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Advertencias | RiRen, RivaMika, Eren crossdressing.


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El Confesionario

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By. Magi Allie

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Me levanté temprano, tan temprano que ni siquiera la luz del sol se asomaba por el horizonte, no tenía reloj pero sabía que eran las cinco de la mañana, minutos más o minutos menos, estaba tan acostumbrado a levantarme todos los días a esta hora que no necesitaba ni un despertador, por años lo había hecho y por años lo seguiría haciendo

Me quité las cobijas que hasta ahora me habían cubierto del frio helado que la época daba, apenas comenzaba el otoño y el frio ya era así de intenso, tendría que acoplarme bien para el invierno si no quería morir de hipotermia, no tenía más cobijas así que o te acostumbrabas o sufrías las noches y las mañanas. Coloqué la bata de baño encima de mi cuerpo y tomé mi habito y el velo negro. Daba la casualidad que el convento tenía esa típica vestimenta tan tradicional que a mí me agradaba tanto, era de tanta ayuda en mi situación actual que tener algo que cubría mi cabeza y todo mi cuerpo me parecía de lo más sublime todo el tiempo

Antes de salir me persigné tres veces y abrí la puerta asegurándome que no hubiera nadie merodeando, así era, ni un alma estaba despierta aún, realmente tenía una ventaja al ser madrugador, siempre me lo reconocían y yo podía disfrutar de treinta minutos de soledad como yo mismo.

El pasillo de habitaciones del convento daba a el patio trasero de la parroquia de Saint Clare… todo estaba cubierto por una fina capa de neblina que te helaba hasta los huesos y me quemaba los pies descalzos. Caminé casi corriendo hasta el baño común de las hermanas y cerré la puerta intentando resguardarme del frio aunque era casi igual de intenso ya dentro del baño, y apenas me esperaba lo peor.

Trastabillé hasta el último cubículo de baño, que era mi favorito, por la privacidad que emanaba y por estar lo más alejado posible de puertas y ventanas. Ya sentado en el banquillo abrí la llave de agua y comenzó a caer un fino y potente chorro de agua fría dentro de una cubeta de metal. Cuando ya estaba medio llena cerré la llave y sumergí mi esponja dentro del agua fría, así era siempre aquí, bañarse con agua fría, siempre. Ya ni me acordaba de lo que se sentía bañarse con agua caliente, eso no existía.

A lo largo de los años noté que el agua fría, además de despertarte te dejaba la piel suave pero firme, algo que el agua caliente definitivamente no hace, así que aunque tenía 17 años me veía tan joven como antes. Terminé de lavarme lo más rápido que pude y me sequé con la toalla.

Antes de mirarme en el espejo suspiré con frustración, sabía con lo que me encontraría y me llené de una agitación terrible, me puse el habito y antes de ponerme el velo me miré sobre la superficie del reflejo.

―Soy Eren Jäger, tengo 17 años. Y no soy una mujer ― sonreí y me puse el velo negro.

Me acomodé el flequillo para que quedara un poco de lado y me diera una imagen más femenina y realmente lo conseguía, había pasado desapercibido para la mayoría durante años, sin embargo me seguía sintiendo como un hombre y me esforzaba por recordármelo. Aunque mi complexión delgada y delicada dijera que no había gran signo de hombría en mí, no podía darme el lujo de olvidarlo, tenía ese algo entre las piernas que rara vez miraba ahora. Dios me perdone.

Terminé de vestirme y me disponía a colocarme los zapatitos negros cuando la puerta del baño se abrió, la mujer de pelo rubio canoso me miro con una sonrisa tranquila, ella también iba a bañarse. Una ventaja del convento era que le mayoría de las monjas utilizaban el pelo corto y yo me sentía contento con eso, para mí sería difícil tenerlo largo, además todo era de por sí difícil.

―Buenos días Erín, siempre tan madrugadora ― me guiñó el ojo y se dirigió a uno de los cubículos, totalmente lejos de mi vista.

Suspiré y le sonreí mientras me daba la espalda, ahí estaba la madre Nanaba, una de los únicas dos personas que sabía mi verdadera identidad como hombre, dentro del convento. Agradecía que siempre me la encontraba al terminar yo de vestirme, en realidad había sido como un código secreto entre ambos por años, y no sabía si ella también quería cuidar mi identidad

La primera vez que la vi su cabello era totalmente rubio y no tenía las canas que ahora tenía, me había mirado de arriba abajo con una mueca preocupada, ojos conciliadores y el ceño fruncido en desaprobación. Estaba sentado sobre las escaleras del convento con las manos sobre mi nariz y mi boca, aspirando mi aliento caliente y esperando que Armin saliera de la iglesia.

Cuando salió acompañado de la madre me quedé callado y me levanté para mirarla con ojos suplicantes, ella no me hizo esperar ni un segundo y me invitó a entrar con toda la hospitalidad que un convento podía tener.

Resultó que pesaba diez kilos menos de lo que debería pesar, me estaba muriendo de hambre. Ser pobre era horriblemente pesado. Mi padre había entregado todo nuestro dinero a dos cosas importantes, apuestas y alcohol. Teníamos bastante dinero, tanto así que mi padre pudo darse esa vida por seis años desde que mi madre murió, hasta que un día finalmente ya no había más dinero, no había nada. Recuerdo que las últimas semanas… fueron terribles, comía tres almendras al día ¡Solo tres! Durante semanas, y el último día... un día antes de que Armin me encontrara, me había comido la mitad de un grillo.

En realidad cuando Armin me encontró, pensé que sería mi fin, era mi amigo pero también era sumamente estricto. Yo tenía pensado trabajar, ¿pero quién querría contratar a un niño de 12 años desnutrido? Nadie, absolutamente nadie lo hizo. Y cuando Armin vino supe que terminaría en el orfelinato.

―Tranquilo ― me dijo Armin ―. Tengo una idea, iremos con mi tía Nanaba, ella es una monja. Las monjas alimentan a las personas y les dan refugio.

En su momento pareció como si un ángel me hubiera iluminado el rostro y decidí irme con él. Así fue Nanaba me alimento me vistió y me cuido… por una semana.

―Lo siento Eren, pero ya no podemos seguirte manteniendo ― suspiró con tristeza ―, las hermanas y yo no tenemos tanto dinero, apenas y tenemos para nosotras.

―¡Pero no quiero ir a un orfanato! ― supliqué.

Nanaba me miró con ojos intranquilos y se sentó a mi lado mientras yo saboreaba el delicioso caldo de champiñones y verduras.

―No hay otra opción.

―¡Si hay! ― dijo Armin con su rostro iluminado ―, que Eren sea una monja…

―Eso es imposible Armin, es un chico. No puede ser una monja ni un padre.

―Puedo ser una monja. ― aporté desesperado ―, realmente puedo, solo necesito fingir un poco, Nanaba por favor…

Nanaba me miró con ojos turbios y sospechosos pero finalmente aceptó, realmente no sé cómo fue que aceptó, nadie en su sano juicio habría aceptado, sin embargo lo hizo y así comenzaron mis días en el convento escondiendo mi sexo, todo había sido demasiado difícil pero lo había conseguido.

Actualmente dentro del convento solo dos personas sabían mi verdadera identidad y yo estaba tan acostumbrado a ser una ''ella'', de nombre Erin, que a veces Eren me sonaba extraño, por eso me lo tenía que repetir todos los días frente al espejo, pero no era muy efectivo. Había sucumbido ante la vida de las religiosas.

Terminé de mirarme en el espejo, pero cuando me disponía a salir del baño Nanaba me tomó del hombro. Ya estaba totalmente vestida y me pareció extraña su rapidez, tal vez yo me había quedado demasiado tiempo frente al espejo.

― ¿Madre Nanaba?

―Erin, había olvidado decirte esto, sé que tienes mucho trabajo en el archivo… pero la madre superiora, está un poco delicada, no hay remplazo para la misa del domingo.

―Pero madre Nanaba ― imploré interrumpiendo a la madre, que me miró severamente ―. Tengo… mucho trabajo.

―Lo siento Erin, pero no te he enseñado a rehusarte de ese modo. Irás este domingo a la misa, no hay opción. De igual forma solo debes…

―Si madre Nanaba, con permiso ― dije dándome la vuelta y saliendo por la puerta hecho una furia.

Afuera ya comenzaban a salir los primeros rayos de sol, que no calentaban ni un poco, pero hacían gala de presencia e iluminaban un poco el jardín de naranjos que tenía el convento, las monjas comenzaban a levantarse y caminar hasta el baño, mirándome con una sonrisa en los labios y saludando con atención, sabían que yo siempre me levantaba temprano así que ya no me hacían preguntas.

Eran las siete de la mañana cuando entré a la capilla privada, adentro estaba la madre superiora, anciana y enferma mirando al santísimo y suplicando por el perdón de las almas, no quise interrumpirla me senté bancas atrás y comencé a orar de forma preocupada e intranquila. Así era mi rutina, ahora tenía que pasar al menos una hora de rodillas rezando, por el perdón y por la salud, además de todos los rosarios y las bendiciones. Después leería la biblia un par de minutos para retirarme a hacer mi trabajo.

La enseñanza de la biblia de hoy tenía que ver con el egoísmo y como luchar contra los deseos propios para lograr la unión con Dios, situación que me venía como anillo al dedo. No podía decir que estaba molesto por ir a misa este domingo, al final de cuenta yo casi siempre tomaba las misas completas pero ir a misa y estar a cargo de una son cosas diferentes. Por alguna razón en la época de invierno, tenía más trabajo dentro del archivo del convento, algo que disfrutaba enormemente… encargarme de la correspondencia junto con la hermana Mina que se dedicaba a documentar la biblioteca, los dos sentados detrás de un escritorio en la biblioteca del convento, para mí no había nada mejor. Tener que dejar mi trabajo por un domingo era terriblemente horrible, me atrasaba y el trabajo aguardaba por mí un día más, en cantidad doble.

―Buenos días hermana Erin ― entró Mina saludándome. Era una muchacha hermosa de pelo negruzco que se escondía tras el velo de monja, una sonrisa amable y unos lindos ojos, no sabía qué hacía en el convento, pero jamás le preguntaría ―. ¿Escuchaste lo de la madre superiora?

―Lo escuché, buenos días hermana Mina ― sonreí ―, el domingo cubriré su misa.

― ¿En serio? Yo también. La madre Nanaba me ha dicho que me encargue de ella, estamos juntas en ello

Asentí sin mucho entusiasmo y comencé con mi trabajo. Mina dio media vuelta y salió de mi vista para comenzar con sus deberes, arrastré el carrito que contenía la bolsa de cartas y correspondencia que llegaba al convento hasta mi escritorio y lo tomé con fuerza dejándolo sobre el escritorio. Me senté y comencé a mirar las cartas.

Negando siempre la entrada a las personas al convento. Usualmente las cartas trataban sobre visitas y expediciones al convento y más enfocado a la biblioteca. El convento de Saint Clare poseía una de la biblioteca más importantes y representativas del siglo V, en ella se alojaba información importante para los científicos, pero como miembro de la comunidad religiosa debía negarse el acceso, a menos por supuesto que las situaciones fueran absolutamente demandantes. Pero ese no era el caso, no hoy, no en este próximo invierno.

En esas andaba cuando me encontré una carta peculiar, igual que las otras, salvo por el remitente, tenía el sello de la federación alemana, de inmediato supe que esto venia del gobierno. La abrí cuidadosamente con un cuchillo recién afilado, rompiendo el sello y dejando inservible el sobre.

''A quien corresponda.

Buenas tardes, se le informa que el día domingo en la misa de las 12 en punto su iglesia será reservada para una misa especial ordenada por el Capitán del Alto Mando de la Wehrmacht en Múnich. No se aceptará la entrada a ninguna persona que no cumpla con características de pertenencia a la clase social de elite e invitados del ejército.

La misa profesada por el padre estará dirigida para la persona indicada bajo las órdenes del Capitán, es de suma importancia que este mensaje sea contestado lo más pronto posible.

Como última instancia es un honor informarle que el ejército requerirá los servicios de sus servidoras en los próximos días, sobre esa información, será revelado en su momento a quien corresponde.

Le deseo un buen día.

Atte. Comandante Smith, Erwin. ''

Cerré los ojos y tragué saliva con fuerza, ese saludo, tan testarudo de saber que la correspondencia era atendida por alguien más... casi me hizo creer que ellos sabían que se trataba de mí, y esa forma demandante de ordenar todo como si debiera ser cumplido al pie de la letra, una furia me recorrió el cuerpo.

Tomé el sobre entre mis dedos y corrí con la carta en las manos dejándola expuesta al aire, como si de una cometa se tratara, hasta llegar a la oficina donde la madre Nanaba, y la madre superiora se encontraban. La oficina central del convento.

― ¿Erin? ¿Qué sucede hermana? ― dijo la madre Nanaba levantándose asustada. Me tomó de los brazos para sentarme en una silla frente a su escritorio, la madre superiora no se inmuto al verme tan alterado.

―Mírelo usted misma Madre Nanaba ― expliqué mostrándole el sobre y la carta a la madre, que la tomó con el ceño fruncido, se colocó las gafas y comenzó a leer, pero antes de que yo pudiera decir algo o ella terminara de leer, la madre superiora habló.

― ¿Es del comandante?

― ¿Madre superiora? ― pregunté extrañado de oír su voz anciana ―. ¿Cómo lo sabe?

―No me hables así muchacha ― me quedé callado intentando dulcificar mi voz lo más que pude, sentí que me había salido solo un poco gruesa ―, es obvio que lo sé, ¿Quién más enviaría una carta tan altanera? Ese soldado bravucón, lo conozco desde que era un raso… es normal que el ejército haga misas en nuestra iglesia, pero tenía años que no había ninguna…

―El comandante dijo que la misa era por parte del capitán,.. ― intenté explicarle pero me calló con una mirada fría.

― ¿Así que ese hombre? Gracias a Dios estoy enferma y no iré a la misa el Domingo ― tosió, un poco fingido para gusto mi gusto ―. ¿Irás tú, no hermana Erin?

Asentí lentamente esperando algo, una respuesta, algo que contestarle al comandante, pero la madre solo sonrió y me miró.

―Pues mucha suerte.

Nanaba me miró con el ceño fruncido y me sugirió que habláramos afuera de su oficina con una mirada extraña, la seguí afuera y cerró la puerta.

― ¿En que estabas pensando?

―Solo me pareció extraña esa forma de ordenar… y lo que ha dicho al último en la carta, creo que quiere llevarse a algunas religiosas…

―Eso es normal, Erin. Es el ejército, tienen demasiadas culpas que lavar.

Suspiré frustrado ¿ahora yo era el malo? Ellos eran los que llegaba a mover todo y yo era el único tratado como un criminal, Nanaba suspiró al verme frustrado y me entregó la carta.

―Envía una carta, dile al comandante que esperaremos sus órdenes. La respuesta llegará para mañana y yo personalmente se la daré al padre. Tú no te preocupes por nada y encárgate de la misa del domingo como siempre, tu papel no es tan relevante… de cualquier modo yo te explicaré cualquier cosa y no olvides ayudarles a todas las personas que vendrán y explicarles de que va una misa.

―Pero, ¿las personas que vienen a misa? ¿Les negaremos la entrada?

―Pondré un anuncio afuera, diciendo que la misa de las doce se cancelará... si quieren venir tendrá que ser temprano. ― la madre Nanaba miró hacia los lados y me dio una palmada en la cabeza ―. Pórtate bien, no seas tan brusco y cuida ese tono de voz tuyo.

Sonreí ligeramente y asentí, aún sentía las náuseas en mi cuerpo, esa sensación de querer denegarles la misa, pero no podía… la madre me lo había dicho y yo debía de obedecer, me persigné mientras caminaba frente a la capilla y comencé a orar desesperadamente para que la misa del domingo saliera perfectamente.

Seguramente sí había algo que el convento no necesitaba era problemas con el ejército, de eso estaba seguro. Regresé a mi trabajo y redacté la carta que me habían indicado, usualmente solía redactar cartas de negación, pero esta carta me hizo estrujarme los sesos hasta que saliera algo decente, la firmé con el cello del convento y Mina me miró confundida, le dediqué una mirada intranquila y dejé la carta junto con las demás cartas que serían enviadas esa misma tarde.

Seguí con mi trabajo de negar acceso a la biblioteca.


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El confesionario

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El domingo las campanas comenzaron a sonar antes de las doce, diez minutos antes precisamente. Mina me apretó la mano amigablemente y yo alisé mi falda acercándome a la entrada de la capilla, sabía que Mina estaba nerviosa porque tener cerca al ejército Alemán nunca era algo lindo. Pero ambas nos habíamos esforzado bastante durante dos días para hacer que la misa saliera perfecta.

Y con perfecta quiero decir ''absolutamente perfecta'', era egoísta pensar en mí antes que en nadie, pero sabía que sí todo salía bien la iglesia se lavaría de futuros problemas y ante cualquier cosa se encontraba primero el bienestar de mis hermanas.

El auto que se estacionó frente a la iglesia era un insulto a mi humildad, se trataba de un Mercedes del año negro, convertible, hermoso a más no poder. Las personas que bajaron de él enfocaron su vista en mí y sonrieron, aunque se trataba de una mujer de pelo café y gafas traía puesta la ropa del ejército alemán, la de gala, una hermosa falda que dejaba ver sus largas piernas.

A su lado un hombre alto de pelo rubio y ojos azules caminaba con porte y elegancia, se quitó la gorra antes de entrar, noté que se trataba de alguien importante por el número de placas que tenía en la banda roja y sobre su casaca.

De la parte de atrás salió otro hombre que tomó del brazo a una mujer de pelo negro claramente mucho mayor, vestida elegantemente con un vestido de gala, ella apenas sonreía y se mostraba muy débil, el hombre la tenía tomada del brazo y en su frente surgía una arruga de preocupación al sentir a la mujer tambalearse mientras caminaba.

Mina se acercó a brindarles ayuda pero el hombre la rechazó caminando directamente a la capilla. Cuando pasó a mi lado y le entregué el pequeño papel de salmos me miró con el ceño fruncido. Tenía la piel blanca de porcelana y los ojos grises cual pozos de plata, tenía la gorra del ejercito puesta y se la quitó con la mirada fija en mí, sus suaves labios rosados articularon unas palabras que no alcancé a escuchar pero me dirigió una sonrisa lasciva que terminaría con mi auto control.

―¿Hermana Erin? ― preguntó Mina mirándome extrañada.

Tenía las mejillas rojas de vergüenza, nunca había sentido mi corazón acelerarse de ese modo y mirar esos ojos tan profundos… esas pestañas negras tupidas y risadas, su cabello negro deslizarse por su frente, de la que escurría una gota de sudor. Una pequeña y pulcra gota de sudor que surcaba el rostro afilado y blanco, ese rostro bello como el firmamento.

Saqué el aire de mis pulmones acalorado.

― ¿Hermana Erin? Hay que entrar ― Mina me tomó del brazo y me llevó adentro de la iglesia mientras yo intentaba repasar los detalles de las grietas de los labios de ese hombre, ni siquiera me di cuenta cuando la iglesia se había llenado de gente vestida de elite y soldados, lo busqué con la mirada pero me di una bofetada mental.

Debían matarme ya mismo, debían asesinarme en ese mismo instante, debí quemarme vivo al entrar. Sin embargo no sucedió nada cuando me acerqué al altar de la iglesia y ayudé al padre profesar la misa, no paso absolutamente nada, Dios no me castigó y lo único que se repetía en mi cabeza era la imagen de ese hombre al mirarme lascivamente.

Comencé a recitar mi primer salmo con la voz más dulce y femenina que pude hacer, sin mirar al público fijamente, evitando encontrarme con sus ojos, y así lo hice, no lo miré ni en un solo segundo, ni siquiera supe donde se había quedado sentado.

La misa transcurrió tranquilamente y mi corazón tenía ya un curso normal. Cuando el padre estaba por finalizar la misa carraspeó varias veces y llamó a los creyentes a rezar un padre nuestro en honor a Kuchell Ackerman, lo repetí desde mi lugar en latín, como me habían enseñado y miré enfrente al terminar.

La misa había terminado y ahora debía de quedarme afuera de la iglesia vendiendo cosas como libros de oraciones y otras cosas que hacíamos en el convento, sin embargo antes de que pudiera dar un paso afuera una mujer me tomó del brazo. La miré, era la misma mujer que venía acompañada del hombre, estaba pálida y apenas podía respirar.

― ¿Se encuentra bien? ― dije levantándola lo más que pude.

El joven de pelo negro llegó de la nada y sujetó a la mujer de los brazos.

― ¡Madre! ¿Estás bien?

―Si hijo ― dijo la mujer incorporándose con la ayuda del joven y mía ―, hermana disculpe que me haya tomado así de su brazo…

―Por el amor de Dios, no se disculpe ― dije tomando sus manos ―, vaya con cuidado, que Dios la acompañe.

La mujer de cabello negro me sonrió y asintió, el joven también me miró con el rostro impasible y el ceño fruncido, me quedé callado esperando algo, que nunca llegó, una respuesta, un sonido, no lo hizo, simplemente carraspeó me miró de arriba abajo y salió de la iglesia con la mujer en sus brazos.

― ¿Es usted la Hermana a cargo?

Me di la vuelta tras escuchar la grave voz, que venía del mismo hombre rubio de antes.

―Soy el comandante Erwin – asentí recordando el nombre con recelo -, como pudo darse cuenta… esta misa fue dirigida a esa mujer. Ella está muy enferma y se encuentra en sus últimos días, ella es una mujer de fe, su hijo es el mejor soldado del ejército. Ha decidido que su madre no puede seguir exponiéndose a salir, necesita cuidados intensivos pero se niega a recibir una enfermera. La condición ha sido llevar a una religiosa. El próximo lunes el capitán ira al convento…

―Solo pude ingresar con una cita ― proferí apenas en un susurro

―Creo que sabrá hacer una excepción. ― se quitó el sombrero y se despidió dejándome con la mandíbula colgada y un pequeño rencor creciendo en mi interior.


N/A: 1 Estamos hablando de un Mercedes―Benz 540K Cabriolet es una rareza absoluta, pues se fabricaron menos de 200 unidades antes de 1939. PUES LA HISTORIA SE DESARROLLA EN LOS AÑOS 30, detalle importante que olvidé mencionar anteriormente.