París, estoy aqui.
Bella es una amable maestra de niños Sordos, su mayor sueño es viajar a París, justo cuando su sueño se hace realidad Bella se dará cuenta que las dos cosas que le heredó su papá, el amor por el francés y la lengua de signos no fueron al azar. Las divertidas aventuras y alguien muy especial que irrumpirá en su vida harán que el regreso a Estados Unidos sea mucho más difícil de lo que imaginaba.
Capitulo 1: La tentación Vive arriba.
-¿Como que no hay ascensor?- Protestó mirándolo incrédula.- Es una broma ¿no?
-Pero Isa, Si este sitio es una ganga.
-No me llames así, te he dicho mil veces que lo odio. – Expreso de mala gana.
Como si no la oyese, Jacob seguía contemplando la fachada de aquel edificio señorial.-Vi las fotos en una web de alquileres, se trata de una buhardilla* típica de París con ventanas de mansarda*. ¡Te va a encantar!
-¿Una Buhardilla? Eso quiere decir que está en el último piso.- Renegó a punto de perder la paciencia.
Maldita la hora en que se le ocurrió aceptar la invitación de aquel Tacaño. No es que esperas una suite en el Ritz*, pero su idea de un fin de semana romántico se asociaba a un hotelito con encanto, paseos por la orilla del Sena y cenas a la luz de las velas en cualquier café de Montmartre; no con hacer la cama, barrer el suelo de una buhardilla de alquiler. Ni mucho menos de subir las maletas por las escaleras hasta el séptimo piso.
Jacob ajeno al mal rato que Bella estaba pasando, tecleo la clave numérica del acceso al portal y, al entrar, la visión de aquel zaguán con tanto encanto apaciguo el enfado de Bella. Un rectángulo sin mobiliario alguno, que impresionaba en su sencillez gracias al colorido zócalo de azulejos en el que predominaba el azul y que debía datar del lejano 1913 en que se construyo el edificio, según rezaba un discreto y antiguo cartelito con el nombre del arquitecto. Dominando la pared del fondo, unas puertas de madera con vidrieras de arabescos Art Nouveau permitían el paso de la luz natural. A la derecha de esas se distinguía una segunda entrada que comunicaba con las escaleras de acceso a las viviendas. Incluso los buzones alineados discretamente en vertical tenían solera.
Jacob cerró la pesada puerta enrejada y ella arrastró la maleta con la sensación de avanzar por el túnel del tiempo hacia la Belle Époque.
-Qué bonito es todo esto.- reconoció.
-Ya te lo decía yo. ¿Ves como siempre tengo razón? – expresó Jacob con una suficiencia que sacó de quicio a Bella.
Pero se quedó con la réplica escociéndole en la punta de la lengua porque un chirrido de bisagras les hizo mirar al fondo. Ni él ni ella esperaban que el portón doble, bella reliquia de épocas pasadas, se abriera de par en par y sin ayuda de nadie. Era evidente que habían añadido un sistema de apertura moderno que se accionaba con control remoto.
Se quedaron aun más pasmados al ver que, de lo que parecía un patio con jardín privado salía un motorista a lomos de una Honda de gran cilindrada. Jacob y Bella se hicieron a un lado para dejar paso, el portal de hierro se abrió solo también y la moto salió a la acera con el ronroneo inconfundible del acelerador contenido. Bella la siguió con la mirada. Se notaba que el tipo que iba encima estaba acostumbrado a dominar una maquina potente. Sin poder evitarlo, continúo la mirada clavada en los anchos hombros cubiertos por una chaqueta de cuero hasta que giró a la derecha con un acelerón y se alejó a todo gas en dirección a la avenida Republica.
Entonces cayó en la cuenta de que, bajo sus pies, el suelo era de adoquines. Bella calculó la anchura de la puerta por la que acababa de desaparecer la Honda y adivinó que aquel portalón de hierro tan imponente se ideó para permitir el acceso a los coches de tiro de caballos y a los primeros autos a motor de principios del siglo XX hacia las cocheras del jardín, seguramente ocultas por las otras puertas de madera. Imagino a un portero de uniforme saludando a los ocupantes de un vehículo de época, justo donde ella se encontraba un siglo después, y sonrió con esa escena en la cabeza.
La voz de Jacob la trajo de nuevo a su agobiante realidad, allí lo tenía esperándola en el umbral de la puerta que daba a las escaleras, sonriéndole con sorna, con lo poco que le apetecían a ella las bromitas.
-¡Por fin! – dijo con un entusiasmo que a Bella empezaba a resultarle intragable. – Venga Isa, ánimo y para arriba, que solo son siete pisos, a ver si no te haces vieja.
¡Serás idiota! – pensó ella.
¿Vieja con treinta recién cumplidos? Como si los dos no supieran que él le llevaba once años, a pesar de que se quitaba dos porque tenía un terror horroroso a cumplir esa cifra maldita que empezaba por cuatro.
Bella se juró a si misma que en cuanto regresaran a Seattle iba a dejarle las cosas claras a Jacob. O sea, tenía que terminarlo y dejarse de compasión. Pero en París no era el momento, no fuera a ser que le montara un drama de los suyos. Cada día que pasaba se arrepentía más de haberse emparejado con aquel egocéntrico. Llevaban juntos dos meses y las últimas dos semanas Bella se juraba todas las mañanas que ese día era el último, pero en cuanto Jacob la miraba con esa cara de perro atropellado se sentía incapaz de mandarlo a la goma, a pesar que la agobiaban los hombres débiles y llorones, y a este en particular se le escapaban las de cocodrilo a la menor provocación.
Mientras maquinaba la manera menos cruel de acabar con aquella relación que la tenia agobiada, tiró de su maleta hacia las escaleras. Los portones de cristal habían quedado algo entreabiertos y por la rendija salió a recibirlos un gato negro que n o tardo ni un segundo en restregarse en las piernas de Bella en busca de mimos. Ella le acaricio el lomo y observó a través del hueco por el que se había escapado el gato, que dejaba de ver una parte del patio con jardín. Supuso que, además de las antiguas cocheras particulares que se veían al fondo, comunicaba también con la trastienda de la frutería que había en el bajo comercial del edificio.
-Deja de tocar a ese bicho, que te va a pegar todas sus pulgas. – la regaño Jacob con cara de aprensión.
Bella chasqueó la lengua sin dejar de acariciar al minino.
-¡Qué tontería! Míralo, Es tan lindo.
-Tiene cara de tonto.- murmuró el hombre "maduro" frente a ella.
Ella no opinaba lo mismo. Rasco al lustroso gato entre las orejas como despedida. Pensaba en el fin de semana recién empezado. Por mucho que Jacob lo llamara así, por parte de Bella no iba a albergar ni un minuto romántico. Por culpa de la crisis y los inevitables recortes, el colegio donde trabajaba se había visto obligado a reducir la plantilla. Al ser ella la profesora con menos antigüedad, se había convertido en empleada eventual que solo trabajaba cuando era preciso cubrir alguna baja por enfermedad. Llevaba un mes sin empleo a la espera de que volvieran a llamarla. Solo es por eso que aceptó la invitación de Jacob; porque el viaje lo pagaba el, a pesar de lo tacaño que era. Un gasto que ella en ese momento no podía permitirse y era vital aprovechar la ocasión.
Bella había viajado a París por un motivo íntimo y secreto. Necesitaba conocer esa importante parte de su pasado de la que su madre se negaba a hablar. Ya era hora de buscar respuestas a todos las interrogantes acerca de su padre, que su madre siempre se negó a contarle. Y no le causaba remordimientos aprovecharse de Jacob para ello, aunque pensaba largarlo con el viento fresco en cuanto regresaran a Estados Unidos. Se dijo que quien paga, manda; y si el había decidido que prefería un séptimo piso sin ascensor en Belleville en lugar de las comodidades de un céntrico hotel, estupendo.
-Vamos Jacob.- decidió incorporándose de nuevo; el gato se fue por donde había venido. – subamos de una vez, a ver si esa buhardilla tiene tanto encanto como dices, supongo que arriba debe estar esperándonos alguien de la agencia de alquiler para entregarnos las llaves.
-No lo lleva una agencia. – contesto Jacob subiendo las escaleras. – traté directamente con el dueño, Edward "no sé qué". – susurro.
Al contrario que Bella, Jacob no hablaba el francés lo justo para entenderse.
-Me envió un e-mail diciéndome que nos dejaba las llaves en el hueco del contador de la luz. – respondió nuevamente. Tirando de su maleta sin intensión de acarrear también la de ella. – un poco confiado ¿no?
Ella se encogió de hombros, que otra cosa podía hacer.
-Animo, que solo son siete pisos. –anticipó resignada a subir hasta las nubes cargada como una mula.
Una vez arriba, recuperando el resuello, tuvo que reconocer que el apartamento era una preciosidad. Lo habían reformado con mucho gusto. El baño y la cocina tenían el aspecto de ser prácticamente nuevos. El mobiliario consistía en una fusión de complementos de Ikea y piezas antiguas recuperadas con ingenio, como la cama de hierro pintada de color azul turquesa. El único dormitorio tenía el techo abuhardillado, pero la estancia que hacía de sala de estar, pasillo y cocina, contaba con un sofá cama para dos personas. En el trozo de pared entre las dos únicas ventanas que, como predijo Jacob, eran de mansarda y recaían a Rue Sorbie, había arrimada una mesa de cristal para dos personas que servía como consola y como improvisado comedor. Junto al televisor, Bella descubrió una chimenea de leña. Le habría encantado poder encenderla, pero el calor inusual en París a finales de mayo invitaba a descartar la idea.
-Tendremos que bajar a comprar cosas para llenar la nevera- sugirió Jacob al verla curiosear en los armarios de la cocina.
Bella pensó que el dueño era un detallista, porque había dejado un envase empezado de café, azucarillos y edulcorante, junto con un bote de cacao en polvo, un paquete de galletas de limón y un surtido de cajitas con distintas variedades de té.
-No vamos a estar aquí más de dos días y medio. – le contradijo ella. – no pienso encender el fuego.
-¿Tienes idea de lo caro que sale comer en París?- alego Jacob con evidente inquietud.
El ya había visitado la ciudad en anteriores ocasiones y sabia lo que era ser sableado por un exiguo menú turista.
Bella giro hacia él y lo tranquilizó con una sonrisa.
-Llévame a donde tú decidas, yo invito. Es lo menos que puedo hacer.
-Entonces, ni deshagamos las maletas. – aceptó aliviado. – No perdamos tiempo.
Bella tomo su bolso encima de la mesilla de cristal y se lo colgó de manera cruzada.
-Estoy deseando que me enseñes los rincones más bonitos de Paris.
Por instinto le tomo la mano, como gesto simpático y amistoso, nada más. Pero él se soltó de inmediato. A Bella le sorprendió solo a medias. Desde hacía dos semanas Jacob mostraba con ella una actitud extraña; a rato pegajoso como un chicle, y otros ni se le acercaba. Parecía que tocarla le produjese alergia. De pronto se quedaba pensativo, o lo sorprendía estudiándola con una mirada que a Bella no le gustaba nada; unas veces con un rictus maquinador y otras atormentado, como si algún problema gravísimo no lo dejase vivir. Jacob era un tipo rarito y egocéntrico. Bella aun se preguntaba en que se estaría pensando el día que acepto salir con él. Era el típico profesor universitario que conquistaba a las mujeres con frases de un libro aprendidas de memoria. O inventadas, cualquiera sabia. Y ella cayó rendida a su filosofía barata como una tonta. Que harta estaba de su táctica de divorciado al que les venía grande su estrenada soltería y se empataba con una chica mucho más joven para vivir una ficticia segunda juventud.
Fue hacia la puerta del apartamento y el la siguió. Al abrir se dieron de bruces con un hombre al que Bella reconoció al instante. La chaqueta de cuero y el casco colgaba del codo no dejaban lugar a dudas; era el motero con el que se habían cruzado un rato antes. En ese momento abria la puerta del apartamento de al lado. Bella se fijó en su singular cabello cobrizo, en su altura y en la envergadura de su espalda.
El giro la cabeza y la miro directo a los ojos. Bella contemplo su rostro y la mandíbula oscurecida por la barba de un día. No era especialmente guapo, pero irradiaba magnetismo y peligro.
Si alguna vez pasara algún casting, le darían el papel de malo. O del chico malo que bien podría voltear el argumento de la película y volverse el mismísimo protagonista.
-¡ah! ¡Ya han llegado! – dijo tendiéndole la mano.
Vocalizaba despacio pero al ver que Bella asentía, dándole a entender que conocía el idioma, dejo atrás el tono que al parecer utilizaba para comunicarse con los turistas extranjeros.
-Soy Edward Cullen, el dueño- Bella le estrecho la mano. –Estuvimos en contacto por e-mail, ya veo que encontraron la llave del departamento sin problemas.
Por todo saludo, ella esbozo una sonrisa de trámite, en silencio, se recriminó y miro hacia otra parte para no observarlo con tanto descaro, era el tipo de hombre que una mujer no podía dejar de mirar.
-¿Qué hay? – saludó Jacob, y se presentó a sí mismo.
Más o menos se defendía en francés.
En lo que duró el apretón de manos entre ellos, Bella se percató de la diferencia entre el séptimo y los pisos inferiores. En ese rellano, dos puertas gemelas sustituían a la única original de acceso al domicilio. Dedujo entonces que la buhardilla que habían alquilado era en realidad una parte de la vivienda contigua y que esta, en origen, debía ser inmensa. Una idea inteligente la del chico de la moto el dividir su casa para sacarle partido alquilando a los turistas la parte que a él le sobraba.
Observó a los dos hombres y, como suele suceder, la comparación resultó odiosa. Al lado de aquel gigante, Jacob, igual de alto que ella, aun parecía más delgado; su pelo largo de intelectual, mas trasnochado; y sus aires de hombre de mundo, mas ridículos. En resumen, menos apetecible, y eso que el deseo, por parte de ella, se había esfumado hacia ya semanas.
Miro al de la chaqueta negra. ¿Por qué a ella no se le acercaban nunca los tipos duros? Que rabia le daba ser una especie de mujer-imán para los hombres que odiaban el riesgo y parecían cachorros perdidos, ansiosos por una palmadita femenina en el lomo para sentirse importantes.
Miro de reojo a Jacob y se colgó el bolso de nuevo. Porque pagas tú el viaje, que si no…, se dijo mentalmente.
Ellos seguían hablando de los pormenores del alquiler y de la transferencia bancaria. A Bella no le remordía la conciencia el hecho de aprovecharse de Jacob de aquella manera. Un par de billetes de avión en una línea de bajo coste y el precio de dos noches en aquella buhardilla no iban a suponerle una ruina. Y a fin de cuentas, ella acababa de engrosar la lista de solteros de Seattle. Cuando regresaran obviamente.
Necesitaba visitar París, para hallar respuestas a todas esas lagunas de su pasado que la intrigaban desde hacia tantos años; justo en ese momento disponía de tiempo libre y no era cuestión de gastarse los ahorros en viajecitos. Que pagara Jacob, que para eso lo aguantaba y además en la Universidad cobraba un buen sueldo-.
Bella salió de aquellos pensamientos cuando el dueño se dirigió a ella por fin.
-No suelo estar a horas fijas, aunque si necesita algo, vivo aquí.- concluyo mirando a Jacob de corrido. – Bienvenidos a París.
No sonrió, pero eso último lo dijo clavando sus ojos verdes en los de Bella.
-Gracias.- dijo ella sosteniéndole la mirada.
Fue muy breve, pero Bella adivino que el atisbo de sonrisa que él le regalo era un modo de premiar su correcta pronunciación. Debió sorprenderle que dominase su idioma casi como una autentica parisina.
-Vamos a estar solos dos días, .- intervino Jacob en un precario francés. – Si necesitamos cualquier cosa, ya le llamo. Apunté el móvil que venía en el e-mail. – concluyo a modo de despedida, y apremió a Bella poniendo una mano en la base de su espalda. – Vamos Isa.
Ella apretó los labios porque no le apetecía repetirle por millonésima vez, y menos delante de otra persona, que odiaba ese diminutivo. Miro sin disimulo la Honda, que le daba la espalda con la llave en la entrada de su apartamento- luego observo de arriba a abajo al cuarentenario juvenil con el que se estaba a punto de compartir cena y cama.
-Vamos, que me muero de hambre.- farfulló, bajando a trote las escaleras.
Estaba decidido. En cuanto regresaran a Estados Unidos, iba a poner fin a aquella relación con Jacob que no iba a ninguna parte.
.
.
.
.
.
Bien pues esta es una de las historias que desde hace mucho quería más o menos adaptar a nuestra pareja favorita Edward y Bella. La verdad no tengo idea si ya haya una adaptación, no eh tenido el gusto de leer alguna de esta historia, pero si alguien de ustedes sabe si la hay, hágamelo saber.
Esta historia es una ADAPTACION, la historia obviamente no es mía, los personajes mucho menos, son de la grandiosa SM, yo solo me adjudico el "revolver" como dice mi mejor amiga, a los personajes.
Háganme saber si les gusta o no, o cualquier cosita.
Nos vemos en el siguiente Capitulo
P.D.: No es que Bella sea una convenenciera, ya verán que más adelante se sabrán más cosas…
Buhardilla: Ventana en el tejado de una casa.
Mansarda: Espacio amplio de techo y tejado.
Hotel Ritz: Hotel famoso no solo en París sino en gran parte del mundo.
Art Nouveau: Movimiento artístico a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, en España se denominó Modernismo.
Belle Époque: Bella Época (traducido del francés al español)
Ikea: Empresa que se dedica a la venta minorista de muebles en su totalidad.