Capítulo IV: La fotografía

—¿Qué está pasando aquí?

—Vino así ayer también, ¿crees que esté bien?

—Por supuesto que está bien, Nadine, es Helga Pataki, ¿por qué no estaría bien? —Rhonda rodó los ojos—, no puedo creer que sigan hablando sobre lo mismo.

—Bueno… es… supongo que tienes razón, —Nadine le dio un trago a su botella de agua, pero observó por el rabillo del ojo (como el resto de sus compañeros).

—Claro que tengo razón, ¿cuándo no la he tenido? —Rhonda sacó una lima de uñas de su carpeta.

—Pero fuiste tú la que dijo que Helga… —Nadine insistió una última vez.

—¡Yo sé lo que dije, Nadine! —Rhonda se exasperó—, pero nadie lo entendió, Helga apareció en una fotografía, una sola.

—Parece importante, es lo único que digo, —Nadine abrió su cuaderno—. Todos cambiamos eventualmente, Rhonda. Somos como orugas, ¿comprendes?, parece que nos movemos a un tiempo y hacemos las mismas cosas, pero un día terminaremos convertidos en mariposas.

—¿Crees que Helga Pataki es una mariposa? —Replicó, ofendida.

—Es una metáfora, —se encogió de hombros—, es solo que… tú también sabes lo que pasó con Arnold.

—¿Te refieres a que se besaron?

—Así es, —Nadine se agachó y le susurró—, ¿no crees que el último año ha sido muy…?

Rhonda rodó los ojos y chasqueó la lengua.

—Sí, definitivamente, pero eso no quiere decir que toda nuestra vida tenga que girar a su alrededor, ¿entiendes? —Agitó su cabello—. Desde el comienzo de año, el periódico escolar ha estado sacando notas sobre ella y ahora esto…

—Bueno, es bastante increíble que haya logrado formar un equipo ella sola…

—Con amenazas y agresiones, ¿no lo ves, Nadine? —Se agachó también—. Helga seguramente obligó a Park a publicar esas notas. A nadie le interesa el béisbol, ¿desde cuándo es tan importante?

—Creo que solo estás celosa, Rhonda, —dijo con sinceridad—. No veo por qué, a Helga no parece interesarle mucho salir en los periódicos, creo que ni siquiera los lee.

—Finge que no los lee.

—No lo creo, desde que Arnold se fue ha intentado mantenerse al margen de todo. Creo que está de mal humor porque su equipo llama la atención y eso hace que sus peleas con Harold sean más frecuentes. Ahora los de sexto saben que Arnold y ella tenían algo.

—Oh, —Rhonda abrió los ojos—, ¿estás segura de eso, Nadine?

—Te apuesto mi almuerzo.

—¿Qué has traído?

—Zanahorias y un sándwich de queso.

—Eh… sí, pasaré esta vez, pero tendremos que comprobar lo que dices.

—¿A qué te refieres?

—Helga todavía no sabe que hay una exposición con su foto en uno de los anfiteatros del Hilwood Valley, —sonrió maliciosa—, ¿no crees que merece saberlo?

Nadine sonrió, pero su expresión era temerosa.

—No creo que sea buena idea que se lo digas tú.

—¿Yo?, no, no lo creo, —Rhonda miró hacia las primeras filas del salón, justo en el lugar que Phoebe siempre ocupaba—. Se lo dirá su mejor amiga.

—¿Por qué estás tan segura de que lo hará?

—Porque es lo mismo que harías tú si encontraras una exposición con una fotografía mía, ¿verdad?

—Si eso sucede es más probable que la hayas auspiciado tú, Rhonda, —se rio—, pero supongo que te felicitaría.

Rhonda volvió a rodar los ojos, pero está vez de buen humor.

—Serías la primera en ser invitada, te lo prometo.


Phoebe tenía noches de ópera, de lectura, de esgrima, de práctica de cello, de caligrafía china, de conciertos y, en menor medida, noches para no hacer nada. Comenzaba con una sensación inquietante de vacío, pero pronto se encontraba descubriendo que la oportunidad de hacer algo distinto de lo que siempre hacía, era bastante emocionante. Sus noches de nada sucedían al menos una vez cada dos semanas y casi siempre los viernes.

Era jueves, después de las clases regulares y luego de las horas extra para los estudiantes de la clase de matemática avanzada. El aula estaba vacía y solo había regresado porque se había olvidado de recoger el libro que necesitaba para hacer la tarea de ese día en su carpeta. Sobre ella, en un sobre rojo, encontró una invitación.

Phillipe III College

Exposición fotográfica

Retratos de la ciudad

Desde el 15 de julio hasta el 5 de agosto

Anfiteatro Phillipe III College

Sala de exposiciones

No estaba sellada con su nombre, pero el grabado del escudo en el papel le daba un aire bastante elegante. Phoebe miró las otras carpetas en busca del mismo sobre, pero no encontró ninguno. Supuso que los demás se habían llevado sus propias invitaciones. Se contentó con saber que había sido considerada en el evento y decidió cambiar su noche de damas chinas por una aventura más contemplativa.


La sala de exposiciones no fue difícil de ubicar. El camino que llevaba hacia ella estaba circundado por farolas barrocas que iluminaban el mármol pulido. Las flores del jardín despedían una fragancia agradable y los empleados sonreían atentamente en la entrada. Se alegró de haber escogido un vestido en lugar de su ropa habitual, dentro, todos los visitantes se encontraban elegantemente vestidos. Se enteró, luego de escudriñar un panel, que se trataba de un proyecto de los alumnos del colegio. Pensó en sus compañeros de clase y se alegró cuando imaginó cómo sería un evento similar en su escuela. Probablemente más original y menos calmado, pero no dejó que eso la desanimara, Phoebe había aprendido a apreciar los beneficios de la educación pública.

—¿Ya habías venido? —escuchó una voz a su derecha, se dio la vuelta y se demoró en entender que no le hablaban a ella. Era una chica alta, de cabellos rojos como los de Lila, pero sin su carisma, parecía sumamente aburrida. Phoebe notó que le hablaba a un chico que estaba parado a su lado, era alto y su expresión también parecía aburrida.

—Vine ayer, con mi tía, ¿tú?

—Primer día, pero ya estoy deseando irme, solo estoy aquí porque le prometí al tío Sammy que vendría.

—Yo también, —el muchacho soltó una risita—, nunca entenderé el afán de este colegio por mostrar la mediocridad de sus estudiantes.

—Qué cruel, —la chica sonrió—, apuesto que el pequeño Alan ha logrado un poco más que la media de estos muchachos, ¿o no?

—Es el artista de la familia.

Ambos se rieron disimuladamente y Phoebe se alejó. Nunca le había gustado estar cerca de gente así.

Le dio un rápido vistazo a la sala, desanimada, porque la conversación de alguna forma había logrado quitarle el ánimo al evento. Ahora todo se sentía menos brillante, menos interesante y más lleno de pretensión y de prejuicio. Phoebe decidió retirarse cuando distinguió una figura conocida por el rabillo del ojo.

¿Helga?

Parpadeó, confundida. Tardó un poco en darse cuenta que no se trataba de la Helga de carne y hueso, sino de su fotografía, amplia y en un marco simple. Se llevó una mano a la boca, la curiosidad guió sus pasos y se quedó mirando con atención. No parecía una foto tomada a escondidas porque estaba mirando directamente a la cámara. Tampoco parecía una foto como las que se tomó para la revista. Se veía enojada, pero orgullosa, aunque quizá tenía que ver con el hecho de que estaba parada como un guerrero. Soltó una risita, contenta y llena de curiosidad. Helga no hablaba de lo que hacía a menos que fuera absolutamente necesario, así que era obvio que no le habría contado nada sobre esto.

—¿Te gusta?

Phoebe dio un respingo. Miró a su derecha: un chico alto, de cabello castaño y de expresión aburrida estaba parado a su lado. Dudó un momento, pero como no vio a nadie más, supuso que se dirigía a ella. Se aclaró la garganta.

—Es una bonita fotografía, —admitió—, aunque creo que un poco de edición en la luz no hubiese estado mal.

El muchacho sonrió.

—No fue hecha con una cámara digital.

—¿Ah no? —Phoebe se arregló los lentes: —¿Cómo lo sabes?

—Porque yo la tomé, —el muchacho la miró—, estuviste mirándola por mucho tiempo y pensé que quizá habías visto algo que yo no… perdona. —El muchacho comenzó a alejarse, pero Phoebe sentía mucha curiosidad.

—¡Espera! —se movió—, ¿tú conoces a la gente de tus fotografías? —dio un vistazo a su alrededor, la foto de Helga no era la única que estaba expuesta, había varios capitanes de baseball, los conocía a todos, pero se veían distinto. Incluso Helga lucía algo diferente. Los conocía sudados y enojados, la mayoría de ellos gritaba en los recesos y siempre estaban sucios, las fotografías no habían cambiado eso, pero la manera en la que habían sido tomadas atraía la atención hacia la expresión en sus rostros: concentración, cansancio, orgullo, felicidad, enojo, era como una feria.

El muchacho se detuvo.

—¿Los conozco? —arqueó una ceja.

—Me refiero, ¿son tus amigos? —dijo apurada.

—No, solo les pedí permiso para tomar las fotografías… —el muchacho la miró con curiosidad.

Entonces pidió permiso…

—Ah, ya veo, —se rio—, ya me lo parecía.

—¿A qué te refieres?

Phoebe dudó un momento.

—Esta chica, Helga, es mi mejor amiga.


Helga estaba incómoda: le picaba la pierna, le apretaba la cintura, le sudaban las pantorrillas. Odiaba los pantalones. Los odiaba porque eran incómodos y los odiaba porque la habían obligado a usarlos y nadie obligaba a Helga G. Pataki a hacer nada que no quisiera. Sin embargo, era martes de práctica y estaba practicando cómo usar pantalones. Era ridículo e incómodo porque todos los demás usaban pantalones todos los días y no entendían por qué para ella era tan incómodo, pero lo notaban, notaban su incomodidad. Helga estaba de mal humor.

—¡ALZA EL BRAZO, IDIOTA! ¿O PIENSAS ATRAPAR LA BOLA CON TUS OREJAS?

El bramido resonó en cada esquina del campo, Helga se levantó y los pantalones se levantaron con ella. Era raro no ver el vestido rosa, pero nadie dijo nada, solo obedecieron en silencio.

—Helga, mira, te traje esto, —Phoebe le dio una botella con agua—, ¿cómo van las prácticas?

—Bien… SI ESTOS PERDEDORES QUIEREN DEJARSE PATEAR EL TRASERO EL SIGUIENTE SÁBADO, ¿ME ESCUCHARON? —Helga se sentó en la banca—, esto apesta.

Phoebe arqueó una ceja. Los chicos comenzaron a moverse más rápido.

—¿No te parece que no es la mejor manera de motivarlos?

—¿Motivación? —sonrió de medio lado, malvada: —no necesitan más motivación.

—Helga…

—¿Qué?, si necesitan que yo les mienta, entonces quizá no deberían estar en el equipo que se llevará el campeonato, —se jaló la cinturilla del pantalón.

—¿Crees que sea beneficioso quedarte sin estrellas antes de semifinales?

—¿Por qué me estás sermoneando?, ¿te invadió el espíritu de Arnold o qué?

—Solo digo que has invertido mucho en este equipo y sería bueno que no desperdicies todo tu trabajo duro, —Phoebe se acomodó los lentes—, en realidad venía a informarte de algo.

—Habla.

—Hay una interesante exposición fotográfica en la ciudad y…

—No me interesa.

—… tu foto y la de otros jugadores está uno de los salones principales.

Helga escupió el agua.

—¡¿QUÉ?! —todos en el campo dieron un respingo, Phoebe apenas de inmutó.

—¿Pensé que sabías que era para una exposición?

—¡¿EN QUÉ SALÓN?! —Helga se dio cuenta que estaba llamando la atención, así que se agachó y susurró apurada—. Se suponía que era una foto para una estúpida exposición escolar en un colegio de ñoños que no salen a que les dé el sol después de las tres de la tarde.

Phoebe sonrió.

—¿Entonces sí lo sabías?

—¿De cuánta gente estamos hablando, Phoebe?

—Es un colegio para millonarios, así que es obvio que…

—¡Me dijo que era un evento privado!

—Ah… ahora que lo dices, —Phoebe arrugó el ceño—, ¿cómo es que…?, ¿quién dejó la invitación en mi carpeta?

—¡¿De qué estás hablando?!

—Alguien dejó un sobre en mi carpeta después de clases, pensé que las habían entregado a todos. ¿Crees que nuestros amigos también las hayan recibido?

—¡No!, ¿por qué alguien haría esto…?, no creo que el larguirucho ese haya sido tan idiota como para invitar a toda la escuela, ¿verdad? —Miró a Phoebe, nerviosa—. Él sabe que lo encontraría y haría una fiesta tribal con su cadáver.

—¿Te refieres a Alan Redmond?

—¡¿Cómo lo sabes?!, ¡él te invitó!

—No, lo conocí anoche… normalmente los artistas suelen pasear por los salones donde…

—¿Artistas?, tiene trece, Phoebe.

—Tú tienes once y escribes…

—¡No vamos a hablar de eso!

—Entonces, ¿qué vamos a hacer?


—¿Qué quieres decir con que no puedo entrar, zopenco? —Helga alzó su puño y el guardia de seguridad soltó un bufido.

—Lo lamento, señorita, pero este es un evento privado y nadie sin invitación puede entrar.

—Phoebe, dame tu invitación, —Helga alzó la mano y Phoebe se la entregó rápidamente; el guardia ni se inmutó.

—Bien, aquí está.

—No puede entrar, le acaba de robar la invitación a la otra señorita.

—¡Es mi asistente!

—Lo siento, son las reglas.

—Estás siendo difícil al propósito, Juan.

—Mi nombre es Patrick, señorita, —señaló con disgusto. Phoebe rodó los ojos y jaló a Helga del brazo.

—Ven conmigo, —se la llevó lejos del guardia—, creo que deberíamos venir mañana.

—¿Qué, por qué? —Helga arrugó el ceño.

—Ayer no estaba este guardia, eso quiere decir que toman turnos. Esperemos que mañana haya otro, te dejaré mi invitación para que entres sola y así no habrá problemas.

Helga parpadeó.

—Phoebe, tú sabes que yo sé que eres muy inteligente, pero a veces olvido cuán inteligente puedes llegar a ser.

—Estoy aquí para recordártelo, —sonrió.

Helga alzó un pulgar de aprobación y ambas comenzaron a caminar hacia la salida. Todo parecía haber encontrado calma en el ánimo de Helga hasta que un par de muchachos que venían conversando en voz alta decidieron atravesarse en su camino.

—¿Estás seguro? —dijo el muchacho más alto.

—Sí, tienes que verlo, es asombroso. Cuando lo miras por primera vez parece un chico, pero si le prestas atención: ¡pum!, ¡un vestido rosa! —se carcajeó el más pequeño.

Helga se detuvo en seco. Phoebe cerró los ojos.

—Estás mintiendo, —insistió el primero—, ¿cómo es posible que parezca un niño si está usando un vestido?

—¡No lo sé!, ¡eso es lo asombroso! —continuó el segundo—, de hecho, si miras con cuidado hasta parece un mon… —su descripción fue interrumpida por una mano de acero que se cerró sobre su garganta.

—¿Te emocionan los monos porque son tus familiares cercanos? —Helga sonrió, cruel y amenazante—. Me vas a llevar a ese salón y me vas a explicar detalladamente lo que viste, zopenco, a menos que quieras que deje mi mano donde está, ¿entendiste?

El otro muchacho intentó acercarse, pero Helga fue más rápida, se movió rápidamente detrás del que estaba sosteniendo y lo utilizó como escudo. Phoebe, mientras tanto, pensaba cómo resolver diplomáticamente todo ese embrollo.

—¿Qué es lo que quieres?, ¿dinero? —dijo el más alto y sacó una billetera de su chaqueta.

Helga le hizo una señal a Phoebe para que la recibiera, Phoebe le lanzó una mirada de extrañeza, pero la tomó.

—No, no quiero tu dinero, pero gracias por el ofrecimiento. —Helga apretó su agarre ligeramente—, necesito entrar en esa galería y ustedes dos nos van a llevar, ¿entendido?

—¿Por qué lo vamos a hacer?, podemos llamar simplemente a los guardias y…

—¿Y decirles cómo dos niñas indefensas se atravesaron en su camino? No lo creo y si fueras más listo, aceptarías rápidamente antes de que tu amigo termine de asfixiarse.

El muchacho reaccionó rápidamente cuando vio que el más pequeño no había dicho una sola palabra porque el agarre de Helga se lo impedía.

—¡Déjalo ya!, —exigió.

—Tic toc, zopenco, tic toc.

—¡Bien, de acuerdo!

—Genial, —Helga soltó su mano—, tú irás conmigo y tu amigo irá con… Natalia, —señaló a Phoebe— nos escoltarán hasta el primer salón y luego desaparecerán.

—¿Qué hay de mi billetera?

—¿Cuál billetera?

—…

Phoebe rodó los ojos.


Si Helga no hubiera estado ocupada sintiendo pánico y cólera, hubiera sido capaz de apreciar el arte de la exposición. Era bastante sencilla, pero había sido puesta con esmero y cierta inteligencia. Ningún pasaje de la ciudad se repetía a pesar de que el tema era único. Cada fotógrafo encontraba su lugar en medio de las múltiples caras que se expandían en el salón. Algunas eran fotografías exclusivas de la ciudad en la noche; otras retrataban los parques. Se extendían en los detalles y cada detalle las hacía diferentes, aunque el Teatro Circular se repitiera en la mayoría.

La exposición de Alan Redmond era la única que tenía personas como centro de atención.

Retratos de la ciudad, y uno esperaría ver la ciudad en el reflejo del lente, pero solo había jugadores. Helga miró a Phoebe, quien asintió suavemente. Todos los capitanes de la temporada estaban ahí, incluso los de los equipos que fueron eliminados en los primeros juegos. Helga escudriñó los retratos y encontró que la incoherencia parecía puesta al propósito. Eran rostros de la ciudad, grandes, pequeños, limpios, oscuros, de frente y de perfil. Se demoró en darse cuenta, pero en cada uno, en cada fondo, podía verse un pequeño pedazo de Hillwood. Jenkins que había venido desde Chicago en una mudanza apresurada y que solo comía chicle de la tienda de dulces de la 48, estaba sentado en una banca de la parada de autobuses, tenía una expresión aburrida, como mirando al espacio. Rubina, ex delincuente, estaba gritando a todo pulmón mientras corría por el muelle, seguramente en algún entrenamiento de rutina. Eugenia, una de las pocas capitanas como ella, estaba comiendo un helado fuera del Slausen mientras miraba una hoja con anotaciones con mucha concentración. Helga los fue repasando a todos, a sus ex rivales, a los que respetaba y a los que no, hasta que llegó al centro y se encontró a sí misma.

El vestido rosa

Helga en el campo de béisbol.

De pronto, sus sentimientos cambiaron.


Alan probó el salmón. Era la decimocuarta vez que intentaba entender cuál era su encanto, pero el sabor seguía siendo una textura, eso, porque cuando lo probaba solo podía sentir cómo se deslizaba por su garganta. No podía decir que no le gustaba, pero tampoco estaba seguro si le disgustaba, así que seguía probándolo cuando se lo ofrecían. Especialmente si estaba aburrido.

—¡Espléndido, Alan!

—Es mi tercera visita, excelentes fotografías.

Alan los miró. La chica pelirroja era una prima lejana que se llamaba Nerea, el chico que estaba a su lado era su hermano y se llamaba Octavio. Nerea y Octavio eran los únicos primos de su edad que vivían en la ciudad, así que tenía que verlos en todos los eventos familiares. Desde la primera vez que los vio, supo que nunca se llevarían bien. Era una pena porque estaban conectados por línea materna y siempre había sentido curiosidad por la familia de su madre. No los veía demasiado.

—¿Verdad que son maravillosas? —Sammy se rió en voz alta y varias personas a su alrededor voltearon a verlo, sin que él lo notara—. Alan es el artista de la familia.

—Sí que lo es, tiene mucho talento, —agregó Nerea con facilidad, una pequeña sonrisa se le dibujó en el rostro.

Nerea era una niña prodigio. Tenían la misma edad y ya había vendido varias de sus pinturas gracias al curador de la familia. Se sentía más artista que cualquiera, así que era muy difícil complacerla. Alan dudaba que la exposición le interesara, le había tomado tiempo, pero finalmente había descubierto por qué siempre veía a sus primos a pesar de que no se llevaban bien.

—Ah, ¿lo escuchaste, Alan? —Sammy le dio una palmadita en el hombro—, no soy solo yo, qué muchacha más encantadora, tenemos que ir a su exposición también, para que los artistas se junten.

—Por supuesto, será en Paris, esperamos verlos, —intervino Octavio, con una sonrisa parecida a la de su hermana.

—Estaremos, tengo que comprar algunas pinturas para la oficina, ¿no es cierto, Alan?

Octavio y Nerea arrugaron el ceño. Alan sonrió. La familia de su madre nunca le había perdonado que los emparentara con un hombre de negocios simplón y sin ningún tipo de alcurnia. Sammy Redmond era un hombre rico por sus ideas millonarias, no debido a su parentela, así que había sido juzgado como tal. No decían nada porque el dinero que tenía era seguramente más abundante que el de las arcas familiares más antiguas, pero no perdonaban que sus maneras honestas estuviesen tan libres de protocolo. Alan era tolerado por la herencia de su madre, pero hasta ahí llegaban las relaciones familiares. Querían el dinero, pero no a Sammy, era una tragedia tan antigua como las novelas del siglo XIX.

—Seguramente, —Alan hizo una pausa larga—, nos harán un descuento familiar.

Nerea lo miró como si la hubiese insultado. Octavio dejó de sonrír. Sammy comenzó a carcajearse. Alan les sonrió abiertamente, esperó a que las risas murieran y agregó en un tono de monótona aceptación: es una broma. Era la solución perfecta, porque él nunca bromeaba y entonces nadie podría pedirle que no lo hiciera, que no bromeara de vez en cuando.

—Alan tiene un gran sentido del humor, espero que no les haya molestado, —agregó Sammy de buen humor.

—Claro que no, fue divertido, —Nerea intentó reír, pero falló miserablemente.

Octavio se limitó a asentir.

—Si me disculpan, debo ir a saludar a un amigo, —dijo Sammy distraído—, espero verlos más tarde en la ópera. Se marchó antes de obtener una respuesta.

Alan alzó una ceja cuando Octavio y Nerea dejaron de sonreír. Se miraron por un largo rato antes de inclinar levemente la cabeza. Era habitual que se despidieran sin decir nada una vez que su papá no estaba. Ya se había acostumbrado, así que solo los observó en silencio. Decidió que estaba listo para irse a la ópera.

Iba de camino a recoger su abrigo cuando le cerraron el paso.

—Alan Redmond.

Sorprendido, Alan contestó el saludo: —Helga Pataki.

Se le veía distinta, ahora que no traía el vestido rosa, pero no era una diferencia notable. Helga todavía conservaba esa expresión enfadada que endurecía sus rasgos. Vestía pantalones de bastas desgastadas y una polera que le quedaba ancha. Se veía bastante desaliñada, con su cabello en una sola coleta y esa costumbre de encorvarse ligeramente hacia la derecha. El contraste era tan evidente, que no le sorprendió que los agentes de seguridad se estuvieran acercando hacia ellos.

—Buenas noches, Alan.

Dio un respingo, la voz que sonó a la derecha de Helga le pertenecía a Phoebe, a quien no había visto por distraerse con Helga. La saludó con una brevísima inclinación de la cabeza y miró por encima de su hombro, en dirección a los hombres que se acercaban. Ensayó una de las miradas que había visto que su papá dirigía a sus subordinados cuando no quería que lo interrumpieran y esperó a que funcionara. Le salió más o menos bien, más o menos aceptable, porque los guardias dudaron y eso bastó para que ganara confianza. Se alejó unos pasos y movió la mano para invitar a Helga y a Phoebe a que lo siguieran hacia el jardín interior.

Alan sospecha que algo no anda bien porque, por lo poco que conocía a Helga, había demasiado silencio y demasiada tranquilidad. No le molestaba en lo absoluto, pero era suficientemente listo para notar que la calma siempre precedía a las tormentas. A las tormentas de ojos azules.

—Dijiste que era para una tarea de la escuela.

Ahí está, el reclamo.

—Es una tarea de la escuela.

Helga alza una ceja, pero Alan no se inmuta.

—No sé si debería demandarte por el uso de mi imagen o solo llevarme la fotografía.

Alan duda, la mira, mide, piensa un poco y entiende lo que está pasando. Helga le está dando una oportunidad. Su voz no ha cambiado para nada, todavía imperativa, todavía llena de mal humor, pero sus ojos lo miran distinto, como si lo evaluara. Alan tiene la impresión, apresurada seguramente, de que a Helga le ha gustado la fotografía, pero no quiere admitirlo. No sabe por qué no quiere admitirlo, pero asume que es un secreto, así que no se molesta en preguntar. Tiene una oportunidad para rechazar o aceptar, para enfadarse con ella o para reírse con ella, con Helga Pataki, capitana del equipo de baseball.

Alan duda dos veces. No está acostumbrado a las negociaciones, por eso no tiene muchos amigos. No está acostumbrado a enfrentarse a los demás, por eso prefiere estar solo. No está acostumbrado a admitir que le interesa, por eso nunca deja que el desdén abandone su expresión. No está acostumbrado a establecer lazos, por eso no sabe cómo construirlos. No está acostumbrado a la mirada de Helga, por eso le cuesta responderle. Alan vuelve a dudar, está seguro que es una mala idea, pero su madre le dijo que debía aventurarse más en la vida y uno siempre tenía que respetar los consejos de una madre muerta. Decide no molestarse, se aclara la garganta y bromea.

—¿Para colgarla en tu habitación?

En ese momento. En ese instante entre las nueve y las diez de la noche, con Phoebe de testigo, con la Luna mirándolos atentamente, Alan y Helga forman una alianza.

—Para iniciar una fogata y quemar este anfiteatro.

La amenaza resuena claramente, Helga sonríe de lado y Alan no sonríe, pero su mirada se suaviza.


Espero que la historia les siga gustado, ahora tengo algunas cosas que terminar, pero quería subir el capítulo retoñitos, les estaré contestando los reviews esta semana :) un abrazo y un beso para todas/os, ¡los amo!