Disclaimer: Nada me pertenece, personajes y demás propiedad intelectual de Takao Aoki.
0000 - X - 0000
oo I oo
Se asoma por la ventanilla de nuevo, ve con atención a los automóviles que están estacionados a lo largo de la calzada. PAsa saliva, limpia el sudor de sus manos en su pantalón y mira de nuevo hacia afuera.
—¿Y si espero aquí? —pregunta ansioso— no que vaya a hacer ninguna diferencia si voy o no.
—Tienes razón —responde el otro que viaja en el auto con él—, haz como quieras.
No esperaba otra clase de respuesta, de hecho, no sabe ni por qué preguntó. Aspira profundamente, ignora los autos y la gente que desciende de ellos.
—No, vine aquí para una cosa y no vas a conseguir disuadirme de ella.
—Como quieras —responde el otro, encogiéndose de hombros—. Aunque no trates de culparme, fuiste tú quien quiso venir.
No tiene respuesta para eso, porque sí, así fue, Kai no lo invitó a venir, está ahí porque él dijo que quería ir y Kai no dijo que no —para sorpresa de todos—.
—Espera, ya voy —se coloca el saco con rapidez.
Una vez fuera, escucha a Kai gruñir, le toma del brazo y lo gira hacia el carro, obligándolo a mirarse en el reflejo del vidrio de la puerta. Takao sonríe levemente al ver su aspecto. Inexperto como es en el uso de esa ropa, se ha colocado mal el saco, no se ha acomodado el cuello de la camisa y la corbata está torcida. Kai le dijo que no era necesario, que podía ir con la ropa que quisiera, pero desde que es dueño de un renombrado dojo, Takao ha adquirido cierta conciencia de su persona y sabe que hay ocasiones en que una buena presencia es indispensable. Las ceremonias de clausura de los cursos, su graduación de la universidad, el aniversario luctuoso de un magnate que resulta ser el abuelo de un amigo...
—Vamos —murmura Kai y empieza a caminar.
Takao se apresura a alistarse y camina tras él, no corre porque no quiere dar una mala impresión tan pronto. Ya sabe que tarde o temprano lo hará, pero si puede evitarlo que sea antes que después, lo intentará. Mientras trata de alcanzar a Kai sin correr ni tropezar, observa a su alrededor a la gente que se dirige en la misma dirección que ellos. Trajes y vestidos negros abundan, los lentes negros parecen requisito porque son pocos los que no lo traen, nadie lleva flores, algunas mujeres llevan sombrillas, muchos hablan pero no es la charla afable que uno encontraría entre amigos y conocidos, no entiende qué dicen pero no cree que se parezca mucho a la que está acostumbrado.
Se percata de las miradas, aún con los grandes lentes que muchos portan, inconscientemente se mira y se muerde el labio sintiéndose ridículo en ese traje, Kai —por otro lado— se ve genial, como casi todos los asistentes. Supone que es de esperarse, Takao no es muy dado a vestir de etiqueta, o usar saco… o vestir ropa formal.
Opta por concentrar su atención en Kai y sus rígidos hombros. En ese momento es que se da cuenta de la transformación que ha tenido desde que dejaron el auto. Kai nunca ha sido de los que transpiran tranquilidad, normalmente es una ansiedad tensa pero en perfecta calma, ahora ve que esa tensión ha escalado hasta que se nota en la rigidez con la que camina. No que sea algo que se note con facilidad, pero hace diez años que lo conoce y ha aprendido a leer los cambios de humor, en él y el resto de sus amigos.
Decide quedarse callado, no hará la estupidez de colocarse protectivamente al lado de Kai, ni se acercará calmadamente mostrando confort, muchos menos le preguntará si está bien. Porque Kai no necesita nada de eso, y quizá no está bien, pero eso es asunto de Kai y algo que —aunque a Takao le concierne— no va a entrometerse, como decía, hay una década de experiencia como para saber que el resultado no podría ser del todo grato.
Finalmente llegan al punto de encuentro. Para ser sinceros, Takao está decepcionado, conociendo —como ahora conoce— los niveles de riqueza de los Hiwatari, esperaba una catedral levantada en el sitio donde fue enterrado el abuelo de Kai, en vez de eso, hay una lápida, no más diferente que la que yace en la tumba de su propio abuelo. Piedra negra con una inscripción y ya.
Takao espera al lado de Kai mientras la gente termina de llegar, aunque no sabe qué espera exactamente.
Es un rito extraño, o proceso o algo —no sabe cómo llamarlo—, no hay ningún representante religioso, pensó que la espera se debía por que el religioso no llegaba, pero no, cuando son las siete en punto, Kai se coloca detrás de la lápida, su papá lo hace a un costado de la piedra. Los asistentes comienzan a desfilar delante de ambos, inclinando levemente la cabeza y murmurando algunas palabras, que son de condolencia o aprecios hacia el muerto. Takao no entiende nada pero permanece en respetuoso silencio a corta distancia de Kai.
Hace cinco meses fue el primer aniversario luctuoso de su abuelo. Hubo una breve ceremonia, después los vecinos, conocidos, su familia y sus amigos acudieron con flores que después depositaron en la tumba. Daba gusto ver cuántas había. Antes de irse del cementerio hubo una ronda en la que los asistentes ofrecieron las condolencias a la familia, fueron palabras amables y de respeto a la memoria del muerto, Takao no pudo evitar llorar, tampoco su papá. Después fueron a casa, otra vez hubo un carnaval en el patio de los Kinomiya. No faltaron de nuevo los que dijeron que era una falta de respeto, que era como celebrar una muerte, y Takao coincidió parcialmente con ellos, era una celebración, celebraron a una persona que aunque estaba muerta, aún querían tanto como para festejar su memoria. Hacer una fiesta de esa clase tenía perfecto sentido para él.
Ahora no sabe exactamente qué está pasando. Porque esto no es una fiesta, pero tampoco parece ser una ceremonia luctuosa.
Los asistentes gradualmente van desapareciendo, regresan a sus autos, al final sólo quedan Kai y su papá, bueno y Takao, que no sabe si correr de regreso al auto, ocultarse o qué hacer, siente que no debería estar ahí, no cuando ve a Kai colocarse delante de la lápida y encender una vela, misma que deja sobre la piedra. Su papá hace algo parecido, y ambos se quedan frente a ella. En ese momento Takao decide esperar un poco más lejos, consciente que ése es un momento que es sólo para ellos dos, y él —por más inadaptado que sea al entorno— no tiene derecho a interrumpir.
En su espera piensa en otra notable diferencia entre lo que fue la ceremonia de su abuelo y ésta, en aquel entonces se notaban las emociones, acá no parece haber nada. Quizá algo tenga que ver que el abuelo de Kai murió hace cuatro años, y el suyo apenas hace uno. Aunque algo le dice que eso no es precisamente la verdad.
—Takao —la voz de Kai lo saca de sus pensamientos—, vámonos.
Sacude la cabeza y asiente, apresura el paso hasta colocarse al lado de Kai. El papá de Kai ha desaparecido, y sólo ellos dos van de regreso al auto.
—¿Y ahora qué? —pregunta ignorando el hecho de que ha oscurecido y están en un cementerio.
—Una recepción y ya.
Supone que no podía esperar otra cosa, la comida parece requisito indispensable para esa conmemoraciones.
Abordan el auto y Kai conduce a lo largo de la calzada hasta una amplia carretera, recorren camino cerca de veinte minutos hasta entrar a un lujoso barrio que reaviva el nerviosismo de Takao. Cruzan unas pesadas puertas de hierro que dan paso a un camino pavimentado que recorre una amplia porción de jardines y después decanta en una suntuosa mansión, Takao ve que también hay autos alineados a un costado del camino, supone que son los mismos del cementerio. Kai se estaciona justo delante de la entrada donde un hombre abre las puertas del auto y con un ademán les indica la entrada después de hacer una reverencia.
Takao consigue suprimir la sonrisa nerviosa al recibir el gesto de servidumbre, se asegura de que su aspecto sea lo mejor posible, pasa de nuevo saliva y empieza a caminar, sólo que esta vez nota que Kai no ha dado un sólo paso y lo mira con aprensión.
—Vamos —es lo único que Hiwatari dice y retoma el paso.
Takao creía que conocía lo acaudalados que son Kai y su familia, mas la suntuosidad de la casa le quita el aliento, hace lo mejor que puede para controlar su asombro y no separarse de Kai, que camina —como es de esperarse— como si nada le importara. Finalmente llegan a un gran salón que está repleto de gente, hay meseros que se mueven por todos lados con charolas con bocadillos y bebidas en copas largas, supone que ahí no conseguirá una hamburguesa y un refresco de manzana. Toma con ansiedad un par de bocadillos que le son ofrecidos y una copa, mordisquea el primero y una vez que está de acuerdo que es comestible, lo traga por completo, después viene un tentativo sorbo a la bebida, que —supone después de ver demasiadas películas— es champagne. Claro que no sabe si es buena o es barata. Tiene experiencia en el consumo de alcohol, pero principalmente de sus fiestas universitarias, en las que bastaba que la bebida cumpliera su objetivo, y si no quedabas ciego después de consumirlo, eras afortunado.
Kai rechaza la comida y bebida, se ubica en un rincón y observa a los demás.
—Hay sillones por allá —señala una esquina.
Takao agradecería mucho poder sentarse un rato, pero eso significaría dejar a Kai solo y supone que no es lo más cortés. A él nadie lo dejó solo hace cinco meses.
—No, estoy bien, además esto no está tan mal —replica mientras levanta la copa vacía.
Kai hace un ademán con una mano y dos meseros se acercan de inmediato, uno le ofrece una nueva copa, y otro más comida.
—Deja esto aquí, que sirvan el resto, aceleremos esto —dice su amigo.
Los meseros asienten y se retiran, Takao no tiene nada de qué quejarse, le ha hallado gusto a la champagne y los bocadillos —aunque extraños— no son malos.
Repasa en las razones por las que está ahí, en el aniversario luctuoso de Souichiro Hiwatari. Se alegra haber sido insistente y desconsiderado, de hablar antes de pensar y decir lo primero que le vino en la cabeza. El motivo principal por el que Kai ha consentido traerlo.
Hace cinco meses, una vez que la celebración de su abuelo terminó todos se reunieron en la sala, hablaron de toda clase de cosas —no recuerda mucho— pero en algún momento de la conversación, Max propuso hacer un viaje juntos, después de que cada uno revisó sus agendas y compromisos, acordaron que el momento idóneo era en septiembre, Kai simplemente dijo que no podía. Después de insistir Kai explicó —para sorpresa de todos— que tenía que asistir al aniversario luctuoso de su abuelo, pero que los alcanzaría a donde fuera que decidieran ir. Los demás parecieron conformes —en realidad no, pero era regla general que nadie preguntaba nada sobre el abuelo de Kai, al menos no después de lo que ocurrió cuando lo vieron en el patio de los Kinomiya por primera vez*—, aunque claro, Takao nunca había sido el más perceptivo de todos —o quizá sí, a veces hasta a él le sorprendía su brillantez.
Así que Takao no sólo hizo una pregunta, hizo varias, y lo más inesperado y casi aterrador, fue que Kai respondió a muchas de ellas, y no con la irritación que acostumbraba, sino con un tono seco que no era precisamente grato pero tampoco parecía presagiar un asesinato.
Sin planearlo ni pensarlo, Takao se ofreció acompañarlo, y —como si no fueran suficientes sorpresas— Kai accedió.
Takao aún recuerda con una sonrisa la estupefacción de los demás cuando Hiwatari le dijo dónde y cuándo se verían.
Así que cinco meses después, esa mañana del diez de septiembre, Takao acudió al aeropuerto de Tokio, aún con la sensación de que Kai había mentido y que en unos días Kai le llamaría, y le enviaría el link de un video en donde Takao aparecería desesperado esperando por alguien que jamás llegaría.
Mas no ocurrió así. Kai cumplió su palabra —como siempre— y lo llevó hasta Rusia en un cómodo avión privado, justo a tiempo para llegar al cementerio.
Será poco decir que Takao aún está digiriendo su shock.
—Kai
La voz lo saca de sus pensamientos y se gira a tiempo para ver a una chica, más bien una niña, llegar hasta Kai y… sonreírle, con tanta alegría que no lo abraza por el simple hecho de que es Kai, vaya que él conoce bien esa situación.
—Anzu —responde Kai—, pude ver que tu viaje fue bien.
La niña ríe avergonzada.
—Sé que no querías que te enviara fotografías, pero no pude resistirme, ¡todo fue espectacular! ¡gracias!
Decir que ese intercambio de palabras ha atraído la atención de Takao, es poco decir. Está estupefacto.
—Cumpliste tu parte del trato, lo mínimo que podía hacer era cumplir la mía.
—Sí, creo que sí —musita la niña.
Takao está tan absorto haciéndose preguntas sobre quién es esa niña que no se da cuenta que ella lo está viendo de pronto.
—¡Ah! —exclama ella— ¿eres…?, ¡Kai!
—Anzu, Takao Kinomiya, Takao, Anzu Nawabe.
La niña —ahora que la ve con atención, no puede tener más de doce años— se acerca con una actitud que conoce bastante bien — adora—, ella es una fan. Y con su mejor sonrisa se dispone a ser una celebridad humilde como Hiromi suele decirle. No se resiste cuando ella lo toma del brazo y lo lleva fuera de la casa, Takao se admira de la velocidad con que la lengua de Anzu se mueve, parece no cansarse, emite palabra tras palabra con una velocidad que no había visto desde Daichi. Lo llena de preguntas y le pide que le cuente algunas de sus batallas más célebres. A cambio ella le cuenta de un viaje que hizo hace unas semanas al Caribe, Kai se lo pagó después de que hicieran un trato que implicaba unas cuantas condiciones que no eran nada sencillas. Al final le pide que se tome unas fotografías con ella.
—¿Y qué relación tienes tú con Kai?, ¿él no te cuenta nada de cuando éramos un equipo?
—¿Relación, Kai contarme algo? —pregunta ella confundida— Nah, él no suele decirme mucho, además me gusta que me den todos los detalles.
Takao asiente sonriente, Kai no es de los que se deshacen en narraciones.
—¿Y...?
—¿Kai y yo? Bueno… a él tampoco le gusta que le cuente a otra gente de nuestra relación.
Takao pasa saliva sin entender realmente, y no insiste. Regresan a la casa y cuando se acercan a donde dejaron a Kai, lo encuentran con dos hombres de alrededor de treinta. Escucha a Anzu gruñir.
—¿Qué ocurre?
—Son Masaru y Keigo, mis hermanos. Son unos necios, les dije que no lo hicieran, pero seguramente Keigo fue el de la idea.
Takao no dice nada, simplemente sigue a la chica, nota con incomodidad que hay ciertos niveles de molestia entre ellos y Kai, no es una discusión pero conoce a Kai lo suficiente como para decir que está irritado.
—Chicos no deberían estar aquí. Vamos, mamá debe estar buscándonos.
—Ve tú —dice el mayor—, tenemos asuntos qué resolver con Kai.
—Tal vez, pero no es el lugar —musita Kai.
—¿Y si no es aquí, dónde? —arremete el mismo hombre.
—Donde corresponde. Ahora, si me disculpan.
—No —insiste el otro—, ¿tenemos que sacar una cita?, ¿es eso lo que vas a decir? No Kai, los negocios entre familia no deberían ser así.
A la mención de la palabra 'familia' Takao mira a su amigo, y ve a Kai sonreír. Reconoce esa sonrisa, y al parecer Anzu también, porque toma a los dos hombres de la mano y trata de retirarlos. Es una advertencia. Takao conoce la sonrisa porque es la que indica que Kai comienza a molestarse más allá de lo que podría considerarse seguro, Rei fue quien primero aprendió a interpretarla porque indicaba que debía alejar lo más pronto posible a quien estuviera molestándolo —por lo regular a Takao y Daichi— antes de que las cosas se pusieran feas.
Al principio Takao y Daichi no eran los más perceptivos, gradualmente entendieron qué era lo más sano. Al parecer estos dos aún no lo entienden porque no ceden a los pedido de Anzu, al menos el mayor que supone es Keigo.
Keigo y Kai tienen una batalla de miradas y tensos silencios, cuando parece que las cosas no pueden ser peores. Keigo decide hablar, ¡oh, cuántas memorias trae esto para Takao!
—No cabrón —escupe el mayor y la tensión es casi insoportable—, hablarás conmigo ahora.
Kai arquea una ceja y sus labios se curvan casi imperceptiblemente.
—¿Demandas algo de mi?
La pregunta es meramente retórica, Takao pasa saliva y se pregunta si debe detener a Kai o tomar a Anzu y correr muy lejos.
Aterradoramente, Kai no hace nada.
—No es el momento ni el lugar. Respetarás la conmemoración luctuosa de mi abuelo, y si aún deseas tener alguna clase de poder ya sea de voz o voto en las empresas, te retirarás inmediatamente —dice Kai con una voz de mando que Takao pocas veces le ha oído.
El otro hombre, Masaru, toma el hombro de su hermano y Anzu no suelta su mano, ambos insistiéndole que lo escuche.
—No —insiste estúpidamente Keigo—, no voy a respetar nada de ese hijo de perra, no voy a ceder en mi pedido, sólo porque por una estúpida decisión de un anciano loco hemos sido limitados en nuestros derechos.
—Derechos, derechos —dice Kai socarronamente—, ¿derechos? mejor vete.
—¡Basta ya Keigo! —una nueva voz interrumpe—, llévenselo —dice la misma voz a Masaru y Anzu.
Takao no sabe qué hacer pero decide no moverse. Esta nueva persona es una mujer en edad madura, que —como es de esperarse— jamás ha visto.
—Se irá ahora mismo —dice ella en un tono conciliador mientras mira hacia atrás—, no te culpo si tratas de tomar represalia, pero espero pienses antes de hacerlo. Lo siento, claramente le dije que no trajera ese tema. Hablaré con su padre.
—No, es Keigo quien debiera entender y aceptar las cosas como son, ni tú ni yo decidimos que fueran así.
La mujer suelta un suspiro.
—Sí Kai, pero también deberías ser un poco más flexible, que tengas el derecho no significa que debas ejercerlo con tanta dureza.
Kai ríe.
—Claro que sí, fueron sus órdenes y creo que me gané ese derecho como lo llamas.
La mujer inclina la cabeza y no toca más el tema.
—Está bien. Ya pasó el tiempo de hablar de esos temas, iré con ellos. Te veré después.
Ella le ofrece una sonrisa y Kai simplemente asiente. Takao permanece inmóvil en su lugar, entendiendo que esa mujer es de la misma alcurnia que Kai, de ésas que no consideran rudeza ni siquiera preguntar quién es él o pedirle a Kai que lo presente. Definitivamente no se acostumbrará a este mundo.
Una vez que se ha ido, se acerca un poco y lo contempla preguntándose si estará bien. Para su sorpresa, no se le ve ni remotamente molesto. Él estaría maldiciendo con sus peores palabras a ese tal Keigo.
—¿Y eso fue?
—La rama maternal de mi familia —explica Kai secamente—, esa mujer es mi madre, el par de idiotas los hijos de su esposo y Anzu, su hija en su nuevo matrimonio.
—¿Eh?
Kai ríe levemente.
—¿Aún hay que explicarte todo lentamente?
—No bromees —gruñe Takao—, es complicado.
—Sí lo sé —su amigo mira a la distancia—. Mi madre volvió a casarse hace más de quince años, el hombre con el que se casó tenía tres hijos de un matrimonio anterior, dos de ellos son Keigo y Masaru. Anzu y otro chico, Otani, son producto de esa nueva unión.
—O sea que son tus hermanos —dice sorprendido.
—No —responde Kai de facto—, son los hijos de mi madre, nada más.
—Pero…
—Ven —dice Kai y comienza a caminar.
No espera por él, aunque no es que Takao tenga que hacerse convencer, lo sigue de inmediato.
Kai lo guía entre los invitados, algunos levantan su copa o inclinan su cabeza a su encuentro, él replica con asentimientos similares. Takao se pregunta si ese comportamiento es habitual en Kai, porque si alguien le dice que sí, no lo creería. Aunque ni siquiera puede comparar lo que él era hace unos años a lo que es ahora.
Llegan hasta donde un grupo específico de personas, Takao reconoce de inmediato al padre de Kai. Pero no está solo.
—Kai, Takao, qué sorpresa. Me preguntaba dónde estaban —dice Susumu.
—Disfrutando la comida y la bebida —se apresura a decir Takao—, y hasta la compañía.
Kai sonríe y señala con la cabeza a la gente que acompaña a Susumu.
—Takao quiere conocer a tu familia.
Mira a Kai preguntándose cuándo dijo eso.
—Claro —sonríe Susumu y extiende un brazo atrayendo a una mujer—, ella es mi esposa Airi, y nuestros hijos Kokoa la mayor, Akihiro y Mai, la pequeña.
—Chicos, él es Takao Kinomiya, un amigo de Kai.
Takao sonríe cuando los tres mencionados sonríen también, por el modo en que el chico abre los ojos supone que también es un fan como lo es Anzu.
No se equivoca, el chico adelanta unos pasos tímidamente y pasa saliva.
—Es tu admirador —ríe Susumu.
—Bien, los veré más tarde —dice Kai y está por irse.
—Espera —lo detiene Kokoa—, Anzu me contó de su viaje y...
—¡Kokoa! —le reprende Airi.
—Está bien —concilia Kai—, ¿qué?
Takao no dice nada, aunque reconoce esa táctica de su amigo. Es claro que Kokoa quiere que Kai le de un viaje como a la otra chica, pero Kai no cederá hasta que la ella verbalice su petición y se explique. Kai lo hizo varias veces con él.
—Me preguntaba si… si… podríamos llegar a un acuerdo.
Su amigo sonríe.
—Si Anzu te habló de las condiciones y las aceptas, sí, podríamos llegar a un acuerdo. Pero no ahora.
A diferencia de Keigo, Kokoa parece entender a la perfección el concepto con el que Kai define su espacio personal.
—Gracias —dice nada más.
Kai asiente y se retira, Takao no lo sigue porque sabe que su deber como leyenda del deporte está con sus admiradores. Sí, quiere alimentar un poco su ego.
Como Anzu, la familia del padre de Kai se divierte escuchándolo. Al cabo de casi una hora, ellos deciden que es hora de irse, todos se despiden animosamente de Takao, que se siente más entusiasmado que nunca, lo último que esperaba de un evento como éste era terminar riendo mientras narra sus mejores aventuras. Se van, aunque Susumu se queda con él, y Takao se pregunta a qué puede deberse, quizá espera a Kai.
El hombre le toma por el hombro y lo guía hasta otra habitación, cierra la puerta detrás suyo y Takao trata de disimular su repentino nerviosismo.
—¿Señor Hiwatari? —pregunta confundido.
—No, no Hiwatari, Osagawa —dice el hombre pensativo—, pero no, llámame Susumu.
—Bien… Susumu —por alguna razón, Takao siente que está cometiendo una gran falta de respeto.
—Oí que Keigo provocó a Kai. ¿Cómo respondió él?
—No hizo nada —explica Takao—, lo dejó hablar hasta que su madre intervino.
Susumu lo mira extrañado, como si no esperara esa respuesta. Después mira hacia otro lado, negando con la cabeza.
—Conociste a Anzu, ¿verdad?
Takao asiente.
—¿Qué te dijo Kai de ella?
—Que era la hija del nuevo matrimonio de su mamá, y que Keigo y Masaru eran los…
—Hijos del nuevo esposo de su madre… —completa Susumu—, sí, no ha cambiado eso.
De pronto siente curiosidad, pero ha aprendido a no hacer preguntas fuera de lugar —sobre todo si se relacionan con temas sensibles para otros, o tiene que ver con Kai—. Se queda callado mientras mira al hombre repasar sus pensamientos, ni siquiera se atreve a intervenir. Susumu se ve demasiado hundido en sus cavilaciones.
—Mi padre no fue un hombre bueno —musita Susumu—, pudimos haber sido una de las familias más poderosas de todo Japón si no fuera por él.
—Ya son una de las familias más poderosas… —dice Takao sin pensar. Al instante quiere morderse la lengua.
Para su sorpresa, el padre de Kai sonríe.
—No, eso no es cierto. Kai es un hombre poderoso.
Takao se abstiene de reiterar su opinión, porque se da cuenta que el tema no es del agrado del hombre.
—Eres un buen amigo para mi hijo, te agradezco por eso.
—¿Amigo? —dice Takao con una sonrisa—, creo que Kai jamás me ha llamado así.
—No, pero no tiene que hacerlo, y definitivamente dudo que lo haga —agrega con una sonrisa—. Pero estás aquí, y debes saber que ésa es prueba suficiente.
Takao no sabe qué contestar.
—Ése, Yuriy y sus compañeros también son sus amigos —sigue Susumu aunque ya no con una sonrisa—, no son la clase de personas que me agradan como amigos de Kai pero eso no lo decido yo. Como sea, no son del tipo que debe traerse a un evento como éste.
Takao no puede estar más de acuerdo, ya puede imaginar a Yuriy, Boris y los otros asustando, amenazando o simplemente intimidando a los asistentes, definitivamente no son la clase de gente que uno invita a un aniversario luctuoso. Sonríe.
—Tú y tus amigos son diferentes, desde el principio supe que eran una buena influencia para Kai, aún si mi padre opinaba lo contrario.
La sonrisa disminuye, la diversión de imaginar el atípico cuadro de los rusos asistiendo a ese evento, se esfuma cuando percibe el desdén por ellos, el desacuerdo con algunas decisiones de Kai, la idea de que ellos —él y los demás— son mejor opción que los rusos. No es la primera vez, han sido muchas veces, que se encuentra con esa actitud hacia Kai, y normalmente ya no le molesta, pero que sea el padre del mismo el que lo diga, sí le genera cierta irritación.
—Yuriy y los otros son la clase de gente que él necesita en ocasiones, momentos en los que nosotros no podemos serle de utilidad —dice sin pensar—, creo que son más los momentos que él necesita de ellos que de nosotros.
El gesto de Susumu le obliga a detenerse y repasar sus propias palabras, se sorprende al darse cuenta de lo acertado que es eso.
—Lo siento, no quise decirlo, pero sí, tienes razón. Al final, yo soy uno de los culpables que todo sea así.
Hay silencio. Takao empieza a ponerse nervioso cuando ve que los ojos del hombre se han humedecido.
—Yo… —no sabe qué decir, sólo sabe que ese momento está siendo demasiado incómodo.
—Mi padre decidió que Kai es el único digno de llevar el apellido Hiwatari. Por disposición de él, ni yo ni mi esposa podemos usarlo, por tanto, ninguno de nuestros hijos. Para Kai, ninguno de ellos es su hermano, aún si Anzu, Otani y mis tres hijos técnicamente son sus medios hermanos —murmura con amargura—. No debe ser así, Kai no debería dejar que su resentimiento le nuble la posibilidad de tener una familia —Susumu lo mira—. Espero entiendas mi preocupación y, como su amigo, compartas mi interés por cambiar esa forma de pensar.
Takao meramente asiente, ejerciendo un sorprendente control sobre su enojo en incremento.
—Eres una buena persona, Takao Kinomiya. Ahora debo irme, mi familia debe estar esperándome. Hasta pronto.
—Hasta pronto señor Susumu.
Susumu lo mira un momento y asiente. Sale por la puerta dejando a Takao en silencio.
Aspira profundamente ventilando su molestia. No debería afectarle tanto las palabras de Susumu, no es novedad que la gente no esté de acuerdo con muchas de las actitudes de Kai, supone que el hecho de que sea su padre quien lo dice —y lo que dice— es motivo justificable, pero no por eso le agrada a Takao, se dice que —precisamente porque es su padre—, Susumu no debería criticar a Kai.
Se acerca a la puerta, antes de dar otro par de profundas respiraciones. Debe estar completamente tranquilo si no quiere que Kai descubra su estado y comience a hacer preguntas. Takao sonríe al darse cuenta de su actitud protectora hacia Kai.
—Supongo que alguien tiene que hacerlo —murmura para sí.
Al salir se da cuenta con pánico que todos los invitados se han ido. Mira ansioso alrededor pero solo ve a los meseros limpiar el lugar.
—Señor Kinomiya —dice un hombre con traje, sin duda un mayordomo—, el señor Hiwatari espera por usted en la azotea, sígame.
Takao se pregunta si no oyó mal, si no es terraza y no azotea. No dice nada, sigue al hombre por pasillos y escaleras, se cansa, esa casa es inmensa. Finalmente llegan a una estrecha escalera que el mayordomo le señala, como invitándole a subir. Él pasa saliva y asiente, siguiendo la indicación. Al cabo de unos segundos llega —en efecto— a la azotea, ubicada a una aterradora altura, misma que a Kai no parece importarle porque está tranquilamente recostado. Takao avanza con cautela, intimidado por la altura y la irregularidad del techo.
—Tranquilízate, son sólo cuatro pisos —dice Kai.
Cuando finalmente llega a su lado, se desploma conteniendo el suspiro de alivio, después reconoce con vergüenza que son sólo unos metros de distancia los que ha caminado.
—¿Qué haces aquí? —pregunta mientras se acomoda.
—Preparo la conquista del mundo mientras practico mi alemán y bebo —dice Kai.
—Gracioso —espeta—. Pensé que te habías ido.
—¿A dónde iba a ir si esta es mi casa?
Takao no replica, más que irritado por la respuesta, inseguro de cómo lidiar con la comprensión de esa verdad.
—Sí bueno, de pronto te esfumaste, ¿qué esperabas que hiciera?
—¿Para qué querías que me quedara?, ¿para escuchar las mismas historias una y otra vez?
—¡Pero si fueron tiempos muy divertidos! —reclama indignado— No puedes negarlo.
—No lo niego, sólo apunto que no soporto tus narraciones.
—Amargado.
—Inmaduro.
Se quedan callados. Takao escucha servir líquido en dos vasos, le extiende uno. No tiene que oler el contenido para saber que es alcohol, sabe que Kai no estaría bebiendo té, en ese día, a esa hora y en ese lugar. Está seguro que no es aconsejable la ingesta de alcohol estando sobre el techo de una gran mansión, pero qué rayos, se dice que está bien, además hace tiempo que no necesita una bebida tanto como lo hace ahora, y supone que no le vendrá mal un poco, la última vez que bebió sin medida fue cuando informó a su familia que abandonaría temporalmente la universidad. Ese día Hiro y él arrasaron con la cantina del abuelo, hay fotos vergonzosas.
Le da un sorbo, no es vodka, es escocés, quizá otra botella tomada de las reservas McGregor. Beben, se quedan callados, él mira el panorama. La casa está en una zona poco habitada a las orillas de la ciudad, lo que permite ver el cielo estrellado. El espectáculo es grandioso.
—¿Qué le dijiste a mi padre cuando te pidió que me hicieras recapacitar de mi decisión de respetar la voluntad de mi abuelo?
La pregunta de Kai no lo toma por sorpresa, el alcohol le ha dormido los sentidos.
—Nada, se fue de inmediato, pero le habría dicho que no lo iba a hacer.
La réplica del otro tarda un poco, como si no esperara la respuesta de Takao.
—¿Y cómo es eso?
—Sólo tú sabes por qué haces lo que haces. Le habría dicho que no debería preocuparse por nada, que tienes un motivo y que aún si él no lo entiende, no le queda mas que respetarlo, porque no te hará cambiar de opinión.
Takao se anima a ver a Kai. La extrañeza en su gesto le resulta un poco ofensiva, porque es como si Kai no esperara esa clase de respuesta.
—Te dijo lo que ocurre con ellos y sus hijos.
—Sí.
—Y que ellos no son Hiwatari.
—Sí.
Ahora entiende por qué Susumu dijo que Kai era un hombre poderoso y no los Hiwatari una familia poderosa.
—Keigo y Masaru requieren de una inversión para iniciar un negocio, la verdad no es mucho, pero no les daré un solo dólar.
—¿Crees que será una pérdida?
—Posiblemente, su estrategia no es mala y con la suficiente asesoría puede ser un negocio interesante.
—Aún así no les darás nada.
—No.
—¿Sólo porque no?, ¿por que son ellos?
La pregunta de Takao no es acusatoria, sólo apunta los hechos. Kai ríe sardónicamente.
—No necesariamente, pero en el pedir está el dar, y es algo que deben aprender.
—Les estás dando una lección.
—¿Crees que tengo tiempo para eso? No, la verdad me importa poco su educación pero eso no significa que esté dispuesto a ignorar su estupidez.
Por alguna razón, eso le resulta vagamente familiar, piensa Takao con una sonrisa.
—No, supongo que no. Pero, ¿es verdad que tu abuelo dispuso eso?
—Sí.
Takao maldice al anciano, no debería pero le sorprende que aún estando muerto lo deteste, con esa decisión sigue imponiendo una soledad en Kai.
—Aunque si quisiera, podría cambiarlo o ignorarlo.
Kinomiya sonríe, claro, una regla no es sinónimo de imposición para Kai, aún una del viejo.
—Pero no lo haces. ¿Por qué?
—¿Por qué debería? Sería como ignorar todos los años que me costó ganarme lo que tengo. Si el viejo dejó las cosas como las dejó fue por algo. Al menos por ahora, no estoy interesado en hacerlo.
—Tú papá parece no compartir tu opinión, él…
—Sí, lo sé, y no lo tomes a mal, es de esperarse, es un padre preocupado por sus hijos.
Takao no esperaba una respuesta así. Para ese momento —la hora, el tiempo que llevan ahí y el alcohol que han consumido—, esperaba que Kai comenzara a desvariar sobre sus resentimientos contra sus padres. No debe ser fácil lidiar con la idea que tus padres te dejaron, hayan iniciado nuevas familias, y esperen que convivas bien con ellas.
—También está preocupado por ti.
—Claro que sí, por mi estabilidad social y afectiva, y la estabilidad económica de sus otros hijos. Ya sé que dije que Anzu y los otros no son mis hermanos, pero no significa que niegue a mis padres.
—¿Entonces?
—Mi padre está preocupado porque cree que mi decisión es necedad, y que tarde o temprano terminará aislándome, que en un futuro no muy lejano seré como mi abuelo.
Poniéndolo de ese modo, ahora comprende la preocupación de Susumu, todo tiene perfecto sentido así, de seguir de ese modo, Kai será un hombre como su abuelo, y la idea le aterra.
—Pero puedes hacer las cosas diferentes —ofrece Kinomiya.
—Ya estoy haciendo las cosas diferentes.
Voltea a Kai, y nota una inusual sonrisa, que no es ni cínica ni sardónica, sino —se atreve a decir— triunfal.
—¿Y cómo es eso? —pregunta Takao un poco avergonzado de no entender.
—Aceptando lo que es y lo que no puede ser —dice Kai.
Si alguien le hubiera dicho a Takao hace algunos meses que Kai era capaz de mantener el control y actuar civilizadamente ante temas como su familia, su relación con su abuelo o… bueno, casi todo, no habría creído una sola palabra. Hasta el día de ayer, tendría sus dudas. Lo que ha visto hoy es una historia distinta. Hoy puede afirmar con plenitud que sí, su amigo puede lidiar con esos temas sin que se altere su carácter. Reconoce que está admirado, a él aún le cuesta tocar el tema de su mamá o las ausencias de su padre.
—¿Me vas a decir que maduraste? —pregunta divertido.
—No seas ridículo, Takao —replica Kai con el mismo tono—. No soy la Madre Teresa, sólo aprendí a aceptar que no todo puede ser del modo en que quiero.
Si lo piensa Takao, ésa es una respuesta triste, porque al final, lo único que hizo Kai fue aprender a adaptarse a su entorno. No que no lo hiciera antes, pero antes había una necedad, una clara negación a resignarse a no poder tener lo que deseaba tener —aunque lo negara—. Ahora, no es que se resigne sino que prioriza, y —eso— es lo que Takao sí llamaría madurez —obligada, impuesta, conforme madurez—.
Le da otro sorbo a su vaso, obligándose a quedarse callado. Una vez más, no puede evitar comparar sus vidas y sentirse afortunado, aún con todo, si se compara con Kai, todo se ve mucho mejor en su vida. O al menos una gran parte, el factor dinero siempre será una diferencia. Quizá es cierto lo que dice Rei, que la vida quita pero también da, y supone que la compensación de Kai es una inmensa fortuna. Sólo —de verdad espera, ansía, él se asegurará— que eso no sea lo que marque el camino inminente a ser como Souichiro. Aún es pronto para decirlo si ocurrirá o no, pero Rei le apuntó los motivos que hacen diferente a Kai de su abuelo, y el mayor —más inesperado— son ellos mismos. Ellos han ampliado el limitado panorama de Kai, en todos los aspectos.
—Si mi papá se volviera a casar, y tuviera hijos, no sé si me gustaría llamarlos mis hermanos.
Quiere darse un golpe, se da cuenta de lo que dice hasta que siente la mirada de Kai sobre él. Da aprisa otro sorbo y decide continuar para no parecer un tonto y un desconsiderado. Maldito alcohol.
—Apuesto que Hiro no tendría ningún problema, pero yo… creo que no me gustaría, claro que me agrada la idea de tener más hermanos pero, pero mi papá ya no sería sólo mi papá, tendría que ver a otros llamarle así, sin que su mamá sea mi mamá.
¡Bien hecho, Takao! se dice, de pronto piensa que no es tan mala idea lanzarse al vacío, en vez de arreglar su estúpido discurso sólo está empeorándolo todo.
—No es fácil, no fue fácil pero porque quieras que algo pase no siempre pasará, porque quieras tener algo, no significa que lo tendrás, sobre todo si no lo tuviste desde un principio.
Ahí está, la frustración reprimida, los deseos aplacados y la resignación del sobreviviente, el Kai que es porque otros lo obligaron a ser así.
El dinero ya no parece tan buena recompensa.
—No es lo que llamarían una vida feliz —murmura Kai viendo a la distancia—, pero siempre queda la satisfacción de poder negar tonterías a los necios —finaliza con una sonrisa.
O puede ser que sí. Takao suelta una carcajada, ésta es la razón por la que finalmente admite para sí mismo que admira a Kai. Porque su situación ya no lo supera, sino que —muy a su modo— halla compensación por lo que otros llamarían las injusticias que le tocó vivir. Y sí, no son necesariamente justas o agradables, pero a él no le importa, y ya no es sólo por su rebeldía nata sino porque sabe que tiene el poder de que no le importe.
—Así que consentiste ese viaje para Anzu pero no una inversión para Masaru y Keigo.
—Ya te decía, Anzu negoció, Keigo demandó. Así funcionan las cosas.
Takao quisiera decirle que no, que no necesariamente tienen que hacerlo así pero sería inútil. Kai es lo que Daichi llama un bastardo, al que no le importa que le llamen así y disfruta comportarse como uno. A Daichi le gusta pensar que él también es uno, ciertamente su comportamiento deja claro eso, pero basta un llamado en voz alta de su madre para ponerle un alto al pelirrojo, en cambio a Kai, ya nada lo intimida.
Pasan otro rato en silencio, nota que Kai ha dejado de beber y él ha dejado de pasar su vaso para pedir más. No está ebrio pero está divertidamente mareado.
—Deberíamos ir adentro —dice mientras se incorpora—, creo que tengo hambre.
—¿Crees? —pregunta Kai burlón— ordenaré que enciendan todos los hornos.
—Gracioso —bufa Takao.
Con paso tambaleante pero firme entran de nuevo a la casa, bajan un par de pisos y Kai le guía hasta un extremo de un amplio pasillo. Takao sólo ansía que haya un baño en la habitación en la que vaya a dormir, porque le resulta aterradora la idea de salir al pasillo durante la madrugada. Finalmente llegan y Kai abre la puerta, indicándole que pase.
—Hay un teléfono si necesitas cualquier cosa, sólo llama y alguien vendrá. Aunque por favor no pidas comida, Takeru no está acostumbrado a cocinar de noche —dice Kai sarcásticamente—. Te veré mañana.
—Sí, gracias —Takao balbucea.
Ve a Kai alejarse en medio de la oscuridad. Entra a la habitación y después de brincar un poco en la cama —no puede evitarlo, es enorme— se deja caer mientras sigue pensando en todo lo ocurrido en el día. Hace diez años, cuando eran un par de muchachos conociendo el mundo, eran perfectos opuestos, los perfectos rivales incapaces de algo parecida a la amistad, ahora no son los mejores amigos, pero —aunque en esencia siguen siendo muy distintos— Takao se atreve a decir que han aprendido cosas del otro —y de muchos otros— y son mejores personas —aunque muchos discutirían el punto— porque se han complementado, las carencias se han llenado aprendiendo de otros. Takao reconoce que no sería quien es si no fuera por Rei, Kai y Max —y los demás—, y que hace una década ni siquiera se hubiera imaginado que sería así, como es ahora.
Al cabo de casi una hora, en el que pasa y repasa esos pensamientos, sin pensarlo, se pone de pie y sale en búsqueda de Kai, hay algo que debe decirle. Claro que salir de la habitación a esa hora de la madrugada es una verdadera tontería, pero no se da cuenta sino hasta que lleva unos minutos perdido. No conoce la casa, no sabe cuál es la habitación de Kai y todo está aterradoramente oscuro. Se niega a contemplar la idea de lo solitario que debe ser vivir ahí.
Camina sin sentido por casi veinte minutos, hace casi diez que se arrepintió de hacerlo, y si no ha regresado a su habitación es porque no recuerda donde está.
—¿Señor Kinomiya? —pregunta el que supone guarda la casa de noche, sacándole un susto.
—Sí, sí… ¿sabes dónde está Kai?
—Está en el estudio, por acá señor.
Takao agradece el susto de muerte, al menos ahora sabe dónde está Kai. El hombre le señala una amplia puerta cerca de las escaleras.
—Aunque no sé si sea buena idea interrumpirlo, señor.
—Gracias —Takao asiente, pasando saliva y diciéndose que no va a regresar.
Por más descabellado que sea, llama a la puerta para informar a Kai que está ahí.
—¿Qué ocurre, Takao? —se escucha la voz de su amigo.
—No, nada, bueno sí… hay algo que quiero decirte.
—¿Qué es?
Todo está oscuro, sólo la poca luz de la luna que se cuela por un ventanal ilumina el espacio. Identifica a Kai, sentado frente a un gran escritorio, un tablero de ajedrez delante suyo. Sin planearlo Takao se sienta del otro lado, aunque no espera que sea para jugar, no recuerda muy bien las reglas.
—¿Y? —presiona Kai en un murmullo.
Takao asiente, ignorando el tono cansado de Kai y todas las señales que le hacen preguntarse si Kai ha llorado, no lo va a comentar, ni siquiera va a pensar en ello.
—Quiero hacer un trato contigo —dice seguro de sí mismo.
—¿De verdad? —comenta Kai interesado—, ¿y qué quieres?
Niega la acusación de que quiere algo como Anzu, Kokoa o Keigo.
—En diez años, nos veremos de nuevo aquí o en mi casa, en la conmemoración de la muerte de mi abuelo.
—¿Y?
—No, nada más.
—¿Es el trato que quieres hacer conmigo? —pregunta Kai con descrédito, y Takao no lo culpa, seguro es lo más inusual que le han dicho últimamente.
—Sí
—¿Y por qué?
—Por que no sabemos qué pasará mañana, ni lo que haremos en cuatro o cinco años. Sólo quiero asegurarme que no aprovecharás el tiempo que pase para desaparecer, que en diez años seguiremos viéndonos.
—Está bien —dice Kai inseguro, quizá se pregunta si Takao no ha enloquecido.
—¡Perfecto! —exclama contento—. Ahora si me recuerdas dónde está mi habitación, te dejaré en paz.
—A la izquierda sobre el pasillo, dobla a la derecha en la primera esquina, la segunda puerta.
Vaya, no está tan lejos.
—Bueno, nos veremos mañana —agita un poco la mano despidiéndose y se dispone a salir.
—Takao —Kai lo llama y él se detiene—, gracias.
Eso es inesperado. Le vienen a la cabeza multitud de respuestas, pero sólo verbaliza una.
—Por nada.
Se va cerrando la puerta, no sin antes dar una última mirada a la solitaria estampa de Kai sentado a oscuras delante de ese tablero.
En la vida de Kai no todo es malo, pero tampoco todo es bueno.
.
A la mañana siguiente parten temprano al aeropuerto, hacen una escala en China después van a Japón, para la tarde Takao está de regreso en casa. Hiromi le da la bienvenida con una gran abrazo, mismo que Takao devuelve sonriente. Ella le llena de preguntas, él responde sólo a unas. Ella entiende y ya no presiona. Max y Rei hablan por teléfono con él esa noche, también le hacen preguntas pero no presionan porque saben que Takao no dirá mucho, o al menos no a lo relacionado con su inusitado viaje a Rusia.
Antes de irse a dormir, Takao visita el dojo de su abuelo, se sienta en medio del gran salón de entrenamiento y aspira con profundidad, ese espacio que guarda tantos recuerdos, buenos y malos por igual, mismos que le han forjado. Sonríe al pensar en lo que han sido esos diez años desde que conoció a Max, Rei y Kai por primera vez, y lo que será en diez años cuando se vean. No que no se frecuenten en ese periodo de tiempo, pero le causa curiosidad pensar en cómo será, si tendrán ya hijos, si seguirán siendo parecidos a lo que son ahora.
Así como Kai hizo esa noche, Takao rememora el espacio que asocia con su abuelo, tiene una plática mental con él y finalmente decide ir a dormir.
Antes de apagar las luces sonríe.
Como en su momento fue Товарищи, visitando la tierra de la nostalgia, ésta es una historia proyectada como un two shot cuya continuación no sé cuándo pueda subir. Venida del ocio y sin ninguna pretensión, posiblemente sin sentido, sólo con el objetivo de pasar el rato.
Potencial continuación de "Adiós" y "El juego de las culpas". ¡Cómo hemos cambiado en 10 años!
Gracias por leer. :)