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—Capítulo 5—

Las aventuras del buitre y el gato volador


1

Cómo se le satisfacía la psique cada que conversaba con Ryōta. Era el mejor remedio contra el encierro y la hospitalización. Llegó justo antes de entrar en un cuadro de desesperación. Su crush por Shintarō no sopesaba o no se relacionaba directamente con su obsesiva zona de confort. Necesitaba acción en su vida, actividad. No era de las personas que mirasen al techo un domingo por la tarde. No importaba si era solo o acompañado, sea como sea se movía: yendo al cine, a caminar, a correr, a ver a los amigos. Le gustaba eso, simplemente moverse y allí en cama estaba muy lejos de su salsa. Ryōta lo sabía y por eso le agradecía el triple que lo visitase a pesar de sus alterados horarios de piloto y de sueño.

Se tapó la boca para controlar sus risas. Era un hospital, no un teatro clown. En la habitación del frente, había un paciente recién operado, debía ser condescendiente. El cómo se enteró de la situación de sus compañeros enfermos era otra historia, que prefería mantener en secreto si no deseaba otra llamada de atención por parte de su excéntrico y tímido cirujano, sin contar los regaños de las enfermeras.

Se tragó su risa de hiena y le pidió a su amigo más detalles de la discusión. Le divertía jugar al psicólogo de parejas, pero más gustaba el papel del pequeño diablo sobre el hombro. Le quedaba mejor, era más Escorpio como diría su crush. Además, por obvias razones, Daiki no era carta de su baraja. Su amistad, lealtad y consideración eran hacia Ryōta, no hacia el otro. Sabía que su amigo tendía a exagerar y que, a veces se expresaba con un marcado desdén, pero eso no le quitaba lo genial y lo buena persona.

Su amigo se desahogó sin las usuales caretas. No se guardó nada, no ocultó nada. Ese era el Kise Ryōta que le encantaba, el ácido y vanidoso modelo. Amaba tanto esa personalidad que, si se le chorrease el helado, estuviese perdidamente enamorado de él… y golpearía a Aomine por ser tan desinteresado.

—No sé cómo soportas una relación tan miserable, Ryō, recibes casi-casi migajas —le dijo y acomodó su almohada en el respaldar de la camilla para sentarse. Su amigo lo ayudó—. No sé~, se supone que si tienes novio es para disfrutarlo, ¿no? Para estar todo el día bien cuchi —agregó burlón.

—Sí, se supone, Takaocchi, pero la realidad es muy distinta a la proyección. Mírame —Kise le contestó frustrado y suspiró—. Yo qué más quisiera que estar de arrumaco en arrumaco, pero no, nada de eso.

—¿Y si mejor pasas página? —le preguntó con más seriedad—. Mírate, por Dios, tú, un gran exmodelo con un tío normalito —se burló—. No voy a negar que Aomine tiene lo suyo, porque lo tiene. El cuerpo lo ayuda mucho y es… simpático, —admitió—, pero de allí a que sea un Chris Hemsworth tampoco~.

—Takaocchi, soy piloto —dijo para resumir. Kazunari entendió.

La carrera profesional de un piloto tendía a convertirse en una bomba de estrés con el paso de los años y las posiciones en la aerolínea. Era difícil comenzar un noviazgo desde cero en esas circunstancias. Su tiempo disminuiría entre más ascendiera. Además, pilotear tenía un límite de edad por las cuestiones de salud y prevención. Es decir, a partir de los 50 años ya no podría realizar largas distancias y a los 60 casi todos se jubilaban, o se degradaban a ser parte de la tripulación, pero sin ser el capitán de la nave.

Ryōta tenía previsto trabajar en su profesión hasta los 50 años, clavados, y luego colgar la gorra con el orgullo bien puesto. Acababa de cumplir 28 hace unos meses, le quedaban 22 años fijos para exprimir su pasión y ahorrar dinero. Entonces, en ese preciso momento, tenía dos opciones con respecto a Daiki en sí: arreglar la relación o buscarse rápido a otro que encajara en su agenda. Era un decidirse ya.

—Me da hasta vergüenza ajena reconocerte esto, pero de verdad tenía todas mis esperanzas puestas en Daiki —aceptó—, pero ese pedazo de imbécil ¡me hace la vida más complicada! —chilló alterado.

Kazunari se sirvió un vaso de agua y se lo invitó. Ryōta necesitaba enfriar la sangre. No se pensaba con la cabeza caliente. Entendía la postura de su amigo, aunque para él la decisión era desclavar a Aomine.

—Lo quieres mucho, ¿no? —le preguntó antes de planear algo. Ryōta asintió, fastidiado de que sea así y no al revés—. Bueno, ¿entonces ya planeaste como hacerlo regresar? —volvió a cuestionar.

—En unos días voy a firmar un contrato para una sesión de fotos para Sagami.

Takao se atoró y rio a carcajadas. Daiki ardería y apostaba su riñón a que buscaría a Ryōta apenas viese los anuncios publicitarios de su exnovio de nuevo modelando. Chocó cinco. Así sí daba gusto enseñar el arte de las tinieblas, porque perder el orgullo no era parte de la ecuación y en eso coincidían muy en su amistad. Reconocían que todavía les faltaba madurez para superar ese punto.

—Takaocchi, ¿por qué no te vienes conmigo a la sesión? —Ryōta le preguntó de repente—. Así puedes conseguirte un novio decente de una buena vez. Llevas como tres años soltero, o más…

—¿Yo? ¿Modelo? —le preguntó entre risas y negó con la mano—. No tengo perfil, para eso estás tú~. Y sobre mi vida amorosa, créeme que el infarto me ha abierto de nueva la posibilidad con mi crush, es el destino. ¿Cuántas eran las probabilidades de que justo Shin-chan me opere? Casi nulas, es una señal.

—Señal divina de que comías pésimo —Ryōta dijo entre dientes. Kazunari le lanzó un manotazo en la cara—. ¡En el rostro no, Takaocchi! —se quejó—, con esto a veces trabajo y la paga es buena.

—No me hundas la moral, sé que puede haber posibilidades.

En materia de estética, el halcón no se consideraba Narciso, pero sabía utilizar sus armas.

Era otra etapa, otro tiempo. Midorima ahora era médico y él pronto, un asistente social. Era momento de construir una romance sólido, quizás con miras para una vida juntos o una hipoteca a medias. Ryōta no se veía tan convencido de lo que oía y lo intrigó. Quizá su amigo sabía algo que él no, como la razón de por qué Shintarō lo había rechazado varias veces en preparatoria. La intriga se le sembró fuerte.

—¿Tú no crees que tenga posibilidades con él?

—No lo sé, yo no saldría con un médico, es muy complicado, Takaocchi —le dijo sincero—. Es como la carrera de un piloto, salvo que esta tiene un límite muchísimo más prolongado y a Midorimacchi sí me lo veo trabajando hasta los 85 años —exageró, aunque sintiese verídicas sus palabras.

La vida de un médico era más compleja que cualquier otra profesión, casi similar a la de un soldado de un país en guerras constantes o de servicios prolongados. La soledad pesaba y más si el doctor llegaba a ser reconocido y por la personalidad de Midorima, ambos deducían la respuesta a ello sin dudar.

—Sí, pero yo trabajo y tengo mi vida aparte.

—Bueno, entonces ve buscándote desde ahora un amante —Ryōta le dijo riéndose—. Te conozco lo suficiente para decir que tú no vas a durar con un novio ausente, vas a arañar y trepar paredes.

Kazunari se desternilló. Reconocía con descaro que sus expectativas sexuales en las parejas eran altas. Era una acción indispensable y necesaria en una relación. Debía haber mínimo sexo tres o cuatro veces por semanas sino no le encontraba el sentido a un noviazgo formal. Suponía que Midorima le apuntaba a ese tipo de romance, con prudencia, paciencia y la cena de presentación en la casa de los padres.

—Aborta misión, Takaocchi, no te veo con un médico, menos si es Midorimacchi.

Negó. Para él no existían imposibles y después de tantos años esperando, valía la pena intentar.

Ryōta miró la hora, era momento de ir despidiéndose para bajar por un aperitivo. El estómago estaba rugiéndole por su gracia de sostenerse a base de batidos. En ese hospital, había un restaurante.

—Cuando salgas, puedes visitarme en la casa de Kagamicchi, me estoy quedando allí —le avisó antes de olvidarse y recordó lo esencial—. No, mejor dame tu dirección. Te mudas tantas veces que es difícil localizarte —le dijo en queja y sacó su móvil para apuntar. Kazunari se la dio sin misterios.

—Creo que mejor tú me visitas, porque yo tengo vetada la casa de Ty. Kuroko me lanza unas miradas asesinas cada que me acerco a su novio… y a veces me dan ganas de joderlo —bromeó algo ácido.

—Es entendible… siendo sincero, si Kurokocchi no fuese mi amigo, yo se lo hubiese quitado hace uf.

Kazunari se desternilló.

Taiga era como ganarse el premio mayor de un raspa-y-gana: un total golpe de suerte. Era un hombre atractivo, cariñoso, deportista, bondadoso en los regalos y encima colaboraba con los quehaceres de la casa. Cocinaba delicioso y trapeaba la sala en silencio, sin cuestionarse. Detrás de esos gestos toscos se escondía un tigrillo domesticado, que encima contaba con una jugosa cuenta bancaria por los miles de dólares que heredaría en algún momento. El factor dinero carecía de importancia con él.

—Hay que ser sinceros en esta vida —Ryōta continuó, aunque se riese—. Kurokocchi se sacó la lotería con ese novio, ni siquiera sé cómo lo logró ¡Kagamicchi tiene todo el pack!

—¡Y el culo bien puesto! —Kazunari dijo y chocó cinco otra vez con Kise antes de explotar en risas.

La enfermera entró con el ceño fruncido y le advirtió a Kazunari que la próxima vez se le obligaría a su amigo a retirarse. El hospital entero escuchaba esas risas. El halcón se disculpó; Kise, igual.

Había sido bueno cerrar la visita con una llamada de atención y una broma ácida. Ryōta se despidió sin más chácharas y le avisó que regresaría en unas horas, porque Riko pasaría a verlo en unos minutos.


2

Qué aburrido era el papeleo. Daiki revisó otra vez el informe sobre el pequeño robo en una tienda y lo escaneó. Para esas diligencias siempre había contado con Satsuki. Miró su reloj. Su mejor amiga debía estar en camino. Felizmente ella trabajaba en la misma sede y solía cruzársela seguido. Es más, estaba él ahora considerando estudiar criminología para formar un equipo con ella. La idea le rondaba.

Se sirvió un café y se sentó en la barra con vista la calle. Momoi lo saludó desde afuera. Ella comenzaba usualmente su turno a la 13:00, pero llegaba una hora antes para coincidir con él en su refrigerio.

—¡No sabes lo que me han contado, Dai-chan! —le dijo preocupada, sentándose a su costado—. Riko me llamó a decirme que a Kao-chan le dio un infarto y que está hospitalizado donde trabaja Midorin.

—No me sorprende entonces que no le haya avisado a nadie, porque Ryō no estaba enterado —le dijo entre risas y picó una bola de pollo frito— y sabes perfectamente que ese buitre es muy amigo suyo.

—Mo~, no le llames así a Takao-kun, ten un poco más de respeto.

—Satsuki, ese nació buitre y morirá buitre —repitió, pero con el gesto duro—. Desde que Ryō se juntó con él, cada que nos peleamos me sale con unas ideas distorsionadas que no eran suyas —aclaró antes de que su amiga defendiera al halcón—. Como no tiene perro que le ladre, fastidia relaciones ajenas y como Ryō es un imbécil que cambia más de personalidad que de calzoncillo, va y lo obedece.

Satsuki negó con la cabeza. Ella se llevaba muy bien con Kazunari, lo veía dos veces al mes para ponerse al día de las novedades. Lo estimaba y así Daiki no quisiese, ella sí iría al hospital al salir del trabajo.

—¿Entonces no me vas a acompañar, Dai-chan?

—Qué pesada eres, está bien, vamos a ver al buitre —dijo y suspiró.

Era una molestia gastar sus horas libres en otros, pero pondría buena cara. Taiga le había recomendado congeniar con Takao y tenía razón. El halcón era una pieza clave para mantener a Kise quieto.

—Tampoco es que me caiga mal, al final Ryō es quien decide hacer las estupideces… y te apuesto que está allí —continuó. No había considerado ese detalle, que le molestaba de por sí.

Hace unos días, le había caído una pared encima y Ryōta fue incapaz de visitarlo, con la excusa de que al próximo día volaba a mediodía. Ahora Kazunari estaba hospitalizado y apostaba todas sus zapatillas Jordan a que encontraría a su exnovio allí bien plantado en el cuarto, sin importarle sus horas de sueño. Por actitudes como esas, no lo entendía. Ryōta era a veces mejor como amigo que como pareja.

Satsuki le confirmó sus sospechas y le adelantó que Riko había ido con Ryōta. Era probable que al salir se lo encontraran todavía en el hospital. Kise tenía un doctorado en matar el tiempo en la calle.

—Al menos nos toparemos con amigos, ¿quiénes irán? —le preguntó interesado.

—Kagamin me dijo que se nos acopla y llamé a Muk-kun, pero él ya estaba en camino junto con Himuro-san y Akashi-kun nunca me contestó, Midorin menos —Satsuki le comentó con un mohín.

—Deben tener tus llamadas restringidas —se burló.

—No seas molestoso —le contestó tirándole de la corbata y se la arrugó. Daiki siseó.

Tal vez les proponía a los amigos tomarse unos tragos antes de regresar a la rutina. Taiga solía ceder a la presión, Tatsuya era conocido por su ajetreada vida nocturna y Atsushi seguía al amigo. Hace mucho que no se divertía en una discoteca. Desde que Ryōta entró a Japan Airlines, se olvidó de esas salidas y lo prefería así, pero de vez en cuando sí se le antojaba. Era una sana manera de distraerse un rato.

Pensó en Tetsuya. Su amigo no se comportaba como un novio castrador, pero sí arruinaría la diversión exclusiva de varones. Kuroko no debía presentarse en el hospital, aunque si la visita era para Kazunari, la probabilidad de que fuese con el tigre era alta. Lo entendía, confiar en un buitre era muy estúpido.

—¿Y te dijo si Tetsu iría? ¿O sigue sin querer dirigirle la palabra al buitre? —preguntó burlón, tanteando.

—Mo, ya no seas faltoso. Kao-chan no tiene la culpa de nada. —Satsuki esta vez sí lo defendió—. Tuvo un lío con Kagamin mucho antes de que Tetsu-kun apareciera en la ecuación. Es historia pasada y habla muy bien de él de que siga manteniendo su distancia con ellos para evitarse malentendidos.

Qué aburrida le resultaba la ingenuidad. Algo había aprendido de Ryōta: a no pasarse de iluso.

—Esa es tu versión o lo que él dice, pero a mí esa de que se alejó para no fastidiarlos, no me la trago. Ese se ha apartado por el hermano de Kagami —dijo burlón—. Te apuesto un año de sueldo.

—¡Qué fastidioso eres, Dai-chan!

—Di lo que quieras, pero yo estoy seguro de que es por el hermano.

Repitió su pregunta sobre Tetsuya y Satsuki le negó la presencia. Le avisó que Kuroko estaba en cama por una intoxicación. Daiki se rio a carcajadas, asumía quién había preparado el desayuno en esa casa. Era un gen de la mala suerte para atraer a gente con una mano maldita en la cocina. O era karma.

Esa noche iría vestido para el plan nocturno. Él no se quedaría con las ganas de despejarse. Terminó su almuerzo y se despidió de su amiga. Debía entregar el papeleo y regresar al patrullaje de calles.


3

Al mediodía Shintarō lo visitó y corroboró que no se había desanudado las gasas. Fingió la sonrisa y no le insistió con el tema de ponerse al día en sus vidas. Fue por algo más conciso: ¿cuándo saldría?

Quería el alta y retomar su rutina. Además, le preocupaban sus cursos, sus prácticas preprofesionales, su avance de tesis. Era mucho en su cabeza y no le apetecía retrasarse más años. Su papá había estado ahorrando para pagarle una buena fiesta de graduación, en una gran reunión familiar, y no le quitaría la ilusión. Ese año se graduaba, porque se graduaba y un problema cardiaco no le arruinaría sus planes.

—No aplicas para el alta, Takao. —Shintarō lo aterrizó.

—¿Pero por qué no? —preguntó fastidiado. Midorima se arregló las gafas—. Todavía tengo clases en la universidad, Shin-chan. De ahí va a ser un problema ponerme al día. También tengo que trabajar y-

—Sabes que por mí te puedes largar hoy mismo —Shintarō le dijo también mosqueado de su tono de voz— y le estás pidiendo el alta al médico equivocado. Ruégale a tu cardiólogo, él debe dar el sí, sabes que yo solo te operé y esa cirugía ya está en proceso de cicatrización, apta para que desaparezcas.

—Cuánta frialdad en tus palabras, Shin-chan, ¿así tratas a tus pacientes? —le preguntó burlón dejando la seriedad. Midorima apretó la tablilla, estaba por gritar—. ¿Qué~? ¿Y cómo te va con eso de ser el hijo del director del hospital~? —le pinchó. Si no lo botaba a las buenas, sería a las malas—. Qué facilidad~, así cualquiera se especializa en cirugía cardiovascular, ¿no? —le preguntó—. Se te abren las puertas.

—Supongo que es una ventaja —escuchó y volteó. Seijūrō acababa de entrar sin hacer ruido, o él había estado muy ensimismado—; sin embargo, sin la habilidad suficiente, se caería indiscutiblemente en la mediocridad, a pesar del apoyo recibido —detalló. Shintarō bufó—. ¿Cómo estás, Takao-kun?

Con el amigo predilecto de su crush no podría molestar. Suspiró resignado y respondió lo típico. Estaba bien, en recuperación. También detalló su aburrimiento. Era como estar en una prueba de SAW.

—Me aburre no hacer nada, sin trabajar, sin estudiar.

—Ojalá Atsushi pensara como tú —Seijūrō atinó a decir—. ¿No ha venido por aquí?

—¿Murasakibara? —Kazunari preguntó incrédulo—. Ese idiota no me tiene mucho aprecio, dudo que se aparezca, no me baja de fea-ave-con-plumas, indigno para su amiguito de mierda —soltó ácido.

Akashi se sintió incómodo y Midorima mostró algo más que desdén, prestó atención. Kazunari lo notó, era una táctica que no había probado: celos. Nunca había mencionado a otro en presencia de su crush. Tantearía y allí sabría si le hacía caso a Ryōta de abortar sus ideas de un rencuentro peliculero.

—… él me aseguró que vendría junto con Himuro-san —Seijūrō mencionó.

—Rompí con Tatsuya hace dos meses —mintió. Shintarō frunció el ceño y a él le alegró. Sí había luz al final del túnel, había esperanza, por más pequeña que fuese—. No creo que venga, rompimos en muy malos términos y no sé si pueda perdonarlo… —dijo, lo último sentido—. Son odiosos los sentimientos encontrados, ¿no crees? —preguntó y miró a Midorima, que se ajustó las gafas—. ¿Algún consejo~?

Shintarō no respondió, pero sí le satisfizo la duda sobre cuándo saldría. Su alta médica estaba prevista la siguiente semana, o sea, podía ir poniéndose cómodo en la camilla. No agregó más y salió de allí con una evidente molestia. Kazunari soltó algunas risas, contento. Qué estúpido fue en no utilizar las viejas confiables con un tío tan tradicional y conservador como Midorima Shintarō. Había pecado de iluso.

Se sirvió un vaso de agua y brindó. Seijūrō no entendió el motivo. No importaba. Aprovechó esa visita para preguntarle sobre su trabajo. Laboraba como practicante en un club benéfico donde ese pelirrojo lo había recomendado hace justamente dos meses. Akashi lo despreocupó. Por la gravedad del asunto, la empresa le respetaría el goce de haber, además de entender su reposo postquirúrgico. Eso lo alivió.

Tocaron la puerta y, sin esperar respuesta, Ryōta asomó la cabeza de nuevo y no había llegado él solo. Abrió la puerta de par en par. Había traído refuerzos para la hora del almuerzo. Kazunari sonrió alegre de que al fin se aparecieran sus amigos, con algo más que abrazos y palabras de apoyo. Vio regalos.

Unas amigas le dejaron unos arreglos de flores, otros peluches. Algunos duplicaron presente, diciendo que eran de parte de otros colegas de trabajo o de universidad. Kazunari se sintió halagado.

—Esto es del representante de Glico —Fukui Kensuke le avisó. Era una canasta llena de productos de la marca. La boca se le hizo agua, pero todos le recordaron que debía esperar para comérselos.

—Qué poco oportunos —Kazunari dijo entre dientes y rio.

—Lo mismo pensé, pero me pidieron que te lo alcance cuando se enteraron de que vendría —su amigo le contó—. Te mandan muchos saludos, ah, y esperan que algún día vuelvan a trabajar con nosotros.

—Esto me pasa por mencionar al innombrable —masculló antes de sonreír y agradecerle la visita.

—¿Atsushi no vino con ustedes? —Seijūrō les preguntó a los conocidos.

Todos negaron.

Kazunari bufó. Todavía estaba furioso contra Tatsuya, pero le dolería y cabrearía muchísimo más si su supuesto ex mejor amigo no se presentaba por allí. Era su salud la implicada. Era la mínima muestra de culpa y arrepentimiento que ese lobo viejo le podía mostrar después de la puñalada que le dio.


4

Lo único que buscaba con su visita era escuchar del propio hospital la condición médica de Kazunari y nada más. La recepcionista de visitas ya le había informado sobre el estado del halcón y para él eso era suficiente. Además, le había avisado que el cupo para entrar a esa habitación estaba en el máximo. No lo dudaba. Falcon era sociable y amiguero. Por donde iba, triunfaba. Rio apenas al recordar esa sonrisa de idiota que mostraba Kazunari para simpatizar con la gente, o al menos cómo simpatizó con él.

Atsushi lo empujó por la espalda, en berrinche. No había cancelado la visita a su abuelita por nada y así Tatsuya le ofreciese regresar a la estación de trenes, él no se movería de ese hospital. Además, ya había puesto la excusa del halcón para encontrarse con su novio. Apostaba que Seijūrō estaba en el cuarto. Si no hubiese perdido el tren por comprar provisiones dulceras, hubiera podido encontrarlo. Ahora no le quedaba más remedio que ahuesarse en la sala de espera. Renegó y se sentó en el sofá más grande. Le había escrito a Kise, pero hasta ahora no le contestaba. Debía estar molesto por colgarle antes.

—Ves a tu novio y nos vamos —Tatsuya le dijo resignado a esperar.

—¿Qué le has hecho, Muro-chin~~~? —preguntó suspicaz—. Tienes que haber sido tú el culpable~~~~, porque dudo que haya si tu decisión apartarte del cuervo, si hasta chorreabas baba por él~~~~.

—Atsushi, ¿puedes dejar de insinuar que me gusta Kazunari? —le preguntó con un gesto cansado.

—Si te incomoda es porque es cierto~~~, eso decía mi abuelita —Atsushi contestó divertido.

Tatsuya no respondió por el empujón que recibió por el hombro. Trastabilló y volteó de inmediato. No escuchó ni unas disculpas de parte del inoportuno. Atsushi alzó la mano en saludo. Era Midorima.

—La gente educada suele pedir disculpas —Tatsuya le dijo elevando su tono de voz.

—Sabes que me estabas estorbando el paso y que se les pide reiteradas veces a las personas despejar los pasillos en caso de emergencias. No te plantes en medio si no quieres que te atropelle una camilla y termines hospitalizado —Shintarō le contestó con tres piedras en la mano. Atsushi rio y Tatsuya se quedó descolocado—. Y guarda esa porquería, Murasakibara, aquí no se come ni se ensucia.

Atsushi bufó y dejó de intentar abrir su paquete de galletas. Shintarō emprendió camino otra vez.

—No creo que sea nuestra culpa que se haya arruinado tu plan de quedarte a solas con Kazunari estas dos semanas, Midorima-kun —Tatsuya dijo deteniéndolo. Shintarō volvió hacia él, fastidiado—. Ryōta fue quien nos llamó y seguro que Kazunari se lo agradece, porque dudo que haya estado muy feliz en el encierro contigo —dijo con inocencia y sonrió—. Lo conozco tan bien… dudo que esté a gusto aquí.

—¿Tienes algún problema con este hospital? —le preguntó irritado y se contuvo de utilizar las manos. Shintarō seguía siendo un tipo impulsivo y fácil de molestar.

—Mi problema es contigo —lo retó.

Shintarō se acomodó las gafas y se fue sin responder. No tenía tiempo para discusiones tontas ni para recibir un regaño de su padre por mal comportamiento. Era mejor regresar a su consultorio.

La tensión fue disipándose. Atsushi esperó que Midorima voltease en la primera curva para sacar otra vez sus galletas de chocolate, y soltar algunas risas. Qué escena más divertida se había ganado, podía venderle el chisme a Satsuki más tarde. Tatsuya volteó, intuía qué le iba a decir o qué iba a insinuar.

Atsushi, ¿puedes dejar de insinuar que me gusta Kazunari? —Murasakibara remedó.

No respondió. No iba a responder más a esas insinuaciones, pero sí le dejaría una lección. Atsushi debía aprender a respetar a sus mayores y a cerrar la boca. Le quitó los dulces y se los destrozó a pisotones, como en la preparatoria cada que le pinchaba con las calificaciones. No quería más bromas sobre eso.

Atsushi cruzó los brazos y se inclinó hacia un lado para darle la espalda a su amigo. Tatsuya no le buscó la conversación tampoco. La hora de espera se haría más larga con sus peleas de jardín de niños.


5

El sueño le comenzaba a ganar. Bostezó por quinta vez. Kazunari le agradeció la visita y le reiteró que no era necesario que se desvelase. Negó. No se marcharía del hospital hasta que llegase el papá de su amigo para la vigilia nocturna. Ya faltaba poco. Unos minutos más no importaban si llevaba horas allí.

Ya había leído el mensaje de Atsushi. Estaba enterado de la visita de esos dos, y de la pelea de Kazunari y Tatsuya con motivo desconocido. No entendía nada. Se desparramó en el respaldar de la silla y tocó el tema antes de que el tiempo se le agotase. Murasakibara sabía cómo abrirle la agalla de la curiosidad. Solo mencionó que el hermano de Taiga estaba afuera hace horas, bastaba con ese pequeño dato. Su amigo cambió el gesto, cambió la sonrisa, cambió el ambiente. Cómo pesaba hincarle a un Escorpio.

—¿Qué sucede? —le preguntó con inocencia—. Murasakibaracchi está con Akashicchi conversando… pero no sé por qué Himuro-san no entra… ¿Quieres que le avise? ¿O salga para…?

—No —su amigo dijo de inmediato al hacer el ademán de levantarse. Había picado.

—¿Están peleados o algo así?

—Sí, pero no me preguntes por qué —avisó—. Digamos que tuvimos diferencias y dejamos hasta de trabajar juntos —le mencionó—. No sé si nos reconciliemos, pero sí te puedo decir que al menos me "llena de satisfacción" saber que está afuera aburrido y ahuesado, haciendo penitencia por mí~.

—… eres cruel —Ryōta le dijo riéndose—. Lo estás haciendo sufrir por puro morbo, Takaocchi.

Su amigo se encogió de hombros y le recordó que así estuviese distanciado de Tatsuya, él debía ser un buen amigo y mantenerse a metros del ex mejor amigo de su mejor amigo. Era un tema complicado.

—¿Tanto te molestaría que seamos amigos? —le preguntó incrédulo.

—Sí, me molestaría mucho, es más, dejarías de existir para mí —Takao lo amenazó explícitamente y le sonrió. Él forzó el gesto—. Son solo códigos y sé que Tatsuya no es ni mi ex, ni mi novio, ni nada, pero no quiero que me opaques, al menos no con él —le detalló. Arqueó ambas cejas, le costaba entender la rara lógica del halcón—. Ryō, la última vez que te presenté a un tío, me eclipsaste.

—¡Yo no te eclipsé! Ese tipo me acosaba.

—Sí, es lo que haría cualquier tío si le presento a mi amiguito modelo que pilotea aviones. Yo a tu lado soy el DUFF, el de gran personalidad —dijo burlándose de él mismo—. Admítelo, me eclipsas.

—Takaocchi, tú has tenido más novios que yo.

—¿Feos? Sí, tengo incluso un pelotón de todos los feos que se me han declarado —bromeó. Ryōta rio. Kazunari a veces exageraba con ese tema—. No soy un espanto, pero a tu lado, ni a sombra llego.

—No puedo creer que esa sea tu razón para prohibirme hablar con Himuro-san —dijo incrédulo—, no sé, pensé que tal vez era porque te gustaba. A mí me pareció así y ahora con lo que me dices, según tu extraña lógica, ¿no querías que te quitase al único "tío bueno" que te hacía caso? —preguntó aún con más incredulidad en sus palabras. Era increíble, risible y patético a la vez.

—No sabes qué triste ha sonado eso~ y no —aclaró—. Solo no quería perder la amistad que tenía con él. No quería que me hablase solo para utilizarme como puente. —Reconocía que había justificaciones detrás de ello— ¡Y tampoco voy a negar que está bueno!, porque sí, está buenísimo —dijo divertido.

Levantó ambas manos. Prefería la paz. No era la clase de persona que arriesgaba una buena amistad por conseguir un novio más. De todas maneras, esa conversación le había dado idea de cómo saldar el favor que le debía a Tatsuya. Una reconciliación con el mejor amigo era una muy buena retribución.

El papá de su amigo los sorprendió de repente. Había llegado ajetreado, con las prisas. Ryōta lo saludó con una gran sonrisa y reverencia, y pasó a despedirse. El sueño le ganaba, necesitaba una cama ya.

Tomó el ascensor hacia la sala principal, pero retrocedió en la curva. Allí estaba Daiki con unos amigos más. No tenía ganas de toparse con su exnovio, al menos no hasta que su plan en Sagami esté en todas las pantallas de Tokio modelando el producto. Después de la humillación de ser desalojado como bolsa de basura, no torcería el brazo tan fácilmente. Dio media vuelta y fue hacia la salida lateral de pediatría.


N/F: Gracias por leer~