Nega-Changeling

#1

Metamorfosis

Ante todo era necesario buscar un buen refugio secreto en lo que ella planeaba una nueva forma de conseguir alimento. No había memoria entre los changelings de tiempos mucho mejores o mucho peores que los que estaban viviendo, romper el velado anonimato por jugar más cartas a la supervivencia ciertamente no les había resultado muy bien.

Era sólo una cueva tétrica, con formaciones, sombras, probablemente monstruos y batracios variados. De todas formas, se decía la reina, era mejor que la cárcel en la que los tenían metidos antes de que esa tonta alumna de Celestia los liberara gracias a que le había pedido simplemente un libro. Sin embargo, por mucho que ella animara a su pueblo o a sí misma a seguir adelante, existía en ese ambiente húmedo y maloliente una energía que, para ser ellos seres de casi distinta naturaleza a los ponis normales, conseguía a pesar de todo intimidarlos un poco.

Una voz desconocida le había susurrado a Chrysalis, o esto lo había soñado, el por qué no decidía hacerse a un lado y elegir un sucesor, o sucesora, alguien que pudiera mayor gloria y bienestar a su pueblo del que ella les había dado desde que naciera su raza. El orgullo empedernido ignoró, refutó, se burló y rechazó completamente esta posibilidad. Sólo ella podía llevar el título de reina de los changelings, eso no lo podía cambiar nadie. Después de esa especie de autodefensa, alegando más para sí misma que para la voz anónima que ella no tenía la culpa de la tragedia de los simuladores, se preguntó quién o qué le había susurrado eso, pues le parecía inconcebible que fuese su propia conciencia. Ella nunca se cuestionaría a sí misma, claro.

La perturbadora energía se somatizaba en el cuerpo de la reina y sus súbditos como un escozor en sus lomos, alteraba los sentidos y percepciones de los más débiles, haciéndolos preguntar por una salida o escape, con las típicas observaciones sobre el mal estado del sitio, y en cuanto a los fuertes, los carcomía desde el interior, sin que éstos quisieran dejar traslucir el mismo miedo de sus congéneres. Cada changeling no poseía realmente una personalidad única como los ponis normales, su conciencia no era una conciencia individual sino más bien colectiva, la cual era dirigida particularmente por la reina, lo mismo que las abejas o las hormigas. La reina manda, nunca se supo que en una colmena o en un hormiguero hubiese un rey. Más allá de las cuestiones de la naturaleza, en esa dimensión mágica se notaba la inclinación a que los mandos de gobierno fueran ocupados por el género femenino, mientras que prevalecía el concepto de que un gobierno de marcada influencia masculina sucumbía al espíritu violento, represivo, cruel y autoritario que se encuentra más presente en dicho género.

Entre toda esa cantidad incólume y más o menos anónima individualmente, las reflexiones y las dudas crecían en la mente de un changeling algo más especial que los demás. Se lo podía considerar un segundo al mando en cuanto a la organización militar, y todo ese largo viaje poco o nada placentero había propiciado que, de alguna forma extraña, su mente tuviese un abrupto aunque no muy significativo desarrollo como para empezar a cuestionarse la eficacia de la reina, teniendo en cuenta que el único plan que le había funcionado perfectamente bien en los últimos años fue el de la escapada de la cárcel. Fue repasando las experiencias más importantes de su pueblo, y si bien no podía negar que su reina era una perfecta estratega, o lo fue en determinadas ocasiones, esa habilidad estratégica había mermado conforme los fracasos se hacían más regulares. ¿Por qué no pensar entonces en la idea de un cambio de gobierno, de sumar a alguien más, con ideas frescas y nuevas, en quien puedan confiar todos, y que sepa hallar la manera de obtener mejor alimento y por ende un mayor bienestar?

Los resultados de sus pensamientos, por supuesto que este simulador jamás podría siquiera contarlo al que viajaba caminando a su lado. Nadie, en toda la historia de la existencia de los changelings, se le hubiera ocurrido pensar siquiera algo en contra de su reina… ellos eran, digamos, incapaces de hacerlo por su cuenta. Hubo alguna vez, uno… eso no se supo bien. Probablemente a Chrysalis no le gustara para nada lo que ése dijo... Ella luego relató el caso como un ejemplo de sublevación, de debilidad, definiendo los castigos con lujo de detalles como para dar entender a los demás que ella por nada del mundo debía ser cuestionada.

Cuanto más vueltas le daba al asunto, más conciencia tomaba sobre el degradante estado de su especie, y como si fuera obra de una fuerza exterior, aunque parecía más algo interior, ese súbdito, militar, descubrió que, internamente, y al contrario de sus compatriotas, odiaba a la reina. Quiso negarlo al principio, quiso intentar convencerse, con un absurdo sentido común, que el hambre lo había trastornado. Que estaba… enfermo. Sólo un simulador enfermo podía ponerse a pensar en estas cosas, pero al mismo tiempo, se sentía tan bien en otras facultades que creía imposible la enfermedad.

Miró a la reina, la miró caminar delante suyo, el ceño continuamente fruncido, mascullando órdenes, gruñendo a cada palabra o comentario o reacción de sus súbditos por el halo amenazador de la cueva en la que se habían internado para escapar de la persecución de las fuerzas de Celestia, especialmente de esas seis ponis que tanto detestaban. Pensaba, el súbdito, en las probabilidades de salir íntegros de ese antro o de que pudieran hallar mejor destino que el anterior. De a ratos le parecía que estaban más cómodos y seguros en la prisión, hibernando, libres (hipotéticamente hablando) de la preocupación constante por hallar un sitio que habitar o en el cual instalarse para construirse como nación, lo mismo que habían hecho las tres razas de ponis. La miró fijo a la reina, la contempló con ojos nuevos, y el odio parecía crecer, revolverse en su estómago famélico, correr en la linfa de sus venas. Con esa actitud… parecía realmente despreocupada de lo que le ocurría a su pueblo, con esa manía de obligarlos a avanzar ignorando las sensaciones de peligro y el malestar que producía su situación general, sumado a la pestilencia y mala vibra de la caverna. Su mal humor y su falta de comprensión…

Es imposible, se dijo, es imposible. No puedo odiar a la reina, esto debe ser mentira, un engaño, un autoengaño. Yo no puedo estar pensando eso, ante todo está el bien de la colonia. ¿Realmente era así? ¿Realmente el bien de la colonia era el enfoque de la reina? ¿Podían confiar los changelings en Chrysalis, su primera y única reina? El terror y la ansiedad lo comenzaban a dominar, cada vez más iba abstraído en su mundo, caminaba al paso firme y algo apresurado de los escoltas de la reina, pero su paso propio se volvía más errático, hasta el punto de no prestar tanta atención por dónde circulaba.

Quizá estuvieran a muchos kilómetros bajo tierra, esa oscuridad… los simuladores no eran seres de oscuridad, por cuanto se alimentaban de amor… ¿qué tipo de magia tenían ellos en realidad?... ¿se los podía considerar verdaderos depredadores?... ¿podría pensarse en otra forma de conseguir alimento, en otro tipo de alimento vital? Ese debía ser el principal problema de su raza: su alimento. ¿Había algo más delicioso, placentero, nutritivo, para un changeling que el amor, algún otro tipo de esencia abstracta o concreta que los hiciera más poderosos de forma que les permitiese vivir sin reparos y sin temer a las ofensivas de otros seres…?

¿Existía otra alternativa, más que seguir vagando y mendigando el mezquino amor de los ponis o cualquier otra criatura?

El pueblo de los ponis insecto llegó entonces a una curiosa parte de la caverna, parecida a aquella en la que ellos habían nacido, pero muy distinta a la vez. La energía negativa allí se reconcentraba, a tal punto de que todos sintieron el impulso instintivo de querer salir corriendo de ah lo más pronto posible. Unas extrañas luces permitían apenas divisar el camino que había inmediatamente más allá de la propia nariz, pero el temor a lo que se pudieran encontrar adentrándose en ese recoveco hizo dudar a una gran parte de los changelings, y a la reina le costó mucho más esfuerzo convencerlos de seguir. La esperanza de hallar un poblado de ponis de cuyo amor pudieran alimentarse y que nada supieran de ellos le sirvió como aliciente para que alas y/o cascos se pusieran en marcha nuevamente.

Había charcas putrefactas escondidas por la penumbra, las cuales las luces no alumbraban. Chrysalis ordenó a todos que tuvieran especial cuidado en la marcha por tierra, ya que el suelo parecía querer desgranarse bajo sus cascos, arrastrándolos irremediablemente al fondo de esos fosos negros y malolientes, poblados de escarabajos, extraños mosquitos, es decir, insectos y otros batracios que no demostraban estar muy interesados en ellos, siempre y cuando mantuvieran distancia.

La reina se espantó de la cara un horrible escarabajo o cucaracha o cascarudo, o una horripilante combinación de ambos, que se había parado en su nariz y la miró fijamente con sus seis pares de ojos antes de decidirse a clavarle el aguijón en la negra piel. Ella sintió odio por aquel insecto, un desprecio hasta cierto punto inútil, pues no era un enemigo para ella ni tampoco se volverían a ver, ni tendrían una confrontación mágica cara a cara. Tenía asuntos más importantes que atender para preocuparse por un horrendo insecto.

Fuera la fuerza de la casualidad o que una misteriosa y astuta voluntad dominara todo lo viviente y no viviente dentro de la caverna, ese mismo bicho en su vuelo fue a posar sus tegumentosas seis patas en la nariz del changeling subversivo. Repitiendo exactamente el mismo procedimiento, sus diminutos ojos examinaron los del híbrido, descubriendo su ausencia de pupilas, principal distinción con la reina. Sólo que fue más rápido esta vez, ya que cuando notó que su víctima lo había detectado, se apuró a picarlo, clavándole un aguijón que salió de su "boca" cual mosquito, precisamente en medio de las fosas nasales. El hematófago no pudo evitar sin embargo el golpe del casco cubierto de hoyuelos, y perdiendo todo equilibrio, con la ínfima muestra de linfa contenida dentro de su pequeñísimo cuerpo inferior al de un breezie, cayó en la superficie viscosa, hedionda y oscura de un charco, de tamaño considerablemente mayor a los otros diseminados en toda la cámara.

Esa fracción de segundo en la que el subversivo se noqueó sin querer por defenderse del bicho, bastó para que una parte del suelo se desprendiera bajo su casco y se resbalara para zambullirse de lleno en las aguas nefastas, en las mismas donde había caído el insecto que lo picó. No tenían la consistencia del agua, eran más bien espesas y viscosas, como si se estuviera dentro de una crisálida.

El changeling imploró ayuda, hundiéndose vertiginosamente rápido, y algunos intentaron ayudarlo sin mucho éxito, pues era como si hubiera quedado atrapado en arena movediza. Arriba, luces verdes, rojas y púrpuras revoloteaban sobre sus cabezas, y le permitían ver a la reina y a otros simuladores discutiendo, podía apreciar sus facciones dibujadas en el rostro, y el poco interés que mostraba ella por asegurar que lo rescataran. Por un minuto lo observó, rogando misericordia con los ojos, y la imagen de Chrysalis viéndolo ser chupado por la putrefacta sustancia no se le borraría de la cabeza. Al final, ella dijo: "Vamos, no hay nada que hacer. Cuando conquistemos un pueblo, le dedicaremos los honores". Y así sin más, lo abandonaron, volteando la cara como si no hubiera ocurrido nada.

Una curiosa mezcla de sentimientos se produjo en su mente. ¿Cómo habían podido dejarlo así, cómo habían podido mostrar tan severa falta de compasión? ¿Acaso eran ciertas sus conjeturas sobre la reina? No lo sabía, pero si antes se negaba rotundamente a odiarla, ahora tenía un motivo por demás fuerte y válido. El odio ahora lo invadía, lo habitaba, y estaba convencido de que moriría odiando a la reina, a pesar del terror que tenía, pero ya no tenía sentido estar aterrado. Con el recuerdo de hace unos instantes, de la reina viéndolo ahogarse sin la menor turbación o angustia, mientras el agua viscosa e insalubre lo envolvía y lo digería, entrando por sus orejas, por su boca, sus narices, los últimos momentos de lucidez los dedicó a pensar que, de llegar a salir vivo de ahí, tomaría venganza contra la reina, contra Chrysalis, la destronaría y la asesinaría sin que los demás se enterasen. Y estaba seguro de que haría las cosas mejor que ella. Se dio cuenta de cuán sabrosos eran el odio y rencor, como para hacer de ellos una fuente mucho más efectiva de alimento que el amor, pensó que los changelings debían evolucionar hacia una forma más avanzada para superar su debacle, y de haber podido encontrar la manera, habría revertido la naturaleza de sus compañeros, pues los ponis eran más proclives a aterrarse que a amar, y no necesitarían sino mostrarse como ellos eran, sin tomar la forma de alguien más.

Evidentemente, antes de "morir", lo que poblaba la mente, y el corazón, si se quiere, del changeling subversivo, era una intensa oscuridad, y un absolutamente tremendo deseo de poder y de venganza. Su última sensación fue la de encontrarse como en un capullo, como si la asquerosa sustancia lo tuviera retenido como la crisálida en que una oruga se convierte para luego romperla y salir de ella en forma de mariposa.

Y vaya mariposa que saldría de ese capullo…

Casi todos los simuladores, incluyendo la reina, se habían olvidado ya del ahogado. Cuando echaron a trotar para escapar de la horrorosa caverna, no se detuvieron hasta que por fin arribaron a un terreno nuevo, sereno, entre un valle de montañas, desde el cual se podía divisar la torre cristalina de un majestuoso imperio. El Imperio de Cristal. Ése era el objetivo de Chrysalis, había obtenido información sobre un feudo que no sólo estaba lleno de amor, sino que disponía de un artefacto que lo proporcionaba en cantidades ilimitadas. Eso la llenaba de una ambición desmedida, la posibilidad de hallar un sitio con alimento infinito para ella y para su pueblo la movía a no perder el tiempo. Aquellas tétricas cuevas eran el atajo más conveniente, ya que nadie se adentraba en ellas. Otro dato que le llegaría, era que cierta detestable princesa de color rosa estaba gobernando allí, por ende se hacía más interesante el desafío de tomar aquel imperio.

Esta vez prepararía su táctica con mayor cuidado, pues podía ser el golpe más importante de los changelings desde el fiasco de la invasión a Canterlot.

Era ya de noche en los campos de cerezas adyacentes al reino de los ponis cristalinos. Una poni se había quedado hasta tarde recolectando algunos frutos y se había demorado mirando el hermoso atardecer, para luego sentarse contemplar el manto de estrellas coronado por las auroras boreales que se desprendían del centro del imperio. Nada podía alterar tan hermoso paisaje, era una verdadera belleza que en otros tiempos más oscuros no se había llegado a ver. Lo bueno de esta nueva era es que tanto ella, como su familia y amigos, ya podían vivir sin miedo.

En estas cosas pensaba la poni de cristal, cuando oyó… un gemido extraño a sus espaldas, algo así como una fiera acechando entre los huertos de cerezas. Fue entonces cuando ella se dio cuenta de la avanzada hora de la noche, probablemente estuvieran preocupados en su casa, ya era hora de volver. Por lo general, pocos monstruos se aventuraban a atacar a los ponis de cristal, pero nunca se podía estar seguro. También podía tratarse de algún maleante que rondaba por las noches en busca de incautos a quienes robar.

Ella se levantó sigilosamente, con los sentidos alerta. Algo aterrador la estaba observando, desconocido y a la vez no tanto. La sensación de estar siendo observada se incrementó cuando notó que una figura sombría se movía velozmente alrededor. Ella se puso a caminar con fingida tranquilidad en dirección a su casa, mirar para atrás no era una idea recomendable en absoluto. Sudaba a pesar del aire fresco de la noche, y sus labios temblaban, conteniendo el castañeteo de los dientes. Trató de animarse pensando que no había nada que temer, que quizá era algún animal perdido, que lo que fuera que estaba pasando no era más que una traición de sus sentidos.

No había nada que temer, no había nada que temer, no había nada que temer…

Y entonces, un escalofrío profundo seguido de la insinuación de una sombra a su lado, claro indicio de que la estaban siguiendo, hizo crecer su terror, quebrando el poco valor reunido para obligar a sus pies a moverse. Esa presencia se sentía… tan conocida, y por mucho que la razón le dijera que era imposible, que no podía ser, que los muertos no se levantaban de sus tumbas, allí estaba, con su aliento terrible mordiéndole el cuello.

La poni apuró el paso, creyendo que con eso dejaría atrás al terrorífico perseguidor…

…hasta que apareció súbitamente delante de ella, con su inconfundible imagen tétrica envuelta en una bruma oscura.

-¡Aaaahh! ¡Ayúdenme! – gritó la espantada potranca cristalina, perdiendo absolutamente toda la tranquilidad y echándose a correr para buscar ayuda.

Una risa lenta, grave y gutural inundaba los oídos trastornados, a la par que la figura tenebrosa de aquél a quien se creía muerto acosaba en todas direcciones a su víctima, que galopaba despavorida hacia la urbe de cristal, dejándola en paz cuando ésta cruzó cierto límite que él prefería no traspasar.

Después de todo…. Ya había obtenido su alimento.

Rara vez se mencionaba el incidente en las cavernas, los simuladores se sentían muy esperanzados con las expectativas de su próxima invasión.

Los espías que la reina había enviado volvían con informes fabulosos sobre lo que había en el imperio y sobre su organización y toda la información necesaria para planificar un excelente ataque.

Mientras tanto, los simuladores se turnaban para ir a cosechar algo de amor entre los pobladores de cristal, el suficiente que les fuese dando fuerzas para su ofensiva. Se habían vuelto mucho más cautelosos y delicados, al punto de asumir identidades nuevas y no de robarlas, experimentando con la idea de hallar una nueva fuente de amor.

El detalle de los ponis cristalinos que de un día para el otro se volvían opacos, no era un dato lo suficientemente relevante como para que la reina creyera que sus víctimas sospecharan de su presencia en el reino. Los "opacos" andaban temerosos de todo y de todos.

-Estamos preocupados, princesa - dijo la anciana poni cristalina, acompañada de su igualmente anciano esposo, quienes habían pedido una audiencia con la princesa Cadence – Hace dos días que no puede comer, que no puede dormir, y que dice continuamente que lo vio… Su pelaje está totalmente opaco, como cuando éramos gobernados por… él…

-Y cuando creímos que era cosa de ella, otros ponis empezaron a padecer lo mismo… Es algo que ataca… de noche y a las afueras del imperio. ¿Cómo puede ser posible?

-No lo sé, pero déjenme decirles que lo solucionaré pronto. No hay nada que temer, estaremos trabajando para combatir esa amenaza, sea quien sea o sea lo que sea. Cuando se trata de magia negra, sólo se puede esperar cualquier cosa. – respondió la alicornio rosada.

Cuando los ponis se fueron, Cadence pensó en ir a inspeccionar la zona por ella misma, a ver si hallaba en los eriales alguna pista, aunque fuera durante el día. Su sombra alada se recortaba sobre los suelos, escudriñando cada detalle. Algo estaba asustando a sus súbditos, eso ella no podía tolerarlo. Tal vez fuera el fantasma del otrora rey, pero un fantasma no podía tener semejante influencia sobre los vivos, ¿o sí? Los ponis de cristal afectados no podían ser curados con casi ningún tratamiento, es como si les hubieran succionado algo vital, por lo que la magia o los remedios no surtían mayor efecto. Estaba claro que se trataba de algo más psicológico, más profundo. También estaba la posibilidad de que fuera todo una farsa, aunque los motivos y procedimientos de quienes la llevaban a cabo fueran desconocidos o difíciles de dilucidar. ¿Qué ganaba el autor de todo esto asustando a los pobladores con la imagen de alguien a quien ya supuestamente no deberían de tenerle miedo?

No había huellas peculiares ni nada, no había indicios de que alguien estuviera montando un engaño. La princesa regresó al castillo con los cascos vacíos, no sin antes echar un vistazo a las casas de los ponis afectados. Por mucho que la presencia de ella los reconfortara, nada conseguía vencer el estado de agitación y turbación que los dominaba, y Cadence no podía quitarse de la cabeza la idea de que algo los estaba "consumiendo", o que ya lo había hecho.

-¿Dónde estabas? Me preocupé al no verte por ninguna parte. – le dijo Shining al regresar al palacio, había estado ocupado buscándola luego de reunirse con sus subordinados para planificar las patrullas nocturnas.

-Estuve recorriendo las afueras… Estoy bien, amor, pero me apena no poder decir lo mismo por ellos. No sé qué es lo que está pasando, ni quién podría estar detrás de esto, y ni siquiera entiendo cómo es posible que esto ocurra. Se supone que debo proteger a mis ponis, pero no sé realmente contra qué me estoy enfrentando…

-Lo sé, cariño, lo sé… - la calmó tiernamente Shining, dándole un cálido abrazo – Tal vez no lo vencimos del todo, y algo de él quedó dando vueltas. Ya sabemos que no debemos subestimar los poderes del enemigo, aunque no sepamos qué es lo que se propone. Pronto vamos a tener más respuestas. No hay de qué preocuparse.

-Eso espero, ojalá no sea algo más terrible de lo que creemos. Le escribiré a Twilight, tal vez ella y sus amigas nos puedan ayudar a llegar al fondo de todo esto.

El capitán y tres guardias se apresuraron a socorrer el grito aquella noche. Habían dictado un toque de queda, ordenando que todos los habitantes del imperio debían retirarse a sus casas cuando cayera la noche, bajo estricta prohibición de andar solos en los horarios nocturnos. Sin embargo, no todos acataban la orden sin chistar, y los que solían violar el toque de queda eran generalmente los afectados anteriormente por el fenómeno, que siempre declaraban haber sido llevados contra su voluntad, como si una fuerza externa los llevase.

La autora del grito era nada más y nada menos que Fluttershy, una de las amigas de Twilight, quienes habían llegado junto con Spike aquella mañana, respondiendo al instante a la carta que Cadence había enviado a Ponyville. La pobre estaba en el límite de su cordura, y tanto el capitán como los soldados notaron cómo el amarillo de su pelaje y el rosa de su crin habían disminuido su intensidad, evidente dato de que el fenómeno actuaba de forma similar en los ponis normales. La pregunta era cómo Fluttershy, la pegaso más tímida y temerosa, había llegado hasta los eriales para ser presa de aquél espíritu oscuro, y ni ella supo bien explicarlo cuando la interrogaron brevemente antes de entablar lucha con el espíritu, mucho más concreto y corpóreo de lo que se imaginaban. Con eso, Shining llegó a pensar que aquel demonio tenía especial preferencia por los ponis de mente más influenciable, más flexible, más… débil. Porque al recordar todo lo leído en los informes psicológicos de las víctimas anteriores, un aspecto en común era la suavidad de su carácter, y en una encuesta la mayoría había admitido que aún temían al rey Sombra, a pesar de su derrota.

"El miedo", pensó Shining, "ahí está: él se alimenta de miedo. Pero, ¿qué es entonces?"

La ofensiva del monstruo sacó al capitán de sus pensamientos, y ordenó a un guardia que se llevara Fluttershy de allí lo más rápido posible, mientras él y los otros dos arremetían contra el ser. La batalla fue relativamente breve, el inconfundible espíritu oscuro de ojos centelleantes y aura púrpura no tenía tanto interés en asustarlos como en llevarlos lejos del imperio. Era impresionantemente veloz para esquivar los rayos y hechizos del unicornio de melena azul y los ataques de los soldados, y aún así tenía una alta defensa contra ellos. Vociferaba cosas en un idioma poco comprensible, pero gustaba de reír macabramente o soltar profundos gritos guturales.

-¡Ríndete, Sombra! – espetó Shining Armor, con todo el ímpetu y autoridad que había aprendido y asimilado en sus años como cadete - ¡A nosotros no nos asustas, y no nos rendiremos!

Estas frases causaron que el unicornio oscuro se detuviera, parándose unos instantes para fijar la mirada en el capitán de la guarida real, quien tuvo la impresión punzante de a quien le están leyendo no los pensamientos, sino los recuerdos, su identidad misma, su psique. Shining no podía jactarse de haberlo conocido mucho, pero presintió que en su esencia había algo distinto… dado que lo había confrontado antes, un instinto más allá de su propia conciencia le advertía que ése no era el verdadero rey Sombra, sino alguien que lo suplantaba con un fin muy específico, probablemente, alimentarse del terror de los ponis que aún le temían. Pero ¿qué clase de criatura era capaz de hacer algo semejante? Tomar la forma de alguien para beneficiarse de los sentimientos que otros tienen hacia ese sujeto, era más propio de un changeling… con la salvedad de que los simuladores no se alimentan de eso, sino de amor.

-¿Qué eres? – preguntó entonces el capitán - ¿Por qué haces esto?

Una línea blanca, como una sonrisa, asomó a la boca del oponente, como si comprendiera perfectamente sus intenciones. Como toda respuesta, se lanzó cual león contra éste, y Armor en un acto reflejo le disparó un rayo de su cuerno, dándole en el ojo izquierdo, y cayendo pesadamente al suelo. Ni el capitán ni los soldados se esperaban lo que vieron: el rayo había descubierto, bajo la piel gris del agresor, un tejido negro, purulento, nada concordante con lo que sería el de un cuadrúpedo, pero lo más impactante era sin dudas el par de ojos, esos dos ojos en un mismo lado del rostro, dos pupilas verdes sobre un fondo rojo, desentonando con el único ojo derecho, una pupila roja sobre un fondo verde. Fue una visión muy fugaz, pues enseguida echó a correr para sumergirse en la oscura boca de una abertura entre unas rocas.

-¡Vamos, sigámoslo! – ordenó Shining, pensando ya en una estrategia para capturarlo. Ya había elaborado una gran teoría sobre el fenómeno, y si capturaba al autor de dicho fenómeno, podría comprobar sus hipótesis.

Entre la penumbra y el olor nauseabundo que despedían las estrechas paredes de la cueva, un civil tendría que haberse armado de mucho coraje para continuar, pero para un militar, eso no era obstáculo si había un gran objetivo en la mira. El pasaje no era muy largo, y pronto llegaron a una cámara más espaciosa y un poco más aireada, pero por lo demás, muy oscura. Armor y el otro soldado unicornio encendieron sus cuernos, y empezaron a recorrer el lugar con sigilo y tratando de no hacer ruido. A simple vista no había otras entradas a otros túneles, así que su objetivo de momento tenía que encontrarse allí. La carga negativa de la atmósfera era muy alta.

Sin darse cuenta de que el monstruo había estado detrás de ellos todo el tiempo, bien resguardado por las sombras, poco tiempo tuvieron los soldados para reaccionar, antes de que el Nega-changeling los atacara por la retaguardia.

Era de madrugada y nadie dormía en el palacio de cristal. Todas esperaban el regreso de la patrulla, cuando Cadence se había puesto de acuerdo con Twilight y Twilight se puso de acuerdo con Rainbow Dash y Applejack, ya que Rarity y Pinkie se quedarían cuidando de Fluttershy, que había mejorado un poquito, para ir a auxiliarlos, cuando vieron a lo lejos que varios soldados de la guardia real cristalina llegaron cargando a los caídos. Ninguno de ellos se hallaba consciente, los habían hallado un poco más allá de la entrada a una cueva.

La princesa Cadence ordenó que los atendieran los médicos de inmediato, ya mañana sería otro día y habría tiempo para hacer preguntas, por lo pronto, la prioridad era descansar.