Capítulo 6: Hermano

Me quedo quieta, inmóvil, como si los pies se me hubieran quedado clavados en la mugrienta y polvorosa alfombra bajo ellos.

¿Sebastian acaba de llamar al fantasma Ciel? Entonces… ¿Estoy frente al fallecido Ciel Phantomhive? Y más importante aún… ¿Cómo es que este chico conoce el nombre de mi tío? Éstas y más preguntas deambulan desordenadamente por mi mente, impidiéndome pensar en nada más.

-¿Sabes? Nunca consideré la posibilidad de que volvieras a poner un pie de nuevo en mi casa, Sebastian.

Noto en el hijo de Rachel algo diferente a lo que sentí al estar frente a su madre. Este chico desprende un aura notablemente más oscura que la de la mujer. Sus ojos muestran mucha menos compasión y juraría que son incluso menos transparentes que los de Rachel, como si desprendieran algún tipo de maldad desconocida que los opacara. Su mirada es de algún modo cruel e insensible, y su sonrisa la cual dista mucho de parecer al menos sincera no ayuda a que mis impresiones por él mejoren, precisamente.

¿Es este el chico que vi en el cuadro en la entrada del vestíbulo? ¿El que sonreía ingenuamente mientras era lamido por un perro?

-Bueno, supongo que las cosas cambian, ¿no?

Mi tío se muestra firme, pero desde mi posición puedo observar como una traicionera gota de sudor baja por su rostro.

Ciel ríe sin una pizca de humor.

-Supongo.

Un escalofrío corre por mi espalda y me apresuro a esconderme detrás de Sebastian con lo que espero sea un gesto discreto y no demasiado cobarde cuando Ciel dirige sus ojos hacia mí y sonríe con una fingida expresión de sorpresa. Este chico no me tranquiliza precisamente.

-¿Quién es esta chica, Sebastian?- dice con voz burlona. Desde su posición flotante desciende lentamente en mi dirección. Antes de que pueda tocarme con sus dedos casi transparentes debido a su condición de espectro Sebastian extiende un brazo que se interpone entre el Phantomhive y yo. Éste, algo sorprendido por el gesto de mi tío detiene su avance, mira a Sebastian y cambia su expresión. Después, sin embargo, vuelve a colocar sobre sus labios esa irritable sonrisa de superioridad-. Hey, Michaelis, baja esos humos, ¿quieres?- me sorprende un poco el lenguaje coloquial del pequeño conde del siglo XIX-. Si no quieres no tocaré a tu "princesa"- dice esa palabra con evidente sarcasmo-; pero quiero que te quede claro de que si no hubiera sido por mí esa niñata- me molesta mucho el término que utiliza para referirse a mí, pero debido a mi actual estado de pánico lo dejo pasar- estaría muerta.

Sebastian frunce el ceño.

-¿A qué te refieres con eso?

Sin embargo Ciel no responde y lo único que hace es sonreír de forma burlesca. Ciel vuelve a ascender por los aires, fuera de nuestro alcance.

Antes de que sea plenamente consciente de lo que sucede a mi alrededor Ciel vuela a toda velocidad hacia una de las paredes del pasillo en el que nos encontramos, dejando que su cuerpo impacte contra el cemento con un horrible sonido. Cuando vuelvo a abrir los ojos no encuentro al chico por ninguna parte. Miro hacia la pared, pero en vez de encontrar al joven conde lo único que decora la pared es una mancha de color rojo ya seca; probablemente ya estuviera ahí antes de encontrarnos con el fantasma. La casa está llena de manchas que no consiguieron lavar debido a su antigüedad.

Desvío mi atención al punto que tan fijamente mira Sebastian con una expresión indescifrable.

Debajo de la mancha roja hay un pequeño cráneo con un oscuro sombrero de copa y un parche del mismo color cubriendo uno de sus ojos.

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Después de la extraña interrupción Sebastian y yo retomamos el camino completamente en silencio. Ni siquiera me atrevo a mencionar el incidente, ni de preguntarle todas las cuestiones que revolotean en mi mente relacionado con ello. Tampoco me animo a hablarle de mi visión de cuando estábamos en la cocina, pese a que estaba decidida a ello unos míseros minutos antes.

Desde que nos encontramos con el hijo de Rachel en el pasillo me siento mal, como si me hubieran pegado un puñetazo en el estómago. Desde que mis ojos se cruzaron con la curiosa calavera estoy como si sintiera ganas de vomitar, incluso he llegado a soltar unas cuantas arcadas de las que mi tío no se ha percatado. Pero curiosamente no es de asco ni desagrado, sino que es más como si ese cráneo me hubiera traído recuerdos desagradables que mi cerebro no puede encontrar. Que no quiere encontrar.

-Eliza… Lizzy, tienes mala cara, ¿sucede algo?

Pues claro que sucede algo, idiota.

-No, nada- contesto decidida-. Bueno, quizá me duele un poco la cabeza; no es nada de lo que preocuparse.

Sebastian se detiene y se gira para encararme. Su rostro me mira serio mientras sostiene mi barbilla con una de sus manos y me la eleva hasta hacer que no me quede más remedio que mirarlo a los ojos. Un gesto que probablemente haría suspirar a más de una mujer.

-Si te sientes mal, deberías salir a que te de un poco el aire. Luces como si fueras a vomitar, Lizzy.

Me deshago de su agarre mientras retrocedo un par de pasos.

-Estoy bien, de verdad. Deja de incordiar. Eres molesto- siento como si algo ardiera en el interior de mi pecho y se qué es: furia, ira-. Es todo culpa tuya- digo en apenas un susurro-. ¡Es todo culpa tuya!- grito-. ¿Cómo no puedes ver el miedo que siento en estos mismos momentos? ¿El pánico? ¡A quien se le ocurre arrastrar a una niña a una mansión maldita! Desde que entramos por esa puerta no han sucedido más que desgracias, ¿no lo ves? ¿¡No puedes velar más por la seguridad de ambos!? ¡ERES UN ADULTO, ¿NO?! ¡DEMUESTRALO!

Me arrepiento al instante cuando esas palabras salen de mi boca. ¿Por qué he dicho eso? Madame Red me regañaría por ser tan maleducada con una persona que solo trata de ayudarme. Mis padres me dirigirían una mirada de reprobación. Mi hermano…

-¡Lo siento!- me apresuro a disculparme-. Discúlpame, Sebastian. Es solo que los nervios, la presión…

-No pasa nada, Lizzy- me interrumpe con voz calmada-. Lo comprendo. No estás acostumbrada a este tipo de experiencias- sonríe-. ¿Sabes? Más de uno hubiera huido hace mucho, pero tu te has quedado conmigo hasta ahora. Eso es todo un logro, ¿sabes? Ni siquiera mis mejores alumnos aceptaron esta petición, y los pocos que se atrevieron a ellos, los menos crédulos a estas historias se acobardaron cuando descubrieron que estos sucesos paranormales no son solo historias que suceden en películas y libros. ¿Quién hubiera predicho que una chica de 14 años tendría más valor que unos alumnos universitarios de 20?- ríe, y siento que es una risa sincera, algo que me hace sonreír-. Eres una chica valiente, Elizabeth Middleford- no puedo evitar reír genuinamente cuando dice estas palabras mientras posa su mano sobre mi cabeza, despeinándome-. Se está haciendo tarde, Lizzy, y la idea de quedarse a dormir en esta vieja mansión no atrae demasiado, ¿no? Además, ¿cuándo fue la última vez que probamos bocado? ¡Estoy hambriento!

Me contagia la risa. Sin embargo, los pinchazos en el interior de mi cabeza interrumpen mi bonito momento familiar. Me llevo una mano a mi rostro y hago una mueca de dolor.

-Elizabeth, ¿qué sucede?

Sebastian suena preocupado. Odio preocuparlo.

-No es nada. Antes de irnos creo que iré un momento a los baños de la casa a refrescarme la cabeza, ¿está bien?- trato de tranquilizarlo con una sonrisa.

-¿Quieres que te acompañe?- se ofrece.

Niego con la cabeza.

-No es necesario. Espérame en el vestíbulo, ¿vale? Apenas tardaré un par de minutos y volveré contigo lista para volver a casa, ¿no?

Sebastian insiste un poco más, pero finalmente se rinde y se encamina escaleras abajo.

-No tardes, Lizzy.

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La planta baja está reformada. Es en cierto modo un alivio, ya que eso quiere decir que el aseo de la casa (o por lo menos uno de ellos) es accesible y dispone de agua potable. No demasiada, es limitada ya que las obras se detuvieron antes de que pudieran conectar el lavabo correctamente al sistema de cañerías, pero algo es algo.

El baño también es espacioso, aunque no me esperaba menos de la aristocracia del siglo pasado. Las paredes están decoradas de azulejos color azul oscuro con detalles en blanco, y siguen un original diseño regular y simétrico, característico de los azulejos árabes. Tanto el suelo como el techo de la estancia es de color blanco.

Me acerco al lavabo y abro el grifo. Dejo que el agua corra durante un par de segundos aun sabiendo que no es ilimitada. Por alguna razón siempre que voy al baño hago eso; supongo que el sonido del agua cayendo me tranquiliza de alguna manera.

Coloco mis manos debajo del firme chorro de agua y las ahueco para poder recogerla. Me las acerco al rostro y me lavo la cara con vehemencia, tratando de poner en orden mis pensamientos. Cuando finalmente termino con mi tarea levanto la vista en dirección al gran espejo situado al frente mía.

-Vaya, ¿tu no eres la chica que acompaña al demonio ese?

Retrocedo un par de pasos alejándome del espejo en el cual se refleja la figura de Ciel Phantomhive en el mismo sitio en el que debería estar mi reflejo. Vuelve a tener sobre sus labios esa falsa sonrisa que tanto me irrita.

-¿A qué te refieres?- por alguna razón ya no me parece tan aterrador como la primera vez que lo vi. Ahora me parece… un niño de mi edad-. ¿Por qué llamas a Sebastian demonio?

No lo admitiría nunca, pero me ofendió que hubiera llamado a mi tío con semejante término.

Ciel cruza los brazos sobre el pecho y se apoya en una esquina del cristal, como si estuviera dentro de una cabina de teléfono en vez de en un espejo.

-¿Por qué va a ser? Porque lo es.

No entiendo una sola palabra que sale por la boca de este misterioso ente, y me frustra el pensar que lo hace a propósito.

-No juegues conmigo.

-No juego contigo- sentencia el fantasma con voz seria-. Admito que me encantan los juegos, pero nunca jugaría con asuntos así- pone cara de fastidio, algo que por alguna razón me causa gracia, aunque no me atrevo siquiera a sonreír en presencia de él-. ¿No deberías mostrarte algo más agradecida con la persona que te salvó, chica?

Frunzo el ceño.

-No tengo nada de lo que agradecerte ya que no sé de lo que estás hablando, fantasma.

-No me llamo "fantasma", ¿sabes?

-Y yo no me llamo "chica", ni "niñata", ni "la-chica-que-acompaña-a-Sebastian", ¿sabes?- respondo, mostrando mi actitud heredara de mi madre.

Me siento por un segundo orgullosa de haberle contestado al chico con ese tipo de respuesta. Solo un segundo.

-¿Cómo te llamas entonces, niña?

-Elizabeth- respondo decidida-. Mi nombre es Elizabeth.

-Está bien, Liz, te contaré de forma clara a lo que me refiero para que esa pequeña cabecita que tienes pueda comprenderlo- me sonríe de forma burlesca y siento que algo se prende en mi pecho. En condiciones normales no le hubiera permitido que me hablara de esa forma ni que usara ese apodo cariñoso que usan mis familiares conmigo, pero esta es una situación distinta, y la curiosidad que siento hacia las palabras que salen de la boca del fantasma consiguen que mantenga la boca cerrada-. ¿Es que ya no te acuerdas de quien te salvo de morir quemada en ácido, Liz?

Lo recuerdo perfectamente. Una mano sujetándome, dándome impulso para poder avanzar y no caer en la piscina de acido sulfúrico en al que me encontraba en el sótano de la mansión.

-¿Fuiste tú?- inquiero desconfiada-. ¿Con qué motivos me salvaste, si se puede saber? No nos conocemos de nada, fantasma, no tienes motivos para salvarle la vida a una desconocida que ni siquiera pertenece a tu mundo.

-¡Qué cruel, Liz!- exclama el fantasma de forma exageradamente melodramática, como si fuera un actor de una obra de teatro-. Ya te he dicho que pares de llamarme "fantasma". Tengo un nombre al igual que tu, Liz, y aunque creo que lo conoces bastante bien lo repetiré; me llamo Ciel Phantomhive, niña. Repite- de alguna manera veo como la mitad del cuerpo del chico sale del espejo, materializándose frente a mí-: Ci-el Phan-tom-hive- repite muy lentamente, como si le estuviera enseñando a contar a un niño de 5 años.

Qué molesto.

-De todas formas… ¿de verdad necesito una razón para salvar a una pobre damisela en apuros? Parecías realmente desesperada, me diste pena, si he de ser sincero. Tu cara estaba deformada por el terror, deberías habértela visto- ríe.

Me sonrojo fuertemente por la vergüenza. ¿De verdad di tanta pena como para conmover a un fantasma? Ciel se está comportando de una forma muy cruel conmigo.

"Me diste pena"

No, debió de haber otra razón aparte.

-Pobrecilla… No estás acostumbrada a esto, ¿no es cierto?- antes de que me de cuenta la figura de Ciel ha salido completamente fuera del espejo y se encuentra delante de mí. Me percato de que es algo más bajo que yo, aunque no demasiado, y me mira con sus fríos ojos azules en una mirada llena de seriedad, desprecio y superioridad-. Los humanos no están acostumbrados a este tipo de vivencias, por eso son tan débiles y frágiles. ¿Pero sabes, Liz? Esto es pan de cada día para los que vivimos en esta casa. Cada pocos días un grupo de humanos estúpidos vienen a visitarnos y se cuelan en nuestra propiedad saltando la valla de la cancela- sonríe levemente. No es una sonrisa alegre-. Pobres ingenuos; supongo que piensan que de esta manera demostraran que son más valientes que el resto de los humanos pero adivina; no lo son- el rostro de comienza a cambiar a una expresión de furia y noto como sus dedos agarran el cuello de mi camiseta-. Aunque claro, nadie cuenta con un pequeño factor. De todos los humanos que han entrado en esta casa nadie ha considerado la posibilidad de que los fantasmas existan. Todo el mundo piensa que no son más que cuentos para asustar a los críos.

Sus palabras me recuerdan enormemente a las que pronuncio Sebastian tan solo minutos antes. Guardo silencio y escucho lo que tiene que decir Ciel, ignorando la presión que hace su mano en mi cuello.

-Es por eso que mi trabajo es espantarlos, ¿comprendes, Liz? Tranquila- dice de repente, como si hubiera notado en mi expresión terror o preocupación-, ningún humano ha muerto en esta casa. Bueno, claro, a excepción de nosotros, por supuesto.

Algo en su historia me conmueve. Puedo ver a través de sus ojos la ira y desprecio hacia esas personas que no paran de perturbar su paz, incluida yo. Al fin y al cabo solo es un niño que trata de proteger lo que es suyo.

-¿Es por eso que me hiciste creer que había muerto? ¿Qué había sido asesinada al igual que mi tío? En la cocina- aclaro.

Ciel abre ligeramente los ojos por la sorpresa y afloja un poco su agarre sobre mi cuello, momento que aprovecho para respirar.

-Eras tú, ¿no?- digo entre bocanadas de aire.

Ciel parece recuperarse del shock.

-Eran mis memorias- sentencia tras un tiempo-. De cuando morí. Los fantasmas nunca olvidamos como morimos, ¿sabes?

No lo dice, pero noto en su tono de voz algo de tristeza y temor. Recuerdo que pasé mucho miedo en aquel "sueño". Ver cómo las manos de aquella temible mujer se enroscaban alrededor de mi cuello y sentir su fría y cruel mirada sobre mí mientras sacaba de su manga un la afilada hoja de un cuchillo. Recuerdo las palabras que salieron de mi boca involuntariamente y el reflejo de un niño de pelo negro y ojos azules reflejado en los ojos de la asesina.

¿Fueron esas palabras las de Ciel?

Miro al chico ligeramente bajo situado frente a mí. Lo mío fue solo una cruel simulación. Lo de Ciel fue real.

De repente siento una terrible lastima por el chaval en frente mío.

-El hombre al que asesinaron y que yo tomé como Sebastian era…

-Vincent Phantomhive. Mi padre. Murió frente a mis ojos- dice.

Noto que su agarre ha sido totalmente disuelto.

Siento como si las paredes del cuarto de baño se acercaran poco a poco, aplastándome. La distancia entre Ciel y yo es demasiado corta. Ahí es donde me percato de una cosa; los fantasmas no respiran. De haberlo hecho probablemente podría haber sentido el aliento del joven conde sobre mí debido a la proximidad.

Extiendo mis brazos hacia Ciel. ¿Está bien abrazar y sentir compasión por un fantasma? ¿Un ente paranormal e inmortal?

-Ni se te ocurra, humana- me sobresalto al oír la voz de Ciel, la cual ha recuperado su tono repelente y frío. Bajo mis brazos con rapidez, inconscientemente-. No necesito la compasión de nadie, y mucho menos la tuya.

Se aleja de mí con rapidez, como movido por un resorte. Frunzo el ceño.

Todo rastro de empatía hacia el fantasma ha sido disuelto en el aire con esa contestación cortante.

-No es compasión- replico-. Es pena.

El rostro de Ciel muestra en un principio sorpresa; luego, enojo. De alguna forma me siento satisfecha por haberle respondido con la misma moneda que él me lanzó minutos antes.

Aun con la ira bulliendo en su interior, Ciel vuelve a colocarse su máscara de la sonrisa falsa.

Molesto. Muy molesto.

- Déjalo. Todo eso es agua pasada, como decís vosotros- hace un gesto con la mano probablemente con la intención de quitar importancia, pero el gesto en sí es pesado y cansado; poco verdadero, como todo lo que hace el Ciel-. De todas formas tu nunca comprenderías lo que se siente al perder a un familiar, mucho menos a toda tu familia- sonríe con superioridad-. No estás en condiciones de sentir pena hacia nadie, Liz.

No digo nada, me quedo inmóvil en mi sitio. Supongo que Ciel lo toma como una invitación para seguir hablando.

-Probablemente tu vida es del color de las rosas en primavera, ¿cierto?- el desdén en su voz es palpable a 30 kilómetros a la redonda-. No sé como vivís vosotros, los humanos ahí fuera, pero una vida muy dura no debéis tener. Déjame que adivine- me mira de arriba a abajo sin ninguna discreción, tal y como hizo en el pasillo donde nos encontramos-; familia rica, adinerada, posiblemente noble, de mucha reputación y prestigio; la típica familia a la que no le gustaría en lo más mínimo que su hija Liz paseara sin su bonito y pomposo sombrero rosa para proteger su delicada cabeza hueca, ni que entrara en propiedades privadas infestadas de fantasmas- me guiña un ojo-.

Sin dificultades económicas, obviamente, y tampoco sociales. 5 ó 6 sirvientes como mínimo que se desloman por mantener la gran casa limpia y cobran a cambio un sueldo miserable, y deben hacer como que les gusta su trabajo para ganarse la confianza del jefe de familia para atreverse siquiera a pedir un aumento, ¿estoy en lo cierto?- como sé que no espera respuesta, no se la doy-. Me lo puedo imaginar; dos chefs en la cocina peleándose por quién cocinará el plato principal, un jardinero gruñón que dedica más tiempo a las flores del jardín que a su propia familia y un grupo de sirvientas, damas de compañía y limpiadoras que aprovechan cada segundo en el que se encuentran para chismorrear sobre con quién está saliendo ese apuesto caballero de la ciudad de al lado.

Durante el tiempo en el que Ciel se detiene para tomar aliento no puedo evitar pensar en los empleados de la mansión Middleford. Mary, Isa, Dennis, Danielle, Linne, Edgar, Finnian, Oscar, Rita, Drew… ¿de verdad os sentís así?

Siento como si un peso pesado se me instara en la boca del estómago.

-Los jefes de la familia; un matrimonio feliz pero ocupado que no tienen suficiente tiempo para su hija pero que aprovechan cualquier momento que les permitan sus apretadas agendas para hacerle compañía. Mascotas; un gato, puede que dos. Siameses. Tranquilos, serenos; no causan problemas y se pasean por la cocina de la mansión con el deseo vago de que en un desliz, un poco de comida caiga al suelo- toma aliento. Siento como si contaminara un aire que no necesita con su simple bocanada-. ¿Y bien?- sonríe.

Me trago mi orgullo y carácter; es necesario que los deje a un lado. Me trago también el momento en el que pregunto cómo ha podido ver todo eso en una simple chica rubia de ojos verdes de 14 años, y en una sudadera normal y unos vaqueros desgastados.

Mantengo la cabeza gacha, con el flequillo rizado y dorado cubriéndome los ojos. Estoy segura de que Ciel piensa que me ha impresionado, que me ha dejado sin palabras y posiblemente en shock; que voy a necesitar varias sesiones de psicólogo para recuperarme de ser leída tan fácilmente.

Puede que sea así.

-¿Hermanos?

Ciel se muestra extrañado por la pregunta repentina, lo noto en su expresión. Frunce el ceño ligeramente y se cruza de brazos.. Noto de nuevo cómo su mirada pasa a través de mí y esta vez dejo que me inspeccione tanto como desee. A estas alturas la sensación de desnudez ya no me importa. Su voz ya no parece tan cargada de odio como la de hace un momento.

-No…- dice poco convencido. Estrecha los ojos, como si de esa manera pudiera visualizar mi vida con más nitidez. Abre la boca un par de veces más, y la cierra antes de pronunciar palabra. Finalmente se lleva una mano a la cabeza, cansado-. No-pronuncia con voz insegura, como si no se sintiera seguro con esa respuesta tan escueta-. No, no tienes hermanos.

Bajo aún más la cabeza, pero esta vez con pesadez. De repente me siento unos 5 años más vieja. Noto los ojos humedecidos y cristalinos, y los cierro para evitar que las gotas caigan por mis mejillas con más rapidez de la deseada.

La voz de Ciel vuelve a resonar en el ahora, por lo menos para mí, minúsculo cuarto de baño. ¿Es preocupación eso que oigo en tu voz, fantasma? ¿Puede un ser sobrenatural el cual disfruta con el terror en las caras de los visitantes sentir pena por una chica llorando?

-¿He dicho algo que no debiese? ¿Me he equivocado en algo?

Edward.

-No…- alzo la cabeza, con las lágrimas cayendo libremente por mis ojos. ¿Desde hacía cuánto que no lloraba frente a alguien? -No te has equivocado en nada… Ciel.

"No estás linda cuando lloras, Lizzy. Llorar es muy triste. ¡Es mejor reír!"

-¿Entonces por qué lloras…Liz?

Hermano.

-Lloro porque todo lo que has dicho es verdad- Mi cuerpo se tambalea en el sitio. Siento como si mis piernas no pudieran sostenerlo. Sollozo-. Todo lo que has dicho es verdad. Verdad, verdad, verdad- golpeo el suelo con los puños. Una asquerosa y sucia verdad.

"¡Ríe conmigo, Lizzy!"

Me aferro a Ciel como si él pudiera reemplazar el calor del cuerpo de mi hermano. Ciel se remueve ligeramente incómodo en el sitio. Le molesta, puede que incluso lo encuentre embarazoso, pero aunque no me abraza ni trata de consolarme tampoco hace ningún amago de apartarme con brusquedad.

-Lloro porque es cierto que no tengo hermano.

"Lizzy…"

Niego con la cabeza con un gesto suave y triste a la vez. Mis cabellos rubios chocan con la mejilla con joven conde.

Edward…

-Ya no.

Muerto.

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¡Hola! ¿Hay alguien ahí? Ho… ¿hola?

¡Sí, ya sé que he tardado medio siglo en subir un nuevo capítulo, pero no me abandonéis, por favor! ¡Donde quiera que estéis: contestad! ¿A qué se debe este siniestro eco? ¿¡Hola?!

Bromas aparte, lamento muchísimo el retraso; ya dije que tenía esta historia un poco abandonada, pero han pasado MESES desde la última vez que la actualicé, y eso es algo de lo que me siento en parte culpable.

Para compensar la larga espera he escrito este pedazo de capítulo de 10 páginas del Word que, eh, tiene mérito. No puedo prometer que de ahora en adelante vaya a ser más responsable con esto de la subida de capítulos, pero trataré de que no pasen 9 meses desde la última actualización ;)

Esta ha sido uno de los capítulos que más he tardado en redactar y, la verdad, no puedo estar más orgullosa del resultado. Descubrimos un poco la vida de Elizabeth al igual que la de Ciel a la vez que se crean nuevas incógnitas que trataré de cerrar en el futuro. No creáis que me olvidado de elementos de capítulos anteriores, p0rque algunos tendrán un papel muy importante e irán ayudando a resolver los misterios que esconde la mansión Phantomhive.

Y, sin nada más que añadir, me voy despidiendo hasta la próxima vez que nos leamos.