No se sabe a ciencia cierta quién fue el creador de Coco ni qué fue de él. Utilizo un headcanon bastante admitido de que fue una niña superviviente de un accidente aéreo, añadiendo mi propia conclusión de que fue rescatada y Coco se quedó en la isla.


Douglas y Adam habían estado conformes con su decisión, aunque, realmente, les habría dado lo mismo que hubiera elegido irse a vivir a un hotel de cinco estrellas en Florida que a las alcantarillas. No es que quisieran perderla de vista lo antes posible, pero casi, y el sentimiento era mutuo. Coco estaba agradecida de que la hubieran encontrado y acogido en su casa, pero no estaba hecha para vivir con dos frikis como ellos: la había creado una mente infantil y era con niños con quien debía estar, y, aunque en ocasiones Adam y Douglas parecían haberse quedado en los cinco años mentales, no era lo mismo. En aquella casa estaría con criaturas como ella y tendría la oportunidad de encontrar un niño o niña que necesitara su compañía.

La amiga imaginaria contempló el cuarto que había escogido tras mucho buscar. Según le había contado esa chica llamada Frankie, estaba ocupada por otros dos chicos; le daba igual quiénes fueran, esperaba que al menos no se tiraran hasta las tantas jugando online y que no les apestaran los pies como a sus descubridores. Tenía suficiente con estar acompañada, después de tantos años sola en aquella isla desde que su niña la dejó allí cuando...

Coco suspiró, tratando de no pensar en ello, para concentrarse en lo que tenía que hacer. En realidad, en lo que no tenía que hacer, porque ya estaba todo dispuesto. Su maleta había sido tan pequeña que no había tardado demasiado en deshacerla: su cepillo de dientes, el sombrero de paja de Douglas en el que había insistido en dormir cuando se la llevaron al hotel tras encontrarla, y un teléfono móvil viejo que los dos biólogos le habían dado con sus números grabados "por si alguna vez les necesitaba para algo". Coco no creía que fuera a necesitarlos, aunque ciertamente creía que ellos sí la necesitarían a ella: ahora que se había ido, volverían a ir a todas partes hechos un desastre. Estaba cansada de explorar la mansión, de modo que no le quedaba más que hacer que descansar después del viaje y las caminatas por todas las instalaciones de Foster. Así que se tumbó dentro del sombrero, después de ahuecarlo un poco con sus pies, y cerró los ojos. Aún era pronto para irse a dormir y tarde para echarse una siesta, así que se concentró, apretó el vientre y, ¡plop! Se encontró sentada sobre un huevo amarillo. Se puso de pie y el huevo se abrió solo, revelando una pequeña consola de juegos. Se volvió a sentar, de la forma más cómoda que podía, para jugar con ella usando sus pies para presionar las teclas. Pronto, el juego le hizo olvidar por un rato la mudanza y absolutamente todo lo que tenía en la cabeza.


- Yo creo que la segunda parte estuvo mejor-opinó Wilt, teniendo que agacharse para no darse un buen cabezazo contra el marco de la puerta.

- Bueno, los efectos especiales eran mejores-Eduardo se encogió de hombros-, pero el guión era horrible.

- Hm. Sí, en eso podemos estar de acuerd...

Wilt se detuvo en seco y se quedó mirando algo que había frente a él. Eduardo se detuvo también y le miró antes de desviar la mirada en la dirección en la que miraba. Había algo en mitad del pasillo, algo de color rosa chillón. Cuando los dos amigos imaginarios se acercaron, se quedaron mirando el objeto de cerca por un momento. Parecía un huevo. De hecho, eso es lo que era: un huevo de plástico, de esos que venían con algunas chocolatinas. Eduardo lo recogió y lo miró de cerca. Wilt se inclinó para hacer lo mismo y, después, ambos se miraron.

- ¿Qué es esto?-preguntó Eduardo.

- Parece un huevo de plástico...

- Ya lo sé. ¿Qué hace aquí?

- Ni idea. ¿Se puede abrir?

Eduardo lo intentó. Con un pequeño tirón, el huevo rosa se abrió con un ¡plop! y de su interior cayó una revista de motos que Wilt cogió del suelo y miró.

- Vaya, es de hace tres meses...-murmuró.

- ¿De quién crees que es?-preguntó Eduardo, mirando a su alrededor. En todos los años que llevaba en la casa, nunca había visto a nadie con algo como aquella, ni una simple mención.

- No lo sé...

Decidieron no dar más vueltas al asunto, convencidos de que no tenía demasiada importancia, y siguieron su camino hacia la habitación, aunque se olvidaron de su conversación y los pocos metros que los separaban de la puerta los pasaron en silencio.

Eduardo entró primero a la habitación y se quedó clavado cerca de la puerta, pero Wilt pudo entrar de todos modos.

- ¿Qué pasa?-preguntó el alto.

Eduardo le señaló lo que estaba mirando: cerca de la litera donde dormían, pegado a la puerta había un sombrero de paja verde puesto del revés con una pequeña placa dorada que rezaba "Coco". Fuera de ella, había un huevo muy parecido al que se habían encontrado, de color amarillo, que estaba abierto y vacío. Lo llamativo era que había unos cuantos de ésos por toda la habitación. A Eduardo se le ocurrió irlos abriendo todos y se encontró un soplador para hacer pompas de jabón, un libro de recetas de pasta, e incluso un puzzle de un cuadro de Van Gogh apenas empezado.

- Vaya, parece que tenemos compañía-murmuró Wilt.

- Nadie nos dijo que íbamos a tener un compañero nuevo.

- Debe de haber venido hace nada...-Wilt miró a su alrededor. Aunque había visto de todo en los treinta años que llevaba recorriendo América, no creía que aquellos entretenimientos ni el sombrero fueran el recién llegado-. Pero ¿dónde está?

Eduardo miró en el interior del sombrero, pensando que tal vez era una criatura muy pequeñita, pero sólo encontró paja y una consola.

- Tal vez ha ido al baño.

- Sí, será eso...

Los dos decidieron seguir a lo suyo mientras esperaban a que volviera el nuevo. Estaban llenos después de la cena y ahora apetecía un buen sueño. Eduardo trepó hasta la cama de arriba de la litera, haciéndola chirriar y doblarse peligrosamente, mientras que Wilt se agachaba para no golpearse la cabeza con su bulto a la vez que se quitaba las zapatillas y estiraba los pies. Todo esto lo hacían pendientes de la puerta, esperando que su nuevo compañero entrara, pero sólo pasaron por delante el señor Herriman, riñendo a alguien y nadie abrió la puerta.

- Está empezando a tardar demasiado en ir al baño-terminó diciendo Wilt, tumbándose en la cama, de la que irremediablemente le sobresalían los pies.

- Hay a quien no le sienta bien la cena-se encogió de hombros Eduardo, aún asomado.

- Tal vez aún esté en su casa, de mudanza. O que hayan dejado eso por error en nuestra habitación-apenas hubo terminado la palabra cuando a Wilt le asaltó un bostezo-. En fin, mañana le preguntaremos a Frankie. Buenas noches, Eduardo.

- Buenas noches, Wilt.

Wilt alargó su brazo hasta el interruptor de la luz y cerró los ojos. De nuevo, la habitación se llenó de horrendos chirridos hasta que Eduardo encontró la postura más cómoda para dormir. Después, se hizo el silencio.

...

...

"Coooocococo"

Eduardo abrió los ojos y escuchó atentamente. Pensando que habrían sido los chicos de la habitación de al lado, volvió a cerrarlos.

"Cooococooo"

- Wilt...

- ¿Has...oído eso?

- Sí, sí que lo he oído...¿Qué es?

- Parece una gallina.

- ¿Has gallinas en Foster?

- No que yo sepa. Sssh.

..."Coococooo"

Wilt se incorporó y sintió que Eduardo estaba reptando hasta el extremo de la cama, intentando sin éxito no hacer mucho ruido.

- Viene de la taquilla...

No necesitó saber español para saber de dónde venía el ruido. Al principio, Wilt dudó, pero como estaba seguro de que Eduardo no iría ni aunque le pagaran por ello, decidió levantarse él mismo y acercarse despacio a la taquilla donde guardaba sus toallas y material deportivo. Se volvió por un segundo hacia Eduardo, esperando que le ayudara si algo salía mal, y él le miró mordiéndose el labio inferior. Wilt posó una mano sobre la puerta y la abrió rápidamente.

No hizo falta encender la luz para ver lo que había dentro: en aquel reducido espacio, Coco había conseguido introducir un ordenador, el cual ella estaba manejando con unos auriculares con micrófono. Cuando Wilt abrió la puerta, las piezas de un huevo de plástico azul rodaron a sus pies y Coco corrió a quitarse los cascos y a salir de su escondite. Se quedó mirando a los dos grandullones y apagó el ordenador pulsando una tecla con el pie antes de seguir mirándolos. Durante unos momentos, nadie dijo nada, hasta que Eduardo tragó saliva y preguntó:

- ¿Coco?

- Coco-respondió ella, en voz baja.

- Perdona, ¿tú eres Coco?-preguntó Wilt.

- Coco.

- Oh, uh...¿Qué...Qué narices hacías ahí dentro? ¿Cómo has...?

- Cocococo.

Wilt se giró para mirar a Eduardo pero, claramente, él tampoco tenía ni idea de lo que estaba diciendo.

- Vale...Uh...Tú debes de ser nuevo...nueva, ¿verdad?-aunque sus largas pestañas y que pareciera que aquellos huevos eran suyos no fueran prueba concluyente de que fuera una chica, Wilt se arriesgó a corregirse y vio que la otra parecía satisfecha de que se hubiera dado cuenta mientras asentía, lo cual le alivió un poco-. Ah, pues...Bienvenida a Foster. Nosotros somos Wilt y Eduardo.

Eduardo le saludó tímidamente con la mano.

- Coco-respondió Coco, mirándole.

Los dos sentían la necesidad de preguntarle qué estaba diciendo, pero pensaron que podría ser una falta de cortesía, de modo que decidieron simplemente sonreír.

- Perdona si te hemos asustado. No sabíamos que estabas ahí-dijo Wilt-. Ehm...Sigue, sigue con lo que estuvieras haciendo. Nosotros sólo nos íbamos a acostar. Mañana podemos hablar tranquilamente, enseñarte la casa y todo eso.

- Coco, cocococo-tras decir eso, Coco cerró la puerta de la taquilla y marchó fuera de la habitación en dirección al baño. No recordaba muy bien dónde estaba pero ya había molestado bastante a aquellos dos, así que se fue a buscarlo sin necesidad de preguntarles.

Wilt y Eduardo le habrían indicado encantados dónde estaba, pero se sintieron algo aliviados de que no lo hubiera hecho, no la habrían entendido. Los dos se miraron y Wilt se volvió a dirigir a su cama.

- ¿Has entendido algo?-preguntó Eduardo.

- La verdad, no. Pero me gusta aprender idiomas.

Eduardo se encogió de hombros y volvió a buscar la postura más cómoda para dormir.


FIN