Disclaimer: Katekyo Hitman Reborn! no es mío, es de Amano Akira. Hago esto con motivos de entretenimiento.
"Memoria"
Prologo
Japón, 1892.
Si miraba con atención, podía notar la interesante mezcla de culturas que ya empezaba a filtrarse a la vista. Y esto, inconscientemente, le causaba un extraño retorcijón en el estomago. No era desagrado ni mucho menos fastidio, como bien delataban otros ojos menos discretos, era más bien un sentimiento de nostalgia, de dolor que por más que lo intentaba no podía hacerlo desaparecer.
¿Cuántas veces se lo había preguntado? ¿Cuántas noches había pasado en vela recordando con amargura lo que sucedió al final?
Arrepentido de no haber podido conservar a todos unidos.
De los errores que cometió.
De haberles fallado a quienes habían confiado en él.
¿Había hecho lo correcto en abandonarlo todo? ¿En salir del país y empezar en otro como si nada hubiera pasado?
Otro retorcijón, una herida emocional que se volvía a abrir un poco y que sabía que no importaba cuánto tiempo pasara, nunca cicatrizaría por completo.
– ¿Sawada-san? – dio un pequeño brinco, la súbita voz lo sacó de sus pensamientos y lo tiró devuelta a la realidad – ¿Está bien? No tiene buena cara.
– Sólo un pequeño dolor de estomago. Ya pasará – contestó – Agradezco su preocupación – el hombre lo miró unos momentos antes de asentir con la cabeza, despedirse haciendo una cortés reverencia y volver a caminar en dirección hacia su propio hogar.
Suspiró. Ni siquiera se había dado cuenta de la presencia de aquel conocido suyo hasta que habló. Supuso que era algo bastante descortés, pero esperaba que él lo tomara como una costumbre extranjera todavía arraigada en él.
– ¡Otosan, otosan! – cambiando la mueca de cansancio por una sonrisa cariñosa casi al instante, volteó hacia la entrada de su hogar y vio a un pequeño de cabellos rubios corriendo animadamente hacia él.
– Yoshimune(1), ¿qué haces aún despierto? – preguntó, contiendo una risa ante el gran abrazo que le daba su hijo – ¿No deberías estar ya dormido?
– Okasan me dio permiso – respondió, rompiendo el contacto y mirando a su padre con ojos brillosos y expresión entusiasmada. El mayor arqueó una ceja ante la emoción que contenía el niño – ¡Eso significa que puedes contarme de una vez quienes son ellos!
Frio y repentino. Un sentimiento desagradable, como un balde de agua fría que de pronto le fuera aventado sin ninguna advertencia. Había esperado al menos tener la noche para meditar bien lo que iba a decir, ahora eso no era posible.
"Aki(2), cariño. ¿Tenias que darle permiso para dormirse tarde justo hoy?" Pensó para sí mismo.
– ¿Otosan? – dijo dubitativo. No le gustó el cambio repentino en el rostro de su padre cuando menciono aquello – ¿Te encuentras bien?
– ¿Estás seguro de querer escucharlo ahora? – sin responder a la pregunta de su hijo, contestó con otra interrogante – La historia es bastante larga y-
– ¡No importa que lleve toda la noche! – interrumpió con ahínco – ¡De seguro es una historia impresionante! ¡Todos ellos se ven bastante geniales!
Ahí estaba, no tenía escapatoria. Menos aún con la ojitos esperanzados del pequeño que le rogaban le contara quienes eran esas personas que estaban en la foto de su reloj de bolsillo, que significaba la leyenda "Givro eterna amicizia" que se podía leer marcada en el reloj detrás de la imagen, de que era el escudo que sobresalía en la tapa y porque las manecillas se encontraban paradas en la hora 12:04.
En contra de su naturaleza, maldijo por lo bajo el momento en que Yoshimune tuvo que encontrarlo mirando con una extraña sonrisa y mirada (a las propias palabras del menor, aunque él las definiría más bien como una gran añoranza y melancolía) al reloj, que el niño hubiera logrado ver la fotografía y que muy ingenuamente él hubiera accedido a dárselo para que le diera una pequeña ojeada con la condición de que fuera en extremo cauteloso con el aparato. Notando la seriedad de sus palabras, Yoshimune había observado el reloj como si fuera el objeto más frágil y delicado del mundo, fue entonces cuando le pidió que le contara el origen de éste.
Lo malo era que aún no se sentía con el valor de contarlo todo. Tal vez podría narrar sin ningún problema el primer deseo, los primeros encuentros y las primeras bromas e incluso reírse ante los recuerdos, sin embargo, no estaba seguro de poder relatar los últimos capítulos de aquella historia sin soltarse a llorar de pesadumbre.
Pero se lo había prometido a su hijo, y después de tantas promesas que dejó inconclusas no tenía ganas de añadir otra a la lista, por más pequeña que fuera. Al menos, seguía y siempre seguiría honrando y cumpliendo el pequeño juramento grabado en su preciado reloj de bolsillo.
Con una media sonrisa difícil de descifrar y una mirada cristalina, el joven padre dejó que su corazón empezara a recordar y a escribir la historia.
Sintiéndose más débil que nunca en su vida, tomó la mano de su hijo y avanzó hacía el interior de la casa, con los ojos infantiles mirándolo fijamente en una mezcla de curiosidad y preocupación. Tal parecía que había heredado de su padre esa intuición para leer a los demás.
– ¿Sabes dónde está Italia?
– ¡Por supuesto! – respondió – Es el país de la bota.
El padre rio.
– Exactamente, el país de la bota – confirmó, no sin un deje de orgullo – Todo empezó en ese país, aunque bien, al inicio todavía no era un país como tal.
– ¿No era un país? ¿Entonces qué era?
– Varios pequeños estados con el anhelo de estar juntos. Hubo varias personas que lucharon por ese deseo, para que se hiciera realidad.
– ¡Tiene cierto parecido con la historia de aquí! – comentó el niño – Hace tiempo, Japón también estaba dividido. Fue el primer shogun quien lo unificó, ¡el que tiene tú mismo nombre, papá!
Por supuesto que conocía eso, de esa persona había sacado parte de su nombre actual. Tokugawa Ieyasu, el unificador. Recordaba la sonrisa de Ugetsu mientras le explicaba esa parte del pasado que Japón tenía en común con Italia.
– ¿Es así? – fingió no saberlo – Es realmente curioso.
La puerta se cerró detrás de ellos. Yoshimune, emocionado, no tardó en encontrar su lugar de espectador cerca de la entrada al jardín. El niño le sonrió a su padre de forma alentadora, dándole ánimos para empezar.
Era como si su hijo supiera que una parte de él necesitaba externarlo. Necesitaba recordar, reír y llorar. Tal vez así la herida empezaría a sanar.
Así, Sawada Ieyasu empezó a contar su historia.
– Todo comenzó con un sueño…
Palermo, Italia; 1902
El sonido de sus pisadas hizo eco, pero para su suerte nadie apareció. Agradeció aquello, pues en esos momentos no tenía ánimos que alguien lo escuchara y viniera a irrumpirlo. Su estado emocional no estaba para aguantar a más personas sorprendidas, a hombres con caras toscas que lo veían de reojo o señoritas de finos modales que le coqueteaban de manera discreta pero constante.
Al menos parecía que le tenían respeto a ese lugar. Si bien, se preguntaba si aquello venía de un sentimiento verdadero o era una fachada más de falso honor que tanto parecía caracterizar a aquellos personajes.
Esperaba que fuera algo real, una cripta era un lugar de respeto.
La cripta de la familia era un espacio impresionante, más parecido al interior de un palacio que a un lugar de sepulcro. Columnas de mármol blanco se elevaban al techo que tenía forma de cúpula, cada una con su propia lámpara para alumbrar la estancia. Lo primero que se veía al entrar era un amplio salón totalmente blanco, con asientos de madera al estilo eclesiástico y un altar al fondo; si uno caminaba hacia al altar y daba vuelta a la derecha a la altura de éste, se encontraba con un gran pasillo que daba directo hacia una reja de un color dorado finamente elaborada y llena de ornamentos de acero. Abierta la reja, unas pequeñas escaleras de no más de medio metro daban acceso a la sala donde yacían los restos de los más destacados miembros de la familia.
La sala de los jefes y sus guardianes.
Hasta ahora, pese al gran poderío de la familia, la sala era el refugio de dos generaciones. La segunda había pasado el bastión a la tercera de forma reciente hace no más de un mes al finalizar una guerra con otras tantas familias, donde, sorprendentemente, Ricardo, el llamado Rey de los bajos mundos, había caído, y con él, sus guardianes. El Tercero asumió el cargo poco tiempo después, demostrando ser digno heredero del Segundo adoptando su política de ataque.
Cosa curiosa. Que él supiera, sólo Vongola utilizaba títulos como "guardianes" en vez de los rangos establecidos en la mafia de "caporegime", "capomandamenta" y demás. Si lo pensaba bien, era de esperarse: Primo nunca quiso crear una organización criminal, sino una de protectores, de guardianes para la gente.
La localización de las tumbas en el salón era algo de llamar la atención, con eso nunca nadie podía acusar a la familia de no venerar a sus fundadores. Las tumbas de los primeros se encontraban colocadas en el muro del fondo de la gran sala, siendo las primeras que veías debido a la ostentosidad de éstas y a su ubicación de frente a la entrada; a los laterales, en los largos muros de los costados, se encontraban localizados los que serían los espacios para las siguientes generaciones, hasta ahora, sólo ocupado uno por la segunda.
Las esculturas que se encontraban al lado de las tumbas eran una obra de arte digna de admiración: la piedra tallada parecía cobrar vida. Las facciones bien delineadas y las arrugas de la ropa, así como el detalle que poseía inclusive el cabello te hacía pensar que en cualquier momento los antiguos miembros despertarían a través de la roca y empezarían a hablarte.
Era en esas esculturas donde pudo reconocerlos a todos.
A la segunda generación, recién colocada en su descanso.
A la primera generación. Las personas de la foto en el reloj.
Recorrió cada una de las tumbas, deteniéndose en cada escultura para tratar de reconocer en esas figuras a aquellas personas que de alguna manera ya conocía: a través de las historias, de las anécdotas, de la risa y el llanto. Y lo hizo, en cada una de ellas las palabras dichas hace años volvían a resonar en su mente, reviviendo esa historia que prometió nunca olvidaría.
Dejó a los líderes al final.
La estatua del Segundo retrataba su poderío y ferocidad, con su mirada penetrante y su rostro serio. Todavía era difícil para él aceptar que zio Ricardo estaba muerto desde hace unos meses ya, su indomable fiereza era difícil de rivalizar. Hubiera deseado conocerlo más allá de recuerdos, era familia, después de todo.
Detuvo su andar al llegar a la tumba del Primero, recién construida y esculpida gracias a las fotografías que se conservaban del fundador. Los Vongola le habían agradecido con exagerado fervor el gran favor que le hizo a la famiglia de comunicarles que la llama de Primo se había extinguido y que su deseo era que descansara en su tierra natal. El recién coronado Terzo incluso le ofreció un puesto en la agencia de CEDEF, confiando ciegamente en el talento contenido en su sangre y sus capacidades.
Cabe destacar que no lo hizo por ninguno de los altos miembros actuales, no quería relacionarse con hombres de palabras dudosas y comportamiento contradictorio. Lo había hecho por él. La razón por la que estaba en Italia y había revelado su identidad era porque quería que él yaciera en la tierra que amó y protegió, junto a las personas que fueron su verdadera familia.
Su mirada se posó en la estatua. Era extraño verlo de esa forma, con el traje formal haciéndolo lucir más imponente, los guantes en sus manos denotando fuerza y grandeza, la pose digna de la realeza. Pero pese a todo, logró reconocerlo en sus facciones. No eran duras ni toscas, no reflejaban ni altanería ni superioridad; eran suaves, valerosas y atentas. No era el rostro de un criminal lleno de maldad, sino de alguien firme pero comprensivo.
Era él. Y al darse cuenta de aquello, su alma empezó a sollozar. El escudo de tranquilidad y entereza que había erguido en su persona desde el día en que él falleció comenzó a desmoronarse.
Comprendió por fin el hecho simple pero tortuoso para los vivos, de la muerte.
El choque de realidad lo golpeó duramente. El tiempo retrocedió dentro sí y se sintió nuevamente como un niño. Alargó la mano para poder tocar la escultura, el frío de la roca al tacto lo recibió y con éste, una presión en el pecho. Por muy realista que el tallado fuera, no era él; no podía sentir su siempre presente calidez, su aura fraternal o su constante comprensión. Él se había ido, había muerto; y como buen niño abandonado lo único que pudo hacer fue llorar, dejar que las lágrimas que había retenido fueran liberadas y por fin, afrontar la perdida.
Era difícil, casi imposible aceptar lo que pasó. Todavía quería estar a su lado, todavía necesitaba apoyar la cabeza en su pecho, depender de él y buscar consejo y confianza en sus ojos, esos ojos cariñosos, tan tranquilos, serenos y alegres de siempre.
Pero la vida casi nunca nos daba lo que queríamos, ¿no fue él mismo quien le había enseñado eso?
– Papá – le susurró a la piedra, a la tumba donde yacían los restos de la persona que más había querido en el mundo – Perdona no poder tenerte al aire libre, era demasiado peligroso.
En cualquier momento un ataque podría destruir un cementerio ubicado en el exterior, por eso la creación de la cripta fue necesaria. En el subsuelo, los restos estaban fuera de peligro. Entendía esto, pero aun así estaba decepcionado de que su padre no pudiera ver una vez más aquellos campos dorados de Sicilia, o sentir la brisa marina del puerto de Palermo.
– Pero no tuviera importado mucho, ¿no es así? – prosiguió, con la infantil esperanza de que su padre pudiera escucharlo. ¿No era eso parte del milagro de Vongola? ¿Almacenar el tiempo de las anteriores generaciones? – Lo verdaderamente importante es que al fin estás de nuevo en casa, de nuevo estás con tu familia.
Su pecho dolía. Las lágrimas empezaban a nublarle la vista y sus sollozos resonaban por la cripta, entrecortados y temblorosos. Hubiera podido quedarse ahí eternamente, tiritando de dolor y pena, pero un escalofrío repentino le recorrió el cuerpo.
Un aire anormal hizo que se le pusiera la carne de gallina. Alerta, posó su mirada en cada rincón del gran salón esperando encontrarse con algo fuera de lo usual, la intuición heredada de su padre empezó a gritarle dentro de su cabeza con frenesí.
Cuando su mirada se encontró con una tumba en especial, su cuerpo se tensó. Dudoso e inseguro, dio unos pasos hacia ella.
Daemon Spade lo saludó con su clásica sonrisa altanera grabada en su estatua.
Cuidadosamente ubicada de forma en que la tumba pudiera pertenecer tanto a la parte de los primeros como de los segundos, el lugar de descanso del Guardián de la Niebla también era uno relativamente nuevo. El único sobreviviente de la Segunda generación en la guerra masiva más reciente había muerto unos días después de aquello, o al menos, eso fue lo que le habían dicho.
Por una extraña razón, Yoshimune no estaba tan seguro de eso. Si recordaba bien lo que su padre le había dicho…
– Oh, ¿había alguien aquí?
Volteó al instante, alejando su mirada de la tumba. En la entrada del salón se encontraba un joven de más o menos su edad, cabellos negros y aspecto nervioso.
– ¡Perdona! Me pidieron checar que todo estuviera en orden. Ha habido tantos funerales últimamente que Terzo quería asegurarse de que todo estuviera bien y…
El chico calló en el momento exacto en que lo miró, en que verdaderamente lo miró. Sus ojos lo escrutinaron con tanta intensidad que Yoshimune pensó que estaba hurgando dentro de su ser, buscando, quitando capa tras capa de fútiles disfraces hasta llegar a su verdadero yo.
Era una sensación incomoda, pero no del todo desconocida. Un inusual sentido de dejavu llegó, no tanto por la acción, sus rasgos fuertemente italianos siempre atrajeron miradas en Japón por lo que estaba acostumbrado a que la gente se le quedara viendo, no era tanto por ser observado, era más bien la incomprensible sensación de que esa misma persona ya había realizado ese mismo gesto antes, tiempo atrás.
Los ojos del joven se abrieron. La sorpresa y el reconocimiento deformaron su gesto, y sus pies dieron unos pasos hacia atrás.
– Mio Dio, eres su hijo.
Yoshimune ladeó la cabeza. Un sentimiento que no sabía cómo definir se asentó en su pecho, uno que era una extraña mezcla de alegría y temor.
– ¿Te conozco? – preguntó con sincero interés y suave voz. Los pasos que el chico había retrocedido, Yoshimune los dio hacia delante. Estaba casi seguro de que la respuesta era afirmativa. Ya lo había visto, se habían visto.
¿Cuándo y cómo?
El joven se congeló en su lugar.
– Yo, eh, realmente… – empezó a balbucear, enfocando su atención hacía el suelo marmoleado en vez de a su acompañante – Es difícil no reconocer al hijo del fundador, fue un caos cuando todos se enteraron que existía otra línea sanguínea. ¡Quiero decir! No es que sea algo malo. Y varias personas siguen hablando de ti, ¡no es que yo ponga mucha atención! Es sólo que- – y siguió excusándose, contando cosas incomprensibles en el proceso, nervioso hasta los huesos. Daba gracia verlo, y por eso mismo el hijo de Primo se hecho a reír con tantas ganas y clamor que el sonido hizo eco en las paredes de la cripta.
Fue durante unos segundos, pero Yoshimune estuvo seguro de verlo. El chico había volteado rápidamente, mirándolo como si hubiera reconocido el gesto, como si hubiera reconocido la risa. Luego, su expresión volvió a cambiar a la preocupada y nerviosa que tenía cuando llegó y lo vio. Un cambio de mascara inmediato.
¿Acaso era posible que…?
– Perdóname a mí. Realmente no debería de estar aquí, pero… – volteó a ver la estatua de su padre, tan gloriosa y distante a la vez – Quería verlo una vez más. Lo necesitaba – dijo con sinceridad, limpiándose con el dorso de la mano el resto de las lágrimas que todavía surcaban su rostro.
El joven dio unos pasos vacilantes, observando a la tumba de Primo Vongola con expresión indescifrable.
– ¿Por qué regresarlo a Italia? – preguntó, su tono de voz serio – ¿Por qué no dejarlo quedarse en donde se había ido?
– Porque ahí no estaba su familia. Ni tampoco era su hogar.
El chico volteó a verlo, confuso. Yoshimune pudo detectar en ese pequeño gesto más sinceridad que en todo su actuar anterior.
– Tú eres su hijo.
– Lo soy.
– Eres su familia.
– Sí. Pero ellos también lo eran – al decir estas palabras, Yoshimune movió el brazo de forma suave, señalando a las tumbas de los primeros enfrente suyo – Lo fueron durante mucho tiempo.
– Lo fueron, eso es pasado – el joven respondió con un ceño fruncido – Él se fue, los lazos se rompieron hace años. Bajo ese escenario, ¿por qué realizar la acción innecesaria de volver? – negó con la cabeza en un claro signo de frustración – Incluso en el hipotético caso de que esa peculiar conexión siguiera presente, algo inverosímil teniendo en cuenta las circunstancias, la muerte no es algo que se pueda revertir. El hecho de engañarse a uno mismo con la ilusión sentimentalista de un reencuentro entre gente que ya hace tiempo ha fa-– detuvo su soliloquio al notar la mirada de intriga del hijo de Giotto, sus ojos claros y de ese mismo toque naranja como los de su padre lo observaban atentamente. Las palabras se atoraron en su garganta, y con una mueca estampada en su rostro, dirigió su vista hacia otro lado.
Yoshimune sonrió. La forma de hablar, el tono utilizado e incluso las palabras que su compañero usó tenían un sello particular que toda persona con lazos en Europa reconocería. Era el actuar de alguien educado y engreído, arrogante pero discreto.
Era el porte de un aristócrata.
En Vongola lo imposible se volvía posible.
– Lo que dices es cierto, puede parecer una tontería lo que hice teniendo en cuenta que todos sus guardianes han muerto. Es sólo que… – una pausa, un momento para pensar bien las palabras que iba a decir a continuación. La persona a su lado se merecía la explicación más sincera que pudiera dar – Papá nunca los olvidó. Ni un solo día pasó sin que pensara en ellos.
La mirada escéptica que le dedicó el contrario hizo que soltara una pequeña risa. He ahí alguien que no creía en sus palabras.
O más bien, tenía miedo de creerlas.
– ¿Cómo decirlo? Su corazón estaba tan unido y atado al de ellos por un lazo formado por los innumerables hilos de preciosos recuerdos que compartieron que cada segundo lejos de esta tierra y de su querida familia era un martirio, un castigo autoimpuesto por la sola idea de que les falló; de que les había fallado justo a las personas que más importaban. Por eso decidí ayudar a papá a regresar a su hogar, para que la pena terminara y pudieran volver a estar juntos, al menos en espíritu. Dudo que a ellos les moleste este hecho, ¿no crees?
Un silencio pesado que fue rotó por un suspiro triste.
– No, no realmente – admitió – Todos ellos hubieran estado felices de volverlo a ver y estar de nuevo juntos.
– ¿Todos ellos? – cuestionó – ¿Realmente lo crees? A decir verdad, tenía algo de miedo. Siendo un grupo de siete, tal vez…
Otro silencio. La mirada del joven se posó en las tumbas, y en ese pequeño gesto alguien atento encontraría los dejes casi imperceptibles de un brillo triste reflejado en las pupilas y una expresión melancólica en los rasgos. Alguien atento como Sawada Yoshimune.
– Todos ellos – confirmó – Sin ninguna excepción.
"¿Escuchaste eso, papá?"
– Me alegra escucharlo. Es un alivio.
Parte del peso en su corazón desapareció. Desde el momento en que había escuchado la historia de su padre, su deseo había sido que todos los guardianes hubieran apreciado sus lazos tanto como Giotto lo había hecho. Todos, sin ninguna excepción.
Era reconfortante ver que su anhelo era real.
– ¿Cuál es tu nombre? – preguntó. Si seguir con ese pequeño juego de disfraces y apariencias era necesario para poder mantener ese inesperado encuentro, Yoshimune bien podía seguir jugando el tiempo necesario – Perdona mi descortesía, y pensar que hemos estado hablando sin conocer esa información elemental.
Volteando a verlo, el chico parpadeó un par de veces con suspicacia antes de responder.
– Daniel Stefaggio.
– Gian Vongola – se presentó. Había adoptado un alias italiano cuando decidió hacer todas aquellas peripecias. Amaba a su padre, y por eso mismo no iba a tirar a la basura sus esfuerzos por que no se conociera su paradero después de retirarse, ni los de él ni los de su familia sanguínea. Tal vez más adelante los descendientes de Primo podrían identificarse sin necesidad de alias ni secretismos, pero por ahora era muy pronto.
Si bien, no importaba mucho como se presentara. Después de todo, esa persona sabía su verdadero nombre y donde encontrarlo si quería ir a por él o su familia.
Siempre lo supo, pero nunca había intentado hacerles daño.
– Dime, Daniel. ¿Quieres escuchar una historia?
– ¿Una historia?
Yoshimune asintió.
– La de mi padre. La de ellos – respondió – Me la contó hace unos años debido a mi insistencia, y se ha quedado grabada a fuego en mi mente desde entonces.
Daniel parecía interesado. Yoshimune sonrió.
– Tomaré eso como un sí – declaró en tono victorioso – Entonces, vamos a ver…
Se sentó en el suelo de mármol de la cripta, mirando hacia las estatuas de su padre y sus compañeros. Daniel, sin hacer el menor ruido o mostrar la menor afectación, se colocó a su lado.
– Todo empezó con un sueño. El sueño de un niño atrapado en medio del caos mundo.
Sus palaras hicieron eco.
– La violencia era la ley a seguir, el dolor el constante de vida y la muerte el único final deseable.
Podía escucharlo. Podía escuchar la voz de su padre decir las mismas palabras. Estaban guardadas en su mente, tan claras y nítidas como si la historia hubiera sido contada hacía apenas unos minutos.
– Giotto era su nombre. De sueños demasiado grandes y fantasiosos, el niño tenía un único deseo: Ser capaz de proteger.
Siempre que pensaba en el inicio no podía evitar sentirse algo tonto. Cuando su padre le contó la historia la primera vez, Yoshimune no sabía que el verdadero nombre de su progenitor era Giotto. Al principio creyó que ese niño era un amigo suyo y que iniciar con él era la mejor forma de explicar a las personas del reloj de bolsillo y su propia historia. Mientras más iba avanzando, Yoshimune entendió.
Su padre era Giotto Vongola, no Sawada Ieyasu.
Su hogar era Italia, no Japón.
Su familia eran sus guardianes, sus preciados amigos y compañeros.
Su historia era única y digna de contarse.
– Así de imposible como lo ves, Giotto no estaba solo. Había personas, personas igual de dementes que él que compartían el mismo sueño. Cada uno de ellos era diferente y a la vez idéntico. La edad, la clase social, la nacionalidad, nada de eso importaba, pues lo que los unía valía más que todo. Su deseo de cambiar el mundo a mejor era más fuerte.
Por el rabillo del ojo pudo notar como Daniel sonreía de medio lado. Una sonrisa entre orgullosa y nostálgica.
– Esta es la historia de la fundación de Vongola.
(1) Sawada Yoshimune: Cuando se muestra el árbol genealógico de Vongola, ese es el nombre del hijo de Giotto.
(2) Aki: En japonés significa "otoño", se me hizo un lindo nombre para la esposa de Giotto en Japón.
Ciao a todo aquel que lea esto. Antes que nada, me gustaría agradecer que llegaran a leer este pequeño prologo de la historia.
¿Qué puedo decir? Adoro a la Primera Generación con todo mi ser y su historia se me hace de lo más interesante, es una lástima que Amano no nos diera mas de ellos en el manga, suerte que esta la saga de la herencia en el anime para calmar un poco las ansias.
Desde hace un tiempo, quería realizar un fic de cómo se fundó Vongola pero por "x" o "y" razón no me atrevía. Agradezco a una amiga mía por darme más ideas y decirme que lo escribiera. Aunque si soy sincera, creo que yo misma terminare haciendo sufrir a mi corazón con esto, pero bah, ¡vale la pena!
El titulo, lo saque el ending 1 de Fate Zero. La letra es muy bonita a mi parecer y creo que, tanto ésta como la tonada le queda a la Primera Generación.
Tenía muchas ganas de escribir a Giotto como padre y la interacción con su hijo. En mi mente melodramática, estoy totalmente segura de que era un padre fenomenal y Yoshimune lo adoraba, he ahí por qué quise poner al hijo llevando a descansar a su padre en donde él sabía estuvo su felicidad y hogar. Y creo que resalta la verdadera identidad de Daniel, ¿no es así? Un encuentro entre ambos tenía demasiado peso como para no ponerlo.
Y por si lo notaron, estoy ubicando el fic en periodos históricos reales. Trato de basarme lo más que puedo en hechos históricos reales, aunque claro, en ocasiones me tomaré la libertad de inventar infinidad de cosas.
No sé qué más decir, sólo que espero contar con el apoyo de todos para esta historia.
¡Gracias por leer!
Atte: ElenaMisaScarlet. Re-escrito en Marzo 2020