¡Buenas a todos!

Vuelvo de las más profundas tinieblas para terminar, por fin, con este fic. Posiblemente os decepcione la extensión, quizás también el contenido, pero qué puedo decir. Me he tirado meses pensando en cómo podía alargar un poco este epílogo y no lo he conseguido, así que lo mejor es terminarlo de una vez tal y como había pensado que lo haría. Mejor eso a dejarlo inconcluso.

Así pues, solo me queda daros las gracias a los que habéis estado ahí de forma incansable, esperando una actualización. Espero que, aunque corta, no os desagrade. Os mando todo mi cariño y mis mejores deseos para este 2019.


EPÍLOGO: Una nueva vida

Aquel día, el cielo estaba despejado. Después de casi dos semanas lloviendo, se agradecía. Sin embargo, a Blossom no le incomodaba la lluvia. De alguna forma, la hacía sentir que el tiempo acompañaba a su estado de ánimo. No sabía en qué momento exacto había comenzado a sentirse así. Un día, había despertado en su cama como cada mañana, pero algo había cambiado. Por un momento, se preguntó dónde se encontraba. ¿Estaba en Townsville o en Washintong? Desorientada, se levantó y abrió las cortinas para contemplar el paisaje exterior. Altos edificios y calles grises rodeaban su casa de la capital. Apoyó la cara contra el frío cristal, que pronto se empañó por su respiración. ¿Por qué de repente había tenido la sensación de encontrarse en su antigua ciudad?

La voz de Bubbles sonó detrás de su puerta, avisándola de que había llegado la hora de ir al instituto. Algo apática, miró el reloj que se encontraba encima de su mesilla de noche. Por alguna razón, el despertador no había sonado y ella había dormido más de lo acostumbrado. No le daría tiempo a desayunar. Se encogió de hombros. Aun así no tenía mucha hambre. Sacó de los cajones de su cómoda un uniforme bien planchado y se vistió sin demasiada prisa. No sabía por qué, pero esa mañana sentía una profunda tristeza que la embargaba. Bajó las escaleras y, despidiéndose de su padre, marchó al instituto a pie junto con sus hermanas.

Durante el camino, las miró un par de veces. Ellas no parecían tristes como ella. Por el contrario, conversaban animadamente sobre las actividades extraescolares. Torció el gesto. Algo le decía que la razón de su tristeza también las incumbía a ellas, pero... Quién sabía. Quizás simplemente había tenido un mal sueño que no recordaba y que le había chupado la energía mientras dormía. Quiso pensar que era eso. Sin embargo, cuando llegó al instituto no pudo dejar de pensar en esa sensación de pérdida tan extraña que tenía. Era como si le faltara algo, algo muy importante, y aquello no la dejó concentrarse en todo el día.

Las semanas posteriores fueron igual que la primera, pero poco a poco se fue acostumbrando a aquel sentimiento que parecía seguirla allá donde fuera. Lo había hablado con sus hermanas después de que estas le insistieran en que la veían muy apagada, y estas, sorprendidas, habían reconocido que habían sentido algo parecido hacía un tiempo atrás, pero con el paso de los días, esa sensación se había ido diluyendo hasta casi desaparecer.

—Sentía como si me hubiese olvidado de algo, y por más que quisiese recordarlo, no podía —explicó Bubbles, apenada—. Era frustrante.

Así que, sin poder hallar una respuesta a aquella inquietud, Blossom pasaba las clases mirando por la ventana con ojos anhelantes. Algo le decía que tenía que mirar al cielo. Siempre al cielo. Después, llegaba a su casa, se cambiaba de ropa e intentaba, sin ánimo ninguno, recuperar las horas perdidas en clase sumergiéndose en sus adorados libros.

Una tarde, mientras doblaba el uniforme del instituto y escogía otra ropa que ponerse, notó en uno de los bolsillos del pantalón elegido un bulto. Introdujo la mano y sacó una pequeña cadena de plata rota. El corazón le empezó a latir con fuerza al verla y sus ojos se inundaron de lágrimas. Blossom se llevó las manos a la cara, sorprendida por su propia reacción.

—¿Qué está pasando? —se preguntó en un susurro—. ¿Por qué...?

No podía recordar de dónde había sacado esa cadena. Ni siquiera sabía si había pertenecido a alguien. Y sin embargo, no podía dejar de llorar al verla. Su cuerpo reaccionaba a aquello que su mente había olvidado y que se esforzaba tanto en recordar. Finalmente, apretó la cadena con fuerza contra su pecho entre sollozos. Desde ese día, llevó siempre la cadena en su bolsillo, esperando una respuesta todo aquello que le estaba ocurriendo.

Una mañana, mientras miraba por la ventana como cada día, distinguió un haz de luz roja entre las nubes y su corazón dio un vuelco. Como si tuviera un resorte, se levantó de su asiento y pidió permiso para ir al baño. Sus hermanas la miraron extrañadas cuando salió apresuradamente del aula una vez que la profesora le hubo dado la autorización. La pelirroja corrió por los pasillos hasta encontrar una ventana que diese a la parte de la ciudad donde había visto aquella luz. Se aseguró de que nadie la veía y echó a volar.

Ascendió hasta sobrepasar las nubes y, una vez que estaba segura de que nadie la vería, se dedicó a buscar aquello que había llamado su atención en la clase. Recorrió a toda prisa varios kilómetros por lo alto de aquella ciudad infestada de humo y ruido de coches hasta que dio con él. Su figura se dibujaba a lo lejos. Parecía estar buscando a alguien...

Se acercó despacio y esperó a que él notara su presencia desde una distancia prudencial, algo que ocurrió enseguida. Brick se dio la vuelta y clavó sus ojos rojos en ella. Blossom percibió cómo recorría su cuerpo de diecisieteañera con la mirada y se paraba en sus ojos, su marca distintiva. Por más años que hubieran pasado, tenía que reconocerla. No había muchas pelirrojas de ojos rosas con capacidad de volar. Ella, al menos, lo reconocía perfectamente. Tragó saliva a la espera de alguna palabra, pero el joven parecía dudar, por lo que fue ella quien dio el paso.

—Hola... —musitó, sintiéndose algo ridícula por su poca elocuencia en esos momentos. Podría haberle dicho o preguntado mil cosas como "¿qué haces aquí?", "Han pasado muchos años", "¿vienes buscando pelea?" o incluso "¿sabes por qué tengo la sensación de haber encontrado aquello que llevaba esperando desde hace meses?". Pero no. Lo único que le había salido había sido un triste saludo.

Al ver que él no mostraba reacción más allá de un fruncido de ceño, decidió avanzar unos centímetros más agarrando con fuerza el colgante que tenía en el bolsillo y que, por alguna razón, sentía que tenía que ver con aquella inesperada visita.

—¿Por qué...? —comenzó su pregunta, pero el RRB la sorprendió volando hacia ella con rapidez. La PPG cerró los ojos, esperando un golpe o una reacción violenta. Sin embargo, el pelirrojo la rodeó con sus brazos y enterró su rostro en el cabello de la chica, inhalando su fragancia a vainilla.

—He estado buscándote... —fueron sus primeras palabras. Entonces, unas palabras resonaron en sus cabezas.

Búscame. No dejes de buscarme...

Los brazos de Blossom se movieron solos y abrazaron al joven. De repente, las lágrimas inundaron su rostro y una sonrisa se formó en él. Sin poder articular palabra, ahogó sus sollozos en el cuello del RRB.


Después de su reencuentro, Brick acudió a diario a visitar a Blossom a Washintong. Allí pasaban largas horas acompañados el uno del otro, recuperando el tiempo perdido y hablando de todo lo que habían dejado atrás. Se habían dado cuenta de que el contacto entre ambos hacía que retornara su memoria, y por ello, cuanto más tiempo agarraran sus manos o se besaran, más recordaban. A menudo, Blossom se quejaba por tener que empezar de nuevo y volver a la universidad, después de todo lo que había pasado para terminar su carrera. Brick solo sonreía. Para él, el haber vuelto al pasado resultaba una ventaja en su totalidad. Nada de maldiciones, ni peleas con sus hermanos, ni años de búsqueda incansable. Solo paz. Una paz plena.

Asimismo, cuando hubieron recordado todo lo que creían haber olvidado, acordaron una fecha para unir a sus hermanos de nuevo, pues creían haber visto en sus ojos la chispa del amor en los últimos momentos que habían pasado juntos. Para evitar broncas anticipadas, vendaron los ojos de los cuatro y no retiraron las telas hasta que los correspondientes contrapartes hubieran enlazado sus manos. Fue un momento bastante confuso para ellos, al igual que lo había sido para los líderes. Por un segundo, Brick juró que Butch y Buttercup estaban a punto de atacarse mutuamente. Pero no fue así. Cuando Buttercup hizo el amago de moverse, Butch apretó más fuerte sus manos. Fue entonces cuando el pelirrojo supo que todo iría bien.

Los siguientes meses, el cielo de América se llenó de destellos de colores por los continuos viajes de los hermanos a Washintong hasta que llegó un momento en el que decidieron instalarse en aquella gran ciudad. Allí pasaron varios años hasta que, un día, decidieron regresar a Townsville. Para entonces, suponían que el mal recuerdo que tenían los ciudadanos de ellos se hubiera difuminado, aunque fuera un poco, lo que representaría la oportunidad perfecta para reconvertirse, junto a las PPG, en lo que hubieran preferido ser desde un principio: héroes. De esta forma, terminaría su antigua y marchita vida, llena de delincuencia, violencia y dolor, y comenzaría una nueva etapa, una etapa en la que ellos decidían, libremente, qué ser y cómo vivir.

FIN