DISCLAIMER: Ningún personaje me pertenece. Todos y cada uno de ellos son propiedad de Rick Riordan. Yo sólo escribo con ánimo de entretener, sin ningún fin de lucro.

ATENCIÓN: Genderbend en algunos casos. ¡Cruce de mundos! ¡OOC, por el mismo motivo!

SHIPS: Percabeth, Jasiper, Solangelo, Caleo, Frazel, Percico(o Nicercy, en realidad), Jaleo (o Lesmin, en realidad), Ultra!Mega!OOC!Frazel, y muchas otras más que ya verán!


Las puertas de Pars

Tres ancianas tejiendo los calcetines de la muerte

—Seguiré yo.

Atenea asintió e hizo levitar el libro hacia las manos abiertas de la diosa. Hera miró curiosa el título del capítulo y tuvo una sensación amarga en la boca del estómago.

Poseidón se lamentó para sí.

—No llegaré compuesto a la mitad del libro.

—Y eso que apenas comenzamos—le susurró Percy a su homóloga, la cual rió.

Hera se aclaró la garganta, llamando la atención.

—Comenzaré…—leyó el título e intentó contener la mueca que supo iba a hacer—. El capítulo se llama: Tres ancianas tejiendo los calcetines de la muerte.

El dios del mar arrugó la nariz, ya lamentándose por dentro. Percy miró de reojo a su padre, con curiosidad.

—Necesito contención—suspiró Poseidón, sintiendo que realmente no iba a sobrevivir hasta el final del libro sin sufrir un ataque. Teseo soltó una risita leve, algo divertido con la exageración del dios.

—Supongo que para el próximo podrás traer a tu esposa—animó Hestia, con una sonrisa. Poseidón se la devolvió, bajo la atenta mirada de sus hijos.

—¿Anfítrite?—preguntó Orión, indiferente. Teseo se removió incómodo.

Poseidón los volvió a ver y, tranquilizando a sus primogénitos, se rió.

—Descuiden, ella los amará… Y también quiero que conozcan a Tritón—se mantuvo pensativo, con ánimo—. También los amará, es muy risueño.

Percy frunció los labios, evitando ser grosero. Lucía claramente contrariado. Aún recordaba la "amable reacción" de su medio hermano divino cuando su padre lo llevó a su hogar.

Poseidón los miraba, divertido con sus expresiones disgustadas, y eso los confundía. Parecía realmente seguro de lo que decía.

Todos comenzaron a preguntarse por qué.

Hera, viendo el ambiente algo tenso entre la familia del mar, se aclaró la garganta y comenzó a leer, habiendo acaparado la atención de la sala.

Yo estaba acostumbrado a esas ocasionales experiencias extrañas. Pero usualmente terminaban rápido. Esta alucinación veinticuatro horas al día era más de lo que podía manejar. Por el resto del año escolar, todo el campus parecía estar jugando una especie de truco conmigo. Los estudiantes actuaban como si estuvieran total y completamente convencidos de que la Sra. Kerr—una mujer rubia alegre a la que nunca había visto en mi vida, hasta que se subió en el autobús al final de la excursión—había sido nuestra maestra de PRE-Algebra desde Navidad.

—Realmente es impresionante todo lo que puede hacer la niebla—sonrió Jason, divertido—. Aunque a veces es un dolor de cabeza. Los mortales ven cada cosa…—se mordió el lado interno de su mejilla derecha y Thaía rió, divertida. Ella bien sabía de eso.

—Sí—concordó Annabeth, sonriendo—. Pero sin ella mucho estaría en riesgo.

—Y estaríamos realmente en problemas—añadió Connor Stoll, con picardía—. Sólo imagínense lo paranoicos que estarían todos cuando un chihuahua pasase a ser una quimera—miró para nada disimulado hacia el hijo del dios del mar; sus aventuras se contaban mucho.

—No es bonito—renegó Rachel, disgustada—. Yo siempre pude ver a través de la niebla y agradezco no haber enloquecido antes de toparme con Percy.

Artemisa la miró con simpatía.

De vez en cuando yo soltaba una referencia de la Sra. Dods a alguien, solo para hacerlos tropezar, pero ellos se quedaban mirándome como si yo estuviera loco.

Consiguiendo así que yo casi les creyera—que la Sra. Dods nunca había existido.

—"Casi"—remarcaron los Stoll al unísono, enfatizando misteriosamente.

Casi.

—"Casi"—dramatizó Leo, siguiéndoles el juego.

Sus amigos rieron por lo bajo.

Pero Grover no podía engañarme.

Hermes gimió y se sobó una sien, viendo al sátiro como un caso perdido. Para él era un pecado no saber mentir. Abrió la boca para, probablemente, decir alguna tontería con la intención de hacer reír a Apolo pero se contuvo a tiempo.

El dios del sol se veía demasiado incómodo.

Cuando le mencioné el nombre Dods a él, dudó, luego dijo que ella no existía. Pero supe que estaba mintiendo.

—No está en mi naturaleza mentir…—masculló Grover, por lo bajo, pasando satisfactoriamente desprevenido.

Algo estaba sucediendo. Algo había sucedido en el museo.

Heracles y Perseo se vieron dramáticamente, con misterio. Zeus sacudió la cabeza, sonriendo por la simple tontería.

No tuve mucho tiempo para pensar en ello durante el día, pero en las noches, visiones de la Sra. Dods con garras y alas de cuero me despertaban sudando frío.

Los más pequeños hicieron una mueca. No era muy bonito ser atormentados por los recuerdos de los primeros monstruos al comienzo.

El clima extraño continuó, lo que no ayudó con mi humor. Una noche, una tormenta estalló las ventanas de mi dormitorio. Pocos días después el tornado más grande de todos los tiempos aterrizó en el Valle de Hudson, a solo cincuenta millas de la Academia Yancy. Uno de los acontecimientos de la actualidad que estudiamos en Ciencias Sociales fue el número inusual de pequeños aviones que había caído en el Atlántico repentinamente este año.

—Ya, realmente, ¿qué les sucede?—se interrumpió Hera, mirando con el ceño fruncido a los dioses posiblemente implicados en aquellos desastres.

Zeus y Poseidón sólo atinaron a encogerse de hombros. No era como si ellos supieran, de cualquier modo.

Empecé a sentirme irritable y de mal humor la mayoría del tiempo.

—¿Qué, acaso, no somos ya suficientemente castigados?—gimió Teseo, ganándose otro golpe de su hermana. Percy y Orión lo miraron con burla.

Mis calificaciones bajaron de D a F.

Atenea bufó, revirando los ojos. No iba a comentar nada al respecto, aunque le extrañaba ver a su hija, Annabeth, sonriendo por algo como eso.

Me metí en más peleas con Nancy Bobofit y sus amigos.

—Mientras no te pases, dale una lección.

Los dioses al completo voltearon a ver a Artemisa con los ojos abiertos.

Ella arqueó una ceja, chasqueando la lengua—. ¿Qué? Esa niña es odiosa hasta para mí. No es una doncella, ni se comporta como tal. Sólo molesta y agrede por diversión. Es insultante. Ahora—miró fijamente a Percy—, sigue siendo una niña. Por eso digo que no te pases.

—Jamás le levantaría una mano—se apresuró a decir, aunque con calma, el azabache.

La diosa sonrió, complacida. Hera, algo asombrada, continuó leyendo.

Me sacaron del salón en casi cada clase.

—Bien—sonrió Hermes.

La ceja de Atenea crispó.

—¿Eso le enseñas a tus hijos?

El dios la miró, con fingida inocencia.

—Mis hijos son unos angelitos, jamás harían nada malo.

Los aludidos, sintiendo la mirada de la diosa de la sabiduría, se apresuraron a poner sus caritas más lindas. Los otros semidioses sofocaron la risa.

Finalmente, cuando nuestro Profesor de Castellano, el Sr. Nicoll, me preguntó por millonésima vez porque yo era tan perezoso para estudiar para las pruebas de deletreo, estallé. Lo llamé viejo borrachín.

Atenea, intentando con éxito ignorar a su hermano, sonrió ladina, algo divertida. Sus hijos se veían en una situación algo similar.

No estaba ni siquiera seguro de lo que eso significaba, pero sonaba bien.

—Estoy segura que Dionisio puede explicar muy bien qué significa—comentó, aún divertida, la diosa de la sabiduría.

El dios del vino arrugó el entrecejo, mientras los demás se regodeaban de él. Los semidioses sólo veían graciosos el comportamiento de los mayores.

El director le envió a mi mamá una carta la siguiente semana, haciéndolo oficial:

Yo no sería invitado a volver el siguiente año a la Academia Yancy.

—Oh—llamó la atención Persephone. La miraron, y ella sonrió—. Esa es la primera coincidencia.

—¿La primera?—indagó Percy, confundido.

—Hasta ahora, nuestra vida no se ha parecido en nada—aclaró, aún sonriendo, aunque más suavemente—. La primera coincidencia que encuentro: también me echaron por carta de Yancy.

Teseo sonrió, viendo divertido a su hermana, mientras Orión negaba con la cabeza.

Bien, me dije a mí mismo. Perfecto.

"¿Perfecto?", pensó Aquiles, extrañado.

Estaba nostálgico.

—Ow—musitó Hestia, imaginando su carita, un poco más joven, sufriendo la nostalgia por algo tan mínimo.

Percy se ruborizó ante la mirada tierna de la diosa. Sus amigos le enviaron sonrisas burlonas.

Quería estar con mi mamá en nuestro pequeño departamento en el extremo este de la ciudad, incluso si tenía que ir a una escuela pública y soportar a mi obstinado padrastro y sus estúpidos compañeros de póker.

—¿Hum?—se extrañó Thalía—. No sabía que Paul jugaba.

—No lo hace—dijo Percy, apretando los labios con fuerza. Los más cercanos lo miraron, extrañados.

Poseidón arrugó el ceño.

—¿Quién es Paul?

—La pareja de mi mamá—sonrió Percy, algo aliviado de cambiar de tema. Al ver la mirada severa de su padre, decidió tranquilizarlo—. Ella es feliz. Paul es un buen hombre, y ahora más que nunca ella merece tener a alguien así a su lado.

Con ello, la expresión del dios se suavizó.

—¿Has tenido padrastros antes de él?

Percy volvió a sonreír nerviosamente—. Sólo uno. Hace mucho.

—No tanto—murmuró Grover, disgustado al recordar a Gabe Ugliano. Por suerte, no fue escuchado.

Viendo que su padre iba a volver a preguntar, Percy decidió finiquitar.

—Supongo que saldrá en el libro. No me gusta hablar de eso, así que quiero que esperes y lo escuches por ti mismo.

Poseidón cerró la boca, no luciendo muy seguro, pero aún así asintió, dispuesto a escuchar.

Orión, Teseo y Persephone vieron fijamente a Percy, pero él les sonrió, conciliador. Ellos sólo sonrieron de regreso, acomodándose un poco más cerca de él. Cuando sintió la mano de Orión acariciándole la parte posterior de la cabeza, se permitió relajarse.

Y aún así… había cosas que extrañaría de Yancy. La vista de los bosques desde la ventana de mi dormitorio, el río Hudson en la distancia, el olor de los árboles de pino. Extrañaría a Grover, que había sido un buen amigo, incluso siendo un poco extraño. Me preocupaba como sobreviviría el siguiente año sin mí.

—Agradezco la preocupación—sonrió el sátiro, sincero—, aunque iba a seguirte de todas formas. Eras mi misión, pero eres mi amigo.

Percy le sonrió cálidamente. Grover había sido el primero, y le alegraba todavía poder contar con él.

Extrañaría la clase de latín también—el torneo loco del Sr. Bunner y su fe en que yo podía hacer las cosas bien.

—Yo desaparecería—comentó con una sonrisa divertida Quirón—. Y mi fe en ti sigue intacta. No lo dudes.

Poseidón sonrió, complacido, mientras Percy se ruborizaba.

Mientras los exámenes se acercaban, latín era el único para el que estudiaba. No había olvidado que el Sr. Bunner me dijo que este tema era de vida o muerte para mí. No estaba seguro porque, pero había empezado a creerle.

—Bien—animó Perseo, sonriéndole a su tocayo—. Puede llegar a ser un pesado a veces, pero Quirón nos cuida siempre.

El centauro lució desconcertado, mientras los griegos sonreían ampliamente.

La noche antes de mi final, me sentí tan frustrado que lancé la Guía de Cambridge de la Mitología Griega a través de mi dormitorio.

Atenea jadeó, espantada.

—¡El libro no tiene la culpa de tus arrebatos!

Hermes se inclinó hacia el dios rubio, susurrando.

—Tal vez los del chico no, pero los de ella sí.

Apolo sofocó una risa, volviendo a formar una sonrisa de las suyas. Hermes sintió el pecho calentarse de alivio al instante. Odiaba ver serio a Apolo, no era usual y su rostro no quedaba bien así.

El dios de los mensajeros miró a la diosa de la sabiduría, como un caso perdido. "Esta booksexualidad…"

Las palabras habían empezado a saltar fuera de la página.

Agh, es estresante—se quejó Piper, mientras sus hermanas asentían. Miró a su novio con cariño, al ver que Jason le sonreía desde el trono de su padre.

Afrodita sintió su esencia en el aire, alrededor de los dos jóvenes. Se emocionó, internamente. ¡Eran tan lindos…!

No había forma que yo fuera a recordar la diferencia entre Quirón y Caronte, o Polidectes y Polideuces.

Percy suprimió el sarcasmo. Ahora bien lo sabía.

¿Y conjugar esos verbos en latín? Olvídalo.

—Pues te es muy sencillo—observó Will, habiendo presenciado una situación del tema.

Esperó la respuesta pero provino de arriba suyo.

—Tiene descendencia romana—sonrió Apolo, con sus ojos claros brillando intensamente—. Mi legado, específicamente. La señorita también, por lo que veo.

Perseus y Persephone miraron al dios con sorpresa, pero le respondieron a la sonrisa cuando supieron que no había de qué preocuparse.

—Así que… tío P… También te has mesclado conmigo—se burló Apolo.

Poseidón se horrorizó aún más que con Ares, para diversión de los suyos.

—Si Percy es legado de Apolo…—comentó un hijo del dios del sol—. ¿Tendrá buena voz para cantar?

Teseo miró a sus hermanos, evaluativo.

—Luego probaremos.

Ambos homólogos se sacudieron, para nada tranquilos con la mirada que recibían.

Atravesé el cuarto, sintiendo como si hormigas se pasearan dentro de mi camisa.

Los Stoll sonrieron al instante pero no quisieron ser tan obvios. Katie tenía una extraña habilidad para saber cuándo iban a causar problemas.

Recordé la expresión seria del Sr. Brunner, sus ojos con la sabiduría de miles de años.

Aceptaré solo lo mejor de ti, Percy Jackson.

Tomé un respiro profundo. Recogí el libro de mitología.

—Ya iba siendo hora—sonrió Hermes—. Sino iba a recogerlo Atenea.

Apolo tuvo que cubrirse discretamente la cara con una mano. Sus hombros temblaban en una risa silenciosa. Definitivamente esa noche iba a tener pesadillas con libros y diosas aracnofóbicas.

Nunca le había pedido ayuda a un profesor antes. Quizás si hablaba con el Sr.

Bunner, él podría darme algunos consejos. Al menos podría disculparme por la gran F que estaba a punto de sacar en su examen. No quería dejar la academia Yancy, con él pensando que yo no lo había intentado.

—Eres toda una ternura—se enterneció aún más Hestia, para bochorno del semidiós.

Quirón sólo le sonreía con simpatía.

Bajé las escaleras hacia las oficinas de la facultad. La mayoría estaban oscuras y vacías, pero la puerta del Sr. Bunner estaba entreabierta, la luz desde su ventana se extendía por el suelo del pasillo.

Estaba a tres pasos de la manija de la puerta cuando oí voces dentro de la oficina. El Sr. Bunner preguntaba algo. Una voz que era definitivamente la de

Grover decía:

—…preocupado por Percy, señor.

Me congelé.

—Está mal espiar—riñó Démeter, anticipándose a los hechos.

Usualmente no ando espiando, pero te reto a no escuchar si pudieras oír a tu mejor amigo hablándole de ti a un adulto.

—Bueno, cuestión de saber…—sonrió Teseo.

—Para ti todo es cuestión de saber, vieja chismosa—sentenció Orión. Los homólogos rieron.

Teseo abrió la boca con indignación pero toda crítica se calmó cuando el cazador rodeó sus hombros con un brazo y le sacudió el cabello. Bufó, exasperado.

Me acerqué un poco más.

—…solo este verano—estaba diciendo Grover—. Quiero decir, ¡una benévola en la escuela! Ahora que estamos seguros, y ellos también…

Sólo empeoraríamos las cosas presionándolo—dijo el Sr. Brunner—. Necesitamos que el chico madure más.

Los griegos se soltaron a reír, exaltando a los romanos y a los dioses. Para consternación de Percy, Teseo y Heracles se retorcían a carcajadas.

"Genial, hasta Heracles. ¿Qué sigue ahora? ¿Afrodita enamorada de Hefesto?", pensó Percy sarcásticamente.

Los demás continuaron riendo hasta que Hera tuvo que silenciarlos.

Pero él quizás no tenga tiempo. El solsticio de verano es el límite-…

Zeus frunció el ceño, ignorando las risas intentando cesar. Estaba seguro que tenía que ver con el supuesto robo de su rayo maestro.

Tendrá que resolverse sin él, Grover. Déjalo disfrutar su ignorancia mientras todavía puede.

—La ignorancia no siempre es buena—comentó Persephone con pesar, sus ojos entristecidos—. Cuando la verdad llega, puede doler intensamente.

Poseidón la miró desde arriba, con preocupación.

Señor, él la vio…

Su imaginación—insistió el Sr. Brunner—. La niebla de los estudiantes y el personal será suficiente para convencerlo de eso.

Señor, yo… yo no puedo fallar en mi deber otra vez—la voz de Grover estaba ahogada por la emoción—. Usted sabe lo que eso significaría.

Thalía miró al sátiro con advertencia.

—Grover… ¿debo repetirlo de nuevo?

El nombrado bajó la cabeza, avergonzado. Lo sabía, pero aún así era muy difícil borrar la culpa.

Los dioses miraron curiosos el intercambio.

Tú no has fallado, Grover—dijo el Sr. Bunner amablemente—. Debí darme cuenta de lo que era. Ahora solo preocupémonos de mantener a Percy vivo hasta el próximo otoño-…

—¿¡Vivo!?—se escandalizó el dios del mar—. ¿¡Por qué "vivo"!?

Percy rodó los ojos, pero aún así sonrió. Le parecía muy divertida la manera en que su padre expresaba su preocupación por él.

Le halagaba.

El libro de mitología se cayó de mi mano y golpeó el suelo con un ruido sordo.

Oh, no—se horrorizó Hermes—. Piensa rápido.

El Sr. Bunner calló.

Mi corazón martilleaba, recogí el libro y me eché hacia atrás en el pasillo. Una sombra se deslizó a través del cristal iluminado de la puerta de la oficina del Sr. Bunner, la sombra de algo mucho más alto que mi profesor en silla de ruedas, sosteniendo algo que lucía sospechosamente como un arquero.

Abrí la puerta más cercana y me deslicé hacia adentro.

Hermes aprobó la acción, con un gesto de su mirada. No quería interrumpir mucho la lectura, ya que Hera se veía ansiosa por acabar el capítulo.

Unos pocos segundos después oí un golpeteo lento; clop-clop-clop; como bloques huecos de madera, luego un sonido como un animal resoplando justo fuera de mi puerta. Una gran y oscura sombra se detuvo frente al cristal y luego continuó.

—Eso ha sido muy descuidado de tu parte, Quirón—observó Artemisa, sin ser grosera, sólo evaluativa.

Quirón le sonrió, sin sentirse ofendido.

—Sólo estiraba las piernas. El camuflaje no es algo que realmente disfrute.

—Puede arreglarse—comentó Hefesto, como quien no quiere la cosa. Sus hijos al instante levantaron la cabeza, haciendo sonreír al dios herrero—. Si aquí están de acuerdo, podemos idear algo más viable para ti.

Leo sonrió, al igual que sus hermanos, emocionándose por el mensaje oculto. El grupo miró a su padre, esperando lo dijese claramente.

Hefesto miró hacia arriba pero acabó sonriendo muy levemente—. Sí, todos lo crearemos. Más de una cabeza, más de una visión.

Sus hijos sonrieron más ampliamente.

Aquiles silbó, sonriendo al centauro, asombrado.

—Un trabajo de Hefesto y sus hijos. Eres afortunado, Quirón—el héroe miró con cariño mal disimulado al dios de la forja y sus primogénitos. Él le tenía especial estima, debido a su madre Tetis.

Una gota de sudor corrió por mi cuello.

Annabeth sintió cómo se ruborizaba.

En algún lugar del pasillo, el Sr. Bunner habló:

Nada—murmuró él—. Mis nervios no han estado bien desde el solsticio de invierno.

Zeus volvió a inquietarse, sin estar muy seguro cómo sentirse al respecto.

Los míos tampoco—dijo Grover—. Pero hubiera jurado…

Vuelve al dormitorio—le dijo el Sr. Brunner—. Tendrás un largo día de exámenes mañana.

No me lo recuerdes.

Las luces se apagaron en la oficina del Sr. Bunner.

Esperé en la oscuridad por lo que parecieron horas.

—Bien. Sé cuidadoso—acotó Hermes, con calma. Apolo encontró aquello muy divertido.

Finalmente, salí al pasillo y me encaminé hacia mi cuarto. Grover estaba tendido en su cama, estudiando sus notas para el examen de latín como si hubiera estado ahí toda la noche.

Hey—dijo él, con ojos cansados—. ¿Estarás listo para este examen?

No respondí.

Te ves horrible—él frunció el ceño—. ¿Todo bien?

—Qué sincero—musitó con cierta diversión Nico, aunque él no lo creía en absoluto. Percy, horrible… sí, claro…

Sólo….cansado.

Me volteé así él no podría ver mi expresión real, y empecé a alistarme para ir a la cama.

No entendía lo que había oído abajo. Quería creer que lo había imaginado todo.

Pero algo sí estaba claro: Grover y el Sr. Brunner estaban hablando de mí a mis espaldas.

Ellos pensaban que yo estaba en alguna clase de peligro.

—Lo usual—sacudió la mano Annabeth, intercambiando una sonrisa y una mirada con su novio.

La siguiente tarde, cuando salía de mi examen de tres horas de Latín,

Leo se ahogó con su propia saliva y comenzó a toser. Los Stoll mantenían sus ojos abiertos, horrorizados. Teseo se agarró el pecho, como quien sufre un infarto.

Atenea frunció el ceño, mientras los demás parecían divertirse con las tonterías que hacían los semidioses.

en mis ojos nadaban todos los nombres de los griegos y romanos que había escrito más, el Sr. Bunner me llamó.

Por un momento, me preocupó que hubiera averiguado mi espionaje el día anterior, pero ese no parecía ser el problema.

Percy—dijo él—. No te desanimes por dejar Yancy. Es… es lo mejor.

—Oh…—Poseidón hizo una mueca, viéndosela venir.

Su tono era amable, pero las palabras me avergonzaron. Aunque hablaba en voz baja lo otros chicos terminando el examen pudieron oír. Nancy Bobofit me sonrió, haciendo un gesto sarcástico con sus labios.

Artemisa emitió un sonido, semejante a un gruñido.

—Esa niña está colmando mi paciencia.

—Lástima sea de Pars. Yo podría darle unos pequeños regalos—sonrió maniáticamente Afrodita, asustando a Ares y sólo haciendo que Hefesto rodase los ojos, volviendo a su nuevo invento.

Murmuré: —Okey, señor.

Quiero decir…—el Sr. Bunner movió su silla hacia atrás y hacia adelante como si no estuviera seguro de que decir—. Este no es el lugar adecuado para ti. Era solo una cuestión de tiempo.

—Las palabras no son lo tuyo, hermano—observó Zeus, sintiéndose incluso incómodo, como si se lo estuviese diciendo a él.

Quirón pareció sorprendido por ser tuteado con tanta familiaridad, especialmente por Zeus, pero se preocupó más por tener la decencia de lucir avergonzado.

Mis ojos picaron.

Hestia ladeó un poco la cabeza, sonriendo levemente.

Aquí estaba mi profesor favorito, en frente de la clase, diciéndome que no pude manejarlo. Después de decirme todo el año que creía en mí, ahora me decía que estaba destinado a ser expulsado.

—Tendremos que mejorar tu sensibilidad—dijo Hera a Quirón, mientras Hades, a su lado, lucía temeroso de ser involucrado en la idea. El dios del Inframundo pudo suspirar aliviado cuando pasaron de él.

Claro—dije, temblando.

No, no—dijo el Sr. Brunner—. Oh, lo confundí todo. Lo que estoy tratando de decir… no eres normal, Percy. Esto no es nada como ser-…

Dionisio sonrió, encontrando divertido los intentos del centauro por hablar con propiedad ante la situación.

Gracias—espeté—. Muchas gracias por recordármelo señor.

Percy-…

Pero ya yo me había ido.

En él último día de plazo, metí mi ropa en mi maleta.

Los otros chicos, bromeaban alrededor, hablando de sus planes para las vacaciones. Uno de ellos iba a un viaje de excursión a Suiza. Otra iba a cruzar el Caribe por un mes. Ellos eran delincuentes juveniles, como yo, pero eran delincuentes juveniles ricos. Sus padres eran ejecutivos, o embajadores o celebridades. Yo era un don nadie, de una familia de don nadies.

—¿Disculpa?—Afrodita lució ofendida—. No olvides que estoy en tu familia.

—Y yo, especialmente—sonrió arrogantemente Zeus, mientras sus ojos brillaban divertidos.

—Hey, que yo soy su padre—renegó Poseidón, viendo a su hermano menor.

—Y yo su tío—destacó Hades, con importancia.

—¡Yo soy su tía, también!—gritó Démeter, alzando una mano—. ¡No se olviden de los cereales! ¡Los cereales son importantes!

Atenea reviró los ojos, pero igualmente se irguió orgullosa.

—Yo también, que no se te olvide.

—¡Es mi primo favorito!—chilló Hermes, arrancando una risa de Apolo y Artemisa.

—¡No, el mío!—regateó el dios del sol.

—¡El mío!—se unió Ares, viendo emocionado cómo sus hermanos comenzaban a "pelear".

—Eres un hombre, pero me caes bien hasta ahora. No lo arruines—sentenció Artemisa, con una sonrisa leve.

—Me disgustas, de momento, Peter—dijo sin importancia Dionisio. Sus hijos sonrieron.

—A mí me cae bien—comentó Hefesto, sin despegar sus ojos del extraño artefacto que construía.

Hera sonrió, con aires chistosos—. Supongo que puedo decir lo mismo.

—Igual yo—rió Hestia, con una gran fogata detrás suyo, inmensa.

Percy observó, alucinado, a los trece dioses sonreír y reír entre ellos, mientras discutían o halagaban sobre él. Sintió que le pellizcaban el brazo y se quejó.

—Para que veas… que no estás soñando—dijo Persephone, con los ojos brillosos. Entonces las primeras lágrimas cayeron y sus mejillas se sonrosaron, al igual que su nariz. Pero aún así sonreía, genuinamente feliz.

El hijo de Poseidón mantuvo sus ojos en ella y sonrió, en cierta medida comprendiéndola. Sintió movimiento a sus espaldas y luego a Teseo y Orión apretarse contra ellos dos. Miró hacia arriba y encontró los ojos de su padre. Los cuatro se vieron apresados en un abrazo que ceñía un dios de, ahora, dos metros de altura.

Poseidón se sentó en el lugar que le hizo Teseo y se rió, manteniéndolos contra él.

Percy sentía que el corazón se le iba a escapar del pecho. Su homóloga se fregaba los ojos, contra su hombro. Teseo y Orión sonreían genuinamente.

Y se sintió en casa. Salvo que faltaban ciertas personas.

—Quiero hablar, luego. Me gustaría saber qué sucedió en Mors—dijo el dios y sus tres hijos de ese mundo asintieron. Percy escondió un poco su curiosidad; él también quería saber.

Hera, viendo con una sonrisa al igual que los demás hacia ellos, se permitió volver a leer.

Ellos me preguntaron lo que haría este verano y les dije que volvería a la ciudad.

Hestia sonrió, sintiendo su fuego crispar detrás suyo, pensando que, pese a todo, se preocupaban por hablar con él.

Lo que no les dije fue que tendría que obtener un trabajo de verano sacando perros a pasear o vendiendo subscripciones a revistas, y gastando mi tiempo libre preocupándome acerca de a qué escuela iría en otoño.

Oh—dijo uno de los chicos—. Eso es genial.

Ellos volvieron a su conversación como si yo nunca hubiera existido.

La diosa suspiró, algo desilusionada, pero sostenía su opinión.

La única persona a la que temía decir adiós era Grover, pero resultó que no tenía que hacerlo. Él había reservado un billete a Manhattan en el mismo Greyhound que yo, así que ahí estábamos, juntos otra vez, en dirección a la ciudad.

Grover sonrió, pero no dijo nada. Era realmente emocionante ver a su amigo en semejante escena. No esperaba vivir tanto para presenciar algo similar; así de irreal.

Durante todo el viaje de autobús, Grover seguía mirando nerviosamente por el pasillo, observando los otros pasajeros. Se me ocurrió que él siempre actuaba nervioso e inquieto cuando salíamos de Yancy, como si esperara que algo pasara.

Antes, siempre asumí que él estaba preocupado de que se burlaran de él, pero ahora no había nadie para burlarse en el Greyhound.

Finalmente no pude soportarlo más.

Dije: —¿Buscando Benévolas?

Hermes soltó a reír, viendo cómo el sátiro se tornaba rojo escarlata. Apolo sonrió con simpatía.

Grover casi salta de su silla.

¿Qué-qué quieres decir?

Confesé sobre escucharlos a él y al Sr. Brunner la noche antes del examen.

—Oh, no—negó el dios de los ladrones—. Jamás-…

—Se confiesa, lo sabemos—sonrió Apolo—. Otro acto suicida.

Hermes lo miró, contrariado, pero tranquilo al verlo menos tenso.

Los ojos de Grover temblaban.

¿Qué tanto escuchaste?

Oh…, no mucho. ¿Cuál es el plazo del solsticio de verano?

—Oh, no mucho—ironizó Will—. Sólo te faltó preguntarle a la puerta si estaba diseñada de pino o roble.

Nico sonrió, divertido, mientras Thalía le enviaba una mirada venenosa al rubio.

—¡No te metas con los pinos!

Los dioses y los romanos la miraron como si le hubiese crecido una segunda cabeza y ésta estuviese cantando ópera. Sólo los griegos se permitieron sonreír con diversión.

Él hizo una mueca.

Mira, Percy… Estaba preocupado por ti, ¿ves? Quiero decir, alucinaciones de profesores de matemáticas demonios…

Grover-…

Y le estaba diciendo al Sr. Brunner que quizás estabas estresado o algo, porque no había ninguna Sra. Dods, y…

Grover, eres en verdad, en verdad un mal mentiroso.

Sus orejas de volvieron rosa.

—Lo siento, pero no es sencillo—se defendió el sátiro, avergonzado.

Del bolsillo de su franela, sacó una tarjeta de negocios.

Solo toma esto, ¿de acuerdo? En caso de que lo necesites este verano.

La tarjeta tenía una escritura elegante, la cual fue asesinada en mis ojos disléxicos,

—Quien quiera que sea el director del campamento, tiene mi respeto—comentó Dionisio, divertido.

—Pero es difícil para los niños leer esas tarjetas, con su dislexia—se extrañó Démeter.

—Por eso, sería algo divertido de ver—se encogió de hombros el dios.

Los griegos fruncieron el ceño, pero no dijeron nada.

pero finalmente entendí algo como:

Grover Underwood

Guardián

Colina Mestiza

Long Island, New York

(800) 009-0009

¿Que es colina mes…?

¡No lo digas en voz alta!—gritó él—. Esa es mi, ummm… Dirección de verano.

Mi corazón se hundió. Grover tenía una casa de verano. Nunca había considerado que su familia fuera probablemente tan rica como las de los otros en Yancy.

—Qué cosas piensas, Percy—Grover miró divertido a su amigo, mientras éste se ruborizaba.

Está bien—dije con tristeza—. Ya sabes…, suena como una invitación a visitar tu mansión.

Él asintió.

O… o si me necesitas.

¿Por qué te necesitaría?

—¡Percy, cariño, eso ha sido muy brusco!—reprendió, con demasiada amabilidad, la diosa del hogar.

Percy miró avergonzado en su dirección.

—Lo sé, pero no era mi intención—miró al sátiro—. Lo siento, amigo.

Grover sólo negó con la cabeza, sonriendo.

Salió más duro de lo que quise.

Hestia se relajó, confirmando las palabras del muchacho.

Grover se ruborizó hasta su manzana de Adán.

Mira, Percy, la verdad yo… yo más o menos tengo que protegerte.

Me lo quedé observando.

Todo el año, me había metido en peleas, manteniendo a los abusivos lejos de él.

Había perdido el sueño preocupándome que él fuera golpeado el siguiente año sin mí. Y aquí estaba él, el muy caradura, actuando como si él hubiera sido el que me defendiera a mí.

Grove miró entre sorprendido y avergonzado a su amigo.

—Yo… no sabía todo eso.

Percy le sonrió, sin alterarse.

Grover—dije—. ¿De qué exactamente me estás protegiendo?

Hubo un enorme chirrido bajo nuestros pies. Un humo negro viniendo del tablero lleno el autobús con un olor como a huevos podridos. El conductor maldijo estacionando el Greyhound a un lado de la carretera.

Unos minutos después haciendo sonar el compartimiento del motor, el conductor anunció que tendríamos que bajarnos. Grover y yo salimos con todos los demás.

—¿Por qué presiento que algo malo va a suceder?—se preocupó Hazel, afectando silenciosamente a Nico.

Estábamos en una estrecha carretera—un lugar que no notarías a menos que tu transporte se descompusiera allí.

En nuestro lado de la carretera no había nada a parte de árboles de arce y basura de los carros que pasaban. Al otro lado, luego de cuatro carriles de asfalto brillando con el calor de la tarde, estaba un puesto de frutas anticuando.

Lo que vendían lucía realmente bien: cerezas amontonadas en cajas y manzanas, nueces y albaricoques, jugo de cidra en una jarra llena de hielo. No había clientes, solo tres ancianas sentadas en mecedoras en la sombra de un árbol de arce, tejiendo el par de calcetines más grande que jamás había visto.

—Tienes que estar bromeando…—empalideció Poseidón.

Todos en la sala parecían tener reacciones similares.

Quiero decir estos calcetines eran del tamaño de suéteres, pero eran claramente calcetines. La mujer de la derecha tejía uno de ellos. La dama de la izquierda tejía otro. La dama del centro sostenía un enorme cesto de hilos azul eléctrico.

Todas las tres mujeres lucían mayores, con rostros pálidos arrugados como la fruta, cabello gris atado atrás con pañuelos, brazos huesudos que salían de vestidos de algodón blanqueados.

Lo más extraño era, que ella parecían observarme justo a mí.

Zeus se llevó una mano a la frente, viendo fijamente hacia el libro en manos de su mujer. Los dioses restantes se removieron incómodos en sus asientos, observando al dios de los mares, quien había clavado sus ojos en sus hijos, como para asegurarse de que todos estuviesen allí todavía.

Miré a Grover para decir algo de eso y vi que la sangre se le había ido del rostro. Su nariz estaba crispada.

¿Grover?—dije—. Hey, hombre-…

Dime que ellas no te están mirando.

Sí. Raro, ¿no? ¿Crees que esos calcetines me servirán?

—No es, preciosamente, un buen momento para bromear, primo—dijo Hermes, haciendo una mueca.

No es gracioso, Percy. Para nada gracioso.

La anciana del medio sacó una gran par de tijeras—doradas y plateadas, hojas largas como cizallas. Oí a Grover contener el aliento.

Al igual que hicieron muchos en la sala.

Percy apretó los labios, evitando decir nada. Se moría por aclarar aquello pero, tal cual había dicho antes a su padre, prefería que todo se descubriese a su tiempo. No le gustaba recordar varias cosas.

Volveremos al autobús—me dijo—. Vamos.

¿Qué?—dije—. Hace como mil grados ahí dentro.

¡Vamos!—él abrió la puerta y saltó adentro, pero yo me quedé atrás.

Nadie dijo nada, pero eso no ayudó a aliviar el ambiente que se había creado.

Al otro lado de la carretera, las ancianas todavía me observaban. La del medio cortó el hilo y juro que pude escuchar el sonido a cuatro carriles de distancia.

Entonces, algo pareció hacer ¡clic! en la cabeza de Poseidón, mientras continuaba observando que su hijo aún estaba allí.

"¿Quién, en realidad…?"

Las otras dos enrollaron los calcetines azul eléctrico, dejándome preguntándome para quien podrían ser, si Pie Grande o Godzilla.

Los más pequeños soltaron risitas audibles y divertidas, entendiendo a medias lo que sucedía, pero aún así encontrando aquello muy gracioso.

Aquel sútil sonido aliviano el ambiente.

En la parte trasera del autobús, el conductor arrancó una gran cantidad de humo fuera del compartimiento del motor. El bus se estremeció y el motor rugió volviendo a la vida.

Los pasajeros aplaudieron.

"Muy tarde", pensó Hestia, con tristeza.

¡Bien, maldición!—gritó el conductor. Golpeó el autobús con su sombrero—. ¡Todo el mundo a bordo de nuevo!

Una vez que subimos, empecé a sentirme enfermo, como si hubiera atrapado un resfriado.

Grover no lucía mucho mejor. Él estaba temblando y sus dientes castañeaban.

¿Grover?

¿Sí?

¿Qué no me estás diciendo?

—Muchas cosas—murmuró Hades, entendiendo el por qué del estado de su sobrino y el sátiro.

Se secó la frente con la manga de su camisa.

Percy, ¿qué viste allá en el puesto de frutas?

¿Quiéres decir las ancianas? ¿Qué hay de ellas, hombre? Ellas no son como… la Sra. Dods, ¿no?

—Por desgracia, son mucho peor—pensó Nico abiertamente.

Su expresión era difícil de leer, pero tuve la sensación que las mujeres del puesto de frutas eran algo mucho, mucho peor que la Sra. Dods. Él dijo: —Sólo dime lo que viste.

La del medio sacó sus tijeras y cortó el hilo.

Él cerró sus ojos e hizo un gesto con sus dedos que pudo ser señalándose a sí mismo, pero no lo fue. Era algo más, algo casi—anciano.

Él dijo: —Tú la viste cortar la cuerda.

Sí. ¿Y?—pero en el momento en que lo dije, supe que había un gran problema.

Esto no está pasando—murmuró Grover. Él empezó a morder su pulgar—. No quiero que esto sea como la última vez.

¿Qué última vez?

Siempre sexto grado. Nunca pasan el sexto.

—Mal momento para ponerte paranoico, Grover—chasqueó la lengua Thalía, aún desconcertada por lo que había escuchado.

Grover—dije, porque él en verdad estaba empezando a asustarme—. ¿De qué estás hablando?

Déjame acompañarte a casa de la estación de autobuses. Promételo.

Esto parecía como una extraña petición, pero se lo prometí.

—Ya veremos cómo—musitó el sátiro, disgustado, recordando cómo lo dejó apenas lo perdió de vista.

¿Es esto como una superstición o algo?—pregunté.

No respondió.

Grover… ese retazo de hilo. ¿Significa que alguien va a morir?

—A pesar de todo, pareces comprender algunas cosas bastante bien—observó Atenea, impasible.

Percy no sabía cómo contestar a aquello.

Él me miró con tristeza, como si ya estuviera escogiendo la clase de flores que me gustarían más en mi ataúd.

Poseidón miró en dirección al sátiro, con ojos aterradores.

—Sé que tenías buenas intenciones, pero lo has asustado.

Grover tiritó en el lugar, tornándose ligeramente blanco.

—Lo lamento, fue mi error, señor.

—Papá…—llamó Percy, sin afectarse por la mirada del dios.

Éste bufó, pero dejó de ver a Grover y abrazó más contra sí a sus hijos. Zeus escondió una sonrisa; su hermano mayor era como una osa madre con sus primogénitos.

—Bueno, ha acabado—informó Hera, mirando luego a todos—. ¿Algún voluntario?

—¡Aquí!—sonrió Démeter, extendiendo sus manos para recibir el libro—. Veamos, veamos…

—Aguarda un momento—solicitó Poseidón, soltando a sus hijos y poniéndose de pie. Rápidamente volvió a adquirir el tamaño de los demás dioses—. Buscaré a Anfítrite y a Tritón. No tardo.

El dios abandonó la sala, dejando atrás a unos tensos y desconcertados hijos.

—Así que…—comenzó Teseo, muy incómodo, hablando sobre el silencio que se había creado—. Malas primeras experiencias de semidiós, ¿eh?

Percy sólo sonrió nerviosamente.


¡Actualicé tan pronto como pude! Me he comprado una computadora de escritorio nueva, porque la anterior continuaba funcionando por obra y gracia de la bendición del Olimpo, y aún me estoy acostumbrando al teclado.

He visto en algunos reviews (¡Gracias por comentar!) que les gustaría ver a Poseidón y Sally, juntos. Me lo he pensado, realmente. Y se los voy a dar… pero tal vez no de la forma que esperen. ¡Tendrán que esperar unos capítulos más para descubrirlo!

Lamento la demora, espero poder establecer un patrón de actualización más equilibrada pronto.

RebDell'O.-