I'm waiting for the man (The Velvet Underground)
Here he comes, he's all dressed in black
PR shoes and a big straw hat
He's never early, he's always late
First thing you learn is you always gotta wait
I'm waiting for my man
Capítulo 1
Se inclinó sobre la máquina de café por ¿cuarta? vez en toda la noche.
Odiaba con toda su alma cuando le tocaba pringar y hacer guardia nocturna, lo que sucedía, desgraciadamente, más veces de las que podía contar. Era la segunda vez que le tocaba esta semana. Y estaban sólo a miércoles. Estar de prácticas era una experiencia horrible, definitivamente. Se apoyó en la pared, con el café aguado y humeante entre las manos, observando con aburrimiento el desolado, casi a oscuras y silencioso pasillo que tenía enfrente.
Después de la sexta noche de guardia descubrió que la mejor planta para estar era la última, ya que no había casi ningún alma y podía campar a sus anchas. Sobra decir que no era el mejor guardia del mundo, claro. Aquella noche le había tocado pringar con Molly, una chica tímida (y a decir verdad, algo extraña) y se avergonzaba un poco de haberse escaqueado de ella en cuanto vio la ocasión, pero en su defensa no le apetecía nada una noche larga con silencios incómodos y charlas banales sobre si hacía buen o mal tiempo. Cuando tenía suerte la guardia le tocaba con Mary, y eso sí que era divertido. Mary era prácticamente la única persona allí con la que podía desahogarse: una muchacha rubia, atractiva, lista y agradable. Lo tenía todo. Tal vez un poco de carácter, también. John se acordó con una sonrisa de cuando estuvo tres horas seguidas sin dirigirle la palabra porque se había bebido su café "sin querer". Bueno, Mary y Mike. Le faltaban dedos en las manos para contar los años que Mike y él llevaban siendo amigos. De todos modos era más divertido con Mary. A Mike se le daba mejor escuchar.
La rubia y él se desvivían las noches de guardia criticando al supervisor de prácticas que les habían asignado. Y hacía unas imitaciones de él magníficas: se ponía la bata y cogía un rollo enorme de papel higiénico para colocárselo de bufanda, y entonces miraba a John por encima del hombro y una cara de aburrimiento extremo, y poniendo voz grave, decía: "Watson. Hoy te toca guardia nocturna. Y mañana. Te toca guardia nocturna para siempre, y como te vuelvas a dormir en una revisión, tendrás que pagarle los cafés a Mary durante un mes." Y entonces John se levantaba, entre risas, e intentaba erguirse todo lo que podía, poniendo aquella pose militar que le era más que familiar: "¡Sí, Dr. Holmes, señor!". Y reían aún más, sin importarles el ruido que pudiesen hacer.
Watson dejó el vaso ya vacío en la basura, negando con una sonrisa y sentándose en la primera silla que vio. Le esperaba una larga noche, como siempre.
Llevaba bastante tiempo meditándolo, pero ya era una certeza. Holmes le tenía manía, seguro, por algún motivo misterioso que no se dignaba a revelarle. Nada más entrar en las prácticas procuró no meter la pata, ni llamar la atención, ni hacer nada que pudiese perjudicarle, pero por lo visto complacer al Exigente Holmes era misión imposible. Siempre tenía una pega y lo peor era que siempre, absolutamente siempre, podía hacer las cosas mejor que tú. ¿Le dabas un diagnóstico a un paciente? Llegaba Sherlock y le daba la vuelta diagnosticando algo completamente distinto y alegando que se te había pasado "x" síntoma, y para el fastidio de los cinco chicos de prácticas, no fallaba nunca. Era desquiciante. Preguntabas algo y te miraba como si la respuesta fuese lo más obvio del mundo (que por supuesto, cuando él la explicaba, lo era) y en las mejores ocasiones ni se dignaba en contestarte. Tan borde. Tan cortante. Tan distante. Nadie sabía nada de Sherlock Holmes salvo que era el médico más brillante de todo el hospital y seguramente de todo Londres, o incluso más allá. Llegaba siempre puntual, se quitaba su largo e inseparable abrigo negro y su bufanda azul, se ponía la bata y ya está. No se tomaba un café o un té, como hacían todos. No descansaba. Y muchas veces no se le veía abandonar el hospital. O lo hacía y nadie se percataba, o se quedaba ahí hasta bien entrada la noche dejándose la vista en algún microscopio o redactando alguno de sus brillantes estudios, seguro. No tenía ningún amigo conocido y que John supiese tampoco tenía novia o novio o básicamente ningún ser humano vivo cercano a él. Era extraño, más que nadie. Si no fuese porque no existían, John hubiese jurado que era un condenado vampiro. Y para colmo, parecía saberlo absolutamente todo sobre ti nada más verte. Si habías cortado con tu novio, si habías desayunado una tostada o una magdalena o lo que habías comido el día anterior. Era increíble, para ser sinceros. Pero eso no cambiaba ni un ápice la opinión de John: Sherlock Holmes era un cretino arrogante, un borde asocial, y podía considerarse con suerte si sobrevivía a las prácticas e incluso milagrosamente las aprobase.
Miró la hora: 3:42. Ya podía bajar y dejarse ver haciendo algo, lo que fuese, o Molly podría llegar a pensar que se había ido a su casa (algo que le encantaría hacer, desde luego, si no fuese porque tiene una cosa llamada principios). Suspiró, bajando por las escaleras con sincera desgana. El hospital por la noche solía estar tranquilo, obviando varios accidentes de tráfico con adolescentes borrachos o no-tan-adolescentes, atropellos o gente apalizada en algún bar que venía con moratones y huesos rotos y apestando, también, a alcohol. Por eso los turnos nocturnos solían ser lo peor. Obviando a gente borracha, no podías esperar nada de pasillos siniestros y plantas silenciosas, y varios enfermeros yendo de un lado para otro que además, al ir vestidos de blanco, más que personas se asemejaban a fantasmas de parranda a las tantas. De parranda silenciosa. Ahí estaba Molly, hablando en susurros con uno de los médicos en la planta de endocrinología.
-¡John! ¿Dónde estabas? Pensé que te habías ido.
-Fui al baño y luego tuve que ayudar a un paciente en los pisos superiores porque no estaba cómodo con cómo le habían colocado las almohadas -inventó sobre la marcha, poniendo cara de fastidio-. Últimamente se creen que esto es un hotel de cinco estrellas. ¿Tú qué tal?
-Pues bien. Han llegado un par de pacientes, uno con heridas y contusión por caída y un tal Henry Morgan con una leve hipotermia, borracho perdido, después de decidir darse un baño nocturno en el Támesis. Nada grave. Tampoco puedes esperar mucho más en las guardias nocturnas.
-¿Tú cuántas llevas?
-¿El qué, guardias? En las dos semanas que llevamos de prácticas habré hecho unas cuatro.
-Yo ya llevo ocho. El doble. ¿Te lo puedes creer? El supervisor es un verdadero imbécil.
Molly se removió, incomoda.
-Bueno. A mí me parece muy profesional... y tiene una... eh... voz interesante.
Nada más oírla John soltó un par de carcajadas, divertido, y la muchacha se puso roja como un tomate.
-¿"Voz interesante"? Vaya, eso es nuevo. No te preocupes, Molly, a tu favor diré que sí que tiene una voz… peculiar -dijo, con intención de quitarle hierro al asunto. La chica sonrió, algo apurada.
-Sí, sí la tiene... me voy a revisar los pacientes en la sala de angiología. Nos vemos, John.
El rubio se despidió con un ademán de mano y una leve sonrisa, viendo cómo se alejaba a paso ligero por el pasillo. Y se fue a por otro café.
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-Para realizar un corte limpio debéis realizar un tajo directo con la mano firme, sujetando la parte que os disponéis a cortar con la derecha y realizando un movimiento de muñeca casi imperceptible. No como la chapuza que ha hecho Mike hace una hora y media.
El apelado enrojeció, avergonzado. John apretó la mandíbula. Hacía falta bastante sangre fría para realizar una operación y, a decir verdad a Mike precisamente no le sobraba, vale, pero ese no era motivo para ridiculizarle así delante de todos. No podía con aquel imbécil. Y sus aires de superioridad. Y para colmo la mitad de las enfermeras y médicos parecían morirse por sus huesos. A más de una había oído suspirar porque "oh, el Dr. Holmes, es tan misterioso". Bostezó, cansado porque las guardias nocturnas siempre pasan factura, y para cuando quiso darse cuenta Holmes se había ido y Mary le esperaba en la puerta, impaciente.
-Estás a por uvas, John. ¿Te vienes a por el almuerzo o qué?
-Claro. Voy.
Cogió su cuadernillo, bajando con el resto de sus compañeros a la cafetería.
-Eh, Mike. Estás cortando mal el filete. Tienes que realizar un "movimiento de muñeca casi imperceptible" -bromeó, sentándose a su lado. Todos rieron y hasta Molly esbozó una débil sonrisa-. Menudo supervisor nos ha tocado. Voy a tener pesadillas.
-¿Sabéis qué? He oído que se enrolla con la de gineco -susurró Mary, como si estuviese confesando un secreto de Estado.
-¿Con la jefaza de ginecología? -Mike silbó, sin poder evitar un deje admirativo- Esa sí que es una mujer. Mal gusto no tiene Holmes, desde luego.
-¿Quién dirige ginecología?
-Irene Adler. La mujer que... bueno, no necesita descripción. La ves y la reconoces, te lo aseguro.
-Creo haberla visto alguna que otra vez, aunque tampoco es que haya pisado mucho la parte de gineco... -y tanto que si la había visto. Irene Adler era como un tiburón blanco en medio de un mar de peces indefensos. Nadie le faltaba al respeto a Adler, más que nada porque nadie se atrevía. ¿Sherlock Holmes con aquella mujer? Imposible. John frunció el ceño, perturbado. No podían estar juntos. Ni siquiera tenía un motivo preciso, para su sorpresa, pero simplemente no podían estar juntos. Porque no. Porque no pegaban. No era su tipo, seguro. Hablando del rey de Roma Sherlock atravesó el pasillo y John se le quedó mirando, pensativo. El supervisor se detuvo, como si notase una mirada clavada en él, y tardó menos de dos segundos en localizar a John. Sus miradas se cruzaron durante lo que parecieron milenios y el rubio notó cómo se le erizaba hasta el vello de la nuca. Dos semanas con él y aún no sabría decir de qué color tenía los ojos. Verde. O azul. Una nebulosa. No se vio capaz de desviar la mirada. Tragó saliva, sintiendo como Sherlock Holmes leía en él como si fuese un libro abierto, leía sus costumbres, con qué pie se levantaba nada más despertarse, leía lo que quería y lo que dejaba de querer, lo leía todo. Y mientras, él no era más que una incógnita; le ponía de los nervios. No era una situación justa. ¿Por qué tenía derecho a saberlo absolutamente todo? John no veía más allá de sus bucles negros, negros como la pez, sus pómulos… Sus pómulos eran tan afilados como sus palabras. Sherlock Holmes cortaba, y esquivarle era un deporte de riesgo. Se mordió el labio, frustrado. Todo en él era un enigma, y a John no le gustaba no saber cómo descifrarlo. Le sacaba de quicio como sólo él sabía. Pasó un médico con una camilla a toda prisa, obstruyendo su campo de visión momentáneamente, y para cuando pudo mirar de nuevo Sherlock había desaparecido y Mary le tiraba aceitunas a la cabeza.
- Tierra llamando a John Watson. Exigimos una respuesta.
-¿Qué?
-Últimamente no te enteras de nada. Estás en la Luna. Cualquiera diría que estás enamorado -le picó Mary, tirándole una tercera aceituna. Acertó de lleno en plena frente.
-No digas tonterías... Sabes de sobra que con tanta guardia nocturna y tanto movimiento sutil de muñeca no tengo tiempo para enamorarme.
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*Quiero aclarar que poseo un conocimiento nulo en cuanto a
-prácticas
-prácticas en hospitales
-hospitales
-medicina
-la vida en general
así que mis disculpas por posibles gazapos/errores técnicos, que sé que los hay, pero es que me viene dando un poco igual, es lo que tiene la pereza.