Disclaimer: Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer, la trama sí es mía.
Epílogo.
"Por un heredero"
…
Reinaba el silencio en la estancia, y éste sólo se veía interrumpido por los pasos firmes y nerviosos que recorrían el pasillo de la segunda planta. Edward se creía capaz de hacer un hoyo en el suelo, si seguía de ese modo, e incluso así, no podía detenerse.
Se acarició la incipiente barba que crecía al llevar casi un día en el mismo intranquilo paseo. Sin embargo, se detuvo al escuchar un gemido especialmente desgarrador que estuvo a punto de hacerlo perder el control.
Llevaba horas oyendo los jadeos, gemidos y sofocados gritos que emitía su mujer y se odiaba por ser el culpable. Todos sabían lo que ocurría cuando un hombre derramaba su simiente en una fémina, y también era de manejo popular que dentro de nueve meses, el fruto de aquello tendría que salir, causándole horribles dolores a la madre en cuestión.
Soltando improperios contra sí mismo, se sentó y ocultó el rostro entre las manos. Sabía que Bella había estado feliz de tener a su hijo, de quererlo y protegerlo. Se portó de forma impecable durante la gestación y ahora, durante el parto, ella se cuidaba de no gritar para no alarmarlo. Siempre era tan silenciosa, tan precavida y amable con todos, que no podía evitar la culpa que sentía al saber que era el responsable de que estuviera sufriendo, luchando por traer a su hijo al mundo. Y pese a saberlo, no era capaz de evitar el orgullo, el amor y el sentimiento de insana posesión que embargaba su pecho.
Al oír un grito ahogado, se tiró de los cabellos y prometió no volver a ponerle un dedo encima, si su mujer salía con vida. No iba a someterla al infierno otra vez, y por este mismo motivo, no lograba entender a aquellos que embarazaban tantas veces a sus esposas, ¿acaso no sabían, o no entendían el padecimiento de ellas? Él percibía que aquellos sonidos dolorosos, le laceraban el corazón y se sentía francamente incapaz de volver a hacerla pasar por lo mismo. Lo único que conseguía aplacarlo un poco, era saber que Esme estaba colaborando con el parto de Bella, y era una matrona experimentada. Había lidiado con alumbramientos en los que peligraba la vida de la madre y el bebé, y había conseguido salir airosa. Ella fue quien detectó los síntomas, y preparó todo, porque él se vio impotente al ver sufrir a su hermosa esposa. Sin embargo, llevaban horas ahí dentro y Edward desconocía por completo la evolución de las cosas.
— Tranquilo, todo va a salir bien. Bella es una muchacha fuerte y te dará hijos iguales.
— ¿Hijos? — Interrogó a Jasper, con los ojos desorbitados. — ¡Jamás volveré a someterla a esto! — Expresó con enfado.
— ¿Pretendes mantenerte y mantenerla célibe? — Tenía la ligera impresión de que el rubio se burlaba de él.
— Si es necesario. — Respondió con firmeza. — Y no espero que lo entiendas, pero imagina a Alice en la situación de mi esposa. Si la escucharas llorar y la vieras sufrir por tu causa, ¿no tratarías de evitarle el dolor? — el Lord no esperó respuesta, sólo miró al frente y por tanto se perdió la expresión seria de Jasper, que parecía reflexionar sobre las palabras de Cullen.
— Bueno…— Pero jamás sabrían qué quiso decir el rubio, porque un vigoroso llanto infantil interrumpió el silencio, y se oyeron exclamaciones de regocijo por toda la casa. Pasaron unos minutos sin que el hombre fuera capaz de moverse y entonces, angustiado se dirigió a la puerta y sin esperar que lo invitaran, entró a la habitación que solía ser de Bella.
— ¿Qué haces aquí? — Regañó Esme, inclinada sobre una lánguida Isabella, que justo sobre el pecho sostenía un rosado bulto que se movía con desesperación, tratando de encontrar alimento. — Tienes que salir, vete. — Conmovido por la escena, fue incapaz de moverse. En el rostro de la joven brillaba una sonrisa, y pese a verse demacrada, le pareció la mujer más hermosa que sus ojos hubieran visto.
— No, él se queda. — Y alargó una mano en su dirección. Apenas y oyó el resoplido de Esme, que trabajaba en la parte inferior de la chica aún.
Arrastró las piernas temblorosas por el piso, hasta ocupar una silla junto a Bella. Sobrecogido, y conmocionado, sintió que los ojos le ardían.
— Es una niña. — Explicó sin dejar de sonreír y derramar un par de lágrimas, mientras la acomodaba en sus brazos para que Edward contemplara el rostro más lindo, y perfecto del mundo entero. La pequeña dejó de llorar y se ajustó a su madre.
Inmóvil, el lord la observó respirar, moverse y pensó en lo afortunado que era, en lo infinitamente agradecido que estaba con Dios por aquel bello regalo.
Emocionado, besó a su esposa y a continuación acarició la pequeña y sonrosada manito que se enroscó en su dedo.
— Es preciosa. — Declaró con voz ahogada y un par de lágrimas se le deslizaron por el rostro. — Gracias por esto, Bella… gracias por la familia que me has dado. — Volvió a besarla y ella rió.
— ¿Por qué no la cargas? Así yo puedo terminar con Isabella. — Sugirió Esme. Y sonriendo como bobo, Edward asintió.
— Debes decirme cómo, porque no tengo idea. — Aclaró secándose las mejillas, incorporándose para poderla recibir.
Kate, la envolvió en una mantilla blanca y la cogió con sumo cuidado de los brazos de la joven, para depositarlos en los masculinos, donde el bultito parecía aún más pequeño.
— Sólo tenga cuidado con la cabecita. Eso es, muy bien. — Guió Kate.
Edward observó a su hija, sintiendo una alegría comparable al amor que albergaba en su corazón por la criatura. No podía creer que era suya, que era el fruto de Bella y él; de su amor.
— Hola preciosa. — Susurró con voz quebrada, meciéndola con suavidad. — Soy yo, tu papá. — Sonrió, sintiendo una nueva lágrima en su piel. Pero no le importaba, estaba exultante. Se sentía invencible, poderoso como nunca. Su instinto de protección era abrumador en aquellos instantes, porque sabía que no permitiría que nada ni nadie dañara a su bebé ni a su mujer. — Eres tan bella como tu madre, ¿sabes? — Y comenzó a platicarle con voz dulce. Sin embargo, al percatarse del silencio, alzó la mirada asustado.
— ¿Qué ocurre? — Interrogó a Isabella, que se había sentado en la cama y lo observaba fijamente, con los ojos anegados en lágrimas.
— Nada. Sólo observo a un gran padre junto a su hija. Y me hace feliz— se encogió de hombros. — Esme ya se retiró, dijo que todo está bien y que necesito reposo. Pero que dentro de unos días me encontraré perfectamente. — Relató, sonriendo con ternura.
— Te ves extenuada. Lo siento, amor. — Con una mano cogió la de su esposa y la besó.
— ¿Por qué lo sientes? ¡Yo estoy feliz!
— Yo también, me has dado una preciosa hija.
— Sí. Es hermosa. — Tenía una pelusilla por cabello, y la piel sonrosada, aún no había querido abrir los ojos, de modo que desconocían el color. Sin embargo, Bella secretamente quería que fueran verdes como los de su padre. — Debemos ponerle un nombre. Y he de darle de comer, pronto se echará a llorar.
De manera inconsciente el lord dirigió la mirada a los pechos más llenos de lo usual de la castaña, y recordó lo mucho que había disfrutado con ellos mientras esperaban el nacimiento.
— Lo siento, mi lord, pero creo que por un tiempo le pertenecen a ella. — Sonrió pícara y su esposo la siguió. — ¿Podrás prestármela?
— Mmh. — Vaciló, contemplando la carita pacífica de su bebé. — Está bien, pero debes devolvérmela.
Isabella volvió a reír y Edward volvió a reflexionar sobre lo bendecido que se sentía en ese momento.
Entonces, con la misma precaución que tocaría un burbuja, el lord depositó a la niña en los brazos de la joven, que de manera bastante ágil se bajó el camisón y acercó su pecho a la boca de su hija, que no demoró más de un segundo en empezar a succionar.
— ¿Qué? — Inquirió la castaña al notar la intensa mirada de su esposo sobre su rostro.
— Eres hermosa. — Susurró con vehemencia, arrancándole una sonrisa a la recién estrenada madre.
Estuvieron tranquilos, a solas y conversando en susurros durante mucho tiempo. Nadie en la casa quería interrumpir el momento de la joven familia, de modo que aguardaron hasta que el Lord abandonó la habitación, a eso de la medianoche.
— Están dormidas. Bella se encontraba extenuada y la pequeña Elizabeth sucumbió junto a su madre. — Informó Edward, al observar los rostros expectantes.
— ¿Elizabeth? — Interrogó Esme, con una sonrisa cálida. — No la habrás obligado a ponerle el nombre de tu madre, ¿verdad? — Le acarició la mejilla con ternura. En los ojos de aquel que había criado como su hijo, apreciaba la enorme emoción que lo embargaba.
— Fue idea de Isabella, no sé por qué se le ocurrió, pero insistió.
— Ay, esa muchacha— suspiró Sue, curvando los labios de manera gentil.
Luego de aquel intercambio, y de las felicitaciones de los criados, Edward comió de manera apresurada y subió a la recámara de Bella, llevándose consigo unos panecillos, fruta, leche y jugo, además de unos dulces y otras exquisiteces que Eleazar preparó.
Elizabeth despertó primero, y de manera eficiente, el Lord la cogió en brazos y comenzó a mecerla y tararear melodías que había oído tocar a Isabella. La alegría era tal, que fue totalmente incapaz de evitar sonreír, no podía pedirle más nada a la vida, pensó, observando el perfil calmo de su mujer, y aferrando la manito de su pequeña, aquella que tendría lo mejor de su ser.
-o-
Los días fueron pasando con una lentitud exquisita, el matrimonio se la pasaba junto y se habían trasladado a la habitación del Lord, llevándose la cuna. Lo cual fue motivo de disputa con Esme, quien no se encontraba del todo de acuerdo, aunque terminó cediendo ante la insistencia de ambos. El escenario fue similar respecto al amamantamiento de Elizabeth, pues Bella aseguró con la mirada más fiera, que se negaba a que una nodriza lo hiciera por ella, puesto que era más que capaz de producir la leche para su hija; de modo que todo se realizó de acuerdo a las preferencias de Edward y Bella, y nadie se atrevió a interferir.
— Ya está dormida— susurró la castaña, echándole los brazos a la cintura desde atrás. Apoyó el mentón en el hombro de Edward.
— Lo sé, pero me gusta admirarla. — Ambos dirigieron los ojos a la niña de apenas un mes que descansaba con una media sonrisa, hartada de leche y mimos. — Es perfecta. — Le acarició la pequeña mejilla con un dedo.
— Ella no tendrá problemas de autoestima con un padre tan adulador. — Sonrió Bella, suspirando.
Aquel acercamiento estaba despertando ciertos deseos dentro de Edward, quien había tratado en vano de evitarlos al estar durmiendo en la misma cama, a escasa distancia.
Se dio media vuelta, para tenerla de frente, creyendo que eso ayudaría. Una ilusión ridícula, cabe decir.
Ella tenía el largo cabello suelto sobre los hombros, la bata de seda entreabierta y el camisón no ocultaba sus pechos henchidos. La visión de su rostro de muñeca, con aquella sonrisa que lo enloquecía y los ojos chispeantes, era demasiada tentación.
— Uhm… i-iré por algo para beber— musitó, sin embargo, la joven lo atajó justo antes de que consiguiera escapar.
— ¿Hasta cuándo pretendes huir de mí? — Preguntó y se vio incapaz de leer sus emociones.
— Yo no…
— ¿Ya no te gusto? — Él sí comprendió las emociones que cruzaron sus ojos: temor, dolor y angustia.
Antes de pensarlo, tenía su rostro entre las manos y la acercaba al suyo.
— Jamás pienses eso. Mis sentimientos por ti no hacen más que crecer a cada momento.
— Entonces— ella habló con el aliento entrecortado, hacía bastante que no compartían esa cercanía. — ¿Por qué siempre huyes cuando sientes esta tensión entre nosotros? Cuando lees el deseo en mi mirada escapas, y por las noches evitas tocarme. ¿Qué es lo que ocurre? ¿Ahora que soy madre no despierto esa parte de ti?
Él se sentía tan frustrado, pues su intención nunca fue hacerla sentir de aquel modo.
— No tienes idea, Bella. — Susurró con expresión torturada. — Te deseo como el primer día, pero no puedo.
— ¿Por qué? — Ella utilizó sus brazos para acercarse más. Sus labios casi se rozaban.
— No quiero que vuelvas a sufrir como lo hiciste al dar a luz a Lizzy. Me niego a someterte al tormento otra vez.
De todas las reacciones posibles, ella escogió sonreír y estrecharlo, pegando cada parte de su cuerpo al masculino, anhelante de aquella atención.
— Eres adorable, Edward Cullen.
— ¿Adorable? Bella, ¿no me oíste? Vamos, cariño, apártate antes que haga…
— No irás a ningún lado, amor. — Aseguró, con los castaños ojos brillando. — Bueno, sólo a uno. A esa cama que tienes allí.
— No. — La sostuvo por los hombros y la apartó. Anduvo hacia la puerta, dándole la espalda— No seré el responsable de tu dolor, no otra vez.
— Ya eres el responsable. — Dijo, y entonces él se volteó.
La escena lo hizo apretar la mandíbula.
Isabella dejaba deslizar la bata por sus brazos y a continuación, se quitaba el camisón, quedando por completo desnuda, sólo con el cabello cubriéndole apenas los sonrosados pezones.
— Pero si tanto te niegas a aliviarlo, puedo hacerlo por mí misma— mientras hablaba, él contempló, con la boca seca, cómo sus manos acariciaban sus pechos y bajaban en un lento recorrido hacia la unión de sus piernas.
— ¿No lo entiendes? — De forma inconsciente, se acercó y ella se dejó caer sobre la cama, mirándolo de manera intensa. — No quiero hacerte daño.
— Esme y el doctor dijeron que no hay ningún problema. Puedo hacer el amor tanto como quiera. Pero ya te lo he dicho, puedo hacerlo por mí misma. Tú me enseñaste y yo soy buena aprendiendo. — Osadamente, se tocó, suspirando sensualmente.
Él, incapaz de resistir la invitación, se aproximó hasta coger una de sus blancas piernas y acariciarla con lentitud.
— ¿Por qué me haces esto? — Interrogó con voz ronca, besándole la pantorrilla.
— Mi lord— susurró con tono excitado la joven, alentando la pasión masculina todavía más. — ¿ya ha olvidado por qué llegué a esta casa? Mi propósito era llevar en mi vientre a su heredero, y hasta que no consigamos al varón… tendremos que intentar. Soy de las personas que piensas que en la vida hay que esforzarse, por lo que no descansaré y no le permitiré descansar hasta que consigamos nuestro propósito. — Entonces se incorporó, sonriéndole— recuerde, que toda nuestra historia comenzó por esto; por un heredero. — Y aquello consiguió romper el rígido control de Edward, que se dejó llevar por los besos de su esposa… y esa fue sólo la primera vez de muchas más.
-o-
Siete años más tarde…
— ¡Mira mamá! ¡Mira lo que hemos encontrado! — Elizabeth corría sosteniendo algo delante de ella. Al llegar a donde compartía el té con Tia, jadeó un poco antes de levantar la mano.
Una bolita de pelos blancos la sorprendió.
— ¡Es un conejo! — Exclamó Charlie, sonriendo tan maravillado como su hermana mayor y Kebi, que los superaba en edad, pero se comportaba de manera muy similar a ellos.
— ¿Cierto que es bonito, Bella? — La mujer asintió, sonriendo ante la alegría en los pequeños.
— Es hermoso, pero… ¿de dónde lo han sacado? A su madre no le gustará. —Expuso observándolos con atención.
— Bueno, la madriguera estaba tapada y él se encontraba lejos de ella. Al parecer, algo los ha atacado. — Relató Elizabeth, con su típica seguridad en lo que decía, y en aquel aspecto se parecía mucho a su padre, en eso y en el cabello cobrizo que le enmarcaba el rostro con rizos. Era una niña tan guapa como su hermano, de ojos verdes grandes y vivaces. Charlie tenía el cabello castaño y sus facciones le recordaban a Edward de niño.
— ¿Podemos quedárnoslo? — Interrogó el pequeño, haciendo pucheros.
— ¿Y qué sucede si su madre trata de encontrarlo y no está? — Preguntó Tia, conteniendo una sonrisa ante la vacilación de Isabella.
Los tres niños se contemplaron unos instantes, y Kebi habló.
— Prometemos cuidarlo y estar al pendiente de los conejos que merodeen cerca de la madriguera. — Propuso y los hijos de Bella la secundaron, moviendo la cabeza de modo afirmativo.
Las dos mujeres se miraron.
— De acuerdo, pueden quedarse con el conejo. Pero si aparece su madre antes de que nos marchemos a la casa Cullen, tendrán que dejarlo y no aceptaré llantos ni lloriqueos. ¿Lo han comprendido? — Agregó, cortándoles los vítores de celebración.
— ¡Sí, mamá!
— Sí, Bella.
La castaña asintió, acariciándose la barriga que ya se notaba, pese a los diseños de Jessica, que luchaban por ocultarlo.
— ¡Tenemos que armarle una casa! — exclamó Elizabeth, acariciándolo.
— ¡Sí!
— ¡Podemos usar palitos!— propuso Kebi.
—Sí, sí ¡vamos! — Y echaron a correr por los terrenos Swan, soltando carcajadas y exclamaciones de entusiasmo.
— Eres una blanda. — Suspiró Tia, comiéndose un panecillo. Sin embargo, sonreía. Al menos, hasta que un llanto de bebé la sobresaltó. No se demoró en coger al pequeño y acunarlo, para darle de comer.
— ¿Podrías haberles dicho que no? — Desafió, contemplándolos con alegría.
— Yo habría podido. — Interrumpió Alice.
— ¿Dónde has dejado a Tommy, Emily y Riley? — Cuestionó Isabella, al verla aparecer sola.
— Prefirieron quedarse con Jasper y Edward, llegarán dentro de un rato. — Aseguró, bebiendo de su té. — Riley adora a su padre, y Jass no lo deja ni para ir al baño, con suerte me deja cargarlo y alimentarlo. — Pese a su sonrisa, su mirada parecía taciturna.
— ¿Qué ocurre? — Interrogó Tia, palmeando suavemente la espalda de su pequeña niña.
La morena suspiró.
— Es Jasper. No quiere que… estemos a solas… juntos. — Reveló con un leve sonrojo. Bella sonrió ante la vergüenza de su amiga, y luego se acomodó, entrelazando los dedos.
— Pasé algo similar.
— Sí, me imagino. Edward de seguro lo influenció.
— Hey, el que gritaras como condenada y lo maldijeras mientras dabas a luz, no debió alimentar sus…
— ¡Pero sí duele! — Exclamó haciendo un mohín de disgusto.
— Lo sé, lo sé. Sólo te estoy diciendo lo que colaboró a su reticencia. — Rió la castaña.
— Pues creo que tendrás que armarte de valor y seducirlo. Caerá, lo sé. Benjamín tuvo una reacción similar.
— Estos hombres. — Suspiraron.
— ¿Cómo lo hiciste tú, Bella?
Los cuatro ojos se fijaron a su rostro.
— Fácil. — Ella observó cómo los tres hombres se acercaban, junto a Emmett y Rosalie, y su pequeño. Volvió la mirada a sus amigas. — Sólo le recordé que todo comenzó por un heredero. — Rió— y claro, los camisones de Jess ayudaron su resto— entonces se incorporó. Su marido ya la había reconocido y sus ojos se clavaban en ella. — Lo siento, pero he de besar a alguien.
Y dicho esto, anduvo hacia Edward, que ya la aguardaba con los brazos abiertos. Y como tantas otras veces, cuando sus labios se tocaron, tuvo la certeza de que su amor no haría más que seguir floreciendo día tras día, y que ninguno de los dos podría hallar su camino por separado, porque al final de cuentas, la vida los había reunido una segunda vez y no pensaban desaprovechar la oportunidad.
¡Hola! ¿Qué les pareció? Ya van por el tercero eh, jaja, bueno, ya me dirán lo que piensan.
Primero, lamento la demora, pero me tomó más trabajo de lo creí, sin embargo, ¡ya está! Y no me tardé tanto, ¡gracias por la espera de cada capítulo! Por los reviews, por leer, por agregar a sus favoritos y alertas, se los agradezco desde el fondo de mi corazón y espero leerlas en alguna de mis otras historias. Y ahora, sin nada más que esperando les haya gustado el epílogo, me despido deseándoles un excelente fin de semana. Nos estaremos leyendo muy pronto en "Chantaje Despiadado" ;)
¡Un abrazote enorme y muchas bendiciones!
Pd: lamento cualquier error ortográfico y/o de gramática que pude haber pasado por alto.