Sé que Sebastian ha notado mi raro comportamiento. Desde que me he despertado no he salido de mi alcoba y he ordenado que las citas pendientes de este día se cancelen. Sus ojos no se han despegado de mí y es que, desde que me trajo el desayuno, no he dejado de abrasarle. —Un golpe bajo para mi orgullo—.

¿Por qué?

Desde hace mucho no sueño con ello. Desde hace mucho que ya no me siento mal por haberme dejado tocar —a pesar de que me tenían amordazado y que, en ese entones, yo tenia cinco años como para poder defenderme—. Hace mucho que ya me había olvidado de ese suceso ¿por qué ahora mis sueños tenían que recordarme ese vergonzoso y humillante día?

—Hora del baño, joven amo —dijo Sebastian, separándose de mi abrazo. Entrecerré mis ojos y solté un suspiro.

No quería hacerlo. No quería que Sebastian me viera. Las cicatrices físicas ya han desaparecido. Sus uñas, las mordidas... todo. No ha quedado nada en mí que demuestre que alguna vez fui mancillado. Claro, con el paso de los años era obvio qué se irían. Pero, si él me toca, si llega a rozarme tengo miedo que a mi mente lleguen los recuerdos, los fragmentos, los sucesos. Sus gemidos... la asquerosa sensación de repugnancia que sentí hacia mí mismo.

Ayer me daba igual que me tocara a la hora de bañarme porque se sentía bien. A na ve que me bañaba me hacia una especia de masaje que me relajaba... ese maldigo sueño cambia mi mundo en pocos segundos.

—Prepararé el baño—musitó Sebastian, solo pude asentir. Porque por dentro tirititaba. Por dentro temblaba, de odio, rencor, repugnancia.

Quería volver atrás, donde mi pesadilla comenzó. Donde mi inocencia fue despojada cual sucio trapo.

Perfectamente dije que no quería hacer nada hoy. Qué me tomaría el día libre. Sin obligaciones o algo. Entonces ¿por qué tenía una reunión citada para hoy? Si exactamente pedí cancelarla hasta otro día.

—Ha cancelado esa reunión tres veces, amo. —Pronunció él, mientras me vestía. Contuve un suspiro cuando sentí cómo, sutilmente, pasaba uno de sus dedos sobre uno de mis pezones ¿lo habrá hecho a pecho? —Esos hombres ya no pueden esperar más. Dicen sentirse indignados por los cortes anteriores.

Bufé fastidiado mientras cerraba mis ojos y él terminaba de acomodarme en traje.

—Qué remedio —suspiré.

No. No. No. No. No. No. No. No. Y no.

Ñoño. Ridículo. Peligroso. Feo. Sin buenas vistas.

— ¿Qué le parece, joven Ciel? —preguntó el secretario, se le notaba que, al igual que yo, estas ideas no gustaban para nada. Los papeles que mostraban los gráficos o algún dibujo para ilustrar las "magnificas" creaciones eran babosadas.

Refunfuñé mientras negaba en silencio.

—No me parece —respondí, frunciendo en ceño al notar la media sonrisa de Sebastian. No había nada por el cual debería de estarse riendo. No dije nada y aparté la mirada al hombre que tenía en frente. El tic en su ojo me parecía gracioso pero no soltaba una sonrisa, no quería mostrarme descortés ante estos hombres que me miraban con el ceño, igualmente, fruncido—. Es algo arriesgado, señor. No quiero que algo arruine...

—No hay ningún impedimento —dijo interrumpiéndome. Negué en un bufido ante su odiosa insistencia. Me cruce de piernas y pasé saliva al ver cómo sus ojos brillaban al mirarme. Oh, no, por favor—Todo saldrá bien. Eso lo sé. —Agregó.

Solté un suspiro para carlmarme. Ciertamente las ideas no me parecía nen absoluto. Tenia muchas ideas pero todas, absolutamente todas, eran tontas y ridículas a mi gusto. Era riesgoso, me sometía a recibir demandas debido a que, algunas, incluían armas que podían lastimar a los chiquillos, si aceptaba esas propuestas.

¿Hamburguesas con hachas afiladas en sus tamaños? Este hombre no podía hablar en serio. Solté un suspiro cansino y me levanté de la silla. Bajo sus miradas caminé hacia él, lo tenía de frente en un sillón de una plaza. Sus manos reposaban en el respaldo y su espalda encorvada hacia adelante lo hizo hacia atrás cuando vio que mi destino era él.

Me acerque a él y susurré en su oído con una voz suave.

—No haré ningún trato con alguien que me mira el trasero —musité y sentí como el vello de su cuello se erizaba. Sonreí con eficiencia y me separé para hablar en voz alta y decir—: Simplemente el trato no lo acepto. Esas ideas son peligrosas. Mínimo sería que fueran falsas las armas que llevarían, y no reales, como usted sugiere.

Crucé mis manos detrás de mi espalda y viré la vista a Sebastian cuando coloqué la espalda recta. Todos me miraban mal y simplemente... me daba igual.

— Sácalos —dije, pero a la vez sin pronunciar ninguna palabra. Agradecía que Sebastian supiera leer los labios—. Con vuestro permiso. Me retiro.

No lo sabía bien pero... Este día estaba aburrido. Nada interesante sucedía y la reina no ha 'llamado'. Odiaba esto. Odiaba este día. Odiaba ese sueño. Odiaba... ¿qué odiaba?

Menuda idiotez más asquerosa.

— ¡Umh! —gemí gustoso, el masaje en mis hombros era gustosamente exquisito. Sus dedos jugaban en mis omoplatos a la vez que masajeaba mi nuca con lentos y pausados movimientos.

—Tiene los hombros tensos, amo Ciel.

—Estrés. —musité, temblando al sentir el cálido aliento en mi oreja —. Nada más.

—Puedo preguntar ¿por qué estaba llorando cuando dormía?

No pude evitar abrí los ojos de más al escucharle. ¿Había llorado? Claro, siempre despertaba así cuando soñaba con aquel día.

—Un... mal sueño —respondí cabizbajo, sé que pude aferrarme a la opción de no responderle e insultarle en que no se metiera en ño que no fueran sus asuntos pero, su voz, su tacto con mi piel, porque se había quitado los guantes, me hicieron responder. Me sentía calmado a su lado y la linda sonrisa en sus labios, ayudaba.

Sebastian ¿qué estás haciendo conmigo?