Autor: HikariCaelum
Personajes: Takeru y Hikari
Imagen: enlace en el perfil
La boca del Diablo
Durante años, hemos luchado. Contra todo tipo de enemigos, contra todo tipo de males, incluso contra nosotros mismos.
Y da igual el tiempo que pase, nos toca pelear de nuevo. Una y otra vez.
Por eso hoy no es un día tan diferente.
—Poneos el cinturón —advierte Taichi, antes de acelerar.
Me aseguro de que Hikari tenga el suyo puesto antes de abrochar en el mío. Está pálida y con la mirada baja.
—Todo saldrá bien —le susurro, cerca de la oreja.
Levanta la cabeza y asiente, sonriendo.
Hoy no es diferente a otros días. Las mismas palabras han salido de mis labios para tranquilizar a la misma persona.
Entonces, ¿por qué siento que, por primera vez, estoy mintiendo?
Esa sensación se hace más fuerte a cada kilómetro que recorremos, a cada palabra de Sora hablando por teléfono con los demás. Y amenaza con hacerme estallar el pecho cuando llegamos a nuestro destino.
Es un parque lleno de árboles, con un riachuelo y puentes de madera para cruzarlo. Un lugar destinado a momentos alegres y de paz. Es el sitio que ha elegido esa enorme bola gris para empezar a tragarse todo.
—En las noticias la llaman «La boca del Diablo» —dice Koushirou—. Apareció hace ocho horas y ha ido creciendo. Algunos testigos han visto la cara de un demonio ahí adentro. Los aparatos electrónicos dejan de funcionar, una especie de campo gravitatorio expulsa a cualquiera que se acerque.
Mimi se lleva una mano a la cara. Jou suspira, mirando fijamente esa energía grisácea. A su alrededor el espacio se desdibuja, se come centímetro a centímetro todo lo que encuentra.
—Contacta con Gennai —pide Taichi.
—Lo he intentado, pero las comunicaciones no funcionan.
—¿Y nuestros digimons?
—La puerta está cerrada, no puedo traerlos.
—¡Maldita sea!
Yamato pone una mano en el hombro de nuestro líder.
—Debe haber algo que podamos hacer.
—Lo único que se me ocurre…
Pero la voz de Koushirou no se llega a oír. Porque se produce un ensordecedor estruendo, como si el mundo entero se estremeciera y vomitara sus entrañas. La bola grisácea despide escombros gigantescos y rayos de oscuridad.
Somos lanzados por los aires.
Por un momento me siento como si volviera a tener ocho años, como aquel día en que VenomMyotismon parecía indestructible y entre el caos de la batalla nos perdimos los unos a los otros.
Pero ya no somos niños. Y hoy, en el medio del frenesí, soy capaz de ver a alguien.
—¡Takeru! —me llama ella, corriendo hacia mí.
Me pongo en pie y voy hacia Hikari todo lo rápido que me permiten las piernas. Nuestros ojos no se separan, me pide consuelo. No sé si soy capaz de volver a mentir.
«Todo saldrá bien», quiero decir. En vez de eso, la llamo a gritos.
Cuando solo hay cinco o diez metros entre nosotros, extendemos los brazos, buscando alcanzarnos. El espacio que nos separa pesa toneladas, duele puñaladas. Me pican las palmas porque no llego a agarrar su mano.
Y es que, en ese momento, explota La boca del Diablo. Antes de que nos trague a todos, veo cómo Hikari me suplica con la mirada que no me aleje de ella.
Todo se vuelve gris y húmedo.
No sé cuánto tiempo pasa. No me importa, tampoco.
De pronto llega la brisa, revuelve la hierba en medio de la nada. Miro a mi alrededor, pero no hay nadie. Quiero hablar, pero no sé qué decir así que cierro los labios. Y en algún momento noto un cuerpo entre mis brazos. No necesito más que oler su aroma para reconocerla.
Mejilla contra mejilla, clavícula contra clavícula. Mi mano en su cintura. Quietos, con el aliento acariciando la piel del otro.
—No te alcancé, Hikari —digo, atormentado, aguantando un sollozo—. ¿Me perdonarás?
Pero no hay nadie aquí para responder. Se me escapa de entre los dedos.
Intento pensar con claridad, pero en mi mente no hay más que lamentos y este inmenso lugar. Húmedo, gris. Con oscuridad como único cielo.
Su figura aparece a unos metros de distancia. Los mismos que nos separaban. Intento levantar el brazo, no puedo.
—Perdóname por no alcanzarte —suplico.
—¿Alcanzar? —Hikari habla sin apenas mover los labios.
Quiero avanzar, pero mis pies están pegados al suelo.
—Mentiste —me dice—. Prometiste que todo saldría bien.
—No quería mentirte.
—Lo hiciste. —Hay lágrimas en su voz. Noto que llegan a mis ojos.
—Ven aquí, por favor. Perdóname por no alcanzarte. Te quiero. Ven, ven…
Parpadea. Se da la vuelta sin mirar atrás, aunque llego a escuchar un último susurro.
—¿Querer?
Esta vez no desaparece, solo cambia. Ella y el lugar en el que estamos.
Hikari vuelve a tener ocho años. Está sentada en unas escaleras que reconocería en cualquier parte. Llevan a esa puerta negra, a esa cuerda que subimos una vez, a ese lugar donde estuvimos a punto de ser asesinados por Piedmon.
—Takeru, ¿qué queda?
—¿Eh?
—Sí, ¿qué queda de esos niños que fuimos?
Sus rodillas y manos están rojas, me doy cuenta cuando se pone en pie. Corre hacia la puerta y sale, pero esta vez no me quedo parado, no dejaré que se vaya sin mí.
Una luz extrañamente oscura me traga cuando cruzo el umbral. Y al otro lado no hay lo que esperaba.
La Ciudad del Comienzo está rara, con colores apagados. No me centro en eso, porque veo siete figuras a mi lado.
Son mis amigos. Han rejuvenecido, tienen el mismo aspecto que en aquel primer viaje al Mundo Digital. Taichi lleva sus goggles, Mimi su sombrero y Jou sus viejas gafas. En las caras de todos hay manchas, como si les hubieran tirado polvos tintados. Y cada uno tiene del color de su emblema.
Mi hermano me mira. Sus ojos se confunden con la arenilla azulada con la que le han embadurnado las mejillas y parte de la frente.
Todos se vuelven hacia mí. Sus miradas son tristes, serias, casi acusadoras.
—Takeru, ¿qué queda? —repite Hikari.
Extiendo la mano para tocarla, para consolarla, pero me detengo al notar que mi piel está manchada de amarillo.
Me miro los dedos, me rozo la cara, me siento disfrazado. Este cuerpo de ocho años ya no me pertenece. No soy quien fui, no seré quien era.
Sora tiene gesto indiferente cuando se aleja de los demás. Koushirou parece muy perdido y confuso. Taichi está aterrorizado.
—Responde —me pide, ansioso, con voz de niño.
—No lo sé…
En cuanto hablo, sus cuerpos empiezan a cambiar. Se estiran, se moldean. Crecen. Vuelven a tener el aspecto que deberían. Las manchas de sus caras pierden poco a poco el color, acaban volviéndose impersonales tonos tierra o grises.
Hikari se frota la barbilla, pero ella está llena de negro. Parece que nunca se irá.
—¿Por qué lo hemos perdido? —Casi parece una súplica.
¿Podemos seguir siendo lo que fuimos? ¿Podemos mantener nuestras esencias? ¿Nuestros emblemas?
Todos se dejan caer al suelo, sobre sus rodillas, tapándose la cara, llorando. No queda nada de esos niños elegidos capaces de salvar el mundo. Tal vez al crecer se pierde algo importante, se estropea el corazón. Quizá solo se puede ser un héroe mientras la infancia late en ti.
No puedo dejar de mirar a Hikari. Ella no llora, solo se ha arrodillado con la cara vuelta hacia mí. Sus ojos son dos mares cobrizos en medio de tanta oscuridad. Dos faros, dos estrellas.
Ella es luz en la noche.
Ella nunca dejará de ser luz.
—No lo hemos perdido —digo, agachándome a su lado—. Nunca lo perderemos. Solo hay que saber encontrarlo. Somos quienes somos y eso no va a cambiar. Siempre me iluminarás, Hikari.
Parpadea varias veces, asimilando mis palabras. Sus manos se extienden y esta vez consigo alcanzarla. Las aprieto con cariño y con fuerza, la ayudo a levantarse. Los demás nos miran, con la duda bailando en sus ojos.
—Arriba. Tenemos mundos que salvar.
Un brillo dorado aparece en mi pecho. No necesito verlo para saber que es mi emblema. La esperanza se hace más fuerte en medio de la desesperación, no volveré a olvidarlo.
La luz se expande y traga todo lo que hay a mi alrededor. Cuando vuelvo a distinguir algo entre tanta claridad, me doy cuenta de que he vuelto al Mundo Real. Todo es caos. El parque está medio incendiado, los edificios se caen a pedazos, a lo lejos viejos y nuevos enemigos destruyen la ciudad.
Nos reunimos todos mirando hacia la batalla que está por empezar. Heridos, cansados, pero con fuerzas renovadas y nuestros emblemas brillándonos en el pecho.
—Traigamos a los digimons —dice Taichi, con gesto decidido.
Sacamos nuestros digivice y un túnel multicolor conecta los mundos. Oímos a nuestros compañeros, ya vienen a ayudarnos.
Hikari coge mi mano. Le doy un beso en la frente.
—Todo saldrá bien. —Ella sonríe, sabe que no miento.
No tengo miedo, sé que podemos con esto. Es hora de que demostremos por qué nos eligieron.
Notas: Mi idea es que, como dicen en 02, hay muchos mundos. Y si hay uno que te muestra tus sueños, ¿por qué no otro que te muestra tus miedos, cambiante?
Y con esto cerramos esta larga colección de 132 historias, escritas por 46 autores y que ya ha llegado a la tercera con más reviews en todos los idiomas.
Esperamos de todo corazón que hayáis disfrutado leyéndolas. Muchísimas gracias a todos, nos leemos en próximos fics :D