El local estaba a rebosar de gente. Todos los que allí se congregaban era hombres con un solo objetivo: conseguir compañía para esa noche o, por lo menos, disfrutar de las vistas. La clientela tenía por afición atosigar a las camareras para que llegase cuanto antes la hora del espectáculo. Tal y como estaba previsto, a las doce de la noche, la iluminación del local se atenuó y los focos principales se centraron en la barra, donde las camareras se disponían a subir. La música comenzó a sonar con fuerza y las chicas comenzaron a bailar, regalándoles a los hombres más cercanos una visión casi completa de su ropa interior. Todas bailaron al ritmo de la música durante unos diez minutos, consiguiendo que casi todo el género masculino allí presente desembolsara generosas propinas para las chicas. Todos hicieron, excepto uno.

Él estaba apartado de toda la marabunta de hormonas revolucionadas, sentado en un rincón. Aquel tipo solo observaba el espectáculo, preguntándose una y otra vez cómo se había dejado convencer por su amigo Eriol para ir a aquel lugar. Ese sitio no era su estilo. De hecho, lo odiaba, del mismo modo que odiaba que las mujeres se expusieran de aquella manera. Asqueado por las miradas lujuriosas y las manos traicioneras que tocaban a las chicas, bebió un trago de su ginebra con limón al tiempo que las camareras bajaban de la improvisada tarima entre elogios y silbidos. Fue entonces cuando algo llamó su atención.

Sus ojos marrones viajaron con rapidez y se fijaron en una de las camareras. Era una chica rubia, bajita y menuda, vestida con una sencilla camisa blanca con las mangas remangadas y una corta falda negra que enseñaba lo justo. Ella intentaba bajar con cuidado de la barra cuando un hombre, de unos cuarenta o cincuenta años, se aproximó a ella y la ayudó a bajar. Sin saber por qué, él saltó de su asiento y se dirigió a la barra. Allí había gato encerrado. Apenas había dado unos pasos sin dejar de mirar a la muchacha cuando vio que su rostro, que había esbozado una sonrisa de agradecimiento, se tornó tenso y borró el gesto. El cincuentón tiraba de la camarera con ganas, sujetándola por un brazo y tratando de hacer que pasase por el hueco que hacía las veces de entrada y salida de la barra. Ella trataba de zafarse del agarre sin éxito, a pesar de que incluso algunas de sus compañeras tiraban de ella hacia el interior de la barra. No lo soportó más.

Nadie se movía. En el local se había instalado el silencio, salvo por el hilo musical que seguía resonando en los altavoces de las esquinas. ¿Cómo era posible que nadie interviniese? La estaba acosando, por el amor de Dios. Sin pensarlo, se abrió paso a través de los clientes y llegó hasta el cincuentón, que no se dio cuenta de que aquel tipo le ponía una mano sobre un hombro y apretaba con los dedos en el punto exacto donde se unían nervios, ligamento y músculo, por encima de la clavícula. El cincuentón se quejó, pero no aflojó el agarre.

-Deja a la señorita en paz-le dijo al cincuentón, que trataba por todos los medios de quitarse la mano del desconocido de encima.

-¿Y a ti qué mierda te importa?-masculló el hombre- Yo la vi primero. Y es una puta, su trabajo es darme placer.

El desconocido del rincón no dejó pasar el comentario y, enredando su pierna derecha con la izquierda del cincuentón, tiró de él hacia abajo limpiamente, dejándolo caer al suelo con estrépito. A continuación, colocó una pierna encima del pecho del hombre, que había soltado por fin a la camarera. Toda la clientela estaba pendiente del espectáculo, nadie quería perderse nada de lo que ocurriera. El desconocido, bajo la atenta mirada de todos los demás hombres, sentenció:

-No vuelvas a acercarte a ella, ¿entendido? Ni se te ocurra volver a ponerle la mano encima, o te juro que te la corto en pedazos.

El cincuentón asintió desde el suelo, dolorido. El desconocido quitó su pie de encima en cuanto se hubo asegurado de que el viejo había captado el mensaje y dejó que éste se escabullera entre la gente. Apenas dos segundos después, la seguridad del local entró y fue en busca del desconocido, que no le quitaba el ojo de encima al brazo de la camarera, rojo por el fuerte agarre del cincuentón.

Dos enormes moles de músculo y hueso fueron directos a coger al salvador, per una voz femenina los detuvo a tiempo.

-¡Esperad!

Todos se volvieron hacia la camarera rescatada, que había salido de detrás de la barra y se interponía entre las dos moles y su salvador.

-Él no ha hecho nada-prosiguió la chica.

-Hemos oído un alboroto-repuso la mole número uno-. El tipo que acaba de salir nos dijo que un chico le había dado una paliza.

-Ese…-tartamudeó la camarera, nerviosa- tipo me estaba acosando. Y él-señaló a su espalda- me lo ha quitado de encima. Solo le ha tirado al suelo.

Ambas moles intercambiaron una mirada, de negro a gris. Al mismo tiempo, el desconocido no dejaba de mirar a la camarera. Lo mejor era mantener la boca cerrada y esperar que la tormenta pasara. Parecía que ella se defendía bastante bien con gente que conocía. Curioso.

Finalmente, los dos tipos de seguridad asintieron y dieron un paso atrás. La clientela, que hasta entonces se había mantenido en silencio a la espera del final del espectáculo, comprendió que aquello había acabado y volvió a su ambiente de ruido, risas y brindis. El resto de las chicas volvieron al trabajo, aún algo asustadas, mientras que la camarera rescatada cerraba los ojos, aliviada. La mole dos se acercó a ella y le susurró:

-¿Estás bien?

Ella abrió los ojos y asintió, esbozando una pequeña sonrisa.

-Estoy bien, Touya. Vuelve a la puerta, por favor.

-Sabes que odio que trabajes aquí-gruñó Touya, echándole un breve vistazo al desconocido que había salvado a la chica y que aún no se había movido de su sitio, estudiando la situación con ojos atentos. No le gustaba.

-Sí-asintió ella, recuperando la atención de Touya-, pero es mi decisión, no la tuya.

Aquel volvió a gruñir, pasando sus ojos negros de nuevo de la camarera al salvador. Sin una palabra más, Touya suspiró, se volvió y se fue por dónde había venido, seguido de la mole uno. La chica se dio la vuelta cuando comprobó que el chico moreno de seguridad se había ido y encaró a su salvador, que quedó paralizado al ver el intenso color verde que coronaba el iris de los ojos de la camarera. Ella, por su parte, sonrió al desconocido.

-Gracias por…-comenzó.

-No te preocupes-la interrumpió el desconocido alzando una mano-. No ha sido nada.

Ella asintió con lentitud, sorprendida. Una corriente de dulzura y sobreprotección recorrió al desconocido de arriba abajo, dejándole sin defensas.

-¿Qué clase de llave has usado?-quiso saber la camarera, curiosa- ¿Sabes kárate?

Él apartó la mirada con rapidez, azorado. Odiaba hablar de él mismo.

-Algo-respondió, evitando mirar a la camarera de nuevo.

Ella rió por lo bajo.

-De acuerdo, vale, ya lo pillo. Un maestro nunca revela sus secretos, ¿no?-bromeó la joven, posando una mano sobre su brazo izquierdo.

Él se sobresaltó al sentir el contacto de ella e, inevitablemente, sus ojos se clavaron en los verdes de ella. Tragó saliva con fuerza. Sin saber por qué, se sentía perdido, sin saber qué hacer. Podía luchar cuerpo a cuerpo sin miedo, pero cuando ella le había tocado la adrenalina por el ataque había desaparecido, dejando un hueco vacío.

-En serio-alzó ella la voz, sacándole de su ensimismamiento-, muchas gracias.

Él fue a responder cuando una voz surgió de la que sería la trastienda del local.

-¡Eh, Kinomoto! ¡Vuelve al trabajo! ¡Venga!

Ella no pareció amilanarse ante los gritos, aunque suspiró y rompió el contacto con el desconocido. Entró de nuevo a la barra y se volvió hacia el desconocido, que comenzaba a caminar para desaparecer entre la gente.

-¡Oye!-le llamó; él se volvió, confuso y con el ceño fruncido- ¿Cómo te llamas?

Él parpadeó un par de veces, anonadado.

-Li-respondió-. Shaoran Li.

La camarera sonrió, feliz, pero cuando fue a responder, se escuchó un nuevo grito del jefe del local. Sakura, sin saber qué hacer, miró con disculpa a Shaoran y se puso manos a la obra. Él vio que había vuelto al trabajo y que se había olvidado de su presencia, por lo que se encaminó a su mesa arrastrando los pies.

Shaoran se encontró con que su amigo Eriol Hiiraguizawa, sonriente y orgulloso, le esperaba cruzado de piernas y con una copa en las manos. Shaoran tomó asiento con pesadez y le dio un trago a su bebida, pero estuvo a punto de escupirla cuando la notó aguada por el hielo derretid. Eriol, a su lado, rió.

-Vaya, vaya, Li, así que ya has conocido a la preciosa Sakura.

Shaoran le miró con fastidio.

-¿De qué hablas?

-De la rubia con ojos verdes a la que has salvado. Es la flor del local, la estrella mimada del jefazo.

-Pues nadie se ha atrevido a defenderla de ese parásito-dijo Shaoran, asqueado.

-Lógico-repuso Eriol-, nadie quiere vérselas con Touya después.

-¿El de seguridad?-preguntó Shaoran, interesado; Eriol asintió con la cabeza- ¿Es su novio?

Su amigo rió, negando esta vez.

-Su hermano.

-¡Joder!-exclamó Shaoran, sin poder creer lo que oía- ¿Cómo deja que su hermana trabaje en este antro?

Eriol bebió de nuevo, encogiéndose de hombros.

-Ni idea.

Shaoran frunció el ceño, molesto. Si fuese su hermana, jamás la dejaría entrar en un sitio como aquel. Eriol apuró su copa y tiró de su amigo.

-Vamos a por otra-le animó.

-Ni de coña-se negó Shaoran, levantándose de nuevo, pero esta vez para dirigirse hacia la salida-. Estoy harto de este sitio. Me voy.

-Venga, hombre, seguro que tu amiga te…

-He dicho que no.