-¿Doc? Ey, Doc… -Alfred entró despacio en el pequeño cobertizo del profesor Von Bock el cual estaba a rebosar de relojes de todos los tipos y tamaños. Había algunos con forma de gatos, circulares, de arena… Alfred buscó incluso al pequeño perro del doctor del que se había hecho amigo hacía ya un par de años cuando sin querer coló una pelota de tenis en la casa del buen hombre de ya cincuenta años.

Aunque el doctor Eduard von Bock nunca se enfadó con Alfred sí que le obligó a pagar la ventana. Un día que su padre Arthur le llevó de la oreja a pedir perdón fue cuando se dio cuenta de lo alucinante que era ese sitio. Había un montón de relojes, cables, máquinas y lo que más le gustaba… un gran amplificador, el cual aún seguía empleando.

Alfred cogió la guitarra eléctrica que tenía guardada en casa del científico que ya se había hecho amigo íntimo de este. Silenciosamente la conectó en el amplificador y subió el volumen al máximo. Doc nunca le dejó utilizar el amplificador, según él, estaba en construcción todavía pero ese día era el casting de bandas para tocar en el baile de fin de curso y quería llevarse el puesto a lo grande. Se puso unas gafas de sol y se echó el pelo hacía atrás, tocando en ese momento un par de notas las cuales ni llegaron a sonar, pues el amplificador explotó, saliendo Alfred por los aires.

-¡Aaah! –Alfred cayó contra una estantería, siendo golpeado por los libros y cosas que había en esta. Se incorporó y miró el destrozo que había hecho –Guay… -dijo sonriendo. En ese momento los relojes comenzaron a sonar, al igual que el teléfono. -¿Si? –respondió.

-¿Alfred? –esa voz le era familiar, era el doctor Eduard, a quien Alfred llamaba cariñosamente "Doc".

-¿Doc? Ey, ¿Dónde estás? Han empezado aquí a sonar todos tus relojes…

-¡Mi experimento ha funcionado! ¡Todos están sonando retrasados exactamente quince minutos!

-¡Ey, un momento Doc! ¿Me estás diciendo que son las 8:25? –dijo Alfred con un tono de voz alarmado.

-Si, ¿Por qué?

-¡Maldita sea, llego tarde al instituto! –dijo Alfred colgando y cogiendo su monopatín y corriendo al instituto. Recorrió casi todo ese pequeño pueblo, Hill Valley agarrado incluso a las furgonetas para llegar antes.

Llegó a la puerta del instituto y en ese momento vio salir a Kiku. Era su mejor amigo y aunque había algo entre ellos nunca se atrevió a decir nada sobre el tema.

-Alfred, no entres, Braginski te está buscando… es la tercera vez que llegas tarde esta semana… -dijo, mientras iban escondidos entre los pasillos para llegar a clase.

-No ha sido aposta… es que Doc ha atrasado todos los relojes y…

-Así que sigues viéndote con ese loco, perdona que te diga pero si sigues viéndote con ese loco serás un perdedor, como lo fue tu padre… -dijo el malvado profesor Ivan Braginski mientras sorprendía a ambos jóvenes por detrás y poniéndoles una multa por su retraso.

-Gracias, lo tendré en cuenta… -dijo Alfred cogiendo el papel con cierta chulería.

Braginski en ese momento le miró con su mirada cruel y empezó a reírse con su clásico "kolkolkol" algo que hizo que ambos adolescentes se estremecieran y se dieran la vuelta para volver a clase.

A la salida de clases, Alfred se encontró con sus compañeros del grupo musical "Freedom", decididos a pasar el casting.

-¿Bien, que os parece si tocamos… "Hamburger Street"? –dijo mientras afinaba la guitarra.

-Está bien… -respondieron sus compañeros.

Alfred comenzó a tocar, empezó sobre todo a motivarse tocando la canción que con tanto esmero había escrito, pero uno de los profesores, el señor Edelstein, concretamente el profesor de música.

-¡Chicos parad!

Alfred siguió tocando, hasta que el señor Edelstein cogió un megáfono:

-Parad, sois demasiado ruidosos… el siguiente, por favor…

Alfred no tuvo otra y se bajó del escenario enfadado y rabioso. Kiku estaba esperándole en la puerta, justo para consolar a su amigo. A Kiku le gustaban las mismas cosas que Alfred, los héroes, las batallas y las historias de enmascarados que salvan el mundo. Se conocieron un día en la tienda de comics, cuando a Kiku se le cayó una montaña de mangas que llevaba en brazos. Alfred se agachó para ayudarle y en ese momento, cuando sus manos se juntaron, la de Alfred sobre Kiku, se miraron y ambos sintieron una descarga eléctrica en su interior.

El rubio salió enfadadísimo del instituto, mirando al suelo y caminando hasta la plaza del ayuntamiento de Hill Valley.

-Anda Alfred, párate un momento… -Kiku persiguió a Alfred hasta que logró sentarlo en un banco –no te frustres… tu música es genial, a mí me encanta…

-¡Jamás lograré salir de este pueblo! –dijo, poniendo sus manos en la cara.

-¡Claro que sí! Alfred, manda esta canción a la radio, seguro que triunfas…

En ese momento, la brisa suave soplaba meciendo el cabello de ambos, y Alfred se dio cuenta de que Kiku tenía hoy un toque especial, algo diferente. Se acercó despacio mientras le daba la mano, sus narices chocaron y sus labios estuvieron a punto de besarse pero…

-¡Salvad el reloj de la torre! ¡Salvad el reloj de la torre! –una anciana puso en medio de los jóvenes una hucha, dándoles a la par un folleto. Alfred cogió el papel de color rosa y lo miró. –Hace treinta años le cayó un rayo, pero el alcalde quiere arreglarlo para hacer campaña durante las elecciones. En la asociación cultural de Hill Valley creemos que hay que dejarlo como está…

Alfred sacó de su bolsillo un par de billetes de un dólar y lo metió en la hucha con tal de callar a la mujer, que agradeció el gesto y se fue por el pueblo para recaudar dinero. Alfred vio en ese momento una moto, parecía bastante cara.

-¡Mira eso Kiku! Oh… si la tuviera… no sería genial ir al ComiCon de San Diego en una de esas…

-Puede… pero no iremos tan mal en tu ciclomotor… -en ese momento, llegó un coche y se detuvo frente a los adolescentes. Era el padre de Kiku -¡Oh! Tengo que irme…

-¡Te llamaré esta noche!

-Estaré en casa de mi abuela… -Kiku cogió el papel que les había dado la anciana con información sobre el reloj de la torre y apuntó un número. Acto seguido, le dio un tímido beso en la mejilla y se fue.

Alfred se tocó la mejilla embobado y le miró irse. En ese momento volvió a su casa, encontrando para su desgracia el ciclomotor hecho polvo, al igual que el coche, provocándole un cabreo monumental.

Cuando entró en su pequeña casa encontró a Francis, su padre. Siempre había sido, a ojos de Alfred, un completo fracasado. Gilbert, su jefe, estaba todo el día ordenándole cosas estúpidas como limpiar el coche, ordenar el escritorio o pasear a alguno de sus perros.

-¡Me da igual lo que digas Bonnefoy! ¿Quién me va a pagar la tintorería? ¡Qué me eche cerveza cuando choque! Encima estaba al lado el ciclomotor ese cochambroso…

-Lo s-siento mucho Gilbert… trataré de hablarlo con el seguro e imagino que será el tuyo el que lo pague…

Gilbert agarró del pelo a Francis y le dio un par de tirones:

-¿Hay alguien en casa Bonnefoy? ¡Qué lo haga tu seguro, es tu coche!

-Está bien, lo hare… y te llevare el informe el sábado por la mañana…

-Pero no demasiado tarde, los sábados no madrugo…

En ese momento. Ambos se dieron cuenta de que Alfred había entrado en casa. Gilbert cogió un par de caramelos que había en un bote y se fue.

Alfred tiró su mochila al suelo y miró a su padre.

-¿Pero has visto el coche papa? ¡Está destrozado!

-Lo sé hijo pero Gilbert es mi superior y…

-Déjalo papá… no quiero saber nada de eso… -dijo mientras se metía en su cuarto compartido con su hermano mellizo Matt. Al contrario que el de ojos azules, era tranquilo y estudioso, así como alguien muy silencioso y que casi pasaba por fantasma.

Alfred y Matt eran, en efecto, hijos de un matrimonio homosexual, y habían nacido gracias a unas madres de alquiler que habían fecundado los espermatozoides de sus padres, Francis y Arthur, siendo Alfred el hijo de Arthur y Matt el del francés. Pero las ganas de tener una niña pudo con sus padres, así que adoptaron a una niña, Michelle, que habían traído de las islas Seychelles. Eran una familia un tanto atípica, pero eran felices… sí, bueno, no eran la familia perfecta pero tampoco daban pena.

Arthur arrojó una pequeña tarta sobre la mesa durante la hora de cenar.

-Chicos, tenemos que comernos esta tarta, a vuestro tío le han denegado de nuevo la salida del psiquiátrico… otra vez…

En esa familia por parte de Arthur no era raro que algún que otro miembro tuviera que ingresar en un hospital por ver "seres mágicos". Incluso Arthur decía que los veía… y él en sí era algo extraño también a los ojos de Alfred… bueno, era borracho y con unas ojeras y el pelo muy desaliñado. Era simplemente un amo de casa frustrado que soñaba con ser un músico. Alfred por eso siempre le imaginó como un pijo o ídolo de masas… su padre jamás habría sido como Alfred se lo imagina, un loco punk con el pelo verde…

-Entonces… ¿Mañana te vas con Kiku a San Diego? -preguntó Francis con esperanza de arrojar conversación en la cena.

-No sé cómo… -dijo Alfred con mala leche –alguien se ha cargado el coche y mi moto…

-No me gusta ese tal Kiku… -dijo Arthur sirviéndose otro whiskey –todo el día encerrado en su cuarto y leyendo libros y mangas de esos raros… yo no sería su novio…

-¿Pero quién ha dicho que…? –Alfred se sonrojó profundamente.

-¿Y qué novio debería tener? –dijo la pequeña hermanita de ocho años.

-Pues… en su momento… -dijo Arthur mientras miraba ensoñado a su marido –yo conocí a vuestro padre cuando saltó delante de mi bicicleta, yo volvía de clase de solfeo y nos empezamos a conocer… y me llevó al baile del duende verde… ¿Te acuerdas, Francis?

-Perdona, Arthur… no te oía… -dijo el francés mientras veía un programa de moda.

-En fin, Alfred… que ese chico no me gusta, no lo veo para ti…

Alfred no tenía ninguna gana de discutir, así que simplemente se levantó y se fue a su cuarto. Se puso a escuchar música y se quedó dormido hasta que recibió una llamada de Doc.

-¿Si?

-Alfred, necesito que me traigas a las 2:00 de la mañana una cámara… ¡Hay algo que tienes que grabar!

-Pero a estas horas… -el joven se revolvió en la cama, con claramente una voz de sueño.

-¡Hazlo! Te veré en el centro comercial Roma y Venecia, no me falles… -Eduard colgó. Su voz parecía seria y muy apurada.

Alfred no tuvo más remedio y cogió su monopatín para llegar al parking ya desierto de ese lugar. Solo había un gran camión en medio de ese lugar. Alfred busco a Eduard por todos lados.

En ese momento, se abrió el camión. De ahí descendió un coche, un Delorean y con un pasajero en su interior…


Bueeeno mi nuevo fic, el cual creo que anuncié hace ya un año pero no he escrito nada… y tengo aun dos fics en proceso pero bueno… Espero que os guste, esto ha sido en realidad una pequeña introducción a lo que será la historia, la cual creo que va a ser muy divertida! Aun tiene muchas sorpresas…

Además… se me ha ocurrido que es el dia perfecto para subir esto! 21 de octubre de 2015!