Autora: Mi querida beta está muy, muy ocupada. Realmente es una chica asombrosa pero ella es una universitaria que está a punto de egresar de su carrera. Tiene muchas cosas a las que dedicarse, que preocuparse, que pensar.
Yo soy una masoquista que estudia una carrera dolor de culo. Realmente debería estar estudiando pero les escribo para aprovechar de avisar lo siguiente.
"Supermassive Black Hole" tiene su capítulo listo hace meses pero está corrigiéndose a cuenta gotas porque ella está muy ocupada y cansada, lo podría subir yo, pero conociendo mi propio despiste, lo más probable es que deje errores imbéciles como comas o puntos horriblemente mal puestos.
Ni hablar de "A tres pasos de Ahorcarte", no he querido empezar un nuevo capítulo porque es más difícil de escribir.
Esta historia probablemente tenga más de uno, pero es el método más digno y legal para avisar de mi retraso.
Ahora, si quieren, subo el primero, pero bajo vuestra responsabilidad.
Besos. Inannah.
Disclaimer: Hidekaz Himaruya es el puto amo.
Advertencia: Malas palabras. Escenas de alto contenido sexual.
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"Capítulo 1: Un viaje maldito"
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Dos pájaros negros dan vueltas, dibujando círculos en el cielo. Vuelan tan alto, que se han transformado en diminutos trazos de carbón dibujados en un lienzo azul.
El sudor cube su frente, ya bronceada por el sol. Las gotitas hacían una carrera que iniciaba en la raíz del cabello, luego se adentra, agarrando velocidad, en la sien y renace finalmente en el pómulo de la mejilla. Intrépida, acelera y corre por la piel afeitada, directo hacia el suicidio: el ángulo de la mandíbula.
Estados Unidos dio un sonoro bufido y sacó de un manotazo el sudor de su rostro.
Su acompañante llegó a recibir parte de eso, consiguiendo irritarlo aún más si era posible. Como descargo, dio un duro manotazo al culpable.
― ¡Ten cuidado donde te sacas tu sudor, me llegó a la cara! ― Reclamó limpiándose con las manos. Siguió alegando, con un humor de perros― Primero me sacas de Londres con todo el trabajo que tenía, para acompañarte a esta mierda de viaje y luego se te echa a perder la maldita camioneta ¡En medio del desierto! ¿Cómo es posible que no se te pasase por la cabeza la idea de revisar que estuviese en perfectas condiciones? ¡Es un viaje de más de dos mil kilómetros!
La nación más joven rueda los ojos, fastidiado.
― Te repito que se echó a perder por culpa del calor. Deja de alegar, ¡deberías agradecerme de que te saqué de tu aburrido mundo para un momento de aventura! ―Inglaterra lo mira perplejo.
― ¿Cómo te voy a agradecer que me obligaras a rostizarme en pleno Arizona? ¿Te has vuelto loco? ―Y tenía razón. Están en medio del desierto, perdido en la nada. Todo es marrón de arena y azul del cielo. Una fotografía inmensa, sin fin. Kilómetros y kilómetros, hasta que se pierda de vista.
Inglaterra se cuestiona con preocupación a cuánto está el poblado más próximo ¿A días? ¿Semanas?
Oh Señor, se iba a morir.
El estúpido de América seguía con lo mismo, con el capó arriba y medio cuerpo metido en el interior del auto. Como por tercera vez volvía a revisar el motor humeante, la infinidad de cables y los circuitos indescifrables.
Reino Unido suspiró fuertemente con el fin de que lo escuchase, que notara su rabia.
― Idiota, el auto no andará más. Deja de revisar como si lo fueras a arreglar.
― Silencio, puede que ahora encuentre algo…― Como una pequeña y muy lenta lluvia, la transpiración de Estados Unidos caía sobre el metal lleno de polvo, limpiándolo. El otro apretó los dientes, ya realmente mareado por el calor, o una sien estaba amenazando con explotar.
Los buitres seguían volando en lo alto, alrededor de ellos. El cielo permaecía celeste, manteniéndose eterno y asfixiando todo rastro de frescura.
― Estados Unidos, gordo idiota, ¡Resígnate a que no puedes arreglarlo! ― Le gritó furioso, con el rostro rojo y el cabello húmedo. El aludido dio un manotazo a la lata del auto y lo miró con la misma rabia. Quería devolver los alegatos a Inglaterra pero él mismo reconoce que muy en el fondo, tenía razón. Pero muy en el fondo, ahí donde nadie podía entrometerse.
― Al diablo…― Y en medio de esa carretera sumergida en la arena, cogió el parachoques de su Ford Raptor y comenzó a caminar.
Inglaterra pestañeó unos segundos, perplejo, y finalmente dio pasos hacia él.
― ¿A dónde vas? ― Le preguntó. Estados Unidos lo miró como si acaso fuese tonto y sonrió.
― Al pueblo más cercano, donde más. ¿Iggy la edad te está volviendo más idiota?
El aludido se abstuvo de replicarle, pues no podía derrochar energía en una tonta pelea. El calor era tan abrasador que incluso la camisa le resultaba molesta y demasiado calurosa. Se abrió dos botones, dejando su pecho pálido y fibroso al aire. No notó, gracias a que el contrario llevaba unas gafas de sol, que dos ojos azules estaban pendiente de cada movimiento.
― ¿A cuánto está el poblado más cercano? ― Preguntó. Se supone que el país de la libertad era una potencia en tecnología y progreso, sin embargo era demasiado vasta y la nación de Europa no le cabía duda que ni siquiera el wi-fi o las señales móviles eran capaces de hacerse paso en las profundidades de este lugar. Por ello, no se iba a molestar en sacar su teléfono celular para ver el mapa de Google.
― A unos… diez kilómetros quizás, o veinte ― Parecía inseguro de su cálculo, Inglaterra temía que en realidad fuera mucho más y no lo dijera para espantarlo. Lo más triste de todo ello, era que seguramente iba a ser un poblado fantasma que ni hospedaje ni mecánico iba a tener.
Estados Unidos seguía arrastrando la gigantesca camioneta.
Inglaterra tiene un Déjà vu.
En la segunda guerra mundial, habían estado compartiendo una base militar en África. En un momento en que él se mantuvía concentrado en cosas importantes, revisando cartografías del lugar, un grito lo había sacado de sus cavilaciones: Ese fenómeno de la naturaleza, quien dejando una estela de polvo kilométrica, arrastrando su Rolls Royce.
Sólo para pedirle las llaves.
Unas putas llaves.
Esa vez había quedado espantado por la fuerza descomunal de su ex – colonia, con el tiempo se le olvidó como el pequeño Alfred tomada de las astas a los búfalos, dándolos vueltas como si fueran un juguete.
Caminó al lado de la camioneta, las llantas traseras rodaban, tocando el pavimento. Las delanteras en cambio, permanecían en el aire debido a que América levantaba el parachoques.
Inglaterra sentía un escalofrío de solo pensar en la fuerza arrolladora en aquellos brazos. No por nada es la superpotencia que tiene a medio mundo bajo sus pies. Sin embargo era como un niño súper poderoso, y a los mocosos, alguien debía estar supervisándolo para que no ande haciendo explotar medio continente.
En medio de este sol insoportable sin embargo, con el calor que le penetra hasta las entrañas, no tiene ánimos de andar tras un gordo malagradecido para que no se le ocurra cometer alguna locura.
Aunque siendo sinceros, en este lugar no hay muchas estupideces que se puedan hacer.
La cabeza le palpita, los rayos del sol apuñalan su cráneo, acostumbrado a días grises y lluvia.
Inglaterra tras unos minutos de ese sufrimiento, no soporta más y se dispone a entrar de nuevo a la camioneta y dejar al otro solo.
― Oye Iggy, cuando encontremos un pueblo lo primero es buscar un lugar donde almorzar, me muero de ham…― Se giró para hablar a su interlocutor. Cuando lo vio desparramado dentro de la camioneta, con lentes de sol y descansando, se enojó. Bajó de golpe el carro, asustándolo. ― ¡No soy tu sirviente! ¡Bájate ahora mismo, viejo!
Inglaterra pestañea con las gafas de sol chuecas por el impacto.
― ¡Pero si no sirvo de nada afuera! ¿Para qué voy a seguir ahí?
― ¡Para hacerme compañía por lo menos! ― Reclamó chillonamente ― ¡No me moveré hasta que estés aquí!
Inglaterra lo odiaba. Lo odiaba realmente en estos momentos.
Pero tampoco estaba dispuesto a quedarse el resto de su existencia en esta carretera infernal. Así que no le quedó más que resignarse, bajar de mala gana y caminar a su lado.
Era un verdadero infierno sentir el calor quemar su espalda.
Y más desesperante aún, caminar, caminar y caminar en medio de una línea negra, sucia e infinita.
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Llevan más de una hora sin parar.
Sus arterias están llenas de vapor, donde antes había sangre ahora solo queda vacío. Los labios secos se les descascaran y la suela de sus zapatos deja una estela pegajosa a cada paso que da. Jadea a cada metro que avanza y su acompañante lo imita. Exhaustos, están exhaustos.
Cada línea blanca que pasaban, era más difícil de cruzar, más interminable. Pero de los dos, el gordo americano parecía soportarlo mejor que él.
Bah, se dice la nación del té, es solo porque el idiota está acostumbrado a tal clima, considerando que es representación del país. Él en tanto, no. Él era una gran isla lluviosa y fría, de aire siempre húmedo y que incluso en los lugares más apartados las praderas se teñían de verde.
― No… No puedo más ― Dijo ahogado. Ya a estas alturas, la camisa humedecida está por completo abierta y sólo la lleva en la espalda para no quemarse. Estados Unidos asiente pero no dice nada. Está guardando todas sus fuerzas en mantener el auto en movimiento y seguir avanzando.
Se sabe como una nación muy resistente, muy fuerte y muy al nivel de cualquier súper héroe, sin embargo está en un terreno que parece un infierno terrenal y ni él puede mantenerse indemne a esta situación, tal vez si hubiera algo para beber sería mucho mejor. Pero no, claro que no, tuvo que tomarse todas las Coca-Colas al principio del viaje. Y ahora quiere llorar. Terminará bebiendo la sangre de Inglaterra en cualquier momento.
Siguen adelante, en una subida que está matándolos.
― ¿Si…Si aprovechamos el vuelo de la bajada y nos subimos a la Pequeña Daisy? ― Preguntó América entre suspiros.
Inglaterra está demasiado cansado como para replicarle que ese monstruo con ruedas, tiene pinta de llamarse de cualquier forma posible menos "Pequeña Daisy". Solo asiente, porque es mucho más tentador estar en un lugar bajo techo en vez de estar sobre el asfalto, insolándose y criticando nombres ridículos de autos.
Pequeña Daisy, por amor a la Reina…
Tristemente, la proposición de Estados Unidos era demasiado buena para ser verdad.
―¡Por todos los cielos, es que acaso estamos metidos en el infierno! ― Gruñó Inglaterra. Estados Unidos estiró la boca, apoyándolo. Tras la desgraciada subida no había una bajada, sino que el camino seguía recto. Lo único ínfimamente divertido y que consoló al de ojos verdes, era el rostro demacrado del más joven cuando se dio cuenta de la triste realidad ― ¿Qué otra cosa puede salir mal?
No hay mejor consuelo que un dolor compartido, más aún si el del lado sufre más que uno. Porque él no cargaba una mole de seis toneladas tras suyo.
― Tú no arrastras una camioneta, debilucho ― Reclamó entre dientes, buscándole enojar. Dios, que Alfred era obvio. Si estaba de mal humor, necesitaba descargarlo contra alguien y ponerlo de un humor más malo que el suyo, como si fuera una extraña especie de satisfacción de ver alguien peor que él. Alguien rabiando más. Inglaterra, madre patria y uno de sus aliados más cercanos, lo conocía demasiado bien, sabía sus artimañas de niño pequeño y las enfrentaba, estropeando los planes. Hizo una seña con la mano de que poco y nada le importaba que le dijera así. Él no era debilucho, sino que América era demasiado fuerte.
―No estaríamos aquí si no fuera por tu culpa.
― ¡Cómo es posible que no haya ninguna puta máquina de bebidas en este desierto! ― Exclamó el menor.
Inglaterra no sabía si enojarse, o sencillamente reír por escuchar semejante estupidez.
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Siguen andando y no sabe cuánto tiempo más seguirá haciéndolo.
Quiere echarse al piso a llorar, a dejarse morir y que lo coman esos buitres que le siguen hace kilómetros. La única cosa que lo sujeta a no hacer es el presentimiento de que si lo hace, sólo terminará con quemaduras de tercer grado.
¡Por qué mierda lo vio por más de diez segundos cuando le hizo esa sospechosa invitación!¡Sabía que no debía hacerlo, que era como una maldición! ¡Lo sabía! Tarado… no era la primera que caía en esa trampa, en esos falsos ojitos anhelantes que le recordaban a siglos anteriores. Si era una víbora, Dios santo, un manipulador de primera.
¿De quién habrá aprendido acaso?
Mientras se reprocha a sí mismo, dirige sus ojos verdes hacia el horizonte.
Y se queda tieso en su sitio.
¿Es acaso posible?
― A-Alfred, ¿Ves lo mismo que yo? ― Tartamudeó emocionado. El americano pareció avergonzarse y ofenderse al mismo tiempo.
― Estoy sin los malditos lentes ¿Qué diablos voy a ver de lejos? ― E Inglaterra recién reaccionó que así era, pero poco le importaba. La emoción era más grande.
― ¡Las manchas oscuras, más allá hay casas! ¡Estamos llegando! ― Señaló con emoción, como si hubiera descubierto la cuna de El Dorado.
― ¡En serio! ¡Asombroso! ― Y sonriendo de oreja a oreja, aceleró el paso. Todo el cansancio anterior se había esfumado en segundos.
― ¡Oye espérame! ― Graznó el descubridor.
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― ¿Llevaste el camión, Jack? ― Miró por unos instantes al muchacho que estaba entrando a la tienda. Tenía rostro delgado y ceño fruncido como una rata malhumorada, sucio por el polvo y sonrojado por el sol de mediodía.
― Recién lo hice, má… el viejo Karl me prometió que esa chatarra estaría como nueva en una semana― Se sentó en una de las sillas del lugar y la mujer que estaba barriendo, dejó lo que hacía y le acercó una botella con aguardiente y un vaso.
La rata con malas pulgas parecía estar muerto de sed, pues se tomó un largo sorbo, que parecía ni siquiera quemarle la boca.
― Oye, oye, no tanto, que tu padre también querrá cuando vuelva ― Le regaña ― Ya son las dos y media, va a llegar pronto.
― Sí, sí…
Las puertas se abren, y el sol regala unos rayos que iluminan el polvo suspendido en el aire.
― ¿Hola? ― Un muchacho sudoroso e insolado se aventuró, seguido por otro que parecía que en cualquier momento se iba a desmayar.
― Buenas tardes ― Dijo la dueña del lugar ― ¿Qué sucede?
― ¿Esto es un hostal? ― Recibió un asentimiento ― ¡Genial! ¡Iggy nos quedamos aquí!
― Deja de decirme así… ― Apenas y susurró.
― ¿Pero ustedes de dónde vienen? ¡Pareciera que se han venido caminando toda la carretera!
― Bueno, algo así fue pero primero ¿No tiene Coca-Cola?
― ¡Agua, necesitamos agua! ― Replicó el otro.
Jack miraba con curiosidad a ambos individuos, a lo lejos se podía notar que eran de ciudad. Sus ropas, sus ademanes… todo lo decía. Su madre, diligente, se dio media vuelta para buscar lo pedido.
Los jóvenes se sentaron en una mesa, o más bien se desparramaron sobre ella.
― ¿Qué les sucedió? ― Preguntó ella tras dejar dos vasos y una botella. Ambos comenzaron a discutir en el momento de que el más hablador comenzó a tomar desde el cuello de la botella.
― Se le estropeó la camioneta a ese tonto en medio de la carretera, nos tuvimos que venir a pie hasta aquí ― Dijo finalmente el chico de ojos verdes. Tenía unas cejas gruesas y un rostro pálido con unas pocas pecas, parecía que de donde venía nunca salía el sol.
― ¿No se encontraron con algún camión que les diese un aventón?
― Pues ninguno ―Musitó.
― ¿Sabe de algún mecánico? ― Interrumpió el más alto ― Necesito que revisen a la pequeña Daisy.
― ¿Cómo es que ese monstruo se llame como una niña de cinco años? ― Ahora Inglaterra había recargado energías para discutir.
― ¿Qué importa? Lo dice el que habla con amigos imaginarios.
― ¡Ellos existen, que tú no los veas es problema tuyo!
― Hay un vecino que sabe arreglar autos ― Interrumpió Jack ― Pero la grúa viene cada dos semanas, tendrán que esperar hasta el próximo jueves para que vayan a buscar la camioneta.
Estados Unidos sonrió.
― ¡Eso no es problema, amigo! ¡La camioneta está justo afuera! ― Y el chico se levantó para casi caer de espaldas cuando notó que era cierto.
Su llegada ahí sería el inicio de una serie de eventos, que marcaría a todos.
Nada entre ellos volvería a ser lo mismo.
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Notas finales: Esto es un three shot ¿Por qué? Porque me salió recondenadamente largo. Disculpen si se me fue algún error feo, con tiempo lo revisaré (again). Toda opinión, crítica, consulta, será bienvenida.
Ahora me retiro porque tengo que estudiar fisiopatología de las úlceras y síndrome de malabsorción.