N/A: Tuvo que venir una pandemia para que c62 actualice, ay. Lo siento por abandonarlos.
Las aclaraciones habituales:
—Diálogos.
«Continuación de diálogo»
"Pensamiento, énfasis o cita"
El vecindario era demasiado tranquilo y ordinario, y podría apostar que quienes vivían allí no tenían idea que un sujeto como él era dueño de la casa de junto y se atrevía a residir en ella tan impunemente. Podría apostar que tampoco tenían idea que habría traído una pequeña plaga a vivir con él. El césped verde y bien cortado del frente de la casa de Sorimachi se le figuró tan falso como su dueño quien ocultaba sus cosas a todo el mundo, y le pareció divertido que él se esforzara tanto en jugar a ser un ciudadano ordinario, cuando jamás podría llegar a ser uno. Como si realmente quisiera ser uno. Por dentro el lugar era casi como se lo había imaginado, ordenado y solitario, pero también muy acogedor a pesar de verse relativamente vacio. Amurada a la pared una estantería con libros hasta el techo, se preguntó si ya se los habria leido todos. Un banquito a un lado, porque seguramente no llegaba hasta los libros de arriba. Una mesa al medio con un cenicero lleno y un encendedor de plástico azul a pesar de que Sorimachi tuviera uno de metal igual que el suyo.
—Es extraño tener a alguien aquí —cerró la puerta tras Ryuji que no podía dejar de mirar absolutamente todo, se sintió nervioso, como si el muchacho buscara alguna falla, aunque entendía a la perfección que Ryuji no lo juzgaría jamás. Soltó una tonta risilla y le indicó una dirección con un ademán de su mano—: Hay un cuarto al final de aquel pasillo, por favor ponte cómodo.
Le era difícil creer que su sueño más descabellado se hubiera vuelto realidad. Corrió a ver su nueva habitación, sintiéndose como un niño pequeño, muy contento. Tenía vista a la calle a pesar de estar vacío y era tremendamente amplio, muy distinto a lo que había tenido antes en la vieja licorería abandonada de Nakano, o en el repulsivo orfanato, y con muchas menos telas de araña, seguramente sin bichos. No tenía idea de qué hacer con tanto espacio. Cuando terminó de observar con detalle cada recoveco de su flamante cuarto, se afirmó en el marco de la puerta antes de salir, observando como su jefe seguía allí en la sala, en silencio junto a una estantería, volteando algo que parecía un cuadro y tocando con delicadeza las hojas de una planta pequeña, viéndose tremendamente infeliz.
Se quitó la corbata de un tirón y se sentó a la mesa, sacando sus cigarrillos del bolsillo y manoteando el encendedor. ¿En qué lío lo había metido? Tal vez podría llegar a divertirse.
No pasó mucho tiempo hasta que Sorimachi logró acostumbrarse a su compañía, pero tenía todavía ciertos ademanes de cualquiera que hubiera vivido solo por demasiado tiempo, e incluso por momentos llegaba a olvidarse que él estaba ahí pero solo porque Ryuji lo quería así. Había sido su idea que el muchacho se mudara con él después de todo, y verlo vestido con su ropa vieja le transmitía cierta paz al actuar de manera amable para con alguien que no fuera él mismo. Ryuji no molestaba, era agradecido y obediente, y apenas si hacía ruido, en constante esfuerzo de ser el mejor subalterno que pudiera tener, superándose cada día en su labor. Sorimachi por su parte, era diferente, demasiado diferente, y estaba agradecido de ello. Había soñado con un espejo por tanto tiempo que al obtenerlo, la imagen al revés era lo que lo movía a seguir con sus planes, lo motivaba a abrir la puerta y salir de su casa.
No pasó mucho tiempo hasta que Yamazaki logró acostumbrarse al temperamento tan extraño de su jefe, parecía un hombre diferente al que visitaba su isla y daba tiros en un bar. No era malo, ni lo trataba como alguien inferior a pesar que él se considerara de esa forma, parecía quererlo y respetarlo mucho. Era muy distinto al hombre que había conocido en Okinawa, que sonreía al verlo y hacía comentarios tontos en el auto, pero seguía siendo él, era el mismo quien lo había rescatado de morir, el mismo que se hubiera sentado a su lado en la estación de gasolina a hablarle y pedirle que tuviera cuidado. Llegó a pensar que estaba cansado, y aunque en su aún infantil mente no comprendía del todo los motivos, sabía que no debía ser una molestia. Levantar un arma y disparar, con la evidente experiencia que mostraba tener, no parecía algo que fuera a requerir demasiado esfuerzo. Sorimachi tenía ciertas actitudes misteriosas, pero para un adolescente abandonado cualquier otra persona podría ser complicada de entender. Como ávido escritor y lector que había demostrado ser, su ahora jefe pasaba tiempo abstraído o en silencio, o subido en el banquillo haciendo equilibrio buscando algo que leer hasta arriba en la estantería. Cuando no estaba distraído era demasiado energético para su acostumbrada calma, para su soledad que emulaba su proceder, y muchas veces no supo cómo reaccionar. Muchas veces no supo qué preguntar, ni cómo hacerlo. No se atrevió a acercarse a la biblioteca por medio a desordenar su colección, ni voltear el cuadro, ni a espiar en su habitación, a veces tenía miedo hasta de revisar demasiado en la habitación que ahora le pertenecía. Algunas noches salía sin decirle a donde, pero la responsabilidad que le transmitía cuando le pedía quedarse y cuidar su pequeño palacio superaba su curiosidad, y se mantenía en silencio.
No necesitaba una orden para saber que había cosas que no debía hacer.
— Aniki… —no quiso levantar la vista, todavía no estaba cómodo interrumpiéndolo mientras leía, y resultándole tan poco familiar la compañía de alguien en la mesa, por momentos no quería ni siquiera verlo comer.
Sorimachi arqueó una ceja y se inclinó apenas hacia adelante en un sutil gesto para indicarle que continuara hablándole, pero él no estaba viéndolo y le tomó un instante darse cuenta de ello. Lo observó unos segundos, despedazando nervioso el trozo de pescado que tenía en su plato y se le figuró adorable que a esa edad tuviera actitudes de niño malcriado, a pesar de no haber tenido quién lo malcriara.
Pensó que eso último había sido bastante cruel.
— ¿No te gusta el atún? —habló fuerte para llamar su atención y distraerse de lo que tuviera en mente.
— ¿No es tiempo de volver a la oficina? —agregó sin pensarlo demasiado, no habían pasado más que unos días, pero seguro necesitaban que volviera. Sabía perfectamente que no iba allí cuando salía de noche.
—Admito que no soy muy hábil cocinando —dijo casualmente aunque su voz se oyó monótona, mientras Ryuji se apresuraba por comer, temiendo haberlo ofendido. Sorimachi no comprendía del todo que algo sobre el fuego por mucho tiempo podría quemarse.
Yamazaki tragó el último bocado con dificultad y levantó la cabeza para mirarlo, y bajo la tenue luz de su cocina, Sorimachi se veía bastante tranquilo a pesar de lo que su comentario le hubiera dado a entender.
— Aún te mueves y hay arena bajo tus pies —se apresuró a escribir algo en la libreta que tenía sobre la mesa y la cerró, usando el lapicero como marcador de página—, creí que sería más inteligente de mi parte enseñarte a defenderte primero antes de solo soltarte en la marea y dejar que te lleve lejos de mí.
No entendió nada, excepto lo estrictamente necesario, se puso de pie mientras daba un golpe con ambas manos abiertas a la mesa, haciendo temblar todo lo que estuviera sobre ella en un sonoro tintineo—: ¡¿Vas a enseñarme a pelear?!
Esbozó una sonrisa y asintió con lentitud, no necesitaba ahondar en detalles sobre lo mucho que le afligía la idea de tener un nuevo empleado muerto, debían ser cuidadosos. Todo iba a funcionar mejor de esa manera.
Estaba tan vivo y por instantes su juventud era demasiado para él, recordándole épocas que fueron y no volverían por más que lo quisiera. En esa casa, en el lugar que había logrado rescatar, estaba parado aquel diamante en bruto de pelo decolorado, tratando de ser como alguien que no conocía en lo más mínimo y por quién mostraba tremenda devoción que no merecía. Podía ver mucho de sí mismo en el muchacho, una vez que las obvias diferencias fueran hechas a un lado. No mentiría si decía que se había aprovechado de él para hacerse de una excusa para estar lejos de sus responsabilidades de jefe por una semana más, y la tranquilidad que los demás estarían bien sin su presencia ayudaba a que permaneciera en su casa. Su templo recuperado de donde habría querido huir desesperado años atrás. Unas merecidas vacaciones.
Yamazaki aprendía rápido y con él también lo hacía Sorimachi. Tan severo a sus estándares respecto a quién debía ser, obedeciendo a un imaginario que hacía mucho tiempo ya no podía definirlo, reconocía errores de técnica propios cuando intentaba enseñarle algo a Ryuji, pero al muchacho no podía importarle menos. Aprendió a no recibir golpes, algo que comentaba bastante contento que no sabía hacer y que le había costado demasiados moretones y dolor de vuelta en Okinawa. Incluso una nariz rota que Sorimachi no lograba ver por más que lo intentara, al igual que tantas cicatrices que decía tener pero que nunca lo hubieran desanimado a seguir.
Él no sintió un dolor real sino hasta que fue medianamente mayor, hasta que siguió los pasos de alguien más, desesperado por encajar y quitarse de encima su cubierta de niño mimado que no puede trabajar. El resto habían sido tonterías propias de castigos por su edad, intentaba no pensar en eso demasiado así que poco recordaba de su niñez.. Casi le daba envidia que a Ryuji le hubiera resultado tan fácil, encontrarse con el extraño indicado y que el extraño se interesara en él lo suficiente como para llevárselo al mundo real, sin que tuviera que preocuparse por lastres como una familia que nunca apreciaría su valor. Casi le daba envidia que Ryuji hubiera tenido una infancia tan desgraciada cuando la suya había sido tan desagradablemente ordinaria, y que nunca hubiera tenido motivos reales para romperse y tomar las decisiones que lo llevaron a donde estaba ahora. Sorimachi tomó aire, intentando dejar de lado todo recuerdo que ahora le estuviera haciendo daño y se sintió ligero, tal vez un poco enfermo. Cayó hacia atrás, sin reaccionar ni siquiera cuando su cuerpo dio pesadamente contra el concreto de la terraza del edificio.
— ¡Aniki, que estás haciendo! —Ishihara le gritó de cerca y lo ayudó a incorporarse. Yamazaki corrió y se dejó caer de rodillas frente a él, con cierto dejo de culpabilidad en el rostro y su sangre en los nudillos. Dijo algo que no entendió y supuso que estaba disculpándose, no le prestó atención ni intentó descifrar ese acento suyo que por momentos le resultaba incomprensible.
— Cuánta fuerza del puño del dragón de Ryukyu —habló rápidamente para despejar dudas respecto a su estado, no podía bajo ningún motivo decirles que estaba adolorido. Ishihara se veía naturalmente molesto, como se había visto siempre desde hacía ya algunos años, y es que todo el dolor que no podía sentir el mayor lo sentía por él con tal intensidad que creyó algún día lo mataría—. Estoy bien.
— ¡Aniki, lo siento! —repitió hasta que pudiera entenderle, hasta que sus nervios le permitieran modular en el acento correcto, una disculpa no tenía lugar en un entrenamiento, pero supuso que la culpa no dejaría que entendiera eso. Sorimachi se sentía un tanto aturdido todavía, el sabor a sangre en su boca y el amargo líquido que brotaba de su labio inferior partido como indicadores de mera mortalidad, a la vez que atacaban su ser por momentos despreocupado. Siguió en el suelo por un momento, hasta que logró recobrar el sentido.
Estiró la mano y revolvió su cabello, no pasaba nada. Al ponerse de pie lo llevó consigo, agarrándolo por el cuello de aquella camisa que alguna vez le perteneció y que no dejaría que usara de nuevo por las manchas que ahora tenía, le compraría una nueva, alguna ridículamente cara, Ryuji se lo merecía. El menor dio un paso hacia atrás al tiempo que él lo hacía también, dándose espacio y poniéndose en guardia al mismo tiempo. Ishihara se puso en medio de ambos mirándolo severamente, como seguramente creyendo que aún era un mocoso, sin poder aguantarse darle órdenes que ya no tenía que obedecer.
—Creo que es suficiente por hoy.
—Estoy bien —se cruzó de brazos y levantó ligeramente la cabeza, sintiendo como la sangre que aún no había limpiado resbalaba y lo ponía cada vez más nervioso, sus grandes manos hechas puño temblando de rabia como si quisiera golpearlo hasta que le escuchara, la frustración parecía pronto le haría echar espuma por la boca pero sabía a la perfección que no habría nada que pudiera hacer.
Tal vez en algún momento dejaría de ser tan desagradecido, pero no sería ahora.
Cuando se sentía lo suficientemente animado un casette en inglés musicalizaba la oficina y todos parecían odiarlo, excepto él, por supuesto, y Ryuji quien llevaba tan poco tiempo allí como para formarse de alguna opinión al respecto. Nishino ya le había dicho que no entendía por qué le gustaba eso. Esa mañana ninguno quería contradecirlo.
Casi al mediodía con una canción algo lenta se marchó con Hisayuki y Nishino sin darle demasiadas explicaciones. Una vez que la puerta del ascensor se cerró, Ishihara se precipitó a sacar el condenado casette casi a los golpes, era terrible.
— Es como si lo hiciera a propósito.
— Creo que tiene suerte que se los regalen —Kodama se levantó de su silla a un escritorio, harto de llevar tanto tiempo contando dinero y escribiendo cuentas—. No entiendo que es tan genial de escuchar algo que no entiende.
— Le divierte saber que nos molesta.
—No me parece que solo quiera molestarnos —Yamazaki habló despacio, temiendo que Ishihara se enojara con él pero eso no había pasado nunca y ciertamente no pasaría jamás —, ¿es posible que esté cabreado o algo así?
—No es posible —el mayor buscó en los bolsillos y sacó sus cigarrillos, dándole uno a Kodama y otro a Ryuji. Encendió el suyo primero y luego les pasó el encendedor; cuando hubo exhalado la primera bocanada de humo, un poco más tranquilo, siguió hablando—. Lo está, el maldito mocoso de mierda, si no lo sabré yo.
— ¿Ha sido siempre así? —Kodama se sentó junto a Ryuji quien parecía bastante interesado en escuchar lo que estaban diciendo. ¿Podía ser…que lo conocía desde hace tanto?
— Desde que era una lagartija, igual que él —señaló a Ryuji y sonrió apenas al ver cómo el muchacho parecía emocionarse con semejante comparación—. Pero hubiera deseado que fuera como tu, que escuchara cuando alguien le aconsejaba algo.
Le daba pena admitirlo, pero era cierto que lo había conocido de niño y se justificaba. Ishihara tenía cierta debilidad por él, pues se le había figurado como un muchacho vulnerable sin valorar e inclusive algo enfermizo, aunque Sorimachi siempre se hubiera encargado en aparentar lo contrario, incluso al crecer, no podía engañarlo. Siempre estaba al pendiente y para lo que fuera que el jovencito necesitara. Era demasiado listo, un príncipe que sabe que va a heredar un reino inmenso, y era insufrible cuando se lo proponía, muchas veces aprovechándose de su posición, irritándolo con pequeñeces y ocultando problemas reales y cosas que genuinamente le molestaban. Pero todo terminó un día.
— ¡Déjame en paz! —gritó con rabia mientras se cubría la cara con las manos y salpicaba rojo al suelo, buscando darle la espalda y que no viera las manchas en las mangas de su uniforme del instituto. —¡No te he dado permiso a entrar, lárgate de aquí!
Se veía algo patético encogido en la esquina de su habitación, incluso más pequeño, enfrascado en darle órdenes en ese estado. Pudo ver una navaja de precisión con sangre en el suelo y papeles cortados en el escritorio, tal vez para alguna tarea, y estaba feliz que no le importara mucho respetar su privacidad o no lo habría encontrado. Acercándose, él pareció encogerse más y sus lloriqueos ahogados sonaban como si pronto fuera a quedarse sin aire. Era el niño más infeliz que hubiera conocido jamás, y aunque quisiera morirse, todavía no había aceptado del todo su decisión o se habría cortado las muñecas con más fuerza, pero qué podía saber un niño de morir.
— ¡¿Por qué no puedes ser más cuidadoso?!
Corrió hacia él a pesar de sus quejas, y entre regaños le vendó las muñecas de forma descuidada, aunque se hubiera esforzado, es que estaba muy nervioso. No podía llamar la atención buscando vendas normales ni pedir ayuda, así que lo hizo con su corbata en una y busco entre las cosas del joven un pañuelo para la otra. Sorimachi había dejado su lloriqueo, pero igual le costaba respirar con normalidad y parecía que el moretón sobre su ojo izquierdo le dolía demasiado.
— Déjame en paz —dijo en un lastimero susurro,— quiero salir de aquí.
Tal vez cometía un error al involucrarse, pero sabía que no podía, bajo ningún motivo, no hacerle caso esa vez.
— Entonces vámonos de aquí.
Cuando lo tomó en brazos para ayudarlo a levantarse, salir y caminar hasta un auto, notó que él mismo estaba temblando y como se le hundía el corazón de la angustia, un poco temiendo que no resistiera, otro poco temiendo ser encontrado con el hijo suicida del dueño de aquel territorio y sus manos con sangre. Mintió al salir y llevárselo, asegurándose que nadie les hubiera visto. Podían mentir, podía ser tan sencillo como inventar que el niño quería alguna revista o una barra de chocolate de esa tienda que le gustaba y quedaba del otro lado de la ciudad, nadie sospecharia de sus caprichos recurrentes, pero mientras menos explicaciones debieran dar seria mucho mejor.
Recargado contra la puerta del auto, el joven Sorimachi observaba con desinterés por la ventana. Las improvisadas vendas en sus muñecas comenzando a secar con la hemorragia detenida. Tal vez pensaba que era exagerado ir a un hospital, ¿qué más podía hacer Ishihara, sino preocuparse por ese chiquillo llorón? Incluso le daba algo de vergüenza que lo viera tan vulnerable, pero casi todos en la organización lo habían hecho. Siempre tenía motivos para llorar.
— La piel lastimada no se puede tatuar.
Sorimachi levantó la cabeza interesado, pero solo lo miró de reojo esperando que dijera algo más. Le gustaba hablar de eso.
— No van a dejarme.
— ¿De verdad quieres ser un yakuza? Eres demasiado listo para esto.
— El viejo insiste en que vaya a la uni —bajó la mirada y enfocó su atención en las manchas del uniforme, rasgándolas con las uñas como si pudiera quitarlas de esa manera—, mi mamá tambien.
— ¿Y no quieres?
— No.
No era tan listo, le costaban las palabras, pero si el señorito no quería seguir hablando, no iba a obligarlo con charlas vacías sin sentido, y solo se dedicó a conducir, en un silencio incómodo que el menor rompió encendiendo el radio del automóvil. El viaje fue algo largo hasta llegar a una clínica pequeña lejos de los dominios de ese hombre, donde no habrían ojos ni voces chismosas, solo médicos preocupados, preguntando qué diablos eran sin malicia, solo ganas de ayudar.
— Es mi... sobrino.
— ¿Y su sobrino tiene….? —la doctora preguntó a sabiendas que Ishihara no podría contestar eso. Sabía que era un chiquillo, pero no qué tan chiquillo, y no recordaba en qué año del instituto estaba tampoco como para ayudarse con ello.
— Trece —se adelantó a decir—, pero mi tío se rehúsa a aceptarlo, es un viejo llorón.
La doctora se rio y completó la ficha sin más preguntas acusadoras, y continuó revisandolo. Se mostró muy dolida al ver los cortes en sus delgadas muñecas, aunque el muchacho ahora parecía completamente ajeno a la situación por la que había pasado, casi disfrutando de la atención, seguro eso era lo único que necesitaba. Ishihara observó en silencio, pensando en cuánto debería dolerle, considerando que no tenía forma de estar acostumbrado a esas heridas.
Tuvo que salir cuando ella se lo pidió, explicando que quería hacerle otras preguntas en privado. Supo que eso no era bueno. Imaginando que podría tardar un poco, decidido a salir a fumar un momento. La mujer salió alterada del consultorio un rato después y lo tomó del brazo.
— Usted me parece algo borde —se sintió ofendido y tomó aire para responderle, pero ella siguió—, pero se nota que se preocupa por él.
— Su madre es mi hermana mayor —mintió—, claro que me preocupo por él.
La voz de la doctora se escuchaba en un eco lejano.
Hizo mucho ruido al entrar a la habitación y eso le molestó, estaba abrochándose la camisa dándole la espalda a la puerta. Le resultó muy sencillo imaginarlo con los puños cerrados como siempre cuando se enfadaba o volvía de algún trabajo ordenado por su padre, y sabía a la perfección que si le daba explicaciones solo habría hecho todo complicado para él, no tenía intenciones de que le expulsaran por su culpa.
—No hagas como si te sorprendiera, o como si creyeras que solo me golpea en la cara —dijo con severidad, en un tono que solo le había oído a su jefe, aunque no se le pareciera demasiado las similitudes no podían dejarse pasar. No arreglaría nada molestandose, sabía que no tenía oportunidad alguna al ir solo contra su jefe porque a éste le pareciera correcto golpear lo suficiente a su hijo como para dejarle moretones que asustaran tanto a una doctora anónima para indicarle que debía sacarlo cuanto antes de donde viviera.
Ishihara no tenía mucha idea de cómo debía funcionar una familia moderna, para él eso había quedado olvidado hacía ya mucho tiempo y no le había interesado formar una propia. Le costaba creer que todo fuera debido a lo malcriado que resultara el joven Sorimachi, mientras comenzaba a prestar atención a los detalles en las cosas que recordaba al verlo ahí, con las muñecas vendadas. Semanas completas sin tener que llevarlo al instituto, meses sin salir de la propiedad por los casettes que le gustaban. Ver nerviosa a su madre.
Sorimachi se sobresaltó cuando golpeó el volante. La radio se apagó por unos segundos.
— Ya te he dicho que no hagas como si te sorprendiera, me molesta —con un gel pack sobre la cara se veía algo gracioso. Había un dejo de ira infantil en lo que decía, casi provocando una respuesta hosca de su parte.
— ¿Cómo piensas que esto es algo que me hace gracia no saber? —apretó con fuerza el volante y por instante creyó que cedería bajo sus manos. No entendía del todo por qué le afectaba tanto y como él bien lo hubiera mencionado, por qué no lo notó antes. Era un idiota y el niño lo sabía.
— Y por qué más iba a querer morirme, tonto, ¿malas notas? ¿Piensas que soy tan estúpido?
No había nada que lo fastidiara más que la idea de ser tratado como de menor inteligencia a la cual sabía que tenía, o por lo menos presumía tener, Ishihara estaba enterado de eso. Decidió no molestarlo y dejarlo cambiar las estaciones de radio hasta que se calmó, cuando por fin sintonizó una por más de dos minutos. Suspiró cansado y se acomodó de lado en el asiento para escuchar en silencio. Ishihara no dijo nada más durante la media hora que les tomó regresar. Sorimachi se bajó rápido del auto una vez que hubieran estacionado y miró a su alrededor. Apretó los puños y se aguantó las ganas de llorar rabioso al darse cuenta que nadie se había percatado de su ausencia. Oprimió con fuerza la lata de jugo que sostenía y la lanzó al suelo salpicando por todos lados. Ishihara lo miró, con esa cara que ponían todos los adultos cuando se compadecian de él, y que detestaba desde lo más profundo de su ser. Le dio un empujón, pero no consiguió moverlo aunque bastó para expresar la molestia que tenía, y echó a correr dentro de la propiedad, directo a su habitación. Un lugar tan grande, vacio. No se encontró a nadie que pudiera preguntarle si se sentía bien. No se encontró a nadie a quien decirle que no se sentía bien. Sus cosas seguían en el suelo, y las manchas de su propia sangre ya habían secado allí, igual que las de su uniforme. Estaba muy cansado.
La pequeña lengua de fuego se tambaleaba apenas con cada palmada que daba, acompañando su canto por lo bajo en honor a su propio cumpleaños, sintiéndose algo tonto al hacerlo solo, pero contento de no estar rodeado de falsa compañía. No necesitaba de nadie más, no apreciaba a nadie más. Ishihara dijo que le daba vergüenza y que no era buen cantante, pero que lo acompañara era suficiente y significaba mucho para él.
— Ya, apresúrate y pide un deseo, que el encendedor está quemándome —le pidió riendo apenas, se notaba que estaba de buen humor.
Sorimachi juntó ambas manos a la altura de su frente y bajo apenas la cabeza, preparándose a pedir su deseo. Tanto movimiento y preparación le hizo gracia.
— ¡Deseo darle un tiro a mi padre, justo en la frente! —tomó aire y sopló con fuerza, apagando la llama del encendedor. Ishihara se quedó de piedra.
Las personas en la mesa de junto parecían haberlo oído pues se callaron por un instante como si trataran de dar crédito a lo que habían oído, decidiendo si tan solo era una broma de mal gusto, y pronto siguieron en lo suyo, descartando el comentario casi de inmediato.
— ¿Tienes que hablar así en voz alta?
— Tu me dijiste que pidiera un deseo, así que es tu culpa— Sorimachi se encogió de hombros y se acomodo el cabello sutilmente, como solía hacerlo cuando se burlaba de él—, no es como si los deseos de cumpleaños sirvieran de algo, no me han servido antes y no lo harán ahora.
— Supongo que es mucho pedir que no empieces con tus idioteces antes de comer— suspiró y empujó el plato cerca de él. Con los años Sorimachi se había calmado, y a pesar de haber tenido su fase rebelde como cualquier adolescente con aires de delincuente, ya no existía rastro alguno de eso en él. Ya convertido en un muchacho algo sombrío pero muy inteligente, había dejado de llorar.
Pasar tanto tiempo cuidando de él los convirtió en los mejores amigos y Sorimachi ya no lo trataba como un simple empleado de su padre, ni esperaba ningún tipo de respeto solo por ser hijo de éste. Prefería que le hablara de forma directa y que lo tratara como el adulto que ya era. La perfecta porción de pastel de chocolate de esa cafetería nueva en el centro en una calle tranquila a donde se le había ocurrido llevarlo era la prueba de ello. O tal vez no. Los adornos de fruta cortada con esmero y crema batida no parecían algo para un adulto, pero el encanto estaba ahí, y se veía delicioso.
— Lo único que deseo es que me acompañes cuando me vaya— Ishihara no pudo evitar ahogarse con su café, siendo tomado por sorpresa nuevamente—, y jures conmigo que vas a ser mi hermano para siempre.
El mechón que nunca podía acomodar en su lugar caído sobre su frente. Sus facciones delicadas tensas. Sus ojos gris oscuro fijos en él. Más serio de lo que hubiera estado nunca, lo tenía entre la espada y la pared, acorralado y sin escapatoria a sabiendas que solo había una respuesta para semejante pregunta, pero quería evitarla a toda costa. Sorimachi siempre había soñado en ser como ellos, y ya lo tenía decidido, incluso le contó sus planes, y cómo esperaría graduarse de la universidad primero solo para mantener las apariencias, en lugar de provocar un alboroto innecesario con peleas y disgustos que podrían costarle caro. Guardaron silencio por un momento incómodo, solo interrumpido por el tintineo de un tenedor de metal sobre el delicado plato de cerámica, cuando el menor se cansó de esperar.
— Es injusto que me digas eso en tu cumpleaños, mocoso manipulador— tomó aire y exhaló pesadamente.— No puedes robarte a la gente de los demás.
— Ya lo he hecho.
— Deja eso, ¿quieres?
Sorimachi bajo la mirada, se enfocó en su café y en comerse primero la fruta y la primera capa del pastel desde arriba solo porque sabía que Ishihara se molestaría al verlo. Pero el mayor parecía demasiado abstraído en sus pensamientos como para darse cuenta de cualquier cosa que estuviera haciendo. No alcanzaba a entender si solamente pensaba en diferentes excusas para negarse, si estaba ofendido o si sólo quería hacerse de rogar. Ishihara podía ser demasiado denso a veces, volviendo todo más complicado y dejando el ambiente pesado e incómodo para todos los que estuvieran cerca de él. Chasqueó la lengua molesto, no iba a disculparse.
No quería seguir hablando de eso, no quería dejarse en evidencia que tan seguro en decir que sí estaba, pero le pareció irresponsable, y apostaría a que todo ese tiempo solo estuvo alimentando sus ideas sin darse cuenta y por esa razón Sorimachi creyó que trabajar juntos era una posibilidad. Pudo imaginarse al muchacho fácilmente con un traje fino y mucha gente siguiéndolo. si, Sorimachi era ese tipo de persona ahora. Inteligente, y manipulador, encontraría la forma de hacer que cualquiera lo siguiera. Ya lo había logrado.
Comenzó a sentirse culpable por arruinar su gran día, así que buscó en el bolsillo interno de su chaqueta para sacar un paquete envuelto en papel brillante algo arrugado que tenia un moño aplastado en el centro, tal vez se había arruinado al guardarlo tan mal. Mejor distraerlo con eso, prolongando lo más que pudiera su respuesta.
— Oye, tengo algo para ti —tomó el paquete con ambas manos y se lo entregó cuando Sorimachi alzó la vista, el rostro del joven se iluminó en sorpresa de inmediato al tomar el obsequio y agradecerle, como si su conversación anterior no hubiera tenido lugar. Sus cambios de humor repentinos algún día acabarían por enloquecerlo.
Sorimachi rompió el papel brillante y echó a reír al ver el contenido: tres barras apiladas de su chocolate preferido y una caja dorada de cigarrillos.
— ¿Entonces oficialmente ya puedo fumar, ya no vas a molestarme? —se apresuró a darle un golpecito y tirar del plástico para abrirlos, bastante animado. Al llevarse uno a los labios hizo ademán de buscar un encendedor en sus bolsillos, recordando que no tenía ninguno. Levantó la mirada al escuchar el sonido metálico que hacía el encendedor de Ishihara, cada vez que lo prendía, y que ya conocía muy bien.
— Ya no voy a molestarte, hermano.
Sorimachi se ahogó apenas pero sopló todo el humo de la primera calada a su rostro, provocando que tosiera mientras reían, y esa seguramente sería una broma recurrente hasta que aprendiera a fumar. Estrechó su mano con fuerza pensando en lo injusto que era que no pudieran jurar como debian.
No solía tocarlos cuando estaban fríos en el suelo, pero un tonto impulso lo llevó a tomar la mano de ese sujeto que yacía en el suelo, comenzaba a enfriarse. El otro ya estaba helado.
— Aniki, ¿qué haces?
Soltó la mano del cadáver de inmediato para ponerse de pie, y pasó junto a Hisayuki tocando su hombro, limpiándose apenas.
— No tengo idea.
Hisayuki se encogió de hombros, agachandose para buscar entre las ropas de ese sujeto si tenia algun tipo de identificación para tirarla una vez que se hubieran ido de ese lugar. Nishino en la distancia hacia demasiado ruido buscando algo de valor para que se cobraran lo que les debían, y tal vez cualquier otra cosa que fuera a gustarle para quedarse con ella. Quizás solo estaba evitando a su jefe, quien había estado bastante distraído durante la tarde, ambos lo habían notado.
La velocidad del automóvil una vez que se encontraron en la autopista y el vestigio de peste a muerte que no parecía querer dejar de seguirlo lo estaban mareando. Suspiró pesadamente, preguntándose si estaba enfermo, o si le había caído mal matar a ese par de idiotas que habían ido a buscar, por un trabajo tan irrelevante que no requería su presencia pero al cual decidió ir simplemente para estar lejos de la oficina. Bajó la ventanilla y tomó algo de aire. La voz de Hisayuki sonaba distante, preguntando como estaba.
— Solo estoy algo cansado supongo —de inmediato notó que aún le dolía el golpe que le había dado Ryuji, de quien se había olvidado por completo hasta ese momento. Parecía dolerle más.
— Pero si estuvo dormido, ¿no? Puedo jurar que durmió desde que nos subimos—Nishino se volteó en su asiento para verlo, bastante cómodo al no tener que conducir,— se veía algo molesto, pero no quise despertarlo.
Sus subordinados eran lo mejor que tenía, los respetaba y confiaba en ellos, pero no pudo hacer más que quedarse en silencio mirándolo, pues no se atrevió a preguntar aquello que se le había quedado atorado en la garganta, pesándole bastante. Nishino pestañeó un par de veces como solía hacer cuando le confundía algo que le hubiera dicho, y solo le sonrió antes de darse la vuelta, el verde brillante en su camisa demasiado saturado para soportarlo en ese momento que sentía que solo podía ver en grises. Hisayuki le ofreció pasar por algo de beber antes de llegar y no se negó. Tal vez una lata de jugo y una barra de chocolate con frutas secas lo harían sentir mejor, o lo harían olvidar todo lo que estaba recordando tan de repente que llenaba su cabeza tan rápido que dolía demasiado.
— ¿Podrías ir más despacio?
Estando cada vez más cerca, su deshazón sólo incrementó. Su mente no tenía derecho en jugarle un truco tan sucio como recordarle qué tan ingrato había sido desde siempre y en lo infantil que pudiera portarse, más aún cuando eso le divertía tanto. No necesitaba ser tan idiota todo el tiempo. Le dió un golpe a la máquina expendedora, dejando una pequeña abolladura junto a las demás que tenía, y en lugar de una lata cayeron dos. Hisayuki y Nishino no pudieron evitar festejar tal tontería y él mismo se permitió sonreír un instante. Frotó sus nudillos apenas, la memoria de un dolor similar durante su adolescencia haciéndose presente. El tiempo pasaba rápido pero no sanaba nada.
— Creo que debería disculparme.
— ¡No me parece que al dependiente vaya a importarle demasiado! —la estridente voz de Nishino sonaba muy divertida.
— Le dimos bastante miedo al entrar así que volver ahí tal vez lo mate.
— ¡Te imaginas que se muera, ese viejo!
Sorimachi solo echó a reír al escucharlos, y tomó ambas latas para llevárselas a la frente, el frío menguando apenas el dolor de cabeza que aún le aquejaba. La angustia casi había desaparecido, pero la ansiedad y nervios algún día acabaría por matarlo a él. Dio la orden y se apresuraron a subir al auto nuevamente y retomar el camino de vuelta, sus subordinados aun riéndose del viejo y la expendedora, ya habiendo olvidado completamente porque habían salido en primer lugar, quitándole toda la seriedad a la tarea realizada. Suposo que estaba bien así, y no dijo nada más mientras se acomodaba en el asiento de atrás como siempre. No le llevaba nada de recuerdo como había prometido, pero Ryuji se pondría feliz simplemente con ese jugo que se ganó con trampas y a los golpes. La anécdota le encantaría y seguro tendría algunas similares desde Okinawa, por supuesto que sí. Le encantaba hacer alarde de ese tipo de tonterías y al resto le gustaba oírlo, y eso daría pie a que comenzaran a hablar de cosas tan ridículamente ordinarias que simplemente eran geniales, todos riendo. No, no todos estarían riendo. Aún debía disculparse, y entonces si estaría todo bien, justo como le gustaba verlos.
La lata que tenía en las manos hizo un sonido siseante cuando la abrió, y el movimiento, aunque fuera minúsculo y habitual, le molestó. ¿Qué más pasaría, para castigar su impertinencia? No habría charlas ni risas entre el humo de cigarrillos en el salón, ni en la azotea, ni en ningún lugar. Lo había decidido, y ellos obedecerían, y la falsa sensación de control y poder lo haría sentir mejor, o lo engañarían otra vez.
Por primera vez en mucho tiempo, sus muñecas dolían y sus cicatrices ardían. Simplemente no podía soportarlo.
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N/A: Miro la ultima actualizacion, en el 2017 y qué verguenza! Ha pasado tanto desde entonces. Cuidense y los quiero muicho por leer hasta el final.