¡Buenas! Este fic será una historia que espero acabar muy prontito, y que tratará sobre un esporádico y efusivo romance entre Draco y Hermione, y concluirá con un final alternativo sobre lo que hubiera pasado en la mansión Malfoy, si Draco hubiera encontrado a su amor platónico siendo torturada en el suelo de su casa por su propia tía. Los personajes no me pertenecen. ¡Agradecería vuestros reviews!
Mi estúpida Granger.
Introducción.
Empujaba mi carrito hasta arriba de maletas y baúles como si realmente lo hiciera a diario. Sin embargo, aquel iba a ser mi primer año en Hogwarts, y a duras penas podía contener la emoción. De vez en cuando echaba una rápida mirada a mi padre, Lucius, conocido por su temple y serenidad. Sabía que odiaba que me dejara llevar por algo tan inútil como las emociones. Él siempre me había dicho que las emociones eran para los débiles, y me había impuesto como norma que no sucumbiera a ellas bajo ningún concepto. Pero aquel día era especial. Y lo sabía con certeza, pues empezaba una etapa jodidamente genial. ¿Qué niño de 11 años no desea la ansiada independencia de sus padres? Eso de compartir habitación con tus amigos y poder comer lo que quisieras, cuando quisieras, era simplemente un sueño.
Eché un vistazo a mi alrededor, a la gente que iba y venía, a las que parecían estar esperando a alguien, y a las que parecían no saber dónde ir. Precisamente ése era el caso de una chica que caminaba con paso decidido a la par que yo, aunque a juzgar por la expresión de sus ojos castaños, nadie hubiera dicho que sabía hacia dónde se dirigía. Su ondulado, o más bien debería decir su caótico pelo, le caía por la espalda. Sus manos agarraban con especial esmero el carrito, y daba la sensación de que le estaba costando trabajo cargar con todo aquello…
—Recto, Draco —exigió mi padre, sacándome de mis cavilaciones y haciéndome dar un pequeño respingo para, inmediatamente después, echar los hombros atrás y levantar la barbilla. Había aprendido la teoría de que el lenguaje corporal era tan importante, que uno nunca se podía relajar. En mi familia siempre nos habíamos caracterizado por la buena imagen, por causar una grata primera impresión, aunque para mí, el guardar siempre la compostura y mantener la mirada al frente en todo momento siempre me había resultado complicado.
Nos dirigimos sin más preámbulos al andén 9 y tres cuartos, y sin vacilar ni un segundo, atravesamos la barrera. Me encontré con sus ojos en el momento en que pasé del mundo muggle al mundo de los magos.