había pensado mucho en Sesshomaru, pues apenas lo conocía como para formar parte tan significativa de su vida, pero sí recordó que al final de la jornada, le había dedicado unos minutos imaginándose todo lo que le contaría.
Después, cuando llegó a la preparatoria, su entusiasmo iba más ligado a él de lo normal. Ya en ese entonces comenzaba a cambiar sus pensamientos y su forma de verlo, llenándose la cabeza de las típicas ilusiones románticas de una adolescente.
Qué curioso que éstas se hubieran cumplido después de todo.
No de la manera que quería en un principio, claro, pero se cumplieron al fin y al cabo.
Tomó su celular y admiró entonces el drástico cambio en sí misma en la autofoto que se habían hecho juntos el año pasado. ¿No fue al día siguiente de que me besara por primera vez? ¿O fue la segunda vez? Con razón todo el mundo se dio cuenta, tengo una cara de idiota...
Qué vueltas más extrañas daba la vida... jamás se hubiera imaginado en semejante posición cuando comenzó a formar ideas diferentes de Sesshomaru. Siempre fue algo inalcanzable, algo que ni siquiera se supusiera que fuera a pasar y ella estaba consciente de eso. Después de todo, ¿no eran así todos los enamoramientos de adolescentes, pasajeros y llenos de tonterías?
Y ahí estaba a sus dieciocho años, a punto de retornar a la misma relación que tan imposible se le había hecho durante tanto tiempo. Recordó vagamente algo que le había dicho Issei al graduarse de la secundaria y pensó que había estado más acertado de lo que había creído jamás.
No se había ganado la lotería exactamente, pero sí era un caso especial de un millón.
―Rin, ¿ya estás despierta? ―se asomó su padre. La chica vio rápidamente la hora en el teléfono y se percató de que había estado viendo fotos por más tiempo del que había querido―. Vaya, ya ordenaste tu habitación, qué eficiente. ¿Te levantaste hace mucho?
―Buenos días, papá. No, hace un rato nada más ―le sonrió al acercarse a la puerta. El hombre ya estaba vestido para el viaje e incluso desde entonces intentaba ocultar su angustia.
―¿Pudiste dormir algo anoche? Tus amigos se fueron bastante tarde ayer.
―Me acosté justo cuando se fueron, así que dormí bastante, no te preocupes ―le dijo aunque fuera una verdad a medias.
Sus amigos más cercanos del colegio la habían ido a despedir la noche anterior, quedándose hasta más allá de la media noche escuchando sus anécdotas y planes para el futuro. Había sido una reunión de lo más interesante, pues aunque les hubiera comentado muy a la ligera que planeaba irse del pueblo en el verano, no fue sino hasta hacía muy poco tiempo que se había animado a decirles la verdadera razón pues temía que ellos, como las víctimas directas de todo el horror del año pasado, se tomaran muy mal la noticia.
Pero se llevó una gran sorpresa al ver que, pese a su inicial escepticismo, acabaron aceptándolo como si muy en el fondo lo supieran. Incluso se enteró de la pequeña apuesta que había entre Shizuku y Satsuki sobre qué tan cierta era esa creencia de que había algo entre su compañera y el inugami. Shizuku reclamó sus cinco mil yenes con aires de victoria cuando menos se lo había esperado, justo en medio de un silencio después de haber confesado la verdad.
Aunque aquello la había sacado de base, ayudó muchísimo en alivianar el pesado ambiente.
A final de cuentas, aunque hubiera sido una velada bastante rara, la había disfrutado al máximo. Sus amigos fueron comprensivos y supieron manejarlo bastante bien, deseándole buena suerte e incluso algunos suvenires para cuando regresara.
Lo único que faltó aquella noche fue la presencia de Issei.
Dadas las obligaciones y estudios que sus antiguos compañeros de clase tenían actualmente, sólo habían podido ir a despedirla un reducido puñado de ellos, los que aún estaban en el pueblo o los que viajaron desde la ciudad a pasar el fin de semana. Issei, aunque fue notificado de la reunión, se excusó con sus próximos proyectos en la universidad para no asistir. Esto le había sentado bastante mal a Rin, por supuesto, pues aunque la comunicación hubiera mermado desde la graduación, contaba con la esperanza de reanudar la normalidad con él antes de marcharse.
Al parecer esto no era del todo posible, pues rara vez contestaba sus llamadas y mensajes.
―No has desayunado todavía, ¿verdad? ―su padre interrumpió el triste tren de pensamientos que recorría su mente, trayéndola a la realidad.
―No, no he salido de mi cuarto todavía.
―Entonces será mejor que lo hagas pronto, tu madre lleva un rato en la cocina y no querrás que se enfríe lo que está preparando.
―¿Mamá ya se despertó? ¿En qué momento? No escuché nada.
―Lo habrá hecho antes que tú entonces. No eres la única que tuvo problemas para dormir ―le dijo con una media sonrisa de pena―. Vístete, te esperamos abajo.
Cerró la puerta después de oír la respuesta afirmativa y Rin se apresuró en deshacerse del pijama que aún llevaba puesto. Vistió ropa ligera de verano, ideal para un largo viaje en trenes y autobuses. Como toque final, adornó su largo cabello suelto con el prendedor de oro que le había regalado Sesshomaru la primavera pasada.
Bajó las escaleras sintiéndose algo nerviosa por lo que podría encontrar en la cocina, imaginándose que quizás su madre no estaría llevando el evento de aquella tarde del todo bien, pero lo que encontró cuando se decidió a hacer acto de presencia la dejó ligeramente extrañada.
Ahí, en la mesa del comedor, estaba un exuberante desayuno recién hecho y muy bien surtido con avena, galletas, arroz con pescado, verduras, frutas, panqueques, jugos, leche y té que le hizo cuestionarse qué tan temprano se había levantado su madre en realidad y cómo rayos no había escuchado nada antes.
Su padre, ya sentado con una taza de café en una mano y la cuchara con avena en la otra, le dedicó un breve encogimiento de hombros antes de invitarla a tomar asiento en su puesto correspondiente. Yuriko apareció justo en ese momento con un plato lleno de tostadas que colocó en el pequeño espacio libre que quedaba sobre la mesa, sonriéndole para darle la bienvenida.
―Buenos días, Rin. Tardaste un poco en bajar, creí que te habías quedado dormida.
―Tengo un rato despierta, de hecho. Em... Mamá, no que me queje pero, ¿no crees que se te fue la un poquito mano?
―Tonterías. No probarás la comida de tu madre por unos meses, así que lo mínimo que puedo hacer es asegurarme de que te vayas con el estómago bien lleno. Quién sabe cómo te alimentarás allá...
―Bastante balanceado en realidad ―aseguró Rin al llenarse el plato de panqueques―, pero no tiene comparación ante esto ni en un millón de años. Gracias, mamá.
La mujer asintió complacida y orgullosa, sentándose para desayunar ella también. Tenía notorias ojeras y se la veía más pálida de lo habitual, cosa que Rin atribuyó a la angustia que debía sentir al igual que su padre. Seguramente nadie en la casa había podido dormir ni un tercio de lo que necesitaban, pero cada uno lidió con su ansiedad de maneras diferentes.
―¿Cómo te sientes, hija? ―quiso saber Hizashi. Se acercaba peligrosamente la hora de partida y una considerable cantidad de alimentos habían desaparecido de la mesa.
―Nunca me he sentido más llena en toda mi vida ―se reclinó hacia atrás mientras se frotaba el estómago como si eso ayudara a digerir más rápido―. Creo que estoy un poco menos nerviosa, este desayuno realmente me calmó.
―Ese era el punto, cielo ―se alegró su madre mientras comenzaba a retirar los platos vacíos. Padre e hija no tardaron en imitarla, y entre todos asearon el comedor y la cocina. Se tomaron su tiempo, haciéndolo lentamente para que fuera más duradero; podía sentirse la nostalgia en el aire y el esfuerzo de la familia de ocultarlo tras sonrisas y comentarios ligeros. Eran los últimos minutos que tenían para pasar juntos en la casa que la vio crecer, era de esperarse que hicieran acto de presencia los sentimientos encontrados.
La muchacha se colocó la mochila sobre los hombros en cuanto subió a su cuarto, dándole otro largo vistazo a sus pertenencias mordiéndose los labios sin saber cuándo volvería a pisar ese lugar y preguntándose bajo qué condiciones lo haría. Las piernas se le anclaron al suelo al comprender que estaba quemando su primera etapa para convertirse en adulta, que ya no era ninguna niña que veía en aquel lugar un refugio de todos sus pesares ni un nido que la resguardara del mundo exterior. Estaba por enfrentarse a ese mundo y no sentía miedo.
Exhaló una honda bocanada y la dejó ir lentamente, cómoda consigo misma cuando cerró la puerta.
Anduvo con paso calmado por el que había sido su hogar, deteniéndose a observar fugazmente los detalles de la misma manera que había hecho en su cuarto. Se sentía triste pero al mismo tiempo era... liberador. Calzó sus zapatillas deportivas en la entrada y fue la última en salir, sonriendo de manera nostálgica sin querer. Su madre le dio un apretón de manos para infundirle ánimos y tras una pequeña sonrisa compartida, la familia se puso en marcha al terminal de autobuses que los llevaría a la ciudad para tomar el tren.
Rin no soltó la mano de Yuriko hasta que se bajaron en su destino e hicieron la corta fila para entrar en el área de abordaje. Había tanta gente como era habitual, y de no ser ése un día normal, su padre estaría entre la reducida multitud que esperaba su turno para ir al trabajo.
―¡Rin! ―la llamó una voz a sus espaldas. Algunas personas voltearon molestas por el repentino grito que interrumpía el callado murmullo de la terminal, por lo que no le costó distinguir a Momoko haciéndole señas desde la entrada, y no estaba ella sola.
La muchacha trotó hasta donde estaba su amiga acompañada de Issei, quien la observaba entre contrariado e incómodo. Rin no demoró ni un segundo en estrecharlo en un demoledor abrazo en cuanto el chico se disponía a decirle algo.
―Issei... ―musitó ella cuando se separaron, bajando considerablemente la voz ante las miradas que atraían―, tenía miedo de no verte antes de irme. Pensé que estabas en la ciudad preparándote para los exámenes.
―Lo estaba, pero vino anoche en el último bus, justo cuando terminó nuestra reunión contigo ―dijo Momoko sonriente. Issei bajó la mirada apenado pero volvió a subirla hasta Rin:
―Perdóname. Fui un verdadero imbécil.
―Sí, lo fuiste ―secundó Momoko rolando los ojos. El muchacho de las gafas se dirigió a Rin.
―No sabía qué decirte... ni cómo lidiar con todo esto. Me sentía mal por no poder alegrarme por ti, no quise ser egoísta... y me acabé distanciando pensando que era lo mejor, pero sólo empeoré las cosas. Sigues siendo mi mejor amiga y no quería que te fueras sin que lo supieras.
―Tranquilo ―lo detuvo Rin, demasiado conmovida como para siquiera recordar todo el tiempo que estuvieron alejados―. Ya no importa, estás aquí ahora y es lo que cuenta ―lo tomó de las manos para darle un breve apretón. No se habían visto en semanas, prácticamente perdieron el contacto desde la graduación y cada vez que intentaba comunicarse con él, ponía una excusa para evitarla. Pero ella comprendía por qué lo hacía, sabía sus motivos y no podía recriminárselo. Por muy amigos que siempre hubieran sido, cuando te lastiman el corazón aunque sea sin querer, es imposible que las cosas sean como antes. Issei se sintió traicionado y una vez más Rin le había hecho daño al decirle la verdad. Había querido mandarlo al diablo por su reacción y pretender que no le importaba, pero siempre se arrepentía hasta de pensarlo.
E Issei, más que estar dolido con ella, estaba molesto consigo mismo.
Las cosas se habían complicado mucho entre ambos, y por un momento creyó que lo perdería o que simplemente no sabría nada de él sino hasta dentro de bastante tiempo después.
Verlo ahí en el terminal a pesar de todo era prueba suficiente de que se había equivocado.
Y cuánto se alegraba de que fuera así.
―También sigues siendo mi mejor amigo, Issei, y siempre lo serás. Lamento haberte lastimado.
―No es culpa tuya. Perdón por haber sido un cobarde.
―Tampoco es culpa tuya ―le infundió ánimos con una sonrisa―. Gracias por venir a despedirme.
―Regresarás, ¿verdad?
―Por supuesto que lo haré. No sé cuándo, pero dalo por hecho. Y más te vale estar aquí para cuando eso pase.
―No tienes ni que decirlo.
―A buena hora se arreglan ustedes dos. Típico, dejándolo todo a último momento ―ambos chicos se rieron por lo bajo del comentario de Momoko, quien se les volvió a acercar tras haber retrocedido para darles algo más de espacio. Rodeó los hombros de ambos en un abrazo y los apretujó cariñosamente―. ¿Ya están en paz?
―Estamos en paz ―asintió Rin viendo hacia Issei, quien imitó su gesto.
En ese momento resonó la voz metálica por el altoparlante avisando la salida del próximo autobús con destino a la ciudad. La fila de pasajeros que aguardaba por aquella línea se movió para comenzar a abordar.
―Creo que ya es hora ―comentó Rin al sentir que su pecho se estrujaba fuertemente―. Muchas gracias por venir, chicos, son los mejores amigos que alguien pudiera pedir. Los echaré mucho de menos.
―Y nosotros a ti, Rin ―la otra chica la abrazó con fuerza intentando reprimir las lágrimas―. Cuídate mucho, por favor.
―Eso haré.
―Y pase lo que pase... sabes que te esperaremos. Me mantendré en contacto con tus padres para saber de ti, así que comunícate con ellos cada vez que puedas.
―No te preocupes, es lo que voy a hacer.
―Te quiero, Rin ―volvió a estrecharla. Ya había comenzado a llorar―. Te deseo lo mejor lo mejor del mundo.
―Gracias, Momoko... muchas, muchas gracias ―genial, ella también estaba llorando. La fila se acortaba conforme los pasajeros subían en el bus, y sus padres estaban rezagados esperándola cerca de la entrada. Apenas se separó de su amiga, hizo lo propio de abrazar al muchacho con brazos temblorosos―. Issei...
―Espero que vuelvas pronto ―le dijo él devolviéndole el abrazo―. Y que lo hagas en una sola pieza.
―Y yo espero que estés aquí para comprobar que así sea. Gracias, Issei... te extrañaré más de lo que crees.
―Y yo a ti ―la apretó un poco más antes de dejarla ir con un resoplido suave―. Buena suerte.
―¡Rin! ¡No demores más, te están esperando! ―la apuró su madre a unos cuantos metros. La chica tomó las manos de sus amigos una última vez y les sonrió con infinita gratitud.
―Nos veremos pronto.
―¡Más te vale!
―Te esperaremos ―asintió Issei.
Rin no pudo soportarlo más y con un asentimiento final, se dio la vuelta y corrió hasta el autobús. Las lágrimas bajaban a toda velocidad por sus mejillas cuando fue a sentarse en un puesto del fondo con sus padres, ignorando las miradas de reproche de otros pasajeros por el retraso.
Se sentó al lado de la ventana y buscó a sus amigos con la mirada, quienes se habían acercado al vehículo y la despedían efusivamente. Momoko lloraba a moco tendido e Issei se mordía la lengua para controlarse, dándole una sonrisa de ánimos que le sacudió el corazón.
Sacudió las manos, articulando despedidas con la boca que ellos no llegaron a escuchar, y se quedó con la cara pegada en la ventana para cuando el autobús arrancó y salió del terminal, dejando atrás a sus dos mejores amigos, quienes lo siguieron para no perderla de vista.
Apoyó la espalda en el respaldar limpiándose la cara y sintiendo las palmaditas conciliadoras de su madre sentada a su lado. Sabía que sería difícil, pero nunca reparó en cuánto le dolería tener que separarse de ellos. Y como no se los había esperado ahí, especialmente a Issei, toda la serenidad que había mantenido durante el inicio de la mañana amenazó con romperse en mil pedazos.
Se inclinó para apoyar la cabeza en el hombro de su madre mientras luchaba por tranquilizarse, pensando en que, si aquello había sido duro, ¿cómo sería cuando le tocara hacer lo mismo con sus padres al final del día?
Apenas viró la cara para ver por el espacio que había entre los asientos que usaban ella y Yuriko; su padre ocupaba los puestos traseros, manteniéndose con la vista fija en la ventana, pensativo. Detalló sus arrugas prematuras, las canas de su cabello, sus ojos cansados detrás de sus gafas y el tenue fruncir de sus labios en aprensión. También reparó en la calidez del cuerpo de su madre, su suave colonia y las dulces palmaditas que le daba sobre la pierna para ayudarla a calmarse.
Su corazón latió dolorosamente al reparar que sólo le quedaban horas para poder estar con ellos, que al día siguiente ya no la recibirían ni la saludarían cariñosamente. Un peso horrible se alojó en la boca de su estómago, pero se forzó a mantenerlo a raya.
Todo estaría bien, eso era lo único en lo que podía concentrarse. Debía ser optimista y verle el lado bueno a las cosas. No es un adiós definitivo con nadie, es un hasta luego.
Dio otra onda bocanada que alertó a su madre, quien detuvo las palmaditas y torció la cara para verla en señal interrogante. Rin negó con la cabeza para no preocuparla, y estrechó con un poco más de fuerza la mano que sujetaba la suya.
Les quedaba un largo camino que recorrer hasta Tokio, así que se aseguraría de disfrutarlo de la mejor forma posible.
...
Habían transcurrido algunas horas desde la partida de su pueblo natal y a media tarde ya estaban a poco de llegar a la capital. Un trayecto largo y lento, bordeando pasajes de montaña y atravesando solitarios pueblos que ni sabía que existían. Rin estaba apoyada contra la ventana del tren, observando el lento pasar del paisaje rural por el otro lado. El cielo era claro y estaba despejado, un día excelente de verano si alguien se molestaba en preguntarle. El vagón estaba lleno pero sin resultar aparatoso, y la mayoría de los pasajeros conversaba animadamente en voz baja o leía en silencio desde sus asientos.
Podrían haber tomado el tren bala y probablemente ya habrían arribado, pero ninguno de los tres lo consideró en realidad. No tenían prisa y el solsticio ni siquiera había comenzado aún, así que no había motivo por ir acelerados.
Ladeó la cara hacia su madre cuando la sintió removerse a su lado, haciendo algunos soniditos de incomodidad entre sueños. La pobre mujer estaba agotada, y en vista del rítmico movimiento del tren no tardó en cerrar los ojos y caer en la inconsciencia.
Un ligero carraspeo le hizo dirigir la vista hacia adelante, justo a tiempo para ver cómo su padre se sentaba en los asientos frontales y le extendía una bolsa.
―No es tan bueno como lo que hace tu madre, pero habrá que solucionar.
―¿La despertamos para comer? ―Rin se preparó para sacudirla del hombro, pero Hizashi la detuvo.
―Déjala dormir, no pasó una buena noche.
―¿Y tú sí?
―No, para nada ―admitió francamente con un resoplido mientras destapaba la caja de bento que acababa de comprar―, pero soy mejor aguantando. Tantos años revisando exámenes y preparando clases me tienen acostumbrado. Imagino que tú estarás igual, se te notaba en la mañana.
―Los nervios no me dejaron dormir ―terminó admitiendo.
―¿Y cómo te sientes ahora?
―Más nerviosa todavía porque nos estamos acercando ―tragó secamente al desviar la mirada una vez más por la ventana, hablando en murmullos para no molestar a su mamá―. Pero... también estoy emocionada por volver a ver a Sesshomaru. Ha pasado bastante tiempo, me pregunto cómo estará.
―¿Higurashi no te lo ha dicho?
―Me dijo que lo vio una sola vez, pero eso fue hace meses. Debería estar al lado del pozo para cuando me toque cruzar, Kagome dijo que así sería.
―¿Y si no está ahí?
Rin le dio un vistazo desaprobatorio a su padre.
―Todavía crees que debo dar vuelta atrás, ¿no?
―No se trata de eso, Rin. Sólo quiero que consideres todas las posibilidades por si las dudas.
―Esa en particular no la he pensado porque sé que no pasará ―contestó secamente, dándole un bocado a su comida. No quería molestarse por aquel comentario especialmente cuando sólo le quedaban cuanto mucho dos horas con su padre, pero ¿cómo evitarlo? Era doloroso que no confiara en ella y creyera que aún era muy niña para tomar sus propias decisiones.
―Rin... No quería hacerte enojar, lo siento ―dijo el hombre apenado, casi sonaba derrotado. Era como si aún guardara esperanzas de hacerla entrar en razón. El ceño fruncido de la chica se suavizó.
―Supongo que nunca estarás conforme con esto, eso lo entiendo. Pero deberías tenerme algo más de fe. Siempre cumplo mis promesas.
―Lo sé. Discúlpame. Aún no estoy preparado para dejarte ir.
―¿Sabes que si me quedara en este mundo igual tendrías que hacerlo para que me vaya a la universidad, no? Y eventualmente si me caso y todo eso ―ironizó ella intentando alivianar el ambiente
―No puedes comparar irte a la ciudad a literalmente irte a una realidad paralela ―musitó con una mueca. Habían discutido aquel tema tantas veces que ya todos estaban un poco hartos. Nunca estarían de acuerdo, así que lo mejor era simplemente ignorarlo y dejarlo pasar―. Pero... tienes razón, debería tenerte más fe. Sé que puedes cuidarte sola, te has independizado y madurado bastante desde el año pasado. Estoy orgulloso de ti.
―Gracias, papá. De todas formas no es que me vaya a esfumar en el aire, volveré a casa cuando menos te lo esperes. Quizás hasta pueda convencer a Sesshomaru de venir alguna vez para que lo conozcan formalmente, aunque no sé si le agrade mucho la idea.
―Mientras no me hagas abuela todavía no importa lo que hagas ―advirtió Yuriko repentinamente.
―¡Mamá! Rayos, qué susto, pensé que estabas durmiendo.
―¿Cómo voy a dormir si no dejan de hablar y hacer ruido con las bolsas? ―se quejó mientras estiraba un poco sus músculos agarrotados por la incómoda posición de intentar dormir en un asiento de tren.
―Lo siento, mamá.
―No pasa nada, igual no podía conciliar el sueño. ¿Cuánto nos falta para llegar?
―Poco menos de una hora ―anunció Hizashi mientras le extendía su almuerzo. Hubo un tenso silencio de aprensión entre los tres antes de que Yuriko se les sumara en el almuerzo.
―Qué insípido está esto ―soltó Rin intentando alivianar el ambiente―. Tu comida será de lo que más extrañaré cuando me vaya.
―¿Sólo la comida? ―la mujer alzó una ceja.
―También el aire acondicionado, el internet, la televisión, mi cuarto...
―¡Vaya! Uno pensaría que tienes otras prioridades, Rin ―dijo la otra falsamente dolida. La chica soltó una risita.
―Ay, mamá, ¿crees que no te voy a extrañar? ¿O a papá o a mis amigos? Eso no tiene ni que mencionarse por lo incuestionable que es.
―Así me gusta, cielo.
―¿Saben qué deberían hacer cuando regresen a casa? ―continuó hablando Rin con naturalidad―. Tomarse unas largas y merecidas vacaciones.
―Dudo que me cedan vacaciones en el trabajo cuando he hecho uso de todos mis días libres en menos de un año ―comentó Hizashi entre divertido y apenado.
―Pues deberían considerar tu caso en especial, porque no te los tomaste por gusto ―contestó Rin ceñuda. El hombre se encogió de hombros sin mayor remedio.
―Pero así son las cosas, no tiene importancia. Lo que puedo hacer es tomar todas las clases y seminarios extra que pueda para adelantar mi retiro.
Yuriko se sorprendió bastante y lo miró con los ojos bien abiertos:
―¿Piensas en retirarte? Pero todavía eres muy joven.
―No digo que lo vaya a hacer ahora, pero en algunos años me gustaría tener más tiempo libre. Rin tiene razón, necesitamos vacaciones, cariño.
―Unas bien largas.
―Pero... ¿estás seguro?
―Lo que pasó el verano pasado me hizo darme cuenta de algunas cosas ―explicó él pausadamente―, como que nunca sabes qué puede pasar repentinamente, o cuánto tiempo tienes para estar con tus seres queridos. He dedicado buena parte de mi vida al trabajo, y quisiera dedicar una parte equitativa a mi familia. Aunque Rin no vaya a estar en casa como antes, me gustaría estar ahí para recibirla en lugar de que tenga que esperarme hasta la noche que termina mi jornada.
―Oh, cariño... ―se conmovió Yuriko, estirando la mano para apretar la de su marido.
―Qué bueno que pienses así, papá ―asintió Rin, también emocionada. Él, quien siempre había estado obsesionado con su trabajo académico, rara vez se tomaba un tiempo para sí mismo a pesar de que amaba a su familia, y sabía de buena fuente que siempre se encontraba tan ahogado de trabajo que apenas podía darse un respiro―. Pero no te sobrecargues para adelantar tu retiro. Lleva las cosas hasta donde puedas y a un ritmo saludable para que no te enfermes. Si no te cuidas, mamá te mata y se te arruinan los planes.
―Tiene razón ―lo observó amenazadoramente―. Aún tengo ese bate de béisbol, no lo olvides.
―Nunca lo olvido, cariño, lo guardas bajo la cama.
Hubo una pequeña risa general entre los tres, a la que le procedió un cambio radical en el ambiente que antes había sido lúgubre e incómodo. Rin no podía estar más contenta por aquel momento agridulce al saber que, sin importar los malos momentos que habían pasado, nada le cerraba a ninguno de ellos la posibilidad de un buen futuro. Uno poco ortodoxo tal vez, pero no por eso era menos esperanzador.
El paso del tiempo y malos tragos no había cambiado a sus padres como había creído en un principio, sólo los había hecho más fuertes y tolerantes, y entre esa última hora que duró el viaje en tren, estuvo segura de que pasara lo que pasara, ellos estarían bien.
No tenía de qué preocuparse.
...
Kagome vio la hora que marcaba su reloj de pulsera para poco después advertir el estado del cielo. Siendo verano aún faltaba bastante para que anocheciera, pero no era eso precisamente lo que estaba buscando. Había otra clase de sensación en el aire, un olor diferente y un fino frío que se le adentraba por la piel, tal y como ocurría cuando la distancia entre ambos mundos se acortaba durante los solsticios. Ya faltaba muy poco y no era la única que lo advertía.
Inuyasha estaba parado cerca del pozo con los brazos fuertemente cruzados sobre el pecho, lanzando recurrentes miradas de desprecio hacia su hermano, quien también estaba por los alrededores observando el horizonte. De vez en cuando se podía escuchar al híbrido gruñir algunas palabras de desprecio y lanzar bufidos, pero ninguno de los otros dos le prestaba demasiada atención. A Kagome se le hacía la situación demasiado rara, no quería ni imaginar la mezcla de emociones que debía tener su marido en la cabeza.
Sesshomaru había llegado horas atrás, antes incluso de que la pareja hiciera acto de presencia. Inuyasha había estado en el bosque cazando y despejando el terreno de posibles atacantes, y Kagome se había pasado el día en el mundo humano con su familia, pendiente del teléfono para estar al tanto del progreso de los Hashimoto en su viaje. No había esperado ver que su cuñado se le había adelantado, aunque... desde aquella última vez que lo vio había quedado claro lo ansioso que estaba por ver a Rin de nuevo, así lo demostrara o no. Tenía sentido que hubiera llegado temprano.
―Ya casi es hora. Rin debe estar por llegar al templo en un rato, voy a cruzar para recibirla ―anunció en voz alta a nadie en particular, captando la atención disimulada del demonio.
―Me quedaré aquí para vigilar la situación ―le respondió Inuyasha acercándose, aún con la postura tensa y el ceño pronunciado.
―No siento ninguna presencia aparte de nosotros, Inuyasha, creo que deberías relajarte un poco ―le recomendó enarcando una ceja.
―Prefiero no tentar a la suerte durante un solsticio.
―Es un buen punto ―a sus espaldas, la pareja escuchó los pasos del inugami sobre el pasto acercándose hacia ellos. La severa mirada que les dedicaba le causó escalofríos a Kagome en la espalda, sin embargo no lo demostró en lo más mínimo―. Ya falta muy poco, ¿nervioso?
Como toda respuesta, el hombre apenas le dio una mirada de desagrado más fría que un iceberg. Prácticamente no había abierto la boca desde que se habían encontrado, muy a pesar de todas los indirectos intentos del híbrido para hacerlo reaccionar y comenzar alguna ridícula pelea. Inuyasha tenía serias ganas de, en sus palabras, hacerlo morder el polvo, pero Sesshomaru pasaba olímpicamente de él como si no existiera.
Kagome quería creer que el demonio podía sentirse culpable por lo que le había hecho a su madre tantos siglos atrás, y ahora que sabía que estaba vivo, más aún de haber pasado tantas cosas con Rin, se negaba rotundamente a causarle algún daño.
La sacerdotisa roló los ojos. Es lindo soñar con nobles motivos que no existen.
Fuera lo que fuera, sus razones para no caer en las provocaciones de Inuyasha eran todo un misterio para ambos.
Honestamente no sé cómo Rin puede estar con alguien como él. Son como el día y la noche.
Le dio una rápida mirada a su marido y acabó resoplando con una mueca. Pero no son los únicos.
Se despidió de los hermanos con un 'vuelvo pronto' y saltó al pozo como ya estaba acostumbrada. En lugar de aterrizar en la superficie de tierra, un resplandor azulado se la tragó haciéndola desaparecer. Sesshomaru observaba fijamente el sitio donde la mujer había estado unos segundos antes, atento y vigilante.
―¿Qué crees que haces? ―se extrañó Inuyasha cuando se dio cuenta de lo que pasaba―. ¡Hey! ¡No te atrevas...!
Pero no terminó de decirle a qué no debía atreverse porque su hermano también se había esfumado.
―Cretino ―gruñó Inuyasha dándose la vuelta con desdén. Debía mantenerse en su sitio, pues el solsticio atraía a varios tipos de monstruos deseosos por cruzar al mundo humano. Había protegido aquel portal durante varios años y este no sería diferente... Sin importar que ahora su potencialmente peligroso hermano estuviera en la casa de su esposa―. Si se atreve a hacer algo le arrancaré la cabeza.
Todo lo que podía hacer ahora era confiar en que Kagome pudiera manejar las cosas.
Además... los motivos de esa bestia para dar el salto en el pozo no eran precisamente para atacar a nadie.
O eso esperaba.
...
―¿Cuándo fue la última vez que estuvimos en Tokio? ―preguntó Rin sin poder dejar de ver hacia los altísimos edificios, encontrando imposible no compararlos con el rural escenario al que siempre estuvo acostumbrada.
―Cuando estabas en primara, ¿recuerdas? Vine a dar un seminario en la universidad durante tus vacaciones de invierno ―respondió su padre. Cruzaron la calle siguiendo a Yuriko, quien conocía el camino hacia el templo Higurashi y los estaba guiando desde que se bajaron del autobús.
―¿Siempre fue tan grande? Me parece que todo está nuevo y recién lavado. Rayos... ahora me dan ganas de haber venido unos días antes a hacer compras o algo, ¡este lugar es enorme!
―No por nada es la capital, Rin.
―Es aquí ―señaló su madre desde la esquina de aquella cuadra. Cruzándola en diagonal, tenían una amplia escalera de piedra que era adornada en la cima con un arco de madera rojo. Cuando se acercaron detallaron el cartel que rezaba 'Templo Higurashi'. El corazón de la chica latió con fuerza y le dio una mirada dubitativa a sus padres, como preguntándoles mudamente si estaban preparados.
El hombre sonrió para infundirle ánimos y su madre hizo lo propio con esfuerzo, tomándola de la mano al momento de comenzar a subir. Una cálida brisa meció su largo cabello y removió las hojas de los árboles más cercanos mientras los rayos del sol de la tarde caían de un cielo totalmente despejado. No podía pedir un escenario más tranquilizador.
―¡Rin! ¡Señores Hashimoto! ―los recibió Kagome en cuanto se adentraron en el templo, donde no parecía haber nadie más que ellos mismos. Era un lugar considerablemente pequeño en comparación a otros templos que hubiera visitado, pero eso no impedía que se viera agradable y perfectamente preservado―. Los estaba esperando, bienvenidos. ¿Qué tal estuvo el viaje?
―Un placer verte de nuevo, Higurashi ―sus padres se inclinaron respetuosamente mientras Hizashi hablaba.
―Todo fue tranquilo y sin novedades ―le dijo Rin recuperando el aliento. Esas escaleras habían sido demasiado largas.
―¿Cómo sigue tu abuelo? ¿Se ha recuperado? ―preguntó Yuriko.
―Oh, claro que sí, está en la pagoda principal haciendo su ritual del solsticio de verano como hace cada año. Mamá está con él y Sota, mi hermano menor, está en clases a esta hora. Pasen, por favor, están en su casa ―les invitó con un gesto del brazo, guiándolos por el camino de adoquines grises hasta el edificio central que tenía las mamparas plegadas para que corriera el aire. En el interior se encontraba el señor Higurashi, ataviado con sus túnicas ceremoniales haciendo rezos en medios de inciensos y repiqueos de cascabeles de quien Rin supuso era la madre de Kagome.
Los Hashimoto esperaron unos minutos a que la ceremonia hubiera concluido para anunciarse, pues no querían interrumpir al abuelo.
―¡Pero si ya están aquí! ―se fijó el anciano cuando se ponía en pie. La señora Higurashi, quien ya les había visto y dedicado una leve inclinación a modo de saludo durante el ritual, también se puso en pie y se acercó con una sonrisa amable―. Bienvenidos a nuestro templo, bienvenidos, me alegra que hayan llegado bien.
―Qué bueno ver que ya está mejor, señor Higurashi ―saludó Rin con una inclinación. El hombre soltó una risa y sacudió la mano.
―Estoy mejor que nunca, niña, gracias. Les presento a mi nuera Asako, suele ayudarme en los rituales del templo cuando Kagome no está disponible.
―Un gusto conocerla ―padre e hija se inclinaron en un corto saludo, más la madre de Rin la saludó de manera más informal y amistosa. Ambas se habían estado comunicando desde el aquel primer momento en el que los Hashimoto contactaron ayuda, y aún se telefoneaban para mantenerse al tanto. Últimamente las llamadas a Tokio habían sido más recurrentes, ya que Yuriko no creía que hubiera alguien que la entendiera mejor que Asako y pudiera darle buenos consejos.
Las familias conversaron un rato sobre el solsticio que acababa de comenzar, lo que le esperaba a Rin al otro lado y la manera que sugerían los Higurashi para paliar la ausencia de su única hija.
Pero fue cuando se dirigían a la casa para tomar una última taza de té todos reunidos que Rin se dio cuenta de algo extraño. Ahogó un respingo afilado llevándose una mano a la boca y sin pensarlo dos veces, echó a correr.
Sesshomaru estaba parado a las afueras de una especie de cobertizo, observando hacia los edificios que se veían detrás del templo sobre los árboles. Giró el rostro cuando la escuchó aproximarse, justo al tiempo que ella abría los brazos y lo rodeaba con fuerza desde su espalda.
―Rin.
Sin haberse dado cuenta, sus ojos comenzaron a nublarse con algunas lágrimas cuando escuchó su voz de nuevo. La chica lo soltó para que pudiera terminar de girarse para verla a la cara.
―Sesshomaru... ―no lo resistió y volvió a abrazarlo, esta vez estirándose para ponerle los brazos en el cuello―. No tienes idea de cuánto te eché de menos.
―Puedo darme cuenta.
―Ah... lo siento. He querido abrazarte desde que nos separamos ―lo soltó bajándose de un salto, aún demasiado emocionada como para contenerse. Sentía que el corazón se le derretía mientras contemplaba su rostro aparentemente serio. Pero podía ver que en sus ojos había algo diferente, algo que a lo que el inugami no podía darle palabras―. Nunca creí que cruzarías, pensé que nos encontraríamos al otro lado.
―Vine por ti.
Rin se sonrojó levemente al ser observada por esos ojos tan dorados y profundos.
―También estaba ansiosa por verte otra vez ―le dijo con un susurro que él no contestó―. Espera un momento... Esto es nuevo. Nunca te había visto con armadura ―dio un paso atrás y le dio una buena mirada de arriba a abajo, detallando la armadura negra que envolvía su torso, las piezas en forma de pétalo que iban desde la cintura hasta las piernas y la llamativa pieza metálica en el pecho, con una hombrera cubierta de espinas en el hombro izquierdo y su estola enrollada en el derecho, cayendo grácilmente hasta el suelo. Incluso tenía una espada de mango y funda blancos en la cinta amarilla que hacía de cinturón. Debajo vestía un kimono blanco con detalles rojos de crestas floreadas en las mangas y hombros. Era la primera vez que lo veía tan formal―. Te sienta bien. Te ves... imponente. Y guapo ―añadió mirando hacia otro lado por un segundo para esconder su bochorno―. Te has mantenido ocupado estos meses, ¿verdad?
―Al igual que tú ―asintió él.
―Oh, no tienes idea, qué odisea. A veces pensaba que correr por mi vida por el bosque era fácil en comparación a todos esos exámenes ―se rió. Rayos, no podía quitarle los ojos de encima.
Sacudió la cabeza para enfocarse y recordó que no estaban precisamente solos en el templo. Dio un leve vistazo hacia atrás y vio que eran el total centro de atención de las cinco personas.
―Quisiera que nos sentemos a hablar largo y tendido como en los viejos tiempos... pero ya tendremos ocasión para eso. ¿Puedes acompañarme, por favor?
Tomó su mano para llevarlo hacia sus padres y los Higurashi. Todos menos Kagome observaban al hombre con los ojos muy abiertos, impresionados e incluso intimidados por su porte. La familia de Kagome ya estaba acostumbrada a Inuyasha y su llamativa apariencia, pero Sesshomaru era harina de otro costal. Si no encogía el corazón su atuendo, su mirada fría y buena estatura se encargarían de hacerlo.
Pero los Hashimoto sentían algo más que el miedo de estar en presencia de semejante criatura. Ya lo habían visto en video y un par de fotografías, sabían cómo era gracias a todo lo que Rin había contado sobre él, pero nada pudo prepararlos para enfrentarlo cara a cara. Estaban paralizados, y eso era poco.
―Mamá, papá... él es Sesshomaru. Sesshomaru, te presento a Yuriko Hashimoto y a Hizashi Hashimoto.
El demonio no dijo absolutamente nada, sino que estudió cuidadosamente los rostros pálidos de aquellos humanos. Él también los conocía, aunque no de primera persona. Los había visto tantas veces llamando a Rin a gritos en la mansión, escuchando sus conversaciones y contemplando su angustia que podía decirse que había visto una faceta suya que ni siquiera su hija conocía.
La primera en hablar fue Yuriko, quien tomó valor y dio un paso al frente. Los Higurashi se apartaron un poco para darles algo más de privacidad.
―Así que tú eres el famoso inugami de la mansión ―dijo. Su voz estaba mucho más serena de lo que había esperado, al igual que su mirada mientras la clavaba en los ojos dorados―. No esperé conocerte tan pronto, si debo admitir. Haces justicia a tu reputación en nuestro pueblo ―añadió al fijarse en su armadura.
―Mamá...
―Reputación que espero que no sea mantenida, y mucho menos en la presencia de Rin ―continuó ella en son de advertencia. El aire era tan tenso que se lo podía cortar con un cuchillo.
―He dado mi palabra de no dañar seres humanos de nuevo, eso no cambiará ―respondió Sesshomaru fríamente. Yuriko inhaló profundamente por la nariz y asintió.
―Eso espero.
―En ese caso ―intercedió Hizashi, quien se veía ridículamente pequeño frente a Sesshomaru, y eso que tenía una buena estatura en comparación a la promedio―, espero también tu palabra de que cuidarás de nuestra hija en todo momento y no permitirás que corra peligro.
―No es necesario pedir mi palabra. Es mi deber.
―Bien. Es lo único que quiero.
La muchacha no estaba muy segura de cómo clasificar aquel encuentro, pero de igual manera estaba conmovida de que, a pesar de todo, sus padres estuvieran dispuestos a hacer las paces con Sesshomaru. Si es que aquella incómoda conversación podía llamársela hacer las paces, pero era mejor que nada.
―¿Gustarían pasar a tomar algo? Quizás podríamos hablar más cómodamente en la casa ―ofreció la madre de Kagome, tratando de no mirar directamente a Sesshomaru. El que aquel hombre la intimidara no era excusa para ser una mala anfitriona. Si Kagome estaba tranquila teniéndolo cerca, no tenía motivos para preocuparse.
―Creo que será mejor que nos vayamos ―negó Rin.
―Pero hija, el solsticio aún no termina. Tenemos tiempo, ¿verdad? ―dijo su madre torciendo un poco la cara. No se había esperado que su hija estuviera tan apresurada por marcharse.
―Sí, tienes razón, pero... si no lo hago ahora será mucho más difícil después. Y ya es bastante difícil, no quiero que sea peor.
―Rin...
―No llores, mamá ―le pidió cuando soltaba la mano de Sesshomaru para abrazar a su madre―. Estaré bien, volveré a casa.
―Prométemelo otra vez, Rin. Prométeme que regresarás sana y salva.
―Te lo prometo mil veces si es necesario ―musitó suavemente―. Te quiero mucho. Gracias por ser la mejor madre del mundo.
―Ay, mi cielo... no hay nada que agradecer. Espero verte pronto.
―Claro que lo harás.
―Rin ―su padre se les unió en el abrazo, estrechándolas a las dos como si la vida le fuera en ello―. Creo que no hay nada que pueda decirte que no te haya dicho ya. Sabes que te adoro, y espero que seas muy feliz.
―Lo seré, papá. Pero ustedes tienen que serlo también, ¿de acuerdo? No trabajes tantas horas y date más descansos. Los dos. Se los merecen.
Cuando los tres se separaron sonreían con los labios temblorosos, sosteniéndose las palmas una última vez.
Sesshomaru los contempló en aquel intercambio de afecto genuino, algo que hasta hacía muy poco le era desconocido. Recordó la pequeña conversación que habían tenido durante el invierno, poco antes de que ella se marchara. Le había dicho que para los humanos, especialmente en su caso, la familia era sumamente importante y los lazos que tenían entre todos eran de los más valiosos que existían en el mundo. Él nunca había tenido una familia como esa, nunca se había interesado en aquellos lazos pues los consideraba innecesarios.
Y quizás aún lo hacía. Una parte de sí se cuestionaba qué tan valioso era algo que nunca había necesitado y sin lo que había vivido perfectamente bien hasta entonces.
Pero entonces observó a Rin y reevaluó sus pensamientos seriamente. Si ella había cambiado tantas de sus convicciones, ¿por qué esta tendría que ser diferente?
Recordó también lo que le había planteado al terminar la pelea con su padre, cuando la llevaba cargada en brazos por el bosque y hablaban del futuro. Le había dicho que le gustaría asentarse con él después de viajar, con todas las implicaciones que eso significaba. Apenas lo había pensado superficialmente en aquel momento, pero durante esos meses tuvo la libertad de ahondar en el asunto de mejor forma.
No le costó mucho decidir que era algo que le gustaría tener. Si era con Rin, no tenía que pensarlo demasiado.
Quizás cuando llegara ese momento comprendería mejor lo que esos lazos significaban.
Estaba listo para averiguarlo.
Rin se despidió una vez más de sus padres y de los Higurashi, agradeciéndoles la hospitalidad y el acompañamiento aquel día tan importante, a lo que ellos respondieron que era bienvenida en el templo y su hogar cuando quisiera.
El grupo se movió hasta la pagoda, donde Kagome les explicó el funcionamiento del pozo y cómo había que entrar en él.
El aire era viciado, húmedo y olía a tierra, tal y como era de esperarse de un sitio viejo y cerrado como aquel. La pagoda solía estar cerrada al público y sólo la utilizaban Kagome e Inuyasha, por lo que era comprensible que tuviera una ligera apariencia de abandono. Lo único que había era una plataforma de madera con escaleras que daban al nivel inferior, un suelo de tierra oscura de la que salía un antiguo pozo de madera. No tenía la apariencia de ser importante, y mucho menos de ser un portal a otro mundo.
―Puedes tomar las escaleras o simplemente saltar ―Kagome señaló las escaleras de nudos atada a los bordes, cuando Rin observó la considerable altura que debía descender―. También hay escaleras del otro lado, pero de todas formas Inuyasha estará ahí por si necesitas ayuda.
Rin tragó en seco. Nunca había tenido problemas de vértigo, pero ver el oscuro fondo que parecía tragarse cualquier rastro de luz comenzaba a revolverle el estómago.
―Entonces... ¿sólo salto y ya? ¿No me voy a estrellar contra el suelo?
―Cualquier otro día sí, pero como ya estamos en el solsticio podrás pasar sin problemas. Este es un portal natural, por lo que no necesitas la ayuda de nadie para cruzar, por eso tenemos la pagoda siempre cerrada especialmente en estas fechas ―se adelantó a su pregunta de si debía tomarle la mano a ella o a Sesshomaru para que el portal funcionara.
―Sota cruzó cuando era niño durante el solsticio de verano ―la animó el señor Higurashi―, sólo fue por algunas horas, pero regresó sano y salvo. No tienes de qué preocuparte, niña.
―Sano y salvo excepto por el castigo que le di cuando Kagome lo trajo de vuelta ―añadió Asako sombríamente, haciéndola sonreír―. Estarás bien.
―¿Quieres una demostración? ―se ofreció Kagome, subiéndose en el borde del pozo como si aquello fuera lo más normal del mundo―. Nos vemos al otro lado. Señores Hashimoto, fue un placer verlos de nuevo, prometo que me cercioraré que Rin llegue sana y salva al pueblo para pasar la noche. ¡Nos vemos más tarde! ―dio un paso al frente y se dejó caer sin más. Rin se inclinó rápidamente al igual que sus padres para presenciar la súbita desaparición de la sacerdotisa. Volvió a tragar seco y se dirigió a Sesshomaru, quien se mantenía ligeramente apartado.
―¿No duele, verdad?
―En lo absoluto. Iré primero y te esperaré.
―Ah... está bien. Ten cuidado, ¿está bien?
Por un instante le pareció que sonreiría, pero cualquier vestigio fue ágilmente borrado de sus labios. Rin, como siempre, se preocupaba innecesariamente.
Pero antes de que el demonio subiera al borde del pozo, Yuriko se adelantó.
―Espera. Inugami... Sesshomaru ―corrigió. Era la primera vez que utilizaba su nombre, cosa que sorprendió a Rin. Sus ojos suplicantes estaban cristalizados por las lágrimas, pero sus labios eran adornados con una sonrisa ligera de labios apretados―. Cuídala, por favor. Protégela.
―Con mi vida ―prometió solemne, inclinando la cabeza en señal de respeto, algo que ninguno de los humanos se habría esperado de tal frío personaje. Antes de saltar, le dio una mirada profunda a Rin y también le dedicó un ligero gesto de asentimiento, haciéndola sonrojar.
Al igual que Kagome, Sesshomaru fue tragado por el resplandor que apenas duró un par de segundos.
Ahora era su turno.
―Papá, mamá... Deséenme suerte ―subió al borde tal cual lo había hecho Kagome antes que ella y vislumbró el oscuro fondo.
―Cuídate, hija.
―Te queremos.
―Y yo a ustedes. Hasta pronto ―les sonrió cariñosamente, respirando profundamente―. Ok, aquí voy.
Cerró los ojos con fuerza y saltó apretando los puños, sólo que nunca se encontró con el suelo de tierra que había esperado. En cambio, se vio envuelta en una luz tan brillante que no necesitaba separar los párpados para saber que estaba ahí. Escuchó el grito de sorpresa de su madre y después... silencio.
La pagoda volvió a oscurecerse en cuanto Rin desapareció, y sus padres se quedaron algunos minutos observando el pozo, tomándose de las manos con aprensión. La señora Higurashi se adelantó y le colocó una mano en el hombro a Yuriko, quien volteó a verla con los ojos llorosos.
―Rin estará bien, está muy bien protegida. Vamos adentro a sentarnos un rato, ¿sí? Ha sido una tarde bastante agitada ―ofreció amablemente, a lo que la otra mujer asintió. Se dirigieron juntos al interior de la casa, donde conversaron por horas entre el té y una cena ligera.
Les tomaría algo de tiempo adaptarse de nuevo a la ausencia de su hija, pero esto no era nada como la última vez. La habían visto sonreír genuinamente en lugar de verla desvanecerse en el aire entre gritos y súplicas como había pasado la vez anterior.
Además no era tan malo. Les había prometido regresar a toda costa, y ya habían comprobado que Rin era una chica ―no, mujer, corrigió Yuriko para sus adentros― de palabra que mantenía sus promesas.
Confiaban en ella y sabían que todo estaría bien.
...
Rin escaló las escaleras del pozo, notando inmediatamente que era indudable su paso de mundos. El olor a humedad había desaparecido, y si miraba hacia arriba no encontraba un techo de madera, sino un reluciente cielo azul. Sonrió ampliamente apurando el paso cuando un par de mariposas blancas revolotearon cerca de su rostro al estar a punto de salir, y cuando sólo le quedaban un par de escalones, se topó con una mano grande y pálida que le ofrecía ayuda.
Sesshomaru la impulsó para que terminara de salir, haciéndola saltar hasta aterrizar limpiamente en un amplio campo recubierto de pasto. Avanzó un poco, permitiéndose admirar el sitio a sus anchas. Era tal cual Kagome se lo había descrito con anterioridad: un prado rodeado de bosque en todas las direcciones, con las montañas a la espalda y una bajada hacia el frente, con un camino largo que en algunas horas te llevaba hacia Tokio. Pero estar ahí y verlo con sus propios ojos le daba una sensación difícil de describir: una mezcla de emoción, nostalgia, temor y ansiedad.
Comprimió la mano del demonio y lo vio a los ojos, sonriéndole sin poder contenerse. Tenía el enorme impulso de ponerse de puntillas y besarlo, pero la presencia de la otra pareja la mantuvo con los talones sobre la tierra.
Saludó felizmente a Inuyasha, que negaba con la cabeza.
―Creo recordar haberte dicho que no te metieras en más problemas ―fue como la recibió rolando los ojos.
―Esto no es un problema.
―Claro, hasta que te empiece a perseguir una horda de demonios colina abajo... ―roló los ojos hacia su esposa, quién soltó una risita―. Bienvenida, niña terca.
El mohín de Rin se mantuvo intacto por horas, desde que llegaron a ese mundo hasta su última parada en el pintoresco pueblo donde residían Kagome e Inuyasha. Las chicas iban a la par conversando de todo lo que la más joven debía conocer con respecto a ese lugar, mientas que el híbrido iba tras ellas con los brazos cruzados, lanzándole miradas de desprecio a su hermano, quien caminaba de último, siempre vigilante y pendiente de los alrededores.
Rin conoció a la mayoría de los integrantes de la pequeña comunidad, quienes quedaron fascinados al ver a otro ser humano además de la sacerdotisa, y le dieron una calurosa bienvenida. Había varios kitsunes, incluyendo al hijo adoptivo de Inuyasha y Kagome, monos youkai, gente de apariencia acuática que vivía cerca del estanque y otra clase de criaturas tan extrañas que Rin no consiguió identificar. Si no pudiera verlos, creería que se trataba de seres humanos por su manera de hablar y comportamiento tan civilizado. Se había acostumbrado a las bestias irracionales que atacaban la mansión y casi no había considerado que existían otro tipo de demonios con inteligencia superior.
Abrumada pero igualmente contenta y agradecida, Rin aceptó la invitación a cenar de Kagome, pese a que Sesshomaru prefiriera quedarse afuera, apartado del bullicio. La chica no se lo reprochó ni le pidió que se quedara, pues sabía lo incómoda y molesta que debía resultarle aquella situación.
Un par de horas después, la sacerdotisa la llevó hasta la cabaña en la que pasaría la noche con Sesshomaru, un lugar pequeño y modesto, pero bastante hogareño, nada comparado con la ostentosidad de la mansión en la que había vivido durante aquel medio año.
―Los antiguos propietarios se acaban de mudar, así que no hay problema en que la usen. Pueden quedarse el tiempo que quieran ―le dijo entregándole una gastada llave de cobre tras darle un tour para mostrarle todo. Las casas tenían una apariencia tradicional pero con algunos toques modernos, como instalaciones eléctricas algo rústicas, sillas altas, cerraduras metálicas y un sistema de calefacción que se trataba de una gran estufa que también podía conectarse al baño contiguo, cubierto de baldosas de un viejo color verde. Había tenido razón en decirle que aquel mundo estaba atrapado en la década de los veinte o treinta en comparación al mundo humano―. Que pasen buenas noches, cualquier cosa que necesites ya sabes dónde estoy.
―Te lo agradezco mucho, Kagome. Buenas noches.
Rin se desinfló en un largo resoplido cuando colocó su mochila sobre la mesita de la cocina. Se notaba que le habían dado una buena sesión de limpieza al lugar, pues para estar deshabitada se conservaba maravillosamente impecable.
―¿Sesshomaru? ¿Estás aquí?
―Rin ―sonó su voz de repente a sus espaldas. En otros tiempos se habría sobresaltado, pero ya estaba muy acostumbrada a sus entradas sigilosas.
―¿Llevas mucho rato ahí? ―quiso saber cuando se dio la vuelta. El demonio emergía de las sombras de una esquina en la pequeña sala, desentonando bastante con el toque modesto y rústico de la casita.
―Sólo unos minutos.
Sintió los latidos de su corazón aumentar el ritmo para cuando se le acercó, y sin previo aviso, le echó los brazos al cuello y besó sus labios. No fue prolongado o profundo, pero sí estuvo cargado de todas las emociones con las que Rin estaba combatiendo desde aquella mañana.
Cuando se separaron, Sesshomaru le dio una mirada extrañada.
―Quería hacer eso desde hace horas, pero siempre había gente alrededor.
El inugami encontró curioso que no hubiera sido el único en pensar lo mismo. La atajó de la nunca y repitió el gesto, profundizándolo mientras la apegaba a su cuerpo. Había echado en falta la sensación tan estimulante combinado con su embriagante aroma.
Se separaron de nuevo y esta vez, en lugar de un beso, Rin se acurrucó en su pecho apretando la tela de sus brazos ―cuidando no lastimarse con las espinas de su armadura frontal―, dominando el estremecimiento que le recorría todo el cuerpo. Él, ahora en total privacidad, se permitió el íntimo gesto de estrecharla y apoyar la mejilla en su cabeza.
Sesshomaru podía ser un sujeto muy apasionado, pero los abrazos nunca habían sido lo suyo, cosa que le llamó la atención.
―Realmente me extrañaste, ¿cierto?
―No tienes que preguntarlo si sabes la respuesta ―contestó con suavidad. Rin frotó la frente contra su pecho, y tras un momento en aquella posición pidió tímidamente:
―¿Puedes...? ¿Puedes quitarte la armadura? Creo que me voy a sacar un ojo con esta cosa. Es incómoda.
―¿Pensamientos inapropiados, Rin? ―alzó una ceja al captar sus intenciones.
―Oh, cállate. Como si tú no pensaras igual.
Ésta vez el demonio ni siquiera intentó ocultar su sonrisa ladeada cuando la vio sonrojarse hasta las orejas, eludiendo sus ojos a toda costa. Se separó sólo lo suficiente para desatar las tiras de cuero que mantenían las piezas metálicas en su sitio correspondiente, dejándolas caer con un sonido bastante más alto sobre el suelo, denotando lo pesadas que eran. Seguidamente se deshizo de las prendas negras, quedando únicamente con su vestimenta blanca y roja. En todo ese tiempo, el bochorno de la muchacha no le permitió más de un par de vistazos rápidos y superficiales.
Sesshomaru la tomó delicadamente del mentón para hacer que lo mirara. En lugar de besarla como creyó que haría, juntó sus frentes y las frotó con cuidado, como ya era su costumbre cuando se sentía especialmente afectuoso. Rin parpadeó atónita, pero acabó sonriendo enternecida y acarició su rostro. Sesshomaru tomó su mano y abrió los ojos, clavándolos fijamente en los suyos por algunos segundos.
―Gracias por haberme esperado, Sesshomaru ―suspiró ella.
―Siempre lo haré.
Rin frotó con fuerza su frente, moviéndose lo suficiente como para dejar un beso en su mejilla, cosa que él aprovechó.
La besó despacio, tomándose todo el tiempo del mundo para profundizar la caricia mientras la sujetaba firmemente contra su pecho. Aquellos seis meses habían sido mucho más largos de lo que había imaginado, pero ya estaba a su lado de nuevo... y debía recuperar todo lo que se había perdido, cada centímetro y aspecto de ella que lo mantenía en un delicioso trance del que no quería salir jamás.
Durante aquella noche pensó en todo y en nada al mismo tiempo, concentrándose únicamente en la criatura que se aferraba a él y gemía suavemente. Su única debilidad, pero al mismo tiempo, su mayor fortaleza.
Se recostaron en el suelo de la sala de estar, cubiertos únicamente con la estola que les servía de cama y manta provisional. Rin estaba bocabajo sobre el pecho de Sesshomaru, con ambas manos bajo la barbilla y el cuerpo doblado a su lado, mientras una de las manos masculinas reposaba sobre la curva de su espalda. Hasta que lo sintió moverse para levantarse.
―¿Adónde vas?
―A buscar a Jaken.
―¿El señor Jaken está por aquí?
―A las afueras del pueblo con tu dragón.
Rin se incorporó hasta quedar elevada sobre sus codos, con una expresión reluciente y entusiasmada.
―¿Ah-Un también está aquí? ¿Por qué no me lo dijiste antes?
―Hemos estado ocupados, por si te falla la memoria ―los colores de la humana subieron ante un mirada inquisidora.
―Me refiero a antes de eso.
―Podrás verlo en la mañana cuando salgamos, es bastante tarde ahora ―contestó simplemente.
―¿Y por qué irás a ver al señor Jaken entonces?
―No has tomado nada por lo que acabamos de hacer. Creí que querrías evitar accidentes.
―Ah... no tienes que preocuparte por eso ―se relajó un poco y regresó a su posición original.
―¿A qué te refieres?
―¿Recuerdas las infusiones que me tomaba cada mañana? ―carraspeó sonrojándose otra vez. Rayos, no podía controlarse estando tan cerca de él sin importar todo lo que ya hubieran hecho―. En mi mundo también tenemos métodos anticonceptivos bastante eficaces. Hay uno en especial que se inyecta... aquí ―se tocó el glúteo recordando la incómoda sensación más la vergonzosa consulta ginecológica―. Así que estaré protegida durante unos tres meses aproximadamente.
Sesshomaru se le quedó viendo ligeramente sorprendido.
―Eres bastante precavida ―le dijo―. ¿Qué ocurre después de esos tres meses?
―Puedo regresar a tomar las infusiones o buscar algún otro médico. En ese tiempo seguramente encontraremos algo. O si no... podemos simplemente no hacer nada entre nosotros. La abstinencia es el mejor método anticonceptivo, ¿no? ―añadió con una sonrisita. Las facciones de su compañero se tensaron ligeramente.
―Encontraremos algo ―dijo simplemente. Rin pegó la cara a su pecho para opacar la risita.
―¿Quién tiene pensamientos inapropiados ahora?
―Tú, por adelantado.
―Pareces estar de muy buen humor.
―¿Debería no estarlo?
Ella negó con la cabeza.
―Para nada. Me gusta verte sonreír ―besó sus labios por un segundo y se acurrucó un poco más―. ¿Me dirás qué estuviste haciendo todo este tiempo? ¿De dónde sacaste esa armadura y esa espada?
―Es mejor que descanses, mañana partiremos temprano.
―Ya tendré tiempo de dormir otro día. Vamos, cuéntame que has hecho, parece que fueron bastantes cosas.
―Lo fueron ―comenzó él. No era especialmente asiduo a llevar el liderazgo en una conversación o siquiera hablar durante más de diez segundos seguidos, pero aquella noche haría una excepción, una de las muchas que tendría que hacer y ya había hecho por Rin.
Conversaron hasta bien entrada la madrugada, y la chica se quedó dormida en aquella misma posición, abrigada contra su pecho mientras escuchaba los firmes latidos de su corazón. Él, al contrario, ni siquiera cerró los ojos o se permitió un momento de descuido. Seguiría alerta en aquel territorio desconocido, sin importar lo seguro que pudiera parecer. Pasarían meses hasta que volviera a dormir una noche completa como lo había hecho antes, pero eso no le importaba demasiado. Seguía sin estar acostumbrado a noches de sueño y estaba dispuesto a intercambiarlas para que ella sí las tuviera.
Cuando llegó la mañana, Rin se encargó de recoger el pequeño desorden que habían hecho en el salón ―el único sitio de la casa en el que habían estado, además del baño―, cruzando los dedos para que no fuera tan notorio lo que habían estado haciendo durante la noche. O que al menos no se percataran en el pueblo, en caso de que el sentido del olfato estuviera muy desarrollado por parte de sus habitantes, hasta que la pareja estuviera bien lejos.
Regresó la llave a Kagome, pasando a tomar un rápido desayuno en su casa, para después despedirse entre abrazos y agradecimientos, prometiendo mantener el contacto de cualquier manera posible y estar de vuelta cuanto antes.
Sesshomaru y Rin se alejaron del pueblo poco después, subiendo la colina hacia el pozo donde los esperaban Ah-Un y Jaken, a quien no le hizo mucha gracia ser saludado con un fuerte abrazo a diferencia del dragón, que recibió a Rin como si fuera lo mejor que le hubiera pasado en la vida.
El hombrecillo verde se despidió entonces tras las instrucciones de Sesshomaru, haciendo reverencias pomposas a su amo y mirando ceñudo a la muchacha, quien no tenía absolutamente ningún problema en controlar al animal.
―¿Adónde vamos ahora? ―preguntó Rin en cuanto se quedaron los tres solos, admirando el paisaje desde las alturas.
Por toda respuesta, el demonio extrajo el mapa de su armadura ―cosa que no había notado que tenía la noche anterior cuando se la quitó― y lo extendió para que pudiera verlo. Ella sonrió mientras señalaba un punto en especial, a lo que Sesshomaru asintió inmediatamente antes de guardar el mapa.
Pronto el singular y pequeño grupo dio el primer paso en aquel largo camino, perdiéndose de vista colina abajo.
Su viaje apenas había comenzado.
...
FIN
...
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Y así termina esta historia, adentrándose en un futuro que es sólo para ellos, contra todo pronóstico. Este capítulo es considerablemente más corto que los últimos tres porque sólo llegó a las 21 páginas. Los cabos habían sido atados en el capi 24 y todo lo que quedaba hacer aquí era ver el tan ansiado reencuentro.
Ah, se siente raro terminar esto. La empecé a escribir en agosto del 2014 y es, hasta ahora, la historia que me ha tomado más tiempo hacer (Safe Heaven no cuenta porque estuvo en hiatus hasta acabar esta xD) y también es la más larga, contando con 517 páginas en mi formato de Word.
Quisiera agradecer de todo corazón la infinita paciencia que me han tenido con mis irregulares actualizaciones durante los últimos capítulos, por mis incontables dedazos, errores y metidas de pata. Gracias por comentar, darme ánimos y decirme cuánto les gusta lo que hago, por quedarse aún cuando tarde en subir un capítulo nuevo. Es raro ponerle el punto y final a una historia que me ha llevado más que ninguna otra, pero he de admitir que estoy bastante satisfecha por cómo terminó todo y por haber plasmado exactamente lo que quería desde el principio, cosa que rara vez sucede.
Espero que también hayan disfrutado no sólo este final abierto, sino toda la travesía que llevamos desde el principio. Gracias especiales a quienes comentaron el kilométrico capítulo pasado: Black Urora, Kassel D. Efrikia, MickeyNoMouse, Begeles, Bucitosentubebida, Cande Romero (Creo que te equivocaste de fic, no soy Dmonisa xD), Nayari, Any-Chan, Floresamaabc, Jenks, Mistery Witch, Kami no Musume, Melinna Sesshy, Foxqueen, Milly Taisho, Aleliz, Nubia, Meaow, Tobitaka97, Fergarespino, Pulgarcita23, Yarisha, Tara Castillo, Saori-san, Anfrea Marenco, Angellimar, Inuyuki-chan, Kikyou1213, Itza Moon, Yoko-Zuki10, Fabiola HT, Ookami-ouji, Nesher, Aldanahalan2, MxM Lovers, Rin Rou y dos anónimos. En serio, muchas gracias por estar aquí, chica/os, son los mejores fans del mundo. Estoy ansiosa de saber qué les pareció el tan esperado final.
Ahora, unas preguntas que veo venir:
¿Cuándo la próxima historia? Actualmente Safe Heaven sigue en producción y me faltan varios capítulos para terminarla. En vista del enredo que me hice publicando este fic antes de acabarlo, creo que mejor me lo reservo hasta que esté al menos en la recta final para mantener las actualizaciones periódicas xD
¿Haunted tendrá continuación/epílogo/secuela? No lo sé. No lo creo, me gusta el concepto de final abierto y por el momento no he pensado en nada particular. Siéntanse libres de imaginar el futuro que más les guste para estos dos. Quizás en algún momento me anime de hacer algo más, pero no quiero prometer nada por el momento.
¿Habrá más historias mientras se escribe SH? Pues sí, eso quiero. Al menos algún oneshot o short fic, tengo un par de ideas que podrían ser buenas para una pequeña historia.
Listo, creo que esto es todo. ¡Hasta la próxima! Miles de animalitos lindos y comida deliciosa para todos los guapos lectores (los más sensuales de este fandom, por cierto *guiño guiño*), nos veremos pronto :)
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