Buenas a todos, queridos lectores:

No sé si me recordáis; ya he estado antes por esta sección con fics como Diez días, Ojos rojo fuego, Maldito teatro, Lo que hay detrás de las apariencias y Como una mujer. Unos con mejor resultado que otros. Sea como sea, estoy de aquí de nuevo con un fic algo amoroso, algo lúgubre por el escenario en el que está ambientado, y sobre todo, Blossick. Sí, habéis acertado: una vez más la pareja principal será Blossom y Brick, porque son mis favoritos. Y también habrá de los demás, pero en menor medida, seguramente.

Intentaré actualizar pronto, aunque quizás la Universidad no me lo permita con tanta asiduidad. Espero que lo disfrutéis y me dejéis vuestros comentarios (buenos o malos) en un review. Espero que, al ser esta la introducción a la historia, no os resulte demasiado aburrida.

Saludos y nos leemos pronto.

¡Al ataque!


Las chicas han vuelto a la ciudad

Capítulo 1: Los rebelados

Un coche negro circulaba por las afueras de la ciudad rompiendo el silencio de la noche. El conductor redujo la marcha para adentrarse entre estrechas calles por las que no pasaba un alma y detuvo el coche frente a lo que parecía un almacén abandonado. Tres sombras encapuchadas bajaron del auto. La primera de ellas llamó con decisión a la puerta metálica. Esperaron, y segundos más tarde, escucharon llaves girar y cerrojos abriéndose. Un hombre de mirada recelosa apareció tras la ranura. Echó un vistazo a un lado, a otro y después preguntó con voz queda:

–¿Contraseña?

–Triple b –respondió con voz femenina la figura que había llamado a la puerta.

El señor asintió y se hizo a un lado para dejarlas pasar. El chófer arrancó y desapareció en la noche. El anfitrión volvió a echar cerrojos y llaves. Puso un candado a la puerta y cuando se hubo asegurado de que no hubiera manera humana de entrar, se volvió hacia sus invitadas. El frío viento aullaba por las rendijas de las ventanas. El lugar estaba iluminado solo por un par de bombillas.

–Hace una noche horrible –comentó el hombre. Nadie respondió–. Seguidme. Os están esperando.

Se adentraron en un cuartucho sin salida lleno de cajas y trastos de todo tipo. El señor pidió ayuda para apartar un gran cofre que descansaba al final de la estancia. Con una facilidad inusitada, una de las figuras apartó el baúl para desvelar una trampilla. Tiró el hombre de una cuerda y mostró unas escaleras ocultas. Les dio paso y las tres encapuchadas bajaron una detrás de otra por un pasadizo oscuro. La trampilla se cerró a sus espaldas, y siguieron solas hasta el final.

Las escaleras las llevaron hacia una sala de piedra vacía y húmeda que les recordó a una mazmorra. Recorrieron las paredes con la mirada, esperando ver algo que les indicara el camino a seguir.

–Ahí –señaló una de ellas a un dibujo en una de las rocas.

La misma que había respondido la contraseña en la planta superior observó el dibujo, apenas perceptible y lo delineó con los dedos. Eran tres letras mayúsculas grabadas en la piedra: PPG. Hizo presión encima del grabado y la pared se movió poco a poco, deslizándose hacia un lado y dando paso a un lugar totalmente diferente del almacén en el que habían entrado.

Una mujer de cabellera negra las estaba esperando. Abriendo los brazos, mencionó sus nombres con voz rota. Las hermanas se desprendieron de las capas al sentir que por fin eran libres para dejar de ocultar sus rostros, y abrazaron con fuerza a aquella mujer que había tenido un papel tan importante en sus vidas años atrás.


Las tres horas que duró el viaje en avión fueron las más largas de toda su vida. Interminables. Y lo peor era que el recorrido no habría acabado cuando bajaran de allí. Una vez en el aeropuerto, tendrían que coger un autobús que las llevara al centro de la ciudad, para más tarde ser recogidas por un camión que las metería de incógnito en Townsville. Una vez que pasaran las aduanas y la vigilancia extrema que se había establecido en la frontera de las ciudades colindantes, un coche se encargaría de llevarlas hasta el lugar acordado.

Buttercup se removió incómoda cuando descubrió a un hombre mirándolas con interés desde su asiento. Había probado a aguantarle la mirada, pero aquel hecho no había amilanado a aquel cerdo que las doblaba en edad. Resopló. Hubiera sido tan rápido y cómodo regresar a Townsville volando..., pero no. Las cosas no eran tan fáciles en los tiempos que corrían. A su lado, Bubbles se había quedado dormida en el hombro de Blossom, que parecía mirar las nubes por la ventana, pero en realidad estaba absorta en sus pensamientos.

Hacía un par de semanas que habían recibido la llamada desesperada de ayuda de Bellum y Keane. No habían podido entrar en detalles, según ellas porque podrían estar pinchando el teléfono; solo les habían dicho que necesitaban su ayuda urgentemente. Algo horrible estaba pasando en Townsville.

Antes de que pudieran preguntar, la llamada telefónica se interrumpió. Días más tarde, una nueva llamada las puso al corriente de todo rápidamente. Tenían que regresar cuanto antes, pero no volando, pues serían detectadas con facilidad. Debían hacer el viaje como cualquier otro humano. Por nada del mundo debían entrar en la ciudad por el aeropuerto. Las entradas y salidas de Townsville estaban vigiladas, y las reconocerían nada más llegar. Así pues, a medio camino tendrían que coger un camión que las infiltrase en la ciudad sin que nadie fuera consciente de ello.

Blossom suspiró. Hacía quince años que se habían ido, y no esperaba que su regreso fuera por algo de tal gravedad.

Recordó el día en que anunciaron ante los ciudadanos su partida a Washington D.C. Tenían diez años por ese entonces, y dejar Townsville, la ciudad que tanto amaban y por la que luchaban cada día, les resultó algo muy duro. Pero el profesor había recibido una oferta de trabajo en el laboratorio más importante de los Estados Unidos, y no podía negarse. Fue una decisión difícil de asimilar, pero no podían ser egoístas. Harían otros amigos y pronto se acostumbrarían al nuevo colegio. Quizás incluso podrían combatir el crimen de la capital.

Y quince años más tarde, volvían a Townsville, no para ver a sus viejos seres queridos ni para recordar tiempos pasados. Los suyos las necesitaban, y a juzgar por las voces quebradas de las señoritas Bellum y Keane, debía ser algo muy importante.


La señorita Keane se secó las lágrimas y se apartó para poder observar mejor a las niñas de las que había sido tutora en la guardería y que a sus veinticinco años estaban hechas todas unas mujeres.

–Cielo santo, ¡pero mirad cuánto habéis crecido, niñas! –exclamó emocionada.

Tocó la mejilla de Bubbles, que también lloraba como ella; acarició el cabello largo y suave de Blossom y apretó con cariño el brazo a Buttercup. Volvieron a fundirse las tres en un abrazo. Hacía tantos años que no las veía...

–Hemos venido en cuanto hemos podido –habló la mayor–. El profesor nos acompañará en cuanto le sea posible. Pensamos que separándonos sería más fácil la entrada a Townsville.

–Habéis hecho bien.

Buttercup guio su mirada por aquella estancia gigante hecha de metal por la que caminaban decenas de personas; algunas con bata, otras con uniformes militares. Nadie hubiera dicho que bajo ese almacén viejo y abandonado existiera tal corporativa destinada al regreso de la paz en Townsville, donde los rebelados experimentaban con armas y maquinaban contra los tiranos a los que llevaban un tiempo sometidos.

–Este sitio es enorme –murmuró.

–¿Qué es lo que está pasando, señorita Keane? –preguntó Bubbles, que llevaba ansiosa todo el viaje, deseando conocer los detalles de la historia.

–Seguidme. La señorita Bellum os está esperando para poneros al día.

Las chicas caminaron tras su antigua profesora, observando todo cuanto había a su alrededor: armas, maquinaria pesada, paneles y ordenadores, científicos trabajando en Dios sabía qué cosas y personas de edades comprendidas entre los veinte y los setenta años andando de un lado para otro con papeles y todo tipo de artilugios. Ninguna preguntó por el Alcalde, pues a través de las noticias del telediario se enteraron en su momento de que el anciano había fallecido pocos años después de que abandonaran la ciudad.

Keane las condujo hacia otra estancia separada por una puerta automática también de metal. La sala estaba llena de pantallas que iban desde el la mitad de la pared hasta el techo. Frente a un gran panel de control, varias personas hablaban entre ellas con nerviosismo mal disimulado. Una mujer de curvas pronunciadas y pelo anaranjado se giró para ver quién entraba por la puerta, y al ver de quiénes se trataba suspiró con alivio y una sonrisa se formó en su rostro.

–¡Chicas!

Sus tacones resonaron en el lugar mientras se acercaba con rapidez a las Powerpuff girls. Al igual que había hecho la señorita Keane, las abrazó con fuerza y les preguntó por el viaje.

–Estábamos preocupados por la tardanza. Pensábamos que el plan podría haber fallado.

–Casi nos pillan al entrar en la frontera. Querían revisar la carga del camión –explicó Blossom–, pero el conductor supo disuadir al vigilante.

–El dinero, que todo lo vale –aclaró Buttercup con ironía.

–Bueno, lo importante es que ya estáis aquí. Supongo que estaréis cansadas.

–Estamos bien. No se preocupe –respondió la líder–. Quisiéramos saber cuanto antes lo que está pasando.

Un hombre entrado en años y vestido de uniforme y adornado con numerosas condecoraciones se acercó despacio. La señorita Bellum lo presentó como el general Harris, uno de los más importantes aliados a la causa.

–A Blossom, Bubbles y Buttercup ya las conoce, general.

El hombre estrechó las manos de las hermanas y recordó con seriedad y nostalgia aquella maravillosa época en la que tres niñas libraban a la ciudad de todo mal. Por ese entonces, él no tenía un rango tan alto y la vida era mucho más dulce. Bubbles intentó apartar la mirada de la cicatriz que le surcaba el lado izquierdo de la cara de arriba abajo, pero no lo consiguió.

El general las invitó a sentarse en un sofá de cuero y él se acomodó en un sillón cercano. Keane y Bellum permanecieron de pie cerca de ellos. El general relató los comienzos de aquella situación, empezando por el día en que las chicas y su creador abandonaron la ciudad.

–Al principio no fue demasiado complicado contener a los villanos que ya conocéis. Reforzamos el cuerpo de policía, alistamos a más gente... Había crímenes, sí, pero se podía sobrellevar. La verdad es que no sé en qué momento se nos salió la situación de las manos. Los criminales cada vez nos superaban más en número. Surgían de todos lados, como si hubieran despertado de un largo letargo. Empezó a ser difícil contenerlos. Nos dimos cuenta de que seguían unos patrones; no actuaban a lo loco. Alguien los estaba dirigiendo.

–¿Cuándo comenzó a descontrolarse todo? –preguntó Blossom.

–Durante los primeros cinco años fue llevadero. Los siguientes, la situación empeoró bastante. Cada día atacaban con más dureza. Y lo peor fue averiguar que ya no trabajaban por separado, de manera que hubiera sido mucho más fácil mantenerlos a raya. Como ya he dicho, alguien los convenció de que lo mejor era unirse para someter a la ciudad, y así lo hicieron.

–¿Y cómo es la situación actual? –intervino Buttercup.

El general abrió los brazos para abarcar el lugar en el que se encontraban.

–Creo que podéis adivinarlo solas. Los criminales terminaron tomando Townsville y esclavizándola. Al principio, la gente huía a otras ciudades, a otros países, pero ahora las fronteras están vigiladas, como ya habréis notados. Hay cámaras por todas partes para controlar a la población. Cada ciudadano tiene que pagar un tributo para no ser apaleado brutalmente; por las noches hay un toque de queda que nadie está autorizado a violar. Por eso ha sido tan difícil encontrar la manera de meteros en la ciudad. Los niños no pueden salir a jugar. Ya no hay libertad de expresión. Uno no puede ir a donde le venga en gana sin ser sometido a un interrogatorio. Townsville está en la ruina.

Un joven treinteañero con gafas y vestido de diario se acercó a ellos.

–Mi general, ya están las imágenes de las cámaras de grabación.

–Perfecto –respondió Harris levantándose del sillón–. Señoritas, este es David Miller, el mejor informático y hacker de Towsville.

Las chicas se levantaron también y saludaron con educación. El general Harris caminó hasta las pantallas y David se encargó de que en ellas se vieran diferentes escenas de la calle: una paliza a un adolescente, robos, vigilantes caminando en todas partes en mitad de la noche, vejaciones e insultos a los ciudadanos...

–Su trabajo es muy útil para poder ver lo mismo que esos malhechores a través de sus propias cámaras.

A Bubbles, que había escuchado la historia con las manos en la boca, se le escaparon lágrimas de sendos ojos al ver la crudeza de las imágenes. Blossom estaba horrorizada, y Buttercup se sentía indignada e impotente. Apretando los puños con fuerza, preguntó por qué demonios no habían contactado con ellas mucho antes de haber llegado a ese punto tan extremo. El general negó con la cabeza, apesadumbrado. Él tampoco lo sabía. Habían creído que podrían apañárselas ellos solos y no había sido así, simplemente.

–Decidimos que buscaríamos la forma de hablar con vosotras una vez que tuviéramos un lugar seguro donde nadie pudiera saber de nuestros planes –dijo Bellum–. Hemos tardado años en construir esta base. Ha sido un trabajo arduo, teniendo en cuenta de que nos tienen vigilados las veinticuatro horas del día. Y ahora, después de tanto tiempo, estamos preparados para dar la cara. Pero necesitamos vuestra ayuda, chicas.

–Podéis contar con nosotras –habló Blossom.

–Por supuesto –corroboró Bubbles.

Buttercup seguía con los puños apretados. Los dientes casi le rechinaban de la rabia que contenía.

–¿Quiénes fueron? ¿Quiénes empezaron todo esto? –preguntó, furiosa.

El General Harris asintió a David Miller y este movió sus ágiles dedos sobre el teclado para cambiar de imágenes. En las pantallas aparecieron tres fotografías de tamaño grande. Buttercup y Bubbles se sorprendieron: no eran más que tres jóvenes Habían imaginado una sola persona, adulta y tenebrosa, pero en su lugar había unos chicos de su edad: un moreno con pinta de macarra, un rubio que parecía no haber matado en su vida una mosca y un pelirrojo con cara de pocos amigos. Solo Blossom se dio cuenta de quiénes eran en realidad esas personas aparentemente normales y corrientes. Lo supo en cuanto vio esos ojos del demonio, rojos como el mismo infierno. Habían cambiado tanto que sus hermanas no habían sido capaces de reconocerlos, pero ella jamás podría olvidar esa escalofriante mirada.

–Los Rowdyruff boys...


Estaban tan cansadas que, apenas se les asignó una habitación en el refugio, Bubbles y Buttercup cayeron rendidas en la cama. Blossom, sin embargo, no podía pegar ojo. Descubrir quiénes eran los responsables de tal catástrofe había sido una desagradable sorpresa tanto para sus hermanas como para ella, y a pesar de haber estado un buen rato debatiendo, maquinando y discutiendo con las señoritas Keane y Bellum y el general Harris, su mente no podía descansar ni un minuto.

Se dio la vuelta en la cama. Las noches que no podía dormir, se sentaba en el alfeizar de la ventana de su habitación en Washington D.C. a meditar observando la luna, pero allí no había ventanas. Estaban enclaustradas en una habitación bajo tierra, donde faltaba el aire. Era el lugar más seguro, les había dicho Bellum. Allí nadie las descubriría. Sin embargo, era tan asfixiante...

Cerró los ojos de nuevo, pero a su mente no hacían más que llegar ese día tan lejano; el día antes de dejar Townsville. Su última pelea...


La lucha se había prolongado más de lo que a Blossom le hubiera gustado. Era su último día, y quería disfrutarlo junto a aquellas personas tan queridas a las que, probablemente, no vería en mucho tiempo. Pero ese día los Rowdy estaban guerreros. Sobre todo Brick, que no le daba tregua a pesar de estar tan cansado como ella. Cuando parecía a punto de rendirse, volvía a la carga con más fuerza. Había algo que lo incentivaba a continuar, algo que le daba las energías que necesitaba para atacar con más furia.

Blossom, que desde el comienzo de la batalla había escuchado las luchas simultáneas de sus hermanas con Butch y Boomer, supo que estas habían terminado en el momento en que dejaron de sucederse las explosiones y golpes en la lejanía. Fue entonces cuando el Rowdy rojo paró de atacar, seguramente al darse cuenta de que sus hermanos habían sido derrotados de nuevo.

El Brick de diez años, sin embargo, no se amilanó, y en lugar de eso, sonrió con sorna, clavando sus pupilas en las de ella.

He oído que te marchas –soltó entonces.

Frente a él, Blossom tragó saliva al sentir cómo su corazón daba un brinco. Sí, se marchaba, seguramente para no volver, y aquello era algo que aún no podía asimilar. No entendía cómo la noticia había llegado hasta oídos del enemigo tan rápido.

Por fin –prosiguió–. Ahora tendré la ciudad para mí solito.

Había paladeado cada sílaba, recalcándola con absoluta satisfacción. Al fin iba a poder quitársela de encima y hacer y deshacer a su antojo. Podría robar, destrozar, pegar a quien quisiera sin tener que vérselas después con esa niñata que tenía todo el día pegada a su espalda. Townsville se vería libre de la protección de esos patéticos proyectos de superheroinas.

Blossom apretó los puños con tanta fuerza que las venas se marcaron en sus manos.

¡Como te atrevas a destrozar mi ciudad...! –amenazó.

Estaba cansada de la pelea, sudorosa, apaleada, y aunque su enemigo se encontraba en las mismas o peores condiciones, eso no la hacía sentir mejor en absoluto. El dolor más grande no era el que sentía en las heridas de su cuerpo, sino en su alma por tener que dejar atrás todo lo que amaba.

¿Qué harás? –la provocó él, soltando una carcajada al aire–. ¿Me pegarás? ¡Ah, no! Se me olvidaba que no podrás. ¡Estarás muy lejos!

Y volvió a reírse como un maldito demonio. Esa asquerosa risa que se le quedaría grabada a fuego y que provocó una reacción impropia de ella. Sin darse cuenta de lo que hacía, se lanzó hacia él y lo agarró de la camiseta que ya tenía medio destrozada por el combate. Lo miró a los ojos y pegó su cara tanto que pudo sentir su aliento agitado por la pelea.

¡Volveré si hace falta! ¿Me oyes, Brick? –gritó, zarandeándolo, como si así pudiera hacer que la información llegara mejor a su cerebro–. ¡Si me entero de que Townsville o cualquiera de mis seres queridos están en peligro por tu culpa, te juro que volveré! ¡Y entonces no tendré piedad contigo! ¡¿Entiendes?!

Brick estaba tan atónito por sus palabras que no fue capaz de reaccionar. Para cuando terminó de hablar, a Blossom se le había resquebrajado la voz y un par de lágrimas corrían por sus mejillas.

Lo soltó de inmediato y se secó con rabia la cara. Había querido mostrarse implacable y dura con ese cretino, y lo único que había conseguido era acabar llorando. Sintiéndose ridícula y humillada, salió volando sin mirar atrás. Llegó a su casa y se desahogó en su habitación como no lo había hecho desde hacía mucho. Porque ella no quería irse. No quería dejar Townsville por nada del mundo. Pero ¿qué más podía hacer? La decisión estaba tomada, y no había marcha atrás.


Aquella fue la última vez que vio a Brick, que luchó contra él, que intercambiaron palabras. Quince años más tarde, iban a reencontrarse. Y pensaba cumplir su juramento al precio que fuera. Así se lo había advertido, y Brick iba a pagar el precio de atreverse a retarla.

Continuará...