El día era soleado, y el aire olía a hierba recién cortada. Los árboles se estremecían en la brisa, murmurando entre si mientras Toph pasaba por delante de ellos. Ella no lo veía, claro, pero sentía los rayos del astro diurno calentarle la piel, y la vida corretear por debajo sus pies. La mujer de 34 años no podía evitar sonreír, y de balancear la cesta de picnic que llevaba.
Sokka le apretaba tanto la mano que casi le cortaba la circulación sanguínea. La respiración de Hakoda era entrecortada y silbante, y ya no le quedaba mucho tiempo a pesar de los esfuerzos de Katara. Sokka saltó en el segundo en que su padre extendió el brazo hacia él, y se acercó al enfermo.
- Sokka… – raspó el jefe de la Tribu Agua del Sur. – Me estoy muriendo…
- ¡No! ¡Qué va! – protestó Sokka con una risa forzada. – Te repondrás enseguida, como siempre, Papá. ¡Qué barbaridades dices!
- No me mientas, hijo. Sé que estoy condenado. Sólo me queda el tiempo de arreglar mis cosas antes de irme… Sokka, dime, ¿te convertirás en el nuevo jefe?
Todo el mundo se quedó mirando al joven de 19 años, incluso Toph, aunque no pudiera ver su expresión. Sintió, eso sí, como su corazón latía acelerado, por culpa del estrés.
- Yo… Yo no… Soy muy joven todavía… - tartamudeó, inseguro.
- Eres muy joven, pero eres un héroe, y venciste al Señor del Fuego Ozai al lado del Avatar. Si decides convertirte en el nuevo jefe, todo el mundo aquí reconocerá tu autoridad.
Sokka se removió, inquieto, buscando en la multitud a caras conocidas, para leer en sus rasgos una respuesta sobre lo que debería hacer.
- Sokka, hijo. No te quiero presionar – aclaró Hakoda tras una larga pausa. – La elección es tuya.
- Papá – gimió Sokka, con lágrimas en la voz. – Yo… Soñé con ser jefe desde que era un niño, pero… Hace demasiado tiempo que me fui. No conozco nada de la nueva situación aquí, en el Polo Sur. Y mi vida ahora se encuentra en Ciudad República, con Toph…
- Entiendo perfectamente – contestó Hakoda, sin la menor pizca de reproche en la voz. – Ya sospechaba que esa sería tu respuesta. No te preocupes, hijo mío, no me estás decepcionando: al contrario, me siento feliz pensando que has encontrado tu lugar en la vida.
Esa misma noche, el jefe Hakoda murió, y Bato se convirtió en el nuevo jefe de la Tribu Agua del Sur.
Toph puso la cesta en el suelo y saco de ella el mantel horroroso que Sokka odiaba tanto. Había sido un regalo de Aang y Katara, y Sokka se había quejado un montón (¿a quién se le ocurría pintar flores rosas sobre un fondo amarillo, en serio?), así que Toph había decidido sacarlo a cada uno de sus aniversarios sólo para fastidiarle. Después de todo, a ella no le molestaba los colores chillones. Extendió el mantel por encima de la piedra llana que tenía delante, y se puso a vaciar la cesta de los alimentos que contenía. Jamón curado, paté, salchichones… Toph había traído mucha carne, a sabiendas que a Sokka le encantaba. También había queso y una ensaladilla, pero se iban de picnic cada año, y Toph sabía muy bien que Sokka nunca tocaba la verdura, y se tiraba enseguida sobre los embutidos. La única excepción a esa costumbre había sido la primera vez que la había invitado a comer en el campo. ¡Toph lo recordaba perfectamente! Ella tenía 18 años, Sokka 21, y no había tomado bocado, removiéndose más y más a medida que el tiempo avanzaba…
- Toph, hay algo que tengo que pedirte – dijo por fin.
- Ya me lo había figurado – suspiró Toph, dejando caer su bocadillo en su plato de cartón. – Venga, Bromitas, suéltalo ya.
- Como ya sabes, hay algunos problemas en Ciudad Republica… Habíamos imaginado a una ciudad independiente donde las cuatro naciones podrían convivir en paz, un lugar de acogida para todos, sin importar tus orígenes o tu pasado… Pero resulta que varios criminales de la Nación del Fuego y del Reino de la Tierra aprovecharon nuestra tolerancia y falta de control para refugiarse aquí, y continuar sus actividades ilegales en toda impunidad. La gente se queja cada vez más a menudo de la inseguridad de ciertos barrios, y…
- O sea, que vuestra pequeña milicia de voluntarios ya no basta, y que necesitáis una policía de verdad. ¿Qué pinto yo en eso? – bufó Toph.
- Es que… Lo hablamos con Aang y Katara, y pensé que… ¿Toph, no te gustaría convertirte en la primera jefa de la policía de Ciudad República? Con tus alumnos más avanzados, podríais…
- ¿Estás loco? ¿Y mi escuela? ¿Y el resto de mis alumnos? ¿Qué quieres que haga con ellos?
- Podrías dejar que Penga, Ho Tun y El Oscuro se encarguen de los cursos. Fueron tus primeros alumnos, y ya son Maestros de Metal Control excelentes – propuso Sokka, algo incómodo.
- ¡Pche! ¡Nunca alcanzarán mi nivel!
Sin embargo, Toph se lo pensó en serio. Era cierto que después de casi cinco años, empezaba a aburrirse en su escuela. ¿Y ahora, el Avatar en persona le pedía su ayuda? ¿Querían que persiga a criminales y destruyera a edificios, pero siendo esta vez del lado de la ley? ¡Claro que sí!
- Vale, le diré a Aang y a tu hermanita que pueden contar conmigo. Pero, ¿y tú? ¿Qué piensas hacer? ¿Te quedarás en la escuela? – se preocupó la ciega.
A pesar de su empeño a considerarse como parte del gobierno, Sokka no ocupaba ningún puesto oficial, y tan sólo les prestaba consejo y ayuda a Aang y Katara cuando se lo pedían. Toph no quería que su novio se sintiera puesto de lado otra vez…
- No te preocupes. ¡Ya encontraré una manera de ocuparme! – dijo el chico con entusiasmo.
Y una manera de ocuparse, había encontrado bastante rápido. Toph sonrió de nuevo, acordándose de la energía desbordante que Sokka había dedicado a su proyecto: quería abrir una arena y organizar combates entre Maestros del Fuego, del Agua y de la Tierra. Su idea había tenido un éxito inmediato, a pesar de la oposición de Katara, y organizando a combates clandestinos (comparables a Estruendo Tierra VI, en su tiempo) Sokka había conseguido bastante rápido el dinero necesario para empezar las obras. Se había convertido en el director, presentador y árbitro de la arena al principio, pero pronto los combates habían atraído mucho público y había podido contratar a varios empleados para ayudarle con las taquillas, la seguridad, la venta de bebidas y chucherías, el arbitraje… Las reglas del pro-Control (pues así se llamaba ese nuevo deporte) se hicieron más y más elaboradas, y la propia arena tuvo que ser modificada varias veces hasta adquirir su apariencia definitiva. Y Sokka se hizo rico y famoso. Pero estaba fuera todas las noches, y Toph se dormía enseguida cuando volvía del trabajo, agotada tras haber perseguido a ladrones y delincuentes todo el día – así que la pareja ya no pasaba mucho rato junta.
Toph se encontraba de rodillas, vomitando en el retrete, cuando la puerta de la entrada se abrió. ¿Sokka, tan pronto? Presa de pánico, la ciega quiso ponerse de pie, pero la náusea la clavó en su sitio. ¿Cómo decírselo? Sabía muy bien lo que le pasaba: después de todo, Katara había dado a luz dos veces ya (el pequeño Bumi casi tenía cinco añitos, mientras Kyo acababa de cumplir dos) e incluso Zuko y Suki habían tenido una hija, la pequeña Izumi, de tres años de edad. La descubierta del embarazo de la guardaespaldas había obligado el Señor del Fuego a casarse con ella (por fin) y convertirla en su Dama de manera oficial. En cuanto a Katara, había abandonado el Consejo, dejando a alguien más tomar su sitio como representante de la Tribu Agua del Sur. Esos dos ejemplos habían convencido a Toph que tener hijos era la última cosa que deseaba en el mundo. Después de seis años en la policía, la ciega de 24 años no quería dejar su trabajo y convertirse en una simple ama de casa, para pasarse los días limpiando y cuidando a los niños. Por eso, no le había dicho nada a Sokka todavía – pero ahora, no tendría más remedio que anunciárselo.
- ¿Toph? ¿Estás enferma? ¿Qué pasa? – preguntó el joven con voz preocupada, tras descubrirla en bata, con la tez blanquecina y sudorosa, y el pelo suelto.
- No, no estoy enferma – suspiró Toph, antes de tambalearse.
- ¡Uy! ¡Ya ves que estás enferma! ¡Siéntate, siéntate! – le ordenó Sokka, ayudándola a sentarse en el borde de la bañera.
- N-no… ¡Que no estoy enferma, Sokka, maldita sea!
Sokka dio un respingo, y se quedó de repente muy tieso. Toph casi podía oír su cerebro hirviendo bajo la presión de sus cavilaciones. Al cabo de un rato, empezó a abrir y a cerrar la boca como un pez fuera del agua, pero ningún sonido salía de sus labios, así que Toph se resignó a retomar la palabra.
- Estoy embarazada – confesó.
- T-tú… ¿Cómo…?
- ¿En serio? ¿Quieres que te haga un dibujo? – se enfadó la jefa de policía.
- ¡N-no, claro que no! Pero… - Sokka se detuvo, realizando por fin lo que Toph le había anunciado. - ¡Toph! ¿Estás embarazada? ¡Es estupendo!
- Ya. Dices eso porque no eres el que tendrá que abandonar tu empleo… - gruñó la ciega.
- ¿Quieres abandonar tu empleo? ¿Por qué?
- ¡No quiero hacerlo! Pero ¿cómo quieres que persiga a los criminales con una barriga enorme y tobillos hinchados como globos?
- Ya, pero todavía te falta mucho tiempo para llegar a eso… Y podrás retomar el trabajo después del nacimiento, de todos modos…
- ¿Retomar el trabajo? ¿Y quién se ocupará del bebé, entonces? ¿Tú? ¡Si nunca estás en casa, hoy en día! – se enojó Toph.
- Toph. Sé que fui bastante ausente últimamente, pero te prometo que, si tenemos un bebé, eso va a cambiar. Quiero ser un buen padre, y estoy dispuesto a contratar a otro presentador para quedarme yo en casa y ocuparme de nuestro pequeño – dijo Sokka con una seriedad que era muy rara por su parte.
Toph frunció el entrecejo. Si Sokka decía eso en serio, entonces… quizás ese embarazo no era una catástrofe, después de todo.
Sokka había resultado ser un padre maravilloso para la pequeña Lin. Y muy pronto, se había convertido en su héroe también. Lin tenía tres años cuando había manifestado aptitudes para el Tierra Control, y para celebrarlo, Sokka la había llevado a la arena para asistir a un partido de pro-Control. Toph trabajaba esa noche, y no podía acompañarles. Padre e hija estaban en la tribuna de honor, disfrutando con el espectáculo, cuando unos terroristas invadieron de repente al edificio, exigiendo que Ciudad República forme de nuevo parte del Reino de la Tierra, y amenazando con derrumbar al edificio con todo el público dentro si los miembros del gobierno no renunciaban a su cargo.
En el tiempo que hizo falta a Toph y Aang para ser informados de la situación, y llegar hasta la arena, el jefe de los terroristas ya había sido vencido. Sokka, armado con su coraje, su ingenio, y una espada nuevecita (regalo de Zuko), había conseguido derrotarle, tras un combate épico en el centro del terreno. Según le habían contado a Toph, primero había logrado confundirle con mucha palabrería, y cuando el terrorista enfurecido se había abalanzado sobre él, Sokka había conseguido aturdirlo mientras los dos equipos de pro-Control derribaban al resto de los terroristas, ayudados por la gente del público.
Ese evento había convertido a Sokka en una celebridad en Ciudad República, aún más que antes, y durante meses se había visto su foto en la portada de todos los periódicos. Sokka no cabía en sí de orgullo, tras tantos años viviendo a la sombra de sus amigos. Pero la primera de sus "fans" era Lin, quien había asistido a su acto de valor. Ya antes, había marcado una cierta preferencia hacia su padre (lo normal, cuando su madre pasaba tanto rato fuera, trabajando) pero después de eso, se había vuelto pegajosísima, y empezaba a hartar a Toph.
Cuando Toph se encontró a Sokka en plena conversación con un desconocido en el salón, apenas había vuelto del trabajo y deseaba relajarse, se sintió a punto de explotar. ¡Otro periodista, otra vez! ¿Es que a Sokka todavía no le bastaba toda esa atención que recibía?
- ¡Toph, amor mio! – la acogió el culpable con una sonrisa radiante. - ¡Te presento a Kanto!
- ¿Otro periodista, me figuro? – saludó Toph con frialdad.
- ¡No, señora! Le estaba hablando a su esposo de su porvenir – contestó el hombre con entusiasmo. – Como le estaba diciendo, si se dignara a considerar la política, tendría un futuro más que asegurado. ¿Quién no elegiría al héroe de Ciudad República como próximo representante de la Tribu Agua del Sur? Y si me dejara encargarme de su campaña electoral, entonces…
- ¿Tú qué piensas, Toph? ¿Me imaginas ser un miembro del Consejo? – preguntó Sokka con tono esperanzado.
Toph se quedó en silencio. ¿Sokka, en el Consejo? ¿Por qué no? Sokka siempre había soñado con ser alguien importante, como su padre. Aunque nunca haya sido oficial, había ayudado a Aang y Katara muchísimas veces con sus consejos. O sea, que las capacidades sí que las tenía. El pobre había renunciado a un trabajo que quería, el de presentador, para ocuparse de su hija – pero Lin ya tenía tres años, y Sokka necesitaba otros desafíos.
- Me parece una idea estupenda, cariño – contestó la ciega, sonriendo.
Menos mal que Kanto había aceptado quedarse con Lin hoy, para dejar que Toph pueda celebrar ese aniversario sola con Sokka... El asistente de Sokka se había convertido muy rápido en un amigo de la familia, y entendía perfectamente que ese día era importante para ellos. Y ahora que se acordaba, había sido él también, el que había llamado a Toph aquel día.
- ¡Toph! ¡Es terrible! ¡Tienes que venir enseguida! – había sonado alarmado en el teléfono.
- ¿Kanto? ¿Qué pasa? – preguntó Toph, poniéndose de pie.
Estaba en la comisaria, interrogando a un sospechoso, cuando uno de sus hombres la había avisado que la reclamaban al teléfono. Reconociendo a la voz de Kanto, supo de inmediato que algo malo le había pasado a Sokka – a pesar de que, tras la reciente evasión de los terroristas del Reino de la Tierra, todos los miembros del Consejo gozaban con una protección más estrecha.
- Acabábamos de comer… Sokka dijo que se había olvidado algo en el restaurante, que volvería enseguida… Todo ocurrió muy rápido… ¡Toph, tienes que venir al hospital central! ¡Ahora!
Toph no esperó a que acabe su frase para ponerse el abrigo y correr despavorida hacia la calle. ¡Sokka! ¿Qué le había pasado a Sokka? ¿Se pondría bien? Lin tenía sólo ocho años, todavía necesitaba a su padre… e incluso ella, Toph, a pesar de ser la mejor Maestra Tierra del mundo y la temible jefa de policía de Ciudad República, necesitaba a su marido.
Hoy hacía trece años desde su matrimonio con Sokka. Toph no bebía mucho alcohol de costumbre, pero esa era una ocasión especial, así que se vertió algo de vino en un vaso de plástico, antes de hacer un brindis en el aire.
- Feliz aniversario, cariño – dijo en voz alta.
Un rayo de sol le acarició la mejilla, haciéndola suspirar con gusto. Casi podía imaginarse a Sokka, depositando un beso suave en su piel. Y delante de ella, su marido sonreía en su lápida, joven y feliz para siempre.