Uff... tiempo al tiempo, suelen decir, pero una ya se pasa de verga a veces.

Deberes.

Exámenes.

Esta vez, no me he salvado ni en vacaciones. El precio de aprender inglés.

Este es otro recuerdo (((¿En serio? Mira que ni cuenta me doy)))...Ay, mi vieja amiga, como te he extrañado... En fin, a lo que iba; un flashback de como Shen ha ido tomando parte en la vida de Tigresa. Habrá un par más en lo que termina la historia, para lo cual no falta mucho.

Reitero: si Tigresa se ve un poco pendeja, no se preocupen, es un efecto colateral de tener quince años.

En fin... Espero lo disfruten y no me entretengo más aquí porque ya hay chorrocientas mil palabras formando parte del capítulo, sería un poco injusto dejarles otras chorrocientas mil palabras en la nota de autor. Sin más vueltas, ¡leed!


Recuerdos.

Part. 2

Dime que estás usando.

La voz de Shen sonó ronca y susurrante al otro lado de la línea, tan profunda que resultó hasta irreal, y Tigresa se estremeció como si el aliento cálido del muchacho hubiera acariciado su piel.

Silencio.

Por un momento, Tigresa creyó haber escuchado mal o incluso no haber comprendido el trasfondo de sus palabras y poco a poco, la risa fue trepando por su garganta, comenzando por un sonidito tímido y terminando en una estruendosa y chillona carcajada, como si un par de manos estuvieran haciéndole cosquillas. El rostro se le enrojeció tanto que comenzó a sentirlo caliente y presurosa, al oírse emitir un sonido de cerdito por la nariz, se llevó la mano libre a la boca para opacar un poco el sonido.

—Que te diga… ¿Qué?

Su voz sonó chillona y ahogada. Pero aun así, no obtuvo respuesta del otro lado de la línea, solo un extenso silencio que poco a poco comenzó a incomodarla.

Shen no se reía con ella, más bien, parecía estar esperando a que terminara de comportarse como una chiquilla. Como una chiquilla. Aquel pensamiento puso punto final a su ataque de risa y de repente, todo lo que quedó en el ambiente fue su respiración pesada y el rastro de una exhalación al otro lado de la línea. De inmediato, le llegó la imagen de Shen con el cigarro a medio acabar entre los dedos. Estaba fumando. Le gustaba verlo fumar. Sintió vergüenza, sin embargo, antes de que dijera algo, un sonido nasal que quiso simular una risa la interrumpió.

¿Qué usas, nena? —reformuló Shen, con mimo, como si comprendiera el pudor en ella—. Me gustaría imaginarte aquí, a mi lado…

—Mierda, no sigas.

A pesar de que no podía verla, Tigresa tuvo el impulso de cubrirse el rostro caliente y sonrojado. Se encogió en el sillón y presionó el tubo del teléfono contra su pecho, evitando así que Shen la oyera suspirar de forma tan… sonora. Y no era que aquellas charlas le provocaran algo más que el sonrojo de su rostro, era que no sabía cómo esquivarlas. No sabía manejarse en torno a Shen. Él era mayor y ella se sentía tan… tonta.

Pequeña, tonta e ingenua.

¿Cuántas veces no había querido demostrarle a Tai Lung que no era nada de eso? Ella ya era grande, no era una niña. Y aun así, allí estaba, a punto de arrojar el teléfono por la ventana solo porque un chico le preguntaba qué ropa estaba usando. Un chico con el que llevaba semanas viéndose. ¿No era eso normal? Los chicos y las chicas tenían ese tipo de conversaciones de vez en cuando ¿No? No debería escandalizarse demasiado. Sin importar cuanto quisiera convencerse de que no, seguía sin gustarle. La hacía sentir incómoda.

¿Tigresa?... —el murmullo amortiguado desde el tubo le llamó la atención— ¿Sigues ahí?

—Si.

¿Me dirás?

Una camisola —mintió, sintiéndose aún más pequeña dentro de la enorme remera que había sustraído del armario de su hermano. Era negra, con la imagen de cientos de superhéroes que no reconocía—. Es… corta y rosa, de tirantes delgados… y… y… tiene algo de encaje…

Mmm… suena fácil de romper.

¡Shen!

Y no le importó gritarlo.

Sus mejillas estaban tan rojas que bien podrían haber sido faroles en medio de la oscuridad de la sala.

Lo siento, bonita. Es solo que… —Una pausa, breve y bien estudiada, que ella solía interpretar como un momento de reflexión— me puedes, Tigresa. Lo sabes.

Me puedes.

Pero, ¿qué significaba exactamente aquel "me puedes"? Nunca se atrevía a preguntar.

—Buenas noches, Shen.

No, espera…

¿Qué?

Feliz cumpleaños.

Y fue él quien cortó. Tigresa se quedó con el tubo pegado al rostro durante unos largos segundos, con el tono de marcado de fondo, hasta que un "gracias" brotó de sus labios sin permiso. Solo entonces, colgó ella también. Echó un vistazo al reloj que colgaba en una de las paredes de la sala: la tres y treinta de la mañana. Shen era la primera persona en saludarla por su cumpleaños y ni siquiera recordaba habérselo comentado antes. Supuso que a Tai Lung se le habría escapado aquel detalle estando pasado de bebida, aunque eso no explicaba que Shen recordara la fecha.

Se llevó una mano al cabello y lo batió para desparramarlo, en un gesto demasiado desganado. Le estaba dando demasiadas vueltas a algo que seguramente carecía de importancia. Solo la había saludado por su cumpleaños, algo que cualquier persona normal haría, no por eso tenía que significar algo. Aunque si se ponía a pensarlo, su propia madre llevaba años sin decirle un "feliz cumpleaños" sin estar considerablemente ebria. Eso era mucho decir.

Tal vez le importaba a Shen.

Tal vez no.

Lo realmente importante era que a ella no llegara a interesarle de la forma en que alguien como él no debía interesarle. Cuando eso sucediera, entonces sí podría preocuparse.

III

La mañana llegó demasiado pronto para Tigresa. Apenas si había logrado dormir un par de horas durante la noche y no era la primera vez, sino ya la tercera en la semana. Debía decirle a Shen que dejara de llamarla a esas horas. Sí, eso tenía que hacer. Sin embargo, no terminaba de pensarlo, cuando algún recuerdo se asomaba entre tantos y lograba dibujarle una adormilada sonrisa. Si, debía… pero no quería. Hubiera estado mejor expresado decir que, realmente, no tenía la voluntad necesaria para decirle "no" al chico, pero en ese entonces prefería creer que ella tenía todo bajo control.

Ella decidía cuando salían.

Ella decidía cuando se veían.

Ella… Ella se dejaba llevar por lo que Shen quería, pero era demasiado terca para admitirlo. La terquedad le duraría un par de años, los suficientes para Shen.

Con el rostro lavado y el cabello mal peinado, arrastró sus pies por el pasillo siguiendo el llanto de Peng y lo tomó de su cuna. No le sorprendió que su Mei Ling no fuera a ver a su hijo, ni tampoco esperó que lo hiciera. Conociéndola, se apostaba lo poco que tenía ahorrado en el cajón de su mesita de noche a que la mujer acababa de llegar poco antes de que despertara y que estaba ebria. No quería pensar que drogada, eso ya sería demasiado malo. Aún tenía algo de esperanza en Mei Ling, aún creía que un día despertaría y se daría cuenta que tenía tres hijos que esperaban por ella… Tigresa aún amaba a su madre adoptiva, haciendo la vista gorda a sus defectos.

Bajó las escaleras con Peng en brazos y se dirigió hacia la cocina. Tai Lung ya se encontraba allí, de espaldas a la puerta, recargado sobre la encimera. Tenía el cabello demasiado mojado aún y Tigresa arrugó la nariz por el fuerte olor a jabón de ducha. Le saludó con un escueto "buenos días" que él no respondió y siguió hasta las alacenas, de donde sacó los cuencos para preparar el desayuno. No le pasó desapercibo el gesto de su hermano mayor de voltear el rostro, como si no quiera que lo viera, pero optó por no hacer ningún comentario al respecto. Estaba segura que no hacía mucho que había llegado a la casa y ella estaba demasiado cansada como para iniciar una discusión de la nada. Eso y que no le gustaba gritar delante de Peng.

—Ta Lun —llamó el niño, revolviéndose en brazos de Tigresa—. Upa, Ta Lun.

Tigresa miró de reojo al mayor y al ver que Tai Lung no hacía ni por devolverle la mirada, dejó a Peng en el suelo.

Solo cuando el niño le jaló del pantalón, Tai Lung volteó a verlo y entonces, por el rabillo del ojo, Tigresa pudo percatarse de un detalle. Un poco de color morado en su pómulo, que subía por su sien y rodeaba el ojo. Un golpe. Uno bastante reciente, que claramente no tenía la noche anterior antes de salir.

—Ahora no, Peng.

—Solo te está pidiendo que lo alces —murmuró, volviendo la vista hacia el par de cuencos con cereales que acababa de servir—. Te cuesta menos a que mi cargarlo.

—¿Con quién estuviste hablando anoche?

A Tigresa le temblaron las manos.

Dejó los cuencos en la mesa y subió a Peng a su silla alta, evitando la mirada de su hermano mayor.

—De-e… ¿De que hablas? —masculló.

—Te llamé anoche y daba ocupado. Era la única que estaba en la casa.

—Con nadie —mintió.

—¿Fue con ese tal Alex?

Su voz sonaba ansiosa, hasta agresiva, pero a Tigresa no se le erizó ni un pelo. Volteó, encarándole. No tenía miedo de Tai Lung. Había crecido con sus cambios constantes de humor y tenía cosas peores de las que temer.

—Te peleaste —no preguntó. Lo afirmó—. Muy bonito, no sabía que ahora te dedicabas a las peleas callejeras.

—Cállate.

—¿O qué? ¿Gritaras? ¿Arrojarás cosas igual que Mei…?

La voz se le atascó en la garganta cuando el puño cerrado de su hermano cayó sobre la encimera. Grande, pesado y amenazante.

Peng dejó caer la cuchara por el susto y Tigresa, con un ligero temblor en las manos, se apresuró a levantarla. Solo para ocuparte en algo. Revolvió el cabello del niño en un mimo un tanto tenso y le entregó el cubierto de vuelta, sonriéndole, para que no se preocupara. No pasa nada.

—Yo te he preguntado con quien carajos hablabas anoche a las dos de la mañana. Solo eso. ¿Es que no puedes contestarme? —renegó Tai Lung, llevándose las manos al pelo y arrastrándolo hacia atrás con los dedos—. ¡Las tres de la mañana!... ¿Qué tienes que hacer tú a esas horas hablando con un chico por teléfono?

Tigresa guardó tragó grueso.

—¿Me vas a pegar?

Y al decirlo, esbozó la sonrisa más amarga que pudo, disfrutando un poco de ver como el entrecejo de Tai Lung se arrugaba. Claro, él no se esperaba esa pregunta.

—¿Sos tonta? Nunca te he pegado.

—¡Entonces deja de gritar, gran imbécil!

Tai Lung no respondió, al menos no de inmediato, y Tigresa rodeó la mesa para tomar asiento junto a Peng. El niño estaba demasiado callado, atento a la situación, e intentó animarlo con un soborno de chocolinas extra en su leche. A ese ritmo, estaba segura de que Peng los mandaría a la mierda en cuanto aprendiera lo que eso significaba. No lo culpaba.

—Tigresa —Tai Lung la llamó.

No volteó.

Tomó un bocado grande de cereales con la cuchara y se lo llevó a la boca. Se tomó su tiempo. Masticó, tragó, bebió un sorbo de la caja de jugo de frutas y limpió la boca a Peng, antes de voltear el rostro hacia su hermano.

—¿Qué te pasó en la cara? —preguntó, más tranquila.

—Me asaltaron anoche, es todo. No fue nada. —Él imitó su voz—. ¿Tú con quien hablabas?

—Con Alex.

Tai Lung asintió, lentamente, como si cayera en cuenta de algo.

—¿Por qué tan tarde?

—Se me fue la hora. No volverá a pasar.

—Bien.

—Bien.

Apenas si había comido un par de bocados, pero Tigresa de repente no tenía hambre. Le dolía el estómago. Intentó ingerir aunque sea unas cucharadas más, pero se dio por vencida a la segunda y apartó el plato. Murmuró una excusa sobre arreglarse para ir al colegio y pidió a su hermano que vistiera al menor, pues debían dejarlo en la guardería. No obtuvo respuesta, pero tomó el silencio como una afirmación. Se levantó y salió de la cocina, arrastrando los pies por el suelo. No tenía ningún ánimo de ir al colegio. No era precisamente el mejor cumpleaños.

—Tigresa, espera.

Tai Lung la detuvo cuando ya tenía un pie sobre las escaleras.

—¿Qué?

—Toma. —Le tomó una mano y sobre la palma, dejó una pequeña cajita envuelta en papel de regalo rojo. Tenía un moño amarillo encima, bastante torpe y mal cortado, pero bonito de cierta forma—. Feliz cumpleaños.

Tigresa lo observó, sin saber muy bien que decir, hasta que consiguió articular un suave "gracias".

III

Tai Lung la dejó en la puerta del colegio esa mañana y ni siquiera se despidió antes de arrancar la motocicleta e irse, con un escueto "vuelves sola" flotando en el aire detrás de él. Tigresa, orgullosa como ella misma, ni siquiera intentó detenerlo. Alzó la barbilla y se negó siquiera a pensar en cómo iba a volver a la casa. El camino era demasiado largo y aburrido como para hacerlo a pie, mucho más con su mal humor, y no era como que llevara dinero encima para pagar el pasaje. Maldijo a su hermano entre dientes y decidió que no importaba, al tiempo que apresuraba sus pasos al interior del instituto. Nunca dependió de nadie, ni siquiera de Tai Lung, y no se sentía en edad para comenzar a hacerlo.

Su humor mejoró apenas un poco cuando encontró a Shifu esperándola en el salón, unos minutos antes de comenzar las clases. El hombre se había acordado de su cumpleaños y llevaba consigo un regalo para ella. Una novela de época, ambientada en la Antigua China, que recibió con un sincero "gracias" de por medio. Con Shifu no había abrazos, ni grandes pláticas o felicitaciones, solo su voz áspera y ronca deseándole "feliz cumpleaños" y el obsequito que le entregó casi con cierta incomodidad, como si el gesto fuera algo salido de lugar.

Shifu no estaba habituado a su papel de padre, pero a Tigresa le bastó con saber que se había acordado de la fecha para sonreírle.

Sin embargo, a medida que pasaba la mañana, la pequeña alegría de "su cumpleaños" desaparecía junto a sus ganas de seguir allí. Fue en el recreo, cuando se percató de no ver a Tai Lung por ningún lado, que incluso comenzó a enojarse consigo misma por ser tan terca y no haberle discutido a su hermano eso de "vuelves sola". ¿A quién quería engañar exactamente? Como si Tai Lung, como buen hermano mayor, no hubiera disfrutado ya alguna vez verla arrastrarse por algún ridículo favor. Al tocar el timbre de salida, se encontraba sola.

Por un momento, mantuvo una pequeña esperanza de que Tai Lung sí iría a buscarla. Seguramente se arrepentía en lo que pasaba de la mañana. Pero llegado el horario, todos se iban a sus casas y ella seguía sentada en los peldaños de la entrada del instituto. Hojeó rápidamente el libro que Shifu le había regalado, leyendo pequeñas frases al azar, fingiendo que tenía a alguien a quien esperar. Todos a su alrededor volteaban el rostro a verla, podía sentirlo, pero optó por no prestarles atención. Volver a casa nunca había sido precisamente una alegría, pero le apetecía mínimo ver a Peng. Abrazarlo y sentarse con él a comer chocolinas y ver alguna de esas tontas caricaturas que a él tanto parecían gustarle.

—¿Tigresa?

Casi cayó del peldaño por el respingo que dio al oír la voz de Shifu.

El hombrecillo salía del colegio junto a un grupo de profesores cuando la vio allí sentada. Se veía molesto. Tenía el entrecejo arrugado y los labios presionados en una mueca. Tigresa se apresuró en colocarse de pie y metió el libro dentro de la mochila, al ver a su padre adoptivo despedirse de sus colegas de trabajo.

—Tai Lung está de camino —lo excusó.

Mentalmente, se regañó por ello. No merecía que lo excusara, sin embargo, la solidaridad fraternal parecía ser mucho más fuerte que el pequeño rencorcillo que comenzaba a tomarle al chico.

—Agh. Será tan… —fuera lo que fuera Tai Lung, Shifu no lo dijo—. Vamos. Te llevaré hasta casa de tu madre.

—No, gracias. Yo…

—No te lo estoy preguntando, Tigresa.

Asintió.

Tigresa nunca había sido una chica desobediente, ni habituaba a contradecir a los mayores. La enseñanza de su padre, al menos por el poco tiempo que había vivido con él, solía ser demasiado firme como para permitirse tal atrevimiento. Sin rechistar, siguió a su padre hacia el viejo auto que conducía desde que tenía memoria. A veces se preguntaba por qué no lo cambiaba, no era como que el sueldo no le alcanzar. Bien sabía ella. No será desobediente, pero sí muy traviesa.

Fue cuando Shifu abría la puerta del copiloto desde el interior, que un bocinazo desde el otro lado de la calle llamó su atención. El hombre no le dio importancia, se limitó a murmurar algo sobre el escándalo de los jóvenes, pero Tigresa si se tomó la libertad de voltear… y de inmediato, la sonrisa le curvó los labios al ver la motocicleta de Shen estacionada en la acera del frente. El chico guiñó un ojo y con un movimiento de cabeza, le indicó que lo siguiera.

Tigresa se sonrojó.

—Emm… ¿Shifu? —llamó.

—¿Si?

—Me buscan.

—¿Tai Lung?

Había cierto rencor en su voz cuando lo dijo y prisas en la manera en que se asomó por la ventanilla. Al parecer, ya tenía un muy extenso sermón preparado en la punta de la lengua. Tigresa no supo cuál fue su expresión al ver a Shen, pero sí supo que lo reconoció de inmediato. Claro, si ella misma le había oído quejarse de "aquel muchacho de las greñas claras" que era mala influencia para Tai Lung y toda la clase.

—Señor Shifu —lo saludó Shen, con aquella calma casi insolente tan característica de él. Como si el mundo fuera a postrarse a sus pies—. Vine por su hija, espero no le moleste.

Tigresa quiso arrojarle la mochila a Shen por ser tan… ¿Idiota? Sí, idiota era la palabra. En cuanto vio a Shifu volver a su sitio y abrir la puerta del copiloto, supo de inmediato que su respuesta era un "no" tan rotundo como la prohibición de juntarse con amistades mayores que, de seguro, recibiría antes de que la dejara en la casa. O eso creyó.

—Ve, si quieres ¡Pero derecho a la casa, Tigresa! —Advirtió, severo—. Llamaré para ver que estás ahí y dile a tu hermano que quiero hablar con él.

Otra vez, asintió. Asintió porque no sabía qué decirle.

Se paró de pie juntitas en la acera, como si en su vida hubiera roto un plato, y observó a Shifu cerrar nuevamente la puerta. Solo cuando comprobó que no sería él quien se fuera primero, se despidió de él lo más "agradecidamente" que pudo sin parecer falsa y cruzó la calle hacia donde Shen le esperaba. Por suerte, este no intentó ni siquiera abrazarla, solamente sonrió y le pasó el casco extra que llevaba consigo. Algo le dijo a Tigresa que el muchacho ya tenía toda la situación prevista, pues él nunca usaba casco.

—Feliz cumpleaños.

A Tigresa se le enrojecieron las mejillas, con los restos de la conversación de la noche pasada aún frescos en su mente, y sus manos se tensaron en torno a la cintura de Shen.

Hizo el amague de montarse a la moto, cuando las manos de Shen se dirigieron hacia su pecho. Desde el auto, Shifu todo lo que habría visto era como aquel chico le ajustaba el casco a su hija, pero a Tigresa casi se le cortó la respiración cuando los delgados dedos de él se deslizaron por su pecho, trazando el camino de la fina cadenita plateada que colgaba encima.

—Bonito —murmuró.

—Regalo de cumpleaños.

—¿Algún chico tal vez? —Shen arqueó la ceja.

Tigresa se apartó un paso, un tanto incómoda. No le gustó el tono con el que le habló, ni la manera de mirarla. No le gustó nada.

—Shen, nos está viendo mi padre —se excusó—. Por favor…

—Claro, sube.

III

Tigresa ingresó corriendo a la casa y dejó caer la mochila en la entrada para precipitarse hacia el teléfono de la mesita junto al sofá, que llevaba sonando incluso desde antes que llegó. Escuchó reír a Shen a sus espaldas, seguramente burlándose del porrazo que se dio contra la lámpara, pero procuró ignorarlo. Tal como imaginaba, la llamada era de Shifu, que inmediatamente comenzó a preguntarle donde estaba, con quien estaba, por qué había demorado en contestar y porqué sonaba tan agitada, esto último al borde de un colapso nervioso ya. Reírse en un momento así habría sido una sentencia de muerte, por lo que Tigresa contuvo el aire lo mejor que pudo y respondió a sus preguntas en un solo soplido.

Tal vez Shifu no tuviera madera de padre, pero sabía comportarse como uno cuando algo no le cuadraba… y era más que claro que no le cuadraba qué andaba haciendo su hija de quince años con uno de los amigos de su hijo mayor. Tigresa, con la calma que solía usar cuando Peng hacía berrinches, explicó que acababa de llegar porque se había demorado en un semáforo y que atendió apenas ingresó a la casa. Mentira. No había ningún semáforo que los demorara, pero eso Shifu no lo sabía. Silencio. Shifu no insistió, en lugar de eso, pidió hablar con Tai Lung.

—Fue a retirar a Peng de la guardería —mintió.

¿Estás sola, Tigresa? —Había desconfianza en la voz de su padre— ¿El chico está contigo o ya se fue?

Tigresa enredó el cable del teléfono alrededor de su dedo índice, con la mirada fija en el muchacho parado bajo el resquicio de la puerta. Shen se veía tan… confiado. Carraspeó.

—No —mintió, otra vez—. Estoy sola. Me dejó y se fue.

Vale.

—Vale.

Te hablaré más tarde. Almuerza algo.

—Claro, Shifu.

Tras un momento de silencio, en el que ninguno de los dos se despidió, fue Shifu quien cortó y se sintió tan raro… no tenía ningún remordimiento de haberle mentido y eso, aunque se sentía bien, no le gustó. Ella no era una mentirosa. No habituaba mentirle a sus padres, ni siquiera a Mei Ling, a quien un día había hecho vudú para que se cayera de las escaleras. No, el hechizo vudú no funciono, de hecho, fue a ella a quien le dio pesadillas durante semanas. Un recordatorio para no meterse de nuevo con fuerzas cuyo poder superaba su comprensión.

Con el rostro enrojecido y la respiración aún agitada, Tigresa dejó el tubo en su sitio y se despatarró boca abajo en el sofá. Su cabeza dolía por el golpe que se dio contra la lámpara entre las prisas. Escuchó la puerta cerrarse y los pasos de Shen por la sala. Entonces, como un pantallazo, cayó en cuenta de que estaban solos.

No solos hablando por teléfono a las tres de la mañana, ni solos porque Tai Lung había subido para ir al baño. Solos de verdad. Sin nadie que hiciera ruido o que pudiera ver algún comportamiento extraño o sospechar algo.

—¿Me enseñas el culo a propósito?

Tigresa alzó la cabeza en un respingo, ayudándose con sus codos para ganar altura.

—¿Eh?

—La falda, niña.

Solo entonces, se percató de que con el ajetreo, la falda se le había subido unos cuantos centímetros más de lo debido y dejaba a la vista no solo sus muslos, sino un rastro de tela de algodón rosa que parecía tener bastante entretenido a Shen. Con las mejillas al rojo vivo, volteó en el sillón y se acomodó a jalones la ropa.

—¡Deja de verme el culo! —chilló—. ¡Atrevido!

—Lo que digas. A ver, hazme sitio.

—¿Eh?

—¿Pretendes tenerme de pie toda la tarde?

Tigresa no maldijo solo porque su padre le había enseñado que una señorita no dice malas palabras… y porque se sentía demasiado avergonzada para hablar siquiera. Giró, quedando con la espalda contra el respaldo, y se recargó en los cojines para incorporarse. Shen se sentó en el borde del sillón y recargó un brazo en el respaldo, quedado ligeramente inclinado sobre ella.

Se removió contra el mueble, incómoda.

Estaban mucho más cerca de lo que alguna vez habían estado y se sentía… raro, indebido. Estaba mal y ella no hacía esas cosas.

Sin embargo, por más que quiso, la voz simplemente no salió de sus labios y Shen tomó su silencio como una invitación, dejando caer las manos a los lados del cuerpo de ella y quedando reclinado encima. Tigresa quiso sonreír. Quiso sentirse coqueta, solo por esta vez, pero sentía el corazón demasiado acelerado como para relajarse. Los ojos del muchacho le parecieron más oscuros y al mismo tiempo, más brillosos, como si estuvieran empañados, y ella se sentía demasiado avergonzada como para decidir si eso en su estómago le gustaba o no.

—Nunca hemos estados tan solos —murmuró Shen.

—No… nunca.

—¿Por qué estás tan nerviosa?

Y mientras lo dijo, Shen llevó una mano hacia la coleta y jaló del elástico que la sostenía. La melena se le desparramó por el borde del sillón hasta el suelo. Tigresa se mordió el labio. No quería decirle lo incómoda que estaba. No quería que él supiera que podía notar que algo había cambiado en su entrepierna, debajo del pantalón. No era tonta. Sabía qué era eso y qué lo provocaba, pero estaba segura de que Shen no tenía idea siqueira de que ella aún no sabía besar y no pensaba ser ella quien se lo dijera. No quería que la viera como una niña pequeña.

No pudo responder.

Shen sonrió, una sonrisa ladeada que dejaba entrever más de mil intenciones, y se inclinó hasta posar sus labios en la mejilla de ella. Estaban fríos a comparación y húmedos, como si se los hubiera relamido antes. Tigresa exhaló todo el aire de sus pulmones, con la vista fija en el techo, y los labios del muchacho trazaron un camino por su mandíbula hasta su barbilla. Lento, suave y cariñoso, como un mimo.

—Shen… —se quejó, incómoda.

—Shhh… no te estoy haciendo nada —él susurro. Su nariz acarició la mejilla sonrojada de Tigresa, con mimo, y sus labios posaron un casto beso allí— ¿Te molesta esto?

Tigresa no encontró voz para responder.

Asintió.

Últimamente asentía demasiado y hablaba poco.

—¿Por qué, nena?

Otro beso, esta vez, en su mandíbula. Toda su piel se sintió extraña, como si tuviera escalofríos, aunque comenzara a acalorarse. Era… nuevo, extraño, y no supo ponerle nombre. Más besos. En su pómulo, en su mejilla, su mandíbula, su cuello… y fue allí, donde por un momento creyó que se quedaría sin aire. Una mezcla de cosquillas y algo más, algo que se sentía bien, relajante. Como un sedante, que le hizo aflojar el agarre hasta el momento tenso en los hombros de Shen.

—¿Esto también te molesta? —insistió él.

Se elevó por encima de ella, apenas unos centímetros, y apoyó la frente en la de Tigresa. Su mirada se sentía tan… cálida, que por un momento se olvidó de qué era lo que le estaba preguntando. Se olvidó del por qué le molestaba tanto estar así y de repente, todo en lo que pudo pensar fue en besarlo. ¿Y si lo besaba? ¿Qué pasaría? ¿Se daría cuenta que no sabía hacerlo o lo pasaría por alto? Las preguntas se agolparon en su mente y sus ojos, ansiosos, se posaron en los labios del chico. Quería besarlo. Quería que la besara.

Y por un momento creyó que lo haría.

Sin embargo, antes de que alguno de los dos se moviera, el estruendo de un motor desde la vereda llamó su atención.

Tigresa se enderezó en el sillón por acto reflejo y Shen cayó de culo al suelo, dándose un buen golpe contra la mesita ratonera. No hubo tiempo para disculpas, ni para comentarios acerca de la sorprendente fuerza que acababa de demostrar que poseía. Él se colocó de pie y ella, con el rostro encendido, le arrebató la coleta de un brusco jalón. La puerta se abrió y Tai Lung ingresó a tiempo para ver a su mejor amigo sentado en uno de los sillones individuales y a su hermana, recogiéndose el cabello de pie en la sala.

Peng ingresó corriendo detrás de su hermano mayor y se lanzó a las piernas de Tigresa, chillando algo a lo cual ella no logró poner atención. Las manos le temblaban de los nervios cuando alzó al niño contra sus caderas.

—Y hasta que apareces —masculló, solo porque necesitaba decir algo.

Pelear, gritar, lo que fuera, pero que Tai Lung le hablara. Necesitaba convencer a su histeria de que su hermano no iba a sospechar nada. Sin embargo, él la ignoró. Sacó la cartera del bolcillo trasero del pantalón y del interior de esta, tomó un par de billetes que extendió en dirección a Shen.

—Ten, estúpido. Menudo favorcito el tuyo.

—Amigo, todo tiene un precio.

Tigresa alterno mirada entre ambos, mientras luchaba para mantener a Peng quieto en sus brazos.

—¿Qué favor? —curioseó.

—¿Te crees que este idiota te ha ido a recoger gratis? —Se mofó Tai Lung, dirigiéndose hacia la cocina—. ¡El imbécil le cobra hasta a su propia madre!

La sala quedó llena únicamente de la voz entusiasta de Peng.

Y mientras observaba a Shen guardar el dinero en el bolcillo de su pantalón, Tigresa sintió que algo se revolvía en el estómago. Pero esta vez, supo qué era.

—Vete —masculló.

—Oye, nena…

—Vete o gritaré a Tai Lung.

Pensaba hacerlo.

De repente, sentía tanta bronca, que la tentación de decirle a Tai Lung que Shen se había aprovechado de ella cosquilleó con malicia en su lengua.

La risa del chico llegó a sus oídos, ronca y relajada, como una mofa. Con la misma calma con la cual se presentó delante de Shifu diciendo que llegaba a buscarla, atravesó la sala y se acercó hasta quedar a un par de centímetros de distancia de ella. Demasiado cerca y con demasiada compañía, pero eso no pareció importarle.

—¿Qué le dirás? —Masculló, en un susurro que le acarició los labios—. ¿Qué te calentaste porque te apreté en el sillón?

Tigresa no cacheteó a Shen.

Una cachetada le hubiera sabido a poco.

El puñetazo que le propinó resonó de forma seca en la sala y de inmediato, comenzó a teñirle de un suave rojizo la piel. Shen rio, como si le hubieran contado un chiste, y se llevó una mano a la zona golpeada. Había sorpresa en su gesto, como si no pudiera creer que lo acababa de pasar, como si el hecho de que lo hubieran golpeado fuera algo insólito.

Peng se encogió en los brazos de su hermana, ocultando el rostro de la escena, y Tai Lung llegó corriendo con cara de haber visto un fantasma. La escena por sí sola no le hubiera dado ningún indicio de nada. Solo a su hermana, con el rostro rojo de ira, y a su amigo riendo como poseso mientras se sobaba el lado izquierdo del rostro, pero su expresión se recompuso de inmediato al ver la piel enrojecida en el rostro de Shen. Como si el hecho de que Tigresa golpeara muchachos fuera lo más normal del mundo.

—¿Y a ustedes qué carajos les pasa? —reclamó—. ¿Qué le has dicho para que se enojara?

—Yo no he dicho nada, que tu hermana tenga un genio de mil demonios no es mi culpa.

Y Tigresa no lo desmintió.

Él no dijo nada.

Shen no había dicho nada que no fuera cierto. Con Peng en brazos y llevándose por delante el hombro de Shen, atravesó la sala en dirección a las escaleras. Escuchó que la llamaban, entre risas y bromas, e incluso una falsa amenaza de denunciarla por violencia doméstica. Pero Tigresa los ignoró y no se detuvo hasta llegar a su cuarto. Esa noche, no hubo llamadas.