Mención de otros personajes de Disney a lo largo del fic. Modern AU. Helsa.
Disclaimer: Lastimosamente nada de esto es mío, solo mi cada vez más alocada imaginación.
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Epílogo
Segunda Parte
Las calles de Oslo habían quedado completamente cubiertas de nuevo por la nieve. En el vecindario de su madre, los tejados seguían exhibiendo esa capa de un blanco inmaculado que a Elsa siempre le había gustado mirar por su ventana, apenas caía el primer copo de nieve. Claro que no era como si ahora que era madre, no pudiera tomarse unos segundos de su ajetreada rutina para hacer lo mismo desde su precioso apartamento.
Ya no se dijera para visitar de vez en cuando a sus viejos amigos. El entorno familiar del The Lucky Cat lucía tan hogareño como siempre para esas fechas, con luces navideñas colgando de las paredes y el olor a galletas de jengibre recién hechas saliendo de la cocina.
—Chocolate caliente con bastante crema encima—Tadashi colocó una taza de su bebida favorita frente a ella, que le sonrió de vuelta.
Definitivamente no había nada mejor que aquello en invierno.
—Otro chocolate con canela y un capuchino con crema irlandesa para Hans—el joven acomodó las dos bebidas restantes en el cartón para llevar que había puesto sobre la barra—. ¿Fue a trabajar hoy?
—Esta vez se quedó completando sus pendientes desde casa, ya sabes que odia este clima. Y ser el encargado del negocio tiene sus ventajas—habló ella con orgullo.
Hacía poco más de un año que sus abuelos habían decidido abrir una sucursal de su famosa chocolatería en la ciudad, que estaba resultando ser todo un éxito. Las ventas del nuevo establecimiento iban bien y lo más importante, era que la pareja de ancianos había confiado en el menor de los Westergaard para llevar la administración del negocio, cumpliendo con su sueño de hacerse cargo de una empresa propia… o casi propia.
No obstante se le veía muy feliz y eso hacía que Elsa también lo fuera inmensamente.
—Me alegro de que todo marche bien.
—Muchas gracias—le dijo Elsa—, ¿cómo va todo con tu proyecto?
—Lento pero seguro, es difícil conseguir financiación para poner un montón de robots enfermeros en todos los hospitales de la ciudad—Tadashi se llevó una mano a la nuca—, pero un par de inversionistas lo están considerando. Nuestro prototipo tuvo mucho éxito en la exposición de nuevas tecnologías.
—Me alegro por ello, sé que lo lograran.
—Sí, Honey y los demás han sido de gran ayuda, No sé como habría logrado sacar adelante el proyecto sin ellos—ambos miraron de reojo hacia mesa cercana, donde la mencionaba jugaba animadamente con un pequeño pelirrojo de unos cuatro años de edad.
Elsa adoptó una expresión enternecida al ver la manera en la que su hijo miraba con emoción las luces de Navidad que lo rodeaban y reía con las muecas graciosas que le hacía Honey. Aren era un niño algo introvertido aún para su edad, pero una vez que entraba en confianza, podía ser la personita más alegre del mundo. Especialmente con las damas.
Era idéntico a su padre en el exterior, con los hermosos ojos esmeraldas y las pecas que había heredado de él, pero tan similar a ella interiormente. Lo adoraba.
—Ya está enorme—dijo Tadashi mirando también con atención al chiquillo—, debo decirte que nunca pensé en ti cumpliendo con el rol de madre, Els. Pero se te da bastante bien. ¿Segura que no vas a encargar otro?—preguntó con una sonrisa pícara.
—No por el momento. Las colaboraciones con la revista me tienen muy ajetreada—dijo ella refiriéndose a su reciente empleo.
Se encontraba trabajando como columnista de temas variados en una de las publicaciones más prestigiosas de Oslo.
—No parecías pensar eso por la manera en que los encontré a Hans y a ti el otro día, en uno de los baños… —Tadashi se detuvo al ser interrumpido por el manotazo de la blonda y soltó una risa.
—No menciones eso, ¡mi hijo está cerca!—lo regañó Elsa—En lugar de preocuparte de si tengo más hijos o no, tendrías que ocuparte de los tuyos. ¿Cuándo vas a encargar el primero? Se nota que a Honey le urge ser mamá—añadió socarronamente, señalando a la novia del asiático que se veía completamente embelesada con Aren.
—No, no, no, no, no, no, no, ¿qué dices? Todavía no es tiempo—de repente Tadashi parecía nervioso—, ya sabes que tenemos demasiado con lo de Baymax y yo no… no creo…
—Relájate hombre, estaba bromeando—Elsa rió por lo bajo y le palmeó un brazo—. No hace falta que te pongas así… aunque si me lo preguntas, yo pienso que serías un buen padre. Tener hijos puede cambiar a todo el mundo para bien y si no, solo mira a Anna.
Hacía un año que su pelirroja amiga había tenido una preciosa niña con Kristoff, la cual felizmente absorbía todo su tiempo. Y aunque costara creerlo, la muchacha se había vuelto de lo más responsable.
Su bebé era lo más importante para ella y aunque de vez en cuando seguía teniendo sus fallas, hacía lo mejor que podía para cuidarla como debía.
Elsa se aprestó a tomar sus bebidas para despedirse, debía estar en casa pronto para que pudieran empezar a poner el árbol de Navidad en familia. Hans los esperaba en el apartamento, puesto que no era tan fanático de la nieve como ella y su pequeño, a quien le encantaba mirar como esta se arremolinaba en las calles y los jardines de las casas.
Llamó a Aren para que fuera a su encuentro y el niño se despidió entusiastamente de Honey antes de acercarse con timidez a la barra, abrazando una de las piernas de su mamá.
—Adiós hombrecito, vuelve pronto ¿sí?—le dijo Tadashi sonriéndole bonachonamente, a lo que el pelirrojito correspondió con timidez y agitando su manita en silencio.
Elsa lo tomó de la mano y cogió su pedido para dirigirse a su auto y de ahí, al edificio donde vivían y en cuyas ventanas ya podían apreciarse varios adornos de la temporada puestos por los vecinos.
Moviendo los limpiaparabrisas para quitar la nieve que se acumulaba en esta parte del vehículo, consiguió dejarlo en el estacionamiento subterráneo y al salir cargó al niño para tomar el ascensor. El familiar número veintiséis en el que vivían los recibió en el pasillo, junto con la reconfortante sensación de la calefacción.
Ambos ingresaron en el bien decorado apartamento y distinguieron a Hans sentado en medio de la sala de estar, con el ordenador portátil en sus rodillas y un grueso suéter de cachemir envolviéndolo. Las gafas que desde hacía tiempo usaba a la hora de trabajar le daban un aire intelectual y maduro.
—¡Papá!—Aren gritó tan pronto su madre lo hubo dejado en el suelo y corrió hacia él.
Hans cerró su laptop y la dejó a un lado y lo recibió con una sonrisa de oreja a oreja, alzándolo para sentarlo en sus rodillas. Aquello era como ver a dos gotas de agua.
—Hola campeón, ¿te divertiste paseando con mamá?—Aren asintió con la cabeza y luego rió cuando su padre lo despeinó con una mano.
Solo con él se permitía ser un poco más extrovertido.
Elsa fue hasta ambos con una sonrisa y les entregó sus respectivas bebidas, sentándose al lado de su pareja y saboreando su chocolate con deleite. No había nada como disfrutar de algo tan simple en compañía de las dos personas que más amaba. Colocó en la mesita el paquete con bizcochos que también había comprado en el café y su hijo saboreó uno golosamente, al tiempo que Hans se inclinaba hacia ella para besar una de sus mejillas.
—¿Terminaste ya con tus pendientes?
—Hace un par de horas, copito. En este momento estaba ocupándome de otras cosas—Hans señaló con sus ojos al chiquillo, entretenido en masticar un panecillo relleno de crema y ella hizo un gesto de comprender al instante.
Con la Navidad a la vuelta de la esquina, ya le había comentado al pelirrojo lo importante que era apartar sus obsequios por Internet para asegurarse de que llegarían a tiempo. Las compras online se les habían vuelto una costumbre.
—Todo está en orden, ya vienen en camino.
—¿Qué cosa, papá?—Aren se volvió hacia él con curiosidad, sobresaltándolo.
—No es nada, cariño—Hans volvió a agitar su cabello con suavidad—, ¿por qué no vas a buscar los adornos para el árbol? Ya es hora de ponerlo.
Al niño se le iluminaron los ojos y de inmediato se bajó de su regazo y corrió hasta perderse por el pasillo.
—Jesús, ese pequeño es una bala—Elsa se acurrucó más contra el pecho del bermejo y el la rodeó con un brazo—, dentro de poco este lugar se va a quedar chico para él, con todo lo que le gusta jugar ¿eh?
—Quizá ya sea hora de buscar algo más grande—Hans besó la punta de su nariz y ella lo miró con sorpresa.
—¿Hablas en serio?
—¿Por qué no? Me gustaría tener una casa más amplia, él podría salir al jardín para jugar y andar en bicicleta y podríamos traer a Max a vivir con nosotros. Quién sabe, quizá tener otro perro… y algo más—acarició suavemente su vientre, haciéndola ahogar una exclamación asombrada.
—¿Lo dices de verdad? ¿Estás seguro?
—¿No te gustaría que Aren tuviera a alguien con quien jugar?
La rubia rió.
—Es una posibilidad—admitió—, aunque primero habría que ver lo de la casa, ¿no te parece? Vamos demasiado rápido.
—Ese es nuestro estilo, gatita—el colorado le tocó la punta de la nariz antes de que se levantaran y fueran en busca del árbol que habían tomado por costumbre ensamblar en esos últimos años.
Aren apareció de nuevo, arrastrando una maraña de luces navideñas y con Marshmallow pisándole los talones, atraído por aquel accesorio que arrastraba por el suelo. El paso del tiempo no había logrado disminuir la curiosidad del minino.
Juntos se dispusieron a armar y decorar el árbol, sintiéndose más en casa que nunca.
Tumbada en medio de la enorme cama king-size de su habitación. Elsa gimió al sentir los labios de Hans descendiendo por su cuello hasta el inicio de sus pechos. El colorado la besaba con pasión y sus manos se colaban de forma sugerente por debajo del delgado camisón de seda que lucía esa noche. La tenue luz de las lámparas que tenían a cada lado era lo único que iluminaba el dormitorio. La estancia principal de la enorme casa con cuatro habitaciones y un inmenso jardín que habían conseguido comprar tiempo atrás.
Era increíble pensar en como pasaban los años.
Ahora, ella tenía veintiocho y él ya estaba en la treintena, pero en momentos como ese continuaban pareciendo dos jóvenes apasionados y ansiosos el uno del otro. Seguían tan enamorados como desde el primer momento y su intimidad continuaba siendo increíble. Más ahora que tenían una hermosa familia.
—Elsa… —lo escuchó decir su nombre con voz ronca y a continuación volvió a gemir, cuando sintió como uno de sus pechos era apresado por una de las palmas masculinas—, eres tan perfecta…
Ella le rodeó el cuello con los brazos y se arqueó, buscando sentirlo más cerca. Sus largas piernas se enredaron en torno a su cintura, mientras el torso desnudo de Hans se presionaba contra su cuerpo.
La besó con pasión y ella acarició su lengua en una fiera batalla húmeda. Como le gustaba estar entre sus brazos.
—¡Papi!—una vocecita proveniente de la habitación de al lado interrumpió ese instante.
Hans se separó de ella respirando con algo de agitación por el beso. La observó, con los labios hinchados, el pelo platinado esparcido sobre la almohada y uno de los tirantes de su camisón lila resbalando por sobre su hombro, encontrándola irresistible.
Suspiró. Esa noche tendrían que aplazar su encuentro íntimo.
—Pesadillas de nuevo—Elsa sonrió de lado, resignada—. Vas a tener que ir, lo sabes ¿verdad?
—Lo sé—él se incorporó para buscar la camiseta de su pijama en el suelo, mientras la misma voz volvía a llamarlo.
Rápidamente se vistió y abandonó su dormitorio, en tanto Elsa se acomodaba entre las mullidas almohadas de la cabecera. Desde ahí, pudo escuchar como el cobrizo hablaba pacientemente con su pequeña hija de tres años, quien de vez en cuando los sorprendía con noches movidas como esa.
Kelsea era extrovertida como su padre pero en varios aspectos se parecía demasiado a ella. Sus terrores nocturnos le recordaban demasiado a cuando tenía problemas para dormir de niña y su madre tenía que acudir a consolarla.
No transcurrieron ni cinco minutos cuando Hans volvió a aparecer en el umbral de la puerta, llevando a la niña arrebujada entre sus brazos.
Seguramente le había pedido dormir con ambos de nuevo y como de costumbre, no se había podido negar. Él adoraba a sus hijos, pero la chiquilla parecía ser su favorita y su gran adoración.
Con su melena castaña como la de su abuela, su piel lechosa y sus grandes ojos azules, ella era el vivo retrato de Elsa.
La rubia sonrió cuando el bermejo se acercó y le entregó a la pequeña, a quien acunó maternalmente.
—¿Has tenido pesadillas de nuevo, mi amor?—inquirió, besando con cariño su frente y acomodándola a su lado para abrazarla—No te preocupes, mamá te cantará para que lo olvides.
Kelsea se acurrucó contra ella y se quedó escuchando la dulce canción de cuna que se puso a tararear. La misma melodía que la tranquilizaba desde bebé.
Mientras su papá apagaba su lámpara respectiva y disminuía la intensidad de la otra, los ojos de la niña se cerraron, finalmente sintiéndose relajada. Hans abrazó a la blonda, quedando su hijita en medio de ambos y sumiéndose finalmente en un profundo sueño, al que su madre no tardó en unirse.
Hans besó la cabeza de la niña y luego la frente de su pareja para dejarse arrastrar por Morfeo. Incluso aquello era mejor que tener una noche apasionada.
No había nada más increíble que despertar de esa manera, al lado de la persona que amaba y con su pequeña en medio de ambos, durmiendo plácidamente. Con sus infantiles rasgos relajados y el pelo castaño que cubría su frente y rozaba sus mejillas, la niña parecía un angelito. Y su hermosa madre no se quedaba atrás.
Elsa rodeaba a su hija delicadamente con los brazos mientras su blanca mejilla se posaba sobre sus cabellos. Kelsea se había acurrucado instintivamente contra el pecho de su madre, relajándose con su respiración acompasada.
Hans extendió una mano para acariciar la cara de su pareja y esta despertó lentamente. Sus ojos azules se posaron en él amodorrados y una leve sonrisa se dibujó en sus labios.
Sí, definitivamente no había nada mejor que aquello.
—Buenos días—saludó ella con modorra.
—Hola—un dedo masculino acarició la barbilla nívea y luego se deslizó tentativamente hacia el cuello de su camiseta, queriendo entrar entre sus pechos—, ¿cansada, copito?
—Quieto—la blonda detuvo suavemente su mano juguetona—, Kelsea está aquí.
—Y es una lástima, porque te amaneciste realmente deliciosa.
Elsa rió cuando él se incorporó y se inclinó hacia ella para besarla. Luego rozó su mejilla con su mandíbula áspera, por el vello rojizo que comenzaba a crecer en ella y le hizo cosquillas.
—Basta—lo empujó juguetonamente y rió de nuevo—, pareces un niño.
Entre sus brazos, Kelsea se removió incómodamente abrió los ojos. Habían olvidado lo ligero que tenía el sueño y también lo malhumorada que se ponía por las mañanas. La chiquilla era como un perezoso.
Sus pupilas, idénticas a las de la rubia se fijaron en ella y entonces la vieron fruncir el ceño de manera adorable.
—Mamá, me has despertado—se quejó con su vocecita infantil, haciendo reír a sus padres.
—Lo siento, mi amor. No era mi intención—la pequeña castaña hizo un puchero—, por favor, no te enojes con mamá—Elsa tocó su nariz con la suya y la frotó suavemente, en un intento por mimarla mientras seguía riendo.
Pero su hijita era un hueso duro de roer.
—Parece que alguien no se levantó de buen humor—Hans levantó a la pequeña y la atrajo hacia su regazo para hacerle cosquillas, provocándole una risa—, ¿qué te parece eso, osita perezosa?
La niña volvió a reír y llevó sus manitas hacia las patillas que de nuevo lucía su padre, tirando de ellas levemente. Siempre encontraba la manera de contentarla. Una presencia en el umbral de la habitación llamó su atención.
Aren estaba de pie allí mismo, vestido con su pijama de franela y descalzo. A su lado, una esponjosa bola de pelos también tenía fijos sus ojos amarillos en la familia. El colorado, de siete años ya, caminó hasta la cama de sus padres y trepó por el colchón entusiastamente, seguido por Marshmallow.
El gato ya tenía una edad considerable, pero no cambiaba las maneras con el paso del tiempo. Hans hizo una mueca.
—Por Dios, haz que ese animal se baje de la cama. Torpe bola de pelos.
—Marsh no es una bola de pelos, papá—Kelsea rodeó al minino con sus bracitos y lo estrechó contra su pecho—, es nuestro gatito.
Elsa sonrió y acarició el cabello de su hijita. Aren se arrodilló frente a ellos y saltó un poco en el colchón.
—¡Quiero ir a patinar al centro comercial!—exclamó, demandante y con una sonrisa.
—¿A patinar? Hace demasiado frío como para salir de casa, ¿no creen?
—¡Anda, papá! ¡Queremos patinar!—Kelsea secundó a su hermano y enseguida los dos niños se pusieron a soltar suplicas—¡Anda, papá! ¡Por favor!
—Supongo que eso no nos deja más remedio, ¿verdad?—el aludido sonrió de lado arrogantemente, como era su costumbre y se dispuso a salir de la cama para preparar el desayuno—, ¿quién quiere hot cakes?
De inmediato los infantes dejaron escapar exclamaciones de alegría. El fin de semana empezaba oficialmente y todo parecía indicar que iban a pasar un gran día. Elsa miró enternecida a ambos y sonrió para sus adentros. ¿Quién habría dicho que su vida terminaría siendo de aquella manera? Antes no se lo habría imaginado pero le encantaba.
—¡Y también quiero ir a la tienda de tatuajes!—el animado tono de voz de Kelsea demostraba que su mal humor se había desvanecido por completo.
—¿La tienda de tatuajes?—Hans arqueó una ceja. Eso sí que era nuevo.
—¡Sí! Porque quiero hacerme uno como el que tiene mamá—Kelsea subió la camiseta del pijama de la rubia y se asomó a su espalda con curiosidad, tratando de encontrar el copo de nieve que tantas veces le había visto cuando iban a la playa y Elsa se ponía su bikini.
Sus padres la miraron completamente sorprendidos y entonces la platinada se echó a reír. La inocencia de los niños y sus locas ideas.
—¡De ninguna manera!—dijo Hans terminantemente.
No quería ni pensar en una de esas agujas llenas de tinta acercándose a la blanca piel de su princesita. Jamás, nunca permitiría algo así, se dijo. Se horrorizaba de solo pensarlo.
—No hasta que tengas dieciocho—Elsa tocó la punta de la naricita de la pequeña con su índice, que se había enfurruñado de nuevo.
—Eso está por verse—dijo su pareja entre dientes, calzándose las pantuflas y anudándose la bata de dormir antes de volverse a su hijo—, ¿me ayudas a preparar la masa?
Aren sonrió y corrió a la cocina. Le encantaba cocinar como a su padre y nunca perdía oportunidad de ayudarlo.
En cuanto Hans hubo salido de la habitación, su hija se volvió hacia Elsa, susurrando.
—Mamá, cuando sea grande como tú también quiero dibujarme un copo de nieve. Pero no le digas nada a papá—dijo en confidencia.
Elsa sonrió ampliamente y besó su mejilla, abrazándola cariñosamente.
—Es un trato, mi niña. Solo no crezcas demasiado rápido.
La pista de patinaje no había cambiado demasiado con el pasar de los años. El lugar continuaba siendo un enorme recinto helado de diversión con las mismas mesas alrededor, las mismas luces que se proyectaban en momentos especiales y por supuesto, las mismas caras sonrientes que iban de un lado a otro.
Y para infortunio de Hans, su poca destreza con el patinaje también seguía siendo la misma. Luego de andar sobre los patines que había rentado por un rato, había acudido a sentarse en una orilla, incapaz de seguir el ritmo de su pareja.
Elsa patinaba grácil y rápidamente, sujetando las manos de sus hijos con las suyas y dando vueltas mientras los tres reían como niños pequeños.
Sonrío, atrapado con esa escena. Como le gustaba verlos así.
Si años atrás alguien le hubiera dicho que terminaría de esa manera, formando una familia con la muchacha a la que había detestado en un principio y teniendo dos hijos maravillosos (con lo poco que antes le gustaban los niños), se habría echado a reír en la cara de esa persona. Ahora simplemente no podía pensar en nada mejor. Los amaba a los tres.
Ellos era todo lo que necesitaba para llenar su vida.
—Papi—la vocecita de Kelsea lo sacó de su ensoñación.
La pequeña se había parado frente a él, de pie sobre sus diminutos patines. Un gracioso gorro de lana de color púrpura, a juego con su chaqueta, cubría sus castaños cabellos recogidos en dos coletitas.
—Patina conmigo—le pidió, mirándolo con esos grandes ojos azules a los que no podía negarles nada.
Iguales a los de su madre.
—Pero estoy un poco cansado, princesa. Es difícil hacerlo tan bien como tu mamá—el colorado le echó un vistazo a Elsa, que se acercó detrás de su hija con Aren y le dedicó una sonrisa amplia que él le devolvió de lado.
Kelsea hizo un puchero y extendió su manita para que la tomara, decidida a no aceptar un no por respuesta.
Sin más opción, Hans tomó su delicada palma y volvió a entrar a la pista de hielo, sintiéndose dichoso al escuchar su risa infantil. La pequeña amaba tanto el patinaje como su madre. Tanto así que en un par de meses, se uniría a las clases avanzadas de su hermano y quien sabe que tan lejos llegarían. Elsa estaba muy orgullosa de ambos, tanto como él.
Por el rabillo del ojo, vio como la rubia llegaba hasta su altura y le dedicaba otra sonrisita traviesa. Parecía una niña cuando entraba a la pista de hielo.
—No has perdido el toque, copo de nieve.
—Y tú no dejas de seguir intentándolo—Elsa le guiñó el ojo mientras continuaba aferrando a su hijo, que patinaba tan ágilmente como ella.
—Ya sabemos que mis habilidades en el patinaje son muy escasas. Por eso disfruto más de verte a ti, cielo.
Elsa se echó a reír y le tomó la mano que tenía libre de modo que ahora los cuatro pudieran andar juntos. Hans se la apretó y dieron una vuelta, oyendo las risas de los niños y mirándose con ojos brillantes.
Esa era otra de las razones por las cuales adoraba a su familia.
Años después…
Elsa dejó a un lado la taza de té vacía y cerró el libro que se encontraba leyendo, escuchando en el piso de abajo las risas femeninas de su hija y su mejor amiga. No pudo reprimir una sonrisa, pensando en las vueltas que daba la vida.
Ese fin de semana, la hija de Anna y Kristoff se estaba quedando con ellos en tanto sus padres hacían un viaje relámpago fuera de la ciudad. La pelirroja debía cubrir una nota para su periódico como reportera y su esposo estaría acompañándola (el rubio no había dejado de lado esa costumbre de cuidarla, sabiendo de sobra los problemas en los que se metía a pesar de su edad).
La niña que habían tenido había resultado ser un verdadero encanto. Valiente como su madre pero por suerte, con tanto sentido común como su padre.
Annika era una chica muy amable y había sido la primera amiga de Kelsea en cuanto a esta última la habían adelantado un año al entrar en la secundaria. Su pequeña era muy inteligente pero tan introvertida como ella misma a su edad, de modo que aquel cambio le había supuesto bastante estrés al principio.
Ahora tenía más amigos en su clase pero el vínculo que compartía con la hija de Anna era tan indiscutible como el que esta última aún tenía con ella misma.
Miró el reloj y supo que no faltaba mucho para que Hans regresara del trabajo por lo que era mejor que empezara a hacer la cena. Antes de bajar a la cocina se echó un vistazo en el espejo y arregló su cabello.
A punto de cumplir los cuarenta años, mucha gente continuaba diciéndole que lucía como una veinteañera, lo cual era un gran halago. Solo ella era capaz de ver las casi imperceptibles arrugas que empezaban a formarse en la comisura de sus ojos. Su larga trenza rubia había sido reemplazada con un corte de pelo hasta los hombros, que hacía que las puntas se levantaran graciosamente y contribuía a que siguiera conservando su apariencia joven.
Bajó las escaleras de su bien iluminada vivienda y de repente, una exclamación enfadada la hizo volverse hacia una puerta cerrada.
Esa era la habitación que usaban para entretenerse en familia.
No resistiendo la curiosidad, la albina abrió disimuladamente hasta dejar una rendija del tamaño de un dedo para ver hacia el interior en donde reconoció a dos personas.
La primera era su hijo, alto y ataviado con el traje deportivo con el que había salido a correr esa misma mañana. A sus dieciocho años, Aren eran tan apuesto como su padre y se veía exactamente igual que él a su edad, con el pelo rojizo levemente despeinado, la nariz perfilada, sus penetrantes y hermosos ojos verdes y las pecas que salpicaban su dorada piel. A causa de su bien parecido aspecto el muchacho había desarrollado también la personalidad arrogante de Hans, algo que muchas veces le jugaba en contra.
Como parecía ser en ese momento.
Annika estaba de pie frente a él, con los brazos cruzados y una mirada desafiante en los bonitos ojos aguamarina que había heredado de su madre. Su largo cabello, de un rubio idéntico al de Kristoff, estaba atado en una descuidada trenza. La chica había resultado ser más alta que Anna a su edad, siendo su mirada y sus pecas los únicos rasgos que resaltaban en su agraciado rostro. Mismo que denotaba una gran molestia en ese instante.
—¿Es en serio, Aren? ¡¿Por qué siempre tienes que ser tan inmaduro?!—exclamó, con una férrea expresión que le recordó bastante a su blondo progenitor.
—¿Qué?—el joven se hizo el desentendido, esbozando una sonrisa cínica.
Realmente era igual a Hans.
—¡Mi teléfono, idiota! Dámelo, sé bien que lo tomaste.
—No sé de lo que me estás hablando. Yo simplemente quería ver una película—Aren se volvió hacia el estante en donde habían apilado varios libros y DVD's (que para entonces eran auténticas reliquias, dada la proliferación de los formatos digitales)—, eres demasiado paranoica, rubita. Si sigues así terminarás pareciéndote a la loca de tu madre… ¡auch!—se sobó la cabeza cuando la quinceañera le dio una colleja.
—¡Esa loca es tu madrina! ¡Respétala inútil!
—Eso no quita que esté loca—Aren refunfuñó y la miró con desdén.
Desde su sitio, Elsa no supo si reír o entrar a regañarlo. Sabía que en el fondo su hijo adoraba a Anna, pero tenía esa personalidad engreída que a veces le llevaba a tacharla de demente.
Unas manos en su cintura la sobresaltaron e hicieron que se incorporara como resorte. Al darse la vuelta, se encontró con la mirada de jade de Hans, que la observaba con una ceja arqueada. La barba rojiza que ahora se extendía por su mandíbula lo hacía ver más maduro que nunca, aunque solo le llevara un par de años.
—¿Espiando por los rincones, gatita? A estas alturas no lo habría creído de ti.
—Shhh—Elsa lo acalló y le dio un rápido beso en la mejilla antes de alejarse un poco de la puerta. Por suerte los chicos no parecían haberse dado cuenta de nada, porque todavía se los oía discutir adentro—, no te escuché llegar. Creía que aún estabas en el trabajo.
—Ventajas de estar al mando—Hans se inclinó para besarla en los labios lentamente, acunándole el rostro entre sus manos—, quizá tengamos un poco de tiempo para divertirnos después de cenar.
—Eso me gustaría—la albina le sonrió de manera perversa a la vez que rodeaba sus anchos hombros con los brazos.
Una exclamación nueva volvió a llamar la atención, haciendo que se retirara para volver a su anterior posición, con Hans a sus espaldas.
—¿Y a quién se supone que estamos espiando?—susurró, antes de que ella lo volviera a callar.
Elsa señaló hacia adentro con un movimiento de su cabeza y ambos fijaron sus ojos en la joven pareja que discutía.
—¡Oye Aren, en serio eres un animal!—chilló Annika, haciéndolos ahogar sendas exclamaciones.
—¿Qué fue lo que dijo esa niña?—murmuró Hans escandalizado.
—Shhh—Elsa siguió mirando.
—¡¿Cómo me has llamado, pequeña mocosa?!
—¡Animal! ¡Es lo que eres! ¡Le diré esto a tu hermana, idiota!
—¡Eso ya lo veremos, sabandija!
Ambos empezaron a empujarse infantilmente y Elsa reprimió una carcajada. Sabía que estaba mal pero aquello era como verse a ellos mismos años atrás. Y por Dios que era fascinante.
—¿En serio no vamos a detener esto?—susurró Hans, observando perturbado a su hijo y a la mejor amiga de su pequeña princesa.
Los dos se lanzaban profundas miradas de enojo.
—¿No te recuerda a nadie?—Elsa sonrió de forma inevitable.
—¿Hablas en serio? Els, nosotros no éramos así… ¿o sí?—volvió a ver a los jóvenes, que ahora discutían por algo relacionado con Marshmallow, ya para entonces demasiado avejentado como para recorrer la casa con la energía de antes pero igual de mimoso que siempre.
—No… éramos mucho peor—la platinada rió por lo bajo.
En la habitación, la puerta de cristal corredera que daba hacia el jardín se abrió dejando entrar a Kelsea, con sus castaños cabellos revueltos. La chica seguramente había estado dándole de comer a Sitron, el pequeño labrador que habían adoptado para hacerle compañía a Maximus y con el que siempre jugaba de manera algo intensa.
Con catorce años de edad y su tímida personalidad, se sentía mucho más cercana a los animales que a muchas personas. La parda miró a su hermano y a su amiga y de inmediato frunció el ceño volviéndose hacia el mayor.
—¡¿Qué hiciste ahora, Aren?!—preguntó en tono de exigencia, irguiéndose con la respingona nariz alzada como solía hacer su madre.
—¡¿Yo?! ¿Por qué me hablas así, enana? ¡Dile a esta sabandija que se calme!
—¡La sabandija eres tú!—Kelsea tomó un cojín del sofá y golpeó con él al pelirrojo—¡Te voy a dejar peor que esa vez en que la tía Punzie atacó a su marido con la sartén en plena premier de su película!
Su amiga siguió su ejemplo y en pocos minutos, la estancia se llenó de risas femeninas seguidas por las exclamaciones del chico, entre las que pudieron escuchar alguna que otra palabra altisonante.
Elsa cerró la puerta con cuidado, entre divertida e indignada.
—¿En dónde habrá aprendido semejante lenguaje?
—Por favor Elsa, el muchacho ya no es ningún niño.
—Seguramente te escuchó a ti—la rubia le golpeó el hombro—, eres un hombre sin remedio, Hans Westergaard.
—Pero es a este hombre sin remedio a quien amas—el bermejo la tomó por la cintura—, de lo contrario no me habrías dejado hacer a esos dos torbellinos—señaló hacia la habitación cerrada.
—Bien, eso es verdad—Elsa se puso de puntillas hasta rozar sus labios contra los del colorado—, aunque eso implica que tal vez debamos tener una charla con tu hijo. Me parece que esa no es forma de tratar a una señorita. En especial a una que le gusta.
—Estás de broma, ¿no? ¿En serio? Demonios gatita, ¿acaso no has visto como se llevan?
—Por eso mismo lo digo. De tal palo tal astilla, ¿qué no?—la mujer besó la comisura de su boca sugestivamente, hasta que varios gritos volvieron a hacerse escuchar de forma intempestiva.
Ambos adultos se miraron con asombro y luego Hans suspiró. Y pensar que había llegado a creer que su época de locuras se había quedado atrás. Elsa liberó una risa cristalina.
—¿Te queda alguna duda, cariño?
—Lamentablemente me he acostumbrado a ver como siempre tienes la razón—el colorado la besó en la punta de la nariz y la miró amorosamente—, ¿pero en serio crees que eso vaya a llegar a ninguna parte?
—Oye, si nosotros lo hicimos, no veo porque ellos tengan que quedarse atrás—Elsa pasó una mano por su áspera mejilla—. Nuestro hijo es tan orgulloso como tú, pero tiene un gran corazón.
—Y nuestra pequeña nunca dejará de ser tan tímida como tú—Hans le acarició la barbilla—, pero es igualmente hermosa. Por dentro y por fuera.
La blonda se recargó en su pecho, cerrando los ojos y disfrutando de su cercanía. Eran momentos como esos, en los que más que nunca se sentía afortunada de estar con el hombre que amaba, simplemente disfrutando de la familia que habían formado y sin preocuparse demasiado por el futuro.
Habían comenzado con el pie izquierdo pero había aprendido que la vida podía tomar rumbos de lo más inesperados. Y el suyo le encantaba.
—Te amo, copo de nieve—Hans besó su coronilla y ella sonrió sin abandonar su postura.
—Yo también, Hans. Con todo mi corazón.
FIN
Nota de autor:
Después de un enorme retraso, por fin pude traerles la segunda parte del epílogo y con él, el ansiado final. Debería disculparme por llegar tan tarde, pero la verdad es que tuve una semana difícil, llena de altas y de bajas, tan así que me resultaba muy difícil encontrar inspiración para levantarme y ponerme a escribir, pues mi ánimo no ha sido el mejor estos días. :( De hecho, siento que me dejé uno que otro detalle por ahí pero estoy tan satisfecha como puedo por haber terminado esta aventura.
¿Ustedes que piensan? ¿Les gustó? ¿Se esperaban todo esto?
Bueno, nuestros pajaritos no terminaron casados pero todos sabemos que hoy en día eso es lo de menos. xD Tienen una hermosa familia y aunque empezaron detestándose, acabaron tan enamorados el uno del otro como solo yo podía forzarlos a hacer, jajajaja. Ya en serio, el Helsa es hermoso. :D
nina: Muchas gracias. Me encantaría cumplir con esa sugerencia, pero no tendré mucho tiempo para escribir en los próximos meses. Trataré de estar presente por aquí con otras cosas más pequeñas que espero les gusten. ;)
J. Marshmallow: Sip, un pequeño Hans, el sueño de toda madre. *w* Uff querida, hay tantas historias Helsa que podría recomendarte, que mejor te voy a sugerir que te des una vuelta por los perfiles de estas autoras: Anielha, Aliniss, Pazhitaa714, Silvers Astoria Malfoy, Lollipop87(casi todas las tienes en los reviews de hecho, jajaja), 100years of solitude, Almar-Chan y algunas que ya no están como Butterfly Comte, HoeLittleDuck y Ekishka. Espero no haberme dejado ninguna, sino pásate por mis favoritos y encontrarás una extensa y recomendable colección Helsa en inglés y español. xD Realmente el fandom ha crecido mucho y tiene historias que son una maravilla.
VoodooHappy: Pobre Idún, aunque entiendo tu postura respecto a ella, creo que sí la hice muy egoísta en este fic. :( Pero bueno, como dice el mismo Adam, hay que dejar ir el pasado en vez de amargarse por él y aunque no creo que tampoco vaya a perdonarla, al menos es feliz y encontró el amor, ¿qué no? 7u7 Sí, Eugene tendría que ser padre, jajaja. Ese es el siguiente paso después de dejar las drogas y convertirse en un exitoso director. xD Lo de Kristoff, Anna y Olaf haciendo eróticos tríos es algo que alguien más tendría que escribir porque yo paso. LOL
Ari: Como siempre, gracias por tus hermosas palabras chiquilla, me animan mucho. Es un placer leer tus reviews en cada aventura Helsa. :3 Y de acuerdísimo con que cualquier criatura que sea producto de Elsa y Hans tiene que ser una belleza, una verdadera obra de arte. *w* Ese bebé creció para convertirse en una hermosura, jajaja. ¡Nos leemos pronto, pequeñuela!
SamanTha: Pues bien, ya averiguamos como se llamó el bebé y la que le siguió. ;D Todos nuestros queridos personajes hacen tantas locuras, voy a extrañarlos. De verdad creí que este fic sería más corto que "Pasión de Invierno" y ya ves, yo también me alegro de que se haya alargado pero a la vez estoy feliz de terminarlo; otra historia Helsa, otra aventura que recordar, jajaja. Y es que el Helsa es indestructible, no importa lo que digan los demás, ni siquiera ese malévolo ratón corporativo. e.e Muchas gracias por haberme acompañado en esta historia, tus reviews me encantan. :D ¡Qué viva el Helsa!
Muchos se preguntarán que me depara el mundo del Helsa de ahora en adelante. He estado presente en el fandom por mucho tiempo y las ideas no dejan de llegar. Pero como les comenté, no he tenido días buenos últimamente, mi ánimo ha variado de la felicidad absoluta a la depresión total (etapas de la tía Frozen :(), lo cual me hace sentirme sin inspiración. Aún así tengo en mente terminar con las historias de "Nieve, chocolate y margaritas" y subir una nueva que estoy escribiendo en conjunto con la fabulosa Aliniss, lo cual es complicado puesto que ambas hemos estado muy ocupadas, pero maldición, tenemos que completarla. e.e Será una historia de muy pocos capítulos, de los cuales solo llevamos uno y parte del segundo. xD Más adelante actualizaré mi perfil para que sepan más detalles.
Espero estar de mejor ánimo para traerles todo esto. :) Pero tengo una vida fuera de la computadora y hay cosas que aunque me gustaría, no puedo evitar y me afectan bastante. Aún así aprecio mucho este espacio virtual, a cada una de las personitas que me leen, ya sea comentando o desde el anonimato, y por supuesto a la parejita en la que no dejo de tener fe.
Sin más, muchas gracias a todo el mundo por acompañarme en esta loca aventura que tuvo tantos reviews (más de los que imaginé que conseguiría), tanto apoyo, emoción y que espero les haya hecho fangirlear y reír mucho. Son los mejores lectores que una puede pedir y alegran mucho mis días. :3
Con cariño, y despidiéndose hasta la siguiente historia Helsa, Frozen Fan.
PD. Hoy la tía Frozen se puso un poco emo, pero descuiden, se recuperará. ;)