Contiene temas fuertes que podrían incomodar al lector (non-con no explícito).
Si prefieres evitarlo, puedes pasar al siguiente capítulo. Saltarlo no afectará el entendimiento de la historia.
...
De pronto sintió cómo la multitud le alejó de los dos protagonistas de la pelea. Un brazo tiró de él y se vio acorralado contra una de las paredes exteriores de la casa de Token. Lo miró a los ojos y se desesperó.
—¿Douglas?
—Sígueme.
No planeaba distanciarse más de Craig. Ya bastante problemas le había llevado, lo menos que podía hacer era quedarse a su lado.
—¿Para qué?
El chico se veía ebrio. Él también lo estaba.
—Sólo hazlo, ven.
Tiró una vez más de su brazo y se soltó rápidamente.
—No.
—Mira, Tweek, hagamos esto fácil —dijo y el rubio vio la luz del techo reflejada en el filo de una navaja apuntando hacia él—. Si haces escándalo, te mato. Simple.
El horror invadió sus ojos. Miró nervioso hacia Tucker y McCormick, quienes parecían haber olvidado su existencia. Tembló al sentir el objeto cerca de su estómago, por el costado, haciendo una amenazadora presión contra su cuerpo. Douglas le sonrió. Sintió un escalofrío, sabía que era su fin. Probablemente le golpearía junto al resto del grupo de Craig y moriría ahí mismo, esa noche, de forma espantosamente penosa. Vio la mano extendida del muchacho con cierto recelo, pero la aceptó y caminó tras él.
No le llevó hacia el exterior, como pensó que haría, de hecho, lo guió hacia la habitación que parecía ser de la empleada. No quiso entrar. Tuvo miedo y no quiso moverse, pero, a esas alturas poco le importó al castaño, así que jaló a Tweek por su pelo y lo obligó a pasar. Entró también y cerró la puerta tras de sí, poniendo seguro. Acto seguido, cerró las cortinas y así se oscureció por completo la pieza.
El rubio tuvo el instinto de alejarse hacia la otra pared, donde una puerta le invitaba a encerrarse en el baño.
—Ni lo pienses, Tweak.
No estaba muy seguro de qué era lo que pasaba, pero sí sabía que ese baño se veía mucho más seguro que la cama. Se extrañó de que no hubiera más gente en el cuarto y recién ahí logró entender la situación en la que se encontraba.
—Desvístete.
—¿Qué?
—Hazlo. Rápido. O lo haré yo.
El miedo le paralizó y ya no pudo hablar. Estaba muy cerca de la puerta, sólo debía moverse y… Douglas avanzó hacia él y lo atrapó cuando cruzaba el umbral. Se agarró del pomo de la puerta y comenzó el forcejeo más horroroso de su vida. Había olvidado que el chico llevaba una navaja y que era el tipo de persona que sí la usaría contra alguien más, y tuvo la mala suerte de acordarse gracias a un tajo superficial en su mejilla. Chilló y gritó por ayuda.
—No seas imbécil, nadie te escuchará con ese escándalo afuera. Agradécele a tus queridos Craig y Kenneth que nadie te pueda salvar.
En algún momento sintió cómo el cinturón del muchacho amarraba sus manos y se dio cuenta de que ya no había escapatoria.
Allí recordó que Tweek Tweak era un ser débil, que Tweek Tweak no podía defenderse solo, que Tweek Tweak no podía ser feliz. Que nunca podría ser feliz. Que no tenía sentido seguir luchando. Y Tweek Tweak, una vez más, quiso morir.
Supo también que nadie vendría en su ayuda.
Lloró, se removió, suplicó por piedad y odió cada segundo de tortura. Pero lo más doloroso fue que su cuerpo no supo seguir su angustia y, en cambio, para su mayor humillación, le hizo gemir de placer de vez en cuando, escena que hizo reír mucho a Douglas.
Lo detestaba. Se detestaba. Se detestaba mucho por traicionarse solo.
—Ya entiendo por qué le gustas tanto a esos dos —rio subiéndose el cierre del pantalón una vez el infierno hubo terminado—. Le dices a alguien y me encargo de que estas fotos las vea toda la secundaria, ¿entendido?
No esperó respuesta. Rio una vez más y dejó dinero sobre la cama antes de abrir la puerta. La luz quemó sus ojos y la música invadió su cabeza, pero pronto se cerró una vez más y quedó completamente a solas en la oscuridad. Se refugió en ella por varios minutos. No se podía mover, sentía todo su cuerpo adolorido y sus músculos no le permitían hacer nada más que tiritar. Esperó y esperó. Escuchó voces cerca y se arrastró hacia la puerta para ponerle seguro. No quería ver a nadie.
Cuando logró ponerse de pie, aún temblando, se dirigió al baño. Miró su silueta en el espejo y tocó su herida causada por el metal. También halló en su cuello y hombros las marcas de Douglas ardiendo en rojo. Para el recuerdo… Se lavó el rostro y se enjuagó la boca con agua, deseando que el sabor del castaño desapareciera para siempre. Se abrochó la camisa, mal, pero al menos no se sentía tan expuesto con su ropa puesta y vistió sus pantalones. Terminó de arreglarse, peinó su cabello con sus dedos y se forzó a no derrumbarse, al menos aún no. Primero debía salir de ahí. No podía dejar que nadie le viera en el deplorable estado en el que se encontraba minutos atrás o Douglas podría terminar difundiendo las fotografías que le había tomado. Quitó el seguro y abrió la puerta y, al cruzar, se teletransportó a un nuevo mundo, uno alegre y lleno de melodías neón.
Se sintió patético. Se congelaba en miedo y sentía que todo pasaba muy rápido. Quiso olvidar todo, los lindos momentos y los oscuros. Si olvidaba que había sido feliz, podría seguir. Si olvidaba lo malo, sería engañarse.
Por eso tomó la primera botella que encontró y la vació en uno de esos detestables vasos de plástico rojo. Y odió el rojo. Y odió el líquido que recorría su garganta. Y se odió también.
Y supo a la perfección dónde iría ahora y qué ocurriría allí.
Y sintió que les fallaba a sus dos ángeles.
Pero eso dejó de importar.