¡Hola a todos! Aquí estoy con una nueva historia. Antes que nada, diré lo importante: este fanfic participa en el Reto de Fin de Año del foro I Am Sherlocked. El tema principal que elegí para esta historia, como ya viene en el summary, es "querer un hermanito por Navidad", además de incluir sexo frente a la chimenea ;) y gorros con orejas de elfo y astas de reno.

La historia consta de tres capítulos y un epílogo que acabaré subiendo en esta misma semana. Ya está terminada, tranquilos. Me costó bastante completarla, aunque tenía una clara idea de lo que quería en cada capítulo, pero espero que valga la pena si así consigo haceros pasar un buen rato.

Advertencia: es Mystrade, Omega!verse y contiene MPreg y escenas sexuales gráficas, así que si no te gustan algunas de estas cosas recomiendo que cierres la página. Si por el contrario quieres saber qué he hecho con la vida de Mycroft, Greg y su hijo, sigue leyendo.

No hace falta decir que no poseo los derechos de nada de esto, ¿verdad? Bueno, miento: tengo los derechos de la progenie de Mycroft y Greg. Muy orgullosa estoy de ella xD.

Ahora sí, os dejo con la historia. ¡Que la disfrutéis!


CAPÍTULO 1

25 DE OCTUBRE

A Greg le extrañaba que Arthur no hubiera dado señales de vida en todo el día. No era un niño revoltoso, en sus cinco años de vida ni su esposo ni él se habían visto en la necesidad de regañar a su hijo más de lo necesario, pero sí era un niño activo. Siempre intentaba que Greg saliera con él al jardín a jugar a "policías y ladrones", o le pedía a Mycroft que le leyera libros de Historia Política y Económica. Era un niño extremadamente listo, único y bueno. Por eso Mycroft y él estaban tan orgullosos de él, y por eso Greg sabía que si su hijo estaba encerrado en su habitación era por una buena razón.

Subió las escaleras hacia la habitación de Arthur y dio unos leves toques a la puerta.

—Adelante—dijo su hijo imitando el tono autoritario de Mycroft. Greg sonrió y abrió la puerta.

La habitación de Arthur no era de las más grandes de la casa, pero sí era de las más bonitas. Tenía altos techos inclinados con una claraboya, las paredes estaban pintadas de un verde muy relajante, y el parqué estaba cubierto en su mayoría por una gran alfombra color crema, especial contra la suciedad de los niños. Tenía prácticamente una pared entera repleta de estanterías, aunque no todas las baldas estaban llenas de libros: había algunos figuras de acción que Arthur apreciaba mucho y no dejaba que nadie tocara. Junto a su cama, en una de las mesillas, había una pequeña lámpara con forma de jirafa. Le encantaban las jirafas, su peluche favorito era una jirafa que le doblaba en tamaño y que estaba en ese momento junto a él, a un lado del escritorio donde estaba sentado.

—Hola, Arthur. ¿Qué haces?—Greg se apoyó en el marco de la puerta y observó a su hijo concentrado en escribir.

Además de listo, Arthur era muy guapo. Afortunadamente había sacado casi todos los rasgos de Mycroft: la nariz recta, los labios finos, los impresionantes ojos azules, incluso el porte aristocrático. De él sólo había sacado el pelo oscuro y el lunar de la mano derecha.

—Estoy escribiendo la carta a Santa Claus.

—¿Tan pronto? Aún quedan dos meses para Navidad.

—Pero yo ya sé lo que quiero y se lo tengo que pedir con tiempo.

—¿Y eso?—preguntó Greg extrañado acercándose a su hijo—. ¿Qué es lo que quieres que te traiga Santa Claus?

—Un hermanito—Greg casi se atraganta con su propia saliva—. Sé que puede tardar bastante, por eso se lo pido con tiempo.

—Esto... Cielo, no puedes pedirle un hermanito a Santa Claus—Greg se acuclilló para quedar a la altura de Arthur, quien dejó de escribir y le miró intrigado.

—¿Por qué no? Es lo que quiero para Navidad.

—Ya, pero un bebé es algo muy importante que cambiaría la vida de todos nosotros.

—Yo le cuidaré, jugaré con él y le daré de comer.

Greg suspiró hondo para calmarse. No estaba preparado para mantener esa conversación con su hijo pero debía quitarle esa idea de la cabeza.

—Tener un hermanito no es como tener una mascota. ¿No preferirías pedirle a Santa Claus un perro o un gato? De él sí que te podrías encargar.

—No, me encargaré de mi hermanito.

Greg volvió a suspirar.

—Eso no podría ser posible, Arthur. Hasta que el bebé no se hiciera tan mayor como tú tendríamos que ser papi y yo los que le cuidáramos.

—Pues cuidadle—dijo Arthur inocentemente mirándole con esperanza.

—No es tan fácil, Arthur.

—¿Es que papi y tú no queréis que tenga un hermanito?

—No es eso, hijo—la conversación le estaba superando, se pasó una mano por el pelo para aclararse las ideas—. Claro que queremos, pero no podemos.

—¿Por qué?

¿Cómo podía explicarle Greg a su hijo que no quería volver a pasar por el horror de un Mycroft embarazado? Le quería mucho, pero esos fueron los nueve meses mejores y peores de su relación. Los mejores por ver crecer a su hijo dentro de Mycroft, y los peores por su horrible actitud. No se veía capaz de volver a pasar por ello aun a pesar de tener otro hijo con el hombre de su vida.

—Mira, vamos a hacer una cosa. Termina la carta de Santa Claus y él verá si puedes tener un hermanito o no, ¿de acuerdo?

Arthur tenía una mirada de sospecha, no parecía agradarle mucho esa solución pero al final aceptó. Terminó de escribir la carta con su muy esmerada caligrafía y se la dio para que se la entregara a Santa Claus. A Greg le habría gustado leerla en ese momento, pero prefería que su hijo se olvidara lo más pronto posible de su deseo así que le sacó al jardín y estuvo jugando con él toda la tarde. A Arthur no le gustaba mucho jugar en el parque, no le caían bien los niños de su edad. Se encontraba más a gusto con niños mayores o con sus padres. Mycroft le había dicho que era normal, que a Sherlock y a él les pasó lo mismo durante su infancia, pero Greg no podía evitar preocuparse.

Quería que Arthur tuviera la infancia más normal posible. Sabía que apenas le había dado nada a su hijo, todo lo que tenía y lo que iba a obtener sería gracias a Mycroft. No hablaba solo de esa increíble casa en la que vivían o el físico, sino también del estatus social. Ser hijo de un Omega varón era todo un privilegio con lo escasos que eran, y aún más si dicho Omega era Mycroft Holmes, el Gobierno Británico. Ya con cinco años, en el colegio privado al que le llevaban, le trataban casi como a un príncipe, algo que Arthur no era capaz de entender. Cuando entrara en la adolescencia obtendría todo el prestigio social que le pertenecía por derecho y entonces tendría que meterse en los mismos círculos sociales selectos que Mycroft. Todo sería etiqueta y protocolo, discusiones políticas de alto nivel y degustación de las comidas más caras. Por lo menos hasta que decidiera unirse a alguien, como pasó con Mycroft.

Greg no quería que su hijo fuera como la mayoría de los que rodeaban a Mycroft. Quería que Arthur pudiera obtener de él una infancia relajada y tranquila rodeado del amor de su familia hasta que sus obligaciones sociales le impidieran tener una vida sosegada. Quería inculcarle en estos primeros años de su vida todos aquellos valores morales y éticos de los que carecían casi todas las personas de alta sociedad, valores como la humildad, el respeto y la gratitud.

Ni siquiera quería imaginarse lo que le esperaría a Arthur si diera señales de ser un Omega, aunque teniendo en cuenta que casi todos los varones Holmes eran Omegas (a excepción del padre de Mycroft) había una gran posibilidad. Un Omega varón hijo de otro Omega varón, sería una bomba para la alta sociedad inglesa. Por suerte aún quedaban algunos años para ello, en ese momento sólo tenía que centrarse en perseguir a su hijo por el jardín y ensuciarse en el césped.

Faltaban pocas horas de luz cuando Greg obligó a Arthur a entrar en casa para darse un baño, estaba hasta las cejas de barro. Arthur se empeñó en lavarse sólo, así que Greg aprovechó para también lavarse con una ducha bien fría, como le gustaba.

Estaba preparando la cena cuando oyó a Mycroft llegar.

—Ya estoy en casa—dijo Mycroft, y al instante oyó ruidos de pasos apresurados en las escaleras.

—¡Papi!—oyó que gritó Arthur, seguramente echándose a los brazos de su padre. Greg sonrió al imaginarse la escena, y no parecía haberse equivocado cuando vio entrar en la cocina a Mycroft con Arthur en brazos y apoyado en su cadera.

—Hola—le saludó Greg distraídamente pero con una sonrisa mientras removía la sartén en el fuego.

Mycroft se acercó y le dio un breve beso en los labios que a Greg le supo a poco.

—Hola, amor. ¿Qué tal habéis pasado el día?

—Le he dado a papá la carta de Santa Claus—dijo Arthur agitando sus piernas, emocionado.

Greg retuvo un gruñido y se concentró en no quemar las pechugas de pollo de la sartén. Había sido muy iluso si pensaba que se olvidaría fácilmente de su querido regalo.

—Este año tienes las ideas muy claras por lo que veo.

—Sí. Quiero un hermanito para Navidad.

—¿De verdad?—preguntó Mycroft curioso. Greg se giró un momento y los dos se echaron una mirada cómplice que pasó inadvertida para Arthur, afortunadamente. Siempre se daba cuenta de sus intercambios de miradas y acababa averiguando lo que pasaba. También había heredado esas dotes deductivas de Mycroft.

—Sí. Papá ha dicho que no queréis cuidarle pero no habrá problema porque yo jugaré y le daré de comer todos los días hasta que sea grande.

—Así que papá ha dicho eso...

—No mientas, Arthur. He dicho que es complicado, no que no queramos. Además, ya hemos quedado en que será Santa Claus quien decida, ¿verdad?

—Sí—dijo Arthur con tono resentido mientras se removía en los brazos de Mycroft para que le bajara.

Arthur salió corriendo de la cocina y se escucharon de fondo sus pasitos subiendo deprisa por las escaleras.

—Algún día se caerá de lo rápido que va siempre—vaticinó Greg de mal humor mientras volvía su atención a la comida.

—¿Tienes la carta?—sintió los brazos de Mycroft rodeándole por la espalda y sus labios dándole caricias por el cuello para que se le erizara la piel. A Mycroft le encantaba hacerle eso.

—En mi mesilla. Quería leerla contigo—con una mano acarició las manos de Mycroft, entrelazadas sobre su estómago, mientras con la otra removía la sartén.

—Así que quiere un hermanito.

—Me he quedado en blanco cuando me lo ha dicho, espero que no te importe que no se lo haya prometido. ¿Qué se supone que dices a algo como eso?

—Has hecho bien—se quedaron un rato en silencio—. Huele de maravilla, amor—dijo Mycroft entre besos sobre su cuello.

Habían creado un ambiente muy íntimo entre ellos, esos que cada vez Greg apreciaba más a causa las dichosas obligaciones que los separaban tanto tiempo. Disfrutó esos segundos de silencio hasta que se rompió con el rugido del estómago de Mycroft. Greg rió entre dientes y apagó el fuego de la vitrocerámica para servir la cena.

—Apuesto 100 libras a que no has tomado nada desde el café de esta mañana.

—Me conoces demasiado bien, la apuesta no es válida—repuso Mycroft divertido alejándose de él.

Al instante Greg sintió su falta y la necesidad de volver a acercarse a su Omega, de abrazarle, rodearle con sus brazos y no dejarle escapar hasta impregnarle por completo con su esencia. Y por una vez cedió ante sus instintos de Alfa.

Apartó la sartén de la vitrocerámica y se volvió hacia Mycroft. Le rodeó la cintura con los brazos, le atrajo hacia él bruscamente y empezó a besarle con fuerza. Sólo hicieron falta unos pocos roces para que los dos gimieran en la boca del otro buscando más contacto con sus manos. Hacía tanto tiempo que no podían disfrutar a placer el uno del otro que Greg se planteaba muy seriamente una solución al respecto en ese momento.

—Cama—dijo Greg en una de las veces que paró para respirar.

—No podemos—Mycroft bajó la intensidad de los besos—. Arthur—un beso casto en sus labios—. La cena—su estómago volvió a rugir, apoyando a su dueño, y Greg se apartó refunfuñando.

—Está bien, pero de esta noche no pasa.

Mycroft le dedicó una de sus sonrisas más eróticas de su repertorio y Greg se enfadó porque eso no ayudaba para nada con el problema que tenía en ese momento entre sus piernas.

Entre los dos sirvieron la cena y comieron tranquilamente. Arthur puso al día a Mycroft sobre los interesantes acontecimientos de ese día, desde la carta a Santa Claus hasta una lombriz muerta que se encontró en el jardín, y por muy mal padre que Greg se sintiera deseaba que su hijo terminara para poder llevar a papi escaleras arriba y follárselo hasta no recordar su nombre.

Cuando terminaron Arthur les ayudó a recoger la mesa y les dio a ambos las buenas noches con un beso. Greg limpió la cocina en tiempo récord y con la mirada penetrante de Mycroft en su nuca. Nada más girarse, Mycroft, con la camisa medio abierta y remangada, le aprisionó contra la encimera apoyando sus manos en ella, sin tocarle y sin darle la oportunidad de escapar. Se alegraba de no tener que encargarse de los odiados botones. Y que le partiera un rayo si dejaba escapar ese momento.

Mycroft se acercó lentamente con una sonrisa lobuna hacia su cuello. Empezó a lamer y a morder el punto donde se encontraba su pulso acelerado mientras que con su muslo separaba las piernas de Greg y frotaba su erección, arriba y abajo, presionando cada vez un poco más. Greg se perdió en el mar de sensaciones moviendo sus caderas para restregarse aún más contra el muslo de Mycroft, girando aún más la cabeza para darle acceso a ese punto que le volvía loco de placer, agarrándose desesperadamente a sus caderas para no caerse. Se mordía los labios para no dejar escapar ningún sonido, pero se moría de ganas por gemir y hacerle saber a Mycroft lo que estaba provocando en su interior.

Sin dejar de prestarle atención a su erección, Mycroft subió lentamente por la mandíbula hasta sus labios y le obligó a dejar de mordérselos, a abrirlos para que él disfrutara de su interior a placer. Esa noche Mycroft estaba muy demandante, no le importaría en absoluto que fuera el que llevara las riendas. Sí, Mycroft era un Omega, y Greg era un Alfa pero también un hombre. Él también necesitaba de vez en cuando sentir el placer prohibido de ser tomado por su Omega muy bien dotado.

Cuando Greg sintió la erección de Mycroft contra su muslo, creyó que se correría sólo con eso. De hecho quería hacerlo, pero Mycroft tenía otros planes. Sin previo aviso se separó por completo de él y le dio media vuelta, encarando la encimera.

—Va-vamos arriba—sugirió Greg entre jadeos reprimidos.

—Haríamos mucho ruido, aquí no nos oirá.

Greg miró sobre su hombro a Mycroft, que aún con la sonrisa fue bajando lentamente hasta arrodillarse detrás de él. Oh, sí, que hiciera lo que estaba pensando, por favor, por favor...

Sin prisa pero sin pausa le bajó los pantalones y los bóxer hasta los tobillos y acarició suavemente sus nalgas, dejando su erección desatendida a propósito. Greg sintió un escalofrío de placer rodar por su espalda, le encantaba la tortura a la que le estaba sometiendo Mycroft. No paraba de acariciarle, a veces las separaba un poco, otras soplaba, y todo lo hacía con una sola intención.

—Mycroft, por favor—pidió Greg.

—¿Qué quieres, amor?—sopló levemente sobre su entrada y Greg se estremeció de placer. Sabía que a Mycroft le encantaba ver a su Alfa rogar, y no sería él el que le negara algo tan placentero.

—Tu lengua, por favor—rogó Greg soltando un gemido.

—Como desees, amor.

Y entonces sintió esa cálida intrusión en forma de lengua Sin poder reprimir ya más sus gemidos, Greg se derrumbó sobre la encimera y se concentró en esa lengua, en esos labios que le succionaban, en los dientes que mordían todo a su alrededor. Sus caderas empezaron a moverse solas, su erección pedía a gritos que la tocaran y Mycroft entendió la señal. Mientras seguía trabajando con su maravillosa boca en su entrada, sus largos dedos le acariciaron primero los testículos, acunándolos y presionándolos, estimulándolos a más no poder, y después subió muy despacio por su erección apenas tocándolo con la yema de los dedos en una caricia tan suave que sólo una piel tan delicada como la de su pene podría sentir.

Metió la lengua hasta el fondo y agarró la punta de la erección con fuerza a la vez. Greg no podía soportarlo más, no quería más estimulación, quería...

—Fóllame, Mycroft.

Su marido paró en seco todo lo que estaba haciendo y Greg sonrió para sus adentros. Sí, le encantaba que le rogara, pero aún le encantaba más oírle hablar de esa forma tan desesperada.

Escuchó el cinturón abrirse y los pantalones bajarse. Mycroft trasteó unos segundos en un cajón que Greg no llegó a identificar y le agarró dulcemente por las caderas, presionando la punta de su erección contra su entrada dilatada. Greg se obligó a estar relajado, no estaba muy acostumbrado a ello pero lo necesitaba con urgencia. Mycroft fue adentrándose más y más luchando contra la poca resistencia, sintiendo en su interior el lubricante que debía haberse puesto Mycroft, hasta que le tuvo completamente dentro. Agarrándole aún más fuerte Mycroft empezó a moverse, dentro, fuera, dentro, fuera, golpeando su próstata tras unos cuantos intentos. Greg buscó desesperadamente algo a lo que agarrarse sobre la encimera. Con cada estocada se sentía lleno, pletórico, eufórico. Con cada estocada soltaba un ahogado gemido de placer que provocaba más pasión y gemidos en Mycroft.

Se empezó a masturbar él mismo no pudiendo más con la presión de su erección. Extendió por toda su longitud el líquido pre-seminal y movió su mano intentando seguir el ritmo de las cada vez más fuertes estocadas. Mycroft puso una mano encima de la suya y le guió en los movimientos sobre su erección, yendo a la par con su culo. Estuvieron así unos deliciosos e interminables segundos hasta que Greg no aguantó más y se derramó sobre su mano y la de Mycroft, apretando su culo como si le fuera la vida en ello. Mycroft no tardó mucho más en seguirle y sintió el cálido semen en su interior.

Notó a Mycroft derrumbarse sobre su espalda, el aliento de sus jadeos sobre su oído y su pene aún dentro de él. Le dio varios besos suaves en la nuca y salió. Greg no reprimió un pequeño gemido de dolor, le daba igual. Se sentía tan bien recién follado que incluso se planteaba dormirse sobre la encimera. Mycroft le limpió el semen con un trapo y le colocó los bóxer y los pantalones en su sitio.

—Amor, ¿te llevo hasta la habitación?—susurró su marido en su oído mordiendo suavemente el lóbulo.

Greg, con los ojos cerrados del cansancio, sonrió.

—No, ahora me levanto.

—¿Papi?—Greg se incorporó de golpe al oír la voz de Arthur en la puerta de la cocina y se giró asustado. Su hijo estaba ya con el pijama de jirafas puesto y les miraba extrañado—. ¿Estáis bien?

—Eh...—Greg tenía la mente en blanco, no sabía cómo reaccionar. ¿Había visto y oído algo?

—Claro que sí, Arthur—dijo Mycroft acercándose a su hijo. Por suerte él siempre sabía hacerse cargo en ese tipo de situaciones—. Tú deberías estar durmiendo ya, mañana tienes clase.

—Lo sé, pero me preguntaba si querrías leerme algo antes de dormir.

—Claro que sí, en seguida subo.

En cuanto Arthur se marchó escaleras arriba, Greg sintió que podía volver a respirar.

—Por qué poco—suspiró Greg.

—Voy a subir—le dijo Mycroft con un beso—. Espérame, quiero comentar algo contigo antes de que te duermas.

—No te preocupes, con este susto no creo que pueda volver a dormir en una semana—bromeó Greg—. Te espero en la cama.

Greg limpió los últimos restos de su espontánea actividad con Mycroft y subió a la planta de arriba. Escuchó un momento a través de la puerta de Arthur, Mycroft le estaba leyendo algo que sonaba demasiado serio como para entenderlo completamente y se fue a su habitación. Se lavó los dientes, se puso el pijama y se deslizó dentro de las sábanas a esperar a su marido.

Temía quedarse dormido de un momento a otro cuando Mycroft entró en la habitación. Dobló adecuadamente su ropa, se puso su pijama y se metió con Greg en la cama. Greg le abrazó y empezó a darle pequeños besos. Mucho había hecho ya por él, merecía recibir algo a cambio.

—¿Se ha dormido?

—Sí, por suerte. No soporto a Dostoyevski—Greg se rió en voz baja y empezó a acariciarle el pelo a Mycroft mientras se acomodaba en sus brazos.

—¿Qué es lo que querías decirme?

—Necesitamos tiempo solos.

—Hasta yo puedo darme cuenta de eso, Mycroft.

—Estaba pensando—continuó Mycroft ignorando su comentario—que podríamos adelantar este año la celebración de nuestro aniversario.

Greg se sorprendió por la sugerencia. Ellos no celebraban el día de su boda o el día que se estableció un vínculo definitivo entre ellos como pareja. No es que no lo consideraran acontecimientos importantes, que lo eran, sino que hubo un hecho que les marcó aún más. Ellos celebraban su primer beso, aquel con el que se dieron cuenta que no podrían vivir el uno sin el otro. Y ese beso se lo dieron el día de Navidad hacía seis años. Era también tradición para ellos tener celebración doble el día de Navidad, por lo que no era muy normal que Mycroft sugiriera eso.

—¿Por qué? ¿Tienes algún viaje?—Greg odiaba los viajes de Mycroft. Le alejaban semanas de casa, y aún los odiaba más si le alejaban en fechas señaladas como esa.

—No, amor—le tranquilizó Mycroft con un beso—. A mediados de noviembre tendré mi celo y he pensado que podríamos ir a algún sitio alejado de trabajos y de niños. Sexo desenfrenado durante tres días para celebrar nuestro aniversario me parece una buena idea.

Greg sonrió ante la perspectiva y se estrechó aún más contra Mycroft.

—Me parece una idea genial.

—Y quien sabe, a lo mejor también cumplimos el deseo de Arthur de un hermanito—dijo Mycroft riéndose.

Ese día había sido demasiado perfecto.

Greg se tensó un momento y se separó levemente de Mycroft, quien por supuesto notó el cambio de actitud.

—¿Ocurre algo, Gregory?—preguntó su marido preocupado.

—No creo que debamos tener otro hijo, Mycroft—le dolía decir esas palabras, pero no iba a permitir que Mycroft se embarazara otra vez.

—Explícate—pidió Mycroft en un tono neutral apoyándose sobre un codo.

—Me encantaría tener otro hijo, pero hay que ser realistas—tampoco estaba diciendo mentiras, también lo pensaba—. ¿De dónde sacaríamos las horas? ¿Y los trabajos? Yo no puedo pedir más días libres, y tú desde luego no vas a dejar de detener crisis mundiales.

—Ya lo hice con Arthur, puedo hacerlo otra vez—se defendió Mycroft con ese tono neutral. Se estaba molestando, pero Greg no iba a dar su brazo a torcer.

—No sería lo mismo. Pudimos...—quería decir "sobrevivir", pero cambió de idea—salir adelante con Arthur, pero no creo que podamos con otro.

Mycroft le miró fijamente unos segundos con los ojos levemente entrecerrados. Conocía muy bien esa cara, ya estaba deduciendo.

—Sé que harías cualquier cosa por nuestros hijos, por lo tanto no me creo nada de lo que me estás diciendo. Me estás ocultando algo, Gregory.

Sí, había aguantado cinco años ocultándolo. Sin embargo ya había empezado la cuenta atrás hasta que Mycroft lo averiguara por su cuenta.

—Yo no estoy...

—Ni se te ocurra mentirme—le advirtió Mycroft, y Greg no tuvo más remedio que separarse de Mycroft y sentarse en la cama—. ¿Por qué no quieres tener más hijos?

—¡Sí quiero tenerlos!

—Pues no lo parece.

Se miraron a los ojos durante un buen rato hasta que Greg desvió la mirada.

—Simplemente no creo que sea el momento, es todo.

—Con nuestra vida nunca lo va a ser. Soy yo el que se queda embarazado, debería ser el que ponga más pegas, no tú. ¿Por qué?—siguió insistiendo Mycroft.

—¡Simplemente no es el momento!—saltó Greg sin poder contenerse, callando a Mycroft en el proceso.

Greg se odiaba por tener esa actitud. Deseaba tener más hijos con Mycroft, pero tenía miedo de volver a pasar por miradas de odio, riñas imposibles de superar, comentarios ponzoñosos, antojos que si no se complacían acababan con Mycroft durmiendo en el sofá por propia voluntad. Por no hablar de los horribles cambios de humor entre el enfado y la tristeza. Sabía desde pequeño que los embarazos de Omegas varones eran difíciles, pero nunca había sospechado que tanto. En el último trimestre de embarazo se había visto en la tentación de irse de casa hasta que naciera el bebé porque no podía aguantar más bajo el mismo techo que su esposo. Seguía sin comprender cómo no se habían separado durante ese tiempo. Bueno, sí lo sabía, por la unión entre un Alfa/Omega embarazado, pero esa no era la cuestión.

Y se sentía cobarde por no querer volver a pasar por todo eso, aunque la recompensa fuera tener otro hijo tan maravilloso como Arthur, y por no poder decírselo a Mycroft.

—Está bien, no te enfades—le dijo Mycroft en tono tranquilizador acariciándole la espalda—. Podemos esperar.

Pero Greg sabía que no se iba a librar de esa conversación que tanto temía. Aun así se hizo la ilusión de que Mycroft no volvería a sacar el tema hasta dentro de mucho tiempo y le abrazó dándole un beso.

—Lo siento.

—Por lo menos el viaje sigue en pie, espero.

Greg sonrió y arrastró a Mycroft para tumbarle junto a él.

—Por supuesto.

Mycroft apagó la luz y le dio un beso de buenas noches antes de acomodarse entre sus brazos.

—Te quiero—le susurró Mycroft en la oscuridad.

—Yo también te quiero—le respondió Greg con otro beso de buenas noches, un beso con sabor amargo.