Capítulo XXXVIII

Siempre

Graham estaba a punto de ser procesado, de forma definitiva. Casi dos meses habían pasado, los cargos se impusieron, y no se habían presentado evidencias contundentes para la desestimación.

Él solía ser paciente, pero toda la situación lo había perturbado, al extremo de no racionalizar lo que estaba sucediendo. No se encontraban pruebas que lo ayudaran, por el contrario, la fiscalía cada día tenía más argumentos para inculparlo, por lo menos por lo de Elsa y Aurora; y por usar su situación de poder, para manipular el sistema. Esa perla, fue idea de la funcionaria Mills.

Estaba solo en todo aquello. No había tenido noticias de Regina, por lo menos no buenas. La mujer estaba abocada a su caso, pero como fiscal, para encontrar pruebas de su culpabilidad.

En una oportunidad pudo verla pasar, para la reunión previa al careo con su abogado, pero ella fue quien solicitó que él no estuviese presente. Parecía que evitaba verlo a propósito, porque lo de aquel día en la comisaría, no se había repetido.

David era el único que lo visitaba, a riesgo de ser investigado. De igual forma Gold, en un par de ocasiones; pero ni su amigo, y mucho menos su jefe, le supieron dar noticias de la morena, y no hablaron del porqué de su actuación. Cada vez eran más las personas lo creían culpable.

En palabras simples, estaba siendo acusado de emplear su cargo, para manipular el sistema, y ocular el homicidio de sus dos ex amantes, como posibles víctimas de "El asesino de Omaha". Todo se veía negro en su futuro, tanto, que hasta empezó a creer que, de una forma u otra, él era culpable y merecía tales castigos.

Por fin, llegó el día de la entrevista preliminar donde debería enfrentarse al acuerdo entre su abogado, y la fiscal de distrito; conocida por él como su esposa. Fue llamado a la sala para visitas legales, y sin ánimo de vivir, se dirigió hasta ella. Allí se encontraba Albert Spencer, su abogado.

Albert era un tipo inquisitivo, perfeccionista y organizado, dueño de uno de los mejores bufetes de Maine, y con una sólida carrera en todo el país. No contaban derrotas en su haber; lo que podía considerarse como una pérdida, resultaba siempre en acuerdos que no desfavorecían al culpable. Según palabras del hombre, Regina era una joven litigante prominente, que no se había enfrentado aún a él, por temor. No sólo había sido recomendado por Gold, sino que él había sido gran amigo de su padre.

- ¡Graham! – le dio un fuerte apretón de manos

- ¡Albert! – Asintió, respondiendo al gesto, lidiando con las esposas

- ¡Por favor! – señaló al guardia – ¡Quítenselas!

- Tenemos orden del Alcalde, por solicitud de la Fiscal, de mantenerlo esposado, por lo menos a la mesa… – le dijo uno de los dos guardias, mientras le colocaban la esposa al tobillo

- ¡Pero por Dios! – se molestó al escuchar tamaña exageración – No lo va a interrogar o a entrevistarse a solas…

- ¡Déjalo así Albert! – el acusado lo interrumpió, con tono de resignación

- ¡Pero…! – resopló, conteniendo su enojo – ¡Está bien!... ¿Podría por lo menos dejarnos solos? – miró al guardia que quedaba

- ¡Claro! – abrió la puerta de la sala, y antes de salir agregó – Pero estaré aquí en la entrada… – se retiró

- ¡Insolente! – hablaba con resignación y sabiduría, más que con la furia que sintió segundos antes – Nunca entenderé cómo he soportado trabajar en esto, todos éstos años… ¿Es muy descabellado? – dijo, mientras se sentaba y abría su portafolios

- ¡No! – respondió, moviendo sus esposas con las manos cruzadas, para mayor comodidad

- ¡Lo siento Graham! Están siento extra inquisitivos con éste caso… – bajó el tono, para hablar con confidencialidad – Parece el banquete actual de los medios… Muchos intereses ocultos, en mi opinión… Nada contra lo que no podamos…

- ¡Eso espero! – hablaba sin ánimo

- ¡Vamos Graham! – le dio una palmada en el hombro – ¡Me dejo de llamar Albert Spencer sino te saco de aquí! – le sonrió

- ¡Gracias! – le devolvió la sonrisa, cual niño regañado, que es consolado por una abuela alcahueta.

Se concretaron en hablar de los pormenores del caso. En el mismo tono de confidencia que venían usando, Graham relató nuevamente detalles sobre su pasado, puntos comunes en los homicidios, lo visto en los demás casos que, según los argumentos, eran aislados.

Albert sacó la copia del informe, levantado por el forense en el caso de Aurora, y los símbolos comunes en ambos crímenes. El abogado le adelantó cómo iba encausado el proceso, y cómo esperaba que la fiscalía respondiera y lo orientara

- Te digo Graham… Esa mujer no se va a tocar el corazón, va con todo, y estoy seguro que busca la manera de relacionarte con la dichosa secta… – le comentó

- Tenía entendido que pretendían desestimar eso, diciendo que cada caso es aislado… – estaba confundido

- Eso han dado a entender, pero parece como si quisieran hacer caso omiso del informe… Y sí, aislarlo… Pero con tu caso en particular… – se levantó de la silla, y se retiró los lentes de lectura, que se había colocado al iniciar la revisión – Esa mujer no actúa con coherencia… O de lo contrario es una retorcida, y te ve como el blanco perfecto para escalar posiciones ganando protagonismo…

- ¡No! – dijo de manera seca

- ¡Por favor! Tienes una diana enorme pegada en tu espalda… Crees que van a perder ésta oportunidad… Además… – volvió a sentarse, y retomó sus susurros – Gold me comentó que ella está loca por resolver éste caso… Por imitación o lo que sea… No está esperando, necesariamente, que la verdad salga a la luz – lo tomó por el brazo – Si queremos tener alguna posibilidad de ganar, tenemos que considerar todos los escenarios viables… Y si tenemos que revertir la vista de la opinión pública…

- ¡No! – le volvió a interrumpir, con la mirada cargada por el horror

- ¡¿Qué demonios sucede Graham?! – exclamó en su tono confidente – ¿Qué es lo que te tiene así, que no me has dicho? – lo miró, expresando claramente su incredulidad sobre querer inculparse…

- No sé qué estás insinuando… Pero a Regina dejémosla que actúe como le parezca… – dijo como si nada. Su rostro se llenó de tristeza y fijó la mirada en las esposas

- ¿Regina? – ahora tornaba sus ojos en sospecha – ¿Qué le hiciste a esa mujer? ¿Cuál es su historia? – no era un hombre estúpido, para nada

- ¿De qué hablas? – fingía pobremente

- ¿Qué te traes con Regina Mills? – sentenció – Si quieres que te defienda, si quieres llegar a buen término con todo esto, no te atrevas a mentirme… Y dime todo lo que deba saber…

El silencio de Graham lo delataba, y confirmaba su apreciación. El abogado se percataba de que su defendido, ocultaba algo de suma importancia, que tal vez tendría que ver con el caso, de una forma u otra

- ¡Graham!... – usó ese tono de advertencia, característico de una amenaza sutil

- ¿Qué me puedo traer con la Señorita Mills? – lo miró despreciando la anterior afirmación

- ¡No sé! – lo miró fijamente, se acomodó en su puesto – ¡Tú dímelo!

- Ya sabe que yo la encontré malherida en la calle, pero que no tuve nada que ver con eso… – trataba de disimular, por todos los medios – Simplemente, estaba con una de las asistentes, la señorita Ruby Wolf, y nos topamos con la señorita Mills en la calle… El resto está en el informe, y así pasó… ¡Nada más!

- ¿Señorita Mills? – le creía lo del caso del robo al apartamento de la fiscal, pero no el "nada más" – Ya no es Regina, es la señorita Mills… Ok Graham, si esa es la confianza que me vas a brindar… Sólo tú serás culpable de tu destino… Porque no sé qué le habrás hecho a esa mujer, o qué demonios sabes, que quiere evitar que se sepa… Esa mujer está decidida a refundirte en la cárcel, o… – le dedicó una mirada intensa – No tengo que recordarte que tienes "suerte" de que las víctimas son, y se encontraron en Maine… Pero si deciden vincularte a la secta ésta que sugieren existe… En Omaha te darían la silla eléctrica sin dudar… Son tres cadenas perpetuas Graham… ¡Tres!

- ¡No! – se le erizó la piel – Regina… Ella… – apenas pudo pronunciar esas palabras.

Se quedó paralizado. Pensó en la escena de aquella madrugada, en la casa de David. Cómo su mujer dormía, abrazando a su hijo. Deseaba tenerlos nuevamente así. Se negaba a creer que Regina lo condenara. Su prometida no podía haberlo engañado, no ahora que le había hecho jurar que le creía, y que nunca más iba ocultarle cosa alguna.

¿Sería posible que algo que él desconocía hubiese hecho a Regina dudar de su inocencia? No podía concebir tal situación. Su vida cada vez tenía menos sentido. Su razón estaba por terminar de desaparecer

- ¡Graham! – suspiró – Sabes que puedes confiar en mí…

Así era. Su madre había confiado en él, y en su cuerpo de abogados, en todo momento, así como lo había hecho Gold; y al igual que su padre en aquel entonces, cuando dejó resuelta la situación legal y económica de su familia

- ¡Lo sé! – su voz se quebró – Disculpe si me pongo "emocional" – trató de hacer comillas con las manos, aún con las esposas puestas – ¡Regina es mi prometida! – soltó sin más

- ¿¡Qué!? – estaba atónito. Había logrado responder, sólo unos segundos después de procesar la frase

- ¡Si! Como lo escucha… Ella es mi mujer, y teníamos planeado casarnos… – habló con dolor, al evidenciar que eso ya no era posible

- ¡Graham! ¡Me dejas pasmado!… Esa mujer… Cualquiera diría que no tiene absolutamente nada personal contigo… – suspiró – Por lo menos no una buena relación. Tal vez aversión por la naturaleza de los hechos, pero disimulada por su profesionalismo… – hizo una pausa, observando lo afectado de su cliente. Pero debía ser honesto, como éste lo estaba siendo – ¡Esa mujer va con todo! Nadie dudaría en decir que te quiere tras las rejas, y que, de ser posible, te remitan a las demás jurisdicciones… ¿Sabes lo que eso significa?

Graham guardó silencio, mirando sus esposas, y las muñecas lastimadas. Él sabía perfectamente lo que eso representaba, y que Regina tendría que tomar eso a su favor

- ¿Y puede? – estaba entregado a cualquier posibilidad

- ¿Intentarlo?... Si… ¡Lograrlo no! – le habló con propiedad.

El acusado terminó de contarle la historia, la parte que no había confesado, sobre los hechos que envolvían a las víctimas, a la morena, y a su rubia protegida. Las tarjetas, las amenazas y los hechos irregulares en cada estado, para cada uno de los casos; todas las hipótesis, y sus puntos comunes. Fue conciso y preciso, dándose tiempo de argumentar sobre el porqué de la actitud de la fiscal

- Entiendo Graham… Todo lo que me cuentas es cada vez más confuso e increíble… – anotó los datos importantes

- Pero no deja de ser cierto Albert… ¡Está en peligro! – se aceleró ante la posibilidad de que la morena corriese peligro

- ¡No he dicho lo contario! – le creía – Ya veremos qué podemos hacer al respecto…

- ¡Ella no debe saber! – lo miró alarmado – ¡¿No sé cómo lo tomaría?!

- ¿Tenían algún acuerdo? – temía preguntar

- ¡Si!... ¡No!... ¡No sé! – estaba perdido – Eso creía… Se supone que ella me cree… o me creía… No sé qué pueda haber cambiado entre nosotros… ¡No lo sé!

- ¡Ok! Vamos a tomar ventaja de esto que sabemos, y que la fiscalía no va a tomar en cuenta abiertamente, y lo usaremos sólo si hace falta… ¿Entendido? – lo tranquilizó

- ¡Sí! – asintió

- De igual forma, mantendremos en estricta confidencialidad tu asunto con… "ella" – hizo comillas en el aire – Pase lo que pase, a menos que me indiques lo contrario… Me dices que Nolan me puede hacer llegar las pruebas y demás evidencias sobre las tarjetas, la secta y eso…

- ¡Sí! ¡De seguro! – suspiró – Con mucha precaución… No sé quién o quiénes estén detrás de todo esto, y no quiero causarle problemas a David

- ¡Tranquilo! – aseguró

Se escuchó el sonido de unos tacones por el pasillo, y la conversación entre el alcalde, y la fiscal. Era la voz de su mujer, sin duda, aproximándose hacia la sala. Su risa, su ronca voz, hizo que la piel se le erizara, y que un escalofrío lo recorriera por completo. Su corazón empezó a latir desbocado, y no podía apartar la vista de la puerta. Moría de ansiedad por verla, aunque ella tal vez no opinase lo mismo.

- ¡Pase Señorita Mills, y si necesita algo me avisa! – decía el alcalde, muy interesado

- ¡Seguro Leopold! – le habló con suma familiaridad, y su clásica voz seductora.

Graham pensaba que le daría un infarto en cualquier instante. Frente a la puerta, estaba la morena. La sombra de sus tacones amenazaba con matarlo. El abogado defensor, anticipándose a su nerviosismo se levantó, y apartó lo más posible las sillas donde se sentaría la fiscal y su asistente, dedicándole una mirada tranquilizadora a su defendido.

Abrió la puerta de golpe, e ingresó a la habitación, actuando natural, fría e indiferente, tal como si Graham no existiese o le diera igual conocerlo; peor aún, era como si nunca hubiese sabido de su existencia, y que le diera algo de repulsión saber quién era el asesino tan buscado.

- ¡Buen día Señor Spencer! – le dedicó una sonrisa cordial, pero falsa, mientras apretaba su mano

- ¡Buen día Señorita Mills! – le devolvió el gesto

- Él es Percival, mi asistente – el joven rubio, sin levantar casi la vista y de forma tímida, le tendió la mano

- ¡Encantado! – se apartó, y les indicó con un gesto, dónde podían sentarse. Volteó a ver a Graham, que estaba en shock, observando a la mujer con la inquietud del caso – ¿Usted no ha conocido al Señor Humbert, cierto? – dijo como si nada

- ¡Sí! – no lo miró, se dedicó a decirle algo al oído a su asistente, y habló como si nada –No puedo decir que haya sido un gusto Señor… Graham… – dijo, revisando sus papeles. Luego se dirigió al abogado – Su cliente me encontró malherida en la calle… Bueno, él y su novia…

Sentía ganas de morir, justo en ese instante. Regina estaba hermosa, más que nunca. El aroma hipnótico de su perfume lo había transportado a su época juntos, en aquella isla. Sentía que el amor por la morena, le quemaba por dentro, le hacía sentir un dolor punzante en el pecho. Trató de llevarse las manos a la zona que le molestaba, pero las cadenas de las esposas se lo impidieron. Empezaba a sudar frío, y se puso pálido de repente.

A duras penas logró asentir, y desviar la mirada de la mujer, que parecía una extraña y empezaba a incomodarse.

Regina era una gran actriz. Haciendo caso omiso del estado del acusado, empezó a sacar de su portafolio, ayudada por su asistente, los documentos pertinentes al caso, y el expediente que manejaba.

- Percival... Falta el otro expediente… – le lanzó una mirada asesina al chico

- ¡Lo lamento Señora Mills! – bajó la mirada, y se levantó de inmediato – Debe estar en el carro… ¡Ya lo busco!

- ¡Sí! ¡Por favor! – le dijo, apretando los dientes – Ya lo arreglaremos… – lo amenazó en un tono apenas audible.

Ambos se levantaron, y la morena le indicó al guardia lo que acontecía, para que apoyaran a su asistente en dicha tarea. El joven salió, y ella se volteó a mirarlos, seria. Luego dirigió la vista al abogado defensor, y con una sonrisa cordial, se disculpó

- Mil disculpas Señor Spencer, es que el chico es nuevo… – Abrió la primera carpeta – Vamos a lo que nos compete…

- ¡Sí, claro! – también se preparó para iniciar la discusión, del acuerdo entre las partes

- Mi propuesta es muy simple abogado Spencer, cuando su defendido… – lo miraba con una mezcla de indiferencia y repulsión – se declare culpable, y diga hasta dónde fue su participación, conocimiento y alcance, en los otros incidentes… Cadena perpetua… Tal vez, dependiendo de la confesión, usted pueda alegar demencia temporal… ¡No sé! ¡Queda de usted! – esas últimas palabras las dijo, mirando con superioridad a ambos.

- ¡Mills!... ¿Su ofrecimiento es cadena perpetua? – estaba hablando, metido en su papel de defensor – Pensé que era un acuerdo, para mejorar el resultado y ahorrarle el tiempo a la fiscalía…

- Como usted comprenderá, la sociedad necesita justicia y una respuesta contundente, ante tan abominables crímenes… – inspirada en su discurso, ignoraba al acusado

- ¡Mills! – la interrumpió – Si nos remitimos a los imputados, y a que ningún caso ha sido formalmente atribuido a "el asesino de Omaha", no creo que cadena perpetua sea lo razonable… – le sonrió cordialmente, de forma ligeramente irónica – Aún y cuando, por los dos que se le levantan cargos, no se tienen sino un montón de alegatos circunstanciales

- Me disculpa Spencer, pero dada la naturaleza de los relacionados con el acusado, son mínimo dos cadenas perpetuas… – era una fiera en su trabajo – Le repito, de llegar a relacionarse con los seriales, la fiscalía llegaría a las últimas consecuencias… Y ya tiene bastante trato preferencial estando solo en la celda, y no a manos de sus compañeros reclusos…

El dolor de Graham se hizo más agudo, y su malestar era visualmente perceptible. Trató, en un acto reflejo, de masajear su pecho, pero las esposas nuevamente se lo impidieron. Ésta vez, el ruido de las cadenas interrumpió la conversación entre los abogados, quienes voltearon a mirarlo

- ¡Graham! – dijo su defensor – ¿Te encuentras bien?

Regina lo miraba como si nada, totalmente indiferente a su padecimiento tan evidente. Sentía que le faltaba la respiración, y cada vez que ella lo atravesaba con la mirada, era peor su ahogo

- ¡Graham! – subió el tono, tratando de hacerlo reaccionar

- Si hace esto para ganar indulgencia ante mis ojos, le agradezco que se ahorre el drama… – se veía molesta y fastidiada

- ¡Por favor! – Albert trataba de estar calmado – Obviamente no es necesario hacer nada, y es evidente que no se siente bien.

Graham no conseguía articular palabra, sólo podía ver a Regina, y recordar sus caricias. Recordaba cómo solía acariciarlo en la cama, antes de quedarse rendida sobre su pecho. Era evidente que había sucedido algo, y ella había dejado de amarlo. En ese instante miró la mano de Regina, y no tenía puesto el anillo

- ¡Yo…! – consiguió susurrar – No me siento bien… – Trató de levantarse, pero las cadenas lo hicieron regresar bruscamente a la silla

- ¡Tiene un aspecto fatal, es cierto! – dijo con desprecio – ¡Llame a un guardia, antes de que se desmaye aquí! – se dirigió al abogado.

Albert se levantó y abrió la puerta, pero no estaba el guardia, que había ido a acompañar al asistente de Regina. Se disponía a salir y a avisarle al otro oficial al final del pasillo

- ¿A dónde va? – le dijo la morena, alarmada

- A avisarle al guardia al final del pasillo, detrás de la puerta – le indicó

- ¿Y me va a dejar sola con él? – de nuevo era despectiva

- ¡Está encadenado! – le habló molesto – No ve que no puede ni secarse el sudor de la frente… – y salió sin darle más explicaciones.

La mirada de Graham se topó con la de Regina, que era penetrante y de desprecio, hasta que la puerta se cerró.

En ese instante, su expresión cambió totalmente, conmovida por el estado de su amante. Con la mirada le decía todo a Graham. Las lágrimas se agolparon en sus ojos color chocolate, y en los de su hombre también.

Sacó un pañuelo de su cartera, escribió unas palabras en él. Lo dobló, para ocular el escrito, y se levantó temblando, disimulando lo que iba a hacer

- ¿Se siente usted bien? – en su mirada le imploraba perdón, y le aseguraba que lo amaba. Las lágrimas salían sin control. Aclaró la voz – Me voy a acercar a secarle el sudor, pero no intente nada… Mire que sé defenderme…

- ¡Descuide! – casi no podía articular palabra – Creo que me bajó la tensión, es todo…

Ella se acercó, y rozó su cuello, de forma que no se evidenciaba ante algún posible espectador. Tomó el pañuelo e inclinándose ligeramente le secó el sudor de la frente, mirándolo fijamente. Le dio el pañuelo

- ¡Tome! – hizo un gesto con la mano, y tuvo que dejar de mirarlo para tratar de calmarse – ¡Consérvelo! – dijo, dándole la espalda y quedando de cara a la pared.

El apretó el pañuelo en su puño, de forma que no se veía que lo llevaba consigo. Trató de secarse las lágrimas, y de nuevo resonaron las cadenas para impedírselo. Ella volteó, dedicándole una mirada de dolor.

Ahora Graham sabía que ella sufría tanto como él, y que estaba actuando de la manera que consideraba menos contraproducente. Regina agonizaba por el estado de Graham. Se sentó frente a él, nuevamente, y se dedicó a mirarlo cargada de amor y dolor

- ¡Ahí está! – le indicó al enfermero y al guardia – Está pálido…

- ¿Qué tienes Humbert? – le dijo el oficial, de forma incrédula

- ¡Dolor en el pecho! – trataba de hacer respiraciones.

Regina ya había entrado en personaje, pero no pudo evitar hacer un pequeño gesto, al enterarse de la condición de su amante

- Pues… Si debemos suspender, y dejarlo para mañana Spencer... Es bueno que lo sepamos pronto – recogió las carpetas – Que se atienda el Señor Humbert, y mañana deliberamos sin él, si prefiere…

- ¡No! – indicó Graham, sobresaltando a todos – ¡Yo…! – el dolor lo atravesó intensamente, pero no quería dejar de verla. No pudo evitar desvanecerse en la silla, sin saber más de él o de su mujer.

Ella se paró de repente, abriendo los ojos sorprendida, tratando de esconder su ansiedad. Se apartó de inmediato, y observó cómo liberaban a Graham, trataban de que reaccionara, pero nada sucedía. El médico de la prisión llegó junto con dos guardias más y el alcalde. Al auscultarlo, observó sus puños cerrados

- ¿Tiene algo allí? – preguntó el enfermero

- ¡No creo! – se dejó decir la morena – Digo, como está esposado…

- ¿Usted estaba con él? – preguntó el doctor

- ¡Si! – se hacía la desentendida, pero estaba que se moría por dentro. Graham estaba mal, y ella no podía y no debía hacer nada al respecto – Se quejó de un dolor en el pecho, pero le dije que ya estaban avisándole al médico, y pues, se veía pálido y desencajado, siendo honesta… Y creo que deberían sacarlo de aquí, a la enfermería por lo menos – se dio la vuelta, como una extraña, estresada por una situación atípica y ajena

- ¡Entiendo señorita Mills! – se apresuró el alcalde, que no quería en absoluto incomodar a la mujer – ¡Vamos Doctor! La fiscal tiene razón, saquémoslo de aquí…

- ¡Los acompaño! – Albert tomó sus cosas, y se apresuró a seguir a los guardias, al enfermero y a los demás que llevaban a Graham, hasta la camilla que habían traído.

Regina hizo lo propio, tratando de disimular, y se fue caminando a velocidad detrás de ellos, pero uno de los guardias le impidió continuar y la condujo hasta la salida. Una vez allí, se topó con su asistente, que se disponía a regresar

- ¿No hubo acuerdo? – fue lo único que atinó a decir el chico

- ¡Percival! ¡Desaparece! – le dijo del peor genio de todos, le quitó la carpeta de las manos, y siguió directo al carro.

Allí la esperaba su chofer, y "la dama Dragón". Ella le abrió la puerta, con esa expresión inerte en el rostro. Cuando disponía a montarse, observó una ambulancia salir de emergencia de allí, escoltada por varios carros de la policía y seguridad de la prisión. Lo de Graham era peor de lo que pensaba.

Sin que ella tuviese tiempo de reaccionar, la rubia tomó su celular y marcó un número directo

- ¡Síguelos! – pronunció, y colgó de inmediato – ¿Regina? – la tomó por la cintura

- Eh… ¡Si, si! – se montó en el carro, con cara de haber visto un fantasma

- Vete en el otro carro… – le indicó a Percival, mientras ingresaba por la otra puerta, a la parte trasera – Sidney, vamos a la casa de la Señora Emma… ¡Rápido! – pulsó un botón, y un vidrio ahumado las separó la parte frontal del vehículo.

Arrancó el vehículo, y ellas estaban en silencio. La rubia se dedicó a quitarse los guantes ignorando a la morena, que necesitaba todo el espacio del mundo para asimilar lo que había pasado. Transcurrieron unos minutos de camino, ya se encontraban en la carretera, y la morena no se movía, no pronunciaba palabra. Tenía la misma expresión horrorizada y atónita de cuando abordó el coche

- ¡Aire! – dijo, en un tono apenas audible

- ¿Dime? – preguntó solícita la rubia

- ¡Haz que pare el carro! – habló de repente – ¡Haz que pare! ¡Que pare! – gritó

- Estamos en la carretera Regina… – trató de detenerla

- ¡Necesito aire! ¡Aire! – luchaba para abrir la puerta y escapar de aquel encierro

- ¡Regina! – la tomó por el brazo, y con la mano golpeó el vidrio – ¡Sidney! ¡Oríllate!

- ¡Pero señora…! – respondió el hombre nervioso

- ¡Ya! – gritó, descompuesta por primera vez

- ¡Que pares! – remató Regina.

Se orilló de inmediato en un claro de tierra y pasto. Casi no se había detenido, cuando Regina escapó corriendo del carro, gritando "aire, aire"

- ¡Regina! – la mujer salió detrás de ella, luchando con sus tacones

- ¿Qué sucede? – preguntó el chofer

- ¡No te incumbe! – era obvio el ataque de pánico que estaba experimentando, pero sabía que nadie debía verla así – Espera dentro del carro… ¡Y ni una palabra de esto!

Una camioneta negra, que llevaba a Percival y a otros tres sujetos, se detuvo unos metros detrás de ellos

- Sidney… ¡Diles que sigan! – exigió

- ¡Si madame! – corrió a cumplir con la orden.

Ella se fue detrás de Regina, y la observó correr desorientada entre el monte corto y la tierra, y gritar de repente; caer de rodillas, rompiendo en llanto. Se quedó a unos metros, dejándola desahogarse.

Dentro de su gesto inexpresivo, se podía evidenciar cierto matiz de pena por ver a la morena así.

Ahí estuvieron un rato. Regina ya se había sentado en el piso, de lado, y continuaba llorando, hasta que de repente paró. Dejó de llorar, y se volteó a mirar a la rubia, que la observaba atenta

- Tenemos que ir a casa… – tenía la mirada perdida, y obviamente se veía más calmada, pero alterada. Le tendió la mano a la rubia

- ¡En seguida! – la ayudó a levantarse. Observó sus medias rotas – ¿Necesitas algo más?

- ¡A ti! – la miró de forma perturbadora.

La rubia asintió, y la siguió, mientras ella se sacudía y se montaba en el carro. La mujer no pudo evitar esbozar una sonrisa perversa de medio lado, ante el último comentario de la morena. Le indicó a Sidney que continuara, y el resto del camino lo llevaron en silencio.

Cuando llegó a la casa de Emma, sus pensamientos ya no le pertenecían, estaban con Graham. Fingía no estar tan desorientada, especialmente porque en el porche, la esperaba Alice, Emma y su pequeño Henry

- ¡Mira quién llegó Henry! – habló Emma con voz tierna – ¡Es mami! ¡Yey!

- ¡Mami! – Gritó el niño con su tono infantil.

Regina caminó hacia él, con lágrimas en los ojos, y notó cómo Emma se percataba de su estado, a medida que se acercaba

- ¡Mi vida! – lo tomó en sus brazos, y lo llenó de besos.

La joven madre, observó a la rubia mayor bajarse del carro, y darle indicaciones al chofer

- ¿Qué hace ella bajándose del carro? – le preguntó en mal tono – ¿Y qué te sucedió?... Acaso no ibas a…

- ¡Después te explico! – le dedicó una mirada, que silenció toda pregunta – Ella se va a quedar en la habitación de invitados descansando un rato… ¡Conmigo! – dijo sin más – Mami te ama Henry, te ama mucho… – lo besó – ¡Te amo! – lo dejó al lado de su supuesta madre

- ¡No la quiero en mi casa! – le susurró

- Emma… ¡Por favor! – le dijo, con dejo de súplica e impaciencia – ¡Te amo! – suspiró, y la besó en la frente – ¡Las amo! – acarició una pierna de Alice con el dorso la de la mano, y le dedicó una mirada necesitada a la rubia

- ¡Yo quiero cuidarte! – le sonrió apenada

- ¡Lo harás! – le dio otro beso en la frente.

Entraron y no supo de ella hasta caída la noche. El carro de la morena, seguida de dos camionetas negras idénticas, regresaron y aparcaron al final de la redoma, enfiladas hacia la salida al sendero. Killiam había llegado sin percatarse de ellos, hasta que se asomó por precaución, y vio los vehículos esperando

- ¿No me dijiste que Regina ya había llegado? – preguntó a su esposa extrañado

- ¡Sí! – se dejó decir, algo molesta – Está en una junta con su asesora de seguridad… – palabras que ni ella misma creía

- Pues parece que ya terminó esa junta… ¡Vinieron a buscarla! – le señaló para que mirara por la ventana de la estancia, donde se encontraban.

La rubia bajó por la escalera, sin rastros de timidez por estar en una casa ajena, alisando su falda. Cruzó frente a la sala donde se encontraba la joven pareja, y se despidió. Se montó en el coche, y dos de los tres vehículos se perdieron en el sendero.

Después de ella, llegó Regina, que vestía ropa deportiva. Ingresó en la estancia, y tomó a Henry en sus brazos

- ¡Hola Kiliam! – le dedicó una mirada y un gesto amistoso

- Hola Regina… – le sonrió

- Mami te ama… – prosiguió con ternura, a hablarle a su hijo, a abrazarlo

- ¿Saldrás? – preguntó Emma, aún molesta

- ¡Voy a correr un rato! – en la mirada le explicó muchas cosas a Emma, cosas que la rubia no había captado hasta ese momento

- ¿Le digo a Mariam que te prepare un baño? – su suavidad indicaba su cambio de actitud, y su comprensión

- ¡Si! – Llevó a Henry a ver a su hermanita, que dormía en el coche – ¡Tu hermana es hermosa mi amor!

- ¡Mana! – dijo el pequeño niño, riendo.

Ese gesto llenó de ternura la habitación, causando que Regina casi colapsara, ahogada en llanto. Killiam pareció notarlo, porque de inmediato reaccionó

- ¡Venga campeón! – se lo pidió a la morena, y ésta actuó en consecuencia – Que te toca el baño, y luego la cena… ¡Comida! ¡Rica! – lo acercó a su rostro, y Henry rio juguetón

- ¿Y esos de allá? – le indicó que viera la camioneta

- Se quedarán como refuerzo de seguridad, y me acompañarán mientras "Dra" hace un trabajo para mí… – realizaba respiraciones para controlarse, y enfocarse en su meta principal – Y mientras corro… No olvidemos que una amenaza se cierne sobre mí – no quería que la rubia ignorara todo, pero tampoco que se preocupara por su seguridad

- ¡Sobre nosotras! – aseguró la chica – Porque si te sucede algo, yo te juro que me muero…

Regina no podía seguir allí, la mirada y las palabras de Emma la estaban acabando. Tenía que salir, respirar aire fresco y pensar; o, mejor dicho, evitar pensar que no podía estar con Graham, y que ignoraba su destino.

Tres hombres se quedaron en la casa, uniéndose a otros dos que ya vigilaban. Los otros dos, se fueron en la camioneta, detrás de Regina. Corrió completo el sendero hasta la intercepción de tierra, de allí a la salida a la carretera pavimentada, y regresó. Hizo esa operación dos veces.

Era un trayecto más o menos largo, que conjuntamente con su estado emocional, la habían dejado agotada. Para cuando regresó, ya todos habían comido, incluyendo a Alice, que dormía en su cunita. Henry hacía lo mismo. Estuvo un rato contemplándolo, sin atreverse a acercarse, pues estaba sudada, y con el peor de los ánimos.

La puerta del cuarto de Emma estaba cerrada, y dedujo que dormían, atentos a cualquier ruido del comunicador en el cuarto contiguo. Ella misma revisó que Alice estuviese bien. Era increíble la ternura que le inspiraba, y lo parecida que era a Emma cuando bebé.

Entró a su cuarto, y observó la bañera de hidromasajes, recirculando el agua. Estaba llena de espuma, sales aromáticas, y el agua seguía tibia. Se quitó la ropa, y se metió en aquella pieza de relajación, anhelando un consuelo especial.

Se sumergió de repente, y aguantó la respiración un rato. Pensó que "tal vez todo fuese más fácil, si ella acababa con su vida". Logró escuchar la puerta abrirse, y salió de repente

- ¡Hola! – Emma asomó su rostro detrás de la puerta

- ¡Emma! – Se limpió los ojos, le extendió la mano, y la siguió con la mirada en un tono de ternura

- ¡Sé que me necesitas! – se sentó a su lado, quitándose la bata pana no mojarla

- ¡Te necesito! – colocó su cabeza sobre el brazo de la rubia – ¡Siempre te necesito!

- ¡Lo sé! – la besó en la frente. Suspiró, mientras acariciaba el cabello mojado de la morena – ¿Me dirás qué pasó? Bueno, lo nuevo que haya acontecido…

- ¡Sí! – dijo, sin perder su actual posición.

Esperó a que la mujer iniciara, pero eso no ocurría, así que decidió arriesgarse

- ¿Por qué con ella? – hablaba por hablar realmente, entendía el por qué, pero no sabía qué había originado aquella "reunión"

- ¡Emma! – se levantó para mirarla al rostro – Tú eres mi vida… Es sólo por negocios…

- ¿Y ese es su precio? – seguía indagando

- ¿Qué quieres que te diga? – volvió a acostarse sobre el brazo de la joven, que se inclinaba, sentada en el borde

- ¿Por qué tuviste que pagarlo? – seguía acariciándola

- ¡He llegado muy lejos Emma! – ahora lloraba, pero con resignación – Más lejos de lo que pensaba que podría aguantar… Pero no sé si Graham aguante…

- ¿Todo esto es por él? – tenía que saber qué le ocurría a la morena – ¿Has hablado con él?... Quedamos que era mejor que te mantuvieses a raya, si no… ¿Cómo podrías ayudarlo?... Digo, ¿si él es inocente…?

- ¡Basta! – Se levantó de inmediato, mirando a la rubia a los ojos – Sabes de sobra que él no me amenazaría, ni a ti… ¡Él me ama!

- Pero a mí… ¡Me odia! – fue honesta en lo que pensaba

- ¡No!... él sería incapaz de tales sentimientos… – le hablaba con el corazón. Graham era un hombre como pocos, un noble caballero, capaz de mostrar piedad ante las personas más crueles. Por lo menos, eso creía – Ayudó con todo lo que pudo para protegerte, y protegerme… Claro que sabe que para mí es importante, y que ese es su motivo. El punto es que deja sus preconceptos de lado, por nuestro bienestar… Mientras que yo… – agachó la cabeza

- ¿Tú qué? – estaba intrigada – Tú has hecho lo que puedes con lo que tienes, aún a costa de estar amenazada de muerte… ¿Qué más podrías hacer?

- ¡Salvarlo! – lloraba amargamente – ¡Salvarlo, y no he podido!... Lo traté tan mal, que sentí en su mirada, que dudaba hasta de él mismo… ¿Si vieras cómo me miró Emma? – empezó a tener dificultad para hablar y respirar – ¡No me va a perdonar!

- ¡Vamos! – trataba de serenarla con sonidos, parecidos a los que usaba con Alice. Se sentó a su espalada, y empezó a abrazarla. Se metió a la bañera con su bata, apartando a Regina, sirviéndole de respaldo – ¿Por qué dices eso?... Son impresiones tuyas… ¡Te ama! Me los has dicho y yo sé que no te equivocas… Sé que a veces soy imposible, pero lo he visto… Aunque me cueste decirlo… ¡Sé que él te ama!

- ¡Emma! – besó el brazo izquierdo de Emma, que la acariciaba – ¡Él está mal!

- Lo que es muy obvio, porque está preso, acusado por un crimen que no cometió… – no entendía la insistencia de la morena – Y si en algún momento duda de ti, seguro es momentáneo, y logra sobreponerse… ¡Lo haces por su bien!

- ¡No Emma, no! – negaba con la cabeza, pero la rubia no podía ver su expresión de dolor – Estaba agonizando al verme, y sentirme tan fría y distante… – se ahogó en llanto nuevamente – Tanto que, en este preciso instante, debe estar en emergencias de algún hospital, quién sabe cómo… Colapsó ante mis ojos, y no pude mover ni un músculo del rostro para mostrar que me importaba… ¡Eso lo notó!

- ¡¿Qué?! – exclamó, llevando sus manos a los hombros de la morena

- ¡Si! – se dio la vuelta, y le reveló todo su dolor a la rubia – ¿Y si muere Emma? ¿Y si Graham me deja así?... Yo me muero Emma… ¡Me muero! – hundió su rostro en la bata mojada de seda color azul.

Emma tenía los ojos abiertos como platos. Regina no se había dado a entender muy bien, pero había captado el estado del detective. Ella amaba a la morena, y no soportaba verla sufrir así.

La consoló como pudo. Enjabonó todo su cuerpo, librándolo de los pesares y obligaciones que había tenido. Le regaló un masaje, la sacó de la bañera, y la envolvió en las toallas. Ella también se quitó el pijama empapado, y se dedicó a darle calor a Regina. Secó su cabello, y sus lágrimas. La arrulló y llenó de mimos, hasta que la dejó rendida en la cama. Amaba a Regina, como a Alice y a Henry, como a la vida misma.

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Dormir con Regina era una delicia. Poder despertar, estirar la mano, y tocar la suave piel de la morena, era una explosión de placer. Lo primero que hacía era rozar su vientre, suave y cálido. Luego, acariciaba sus pezones, hasta que conseguía ponerlos erectos, despertando a su amante en el proceso.

A Regina eso no le molestaba en absoluto, puesto que daba concesión inmediata, para que recorriera el resto de su cuerpo, visible o no visible.

Hacerle el amor todas las mañanas, a ese cuerpo tibio y sedoso de diosa, despertando cada parte de éste con su lengua ansiosa, eso era vida. Regina había logrado invadir su mundo, en dos semanas. Pero ahora se tenía que marchar. ¿Cómo haría para dejarla marchar?

Sintió una tremenda ansiedad. Esa mañana le hizo el amor, mientras la despertaba; al levantarse, al ducharse para ir a desayunar, antes de vestirse. No paraba de amarla

- ¡Quédate! – consiguió decir tres días antes – O… ¿Por qué no irnos juntos?

Ella pocas veces respondía. Siempre con frases hechas y argumentos flojos, lo cual lo desconcertaba, porque ella misma dejaba en evidencia que moría por aceptarlo.

Al dejarla ir, entendió que esa mujer siempre supo quién era él, y no le importó. Profundizó una relación, casi salvaje, con un hombre al que atropelló en el aeropuerto, y que la espío, en su aventura erótica con Emma.

¿Quién era realmente Regina? ¿A qué se dedicaba? ¿Por qué le parecía que el mundo giraba en torno a ella? Su mundo, por lo menos, ya no era capaz de no hacerlo, de quebrantar esa órbita sagrada. Sería capaz de dejar todo por ella, sin dudar siquiera. Ella era la reina, y todos los demás, eran los súbditos.

Cuando despertó ansioso, su mano derecha estaba esposada a la cama, de lo que parecía una sala privada de terapia intensiva. Estaba sobresaltado, y el pecho aún le dolía. Su único pensamiento: ¡Regina Mills!

Los doctores de guardia y las enfermeras se hicieron presentes, ante las señales descontroladas de los equipos de monitoreo cardiaco. Rápidamente, acudieron a sedarlo, y a tratar de que reaccionara de forma favorable.

Dentro de su delirio, alcanzó a ver a dos guardias en la entrada, que observaban a detalle todo aquello. En la silla del fondo, estaba su madre, junto con la enfermera con la que hizo amistad, cuando la morena estuvo internada.

En unos segundos se había serenado a fuerzas, y escuchaba lejana la voz del médico que le preguntaba

- ¿Señor Humbert? – con una linterna iluminaba sus pupilas – Soy el doctor que lo está tratando… ¿Me escucha?

Graham asintió, respirando con algo de dificultad. Tenía esa presión en el pecho, más leve que cuando se desmayó en la sala de la cárcel, pero no conseguía superar la falta de oxígeno y los mareos

- ¡Señor Humbert! – le gritó – ¿Siente dolor en éstos momentos? – al verlo afirmar con la cabeza, continuó con las preguntas de rigor – ¿Me puede señalar en dónde está experimentado dolor?

Con la mano libre, donde tenía la vía y el monitor, se señaló el pecho. Observó cómo sacaban a su madre de la habitación, y cómo la enfermera se retiraba a acompañarla

- ¿Siente presión? – vio la respuesta afirmativa – ¿Falta de respiración? – de nuevo le confirmaba el paciente – ¡Enfermera, repita la dosis de ésta mañana! – ella acató, colocando una pastilla bajo la lengua del paciente, e inyectando algo en la solución.

Al cabo de diez minutos, ya no sentía dolor. Podía respirar mejor, y no se sentía mareado, pero sí extremadamente cansado. Nuevamente se acercó el doctor, y le repitió la ronda de preguntas, cuyas respuestas negativas, precedieron a otras y a las explicaciones de rigor

- ¿Sabe por qué está aquí? – lo miraba como si nada

- ¡S…! ¡Si! – logró responder con dificultad

- Primero le haré unas preguntas, y me responderá con sí o no… ¿Correcto?

- ¡Sí!

- Si no puede responder, porque se siente muy agotado, asienta o niegue con la cabeza… ¿De acuerdo?

- ¡Si!

- ¿Usted fuma?... Es decir – especificaba – Si debe hacerlo de forma regular, al menos 5 veces por día…

- ¡No!

- Perdió el conocimiento, pero según las personas que lo acompañaban, sufría de un dolor o una molestia en el tórax… ¿Fue así?

- ¡Si!

- ¿Más fuerte que hace un instante?

- ¡Sí!

- ¡Ok! – anotó en su tableta – No se alarme… Una pregunta más… ¿Había hecho algún ejercicio físico en la celda, o en el patio? – lo vio negar con la cabeza. Terminó de anotar en su Tablet.

Le dio unas indicaciones a la enfermera, y buscó una silla para sentarse a su lado. Recordaba a aquel hombre. Había reanimado a Regina, en el ataque que sufrió, estando internada

- Señor Humbert… Lo que experimentó, según los resultados de los exámenes previos, lo que dijeron los presentes, y sus repuestas… Es lo que se conoce como Angina de pecho simple, por reposo y hasta ahora progresiva… que se produce cuando el corazón no recibe la suficiente irrigación sanguínea u oxígeno. Me imagino, por su condición… – miró las esposas – que las situaciones de estrés no faltan… Pero si en algo le preocupa su salud, tenga en cuenta que va a tener que tratar de controlarse. Sentimientos de pánico, o ansiedad, lo pueden llevar al límite.

Sabía que, posiblemente, ante los ojos de aquel hombre, él era un asesino despreciable que poco o nada valía su tiempo. Su juramento lo mantenía activo en salvarle la vida, pero era mera cortesía y ética

- ¿Me escucha Señor Humbert? – se levantó de la silla – Le suministramos nitroglicerina, para dilatar las arterias y revertir el dolor. También betabloqueantes, para evitar muchos efectos de la adrenalina en el cuerpo, en particular el efecto estimulante sobre su corazón. El resultado es que el corazón late más despacio y con menos fuerza, y por tanto necesita menos oxígeno. También disminuyen la tensión arterial, que se encontraba bastante variable… De allí su cansancio. Obviamente, también calmantes, puesto a que necesita reposar, y a que aún se encuentra muy alterado…

Lo miraba de forma inexpresiva. Graham se sentía miserable, y notaba que, a nadie en aquel lugar, salvo por su madre, le importaba si de angina pasaba a infarto masivo. Volteó el rostro, y dejó de mirar al doctor

- ¡Señor Humbert! – le recalcó – Espero que sepa la importancia de su descanso, y del autocontrol… Mañana, de acuerdo a su desempeño, procederemos a hacerle algunas pruebas adicionales, otro electro y ecocardiograma, prueba de esfuerzo y de ser requerido una arteriografía coronaria… Pero le digo, son cosas de rutina. La mayoría de los pacientes mejora con el tratamiento, el descanso, el auto control y una dieta balanceada combinada con ejercicios apropiados…

El doctor se dio cuenta que el paciente ya no lo escuchaba. Se lamentó de verlo así. Sabía que había salvado a la señora Mills y a una persona más importante para él, y que, a lo que él respectaba, ese hombre no podía ser culpable de tales crímenes. Pero, principalmente, lo movía su ética profesional

- Entre el jefe de la policía, y mi persona… pedimos al alcalde y a los guardias que dejaran que su madre se quedara aquí, pero nos fue negado… – le brindó una mirada compasiva – Pero se hizo una concesión, y la van a dejar visitarlo diariamente, en compañía de su abogado… Una hora a las seis de la tarde, mientras sale de peligro.

Esas palabras lograron reanimarlo. Cualquier permiso de ver a algún ser querido, y la nueva disposición de su tratante, quería decir que no lo veían como a un monstruo

- ¡Anímese Graham! – se acercó a él, bajando el tono – Descanse… Y…

- ¡¿Doctor Hansen?! – le interrumpió, hablando con dificultad a causa de la mascarilla de oxígeno

- ¡Ese soy yo! – le dijo, con familiaridad – Atendí a la señorita que usted encontró malherida en la calle… – le dedicó un giño. Se acercó y bajó el tono – Le daremos acceso, de alguna forma…

Graham estaba sorprendido, pero seguro de que la morena lo estaba monitoreando. De repente recordó el pañuelo que su mujer le había dado al secarle el sudor. Se miró las manos, asustado. El doctor Hansen, que lo vigilaba a detalle, se percató de la situación

- ¿Busca algo? – le dijo, llevando su mano al bolsillo de la bata

- ¡Si!... No, es sólo… Recordé que tenía algo en las manos, antes de colapsar… – confesó con algo de recelo

- ¿Esto? – le mostró el pañuelo, perfectamente doblado – Lo tenía en la mano derecha, y nos fue muy difícil hacer que se relajara para sacarlo… Pero lo hicimos con discreción, y pude conservarlo para entregárselo – se lo dejó en la misma mano, la única libre en ese momento.

Estaba asombrado. Sin poder creerlo, lo tomó con una mezcla de incredulidad y gratitud

- ¡Gracias! – alcanzó a decir, mientras bajaba la mirada

- No tiene por qué… Es un placer ayudar a alguien que ha salvado a tantas personas – le dijo sin más – Tal vez no lo recuerde, pero usted salvó a mi hija Ariel, una pelirroja de diez años y ojos turquesa… Hermosa mi hija…

- ¡Oh! – ya sabía a qué se refería el médico, más que por el caso, por la amabilidad que le ofrecía – La verdad es que, por el nombre y la descripción, es que la he relacionado… No me percaté cuando Regi… Cuando la señorita Mills ingresó, por su apelido…

- ¡No se preocupe! – le dijo sonriendo – Entiendo perfectamente… Yo no siempre recuerdo con precisión a todos los pacientes que ingresan… Pero créame, que lo que usted hizo por nosotros, nunca lo olvidaré… – estrechó la mano donde tenía el pañuelo, y se retiró – Descanse…

- ¡Gracias! – sonrió.

El que aquel hombre lo recordara, y no lo viera como un delincuente, lo hizo llenarse de esperanzas, más, cuando lo que tenía en la mano provenía de la morena. Ahora estaba seguro de que, pasase lo que pasase, Regina no lo abandonaría.

Lo movió en la mano, lo observó, y rompió a llorar como un niño. ¿Qué hace que un hombre se quiebre? Graham nunca había sido un llorón, sentándose a esperar que la vida pasara. Era un tipo sensible, si, al igual que fuerte y decidido. Ahora todo su mundo se había desmoronado. Ya no era siquiera el joven sano y activo que solía ser en las fuerzas.

Ya no sabía qué era real y qué no. ¿Cuánto tiempo había estado allí? Abrió el pañuelo como pudo, dándose habilidad con la mano libre, sin importarle la vía que tenía puesta en la misma. Cuando terminó de abrirlo, notó que estaban marcados los labios de Regina en color rojo sangre, además de la inscripción que había hecho frente a sus ojos.

¿Cómo pudo haber marcado el pañuelo? ¿Acaso tenía pensado, con cualquier excusa dárselo? Se sentía débil y adormilado. Hizo un esfuerzo enorme para poder leerlo

"Mi amor. Cree en mí. Te sacaré con bien de esto.

Te creo y te amo.

Siempre tuya".

Los labios concluían el escrito, a modo de firma imborrable. Casi podía notar el espacio de la cicatriz en la parte superior del labio; esa misma cicatriz que lo atrapó, desde el día del aeropuerto.

- Regina… – susurró – Mi Regina…

Llevó sus labios hasta el beso marcado por la morena, cerrando los ojos en el proceso. Un suspiro lo hizo casi desmoronarse. Trató de doblar el pañuelo nuevamente, para poder proteger aquella "boca" y el escrito. Lo colocó bajo su espalda, de forma que no se lo pudieran quitar, sin él notarlo, y previendo no soltarlo al dormir. Se iba a dormir, eso era evidente, y era más cierto aún que, pensaría y soñaría a Regina.

Cuando abrió los ojos, era de noche. Sentía mucho frío, y un poco de ardor en la mano. Observó que le habían colocado más calmantes y medicina.

Rápidamente, con la torpe habilidad de haberse apenas despertado, revisó que el pañuelo estaba en su sitio. Efectivamente, allí estaba. En ese instante, alguien salía de buscar algo en el baño. Por la vestimenta, observó que era una enfermera. En la oscuridad divisó el gorro, la blusa, la falda y las medias, e inclusive, los blanquísimos zapatos.

Las enfermeras de aquel lugar no usaban ese tipo de uniforme, a menos que fuesen privadas, contratadas por el hospital o los particulares, en casos que así lo requiriesen. Supuso que éste era uno de esos

- ¿Quién es usted? – preguntó sin temor. Hasta que sintió el aroma familiar – ¿Tú?

La mujer soltó el vaso de repente, asustada ante la primera pregunta. Se había acercado en la penumbra, y únicamente se podía divisar el brillo de sus hermosos ojos

- ¡Si amor! ¡Soy yo! – se acercó aún más, y la pudo ver claramente, con la luz que entraba por las ventanas – Nunca he dejado de observarte… ¡Jamás te abandonaría! ¡Eres mi vida!

- ¡Regina! – no salía de su asombro. Ató cabos rápidamente – El doctor Hansen… ¿Has sido tú?...

- ¡Graham… yo! – bajó la vista – ¡Te amo, y haré lo que sea necesario para estar a tu lado y sacarte de esto!

- ¡Siempre has sido tú! – cerró los ojos, hasta que sintió cómo lo besaba.

oOo

He aquí otro capítulo de mi historia favorita. De verdad que mil disculpas por la demora. He tenido muchas complicaciones y he estado full en mi día a día… Parte de eso es porque pronto me mudaré, hasta de país…

Les agradezco a las que siguen la historia y la comentan. Me hace bien ver sus comentarios…

Ya falta muy poco para concluir ésta historia…

Saludos cordiales.