Disclaimer: El fandom de Inuyasha, su historia y sus personajes no me pertenecen, son propiedad de Rumiko Takahashi y los tomo prestados sin fines de lucro.

Haunted
Por: Hoshi no Negai
1. Juego de niños

Las clases están a punto de terminar, se dijo mentalmente mientras no dejaba de darle vistazos constantes al reloj de la pared. Un poco más abajo del aparato, la profesora de literatura leía en voz alta un pasaje del libro de texto que tenía abierto en el regazo. Cualquiera diría que aquella era la lección más aburrida del mundo si se tomaba la molestia de ver alrededor del salón. La mitad de los alumnos estaban enfocando su vista a cualquier cosa que no fuera la docente, como Rin que seguía atentamente el segundero del reloj. Sólo unos pocos, quizás dos o tres de los chicos, prestaban genuina atención. El resto se había dado por vencido y dormitaba detrás de sus libros de texto sin que la mujer se diera cuenta.

Y es que era muy difícil no sucumbir ante el efecto soporífero de su lenta voz.

Sólo quince minutos, repitió mientras repasaba el mismo párrafo que la maestra leía ininterrumpidamente a sus alumnos. Rin no solía distraerse en clases muy a menudo, pero lo que sucedería al sonar la campana le ocupaba todo el espacio en el cerebro como para ser capaz de prestar la atención que debería. Y más cuando los exámenes de fin de curso estaban tan cerca.

Una prueba de valor era lo que le esperaba. Una vez fuera del colegio, el grupo de estudiantes de sexto año de primaria desfilarían hasta la salida del pueblo, tomarían una curva en la desolada carretera rural y se adentrarían al bosque hasta llegar a su objetivo: aquella mansión tétrica y abandonada desde hacía años.

La casa tenía una historia ampliamente conocida que le helaba la sangre a más de uno. Desde fantasmas y violentas entidades malignas hasta suicidios y asesinatos bajo las más extrañas circunstancias. Había sido una gran atracción turística después de su clausura, pero los acontecimientos se tornaban tan mórbidos y siniestros con el pasar del tiempo que la gente prefería no acercársele para no correr con una suerte terrible.

Su mala fama era suficiente como para espantar a cualquiera con dos dedos de frente, pero la situación no siempre servía así para los niños. A esa edad a las puertas de la adolescencia, con las hormonas a la flor de piel y aquella enorme necesidad de querer encajar y ser considerados "geniales", los chicos hacían prácticamente cualquier estupidez para pavonearse enfrente de los demás. Querían parecer más audaces, intrépidos y seguros que los demás para ganarse su respeto.

Aunque eso a Rin no le interesaba en realidad. A pesar de que no fuera una chica popular tampoco era una retraída social. Tenía un buen número de amigos y se llevaba bien con todos los del aula, lo cual ya de por sí era bastante extraño, y eso a ella le encantaba.

Así que iría a esa prueba de valor con los demás, no para dárselas de interesante como el resto, sino porque le agradaba pasar tiempo con ellos y le daba muchísima curiosidad. Un poco de miedo también, pero había oído tanto sobre aquella casa embrujada que secretamente siempre había querido visitarla. Y no tener que hacerlo sola era incentivo suficiente como para animarse a echar un vistazo.

Pese a haber estado muy pendiente de la hora, el estridente sonido de la campana la pilló desprevenida. La maestra dio por finalizada la lección no sin antes darles un buen número de tediosos deberes para la siguiente clase, cosa por la que algunos se quejaban por lo bajo.

―Como si no tuviéramos ya bastante tarea… ―murmuró una muchacha que se levantaba de su asiento cerrado su libreta de apuntes con fastidio.

―Y yo que quería ir a la ciudad este fin de semana, pero con tantas cosas que hacer no me dará tiempo ―se quejó otro.

―Bueno, eso ya tendremos que dejarlo para mañana, ¿no? Digo, al menos los valientes que logren regresar de nuestra misión ―un chico con gafas y pelo revuelto habló a sus espaldas mientras hacía gestos fantasmales con las manos―. No te entró miedo de repente, ¿verdad, Rin? Pareces muy nerviosa.

―Déjala, al menos ella tiene las agallas para venir. Las demás chicas prefieren irse derechito a casa para no romperse las uñas o ensuciarse la ropa ―se burló un compañero más, sacándole la lengua a un grupo de niñas que le lanzaban miradas reprobatorias.

―Están locos, ¡se meterán en problemas! ―declaró una de ellas con indignación.

―Hay que ver el lado bueno. Si no regresamos no tendremos que hacer más tareas ni exámenes. Ustedes sí. Tendrán que estudiar y estudiar aún más, mientras nosotros nos la pasaremos en grande persiguiéndolas a todas como fantasmas ―se rió el chico de las gafas.

―Pues si les llega a pasar algo ni piensen que iremos a ayudarlos, ¿está claro? ¡Menudas tonterías las que hacen! No puedo creer que quieras ir con ellos, Rin, ¡yo pensé que eras más prudente!

―Bah, no les hagas caso, son unas gallinas. Tú en cambio eres valiente, tu nombre pasará a la historia si llegas a morir trágicamente esta noche.

―Gracias, Issei, eso me hace sentir mejor ―le siguió el juego para disimular un poco sus nervios. Los alumnos desfilaron por la puerta hasta que sólo quedaron aquellos que querían realizar la prueba de valor. Rin era la única chica entre cinco compañeros varones y eso, lejos de molestarla, le hizo sonreír casi de alivio. Era más fácil divertirse con ellos que con las niñas, pues la mayoría de ellas eran muy fáciles de asustar y se la pasarían gritando todo el rato.

―Bien, ¿estamos todos, no? ¡Pues en marcha, nos queda un largo camino, caballeros! Y señorita ―le guiñaron el ojo pícaramente haciéndola reír.

Una vez con sus zapatos puestos y las mochilas acomodadas sobre los hombros, el grupo de muchachos salió del colegio entre chistes y bromas hasta la parada del autobús que los dejaría en el punto de partida. Ya desde ahí tendrían que recorrer un largo tramo a pie.

Lo bueno de vivir en un pueblo en el campo, aparte de que todos se conocían de toda la vida, era la enorme cantidad de espacio que había para explorar. Estaban situados entre una formación montañosa rodeada de bosques y amplias praderas, una verdadera maravilla para los amantes de la naturaleza, la paz y la tranquilidad. Lo malo era que, como se trataba de una localidad relativamente pequeña y poco interesante, lo único que tenía para ofrecer era un montón de ancianos retirados que pasaban sus últimos años lejos de las bulliciosas ciudades. Cosa que les venía muy bien, pues la ciudad más cercana estaba a más de dos horas en autobús.

Su colegio, el único de varios kilómetros a la redonda, contaba con poco más de trescientos setenta estudiantes repartidos entre preescolar, primaria y secundaria. Algunas clases sólo contaban con un puñado muy reducido de integrantes, lo que hacía que tales instalaciones le quedaran muy grandes a tan reducido grupo. Antes, como solían contarles los mayores, no existían tantos puestos vacíos en cada aula, pero con el avanzar de la tecnología y el pasar del tiempo, la mayoría de las familias decidieron migrar a las grandes ciudades en busca de una vida mejor, dejando al pueblo con menos de un tercio de la población que tuvo en sus mejores épocas.

Y pese a que muchos se quejaban de lo latoso y aburrido que era vivir ahí, a Rin le fascinaba. Tantos espacios abiertos, tantas cosas por explorar y tantos quehaceres que hacer era lo que ella llamaba una vida satisfactoria. Lastimosamente, pocos de sus compañeros compartían esa conformidad.

Quizás era por eso que necesitaban estar en constante movimiento, hacer cosas arriesgadas y llamar la atención de cualquier manera posible. Después de todo, cuando no tienes nada que hacer y te desespera no vivir como los chicos de las ciudades, lo primero que quieres hacer es imitarlos.

La visita a la 'Casa del Terror' había sido una idea sacada de una película. La habían estado discutiendo hacía unos días hasta que a alguien se le ocurrió recrear la trama en su propia casa abandonada. O eso decían. En realidad no tenían ni la más remota idea de lo que se estaban metiendo y en lo peligrosa que su idea podría a ser.

Porque, aunque no lo supieran, había algo de cierto en todas esas anécdotas terroríficas que se referían a la mansión en medio del bosque. Y estaban a punto de comprobarlo por su propia cuenta.

―Vamos, es en esta parada ―anunció Kappei, un muchacho gordito y de pelo completamente rapado. Los chicos, los únicos tripulantes en el autobús, se bajaron en fila hasta la parada que anunciaba el inicio de la ruta 42. La carretera seguía y seguía en ambas direcciones hasta perderse de vista, bordeando las montañas como si fuera una interminable serpiente de asfalto. Pero delante de esta se iniciaba un camino de tierra, haciendo una especie de túnel entre toda la vegetación.

―Bueno, si nos acobardamos o nos pasa algo vamos a la casa de Rin ―bromeó Issei mientras le daba un coscorrón―. Eres la que vive más cerca, ¿no?

―Sí, mi casa está por allá ―señaló hacia la derecha del camino de asfalto antes de internarse en el sendero. Dos kilómetros no era precisamente cerca, pero contando con que el resto de las casas estaban dispersas más allá, era prácticamente el único sitio disponible.

―Qué bueno que estás aquí, así si nos sucede algo podrás dejarnos entrar sin tener que darte un susto de muerte en medio de la noche.

―El susto de muerte nos lo dará mi mamá a nosotros si llegamos en medio de la noche ―remarcó ella con un estremecimiento. Su madre tenía un carácter muy tranquilo y alegre, casi se podía decir que sus ojos estaban siempre cerrados por su permanente sonrisa. Pero era en el preciso momento en el que sus ojos se abrían que uno debía temer por su vida.

―¿Alguno ha ido antes a esta casa? ―preguntaron tras unos minutos de caminata. El verano estaba comenzando y la densidad del bosque no ayudaba mucho a dispersar el calor que se quedaba atrapado bajo la copa de los árboles.

―Mi hermano ―habló Issei al lado de Rin, ajustando las gafas que se le resbalaban por la nariz―. No es difícil llegar, sólo hay que seguir el sendero y luego doblar hacia la izquierda. Dijo que a partir de ahí la casa se puede ver a la distancia.

―¿Y tu hermano logró entrar?

―Sí, por un hueco en el muro. Se quedaron menos de una hora y el muy cobarde sigue asustado ―el chico soltó una risita de burla. Lo único que acompañaba al grupo además del calor era el sonido de las hojas secas y palitos crujir bajo sus pies y el ocasional canto de algunos pájaros e insectos. Los más altos tenían que ir con cuidado de las ramas bajas, pero como Rin era tan bajita, ni siquiera tenía que prestarles atención.

―¿En serio? ―se sorprendió ella―, ¿y qué fue lo que vio?

―Oh, lo usual. Sonidos raros, respiraciones en la nuca, golpes de ningún lado… Incluso me dijo que se escuchaban gruñidos como los de un animal.

―Seguramente se trataba de un animal ―apuntó Masashi haciendo un gesto de obviedad con la cabeza.

―Según mi hermano no había absolutamente nada cerca de ellos que pudiera hacer ese ruido. La peor parte es que todos, que estaban pegados espalda con espalda, juraron que el gruñido venía de atrás de cada uno a la altura de sus cabezas. Era como si la criatura se hubiera colado entre ellos, justo en el centro ―Issei fue disminuyendo su tono de voz hasta hacerlo un murmullo. Todos le tenían absoluta atención a su relato―. Algunos juran que sintieron que algo les rozaba las piernas, pero había tan poco espacio entre ellos que era prácticamente imposible. Y justo cuando el gruñido comenzaba a desvanecerse y todos creyeron que había terminado… ¡Boom! ―Kappei dio un salto y casi se da contra el suelo mientras Issei reía a mandíbula batiente. Los otros también reaccionaron repentinamente y ahora lo miraban con los ojos bien abiertos, sin creer que aquello hubiera sido una broma.

―¡Eres un idiota, casi me caigo!

―No es mi culpa que seas tan sensible, amigo. ¡No te vayas a mojar los pantalones cuando lleguemos!

―¿Entonces no le pasó nada a tu hermano? ―Rin, que había sido la que menos se había asustado, seguía más interesada en saber cómo terminaba la historia.

―A él no, pero uno de sus amigos se resbaló cuando iban saliendo y se hizo una herida muy fea en la espalda. Según él alguien lo empujó.

Rin levantó las cejas. Detrás de ella el resto de los chicos aún se quejaba del susto y le lanzaban insultos a Issei de vez en cuando.

―¿Y lo empujaron de verdad?

―No lo sé, Rin, yo no estaba ahí ―se encogió de hombros sin darle importancia―. De cualquier manera pronto lo sabremos, ¿no?

―Si se te ocurre asustarnos cuando estemos adentro te voy a romper un par de dientes ―musitó fastidiado Kappei.

―Mientras no sean las gafas todo bien ―hizo un saludo separando los dedos índice y corazón de la frente y siguió adelante con una sonrisa vaga.

Al cabo de unos veinte minutos más según el reloj de Masashi alcanzaron la bifurcación del camino. El lado derecho seguía exactamente igual a como lo habían seguido hasta el momento, y todos sabían que más allá quedaba la ruta para los campos de cultivo que bordeaban todo ese lado de la montaña hasta pasar por la casa de Rin y otras tantas más. Pero el lado izquierdo no parecía ser un sendero en lo absoluto. La maleza crecía salvaje como en cualquier otra parte del bosque, alta y oscura hasta donde la vista alcanzaba a llegar. Lo único que le daba la sensación de camino era una delgada y casi inexistente línea de tierra en el suelo, seguramente marcada por generaciones de jóvenes que, como ellos, querían hacer su prueba de valor en la mansión abandonada.

Sin la turbación que comenzaba a adueñarse de unos miembros del grupo, la única chica tomó la delantera y marcó el paso, apartando las ramas y plantas con total naturalidad. Se había metido tantas veces al monte que estaba más que acostumbrada a abrirse camino en él.

A partir de ese punto las conversaciones fueron mermando hasta reducirse a un pequeño número de maldiciones ante los mosquitos y ramitas atravesadas que rasguñaban la piel, más un par de chistes para aliviar el ambiente.

Otros quince minutos pasaron hasta que el grupo se detuvo en seco. Comenzaba a distinguirse un muro de piedra entre tanto verde y Rin, como estaba a la cabeza, apuró el paso hasta convertirlo en un trote para examinarlo más de cerca.

Tocó la piedra vieja y mohosa marcada por el paso del tiempo en cada centímetro de su enorme longitud. Los chicos ahogaron gemidos de asombro y emoción, y alguno de ellos calculó que debía tener al menos seis metros de alto.

―Ahora, la entrada debería estar por… ¡Ahí! ―señaló Issei tras seguir la pared hasta llegar a un agujero en forma de arco. Era como si alguien se hubiera esforzado en abrir una entrada quitando piedra por piedra, pero lo hubiera abandonado a medio camino. El muchacho se asomó fugazmente para asegurarse de que estuviera realmente despejada y le dio una mirada sabionda y retadora al resto―. Y así comienza nuestra prueba de valor. ¿Quién quiere ser el primero?

Hubo silencio por unos segundos y ante la aprensión de todos, Rin decidió dar un paso al frente antes de que Issei se le adelantara. Se quitó el morral y lo dejó apoyado en la pared, cosa que todos imitaron para aligerarse la carga, y pasó por el hueco descubriendo lo grueso que era el muro en realidad. En sus días de gloria seguramente habría sido capaz de resistir a las más duras batallas si la mayoría de la estructura seguía en pie. Y con esa misma idea en mente se preguntó quién fue capaz de abrir la entrada desprendiendo cada roca. Y cómo.

Pero todo pensamiento con respecto al muro se esfumó de su mente como si fuera humo una vez que estuvo adentro. No era para nada como se lo había imaginado.

Cuando uno crece escuchando historias de casas malditas y estructuras tenebrosas abandonadas en medio del bosque, se imagina las cosas diferentes. Como un cielo oscuro que se ciñe encima de ella, con truenos y una brisa fantasmal incluida que sólo es la antesala para los horrores que le esperaban al valiente estúpido que se atreviera a adentrarse en los peligrosos cimientos. Las telarañas deberían cubrirlo todo, el piso debería crujir con cada paso y las paredes debían tener manchas rojas hasta donde alcanzara la vista, como si un cuerpo herido y agonizante se hubiera apoyado en ellas para encontrar una salida que no existía. Además de que un par de esqueletos eran esenciales para que la trama se pusiera más espeluznante.

Pero no, lo que tenían delante no era exactamente lo que todos tenían en sus activas mentes llenas de películas de miedo.

Era enorme, de acuerdo. Hubiera sido un magnífico hotel tradicional si no estuviera en medio de la nada ni tuviera tan mala reputación. El grupo se detuvo para contemplarla por un momento. De lejos no daba mayor apariencia que la de una casa común y corriente que llevaba muchos años sin ocupantes. O tal vez era así porque la veían de lejos, aún les quedaba un buen tramo que recorrer antes de poder entrar en ella.

Pero Rin la veía con asombro, de ese tipo que te roba el aliento y te ensancha los ojos ante las grandes expectativas.

Tenía alrededor de cuatro pisos, siendo el último un espacio más pequeño en comparación al resto, como si fuera una mirilla. Los techos se alzaban imperiales con sus tejas negras tan envejecidas como el mismo muro cubierto de musgo y maltratado por los años y la humedad. Algunas pequeñas columnas de madera de las ventanas estaban rotas, quizás la misma madera se había podrido con el tiempo o fuera un acto de vandalismo de tiempos muy lejanos. Las paredes, que antes de seguro habían sido de un inmaculado blanco, ahora tenían la pintura descascarillada y con muchas manchas de agua.

A ojos ignorantes tenía toda la apariencia de un castillo, pero los que sabían del tema sabía que no podía tratarse de uno. Los castillos japoneses no constaban de muros exteriores como aquel, sus mismas bases de sólida roca los alzaban y protegían de los ataques de caballería, y la estructura que tenían delante carecía de esta base. Además de que la construcción parecía diferente a lo que uno suele toparse haciendo turismo histórico, el acabado era de apariencia extranjera, pero no por eso menos impresionante.

―¿A quién creen que le haya pertenecido antes?

―De seguro a un ricachón que dormía en pilas de oro.

―A un señor feudal.

―A un terrateniente.

―Al Shogun.

Las sugerencias seguían, pero Rin no les prestaba mucha atención. Sentía que la estructura misma le devolvía una mirada de advertencia silente como lo hace un gran animal que tiene fija a su próxima cena.

―Nadie nunca supo con certeza a quién le perteneció. Oí que las autoridades han investigado al respecto desde hace años, pero los registros son confusos y tan viejos que nadie los entendía del todo. A inicios del siglo pasado supuestamente la adquirió un gran barón de la época, pero lo encontraron muerto aquí mismo apenas unos días después. Sus familiares pasaron a ocuparla después de él, pero entre accidentes y muertes sospechosas, la abandonaron y convirtieron en depósito para sus grandes fortunas. Durante la segunda guerra mundial el resto de la familia se refugió para esconder sus pertenencias y salvaguardar sus títulos, pero se dice que no bastó ni un día para que se entregaran a las autoridades por voluntad propia, abandonando el lugar con un horror indescriptible. Se aliviaron cuando la propiedad quedó en manos del gobierno nuevamente y jamás replicaron por su pérdida. Después de eso se convirtió en el hotel del que todos conocemos la historia.

Issei se volvió a ajustar los lentes con esa mirada de sabelotodo tan característica suya. Era obvio que se había estado informando para parecer el listillo con todas las respuestas como usualmente hacía.

Continuó diciendo que luego de que la propiedad fuera convertida en hotel, los dueños tardaron poco más de un mes en deshacerse de la mansión ―lo cual en comparación a sus dueños anteriores era todo un récord―, por lo que volvió a quedarse en manos del gobierno que decidió convertirla en una casa de muestra para los turistas como hacen con los templos y castillos más antiguos. No les duró mucho la suerte, pues cada visitante que entraba salía con al menos una herida en el cuerpo y un susto de muerte. Hasta que sucedió el primer accidente fatal, el desnuque de un hombre tras caerse misteriosamente, decidieron cerrar el lugar definitivamente.

Eso había sido en la década de los cincuenta, y desde ese entonces, los rumores de que la casa estaba embrujada seguían esparciéndose como pólvora por cada rincón del pueblo y más allá.

A lo largo de los años se habían reportado accidentes y muertes muy extrañas cuando los intrusos ilegales no tenían más remedio que acudir a las autoridades en busca de ayuda. Hasta la fecha se habían encontrado más de cuarenta cadáveres en el interior o los alrededores de la mansión, lo suficiente como para cesar las visitas hasta de los más osados por un muy buen tiempo.

Pero como eso había pasado algunas generaciones antes de ellos, a los chicos realmente no les importaba la cantidad de cuerpos o heridos que resultaban por las expediciones a la casa maldita. Sólo le añadía más morbo, justo lo que los niños tontos y aventureros necesitaban.

Como ellos, que con una última contemplación a su siguiente parada se pusieron en marcha.

La hierba había crecido tan alta que a Rin le llegaba a la barbilla, y eso si alzaba la cabeza lo suficiente. Llegaron a la casa por un costado, lo que algunos supusieron el ala oeste. La entrada real daba contra un precipicio que se había creado por la erosión y la habitual actividad sísmica en la zona, por lo que aquel hueco en el muro era la única forma accesible de entrar a no ser que alguien tuviera repentinas ganas de escalar.

Como la mayoría de las casas tradicionales, el primer piso carecía de paneles exteriores para cerrar el espacio, por lo que se podría ver hasta el otro lado si no fuera por las paredes que marcaban los pasillos y habitaciones. Era como si alguien hubiera querido desnudar al máximo aquella porción pero no se hubiera atrevido a llegar demasiado lejos.

―Mi abuela en Hokkaido tiene una casa así ―murmuró uno de los chicos sin dejar de contemplar todo a su alrededor―. Sólo tiene un piso, pero…

―Sigue siendo ricachona entonces ―interrumpió Issei―. Y tú no nos invitas en vacaciones, eres un tacaño egoísta.

Haciendo caso nulo a las tonterías de Issei, los chicos se fueron alejando poco a poco del sitio por el que habían entrado para inspeccionar cada uno por su lado, casi conteniendo el aliento. Una cosa era cierta a como lo era en las películas de terror: el piso crujía con cada paso que daban. Pero no era un sonido aterrador, era más bien como el susurro de una madera demasiado vieja que no había soportado ningún peso desde hacía muchos años.

Rin caminaba sobre él con sus pies muy ligeros sin apenas sacarle algún mísero ruidito a los tablones debajo de los viejos paneles del tatami. Posó la mano en una columna gruesa, siguiéndola hasta que llegaba al techo. Podía imaginársela en sus mejores tiempos, reluciente e impresionante como cada tramo de la mansión. Era fácil para su volátil imaginación eliminar el polvo, tierra y hojas secas, quitar los grafitis hechos por pura maldad en las paredes, la basura de generaciones pasadas de vándalos, y toda la suciedad general que inundaba el esqueleto de lo que antes fue un hogar orgulloso e imponente.

Bajó la mano por la columna encontrándose con un par de nombres encerrados en un corazón tallado en la madera. Como esa había muchas otras muestras de todos los visitantes indeseados que habían llegado ansiosos de pasar un rato emocionante.

―Hey, ¿escucharon eso? ―apuntó Masashi repentinamente mientras pedía silencio con una mano alzada.

―De seguro fue alguno de ustedes chillando como una nena porque vio una mosca ―probó Issei socarrón.

―No, en serio. ¿No escucharon nada? Sonó como si alguien estuviera caminando por aquí.

―Sí, bueno, todos estamos caminando por aquí.

―Sonó diferente, más pesado.

―No me miren a mí, Kappei es el gordo del grupo.

―Y el único que de verdad te puede volar los dientes si sigues molestando, Issei ―amenazó este con mucha seriedad. Y tal vez sólo para que el asunto no fuera a mayores, el chico de las gafas no hizo ninguna réplica más allá de una sonrisita socarrona.

Los muchachos siguieron explorando a sus anchas, hablándose a voz de grito cada vez que daban con algo. Una habitación con algunos muebles cubiertos de polvo, rastros de tela hecha jirones, las escaleras centrales, más grafitis… prácticamente cualquier cosa.

Ya por entonces un par se quejaba de una sensación molesta, como si el aire fuera más denso y algo difícil de respirar, pero la mayoría no les hacía caso.

―¿No les parece raro que no hayan animales por ningún lado? Las casas abandonadas tienen al menos unos cuántos bichos y lagartijas, pero no he encontrado ninguno.

―Tienes razón, no hay telarañas. Ni siquiera me parece que entren los mosquitos ―observó Masashi al examinar las vigas muy de cerca, sitio ideal para encontrar algunas arañas en sus características redes.

―Tampoco veo nidos de pájaros ―se extrañó Hajime, el chico más alto y moreno de todos―. Este tipo de sitios debería estar infestado de cuervos. Tenemos cuervos todo el tiempo en los campos de cultivo, pero aquí no hay ni una pluma. Qué raro.

―La reputación de este lugar es tan fuerte que la conocen hasta en el reino animal, aparentemente.

―Puede ser la energía ―razonó Masashi mientras aún buscaba algún rastro de vida instalada en algún rincón―. Los animales son muy susceptibles a las energías negativas y suelen alejarse de ella lo más posible.

―La próxima vez traemos a mi perro a ver qué hace.

Hablando de pequeñeces para romper con el sepulcral mutismo y la mala sensación que tenía ahora la mayoría del grupo, llegaron al otro extremo del primer piso para encontrar que lo que antes había sido un magnífico patio. Gran parte del terreno estaba cubierto con un enorme estanque ya seco, pero que conservaba perfectamente sus puentecillos y pilares para cruzar al mirador que se encontraba en muy mal estado y tenía la pinta de derrumbarse en cualquier momento. En varias pequeñas islitas, que ahora sólo eran cúmulos de tierra elevados cubiertos de maleza, se alzaban árboles resecos sin ningún rastro de su vegetación en sus numerosas y retorcidas ramas muertas.

―Tuvo que haber sido todo un espectáculo ―silbó uno y todos estuvieron de acuerdo. Hasta ahora todo estaba marchando bien a excepción de esa sensación pesada y viciada típica de sitios viejos y deshabitados. A pesar de que el aire pasaba perfectamente de un lado a otro gracias a la carencia de paredes externas, uno pensaría que el olor a viejo, humedad y moho no sería tan fuerte, pero lo era hasta el punto de ser irritante.

Lo siguiente que decidieron fue subir a los pisos de arriba a ver qué les deparaba la suerte. Si no había pasado gran cosa hasta el momento, ¿por qué iba a cambiar?

Lastimosamente no tenían ni idea de que eso estaba a punto de cambiar.

―Tengo la vaga impresión de que alguien nos está siguiendo ―murmuró Kappei que iba de último en el grupo.

―Es tu valentía, pregunta por qué la dejaste atrás ―contestó rápidamente Issei con una risita.

―Te estás poniendo pesado ―le advirtió con cansancio. Kappei solía ser el blanco predilecto de las bromas ligeras del listillo, y como no tenía mucha paciencia para lidiar con él, se irritaba tan rápidamente que sólo provocaba más chistecitos. Issei decía que carecía completamente de sentido del humor y que sólo era un buen amigo al intentar inculcárselo cariñosamente.

―De hecho… yo también tengo esa sensación ―confesó Kechiro, que iba justo delante de Kappei―. Siento como si alguien estuviera muy cerca de mí, aunque cuando volteo no tenga a nadie. ¿No les pasa lo mismo?

Un par más concordó con él con cabezadas nerviosas y los que no, miraron por los alrededores en busca de una explicación. Issei, quien no había querido decir nada, empezaba a creer que se había burlado innecesariamente de su hermano mayor cuando le contó el temor que sintió durante su propia visita a ese lugar. Él también sentía esa pesadez e incomodidad que se siente cuando alguien te mira de muy mala manera, pero intentaba disimularlo con sus chistes para guardar las apariencias.

Siguieron andando en dirección a las escaleras, cruzando por un pasillo que por ambos lados guiaba a amplias habitaciones. El papel de arroz tenía muchos agujeros y rasgados como si alguien los hubiera roto con un cuchillo mal afilado, y la madera de la parte inferior poseía los mismos rasgos de maltrato. Prácticamente como el resto de la vivienda casi en ruinas. Alguien debía estar muy aburrido como para desgarrar las puertas, fue lo que un muchacho comentó al fijarse en esos detalles.

Era eso, o algo peor en lo que ninguno prefería dedicarle ni un mísero pensamiento.

Cuando llegaron al rellano de las escaleras con aquellos pesados pasos detrás bien camuflados pero aún evidentes entre los suyos propios y la tensa sensación de ser observados acelerándoles el pulso, pasó el primer accidente. Antes de siquiera poner un pie en el primer escalón, Kappei cayó repentinamente hacia un lado como si alguien lo hubiera empujado con mucha fuerza. Cuando se incorporó a medias para plantarle cara al que lo había hecho, se encontró con los rostros sorprendidos de sus compañeros.

―¿Quién demonios fue? ¡No me hizo gracia! ¡Fuiste tú, Issei, lo sé!

―He estado al lado de Hajime, ni siquiera estaba cerca de ti, colega ―le dijo con un tono sospechosamente serio. Ya no se sentía de humor para hacer ninguna broma.

―¡No te creo!

―De verdad, Kappei, nadie te tocó ―le aseguraron los otros.

Antes de que pudiera replicar, un siseo profundo y bajo recorrió la estancia desde un extremo al otro, como el largo resoplido de un enorme animal. Los chicos se quedaron helados con los ojos bien abiertos, mirando hacia todas direcciones en busca de lo que fuera que hubiera hecho semejante sonido. Aquello no podía ser el viento, ni siquiera soplaba una brisa. El pulso de todos ya estaba acelerado y aquello sólo lo disparó al doble de su velocidad.

Un silencio pesado y muy rígido reinó unos segundos después de que el siseo terminara, nadie se atrevía a decir palabra alguna ya sea por miedo o por impresión. Kappei se puso en pie mirando a todos lados con el corazón en un puño y la voz hecha un susurro ido.

―¿Qué…? ¿Qué fue eso? ¿Todos lo escucharon?

―Ssshhh, cállate.

Ninguno se atrevía a mover ni un músculo, sólo se limitaban a buscar frenéticamente con la mirada desorbitada y a pasar tragos difíciles de saliva por la garganta.

Todos lo sentían en ese momento y aunque hubieran preguntado, nadie se habría atrevido a negarlo esta vez. La indiscutible sensación de que algo invisible los veía, evaluándolos a cada uno de ellos muy de cerca. Se sintieron desnudos y desprotegidos, como si los hubieran atrapado en su momento de mayor debilidad.

Era algo malo, bastante malo.

―Chicos… n-no me siento muy bien…

―¿Qué está pasando?

Todos se sobresaltaron cuando el piso crujió levemente ante un peso inexistente y ninguno de ellos había despegado los pies para hacerlo. El siseo volvió a atravesar el enorme y vacío espacio, viajando entre las paredes como un fantasma. Esta vez fue más alto. Esta vez fue mucho más real.

Estaba ahí, entre ellos. Acechándolos.

Los muchachos se acercaron entre sí inconscientemente, formando un círculo para tener los ojos hacia todos lados. Ni siquiera Issei, el eterno incrédulo y cara dura de la clase tenía alguna palabra para desmentir lo que estaba pasando.

―Creo que ya fue suficiente ―declaró con la voz débil y sumisa, como si no quisiera tentar a lo que sea que los observaba desde la nada. Sentía una mirada pesada sobre él, taladrándolo con un sentimiento que distaba mucho de ser bueno. Los vellos de su cuerpo se erizaron al sentir el escalofrío como lo hacían todos. De repente les pareció que la temperatura iba bajando y el tono del ambiente se oscurecía gradualmente con ella. Para asegurarse, Issei dio un vistazo rápido al exterior por un agujero pequeño entre los pasillos y comprobó que en efecto estaba anocheciendo. El cielo se estaba llenando de matices naranjas y rojos y dentro de poco todo se volvería negro.

No podían estar ahí cuando eso sucediera.

―Tenemos que irnos. Ahora ―repitió un poco más alto. Parecía que la actividad se hacía más notoria con cada minuto que los acercaba a la caída de la noche, y definitivamente no quería comprobar qué más podía pasar cuando todo atisbo de luz se perdiera.

Todos volvieron a pegar un brinco.

El siseo se convirtió en un gruñido alto y claro, como si un enorme lobo monstruoso estuviera preparándose para atacar. Algunos no pudieron contener el grito de terror, y el grupo se disolvió cuando el primero echó a correr al otro extremo de la casa para salir. Pronto todos se encontraban corriendo muy ruidosamente por todos lados, sintiendo claramente cómo algo los perseguía.

Kappei se volvió a caer, esta vez de una forma más violenta y tumbó a los dos que tenía delante. Aún en el suelo, los tres sentían que eran empujados bruscamente por un ser invisible y sólo podían gritar cuando se levantaban trabajosamente dando tropezones.

Justo al llegar al pórtico en el lado oeste, Issei se detuvo de repente antes de saltar hacia el pasto crecido que ahora le apetecía como el cielo en la tierra. El muro se veía a la distancia, más lejos de lo que recordaba y miró alrededor. Todos estaban apurándose en salir lo más rápido posible, corriendo como si el mismísimo diablo le pisara los talones. Lo cual, para su fuero interno, era la realidad.

Todos estaban afuera excepto uno.

Su boca se abrió con horror al hacer el conteo rápido. Los chicos que se habían quedado rezagados para recuperar el aliento a las afueras de la mansión lo miraron aterrados ante su expresión.

―¡¿Dónde está Rin?!

La única niña se había separado del grupo paulatinamente sin que nadie se diera cuenta. Al ser pequeña y silenciosa, le era muy fácil escabullirse como si de un gato se tratara. Estaba tan concentrada evaluando cada aspecto de la casa que ni siquiera ella se percató que los chistes y burlas de Issei iban quedándose atrás hasta desaparecer.

Llegó a la escalera mucho antes que los demás y no dudó ni un instante en subirla como si algo la incitara a llegar lo más alto posible para ver qué maravillas podía encontrar. Exploró a medias los dos pisos siguientes, encontrando pocas cosas que le resultaran interesantes más allá de las vistas por las ventanas. Más habitaciones, rellanos y pasillos en un lamentable estado de abandono, además de algunos trastos dejados a su suerte por los últimos propietarios tantos años atrás.

Se percató de que no había rastros de que otro ser humano hubiera dejado su huella, tampoco había ningún animal. ¿Y los insectos, ratones, aves y reptiles? Era el lugar perfecto para hacerlo su guarida, pero no había encontrado absolutamente ninguna muestra de algún animalillo que viviera ahí. Eso era lo que le parecía más extraño de todo el asunto.

Y no había visto nada aún.

Al fin estuvo frente al último tramo de las escaleras, el silencio era absoluto y hermético. No se oía ni el viento, ni los ruidos de los chicos en la planta baja, como si aquello estuviera muchísimos metros por debajo de donde estaba. Pero en ese momento no le prestaba mucha atención a esa pequeñez. El último cuarto por visitar le aguardaba.

La escalera rechinó sonoramente y la sobresaltó. Extrañamente ni siquiera había escuchado sus propios pasos sobre el suelo de madera y el escalón resonaba como una alarma que alertaba desesperadamente de un intruso.

Giró la cabeza como si esperara encontrar a alguien que la acusara de tal cosa, y hasta llegó a pensar en que había despertado un horrible monstruo que seguramente la devoraría, pero nada pasó. El silencio y la soledad continuaban inmutables, con la única diferencia de que ahora tenía sus pesados latidos como música de fondo en los oídos.

El cuarto piso sólo se trataba de una habitación. Un gran espacio vacío sin ninguna pared ni mampara que delimitara nada, sólo algunas columnas de madera gruesa que sujetaban el techo. Era como tener dos salones de clase pegados, sólo le faltaban los pupitres y pizarrones para convencerla del todo.

A diferencia de abajo parecía más limpio y bien conservado, sin ningún rastro de garabatos con marcadores o espray ni una pizca de basura. Lo único que cubría el viejo piso de madera ―extrañamente carente de tatami― era una gruesa y prolija capa de polvo. Nadie había estado ahí por muchísimo tiempo, nadie había llegado tan lejos.

Al ver sus propias y pequeñas pisadas creando un camino en el polvo se sintió muy extraña. Como una verdadera intrusa no deseada en el corazón de un tesoro que no era digna de siquiera contemplar.

Pero era estúpido sentirse así. ¿Qué tesoro? Aquel cuarto estaba completamente vacío y aunque lo quisiera, no había nada que robar. Sacudió la cabeza para quitarse aquella idea tan absurda. Pero, aunque sabía que tenía razón y estaba inventando cosas, le era imposible quitarse el sentimiento. Lo tenía debajo de la piel como una verdad elemental y no sabía por qué.

Para distraerse de sus desconcertantes pensamientos, optó por darle un vistazo rápido para salir de ahí y reunirse con los chicos antes de que se fueran sin ella, lo cual era horriblemente posible. Ignoraba en su totalidad que, cuatro pisos abajo, sus amigos estaban haciendo exactamente aquello que tanto temía.

Sólo había una cosa que adornaba las paredes de pintura descascarillada, y como la curiosidad era superior que ella, se acercó a examinarlo. Se trataba de un sutra pegado al lado de una rendija que hacía de ventana. Pero no era un pergamino como los que había visto en los templos, sólo tenía la apariencia de uno.

Era mucho más grande de lo normal, abarcando más de medio metro de alto y al menos treinta centímetros o más de ancho. La escritura eran garabatos inentendibles que zigzagueaban cuidadosamente el pergamino de extremo a extremo, casi como si formaran unas palabras que ansiaban ser leídas. Pero, por lejos, lo más llamativo de todo era la pintura roja. Nunca había visto un sutra hecho con tinta roja, y mucho menos con aquellos símbolos que parecían de otro mundo.

Quizás lo habían hecho en otra época para bendecir la casa, fue lo primero que pensó. Pero por alguna razón, daba por hecho que bendecir no era precisamente lo que ese pergamino estaba haciendo.

Posó los dedos pequeños y blanquecinos sobre los garabatos, sorprendiéndose por el relieve. Tampoco habían usado tinta, sino alguna clase de pintura aceitosa.

Se detuvo justo cuando llegaba al extremo inferior de los trazados.

Su corazón dio un potente tumbo y el aliento que exhaló se le hizo eterno. Sentía los pulmones completamente vacíos e incapaces de llenarse de nuevo.

Había alguien ahí con ella.

Su vista se hizo borrosa por la falta de oxígeno, y de alguna manera se forzó a inhalar una bocanada de aire de la manera más silenciosa posible. Los dedos sobre el sutra comenzaron a temblar, pero fue incapaz de separarlos de él. Ejercía alguna clase de fuerza magnética de la que no se podía liberar por más que lo intentaba.

Haciendo su mayor esfuerzo por no entrar en pánico y gritar como una loca poseída, cerró los ojos y se concentró en tranquilizarse, normalizando su respiración lo más posible.

Apenas estaba a media faena cuando sintió notoriamente unos resoplidos suaves sobre ella, subiendo desde su cuello hasta su cabeza.

Debería haber gritado, debería haber saltado y corrido como si su vida dependiera de ello. Pero no lo hizo.

Todo lo que pasó fue lo contrario a lo que la lógica le decía.

Dejó de sentir miedo. Por una extraña e inexplicable razón, ya no sentía razones para temer. Fue como si un hechizo se hubiera roto y al fin pudo despegar su mano del pergamino. Lo hizo lentamente, cuidando no hacer movimientos bruscos que pudieran sobresaltar a lo que fuera que estuviera detrás de ella, y con su voz suave dijo:

―Hola.

Se giró despacito hasta que se dio la media vuelta, encarando las escaleras y dejando el sutra a sus espaldas. Era definitivo, había alguien más ahí.

Casi podía sentirlo mirándola sin apenas moverse, justo enfrente de ella.

―Sé que estás aquí.

Nada pasó y probablemente había sido lo mejor

Uno siempre escucha lo peligroso que era tentar a los espíritus, lo malo que era abrirse ante ellos hasta dejarse completamente expuestos y vulnerables. Había que ignorar sus presencias y pretender que no se les temía, sólo así te dejarían en paz. Pero eso sólo pasaba con los espíritus malos, ¿por qué no decían cómo actuar ante los espíritus buenos?

Una cosa era segura de aquella presencia que tenía delante: sólo la miraba neutralmente. No sentía nada malo saliendo de ningún lado, como si aquel ser sólo tuviera curiosidad y esperara a que hiciera algo.

No me hará daño, pensó inmediatamente sin siquiera detenerse a razonar. Era su instinto quien hablaba por ella, ese que ni sabía que podía llegar a usarlo en una situación como esa.

―¿Esta es tu casa? ―preguntó entonces como quien habla con alguien que está confundido―. No te preocupes, no pienso dañar ni llevarme nada. Tuvo que ser un lugar hermoso, ¿verdad? Es una pena que ahora se encuentre así.

Dio otra mirada por el sitio, fijándose en los daños que el tiempo, la humedad y las estaciones habían dejado en cada rincón. Seguía sintiéndose observada pero no la intimidaba.

―¿Qué significa este pergamino? ¿Lo colocaron por algo en especial? ―casi sintió un gruñido cuando estuvo a punto de tocarlo de nuevo, por lo que retiró la mano inmediatamente―. Creo que no quieres que lo toque. No lo volveré a hacer, lo siento. Estás parado frente a mí, ¿verdad? ―no hubo ningún indicio de respuesta―. No sé por qué puedo sentirte ahí, pero parece que quieres que lo haga. ¿Puedo hacer algo por ti?

Un crujido en la madera le indicó que había dado un paso hacia ella. Luego otro, y otro. Al tercero, se detuvo. Rin, que no sabía a qué altura mirar, dirigió la vista hacia arriba con los latidos martillándole el pecho pero la curiosidad superándolos con creces.

Sintió una minúscula brisa de aire frío en su cabeza, como si alguien resoplara sobre ella. Tenía la impresión de que se agachaba un poco para colocarse a su altura, pero no tenía forma de estar segura.

De repente todo lo que sintió fueron aquellas respiraciones suaves y calmadas rozándole la frente. Relajó los hombros con una exhalación muda, alzando la vista en busca de su acompañante invisible tratando de imaginar exactamente dónde estaría su rostro.

Una de sus manos se elevó, extendiendo delicadamente los dedos sobre su cabeza en un intento de palparlo, de sentir aquella criatura tan real como inexplicable.

¡Rin!

La mano se detuvo y su ceño se frunció al intentar entender aquella voz. ¿De dónde venía?

¡Rin, ¿dónde estás?! ¡RIN!

Todo el sopor que había sentido se esfumó como la niebla ante un viento furioso y las respiraciones cesaron por completo. Casi podía ver cómo el espíritu se alzaba mucho más grande de lo que ella creía que era, haciendo que todo a su alrededor se tornara repentinamente frío y hostil.

Se sacudió violentamente al escuchar entonces su gruñido, el mismo que habían escuchado los chicos en la planta baja y del que ella no tenía ni la más remota idea. Era como si las mismas paredes, suelo y techo se estremecieran con furia ante la voz que la llamaba desesperadamente.

Sin pensarlo dos veces salió disparada a la escalera para responder que estaba bien, sólo para encontrarse con Issei a punto de llegar al tercer piso con una cara pálida y horrorizada.

―¡Rin, santo cielo! ¡¿Dónde mierda estabas?! ―el chico la tomó de los hombros y la zarandeó desesperado. Rin podía sentir sus manos temblando, algo que jamás se habría imaginado de él. Se vio incapaz de responderle ni una sola palabra―. ¡Tenemos que irnos ahora!

La arrastró escaleras abajo tomándola de la mano con una fuerza que sólo podía tener gracias a las inmensas cargas de adrenalina corriendo por sus venas. Rin se dejó guiar casi tropezando en varias ocasiones al no poder mantener el ritmo de su compañero que era más alto que ella.

Los gruñidos y el estremecimiento de la estructura los seguían por cada sitio que pasaban, resonando entre los estrepitosos pasos y los jadeos que dejaban en la frenética carrera. Masashi y Hajime se les unieron en la planta baja, pues habían estado buscándola al igual que Issei. Aliviados de tener a Rin entre ellos una vez más y por fin poder dejar aquel horrible lugar, corrieron juntos el tramo largo que quedaba hasta dar con el borde elevado del tatami, y sin ninguna meditación de por medio, se arrojaron al exterior para dar con el suelo terroso cubierto de hierba alta y seca.

Por un momento todo lo que se escuchaba eran los pesados resoplidos que todos daban para recuperar el aliento. Jamás ninguno de ellos había tenido que correr con tanta prisa ni con tanto miedo, y agradecerían mucho no tener que hacerlo de nuevo.

Blancos, sudorosos y aún temblando, los cuatro se tomaron un momento para descansar un poco. Fuera de la casa no se oía ninguna de las aterradoras pruebas que tantas historias habían relatado y ellos mismos habían comprobado. Sea lo que sea que habitaba esa mansión no era bueno, y lo mejor que podían hacer era largarse lo más pronto posible para no regresar.

Los muchachos se levantaron trabajosamente sacudiendo la tierra de sus ropas y se dieron miradas diligentes entre ellos. Se habían salvado de una grande, era todo en lo que podían pensar.

Menos Rin.

Ella seguía sentada mirando ausentemente hacia la casa, alzando la vista hasta el último piso. Su pecho subía y bajaba incontrolable, y no encontraba fuerza alguna para ponerse en pie como los demás.

Sólo se podía concentrar en ese cuarto muy por encima de sus cabezas, donde aún sentía latente la presencia de aquella criatura. Estaba mareada e ida por la falta de oxígeno, pero eso no le impidió mantener la mirada en alto.

―¿Estás bien? ¿Te lastimaste? ―le preguntó Masashi al ver que seguía sentada en el piso con los ojos desorbitados en lo que no pudo interpretar como algo diferente al terror. Rin regresó en sí ante sus palabras jadeantes y lo miró a su lado. Sus rasgos denotaban profunda perturbación como los de todos los demás tan pálidos como la sal. Negó un par de veces con la cabeza, e Issei y él le tendieron una mano cada uno para ayudarla a levantarse. Las piernas le temblaban y sentía que su corazón le golpeaba desde las costillas hasta la espalda en un intento de liberarse de su prisión.

―¿Por qué te fuiste tan lejos? ¡Casi nos da un infarto al no encontrarte! ―reprendió duramente Issei. Su cara estaba sucia de sudor y polvo, sus gafas estaban torcidas sobre el puente de su nariz y su cabello muy despeinado al igual que el de todos los demás.

―Lo siento, me distraje y no me di cuenta… sólo quería explorar.

―¿Acaso no escuchaste nada de lo que pasó aquí abajo? ¿Cómo rayos te quedaste ahí arriba después de eso?

―¿Escuchar qué cosa? Yo no oí nada ―contestó sinceramente sorprendida, pero Issei no le creyó.

―No te hagas la tonta, es imposible que no lo hayas oído. ¡Hasta nos veía siguiendo cuando bajábamos!

Rin contuvo el aliento.

―¿L-los gruñidos…? Pero… yo sólo los escuché cuando te encontré, Issei.

Los chicos la miraron incrédulos.

―¿Qué? ¿Quieres decir que no escuchaste nada? ―cuestionó Hajime entonces, que no había pronunciado palabra alguna desde que salieron de la casa.

―No, escuché que Issei me llamaba cuando llegaba al tercer piso, pero antes no oí nada.

―¿Estás… estás hablando en serio? ―volvió a preguntar el chico. A su juicio y al de cualquiera que hubiera estado ahí abajo con ellos cuando los gruñidos resonaron, era imposible que semejante aterrador sonido no viajara más allá del primer piso.

Rin asintió enérgicamente.

―¿Hasta dónde llegaste?

―Hasta el tercer piso ―mintió antes de reparar en lo que decía. Issei resopló mientras se reacomodaba los lentes.

―Te vi bajando las escaleras desde el cuarto.

―Es porque iba a subir, pero te escuché antes de llegar ―respondió rápidamente. No quería que nadie supiera que estuvo ahí arriba y lo que había presenciado. Algo le decía que el espíritu que había respirado suavemente en su frente antes de enfurecerse no querría que se supiera nada sobre el sutra. Era algo que él protegía celosamente y ella, al haber causado tantos problemas, era lo mínimo que podía hacer para ayudarlo a mantener su secreto.

Aún temblando y con el pulso disparado, los cuatro salieron de la jungla de hierba alta y se reunieron con el resto que los esperaba ansiosos y muy asustados detrás del muro.

El cielo estaba en sus últimos tonos de rojo antes vestirse con su paleta más oscura, por lo que no perdieron tiempo ni gastaron palabras para salir de ahí antes de que eso sucediera.

La caminata de regreso se les hizo completamente diferente a la de ida, donde la mayoría del tramo habían sido bromas, conversaciones y risas burlescas. Ahora sólo había silencio y corazones intentando estabilizarse de nuevo, y muchos, muchos pensamientos que los mantenían a todos meditabundos, incluido al listillo del grupo.

En el último puesto de la fila que desfilaba entre los matorrales, Rin aminoró el paso lo suficiente como para darle una última mirada a la mansión cada vez más oculta entre los árboles del camino. Lo único que se veía ahora era aquel último piso. La estructura contrastaba imponentemente contra el cielo enrojecido, y las luces moribundas del atardecer atravesaban la habitación por las rendijas de las ventanas. Justo antes de que la casa quedara completamente oculta, le pareció ver movimiento en el interior.

Era como si una figura se hubiera acercado para asomarse por la ventana.

Pero cuando se detuvo para darle un mejor vistazo, ya no había nada ahí. A los siguientes pasos, el follaje cubría por completo cualquier indicio de que hubiera algo en medio del denso bosque.

Aún así, pese a la distancia y la pobre luz, Rin estaba segura de que aquella cosa la miraba.

Fijamente.

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¡HOSHI ESTÁ PUBLICANDO ALGO NUEVO! ¡SE ACERCA EL FIN DEL MUNDO, TODOS AL BÚNKER!

Pues no, no es el fin del mundo lo que me motivó a decidirme a publicar de una puñetera vez, en realidad fue más bien la pena por tener este momento tan retrasado cuando ya algunas personas me han preguntado cuándo regreso.

La verdad es que no tengo excusa para este tiempo de ausencia y menos aún por tardarme tanto en subir esta historia. Soy lenta, indecisa, insegura y me distraigo como no tienen idea, pero eso no es motivo para dejar a nadie esperando, y menos si se toman la molestia de acordarse de mí y escribirme de vez en cuando.

Va por ustedes, guapísimas (os) míos, espero que me sepan perdonar por tener la cabeza en Marte. Lastimosamente aún no he terminado de escribir (maldición, ¿cuánto más me voy a tardar?), pero como sólo me quedan alrededor de 4 capítulos supongo que no hará daño ir publicando ahora. Probablemente Safe Heaven se comenzará a publicar una vez que este fic esté completo y subido, pero no prometo nada. Mi inspiración es impredecible y esa historia en particular me bloquea mucho (más que Butterfly Wings, mi dolor de cabeza más grande de entonces) y me quedan más o menos 7 capítulos, pero cambio tanto los hechos ya establecidos en el borrador que es posible que ese número varíe en el futuro.

En relación a esta historia: Como verán, tomé un rumbo un tanto diferente esta vez a esperas de traer algo de variedad. La trama, que probablemente esté trillada en su idea más básica, fue inspirada después de "Famosos y Fantasmas" de Biography Channel. Eso, y "Mi historia de Fantasmas", "Historias de Ultratumba" e innumerables creepypastas relatados por el youtuber Dross. Me llama mucho la atención el rollo sobrenatural de los fantasmas (como seguramente habrán visto en Fragile Soul aunque vaya por otros tiros) y quise intentar algo por mi cuenta.

Por ahora tengo estipulados unos 20 capítulos en total y estoy actualmente iniciando el 16. La trama por ahora sólo será Supernatural, pero puede cambiar en el futuro... quién sabe. (bueno, yo xD). Perdonen los dedazos que se hayan encontrado, prometo que revisé minuciosamente antes de publicar pero siempre se me escapan algunos errores.

De resto, espero que disfruten este fic. Todos los comentarios son bienvenidos y agradecería muchísimo sus opiniones. Un beso a todos, felices fiestas y nos vemos posiblemente la próxima semana con un nuevo capítulo. ¡Hasta entonces!