Capítulo 4
Cuando llegó la hora de irnos, Raffles recogió mi abrigo del suelo y cubrió con él mis manos esposadas. Con suerte, tendría el aspecto de un joven que se había despojado de su abrigo debido al calor mientras daba un paseo. Dudaba que pudiera engañar a alguien.
Dejamos a Stanthorpe durmiendo y nos escabullimos. Nos alejamos cierta distancia de Saint James antes de tomar un coche. Raffles le indicó la dirección al cochero y nos dejamos caer en el oscuro interior, donde permanecimos sentados en un espeso silencio.
—Hay algo que debo preguntarte —me aventuré a decir cuando tuve claro que Raffles no iba a ofrecerme ninguna explicación—. ¿Qué pasó con el auténtico… invitado que Stanthorpe esperaba esta noche?
—Le pagué para que se fuera. Le dije que sus servicios ya no eran necesarios. Y antes de que lo preguntes, sí, había estado vigilando los movimientos de Stanthorpe desde hace días y sabía que había citado a un chico de alquiler para esta noche.
Chico de alquiler. El término me dio qué pensar. Bajé la mirada hacia mis manos esposadas, hacia cualquier parte, excepto hacia Raffles. Había demasiadas cosas que no entendía en todo este asunto, y me preguntaba si Raffles me las contaría alguna vez. Más de diez años, había dicho Stanthorpe. En esa época, Raffles y yo aún estábamos en el colegio. Pensé en todas esas veces que sostuve la escalera mientras Raffles se escabullía en la noche y, no por primera vez, me pregunté cuál había sido su destino.
Alcé la mirada. El perfil de Raffles era lo único visible en el oscuro interior del carruaje.
—Si Stanthorpe era realmente un viejo amigo tuyo, y parecía tenerte en tal alta estima —comencé, despacio—, ¿qué te impulsó a robarle con tanta crueldad?
Por un momento pensé que Raffles no me respondería, pero cuando lo hizo, su voz era distante.
—Él me robó algo una vez, Bunny. Me pareció justo cobrárselo.
Entonces me miró. Sus ojos azules eran fríos y acerados en la oscuridad. Asentí, en señal de comprensión, aunque no sabía qué esperaba de mí. Raffles sonrió y tomó mis manos.
—¿Sabes, Bunny? Verte con esas esposas me hace imaginar cosas de lo más escandalosas.
Antes de que pudiera replicar, tiró de mí y me besó con fuerza, invadiendo mi boca con su lengua como un ejército conquistador.
—¡A. J.! —protesté cuando fui capaz de hablar de nuevo—. ¿Has perdido el juicio?
Sus manos ya me estaban desabrochando los pantalones.
—En lo más mínimo. De hecho, me he entretenido imaginándote en esta situación desde que te rescaté de la casa de Rosenthall.
Y para ilustrar lo que decía, me bajó los pantalones y me hizo dar la vuelta de manera que quedara arrodillado e inclinado sobre el asiento. El intenso olor del cuero inundó mi nariz.
—Claro que entonces no estabas en condiciones para que yo pudiera aprovecharme de la situación. Purvis te había zurrado bien.
Hizo una pausa para deslizar sus dedos en mi boca para que pudiera cubrirlos de saliva.
—Pero he estado soñando con esto cada noche desde entonces. Imagina mi sorpresa al descubrir que Stanthorpe había puesto inconscientemente en escena esta fantasía mía. Vamos, Bunny, sé buen chico y hazlo por mí.
Las palabras seductoras y los húmedos dedos de Raffles insinuando su entrada entre mis nalgas sólo subrayaron que sería inútil protestar. Raffles siempre conseguía lo que quería.
—Oh, de acuerdo —suspiré, resignado, y lo miré por encima del hombro, sorprendiendo una sonrisa petulante en su rostro—. Pero ¿te importaría volver a ponerme esa venda? La verdad es que la encuentro de lo más… excitante.
Raffles se quedó mirándome, con las cejas enarcadas y los ojos llenos de incredulidad. Luego, sacó rápidamente la tira de tela negra del bolsillo y la ató en torno a mi cabeza con dedos temblorosos. Y mientras me penetraba con frenético abandono, tuve la satisfacción de saber que, por una vez, ¡yo había conseguido decir la última palabra!
FIN