~Todos los personajes pertenecen al mundo de Naruto Shippuden.

~La historia es MÍA.


Donde nací, morí.

Tuve sustancia.

PROLOGO.

Aquella luz que llegaba de un extremo de la sala le produjo una sensación de quemazón en todo el rostro. Apretó los parpados. El olor a desinfección –fue él único adjetivo que supo encontrar- le sugirió la idea de que no estaba en su habitación. Volvió a abrir los ojos, esta vez de forma gradual, colocando la palma de su mano izquierda frente a la ventana. Así permaneció algunos segundos más hasta que de repente una catarata de recuerdos no tan lejanos le golpearon la frente dolorida.

Un trago sirviéndose, olor a cigarillo, música fuerte.

Negó con la cabeza, sus pupilas comenzaron a girar en un vaivén frenético visualizando toda la habitación que era de una pulcritud blanquecina, había cortinas azules que se mecían al contacto con la leve brisa veraniega y estas ondulaban sobre un sillón pequeño del mismo color. El techo, tan blanco también que no se diferenciaba del resto de la sala, comenzó a girar paulatinamente en un embudo que prometía engullirlo.

Risas macabras y ensordecedoras. Otro trago. El rugido de un motor desafiante.

Se sentó repentinamente, sobresaltado. De su cama se elevaban tres barandas que lo contenían, como un recluso. Tomó una de ellas y la zarandeó frustrado. No entendía que hacía ahí. Luego, se detuvo en su pierna derecha enyesada. También sintió vendaje en todo su torso. Los latidos comenzaron a acelerarse y la respiración se le volvió tan agitada que él mismo podía oírla resonar en aquel lugar. Le dolía todo el cuerpo. Cada vez que se movía alguna puntada parecía arrancarle un pedazo de carne.

Recordó más risas antes de ponerse de pie a duras a penas, el rugido de otro motor pasado de revoluciones le desorbitó la mirada. De alguna forma atravesó la puerta y cojeando llegó hasta el pasillo. No sabe por qué su única reacción fue correr, aunque el cuerpo parezca desquebrajarse en mil partes mientras lo hacía.

—Sasuke.

Una suave voz le obligó a acelerar el paso a no sabía donde. Se pudo ver a si mismo acomodándose una campera de cuero negra y esbozando una sonrisa soberbia. Aunque en realidad, llevaba una especie de bata blanca. Un temblor le abordó el cuerpo, mientras colisionó con una enfermera, enviándola al suelo lejos de él.

—¡Sasuke!

La voz se volvió menos suave, con un tinte de reprimenda. Se volvió hacia atrás, mientras perseguía el sonido por el pasillo que había dejado a su paso. Este se convirtió en una ruta nocturna llena de luces distorsionadas. Se estaba moviendo a gran velocidad. Podía sentir un cigarro en su boca consumirse debido al efecto del viento.

Chocó a otra persona que portaba una bandeja de alimentos, estos se esparcieron rápidamente por el suelo. No pudo entender que le decía otra enfermera pero a la mujer la boca se le movía histérica como enojada y su chillona voz se cruzaba con el sonido de un publico alabándolo.

Con una mano delante como escudo, protegiéndose de no entiende qué, comenzó a retroceder y mientras se alejaba de la enardecía muchacha volvió a escuchar la desgarradora voz llamándolo por su nombre.

—¡Sasuke! ¡te estas pudriendo vivo!

Un dolor abismal le penetró el abdomen y revolucionó el poco liquido estomacal que poseía en su interior. Volteó rápidamente.

Allí estaba parada Mikoto, su madre. El cabello azulado y largo, ojos bondadosos, el clásico vestido largo y suelto de siempre, una bufanda mal enroscada. Se acercó a ella esbozando una sonrisa, extendiendo su mano para llegar a ella. Pero pronto se vio no solo extendiendo esa mano, si no las dos y también utilizando sus guantes negros sin dedos, los de conducir. La quería tocar.

Las uñas se le comenzaron a romper, algunas incluso desaparecieron, mientras mitades de otras colgaban de la fina carne que antes estaba bajo ellas. Las cutículas sangraban. Giró sus palmas hacía él y allí la carne comenzaba a desgarrarse. Parpadeó un par de veces estudiándose y vio como se le teñían de un rojo intenso. Volvió hacia Mikoto, su sonrisa permanecía y sus ojos se habían cerrado en un gesto generoso, pero de todas sus cavidades comenzaba a brotar sangre, sangre que se esparcía por todo el cemento e iba marcando un meandroso camino hasta sus pies.

—¡Sasuke!—la voz de su madre de distorsionaba, como un disco que se derrite, se volvía masculina. Reconocido la voz de su hermano mayor llamándolo. Pero antes de volver a la fría realidad del pasillo de un hospital donde había cinco enfermeras atropelladas, tres doctores y seis personas intentando frenarlo, Fugaku golpeando la paredes frustrado e Itachi intentando hacerlo entrar en sí, tuvo una ultima visión:

La ruta húmeda, la difusión que crea la velocidad, su madre apareciendo frente a él llamándolo, un volantazo que intentó esquivarla, el guardarrail brilloso como una cuchilla recién afilada y un dolor aberrante.

¿Competidores listos? Diez, nueve, ocho...