Capítulo 14: Cuentas pendientes.

Aunque hubiera preferido no saberlo, no pude evitar enterarme de que se había terminado casando con la comadreja. La repulsión que me provocó leer esa noticia en el periódico casi me hizo vomitar el desayuno en el plato.

Era de esperar que el mundo mágico se volcara en Potter, Weasley y ella, al resultar ser los héroes de la guerra, los vencedores, los que nos salvaron a todos de las garras del Señor Tenebroso.

Tonterías.

Sólo habían sido críos estúpidos que habían tenido suerte, mucha suerte.

Sin embargo, unos años después de aquello, lo que sí me sorprendió sobremanera, ocasionándome un atragantamiento repentino con el zumo de calabaza que estaba tomando en ese momento, fue descubrir que el primer embarazo de Granger también era noticia.

—¿Estás bien? —preguntó Astoria, sentada frente a mí, que había dejado de untar mermelada en su tostada para mirarme.

Yo le devolví la mirada por encima del periódico, una mirada fría, molesta, antes de cerrarlo, levantarme de la mesa de malas maneras y echarlo al fuego de la chimenea que habían encendido los elfos por la mañana.

Por la tarde, me enteré que yo también iba a ser padre.

. . .

Scorpius iba de un lado a otro de la casa, metiendo más y más cosas en el baúl que había empezado a hacer una semana antes, el que le acompañaría aquel primer año a Hogwarts.

Me levanté del sofá y me dirigí al centro de la sala, donde aquel baúl estaba abierto sobre la larga mesa. Me quedé frente a él, examinándolo con la mirada.
Vi ropa, zapatos, sus pociones para el pelo, paquetes de golosinas, un monedero que contenía dinero y muchos artículos de broma que había comprado en esa tienda de los Weasley cuando fuimos al Callejón Diagon a adquirir todo lo necesario para su curso escolar.

—¿Y los libros? —le pregunté a mi hijo, que acababa de llegar corriendo, lanzando un par de orejas extensibles dentro.

Scorpius se dio una palmada en la frente y abrió los ojos desmesuradamente.

—¡Los libros! —exclamó, volviendo a salir de la habitación a toda prisa.

Al llegar a la estación, se podía respirar el ambiente de júbilo y excitación de todos aquellos que, como mi hijo, estaban a pocos minutos de emprender aquel viaje.

Cruzamos la barrera y llegamos al andén nueve y tres cuartos. Una extraña sensación de nostalgia invadió mis pensamientos. Hacía muchos años que no pisaba por allí.

Scorpius empujaba su carrito, hasta arriba de baúles y enseres que llevaría consigo aquel año, con todas sus fuerzas. Estaba tan entusiasmado que no podía dejar de mirar de un lado para otro, dando pequeños saltitos y sonriendo de oreja a oreja.
Irremediablemente me recordó a mi primera vez. Pero en aquel entonces, mi situación era diferente. Yo no viví aquel día de la misma manera. Yo, a esa corta edad, ya estaba condicionado por las estúpidas ideas de comportamiento de mi padre.

Mi mujer y yo caminábamos por el andén siguiendo a nuestro hijo, que iba unos pasos más adelante, sorteando a brujas y magos con el carrito como buenamente podía hasta que por fin encontró un vagón medio vacío.

Yo la encontré a ella cuando levanté los ojos.

Hermione recogía la melena de su hija en una cola alta mientras Weasley las miraba, cogiendo de la mano a otro niño pelirrojo más pequeño que tenía todos los rasgos de su madre.
Aunque la escena me pareció grotesca, no pude apartar la vista.

No, porque había vuelto a pasar mucho tiempo desde que la vi por última vez, mucho más que cuando me encerré en mi casa voluntariamente, después de que Dumbledore muriera, Hogwarts se fuera a la mierda, y el mundo mágico quedara suspendido en la expectación del porvenir. Aquellos meses de ausencia me habían parecido una eternidad. Y ahora habían pasado casi dos décadas.

—Papá.

La voz nerviosa de mi hijo me hizo bajar la mirada hasta él, que parecía esperar unas palabras por mi parte antes de subir al tren.

—Sé bueno, Scorp —dije, revolviéndole el fino pelo con una mano. Él se zafó de ella con un ligero movimiento de cabeza—. Recuerda mandar a Henry en cuanto seas sorteado en Slytherin.

Mi hijo lanzó una breve mirada a su búho antes de asentir impacientemente.

—¿Ya has besado a tu madre? —pregunté, distraído. Había empezado a sentir los ojos de Granger clavados en mi espalda.

Scorpius se lanzó al cuello de Astoria, que no podía contener las lágrimas ante la inminente partida de nuestro hijo.

—Te echaré de menos, cariño —dijo ella.

—Y yo a ti, mamá —respondió él.

Mientras ambos se abrazaban y se dedicaban palabras de afecto, me volví para enfrentarla.

Hermione me miraba fijamente, sin miedo, sin una pizca de la vergüenza que solía mostrar años atrás cuando nuestros ojos se encontraban.

Yo le sostuve la mirada. Todos los allí presentes parecían ignorar esa conexión que habíamos creado. Eso me permitió apreciar su rostro de nuevo. Su pelo, perfectamente estirado y recogido en un meticuloso moño, me hizo entender que ya no era la muchacha de pelo alborotado que solía ser, sus ojos, a pesar de parecer fieros y fuertes, me mostraban que habían sido afectados por la guerra, y su rostro, marcado con finas líneas en la comisura de sus ojos y labios, me dejó valorar el paso del tiempo en ella.

El tren dio el último aviso, y a mi espalda, noté cómo Scorpius se alejaba de Astoria. Vi por el rabillo del ojo cómo la hija de ella también se subía al tren.
Me metí una mano en el bolsillo de la chaqueta y la cerré alrededor de una pequeña cajita de metal amarillo y rojo que le había robado a Scorpius aquella mañana. Saqué la mano y la dejé caer a mi costado, entreabriéndola para dejar que ella viera lo que contenía.
Sabía lo que era, estaría harta de aquellas cosas.

Un leve asentimiento de cabeza me hizo entender que tenía su consentimiento para hacer lo que estaba a punto de hacer.

Fue en el mismo instante en el que el tren empezó a moverse, cuando dejé que la cajita resbalara de mi mano y cayera al suelo, abriéndose con el golpe y esparciendo aquel polvo por todas partes.

Eran polvos de oscuridad instantánea. Y sumieron al andén en una completa negrura que provocó el caos al instante. A tientas, avancé entre las tinieblas antes de que las personas empezaran a moverse o a gritar. No tardé en darme de bruces con alguien, alguien que no se sobresaltó en absoluto... Alguien que me estaba esperando.

Agarré su muñeca con mis dedos y dejamos atrás el bullicio que acababa de formarse a nuestras espaldas. Alargué el brazo que no la sujetaba y caminé recto hasta que di con una pared de piedra. Entonces, paseé los dedos por ella hasta llegar a una puerta que había divisado antes. La abrí y tiré de ella para que pasara antes de que la oscuridad invadiera también aquella habitación de la limpieza.

—Te creía menos estúpida como para casarte con Weasley —espeté, cerrando la puerta con pestillo.

—Yo creí que volverías.

Me giré rápidamente ante sus palabras y la miré confundido.

—Te esperé —confesó.

Ambos nos quedamos en silencio unos incómodos segundos. Luego, me acerqué a ella, que no hizo ningún amago de apartarse.

Cerré los ojos en el preciso instante en que las yemas de mis dedos se deslizaron lentamente rozando su mejilla derecha, sin apenas tocarla.

Había esperado diecinueve años para hacerlo, para volver a verla, para volver a tenerla frente a mí... Había soñado tantas veces con ese momento, que temí despertarme sobresaltado en mi cama si la tocaba demasiado rápido.

Pero ella movió la cabeza, encajando su mejilla en la palma de mi mano.

Suspiré cuando ella acarició mi rostro.

Abrí los ojos de nuevo, y tomé su brazo estirado entre mis manos. Noté cómo se tensaba levemente, pero eso no me hizo detenerme.
Le subí la manga izquierda del jersey hasta la altura del codo, y aprecié dos palabras grabadas en forma de cicatriz en su antebrazo.

—Sangre sucia —susurró ella cerca de mi rostro, antes de que pudiera decir nada.

La miré directamente a los ojos.

—Nunca supe qué te había hecho —respondí, también en un susurro.

—Marcarme para siempre —añadió ella.

Acaricié aquella cicatriz unos segundos, antes de volver a tomar su rostro entre mis manos violentamente y besarla sin previo aviso. Sabía que no se resistiría.
Empujé su cuerpo con el mío hasta la pared más cercana, devorando sus labios como nunca antes lo había hecho. Ella me devolvió los besos con la misma intensidad. Podía sentir su corazón latiendo descontroladamente contra mi pecho, que aprisionaba su cuerpo. Yo era el depredador, y ella era mi presa.

Tiré del fino vestido rojo que le llegaba por las rodillas y se lo saqué a la fuerza por la cabeza.
En ropa interior, lejos de amedrentarse o taparse, lanzó sus manos a la hebilla de mi cinturón. Me lo quitó mientras seguía el ritmo de mis besos y dejaba que tocara su pecho. Desabrochó el botón del pantalón, y pronto estuve fuera de él. Nuestras manos eran un desordenado ir y venir sobre el otro, y nuestros sentidos estaban demasiado ocupados como para preocuparse de los gritos que seguían profiriendo ahí fuera.

Teníamos tiempo.

Aparté la tela de encaje que ocultaba su sexo y me adentré allí donde sabía con certeza que sería el segundo en llegar.
A los Malfoy no nos gustaban los segundos puestos, pero con eso no había vuelta atrás.

Hermione echó la cabeza hacia atrás mientras mis caderas le daban fuertes estacazos que la hacían estremecer. Ella gemía, agarrándose a mi cuello.
Pocos segundos después, dejó sacar la leona que llevaba dentro. Me empujó y me hizo quedar contra la pared. Luego, tiró de mi brazo hasta llegar al suelo, donde me senté, y ella hizo lo mismo sobre mí. Sus movimientos eran perfectos y precisos, con ritmo, con gracia.

Cerró los ojos mientras se sostenía apoyando sus manos en mis hombros. Yo agarraba su cintura para ayudarla en el vaivén de su cuerpo. Ambos lo hacíamos rápido, casi con rabia. Era casi un castigo por todo lo que nos habíamos hecho. Era casi la multa que debíamos pagar por la insensatez de nuestra juventud. Era casi nuestra venganza por habernos roto el corazón. Casi, porque a pesar de la rabia y el rencor que corría por nuestras venas, aquello se sentía como un regalo de los dioses.

Seguimos comiéndonos a besos, sabíamos que aquello no duraría para siempre.

Siguió balanceándose contra mi cuerpo, sólo disponíamos de unos minutos.

Por mi parte, yo seguí acariciando su piel, consciente de que aquella sería la última vez.

La disfruté hasta el final, madura, distinta.

Nos permitimos el lujo de quedarnos quietos, de juntar nuestras frentes y de sentirnos el uno al otro aquellos últimos segundos.

Un suspiro resignado salió de entre sus labios, y luego, como si la experiencia de los años le hubiera enseñado que nada es permanente y que hay que aceptar que las cosas se acaban y punto, Hermione se levantó y me dejó en el suelo, dándome la espalda mientras se vestía. Yo me levanté, e hice lo mismo.

Esperé a que se atara los zapatos, separé el pestillo y abrí la puerta. Fuera ya no había nadie, ni quedaba una pizca de oscuridad. Me aparté para dejarla pasar. Pasó por mi lado mientras se colgaba el bolso de un hombro y se dirigió con paso firme hacia la barrera que daría al mundo muggle. Parecía tener prisa, y no miró atrás.

Yo, más tranquilo, terminé de ponerme bien la chaqueta antes de atravesarla.
La divisé unos metros más allá, apresurándose a llegar junto a su marido y su hijo, al cual abrazó tiernamente y dio la mano.

—¿Dónde estabas? —oí preguntar al pelirrojo de lejos—. Creímos que habías salido.

Salí por la puerta de la estación. No me importaba lo más mínimo la excusa que fuera a darle. Ella y yo ya habíamos saldado la cuenta que teníamos pendiente, y por fin me sentía aliviado de poder cerrar ese capítulo de mi vida que tantas noches me había mantenido en vela.
Sí, aquel había sido el cierre de nuestra historia, el broche de oro, la culminación del asunto.

Yo tampoco miré atrás.

Me dirigí al lujoso coche negro que esperaba por mí. Había pagado a un chófer para que nos llevara y nos recogiera, y Astoria estaba dentro, en el asiento trasero. Lo rodeé, abrí la puerta y me senté en el asiento contiguo, sin dirigirle una sola mirada.

Mis ojos miraban por la ventanilla, en el sentido contrario a la estación.

—¿Granger? —preguntó ella, haciéndome girar la cabeza de repente. Hermione acababa de salir con su familia, y trataba de peinarse el moño disimuladamente.

Miré a mi mujer de manera suspicaz, entrecerrando los ojos.
Sabía que era consciente de mis adulterios, estaba al corriente de ellos… Pero nunca se había atrevido a mencionar nada al respecto.
Astoria se me quedó mirando un momento. Nunca antes había mostrado tanto coraje ante mí.

—Es guapa —dijo al fin, volviendo la cabeza hacia su ventanilla.

—Sí —afirmé yo—. Muy guapa.

En ese preciso instante, el coche arrancó. Atrás quedó todo. Mi todo, de la mano de dos pelirrojos, un ladrón y otro con sus ojos.

. . .

¡POR FAVOR, LEED ESTA PEQUEÑA NOTA DE AUTOR!

NA: Bueno, ya sí que sí, doy por concluida esta historia. Sé que hay personas a las que les ha decepcionado, que esperaban otra cosa, o que han empezado a disgustarse a medida que me ceñía más a la historia real... Pero quiero decir que esa fue mi intención desde el principio. Siento mucho que no haya sido del gusto de muchos, pero he de admitir que yo estoy contenta con la historia. Mi objetivo había sido redactar una relación secreta entre Draco y Hermione siguiendo con los hechos reales de los libros... Y bueno, el final es el que es. No he querido modificarlo. Si hay alguien que se ha sentido engañado o molesto por mi decisión de seguir por ahí, vuelvo a repetir que lo siento. No se puede contentar a todo el mundo, eso es obvio :)

Yo me quedo con que creo que esta primera (gran) historia que termino me ha hecho mejorar mis habilidades de escritura. Además, ¡yo estoy contenta con el resultado!

De nuevo, dar las gracias a todos los que me han seguido hasta aquí... ¡Muchas gracias por tu confianza, tu favorito o tu review! Me hiciste muy feliz :)

Espero veros de nuevo en otras historias.

Cristy.