Summary: Serie de momentos remarcables de la pareja. Paraguas, corbata. Té y Blackberry en mano, Anthea no fue siempre Anthea. Anthea es su mejor versión de sí misma; la de Mycroft Holmes.
Disclaimer: nada me pertenece, disfruto como una enana con esta serie. Ojalá fuera un poco Moffat o tuviera algo de Gatiss, en serio; no me sentiría tan mal cada vez que intento escribir algo, porque al menos tendría la seguridad de que sería bueno.
OoOoO
Llovía, para variar, en Londres. No parecía ser el mejor día para ir a una entrevista de trabajo (para la que había habido muchos intermediarios para comunicárselo pero sin darle detalles, debía ser algo importante), ni para ir divina de la muerte.
Pero ella siempre iba arreglada, aunque no divina. En eso consistía su anterior trabajo: en conseguir información (aunque no había dado todavía con el sujeto que supuestamente la entrevistaría, en su mundo las cosas funcionaban así), proteger a un sujeto y dejar huella sin dejar de pasar desapercibida. Era una experta en eso.
Recordar a la gente, no que la recordaran. Detalles. Todo estaba en los detalles.
Como los pantalones negros de tergal o la camisa blanca de seda que llevaba, con el blazer negro a conjunto y esos pumps. No le gustaba llevar tacones cuando llovía porque luego le dolían los pies, pero los tacones eran infalibles. Podía matar con un tacón. Y con el aro de su sujetador.
Entró en el primer local que pudo, con el pelo húmedo y trozos de la camisa empezando a transparentarse. Y no se arrepintió.
Tenía su encanto. La gente tomaba café o té charlando animadamente, mientras otros leían, aún con medio cruasán en el plato.
Una figura le llamó la atención especialmente: era un hombre alto, a pesar de estar sentado, vestido de chaqueta y con una corbata que no pegaba nada con el traje tan caro. Le sonaba de algo, pero no sabía de qué.
Tomó nota mental de su manicura y su posición en la silla, mirando a través del escaparate cómo las gotas londinenses hacían carreras por el cristal.
Ella decidió sentarse estratégicamente, de espaldas, pero con el espejo de la entrada a un lado, para poder controlarlo. Tenía su atractivo. Una chica joven con delantal blanco apareció de la nada, libretita en mano.
-¿Desea algo?
-"Penas más duras para los violadores… y la paz mundial".
La miró de arriba abajo, convencida de que se la había dejado fácil y no había sonado muy maleducada. Si había entrado al lugar, no era solo por la lluvia. Para resguardarse, bastaba con quedarse en el portal, no sentarse en una mesa para ver pasar su vida.
-Miss Congeniality!-sonrió ampliamente, señalándola con el bolígrafo- ¡Me encanta esa película!
Ella alzó una ceja, devolviéndole la sonrisa. Un solo vistazo, todo estaba en sus detalles. Y en el estudio exhaustivo que se había hecho sobre el lugar de la reunión, trabajadores y clientes habituales antes de presentarse a la entrevista.
-Eso pensaba. Té con leche, por favor.
-Ahora mismo.
Miró con disimulo a través del espejo y se topó con la mirada incisiva del hombre de antes.
Ladeó la cabeza, soltándose el pelo, para que no se notara tanto, ahuecándose el desastre que había quedado de su moño por la humedad.
Enseguida volvió la fanática de Sandra Bullock, con su té. Cucharilla y azucarillo en el platito. Ella chasqueó la lengua, inconscientemente: sacrilegio. Apartó el azúcar con la cucharilla, haciéndola caer del platito a la mesa.
-Gracias.
Cogió entre sus dedos la cuchara y sonrió, meneándola para obtener algo sin tener que recurrir de nuevo al espejo. Jadeó, dándose cuenta de que detrás de ella, el metal no reflejaba figura humana. Alzó la vista para volver a mirar por el reflejo sin importarle y se encontró con el hombre, paraguas a modo de bastón, a su lado.
-Buenos días, Ella.
Parpadeó perpleja.
-¿Puedo? –Señaló el asiento de enfrente.
-¿Cómo sabe cómo me llamo?
-Soy Mycroft Holmes, querida. Yo lo sé todo.
Ella alzó ambas cejas, con sorpresa. Claro, Holmes. Recordaba haber leído sobre él, pero no se esperaba que fuera precisamente él. Boqueó, apartando momentáneamente su té. Lo miró, con verdadera curiosidad, incitándole a sentarse con un gesto de la mano:
-Oh, ya veo.
Su… entrevistador. Mycroft compuso una media sonrisa, como si le costara crearla.
-¿Qué ve?
Supo que estaba evaluándola y no se iba a dejar intimidar. No, señor. Al hermano le iban las deducciones y aunque no era un genio, podía defenderse.
-Exuda seguridad en sí mismo. Su forma de sentarse denota igualmente modales aristocráticos. Si originalmente no lo es, está acostumbrado a tratar con personas que sí, porque ha terminado adoptando estos. Corte de pelo, manicura y afeitado cuidados y de profesional; traje de firma de renombre-frunció el entrecejo-, por sus costuras diría que parisino, si no me equivoco, aunque debería girarse de nuevo para que lo confirme. Lo único que no casa con el conjunto es esa corbata, que si bien el azul marino siempre luce con cualquier color, los paraguas dibujados me parecen más bien una broma pesada o un atentado al buen gusto de la elección de la tela -lo volvió a repasar de arriba abajo, inquisitivamente-. No, es algo sentimental. Incluso el paraguas es caro; tiene dinero suficiente para pagar a un estilista y el hecho de que este sea homosexual con tendencias coloristas no excusa esos cegadores paragüitas. La corbata viene aparte, tiene otra personalidad bordada con luminiscentes-sonrió, apoyando la espalda en el respaldo de la silla.
Mycroft asomó la lengua por entre sus labios resecos, inspirando profundamente mientras pensaba qué decirle.
-Bastante… impresionante.
Ella alzó ambas cejas en su dirección, sorprendida y halagada.
-Pero si va a trabajar conmigo… deberá llevar el pelo suelto.
¿Ya está? Seguramente habría contactado con jefes anteriores y tendría referencias suyas… pero ¿no pensaba verla en acción antes de hablar de las condiciones laborales? ¿Y en serio esperaba que fuera siempre con el pelo suelto?
-Si le va a poner objeción a mis tacones-alzó una ceja, retándolo-, no se moleste en insinuar una buena cifra, porque no aceptaré.
Mycroft deslizó la mirada con languidez por la extensión de sus piernas cruzadas, desde la rodilla hasta el calzado, para volver a hacer el mismo recorrido hasta sus ojos.
-No-sonrió, ladinamente-, mantendremos los tacones. Material de oficina.
-Bien.
Mycroft frunció un poco en el entrecejo:
-¿No tiene curiosidad por saber para quién va a trabajar?
Ella sonrió. Se trataba de Mycroft Holmes, por el amor de Dios. Sabía poco sobre él… pero no hacía falta ser una máquina para darse cuenta.
-Para el Gobierno británico, naturalmente.
Mycroft sonrió para sí mismo. No tenía ni idea. O tal vez una muy general, pero estaba dispuesta y era capaz.
-Naturalmente. ¿Tampoco se pregunta cuál va a ser su trabajo?
Ella desvió la vista, conteniendo la risa:
-Haga lo que haga, seguramente terminará jodiéndome, así que voy a abstenerme de preguntar.
Mycroft alzó ambas cejas, boqueando por la ambigüedad y por la palabrota. Interesante, definitivamente.
-Sabe que tendrá que cambiar de identidad... de nuevo-añadió.
-Y sabe que cualquier nombre que elija, me gustará.
Él sonrió y miró por la ventana, levantándose. Había dejado de llover.
-Esté pendiente de su BlackBerry, Anthea. Nos veremos pronto.
-Lleva la corbata torcida, señor Holmes. Que tenga un buen día -y se llevó el té a los labios, apartando el sobre de la taza como si en vez de azúcar contuviera la peste negra.
Anthea. Anthea. Sonaba bien. Le gustaba. Anthea.