14. Angel down
Save that angel
Hear that angel
Catch my angel
Las gordas gotas de lluvia caían repiqueteando pesadamente en el asfalto. David Karofsky detuvo el auto y apagó la marcha. Antes de bajar del vehículo permaneció largo rato esperando que el agua amainase, observando como todas las irregularidades del asfalto, roto y hundido por el paso del tiempo, se transformaban en pequeñísimos estanques y desbordaban creando modestas lagunas en las calles y veredas de ese abandonado sector de la ciudad. Una vez la lluvia hubiese sido menos impetuosa, aunque nunca se hubiese detenido del todo, David se resignó a mojarse, sacó una pequeña linterna de la guantera del auto y finalmente bajó del vehículo. Observó, con su limitada visión debido al clima, la fachada de la fábrica. Incluso con la lluvia pudo notar que estaba aun más deteriorada que el año anterior. Se pregunto cuánto tiempo podría seguir entrando al lugar antes de que los techos se derrumbasen y no quedase más que escombros y un recuerdo del lugar. Rodeo la entrada principal, inútilmente clausurada con ajadas cintas policiales y cadenas oxidadas. La puerta era de madera y estaba hinchada. Una simple patada bastaría para abrirla, pero no quería causar más daño ni alertar a personas sin hogar que pudiesen adueñarse del lugar. Caminó hacia la parte trasera del edificio y trepó por una de las ventanas. Los vidrios estaban rotos y el marco mohoso. Metió la mano hacia el lado de adentro y, con esfuerzo, corrió el pestillo endurecido. Una vez dentro, encendió la linterna y comenzó a recorrer los familiares pasillos, con seguridad pero también con prudencia. A medida que sus pasos se acercaban al rumbo deseado, su corazón comenzaba a acelerarse y a encogerse, su pecho se llenó del familiar cosquilleo que evocaba recuerdos. Al final del pasillo, la curvatura de una pared conocida, marcó el lugar. Apoyó su mano en la pared reverencialmente y acarició la superficie helada con la delicadeza de la mano de una madre al rostro de un recién nacido. Sintió que bajo sus dedos estaba escrito en braille, la memoria de la historia vivida contra el cemento. En un costado, llegando casi al suelo una mancha amarronada y añeja por el tiempo, le avisó que ese era el punto exacto donde quería estar. Entrecerró los ojos y casi creyó poder llegar a verlo nuevamente, pálido y hermoso, sangrante y disponible. El cuerpo adolescente maltrecho recostado sobre la pared, volteando la cabeza y sonriendo amargamente a su suerte. Lo extrañaba, o al menos el sentimiento se parecía a eso. Apoyó su espalda en la pared y bajó suavemente, sin importar el espeso polvo ni la suciedad. Se dejó caer en el mismo lugar donde Kurt Hummel fue suyo y un escalofrío le recorrió el cuerpo entero y sintió que podría llegar a explotar en llanto. El aniversario de ese día lo volvía sentimental e incoherente. Una parte de él había creído que la desaparición de Hummel de su vista iba a aliviar la turbulencia dentro de su alma y quizás lo había hecho, pero nunca del todo. La vida seguía pero aun estaban esos días. A veces creía verlo caminando por la ciudad y se desesperaba, necesitando inmediatamente ver el rostro de la persona para confirmar su identidad, sólo para llevarse la desilusión de un rostro diferente, Rostros ordinarios en personas ordinarias. Ninguna como él. La rutina solía ser la misma todos los años: Visitar la fábrica, rodear el psiquiátrico y esperar verlo. Cada año desde que Hummel hubo ingresado, el iría hasta el patio trasero del hospital con la esperanza de verlo y cada año sus esperanzas se verían frustradas por los caprichos de la vida, que no solían coincidir con sus deseos más profundos.
Detuvo el auto en la misma esquina donde solía hacerlo, y caminó las cinco cuadras de hierba y campo muerto que lo separaban del enrejado. Sabía que esta vez sería aún menos probable encontrarlo en el patio, ya que llovía a borbotones pero una sensación de apremio le apretujaba el estómago con excitación involuntaria. David dio grandes zancadas para subir a la altura donde estaba el predio hospitalario e identificó el arbusto familiar, donde podía observar con la tranquilidad de que nadie lo pudiese encontrar. Se refregó los ojos, secando con su manga las gotas de lluvia sentadas en sus pestañas e hizo un paneo experto del predio abierto. Siempre era lo mismo, él se quedaría observando, nada sucedería y se volvería a su casa creyendo que quizás los rumores de que en verdad el otro muchacho falleció el primer año institucionalizado eran ciertos. Pero no hoy. Para su sorpresa, sentado en un banco bajo la lluvia, había una silueta encorvada. Estaba lo bastante lejos como para poder identificar al hombre inmediatamente pero lo suficientemente cerca como para saber de quién se trataba ese perfil. Su corazón desbocado coincidía con su sospecha, era ningún otro que Kurt Hummel. Se acercó aún más entre los arbustos, temiendo que las rejas estuviesen electrificadas con algún sistema de seguridad moderno. Buscó alguna rama pequeña con la que pudiese llegar a comprobarlo y cuando la consiguió, tocó las rejas advirtiendo una reacción nula de éstas. No necesitó más seguridad que esa para poder pegar el rostro a las rejas y tomar cuanto detalle pudiese obtener de él. Lo primero que notó fue que estaba más delgado de lo que jamás había visto y fue extraño, ya que estaba acostumbrado a su rostro regordete de querubín. Los ojos se veían oscuros y una cicatriz corría debajo del que estaba a la vista. Definitivamente era Kurt. No sabía cuál del grupo de sus amigos se la había hecho, pero recordaba una voz confusa clamar con orgullo un corte profundo.
Aunque hubiese tenido el presentimiento de que hoy no iba a ser un día ordinario, nunca se había planteado de forma realista qué es lo que haría una vez tuviese al otro cerca. Seguro, sus escenarios siempre eran del tipo secuestrarlo y mantenerlo confinado en un sótano que el mismo construiría algún día, o huir del país con documentos falsos. Pero ahora, a penas a metros del tormento de las noches de su vida, no sabía qué era lo que podía llegar a hacer. La situación era abrumadora e injusta. Quería verlo más de cerca, re-descubrirlo, aprender nuevamente todo de él y esta vez no dejarlo ir
Dos figuras blancas se vislumbraron, acercándose a Kurt. David vio como ambos hombres, bastante fornidos, estaban teniendo una difícil tarea impartiendo autoridad sobre la escuálida figura sentada. Antes de que Dave pudiese siquiera pensar algo al respecto, el paciente se puso de pie y ¿golpeó? al enfermero en el rostro. La lluvia estaba volviéndose más pesada y le costaba entender qué sucedía del todo, pero se veía a los tres forcejeando. Uno de los enfermeros sujetó al muchacho por detrás, levantándolo lo suficiente como para que éste tuviese sus pies en el aire. Fue justo en ese momento cuando un ´´No me toques´´, algo acallado por el repiqueteo de la lluvia sobre las hojas, fue oído por David. Era su voz, un poco más rasposa de lo que la recordaba pero era su voz. Kurt, rebelde, gritaba y pataleaba como un niño de dos años que se rehúsa a irse del parque. Los dos hombres finalmente pudieron tomarlo de una forma en la que el paciente estuviese contenido, sin forma de golpearlos y lo arrastraron dentro de las facilidades del lugar.
David Karofsky agazapado en las cercanías del hospital se sintió temblar. No sabía si era el frío, la lluvia o la emoción abrumadora de un re-encuentro.
Kurt apoyó la mano en una de las paredes de la sala de estar del hospital. No se estaba sintiendo del todo bien, como si eso fuese una novedad. Todo había comenzado un par de días atrás cuando, en su afán de evitar a Blaine, terminó bajo la lluvia. Había sido agradable dejar correr por su cuerpo el agua, aunque profusa, gentil. Era un buen contraste a los castigos con agua implementados allí. Estaba teniendo un buen momento. Uno de los pocos buenos momentos en donde olvidaba por completo todo lo que era y simplemente se dejaba ser en comunión con la naturaleza, si es que acaso a ese descuidado parque lleno de maleza podía llamársele así. De esa bonita comunión con la madre tierra salió con un cardenal en la espalda y uno de los enfermeros con un parche en el ojo. Oh, y una gripe. También fiebre por lo que podía reportar en estos momentos. Se alejó de la sala, pensando en cómo iba a poder subir las escaleras que lo separaban de su cuarto. Esperaba que nadie dijese nada, pues no estaba de humor ni en las condiciones de dar batalla cuando le exigiesen respetar el horario de ´´recreación´´. La cabeza había comenzado a retumbarle y las piernas a aflojarse. Levantó la cabeza para ver si había personal que estuviese dispuesto a arrastrarlo arriba y depositarlo en la cama. Doblando por uno de los pasillos vio a Annick que parecía estar mostrando el lugar a, supuso, el familiar de algún nuevo pobre diablo probablemente próximo a ser abandonado allí. Notó como la enfermera lo observó alarmada, no se imaginaba qué tipo de aspecto tendría si logró despertar en ella una emoción que no fuese desagrado. Kurt sintió sus ojos pesados y borrosos. Apretó el borde de la pared con las magras fuerzas que le quedaban intentando no desvanecerse pero no lo logró. Se sintió caer y sabía que su cuerpo iba a romperse en pedazos cuando colapsase contra el suelo, sabía que no tenía fuerzas ni para proteger su propia cabeza. La persona que acompañaba a Annick se adelantó y lo sujetó antes de que su rostro diese de lleno en las blancas baldosas. Kurt levantó la vista y se encontró con un par de ojos verdes. Y esos ojos eran familiares. Esos los veía en todas sus pesadillas. Gritos mudos estallaron en su cabeza.
´´Te atrapé´´ Dijo David Karofsky con una sonrisa.
