¡Bienvenidxs!, está es mi primera historia de Inuyasha, la verdad estuve mucho tiempo en decidirme si plasmar todas estas ideas y subirlas o no, y heme aquí. Para los que la leen por primera vez, bienvenidos sean, los que ya estuvieron aquí con anterioridad les recomiendo que vuelvan a leer todos los capítulos porque hay varios cambios en la trama.

Esta historia contiene Lemon y escenas fuertes.

Los personajes no me pertenecen, pero esta historia post manga es de mi total autoría. Además de nuevos personajes.


Capítulo 1: Fantasma

El sol resplandecía con fuerza, llevó una mano a su frente quitando un poco del sudor que se había presentado a causa de sus horas de labor. Una pequeña sonrisa se formó en sus labios, no solo había despertado con mucha vitalidad, sino, que estaba trabajando desde antes que saliera el sol. No se quejaba, era su manera de aportar y su deber, ahora era una Miko.

Gracias a las enseñanzas de Kaede y Jinenji, su agilidad con el arco había mejorado, sus practicas de exorcismos mucho más, sus formas de sanar eran nuevas para ella, los avances se veían cada día, su reiki incrementaba.

Levantó la cesta que minutos antes llenaba de plantas medicinales, y se encaminó a la aldea. Ese mes varios aldeanos habían contraído una gripe bastante peculiar y junto con la anciana Kaede logró que no se esparciera por toda la aldea, juntas la habían controlado, ahora no eran más que un par de ancianos con un resfrío. Suspiró, todo estaba muy tranquilo.

Detuvo su caminata junto a una cabaña.

―Kagome.

―Kaede-obachan, éstas son las ultimas ―dejó la cesta en las manos de la anciana―. Con ellas bastará.

―Gracias niña, ya, ve a descansar un rato yo me ocupo del resto. ―hizo un gesto con las manos ahuyentandola de ahí.

Kagome había estado parte de la madrugada y toda la mañana haciendo las preparaciones de la medicina de los últimos enfermos y recolectando plantas, por si acaso. Kaede se sorprendía por las energías de las muchachas de esa edad, sonrió, no era el deber de esa jovencita ocuparse de ello pero desde que había pisado la era feudal nuevamente, ya hace un año, no había parado de entrenar y curiosear sobre todo acerca de lo que podía lograr con sus poderes.

Ya era una joven mujer, su apariencia no había cambiado mucho, además, seguía siendo tan obstinada como siempre.

―¿Está segura?, le prometí a Saisuko-san que hoy iría a ver a su hija... ―comentó preocupada.

―Claro que si, que vayas te dije, mereces un descanso, luego veo lo que tiene la pequeña.

Kagome hizo un mohín y se resignó, no haría cambiar de parecer a la anciana. No estaba cansada, quería seguir ayudando a los aldeanos con lo que necesitaran.

Vio una vez más a Kaede, no cambiaría de opinion, soltó un bufido y se alejó soltando algunos improperios. La anciana rió un poco mientras veía a la joven marcharse, aunque pasaron algunos años, Kagome seguía siendo la misma. Sonrió y entró nuevamente a seguir bajándole la fiebre a uno de los ancianos.

Otro suspiro.

Que coraje, ¿por qué Kaede no la dejaba hacer nada?, cada vez que le veía hacer algo con mucha frecuencia decía que tenia que descansar, que no era su deber, que era una sacerdotisa pero que su poder era necesario para cosas más importantes que cuidar a ancianos o asistir partos. Boberias, ella podía hacerlo, ella lo necesitaba, quería mantenerse ocupada, lo necesitaba.

―¡Kagome-chan!

Sonrió en modo de saludo y se acercó a su amiga que sostenía una cesta repleta de ropa con una mano y agarrado de su otro lado estaba su pequeño hijo.

―Sango-chan, Komori-chan ―ensanchó su sonrisa.

―Kagome-chan, ¿qué ocurre? ―Sango frunció sus cejas.

―¡Onee-chan! ―Komori brincó a los brazos de la Miko, ella rió, amaba a los niños, en especial a los hijos de Sango y Miroku, eran como sus sobrinos aunque ellos la consideraran algo parecido a una hermana mayor.

―Nada, Sango-chan, sólo estoy un poco cansada ―sonrió mientras miraba al hijo de su amiga, más bien, considerada hermana.

―¿De veras es eso? ―ella asintió, hace una semana o más había notado a Kagome diferente, pensativa y callada, sus sonrisas llegaban a ser forzadas. Le preocupaba, demasiado, pero decidió no tocar el asunto, tal vez no quería contarle lo que pasaba, aún―. Hoy llegarán... ―espetó tratando de cambiar el rumbo de la conversación ―, Miroku no tiene que irse por tanto tiempo, las niñas se ponen inquietas, y tú Kagome-chan... ¿no extrañas a Inuyasha? ―dijo tratando de llamar la atención de su amiga, pero la aludida ni se inmutó―. ¡Kagome-chan!

―¿Eh?

―Pregunté si extrañas a Inuyasha, hoy se cumplen cinco días desde que fueron a exterminar ese youkai al norte.

―Ah... cierto, hoy ―susurró.

Si no hubieran estado en la entrada de la cabaña que Miroku y Sango compartían, un poco alejada de la aldea y por ende de los ruidos de los aldeanos trabajando o las aldeanas con cestas de ropa yendo y viniendo de un lado a otro, no la hubiera escuchado. Kagome dejo al pequeño en el suelo mientras daba una mirada melancólica al horizonte.

¡Bingo!, el cerebro de Sango dio un brinco, el comportamiento de su amiga se debía al hanyou.

―¿No hay algo de lo que quieras hablar, Kagome-chan?

Volvió su vista a la exterminadora y negó con la cabeza mientras sonreía.

―Iré a descansar un poco, nos vemos luego Sango-chan, Kamori-chan ―movió levemente la cabeza en saludo y se marchó dejando a la taijiya consternada.

Ya no debía tener aire en los pulmones de tantos suspiros. Era una idiota, lo había olvidado, él volvía hoy.

Se detuvo cuando su vista capto esa pequeña pero acogedora cabaña que hace ya un tiempo era su hogar y el de su esposo.

Su esposo... necesitaba de él.

Corrió el cortinado de bambú entrando a la cabaña, tan cálida como siempre, aspiró el aire sintiendo el aroma y la esencia de Inuyasha, lo extrañaba.

Una lágrima silenciosa rodó por su mejilla, se abrazó a si misma sintiéndose desprotegida, sintiendo soledad, sintiendo un gran vacío recorrerla.

Había sido tan feliz... pero ahora se encontraba confundida, no por sus sentimientos, ni por su decisión, amaba con cada fibra de su ser a su marido, nunca se arrepentiría de nada de lo que vivió o hizo por él.

Pero, ya todo era diferente, sus emociones eran un torbellino, los hechos de los últimos meses la habían confundido hasta llegar al punto de dudar de los sentimientos de Inuyasha, sabía que la amaba, o al menos se autoconvencia de ello, no se lo había dicho con palabras para ser exactos pero se lo había demostrado, lo demostraba cada día, protegiéndola y brindándole todo el cariño que le era posible expresar.

Cariño, no necesitaba cariño, necesitaba amor, pasión.. ¡Ugh!, claro que le había dado todo eso, tocó la marca situada en su cuello de lado derecho, la marca que simbolizaba el amor y la unión de ella con Inuyasha, pero estaba tan insegura, se sentía frágil, débil, y todo por ese fantasma del pasado.

Kami, era tan idiota, pero, vamos, ¡no podía evitarlo!, no podían culparla por dudar de algo que vió con sus ojos, de algo que presentía y que su cabeza se había encargado de dar mucha libertad y rienda suelta al asunto.

A su mente llegaron recuerdos, su llegada después de tres años a Sengoku, el abrazo de Inuyasha, su mirada, su sonrisa sarcástica, su voz, la primera noche que se amaron, sus besos, sus miradas intensas, sus fuertes brazos rodeándola.

Apretó sus ojos con fuerza, una vez más la imagen de esa persona llegó a su mente, haberle visto le había afectado demasiado y su esposo no daba indicios que pudieran argumentar que lo que había visto era una ilusión, una mala jugada de su imaginación, un fantasma.

―Que tontería... ―murmuró sintiéndose de verdad tonta, su cabeza no podía traicionarla tanto, tenía que parar de imaginar y pensar cosas que no habían sucedido.

Despertó sobresaltada, menuda pesadilla, la misma de siempre.

Se sentó en la cama cerrando los ojos fuertemente sintiendo que así podría borrar las imágenes que la mantenían en esa estúpida miseria hace unas cuantas semanas. Abrió los ojos de golpe sintiendo su presencia, había vuelto, él estaba allí.

―Inu... yasha... ―balbuceó sintiendo sus ojos arder y llenarse de de lágrimas.

―¡Tonta!, ¿qué haces? ―al parecer el hanyou había entrado a la cabaña justo en el instante en que su esposa se despertaba súbitamente de lo que parecía una pesadilla.

―Y-yo.. ―murmuró mientras apretaba nuevamente los ojos evitando que se acumularan más lagrimas, sonrió mirando profundamente sus ojos―. Me alegra que hayas vuelto a salvo Inuyasha.

―Kagome... ―frunció el ceño―, ¿qué diablos fue eso? ¿qué soñaste? ―refunfuño incandose y quedando al lado de su mujer que seguía sentada en el futon que compartían.

―El youkai del lago Hushurim.

―Keh, ¿sigues teniendo miedo de ese renacuajo? ―se burló recordando que el estúpido pez casi lo desangra y dejó inconsciente a Kagome, que descuido tan idiota.

―Eso creo... ―mintió, no había soñado con ningún demonio, bajó la cabeza.

¿Cuándo dejaría eso atrás?, debía olvidar el pasado, así como Inuyasha lo hizo, ¿no?

―¡Tonterías!, ven ―la tomó entre sus brazos hundiendo su rostro en el cabello sedoso de su mujer, inspiró fuertemente su aroma. Carajo, la había extrañado tanto.

Kagome sintió su corazón arder, le dolía, dolía tanto pensar que Inuyasha no la amaba a ella.

Escondió su rostro en el pecho de su marido y se aferro con fuerza a su cuerpo. Quería quedarse así para siempre, aunque estuviera viviendo una vil mentira, lo amaba tanto, no podía pensar claramente, quería olvidarlo todo y que solo fueran él y ella. Era egoísta, pero no podía dejar de amarlo, aunque doliera.

Él era su primer amor, su único amor, quería permanecer siempre a su lado, lo había prometido, pase lo que pase ella permanecería a su lado.

―Te amo, Inuyasha ―pronunció en voz baja, cerró los ojos, no podía evitarlo.

Él la sostuvo con más fuerza pero teniendo cuidado de no lastimarla.

Kagome está extraña, pensó, pero guardo silencio, después de todo hace tiempo que las cosas estaban extrañas.

Estaba más callada, su mirada era triste en ciertas ocasiones y su sonrisa... Esa sonrisa que llenaba su alma, ya no era la misma, lo notaba, la Miko le estaba ocultando algo, lo sabia, la conocía demasiado bien, pero el hecho de no ser muy comunicativo no ayudaba a la situación, quería saber que pasaba por la mente de su mujer, cada detalle, cada pensamiento, cada recuerdo, cada duda, cada certeza.

La apartó un poco y rozó sus labios con los de ella, un beso casto y tierno, pero lleno de sentimientos, la amaba, claro que la amaba, aunque su estúpido orgullo le impidiera demostrarse más abiertamente con ella. Se separaron, los ojos de Kagome fueron abriéndose lentamente, fijándose en los ojos de él. Esos ojos dorados, tan brillantes y profundos, tan necesarios para ella, solo ellos podían darle paz, solo él podía darle todo lo que necesitaba.

Suspiró y recostó su cabeza en el fuerte pecho de su esposo. Sus pequeñas manos rodearon su espalda, Inuyasha sostuvo con firmeza su cintura en un abrazo. Los labios masculinos rozaron su coronilla, aspiró nuevamente su aroma, perdiéndose en el.

Kagome cerró los ojos pensando en que todo era como antes, o por lo menos, tratando de imaginar que así lo era.