FOSTER, LA CASA DE LOS AMIGOS IMAGINARIOS ES UNA SERIE DE CRAIG McCRACKEN


Cuando los padres de Frankie la habían mandado ir a ayudar por las tardes a su abuela con la casa que dirigía, ella no pensó en las cosas que cualquier chica de su edad habría preferido hacer, como escuchar música, salir con las amigas o cualquier cosa en vez de perder el tiempo con una anciana, pero su abuela no era una anciana cualquiera y por eso ella no protestó en absoluto. En realidad, Frankie había comenzado a contar diariamente las horas que le quedaban para volver a Foster. Al fin y al cabo, aunque ayudar con la limpieza de una casa llena de huéspedes no era el sueño de ninguna adolescente, ella tenía la suerte de atender una casa llena de amigos imaginarios. La abuela la había fundado unos pocos años antes de que naciera y por ello Frankie había crecido prácticamente rodeada de los seres más variopintos. Nunca necesitó un amigo imaginario: jugaba con montones de ellos desde su más tierna infancia. Aunque muchos habían sido adoptados a lo largo de los años, ella seguía haciendo amigos.

No quería presumir, pero era consciente de que era la envidia de sus compañeros. No cobraba, claro, pero era realmente divertido. Y hasta en alguna ocasión sus compañeros de clase le habían pedido consejo para adoptar a un amigo imaginario o habían llevado a la casa a sus propias creaciones. Aunque no todos los días eran una fiesta, claro. La abuela casi siempre estaba ocupada con sus reuniones y otros asuntos de los que Frankie no tenía ni idea, de modo que estaba bajo la supervisión de Herriman. Aquel endiablado conejo siempre la estaba metiendo prisa y mangoneando. Pero Frankie no le hacía caso en muchas ocasiones y disfrutaba haciéndole burla cuando no miraba. Sus padres y los amigos imaginarios se partían con sus imitaciones.

Aquel día llovía una barbaridad, tanto que por la tarde parecía de noche, y Herriman le había mandado bajar la basura, que, con tanto huésped, era considerable. Había intentado convencerlo de que esperara al día siguiente, cuando no lloviera, pero no hubo manera.

- ¿Quiere que la casa se llene de moscas y ratas, señorita Francis?-le había espetado.

Así que, con la capucha de su sudadera como única protección, la niña había cargado con dificultad con las bolsas hasta el cubo de la calle, calándose los pies en los charcos y muerta de frío. Y encima tuvo que dar unos cuantos viajes.

- Estúpido conejo...Me llamo Frankie, no Francis...Y lo sabes...

Se sintió extremadamente aliviada cuando finalmente arrastró la quinta y última bolsa. Sin embargo, se quedó paralizada en mitad del camino entre el porche y la verja, olvidándose de la lluvia, la bolsa y todo. Una figura extremadamente delgada pasaba frente a la casa, era tan alta que podía ver sobre la valla. Frankie pensó al principio que era un monstruo, había visto uno una vez recluido en una jaula en Foster. Uno de esos que aparecían en sus pesadillas. Sintió que se le cortaba el aliento, se quedó totalmente inmóvil, esperando que no la hubiera visto. Entonces, la criatura se acercó a la farola de la calle y Frankie pudo ver que aquel ser la estaba mirando. Pero ya no sintió miedo. Su cara sólo le inspiraba bondad y algo de tristeza. El número en su pecho, la muñequera y las zapatillas con sus calcetines altos a juego con ella eran claramente de baloncesto, y alguien que jugaba al baloncesto no podía ser malo. Se quedaron mirando el uno al otro durante un momento, el amigo imaginario se había detenido para mirarla a ella y a la fachada, y Frankie aprovechó para continuar su camino y tirar la basura. Cuando lo hizo, vio que el otro no se había movido, así que decidió hablar.

- No deberías quedarte ahí pasmado, te vas a poner enfermo.

El amigo imaginario sonrió y soltó una pequeña risita algo nerviosa.

- No importa, estaré bien. Lo siento, ¿te he asustado?

- Claro que no-Frankie trató de convencerse a sí misma de que sólo le había sorprendido. Pronto su atención se desvió a su cuerpo-. Vaya, ¿qué te ha pasado?

El jugador de baloncesto miró de soslayo sus cicatrices y, sobre todo, el brazo que debería haber estado en su lado izquierdo, y Frankie notó su incomodidad. Pronto se arrepintió de haber preguntado.

- Oh. Uhm...Un accidente...

- Vaya...Lo siento-Frankie se acercó a él y la diferencia de altura se hizo realmente abrumadora-. Wow, eres muy alto...A tu niño le gusta mucho el baloncesto, ¿a que sí?

- Sí, bueno, jugábamos mucho y...-el amigo imaginario desvió la mirada, de nuevo con expresión de embarazo-. En fin...Lo siento, yo...

- No, no, yo lo siento...Así que, ¿estás solo?

- Sí, realmente sí.

- ¿Y adónde piensas ir con esta lluvia?

- A la estación de autobuses. Allí estaré bien hasta que pase la lluvia. Y después...Ya se verá.

- ¿A la estación? ¿Estando Foster delante de tus narices?

- Perdona, ¿qué es Foster?

- ¿No conoces Foster? -el otro negó con la cabeza y se encogió de hombros-. Es un orfanato para amigos imaginarios. Mi abuela es la dueña. No es que sea un palacio pero estarías mejor que en la estación...¿Cómo te llamas?

- Wilt.

- Yo soy Frankie. Creo que podrías darle una oportunidad: estoy segura de que el señor Herriman dejará que te quedes. Y ya verás como consigues una nueva familia muy pronto. Un amigo tan alto siempre viene bien.

- Yo...¿En adopción? No sé...No me gustaría molestar...

- ¿Molestar? ¡No seas tonto! No vas a ser ninguna molestia. Es más, quiero que te quedes. Anda, vamos.

Frankie le tendió la mano. Wilt dudó un momento, mirando alternativamente a la casa y a la niña, mientras que ella deseaba que se decidiera pronto antes de que cogiera una neumonía. Finalmente, Wilt le sonrió.

- Bueno...Sí, creo que...¡Sí! ¿Por qué no? Te lo agradezco, de verdad, muchas gracias. Ayudaré en lo que pueda.

- Genial, porque siempre hay trabajo que hacer. Ahora, vamos dentro antes de que nos pongamos los dos malos. Le diré a Herriman que encienda la chimenea, él no me deja hacerlo a mí sola. Es un plasta, ya lo verás.

Wilt rió por lo bajo y tuvo el detalle de agacharse un poco para tomarle la mano a Frankie, quien ya no tenía que ponerse de puntillas para llegar a ella. Ya estaban calados hasta los huesos, de modo que caminaron lo más rápido posible hacia la puerta.

- Suerte que Foster tiene los techos altos, pero ten cuidado, agacha la cabeza al entrar.