Nota: La primera parte de este episodio –la que tiene letras itálicas- es como un pequeño ojazo a lo que pasará. Aclaro para que no se vayan a confundir.


Capítulo XXI:

"Watashi wo shinjite"

(Confía en mí)

Estaban rodeados.

Incluso a través de aquel espeso manto blanco que era la nieve, eran capaces de verlos. Verlos, sentirlos. Figuras que se movían a su alrededor, con armas en las manos, sigilosos y oh, aunque no pudieran presenciarlo de forma directa, sabían que sonreían. Sonreían de forma socarrona, burlona; festejando de antemano lo que ellos pensaban, sería una victoria asegurada.

Después de todo, eran sólo dos niños en contra de un batallón. Unos niños que jugaban a ser guerreros, así eran como los concebían.

G chasqueó la lengua, tiró su pistola a sus pies, pues poco le servía sin balas, y escudriñó sus alrededores. Había un arco cerca, perteneciente a uno de los que había logrado alcanzar con uno de sus disparos. No era muy de su estilo, pero serviría como arma mientras tanto. Sólo tenía que alcanzarlo, hazaña que sería más sencilla si no tuviera todo el cuerpo adolorido por ciertas heridas que no terminaban de curar.

Maldito país y su maldito clima, maldita gente, maldito todo.

- G, hay-

- Cierra la boca – lo calló al instante – Cierra la boca y escúchame. Tengo un plan.

Ugetsu lo miró confundido unos segundos, unos pequeños instantes, antes de sonreír de forma que podría considerarse, orgullosa. G tuvo ganas de darle un golpe directo en la cara para quitarle ese molesto gesto.

Lo haría. Luego, cuando terminaran con ese pequeño inconveniente que era su situación actual.

- ¿Cuál es el plan?

- Lo diré sólo una vez – gruñó – Pon atención.


La luz del sol que le caía directo en la cara lo hizo soltar un bufido. Cambió de posición, intentado con eso que el rayo de sol desapareciera y lo dejara descansar más. Pero no, no servía; no importaba como se moviera, la luz seguía importunando su sueño.

Un segundo, ¿luz? ¿Sueño?

¿Qué…?

Giotto abrió los ojos de golpe, levantándose de donde quiera que estuviera acostado a una velocidad que hizo que la cabeza le diera vueltas. Se inclinó hacia adelante y llevó una de sus manos hacía su frente, intentado con eso frenar el mareo. No servía de mucho, cabía decir, pues su visión era incapaz de enfocar algo y juraba que la sabana que tenía encima se estaba volviendo más grande, convirtiéndose en un monstro atroz que lo apresaría y lo devoraría.

Intentó ponerse de pie, sólo para descubrir que su cuerpo estaba demasiado, demasiado adolorido como para hacer un simple movimiento sin que sintiera algo parecido a miles de agujas incrustándose en todos sus músculos.

Dolor, dolor, dolor. Auch, auch, auch.

¿Por qué se sentía tan cansado? ¿Por qué era que no podía moverse sin sentir que se iba desmoronar?

– Veo que ha despertado – una suave voz femenina habló – Fue mucho más rápido de lo que creí.

Japonés. Le estaba hablando en japonés.

Giotto alzó la cabeza lentamente, y enfrente de él, la figura de una joven lo saludó y le dedicó una media sonrisa. Irradiaba un aura de gentileza, y parecía, por lo tranquila que se notaba, que estaba acostumbrada a convivir con gente extranjera. Parte de los Satsuma, sin duda alguna; de aquella pequeña fracción que ya aceptaba convivir más con gente de fuera del país de buena gana.

La encargada de cuidarlo. O vigilarlo, dependiendo de cómo lo viera.

– No debería de forzarse, G-g-g – la joven frunció el ceño, saltaba a la vista que batallaba para poder pronunciar su nombre de manera correcta. Aquella mueca en el rostro femenino hizo que Giotto soltara una pequeña risa – G-giotto-dono. El médico inglés dice que no sería bueno para su salud.

¿Para su salud? Como si hubiera pasado algo grave que lo hubiera lastimado….

Y de pronto, todo volvió a su mente. Los recuerdos se amontonaron uno sobre otro, causándole un horrible pinchazo en la cabeza que hizo soltara una exclamación de dolor. El samurái muerto en la nieve, el viaje hacia la residencia en Edo, el fuego esparciéndose, G herido de gravedad y…

Ugetsu. Ugetsu con su espada en la mano brillando en carmesí, con esos ojos que hicieron que sintiera escalofríos aun estando rodeado de las llamas, esos ojos sin vida y llenos de rencor que por unos instantes se mostraron.

Ojos que no los miraron a ellos, sino a un fantasma del pasado.

– Debe de estar confundido… – la chica volvió a hablar – Cuando Asari-dono los trajo a usted y a su amigo de regreso, usted se había desmayado y…

– ¿G? – interrumpió, preocupado – ¿Dónde está G? ¿Qué paso con él?

– Su compañero se encuentra bien – y con esas simples palabras, Giotto sintió que un peso en su alma desaparecía – Despertó mucho antes que usted, hace dos días.

Giotto parpadeó, confundido.

– ¿Cuánto tiempo llevo…?

– ¿Dormido? – completó la chica – Tres días.

Tres días.

Aunque no era un largo periodo de tiempo, Giotto sintió como si media vida se le hubiera ido en esos tres días; más aún si tenía en cuenta las circunstancias en las que había perdido la conciencia. Si G había despertado antes que él, ¿significa que habló con Ugetsu? ¿Le dijo algo? ¿Lo interrogó sobre lo que pasó y las últimas palabras del otro samurái?

Su propia mente dio la respuesta a esas interrogantes. Porque aún, aún entre la niebla de esos días, estaba casi seguro de haber escuchado las voces de sus compañeros. ¿O fue sólo un sueño?

"¡No me vengas con tonterías! ¿Qué confiemos? ¡¿Por qué deberíamos de hacerlo?!"

– Tiene buenos compañeros, Giotto-dono.

– ¿Por qué lo dice?

"Asesino personal del emperador. ¿Cuándo nos ibas a decir quién eres en realidad?"

– Ambos se quedaron con usted todo el tiempo. Se notaba que estaban preocupados.

– ¿Lo hicieron?

"G-san, no es lo que-"

"No me vengas con la excusa de no es lo que parece . No me estoy quejando de un amorío como una novia engañada, me estoy quejando de que todo este tiempo estuvimos conviviendo con un asesino experto y nunca lo supimos. ¡¿En qué tantos peligros nos metimos por eso?!"

– Lo hicieron – luego, la joven frunció ligeramente el ceño – Aunque parecía que estaban algo… distanciados. El shock del accidente, tal vez.

– Lo más seguro – Giotto trató de sonreír, pero no pudo – Lo más seguro.

"¿Qué es lo que me asegura que no harás lo mismo con nosotros?"

"¿Perdón?"

"Ah, ahora suenas molesto. ¿Te enoja que diga la verdad?"

Parte mala de ser tan sensible a todo: Según parece, aun estando en aquel estado sin conciencia total, había logrado escuchar, captar uno que otro intercambio de palabras entre ellos cuando estuvieron a su lado.

Y no le gustaba, en lo más mínimo, lo que podía recordar.

"¿Me estás diciendo que piensas que los voy a matar? ¿Y a ti y a Giotto-san?"

"¿Por qué no? Ese es tu trabajo"

Podría no haberlos visto, pero a través de las palabras dichas, del tono de voz en el que fueron pronunciadas, podía sentir y saber todo. La indignación, la duda, la confusión…

La ira.

"No puedo confiar en ti"

– ¿Se encuentra bien?... – Giotto regresó al presente, a la realidad con ese llamado. Meneó la cabeza y se dignó a mirar a la joven que seguía cerca de él, con el rostro reflejando preocupación – Espere un momento. Llamaré al médico.

– ¿Dónde están? – la chica, que rápido se había levantado, se detuvo y volteó a ver a su curioso paciente extranjero – G y Ugetsu, ¿dónde están?

Ella negó con la cabeza.

– No los encontrará aquí.

– ¿Eh?

La cara que hizo debió haber sido la más graciosa del universo, pues las facciones de la fémina se relajaron y dibujaron una sonrisa.

– Se han ido de vuelta a Kyoto.

– ¿De vuelta a Kyoto?

Bueno, al menos ya sabía que seguía en Edo. Era una ganancia.

– Asari-dono fue llamado para allá por los Satsuma para una conferencia con los Chosu – asuntos de guerra, seguramente – Y G-dono decidió ir con él para-

– ¿G se fue con él? – preguntó incrédulo. La chica asintió – ¿No que se estaban llevando mal?

– Lo estaban, el ambiente era muy pesado cuando estaban juntos-

– ¿Entonces por qué se fue con él?

– Porque-

– No tiene sentido. G es-

– Giotto-dono – la chica cortó sus palabras de tajo – Si quiere respuestas, deje de interrumpirme.

Estaba sonriendo, pero a Giotto no le pareció una sonrisa muy amable. Asintió, tragó saliva, y se quedó callado. Aunque eran amigables cuando los conocías, los japoneses tenían cierto carácter que no era bueno tentar.

– Perdón.

La chica suspiró.

– Se fue a Kyoto para tener más medicamentos para usted. Es la capital, después de todo, se encuentran más cosas ahí que en otra parte del país… – luego, añadió – Y en los puertos, claro. Intentamos convencerlo de que no era necesario que él fuera, pero nos gritó y dijo: "No se los dejaré a ustedes. Yo conozco mejor la medicina en Europa, soy de ahí, ¿se olvidan?"

Típico de G, ir hasta la otra punta del país sólo por el bienestar de Giotto. G, siempre tan leal y preocupado por su persona, aunque usualmente lo metiera en las más escabrosas situaciones. Luego se disculparía con él.

– ¿Realmente necesitaba más medicamento? – preguntó Giotto algo avergonzado.

– El médico dijo que podría quitarle el dolor más rápido de tenerlo – la joven alzó los hombros – Ya sabe cómo son.

Cierto, el médico. Ni siquiera sabía que entre ellos había un doctor inglés, aunque debió de imaginárselo teniendo en cuenta la alianza que tenían. Supuso que tendría que verlo tarde o temprano para que revisara su estado de salud.

– ¿Sabes? No me gusta mucho tener el papel de enfermo – confesó – Me siento demasiado inútil.

La chica le dirigió una sonrisa de ternura.

– Que bueno que no nació mujer, entonces – contestó risueña – Se hubiera vuelto loco de tantos impedimentos.

Giotto rio.

– Lo sé – confirmó – Vaya tontería aquella. He conocido a muchas mujeres que son capaces de hacer mil cosas más que yo. Su condición es injusta.

Otra sonrisa por parte de ella, sólo que esta vez más tenue y más…

Triste.

– La vida es injusta – declaró – ¿No lo cree?


Muérete.

Vete al diablo.

Que te den.

Y esos eran los insultos más leves que había escuchado hasta ahora. Ugetsu estaba seguro de que su vocabulario de malas palabras en italiano había aumentado de manera impresionante ese día, palabras que se aseguró de poner en la lista mental de "nunca utilizar".

Por mucho que quisiera culpa aunque sea tener cierto resentimiento hacia él por cambiar tan drásticamente su trato, descubrió que no podía hacerlo, es más, incluso pensaba que estaba justificado. Se merecía que G lo despreciara por haber ocultado algo tan importante como lo era su verdadera identidad. Quería excusarse a sí mismo repitiéndose mentalmente que se los iba a decir pronto, sólo necesitaba encontrar el momento indicado, pero sabía bien que no era cierto.

Nunca quiso que Giotto y G se enteraran de eso.

Tal vez porque entonces hubiera sido más real. Y el tener ese puesto nunca había sido de su gusto. ¿Por qué estaban reconociendo el dar muerte como un talento invaluable? Era algo que lo destrozaba completamente. No soportaba que le aplaudieran por derramar sangre, que lo consideraran una leyenda por sus asesinatos….

Que creyeran que lo disfrutaba, cuando no era así.

Y ellos, ¿qué hubieran pensando Giotto y G si se los hubiera dicho al instante? Se hubieran alejado sin dudar, y Ugetsu no estaba seguro de haber podido soportar eso. Ellos dos habían traído felicidad y luz donde en su alma sólo quedaba tristeza y sombras.

Había decidido encerrarse un paraíso ficticio antes que enfrentar la realidad. Y justo ahí, estaba la consecuencia de sus acciones.

La repulsión.

El odio.

Incluso tal vez, el miedo.

Ya había perdido la cuenta de las veces que intentó hablarle en el camino, sólo para recibir, en el mejor de los casos, un insulto, o en el peor, una mueca de repulsión y un gruñido de advertencia. "Sólo vengo por el bien de Giotto, no intentes acercarte a mi" le dijo en su primer intento.

Si estuviera Giotto, las cosas serían diferentes. Giotto era ese tipo de personas que tenían la capacidad única de aligerar y alegrar el ambiente con su sola presencia, de ser capaz que las personalidades más opuestas se llevaran bien y de elevar el ánimo en general. Giotto era armonía, y sin su persona, Ugetsu sintió la dolorosa brecha que había entre G y él.

¿Realmente todo lo que los juntaba era Giotto? ¿No iba entre ellos ninguna conexión real?

Las fuerzas que habían abandonado Edo para regresar a Kyoto se detuvieron, tomando uno de esos extraños descansos que se les tenía permitidos. Ya no faltaba mucho para llegar a su destino, y tener unos minutos descanso ahí, en el puente de Koeda, cerca del área de Toba-Fushimi, le permitió al espadachín pensar en hacer un último intento para acercars tratar de solucionar su nefasta relación.

¿Ya había mencionado que las cosas serían más sencillas con Giotto ahí? Bueno, también sería mucho fácil si G dejara de evitar su presencia. Si no fuera por las marcas de pisadas en la nieve que se alejaban del grupo principal y se adentraban a una zona de árboles cercana, Ugetsu hubiera creído que G tenía la capacidad de volverse invisible.

Debió de esperárselo del pelirrojo. Alejarse del grupo principal, aunque eso significara arriesgarse a que lo atacaran.

Solo.

Ugetsu suspiró, y decidió seguir las pisadas.


– Es un modo sumamente interesante. De lograr controlarlo, lograrías incrementar tus habilidades de forma exponencial; una lástima que te falte mucha resistencia física para lograr algo así.

Giotto tosió, escupiendo parte del agua que había logrado beber y tirando el vaso hacia el suelo. La sorpresa de escuchar eso lo había hecho casi ahogarse.

El médico negó con la cabeza, dándole una expresión de nulo interés que, según tenía entendido, era muy típica de la mayoría de los ingleses.

Que embarazoso era toda la situación.

– ¿Tomaste demasiado rápido?

– No, yo…. – Giotto vaciló, mirando al doctor con interés creciente – Sólo que lo mencionara de forma tan sencilla. ¿Usted conoce…?

– ¿Las llamas? – completó, mostrando una sonrisa socarrona que hizo a Giotto sentir un escalofrió de incomodidad – Oh, vaya que las conozco.

– ¿Porqué?...

Dicho y hecho, luego de serenarse, acumular más energías para poder pararse y conocer más de la situación actual, la amable chica había llevado a Giotto a una consulta con el médico ingles que los ayudaba en esos momentos. Su nombre, William Wills. Con él, Giotto había aprendido que su inglés no se comparaba con el de alguien mayor y que ciertamente, los de esa zona no mostraban muchas emociones. Aunque eso sí, sus ademanes tenían cierta elegancia que le llamó la atención.

Todo en la revisión iba bastante normal, no hagas esto, evita aquello, tomate eso otro. Lo cotidiano, al menos hasta ese momento.

Ese momento, en el que el contrario empezó a describir su estado y la relación que tenía éste con las llamas como si hablara de un simple resfriado. Incluso se dio el lujo de nombrarlo como "modo hyper". Ocasionando, claro, que Giotto se ahogara con el inocente vaso de agua que estaba tomando segundos antes.

Ese es el pequeño resumen de las cosas.

– El porqué, ahora no importa mucho – William movió la mano en señal de desdén – Lo importante aquí es, que harás tú, pequeño rubio, para solucionar ese problema.

– ¿Buh? – Giotto hizo una mueca. La confusión y la impresión lo hicieron incapaz de contestar algo coherente. Si aquel gesto le molestó al contrario, no dijo nada y simplemente se concentró en mirarlo y en seguir con su discurso.

– Si realmente quieres sacarle provecho a tu poder, necesitas ejercitarlo.

– ¿Ejercitarlo? – inquirió – ¿Cómo podría hacer algo así?

– ¿Cómo es que un atleta logra los resultados que tiene? ¿Cómo es que los del ejército logran soportar las duras jornadas? – contestó en forma de preguntas – La respuesta es simple: con entrenamiento. Tu cuerpo es demasiado débil ahora para soportar el ritmo y la fuerza que te otorga el "modo hyper".

Sonaba lógico. Tanto que se sintió algo tonto por no haberlo pensando antes.

– Si lo que quieres es controlarlo – explicó – Necesitas fortalecerte, entrenar. Tan sencillo como eso. Y este país – abrió los brazos, como si quisiera señalar todo a su alrededor – Es perfecto para ello.

Las artes marciales que se practicaban, la disciplina que estas requerían, el balance que tenían entre arma, cuerpo y mente; todo, todo eso eran mentalidades y supuestos que bien valían la pena imitar. William se dedicó a darle ejemplo tras a ejemplo de eso y de lo mucho que podría ayudarle las maneras japonesas para controlar su poder. Además, al ser Japón un país no industrializado, todavía quedaban varias aéreas verdes en cuales hasta el más experto de aventuras en Europa tendría problemas: montañas, cascadas, llanuras; escenarios perfectos para entrenar y aprender de la energía de la naturaleza.

Japón era su oportunidad ideal para controlar el ya nombrado, "modo hyper".

Y Giotto mentiría si dijera que las palabras de su curioso acompañante no lo llenaron de expectación.

Tampoco mintió cuando le preguntó abiertamente por qué le estaba diciendo todo eso a alguien que era un adolescente, a los ojos de muchos, todavía un niño. ¿No era eso extraño? En respuesta, William rio y le dijo, con una sonrisa que imitaba los toques de tristeza de la joven japonesa quien lo vio despertar, que "podría ser joven, pero sus ojos reflejaban más dolor y sabiduría que la de muchos adultos"; además "se notaban llenos de bondad", no tenía por qué preocuparse de un mal uso de fuerza.

Giotto se sonrojó con esa respuesta y desvió la mirada hacia otra parte.

– Me sorprende encontrar a alguien que también sepa de la existencia de las llamas – admitió el médico luego de unos segundos – Aunque me alegra, esto de jurar no decirle a nadie de ellas y por lo tanto, no tener con quien hablarlo es bastante tedioso.

– ¿Prometer? – el más joven ladeó la cabeza – ¿Le prometió a alguien no hablar de las llamas?

– Con justificación – aclaró – Por mucho que me duela decirlo, esa persona tenía razón. ¿Quién sabe que podrían hacer las personas con poder con ellas? Él era un militar, bien iba a saber lo que haría el ejército si las usaba como armas.

– ¿Un militar? – una punzada en su cabeza, una voz que le susurraba palabras que no era capaz de comprender. Sus sentidos le decían algo, le querían comunicar algo; como el mar que avisa a los que lo recorren de una tormenta cercana.

El mar.

– ¿De la marina inglesa? – se aventuró a decir.

El mayor asintió, mirándolo con curiosidad.

– Dijiste que eras italiano, ¿no es así? – Giotto contestó con un "sí" – ¿De qué parte?

– Sicilia.

Un sonido parecido a una risa salió de los labios de William.

– Vaya curiosas coincidencias. Tal vez incluso lo llegaste a ver. Fue para allá hace unos años, antes de que Italia se unificara.

– ¿Ah, sí?

Inconscientemente, la imagen de una iglesia llena de gente herida y una canción de plegaria vinieron a su mente. Los gritos que eran murmullos ahí dentro, la luz de la noche que se filtraba por los vidríales, el sonido de unas botas resonando en el suelo de piedra y…

Unos ojos azules oscuros que lo miraron fijamente durante unos segundos.

– Raymond Spade – susurró Giotto. Aunque baja, su voz fue audible para el médico, que lo miró como si de un adivino o un fantasma se tratara – Raymond Spade. Es él de quien habla, ¿no es así?

– En definitiva, eres alguien de sumo interés – Giotto prefirió tomar esa respuesta como un "sí, es él" – Estoy seguro que Sir Spade hubiera estado contento de que lo recordaran con esa facilidad.

– ¿Hubiera?

El hecho de que William estuviera hablando en pasado no se escapó de sus sentidos. Menos aún, cuando el médico lo miró con cierta compasión reflejada en sus usuales rígidas facciones.

– Murió – afirmó con cautela – Una expedición fallida cerca de estas tierras. No es una noticia que el imperio británico tenga muchas ganas de esparcir, como bien podrás notar.

Se preguntó si tal vez, como se quejara G en tiempos pasados, era muy sentimental cuando se trataba del tópico de la muerte, pues Giotto sintió como su estómago se le revolvía y las ganas de vomitar aparecían. Y ese azul, ese azul de sus ojos seguía tan presente, como una especie de presagio. Como si le dijera "no olvides".

Pero, ¿por qué no debería de olvidar?

– ¿Era alguien cercano a ti? – por supuesto, con su reacción no culpaba a William por creer que tenía alguna relación cercana con Raymond. Incluso a él le estaba pareciendo exagerada su forma de actuar – ¿O tal vez era porque te llevabas con su hijo?

Ugetsu lo había mencionado, ¿no era así? Que Raymond tenía un hijo.

– ¿Acaso…?

– Desaparecido – William negó con la cabeza – De él no se encontró nada. Si me lo preguntas lo más posible es que esté muerto. Aunque…. – la tonalidad cambió, y como si se tratara de una mujer que se inclina a otra para contarle la más jugosa historia, el médico se acercó más Giotto y le habló en tono confidencial – Ciertas personas que son de viajar mucho, afirman haber visto a alguien parecido en Prusia.

¿Prusia?

¿Acaso no era Prusia el más grande aliado que tenía Italia en esos momentos?

El mundo era tan pequeño cuando se le veía de esa manera, tan pequeño.

– Entonces… – Giotto se atrevió a decir con una media sonrisa que, más que de alegría, parecía de nerviosismo – Tal vez un día me lo llegue a encontrar, ¿quién sabe?


– Es peligroso estar aquí, ¿sabes?

– ¿Más peligroso que estar contigo?

Ugetsu frunció el ceño.

– G, enserio…

– ¿Ahora soy sólo G? ¿Qué sucedió con el "-san"?

– ¿Todo lo que digo lo tienes que usar para molestarte?

– Sí. ¿Algún problema?

No estaba funcionando. Nada de eso estaba funcionando.

Ahora empezaba a pensar que hubiera sido mejor no encontrar a G. Mejor se hubiera rendido y lo hubiera dejado ahí, limpiando su arma a solas, aunque significara un potencial peligro pues podían atacarlo por sorpresa y nadie de la tropa se enteraría.

Unos segundos pasaron, y el italiano le dedicó un brusco gesto y una mirada hostil.

– ¿Sigues aquí?

– Por supuesto que estoy aquí – sonó resignado – G, por lo que más quieras, deja de comportarte como un niño y habla conmigo.

Se escuchó un fuerte "click", el sonido de la pistola cargada y lista para disparar. Instintivamente, Ugetsu sintió sus músculos tensarse y estuvo a nada de desenvainar su katana cuando el cañón de la pistola lo apuntó.

– No me llames niño – escupió el pelirrojo – Y lárgate antes de que decida jalar el gatillo.

– Linda amenaza. Es una lástima que no me importe que lo hagas.

G sintió sus venas arder ante el tono calmado y a la vez, descarado con el que las palabras fueron pronunciadas. Con rabia, dirigió su vista hacia Ugetsu quien lo miraba de forma impasible.

– Me temo que subestimas a las armas de Occidente.

– Y me temo que tu estas subestimando mi velocidad – la ira se empezaba a filtrar en su ser. No lo quería, pero la negativa del pelirrojo de ni siquiera querer escucharlo lo estaba llevando a un límite al que no quería llegar – ¿Qué no es por eso que estamos en esta situación? ¿Por mis habilidades que hacen que sea quien soy?

"Quien soy". Esas palabras no necesitaban gran explicación. Ambos las entendían.

Asesino del emperador.

– Perdóneme, su majestad – G habló con furia – Se me olvidaba lo letal que puede llegar a ser.

– G-

– Giotto confió en ti, ¿sabes? Él nunca quiso preguntar algo porque pensaba que estabas en una situación difícil.

¿Qué?

– ¿Es esta alguna táctica de occidente para confundir el enemigo? – se aventuró a decir. La mirada sardónica de G estaba tan llena de burla que le fue imposible no pensar en ello.

– Chico listo – G ladeó la cabeza, una sonrisa torcida en su cara – Es así, pero al menos estoy diciendo la verdad. Y mira que por momentos me convencí de que Giotto tenía razón.

– ¿Entonces? – recriminó exasperado – ¡Déjate de tantas vueltas y dime directamente lo que piensas G!

– ¡Yo quería confiar en ti! – G rechinó los dientes, la mano que sostenía el mango de la pistola tensa – ¡Agradezco no haberlo hecho al ver lo mucho que pareciste disfrutar de matar a ese samurái esa vez!

El rostro de Ugetsu se deformó en una mueca de sorpresa y horror, retrocediendo unos pasos como acto reflejo.

¿Disfrutar? ¿Parecía que él había disfrutado de matar a alguien?

– La broma no es graciosa, G.

– ¿Quién dijo que fue una broma? – acusador, su tono era acusador – Debiste haber visto tu expresión, y créeme, dudo mucho que me tengas en tan alta estima como para sentirte realmente ofendido de que alguien me lastimara.

No. No era así.

Ugetsu sí apreciaba a G, tanto que cuando escuchó los gritos de Giotto no dudó ni un segundo en correr hacia donde estaban.

Pero algo había salido mal. Cuando los vio a ambos tan indefensos, a Giotto incapaz de movers punto de ser asesinado, ahogándose en su propia sangre, algo en su mente se rompió. Retrocedió en el tiempo, a una parte de su memoria que prefería estuviera sellada para siempre: una casa ardiendo y los llantos de una pequeña niña italiana que daba sus últimos suspiros.

Brina.

Su querida Brina.

Cuando las dos imágenes se superpusieron, creando un cuadro de macabra verdad con una voz en su mente que le susurró con diversión: "Volverás a perder algo importante", el instinto y sed de sangre que le habían inculcado a base de golpes, llanto y muerte, despertó; liberando al temido asesino que guardaba muy celosamente en su interior, pues odiaba esa parte de sí mismo que fue creada a base de odio y penas.

– ¿Te has quedado sin palabras? – rugió G – ¿Es así? Bien, ahora lar-

– No es la primera vez que veo algo así.

G se quedó quieto y trató de entender el significado de lo dicho. Los puños de Ugetsu temblaban a sus costados.

– No es la primera que veo algo así – volvió a decir – Aquí se les da caza a los extranjeros, ¿se te olvidó? – ahora era él quien parecía acusarlo – ¿Cuántas veces crees que vi morir a alguien enfrente de mi por la estúpida idea de que eran barbaros ruines? ¡¿Cuántas veces crees que lo he visto G?!

G abrió la boca, pero las palabras no salieron. Por esos escasos segundos sintió que su ira flaqueaba, y es que tal vez era que Giotto le estaba pegando demasiado sentimentalismo, pero podía jurar que los ojos de Ugetsu en ese momento estaban brillosos.

Como si quisiera llorar.

– Como si pudiera creerte – farfulló – ¿Quién dice que no estás inventado todo?

– ¿Necesitas una lista de nombres? – preguntó con arrogancia – Eres-

– ¡No te muevas!

– ¿Qué…?

G jaló el gatillo.

El disparo resonó por el bosque, haciendo que una pavada de pájaros saliera huyendo por los aires.

Pasaron unos segundos antes de que la respiración de Ugetsu volviera a la normalidad. Segundos suficientes para que el eco de un cuerpo cayendo detrás de él llamara su atención. Volteó hacía atrás, topándose con la vista de una nieve que se empezaba a tornar roja, unos ojos sin vida que miraban hacia arriba, y una mano que sostenía una katana.

Un samurái de los Tokugawa.

– No malinterpretes – rugió G – Si mueres, Giotto se pondrá triste.

Lo había….

Protegido.

G había disparado hacia un samurái que iba a atacarlo.

– Te dije que aquí podría ser peligroso.

– ¿Ahora me vas a reprender?

El que alguien de la tropa enemiga estuviera ahí no era una simple coincidencia, y ambos lo sabían. Eso sólo significaba que había más, más guerreros que se acercaban hacia donde estaban ellos y los demás de los Satsuma. Y el disparo, nada sutil, debió de haberlos alertado de su presencia en esa zona alejada de los otros.

Bonito lío en el que se habían metido de un segundo a otro.

– Si no vas a ser alarde de tus dotes de asesino, quítate de mí vista – se quejó mientras caminaba hacia adelante – Tengo trabajo que hacer.

– No estarás pensando en que puedes enfrentarlos tu solo.

– No lo estoy pensando. Lo haré – corrigió.

– Déjame a ayudar – ofreció – Los dos podemos acabar con-

No – G ya estaba lo suficientemente cerca de él como para poder tomarlo de su ropa y darle una mirada de asco – Tu no vas a interferir.

– Te estás sobre estimando.

– No interfieras o lo lamentaras – gruñó –Tú y yo no trabajamos juntos. Puedo sólo con esto, sólo obsérvame.

– Eres peor que un niño – Ugetsu frunció el ceño, y de forma altanera, cruzó los brazos mientras lo miraba de soslayo – Muere en el intento entonces.

– Si no te callas, cuando termine con ellos tú serás el siguiente. Ya veré como explicarle a Giotto tu infortunada muerte.

El ambiente tenso volvió a aparecer. Y Ugetsu que había pensado que lo había salvado de buena manera en una muestra de compañerismo.

G pasó a su lado y, fijando su vista entre follaje de los árboles y el blanco de la niebla, empezó a disparar sin dilación. Su mirada fija en sus objetivos, así fueran sólo sombras, sin prestarle la más mínima atención a Ugetsu y, en su defecto, a sus lados.

Ahí estuvo su error.

En los segundos en los que se tardó para recargar la pistola, una figura se coló entre su defensa y estuvo a punto de cortarle el brazo de un movimiento. G sólo pudo escuchar como el hombre gritaba de dolor y caía al suelo, para luego observar los mismos ojos sin vida que se encontró por primera vez hace tres días volvían a aparecer, esta vez a unos cuantos metros de él.

Ugetsu arqueó una ceja en su dirección mientras su espada goteaba pintura carmesí.

– Impresionante – comentó burlón – No duraste ni un minuto.

– ¡Cállate! – le grito, volviendo su mirada hacia delante a tiempo para esquivar otro ataque de otro enemigo. Como bien habían supuesto, la tropa siguió el sonido de los disparos y se dirigía hacia ellos a paso veloz.

G le dio un golpe en la espalda con su codo, el samurái enemigo perdió el equilibrio y el pelirrojo aprovechó el momento para darle una patada directa en el estómago, dejando al samurái sin aire y logrando que se desmayara, luego, sin vacilación, el italiano lo remató con un disparo en el pecho. Las tropas de los Tokugawa estaban llenas hombres así: Samurái tradicionales, con armas básicas, con ropa que casi no los protegía y los hacia lentos, blancos fáciles para las artimañas acostumbradas de Occidente.

Cerca de él, Ugetsu se había encargado de dos más con una rapidez que le dio escalofríos.

Y los sonidos del bosque les decían que todavía quedaban varios más por venir.

– Tsk – G chasqueó la lengua, volviendo a disparar a cada figura que veía – Maldición.

– G, deja eso – Ugetsu le urgió – A menos que tengas más de 50 balas, dudo mucho que puedas vencerlos de esa manera.

– Te dije que cerraras la boca.

Disparar, esquivar, bloquear, golpear. Cerca de él, Ugetsu hacía lo mismo, acabando con los que salían de otras partes con su hábil manejo de la katana.

Pero simplemente no dejaban de aparecer. Parecían moscas sobre algún dulce, hormigas saliendo de su hormiguero.

Eran demasiados como para acabar con ellos por separado.

– ¿Sabes? Pienso que si fueras más seguro de ti dejarías de tener ese irracional miedo a que Giotto-san te deje.

– No tengo idea de que me hablas.

Chocaron de espaldas. Sin poder con tantos enemigos a la vez, ambos terminaron retrocediendo.

– ¿Acaso no eres tan huraño con otras personas porque te da miedo que él consiga a más amigos y te deje? Tú sólo lo tienes a él, después de todo.

G quiso reír de la parodia barata que le estaba pareciendo la situación. Parte de su autoestima estaba siendo gravemente lastimada al darse cuenta de lo fácil que un maldito maniático de la música japonés había logrado leer a través de todas las capas de comentarios sardónicos y burlas que había puesto en su persona.

– ¿Me estás sugiriendo que te tengo miedo por eso? – habló con incredulidad – ¿Fumaste opio o algo parecido?

– G, tú también eres mi amigo – señaló – No sólo Giotto, tú también. No estás perdiendo nada.

– Ah, pero sentimental eres. ¿Un asesino no debería ser lo contrario?

Estaban rodeados.

Incluso a través de aquel espeso manto blanco que era la nieve, eran capaces de verlos. Verlos, sentirlos. Figuras que se movían a su alrededor, con armas en las manos, sigilosos y oh, aunque no pudieran presenciarlo de forma directa, sabían que sonreían. Sonreían de forma socarrona, burlona; festejando de antemano lo que ellos pensaban, sería una victoria asegurada.

Después de todo, eran sólo dos niños en contra de un batallón. Unos niños que jugaban a ser guerreros, así eran como los concebían.

G chasqueó la lengua, tiró su pistola a sus pies, pues poco le servía sin balas, y escudriñó sus alrededores. Había un arco cerca, perteneciente a uno de los que había logrado alcanzar con uno de sus disparos. No era muy de su estilo, pero serviría como arma mientras tanto. Sólo tenía que alcanzarlo, hazaña que sería más sencilla si no tuviera todo el cuerpo adolorido por ciertas heridas que no terminaban de curar.

Maldito país y su maldito clima, maldita gente, maldito todo.

- G, hay-

- Cierra la boca – lo calló al instante – Cierra la boca y escúchame. Tengo un plan.

Ugetsu lo miró confundido unos segundos, unos pequeños instantes, antes de sonreír de forma que podría considerarse, orgullosa. G tuvo ganas de darle un golpe directo en la cara para quitarle ese molesto gesto.

Lo haría. Luego, cuando terminaran con ese pequeño inconveniente que era su situación actual.

- ¿Cuál es el plan?

- Lo diré sólo una vez – gruñó – Pon atención.

G pensó que luego de salir de esa situación debería de pedir un premio, una recompensa por ser capaz de explicar el funcionamiento de las llamas de la última voluntad en menos de un minuto y a la vez, explicar todo el plan que se le había cruzado en la mente en ese momento.

Pudo ver un destello de duda en los ojos de Ugetsu, pero claro, ¿quién no tendría dudas cuando le piden utilizar un poder que nunca ha utilizado y ni siquiera sabe que tiene? Incluso G seguía teniendo problemas para usarlo.

– Es demasiado-

– A la cuenta de tres.

Ya habían desperdiciado demasiado tiempo en la plática. Prácticamente, todas sus rutas de escape estaban bloqueadas por varias decenas de soldados que, la única razón por la que no seguían atacando era porque parecían disfrutar bastante del momento de tener a dos enemigos "rendidos".

¿Qué no burlarse era una falta de honor o algo así? Bah.

– G, espera-

– Uno

G tensó sus piernas, preparándose mentalmente para un buen dolor luego de aquello.

– G-

– Dos.

Se seguían amontonando, buena señal.

– ¡G!

– ¡Tres!

Ugetsu gritó algo parecido a un "¡maldición!" mientras, por acto reflejo, cerraba los ojos y, antes de hacer el movimiento indicado, se repetía mentalmente, una y otra vez las palabras de G.

"Imagina tu voluntad en forma de llama"

Voluntad en forma de llama. Como si fuera tan sencillo.

Curiosamente, lo fue.

Blandió la espada, liberando con ese movimiento una ola de llamas azules que impactaron directamente contra los infortunados que tuvieron la mala suerte de estar en primera fila. Salieron expedidos hacia atrás, en contra de sus propios compañeros o chocando directamente contra los árboles que habían sobrevivido a ser destruidos por el golpe de la flama. ¿Cuánto daño hizo eso? Unas cortaduras graves, quemaduras tal vez, golpes: daño físico grave, sin duda alguna.

Pero eso no había acabado: Las llamas se habían esparcido como una onda, dejando a los otros en un estado de debilidad inmediata y casi inusitada. Varios cayeron al piso de rodillas.

Atributo de la tranquilidad. Letal, cuando sabías como utilizarlo.

G sonrió cual gato al ver aquello. El maldito maniático de la música tenía talento.

Sin perder más tiempo, se lanzó hacia adelante. Se deslizó por la fría nieve, arañando su ropa en el proceso, tomó el arco entre sus manos, quitó del carcaj de la víctima una flecha, volteó hacia atrás en donde la otra parte de la tropa que había salido ilesa ya estaba a nada de atacar en contra de Ugetsu, se concentró, apuntó…

Y disparó.

Un torrente de llamas rojas salió despedido. Llamas que pronto incineraron la flecha y el propio arco de madera que G sostuvo y crearon un camino entre la nieve, sumiendo a los que alcanzaba en un pequeño infierno de dolor, calor extremo y el sentir de su piel desapareciendo en segundos. El italiano estaba molesto, cabreado en todos los sentidos de la palabra y su estado de ánimo pareció reflejarse en el poder de destrucción de las llamas.

Atributo de la desintegración. Perfecto para alguien como G.

Cuando la danza de llamas azules y rojas se hubo extinguido, apenas habían pasado unos segundos.

Toda una tropa destruida y dejada fuera de combate en unos segundos.

– No tienes por qué preocuparte por los que todavía están conscientes y golpeaste con tu llama – G habló mientras se dejaba caer al suelo, sin importarle el tacto contra la fría nieve – Si lo que esa vieja bruja de Sepira dijo era correcto, estarán así un buen rato hasta que recuperen la energía, o morirán porque su corazón u órganos no están haciendo su trabajo. Demasiada tranquilidad puede ser dañina.

– ¡¿Eh?!

– A los que yo les di fueron menos suertudos. Ellos sí no se van a recuperar.

Ugetsu empezó a balbucear un sinfín de cosas que G no se molestó en entender. Prefería quedarse ahí acostado, ignorando los demás sonidos un rato antes que escuchar las mil y un preguntas que tenía el espadachín por hacerle. Además, quería tomarse un respiro antes de tener que salir corriendo hacia donde estaban los demás de los Satsuma a avisar que el enemigo se acercaba -pues estaba seguro que esa pequeña guarnición era solo el principio de la verdadera fuerza de batalla- .

Y no era por presumir, pero también quería que su ego se subiera un poco luego de haber deducido de forma correcta que el maniático de la música poseía esa llama azul, a la que Giotto muy inocente había bautizado como "Llama de la lluvia".

Su plan había sido un todo o nada. Si se equivocaba en la capacidad de Ugetsu de crear las llamas, o en su defecto, hubiera salido otra, las cosas hubieran sido distintas. Nunca lo admitiría, no abiertamente, pero había confiado en el talento y la personalidad verdadera de Ugetsu para idear todo ese plan.

Confió en él. Que fastidio.

– ¡G! ¡G! – Ugetsu se quejaba, casi gritándole en la cara – ¡Deja de ignorarme y responde!

Ahora que lo pensaba, ¿cómo había nombrado Giotto a la llama roja? ¿De la tormenta?

– ¡G!

Si lo analizaba, era algo curioso. Tan curioso como la combinación que acababan de hacer ellos dos.

– ¡G!

Lluvia y tormenta.

Y las cosas se tornaban todavía más graciosas si tenía en cuenta que fue Ugetsu, la lluvia, quien había atacado primero.

Después de todo, la lluvia siempre precede a la tormenta.


¡Hola a todos!

Nuevamente, una disculpa por tardar. Enserio, la escuela es un ser especial que no te deja mucho tiempo libre. ¡Y miren que ya había planeado este capítulo desde que publiqué el anterior!

Capitulo centrado, principalmente, en G y Ugetsu. ¿Qué les ha parecido? Espero sinceramente que la escena de batalla se haya entendido. Escribir una batalla es más complicado de lo que parece.

También he puesto algo de Giotto y el modo hyper. Recuerdo bien que, en la saga de los Varia, cuando Tsuna está entrenando, Reborn menciona que el Primero (dígase Giotto) también tuvo que entrenar para dominar ese modo. ¡Qué mejor lugar para poner ese entrenamiento que en Japón!

Umm, esta vez no hay muchas anotaciones. Sólo como siempre, mi agradecimiento por seguir la historia. Grazie!

Atte: ElenaMisaScarlet