Vengo a dejar el primer ¿capítulo, reto, OS? Bueno, vengo a dejar el primer escrito del evento "Super big aniversary party" correspondiente al primer tema "Juvia no soporta el dolor de su Gray-sama pero lo bueno es que YO NO soy Juvia".

Sin más que decir, les dejo el OS.

*Los personajes no me pertenecen son de Hiro Mashima , y este fic Participa en el evento: "Super big aniversary party" del grupo en facebook: Gruvia en Fanfiction.

¡Disfrutenlo!

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The corpse of the Rain

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Te levantas sobre tus brazos, y al hacerlo, una punzada de dolor te atraviesa la columna. Tienes los músculos de tus piernas acalambrados, y la boca te sabe a polvo, sangre y sal. Tus mejillas están pegajosas en una mescla de sangre y lodo.

Y el agua no deja de escurrir a través de tus ojos cada que los levantas y enfocas –de nueva cuenta- la figura que te ha enviado al suelo en todas esas ocasiones.

Y probablemente lo seguiría haciendo.

A través del flequillo, desparramado en tu mirada nublada –nublándola aún más- puedes ver los pies acercándose. Pies descalzos, heridos y mancillados. Pies con piedras sangrándolos, con uñas rotas y magnanimidad imborrable. Y no sufre. No le duele.

No le dolió.

Incluso cuando te patea de nueva cuenta, lanzándote lejos. Y tu cuerpo barrió en el suelo, sobre rocas afiladas, y sientes las rasgaduras en tus brazos, pecho y rostro. Pero el dolor es amortiguado, amortiguado cuando entre giros enfocas el destello de su cuerpo, y esa visión envuelve en nubes tus ojos y en escozor.

Es más doloroso verle. Es más doloroso que su cuerpo te acaricie así.

Pero no se compara con los crujidos de tu corazón. Puedes escuchar –profundos, afilados- los fragmentos rotos de ese órgano, hundiéndose en sí mismos, palpitando en un retorcido abrazo.

-Levántate, escoria.

Y la voz es regocijante, burlona, avasalladora. Voz que se regodeaba en el acto de infringir dolor en el dolor.

Respiras con pesadez y te levantas a duras penas.

Cada nervio de tu cuerpo se queja, y la voz enloquecedora en tu mente no para de gritarte que te rindas, que lo que haces no es más que un acto de valentía miserable.

Mírate. Mírate una última vez. Mírate y date cuenta que no eres suficiente para acabar con su sufrimiento.

—Cállate-siseas, y escupes sangre.

—Parece que alguien ha comenzado a hablar sólo.

Tus ojos se cierran involuntariamente cuando le oyes. A ese tono tan familiar, tan suyo como tuyo. Tan –antes- para ti. Y te preguntas de nueva cuenta qué fue lo que paso para que este así. Así.

Tus ojos arden. Tus ojos le buscan y te das cuenta de que ya no es más lo que era. Ves el brillo ahora opaco en sus ojos. Ves la mueca fría que adorna sus pálidos labios. Y te magulla el pecho, te incinera el alma que no parezca sentirlo.

Y mientras le miras, también clava sus ojos en ti. Se acerca despacio, midiendo cada centímetro que podrían recorrer sus golpes, pero que ahora ha detenido para situarse delante de ti.

Y no lo evitas. Le quieres cerca, sentir ese aliento artificial en tu cara, sentir que sus pupilas se bañan en visiones tuyas, aunque sean visiones sanguinarias.

— ¿Se ha cansado ya? —bisbisea, con voz baja, casi como si lo lamentara.

Tú tiemblas. Perceptiblemente. Y se da cuenta, porque te mira y parpadea, y luego sonríe con satisfacción.

Quieres que regrese. Quieres que diga tu nombre con melodías danzantes, que su tinte de voz se deslice por tus poros y que regrese y te regrese a la vida. Porque si despierta el dolor habrá valido la pena y podrán ser ustedes –sólo ustedes, como al principio- aunque finalmente se tengan que separar.

—Mírame—pides, pides entre quejidos que se prenden a tus cuerdas bucales—Por favor—y por un momento ves una pizca de reconocimiento. Ojos que se estrellan con el desconcierto, y se detiene frente a ti—Por favor, por favor, mírame.

Y obedece.

Pero las palabras que nacen de sus labios son como escarcha derritiéndose en tus palmas. Escarcha que no puedes contener, que no puedes rescatar.

—Siempre llega tarde—dice, y estalactitas de hielo colapsan contra tus pulmones y no puedes respirar— ¿Lo puede ver? — extiende sus brazos –pálidos, muertos-y tiene la belleza de un ángel roto. Sus ojos azules te acarician, y parecen secar el último gramo de vida que había en su interior –y en el tuyo- y parece que no le importa, que nunca podrá llegar a importarle—Siempre llega tarde—repite como una letanía— y por eso Juvia está así.

Tu boca se seca. Todo árido y agonizante en ese atardecer rojo. La sangre colorea el cielo, y la tierra caliente se agolpa bajo tus pies y chilla. Tu piel arde, arde como si sus palabras fueran acido y te hubiera salpicado por completo, arde por los inclementes rayos del sol, y por todos los sacrificios que han vislumbrado tus ojos y que no tienen fin.

Observas más allá de su silueta, deteniéndote en otra más oscura. Despojos de un ser humano que vendió su alma al demonio. Te retractas de inmediato, no vendió su alma, porque él es el demonio.

Sólo así te explicas que le vaciara el interior, que se adueñara de sus sentimientos y los tergiversará y ahora juegue con ellos a la ruleta de la muerte.

Porque es en lo que se ha convertido.

Porque es una realidad irreversible –y la palabra hace eco, y la resonancia se esparce en tu interior en ruinas- el que ahora este muerta.

Muerta y riendo delante de ti.

Muerta y lanzando ataques inclementes a tu debilucho cuerpo –porque eres débil, comprendiste, porque no serviste para salvarla- Muerta y causando heridas que disfruta.

Si hubieras sido menos vulnerable frente a tu padre.

Si hubieras hecho lo que se te pedía desde el principio.

Si no hubieras dudado tanto en levantar tu espada.

Si no hubieras hecho todo eso las manos de ella no se hubieran manchado de sangre de muerto. Si no hubieras hecho eso, ella estaría viva.

Viva de verdad.

—Juvia...

— ¿No es hermosa? —y la voz divertida y orgullosa del nigromante los envuelve en espesa niebla escarlata. Él aparece frente a ti, a lado de ella, y la envuelve con su esquelético abrazo y ella ni se inmuta. Ella no muestra asco y sin embargo tu estas sufriendo arqueadas cuando vez que sus inmundos labios se posan en la mejilla de ella.

Y ella sonríe. Sonríe como si estuviera delante de su salvador, sonríe como te sonreía a ti. Pero sigue siendo una sonrisa de ceniza y flores secas.

— ¿No es hermosa, niño? — te dice, y tus puños se cierran y te lanzas sobre él, pero ella envuelve tu cuerpo en un látigo de agua y te estrella en el suelo.

Te dedica una mirada del más profundo odio. Ella no es ella. Ella no es la Juvia que recuerdas, la Juvia que amaba todo de ti –defectos y pocas virtudes, y palabras vagas que prometían algo que no llegabas a decir- y por eso mira Keith con embeleso, por eso le dedica a él la protección que guardaba para ti.

Por eso ahora eres su enemigo.

Por eso ahora son enemigos.

—Encontré el alma perfecta—comienza a decir Keith, acercándose a ella, acariciándole el fino cuello con su esquelética mano—Es hermosa, un cuerpo joven y fresco. La muerte no se la había llevado por completo cuando ya era mía.

Tu estomago se revuelve y un sabor amargo brota en tu garganta. Sientes que todo el suelo se mueve. Y ella está tan quieta, tan serena.

Constante y silenciosa.

La voz de tu cabeza te envuelve en recuerdos, te envía las memorias de un pasado en común, de un primer encuentro entre niños –la silueta menuda de una pequeña en medio de lloviznas-y la de dos jóvenes frente a frente bajo lluvia gris y melancólica.

—Constante y silenciosa—la voz de ella te acaricia el rostro, y ves lágrimas resbalando por sus pómulos—Juvia es la mujer de la lluvia. Constante y Silenciosa.

La risa de Keith parece salida de las entrañas del infierno cuando opaca la voz extraviada de ella.

—Mi pobre niña habitante del pasado—dice con ternura, acunando su rostro entre sus manos— ¿Puedes ver esta belleza? —te cuestiona; tu tragas saliva incapaz de desviar la mirada de ella y su inconsciencia—Belleza oscura. Un corazón herido por el amor y la indiferencia— la sonrisa afilada se desliza en su rostro y te escruta con la mirada— ¿Qué se siente saber que eres el principal culpable de que ella se encuentre en mis manos ahora, muchacho?

—Esa no es Juvia—refutas, saboreando la rabia con tu paladar—Esa no es Juvia. Juvia no…

— ¿Lo oyes, mi pequeña? —ero Keith te ignora, y acomoda hilos azules de su sirena de cristal— ¿Oyes cómo te niega, oyes como desprecia el amor en tu corazón? —ella permanece quieta, sus labios en un rictus serio, su mirada altiva— Eres quien cavo su tumba, mago de hielo—te dice entre sonrisas— Ella murió porque tú eres un inepto, porque no te importaba defenderla…

— ¡Cállate, maldita sea! —gritas— ¡Cállate!

—Juvia te amaba, Gray-sama—tus ojos se abren y saltan como canicas, ella se acerca a ti, casi benévola, casi inocente y amorosa—Juvia te amaba, y tú no la salvaste.

—No…yo…yo no…

— ¿Qué le has hecho a Juvia, Gray-sama?—y sus ojos son dos zafiros opacos— ¿Por qué la haces llorar?

—No Juvia…no…yo no—te lamentas.

—Juvia te amaba, Gray-sama—susurra, su cabeza se ladea como la de un curioso pajarito, y te sonríe con ternura—Pero es asesinar a Gray-sama lo que Juvia quiere ahora.

Al fondo, flotando en su cortina de gritos y almas sucias, este Keith, y sus ojos huecos te dicen lo que ya sabes. Lo que has sabido desde que viste su cadáver caminando, desde que sentiste la lluvia cayendo en medio de una tarde con sol vivo.

Ella te golpea con cuchillas de agua, y entre gemidos reconoces lo que siempre has sabido: que tenías a tu lado a una mujer fuerte, que sus magias son compatibles, que nunca existirá magia con más elegancia que la de ella, y que Juvia es como una bailarina danzando en el aire cuando maquina sus ataques.

Nada en ella es forzado. Sus movimientos delicados y naturales, su mirada eufórica o tranquila –quieres volverla a ver como siempre fue- y su rostro contraído ahora en enojo puro y dolor infinito –quieres desvanecer el dibujo en tiza que ahora es.

Tu piel se desgarra y reclama los maltratos, pero no gritas, no te lamentas, ni te quejas cuando hay agua ahogándote.

Y no hay arcoíris, y no hay esperanzas. Y ella no es Juvia, ya no es tu Juvia. Juvia murió, la auténtica Juvia está encerrada en ese cuerpo ajeno, quieres creer que Juvia ya ha ascendido, que Juvia se ha ido y que la que está delante no puede ser ella, y que la maldad no puede alcanzarla.

Pero te sabe mentira y a hiel. Porque la tienes delante, tan etérea y conocida, envuelta en blanco y azul y en olor a luna.

Juvia es un recuerdo suave en tu memoria, Juvia es una gota cálida de agua, Juvia es una lágrima sincera y una sonrisa eterna y exclusiva. Juvia es un sonrojo. Juvia es sabor a delicia y exquisitez derritiéndose en tu boca.

Juvia es azul, no negra, no roja.

Juvia es transparente, no turbia y contaminada.

Esta Juvia que sangra –como Silver no sangro-que llora y sufre y te mira como a un desconocido que reconoce, que siente y odia y le hace experimentar más dolor. Esta no es tu Juvia.

No quieres que sea tu Juvia.

Y tus labios tiemblan, porque cuando ella va hacia ti, liderando un ataque mortal, tú también te lanzas a ella, gritando más por dolor que por la excitación de la pelea, gritando más por impotencia que por liberar la tensión de tu ataque.

Y atraviesas su cuerpo, tal como lo predijiste, y Keith no tiene tiempo de defenderse y sientes la mirada horrorizada de ella sobre tu nuca al darse cuenta de su error.

Luego lo haces explotar en pedazos diminutos de hielo, y tras de ti, a esa distancia que no sientes, hay un grito desgarrador que te parte en dos. Las partículas de un muerto que caen a tu alrededor, los últimos vestigios de una maldición extinguiéndose. Y tu cuerpo se envuelve en espasmos, y tu rostro se niega a abandonar la vista del suelo.

El aire abandona tu cuerpo, tus rodillas se doblan, tu corazón se estremece y un escalofrío –mitad felicidad, mitas pena asfixiante- corroe los cimientos de tu ser.

—Gray-sama…

Porque la oyes.

— ¿G-Gray-sama?

Porque te está llamando.

—G-Gray-s-sama.

Y el silencio mortecino se extingue frente a un sollozo.

Tus piernas tienen fuerzas. Tus piernas se mueven involuntariamente –es lo que quieres- y se arrastran al principio y corren después hacia ese punto muerto en medio de la aridez y el abandono.

Y la vez.

Tan sola, triste y quebrada.

Ella que es un cuerpo herido, de traje azul convertido en harapos, de cabello salpicado por escarlata. Y labios en escarlata, también.

—G-Gray…sama—Juvia, que tiene los ojos envueltos en cascadas, sus mejillas están sucias, pero su aroma a medianoche de luna se mantiene intacto.

Tu cuerpo cae de rodillas a lado de ella, y tus brazos la envuelven y la estrujan en un abrazo que busca adherirla a tu cuerpo para no dejarla escurrirse lejos de ti.

— ¿P-por q-qué…Gray-s-sama esta…esta…?

— ¡Juvia! — y es tu lamento el que apaga su voz. Sientes su aliento tibio contra la vena palpitante de tu cuello, su cuerpo enfriándose bajo la calidez del tuyo. Sientes el agua –que es ella- corriendo por tus pómulos y mentón—Perdóname, perdóname, perdóname—súplicas, y tu voz parece astillada y tirante y aguda.

—J-Juvia está bien…

Ella se vuelve blanda y helada, y de pronto su mano asciende, su mano cubierta de sangre se coloca sobre tu mejilla mojada, y acaricia trémulamente la cuenca de tus ojos.

— ¿P-por q-qué usted…?

Su pregunta no termina de nacer, porque hundes tu rostro en su cuello, y la sientes contener trabajosamente la respiración.

Ella enreda sus dedos en tu sucio cabello negro, ella te toca con amabilidad y empatía. Con amor y muerte danzando a su alrededor.

Morirá. Una vez más morirá. Sientes que te la arrebatan, que te quitan lo que amas de nueva cuenta.

—J-Juvia m-mato a s-su…p-pa…

—Shss—la silencias, sorbiendo por la nariz, incapaz de detener el rio que corre por tus párpados, la sangre que se detiene en tus venas—Está bien. Está bien. Gracias—y de nueva cuenta te quiebras—Perdón….perdón.

— ¿O-odia a J-Juv-via? —inquiere, y tu pegas tu frente a la de ella, con los ojos cerrados que riegan el rostro de ella.

—No—dices—No.

Vuelve a acariciar tu mejilla, manchandola con su sangre, uniendo la suya con la que brota de las heridas en tu rostro. Sientes que el vaho de su aliento remueve tu cabello, y puedes sentir que se desvanece, que tus brazos se pierden en la nada de a poco, pero todavía está ahí.

—Gray-sama—llama, y tu boca tiembla ante su dulce voz—Gray-sama mire a Juvia—es tan cálida, tan benevolente como sus trémulos dedos acariciando tu piel. El grito se atora en tu garganta cuando levantas tus irises grises a ella.

Está ahí, envuelta en luces violetas y azules, está ahí, preparada para despedirse, para desaparecer junto a la irremediable muerte.

—Gray-sama—repite entre lágrimas frías, lágrimas que surcan su piel de porcelana y muñeca moribunda. Y parece feliz. Parece contenta—Mire a Juvia, Gray-sama—ella está más hermosa que nunca, con sus últimos suspiros llegando a ti. Y entonces se empuja hacia ti, y sus labios acarician los tuyos por primera y última vez.

Te aferras a esa porción de ella, a su cintura estrecha, a su boca que respira en la tuya como si quisiera conseguir un poco más de vida a través de ella. Sientes el roce de sus mejillas mojadas contra las tuyas, y mientras se disuelve, te sonríe.

Y es la sonrisa de la Juvia real. De la Juvia que estuvo contigo a lo largo de tormentas y nevadas.

La sonrisa de tu Juvia.

Y tu Juvia abre los labios por última vez, y con voz gentil -la voz que te pertenece, la que fue suya y tuya-, te mira a los ojos como antaño, con la sinceridad desbordándose por el azul del cielo, y el azul del mar.

Y la escuchas. Por última vez la escuchas.

—Mire a Juvia, Gray-sama, y recuerde…recuerde que usted la mató.

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