Hoy les traigo más capítulos... Disfruten

Vengo con ustedes para darles la última publicación de la historia.

Son tres capítulos llenos de drama. XDDDD

En los próximos meses no creo tener tiempo para publicar, así que lo publico todo desde ahora.

Espero lo disfruten como lo disfruté yo.


Perdonen las faltas de Ortografía...


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Capítulo 8

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–Hinata… –Naruto se quitó el abrigo, tirándolo sobre una silla antes de volverse para cerrar la puerta.

Aunque ella sentía como si tuviera una piedra en la garganta, hizo un esfuerzo por respirar con normalidad.

–¿Cómo has podido traerla aquí? –le espetó, incrédula.

–No podía dejarla en el hotel.

–¿Por qué no? –insistió ella, que no estaba de humor para ser razonable.

–Sarada no para de llorar y estaba molestando a todo el mundo. Los demás clientes se quejaron… –Naruto apretó los labios–. La niñera es nueva y no tiene experiencia. No podía dejarla sola con Sarada en Londres, con un montón de paparazzi esperando la oportunidad de hacer una fotografía.

–Ah, qué responsable eres de repente… como si fueras un padre de verdad –replicó Hinata. Se odiaba a sí misma por hacerlo, pero no había podido evitar la pulla.

–Hago lo que puedo –dijo él–. Tengo que hacerlo porque no hay nadie más.

El mundo de Naruto en aquel momento era un mundo hostil en el que su pecado lo perseguía a todas horas. Se daba cuenta de que no se había portado como debía cuando Hinata se quedó embarazada. Su inmadurez, y su difícil infancia, habían impedido que aceptase la paternidad con entusiasmo… y eso había tenido resultados devastadores.

Había mantenido las distancias por orgullo y una vez había ocurrido lo peor, ya era demasiado tarde para dar marcha atrás en el tiempo y cambiarlo todo.

Incluso con la puerta cerrada, Hinata podía escuchar el llanto de la niña. Aunque la niñera debía de haberla llevado al piso de arriba, seguía oyéndolo y le rompía el corazón. ¿O lo estaba imaginando?, se preguntó. ¿Sería como la pesadilla que tenía sobre su hijo?

Le gustaría correr y seguir corriendo sin parar, pero algo dentro de ella le impedía dejarse llevar por ese deseo. Tenía que luchar contra cualquier tentación de mostrar debilidad. No pensaba irse de Roxburn Manor, pasara lo que pasara.

–Ni siquiera sabía que fueras a venir y menos con la niña –le espetó–. De haberlo sabido, no me habría marchado de Londres.

–Lo siento, mi objetivo era ayudarte…

–¿Cómo vas a ayudarme? ¡Tú eres mi problema! –exclamó ella, los rizos saltando alrededor de su cara–. ¡No tendría que huir de la prensa y de sus horribles preguntas si no fuera por ti y por tu comportamiento!

Naruto irguió los hombros, en silencio. Le gustaría marcharse de allí, subir al helicóptero y volver a su oficina, donde sus esfuerzos invariablemente daban resultado. Era genial ganando dinero. Lo sabía y sabía que muchas mujeres pensaban que ésa era una cualidad extraordinaria.

Por primera vez, deseó que los diamantes fuesen una moneda de cambio interesante para Hinata. Pero cuando se marchó de Francia ella había dejado atrás una caja fuerte llena de ellos y eso le dejó claro lo poco que le importaban. Hinata esperaba de él cosas intangibles, cosas importantes, pero Naruto no estaba seguro de poder dárselas. Y, desgraciadamente, no tenía palabras para explicarlo.

El silencio fue interrumpido por la entrada del ama de llaves invitándolos a seguirla al comedor, donde estaba servida la cena. Hinata estuvo a punto de decir que ella cenaría en su habitación, pero no quería parecer una caprichosa cuando no sabía si el ama de llaves tenía ayuda en la casa.

–¿Por qué me has traído aquí? –le preguntó cuando se quedaron solos en el comedor–. Si crees que he aceptado la situación…

–No, no lo creo. Pero no quería que tuvieras que lidiar con los paparazzi cuando era culpa mía que te hubieras convertido en un objetivo, y pensé que aquí estarías tranquila.

La sopa que sirvió una joven con delantal blanco era de zanahoria y cilantro y estaba riquísima. Hinata se preguntó si podría calentar ese sitio tan frío dentro de ella, pero para eso haría falta un lanzallamas.

–¿Cuándo compraste esta casa?

–No la he comprado –respondió él–. Roxburn Manor pertenece a mis padres. Hace diez años, mi madre decidió que quería una casa en el campo en Inglaterra, pero un verano lluvioso se cargó ese sueño. No recuerdo cuándo fue la última vez que estuvieron aquí.

Hinata estudió las paredes, pintadas de un azul frío, y los ornamentados muebles, y pensó que debería haber reconocido el elaborado gusto de Kushina Namikaze. Pero no le dijo que conservar un sitio al que nadie iba nunca era tirar el dinero. No había olvidado cuánto había trabajado Naruto para sacar a flote la naviera Namikaze mientras sus padres seguían gastando dinero a manos llenas.

Nacidos en el seno de familias adineradas, Minato y Kushina Namikaze eran dos de las personas más egoístas que había conocido nunca y, sin embargo, Naruto nunca criticaba su extravagante estilo de vida. Considerando cómo lo habían tratado desde la infancia, Hinata veía eso como una lealtad filial extraordinaria.

Sí, Naruto tenía muchas cualidades, tuvo que reconocer. Era un hijo estupendo para unos padres que no lo merecían, un gran trabajador y un buen compañero dentro y fuera de la cama…

Pero eso le hizo recordar lo único que no podía perdonarle: la hija de Sakura.

Su vida se había puesto patas arriba y no había nada que pudiese hacer, aparte de dejar a Naruto de nuevo.

Asustada por esa posibilidad, Hinata dio un respingo cuando empezó a sonar su móvil.

–Déjalo –dijo Naruto, impaciente.

Por supuesto, ella no le hizo caso. Salió al pasillo con el teléfono en la mano y, al ver en la pantalla el número de Kiba, hizo una mueca.

–¿Dónde estas? –le preguntó él–. ¡Llevo veinte minutos esperando!

Hinata se mordió los labios. El primer viernes de cada mes, Kiba y ella quedaban para cenar y discutir cosas del negocio. Se había perdido esa cena el mes anterior porque estaba en Marruecos y en aquella ocasión lo había olvidado por completo.

–Lo siento mucho, Kiba. Se me había olvidado.

–He visto la noticia en ese periódico basura –dijo Kiba–. Imagino que la reconciliación con tu marido está a punto de hundirse con todas esas revelaciones.

–No seas cruel.

–Mira, Hinata, no sé qué esperas de mí.

–¿No puedes ser mi amigo? –le preguntó ella.

–Me lo estás poniendo muy difícil. Y darle plantón a lady Margaret esta tarde no ha sido muy sensato tampoco. Me ha llamado por teléfono para quejarse. No quiere que una empleada la llame para decir que no tienes tiempo de atenderla.

Hinata frunció el ceño.

–Le había asegurado que yo misma llevaría el proyecto, pero la reunión de hoy sólo era una discusión preliminar para hablar de sus preferencias.

–¿Dónde estás?

Mirando de soslayo hacia la puerta del comedor, Hinata le explicó la situación.

–Iré a buscarte mañana a mediodía –anunció Kiba. Y cortó la comunicación antes de que ella pudiera protestar.

Hinata volvió al comedor, pensativa.

–¿Cuál es tu relación con Inuzuka? –le preguntó Naruto, sin preámbulos.

Pero justo en ese momento, la joven del delantal apareció para recoger los platos y ella guardó silencio.

–Mi relación con Kiba es asunto mío –respondió cuando se quedaron solos.

–¡No me digas eso!

–¡Y tú no me empujes hasta el punto de tener que reconsiderar nuestro matrimonio!

–No soy tonto –Naruto tiró la servilleta sobre la mesa–. Perdona, tengo que hacer un par de llamadas.

Los ojos de Hinata se llenaron de lágrimas y tuvo que parpadear varias veces para controlarlas mientras intentaba seguir comiendo, recordando las muchas veces que había cenado sola en el sur de Francia cuando su matrimonio empezó a resquebrajarse.

Mientras ella estaba rota por el dolor, Naruto se había enterrado en el trabajo hasta el punto de hacer que se sintiera sola y abandonada…

Aunque tal vez ella misma lo había empujado a la oficina, recordándole a todas horas que no sabía si debía seguir con él.

Entonces recordó el chantaje de su padre y estuvo a punto de echarse a reír.

La historia se repetía con el nacimiento de una hija ilegítima. Una vez, ella había sido esa niña, pero al menos había nacido antes de que su padre, Hiashi, se hubiera casado con su mujer, la madre de Hanabi. En aquel momento entendía lo que era estar al otro lado. Estaba resentida contra una niña que no había pedido nacer, y darse cuenta de eso hizo que se sintiera más desconcertada que nunca.

Seguramente sería más fácil marcharse que quedarse e intentar que su matrimonio funcionara en tales circunstancias. Pero el camino más fácil no era necesariamente el mejor.

La señora Jones la acompañó a su habitación, con expresión alegre porque la casa estaba ocupada por fin, aunque fuese temporalmente.

Hinata intentaba no escuchar el llanto de Sarada en el piso de arriba. Tenía que pasar algo raro para que un bebé llorase a todas horas… pero de inmediato decidió no pensar en ello.

Había un montón de bolsas sobre la cama de la elegante habitación de invitados y dentro encontró un camisón, una falda, un jersey y ropa interior de su talla. Eso era lo bueno de tener un marido mujeriego, que tenía buen ojo para las tallas y sabía qué tipo de ropa le quedaba bien a cada mujer.

¿Pero era Naruto un mujeriego? Debía admitir que no había tenido razones para dudar de su fidelidad mientras vivían como marido y mujer.

Y había sido ella quien había roto su matrimonio. Hinata se daba cuenta de que el dolor había teñido todo lo que sentía entonces, afianzando su convicción de que Naruto sólo se había casado con ella porque estaba embarazada. La muerte de su hijo la había convencido de que no había ninguna razón para que siguieran juntos, y las constantes ausencias de Naruto eran su manera de decírselo.

Pero ahora, sabiendo que se había dado a la bebida mientras estaban separados, algo que él mismo había admitido, pensó que tal vez había supuesto demasiado.

Después de darse una ducha, Hinata se puso el camisón para irse a la cama… pero Sarada seguía llorando en el piso de arriba y, finalmente, cuando no pudo soportarlo más, salió de la habitación y fue a buscar a Naruto.

Estaba en el estudio, trabajando sobre un grandioso escritorio de caoba que era mucho más el estilo de su padre que el suyo propio. Cuando la vio entrar, de inmediato apartó la mirada del ordenador.

–¿A qué debo este honor? –le preguntó, disfrutando al verla con el camisón que él le había regalado. La costosa seda de color turquesa se pegaba a su cuerpo, marcando la curva de sus pechos y los duros pezones…

Naruto se excitó con dolorosa inmediatez. El escote del camisón mostraba sólo unos centímetros de piel, pero esa piel aterciopelada le pareció lo más erótico que había visto nunca.

–Seguramente pensarás que no es asunto mío, pero cuando un bebé llora tanto como Sarada… –Hinata pronunció el nombre de la niña en voz alta por primera vez y su voz se rompió ligeramente– alguien debería llevarla al pediatra.

Él se levantó del sillón, estirando su metro ochenta y cinco.

–La llevé al pediatra en Londres. Aparentemente, sufre de un eccema infantil que se lo hace pasar muy mal, pero le ha puesto un tratamiento.

Hinata experimentó la primera ola de compasión por la hija de Sakura.

–Espero que funcione –le dijo, intentando que aquello pareciese una conversación trivial–. ¿Cómo puede soportarlo la niñera?

–Sólo está con nosotros de manera temporal, será reemplazada por otra más experta mañana. No es lo ideal, pero es lo único que he podido hacer a toda prisa.

Ella dejó escapar un suspiro. –Hablamos como si fuéramos dos extraños –empezó a decir, casi sin darse cuenta.

Sin previo aviso, Naruto la tomó por la cintura para apretarla contra su pecho e inclinó la cabeza para besarla con un estudiado erotismo al que Hinata no hubiera podido resistirse dos días antes.

Pero había algo helado donde antes había estado su corazón y se quedó inmóvil, negándose a sentir nada.

–No –murmuró, apartándose.

–Estás aquí, conmigo –dijo él, con voz ronca–. ¿Por qué no?

–Tú sabes muy bien por qué no.

–¿Por qué quieres castigarme por algo que ocurrió hace más de un año, cuando vivíamos separados? –insistió Naruto. Hinata sintió que le ardían las mejillas. No podía creer que tuviese valor para preguntar eso.

–No estoy intentando castigarte.

–Me apartas de ti otra vez y no pienso aceptarlo –dijo él, mirándola como si fuera un rompecabezas que no pudiera resolver.

–Puede que no tengas más remedio que aceptarlo.

–Esta vez, tú no vas a tomar la decisión por mí –replicó Naruto, su acento griego más pronunciado que de costumbre–. Sigues siendo mi mujer…

Hinata cruzó los brazos.

–Sobre el papel…

–Ayer, éramos marido y mujer en la cama, no sobre el papel –le recordó él–. Fuiste tú quien decidió volver conmigo. Tú decidiste darle a nuestro matrimonio otra oportunidad.

El recordatorio hizo que Hinata descruzase los brazos en un gesto defensivo.

–No es tan sencillo.

–Es así de sencillo –afirmó Naruto.

Resentida por esa seguridad que la sacaba de quicio, Hinata dijo sin pensar: –No, en realidad es muy complicado. ¡De no ser por la presión de Hiashi, no habría vuelto contigo!

Él frunció el ceño, sorprendido.

–¿De qué estás hablando? ¿Qué tiene que ver tu padre?

Hinata lamentó de inmediato haberlo dicho, porque no habría querido contarle la verdad.

–Déjalo, no importa.

–Hinata…

Ella respiró profundamente, sabiendo que se había acorralado. No iba a tener más remedio que contarle toda la historia.

–Mi madre hizo algo que no debería haber hecho… se metió en un lío y mi padre tuvo que ayudarla. Yo no podía hacerlo porque todo mi dinero está invertido en el negocio.

–¿Y por qué no me pediste ayuda a mí? Es tu madre, lo habría entendido.

–Porque, al final, no sabía a quién elegir. Ni Hiashi ni tú sois de los que dan algo a cambio de nada… –Hinata sacudió la cabeza–. Mi padre piensa que estar casada es bueno para mí y aceptó darme el dinero para solucionar el problema de mi madre a cambio de que volviese contigo. Como él quería algo a cambio de su generosidad, pensé que tú harías lo mismo.

Mientras hablaba, Naruto se había puesto pálido.

–Yo no te habría chantajeado para que volvieras conmigo.

–A ti te gusta salirte siempre con la tuya y no sabía si…

–En este caso, puedes estar absolutamente segura –la interrumpió él, con los ojos brillantes–. ¡Yo no querría a ninguna mujer en esos términos! No tengo que chantajear a nadie.

–¿Ah, no?

–Yo te habría dado el dinero sin pedir nada a cambio –dijo Naruto–. Hinamory no sabe cuidar de sí misma y no ha sabido hacerlo nunca. Yo sabía eso cuando me casé contigo e imaginé que tarde o temprano necesitarías mi ayuda…

–No necesito tu ayuda –insistió Hinata.

–¿Ésa es la única razón por la que volviste conmigo? ¿Porque tu padre lo puso como condición para darte el dinero?

–Hiashi creía que si me divorciaba de ti acabaría como mi madre. Es un hombre muy anticuado… su mujer no trabaja, su hija tampoco. No entiende que las mujeres pueden cuidar de sí mismas y creía que necesitaba un salvador.

Naruto apretó los puños mientras farfullaba una palabrota en griego. Su suegro había negociado con su mujer para que volviera a su lado… y eso le enfurecía de tal modo que tuvo que hacer un esfuerzo para no golpear la pared con el puño.

–¿Y cuál fue el precio que te devolvió a mi cama? –le preguntó, volviéndose para mirarla con los ojos oscurecidos.

Hinata se lo dijo, con la esperanza de zanjar el tema.

–No te ofendas, pero te he conseguido muy barata. Me sorprende que no le pidieras esa ridícula cantidad a Kiba Inosuka. Seguro que le habría encantado acudir al rescate como un caballero andante.

–Yo no involucro a Kiba en mis problemas familiares. Mi madre había cometido un fraude… podría haber ido a la cárcel, y contárselo a Kiba no me parecía apropiado.

–Así que, de nuevo, le debemos nuestro matrimonio a los manejos de tu padre –Naruto soltó una carcajada llena de amargura–. A Hiashi se le dan bien las intrigas y a ti también, moli mou. Ni siquiera se me ocurrió pensar que tuvieras otra motivación cuando volviste conmigo. No suelo ser ingenuo, pero está claro que tienes un precio, como todas las mujeres que conozco.

–También tú tenías un precio.

–¿A qué te refieres?

–Te casaste conmigo para salvar la empresa de tu familia, yo he vuelto contigo para salvar a mi madre.

Vio que Naruto palidecía, pero no iba a permitir que la insultara. En realidad, la propuesta de su padre le había dado una excusa para hacer lo que, en el fondo, ella había querido hacer. Quería volver con Naruto pero era demasiado orgullosa como para admitirlo. Y no pensaba decírselo en aquel momento.

Retándolo con la mirada, Hinata se dio la vuelta para ir a su habitación.

A solas de nuevo, Naruto intentó contener su indignación sirviéndose un whisky. Tenía que concentrarse en cosas prácticas, se dijo. Naturalmente, tendría que devolverle a Hiashi el dinero que le había dado para salvar a Hinamory…

Naruto había supuesto siempre que Hinata había tenido una infancia difícil, con un padre que no quiso hacerse cargo de ella y una madre irresponsable. Y, sin embargo, nunca hablaba mal de ninguno de los dos.

De hecho, cuando se trataba de gente a la que quería, Hinata era una persona increíblemente generosa.

Una vez había dado por sentado que su mujer lo amaba, que él era una de esas personas a las que quería, pero esa convicción había desaparecido tras la muerte de su hijo. Se había dado cuenta de que no había sitio para él en su círculo más íntimo, pero también de que no deseaba estar con una mujer que no quería estar con él por voluntad propia.

Después de la segunda copa, Naruto se preguntó si estaba siendo absolutamente sincero consigo mismo. Después de todo, los hombres habían luchado y matado por mujeres que no correspondían a su amor durante siglos.

Pero ni siquiera la Historia podía exigir que dejase que su mujer tuviera un amante en casa.

Kiba Inosuka estaba aprovechándose de la situación, sin duda planeando atacar cuando Hinata estuviera más débil. Inuzuka era un hombre de tácticas y, por supuesto, atacaría mientras estaban luchando para que su matrimonio no se rompiera.

Resultaba difícil creer que esa pobre niña en el piso de arriba fuera la causa de tantos problemas.

Su hija, pensó Naruto entonces, amenazaba con costarle su matrimonio, pero eso no lo liberaba de su responsabilidad hacia ella. En cualquier caso, le recordó una vocecita cínica, la reconciliación en la que tanta fe había tenido no parecía a punto de llegar a buen puerto. ¿Y quién podía saber cuánto habría durado en otras circunstancias?

Irguió los hombros, aceptando la amarga verdad: Hinata había sido manipulada por su padre para que le diera una segunda oportunidad al matrimonio.

Y seguramente había compartido cama con él en Marruecos porque el sexo era parte de la reconciliación…

Su mujer ya no sentía nada por él.

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Capítulo 9

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Hinata despertó después de otra pesadilla, con un sollozo que la ahogaba.

En la oscuridad de la extraña habitación, tardó casi un minuto en encontrar el interruptor de la lámpara, y después de encenderla respiró profundamente, intentando calmarse.

Nerviosa, decidió hacerse una taza de tila. No pensaba dejar que esas pesadillas volvieran a controlar su vida.

Saltando de la cama, se puso una bata y salió de la habitación.

La luz del piso de arriba estaba encendida y Hinata se quedó inmóvil un momento, aguzando el oído. Tristemente, Sarada seguía llorando, aunque el sonido sonaba más lejano que antes. Oía también la voz de un adulto intentando calmarla…

Sin pensar, se dio la vuelta para subir la escalera. Tal y como estaba comportándose, cualquiera pensaría que tenía miedo a la hija de Sakura.

Sólo quería ver qué le pasaba y comprobar que la pobre niñera era capaz de lidiar con la situación. Además, si veía la cara de la niña tal vez dejaría de tener esa pesadilla.

Pero cuando llegó al piso de arriba, se dio cuenta de que la voz que había escuchado era la de un hombre. Naruto estaba de espaldas a la puerta, con Sarada sobre el hombro. Iba descalzo, con un pantalón vaquero gastado y una camisa de lino, paseando de un lado a otro mientras intentaba que la niña dejase de llorar.

–Todo irá mejor –estaba diciendo, mientras ponía una mano sobre la espalda de Sarada con gesto más bien torpe–. Se me dan bien muchas cosas, te lo aseguro. Puede que ahora mismo no lo creas, pero aprendo rápidamente. Si me propongo ser padre, seguro que lo haré bien.

Agradablemente sorprendida por esa decisión, Hinata estudió la carita bajo los rizos oscuros. No veía ningún parecido con Sakura o con Naruto en sus facciones. Tal vez porque tenía la carita arrugada y roja de tanto llorar.

–Yo sé lo que es importante en la vida –seguía diciendo Naruto–. Si tienes algún problema, yo siempre estaré ahí para ayudarte y, aunque estés equivocada, te apoyaré. No esperaré que seas perfecta, te lo prometo. No te compararé con nadie. Puedes ser quien eres, yo nunca te criticaré.

Emocionada por lo que estaba escuchando, Hinata dio un paso atrás. No quería que Naruto supiera que había estado escuchando porque sabía que eso le avergonzaría.

Todo lo que estaba dispuesto a ofrecerle a la niña destacaba los fallos en su relación con sus padres. Naruto había sido juzgado continuamente como un segundón en comparación con su hermano Menma, que había muerto antes de que Naruto y ella se conocieran.

Sus padres nunca habían aprobado lo que Naruto hacía, incluyendo su decisión de casarse con ella cuando se quedó embarazada. Y le emocionaba que estuviera dispuesto a ofrecerle a su hija más cariño del que él había recibido nunca.

Después de llegar a unas conclusiones que la hacían sentir incómoda, Hinata ya no estaba de humor para hacerse una taza de tila y decidió volver a la cama.

La hija de Sakura era una niña inocente, en absoluto responsable por el comportamiento de sus padres. Sarada era una personita inofensiva, una niña infeliz que ya había sufrido demasiados cambios en su corta existencia. No debería estar resentida con ella y, sin embargo, lágrimas de resentimiento rodaban por su rostro. Hinata no podía evitar pensar que si su hijo hubiera sobrevivido, Naruto también habría sido un fantástico padre para él.

Si podía prometer que haría todo lo posible para que su hija fuera feliz en medio de tanto conflicto, le habría ofrecido lo mismo a su hijo.

Hinata se hizo entonces la pregunta que no había querido hacerse hasta ese momento: ¿qué pasaría si descubriera que había vuelto a quedarse embarazada?

No habían usado preservativo en Marruecos. El retraso que tenía en ese momento podía ser debido a los viajes y a los cambios en su vida. Pero, por otro lado, también podía ser la primera señal de que había concebido un hijo por segunda vez.

En principio, su corazón saltaba de alegría ante esa posibilidad, pero pensar que ocurriera cuando su matrimonio con Naruto había vuelto a romperse…

Si era así, no podría darle a su hijo el hogar unido y feliz que había querido darle. Tras la revelación de la existencia de Sarada, sus vidas habían cambiado radicalmente.

A la mañana siguiente, cuando Naruto se había ido a su oficina de Londres, Hinata recibió un mensaje de su hermanastra, Hanabi, con la que quedó para comer a la semana siguiente.

Kiba Inosuka, su socio, apareció a mediodía en Roxburn Manor conduciendo un elegante Aston Martin y sugirió que comiesen juntos en un restaurante cercano.

–Para ser alguien que ha pasado un par de días tan malos tienes un aspecto estupendo –comentó.

–Gracias –dijo Hinata, sin contarle que Naruto era responsable de la falda azul turquesa con jersey a juego. Su marido tenía muy buen gusto y era más atrevido con los colores de lo que lo era ella–. Soy una chica muy dura.

Mientras hablaban de los clientes durante el almuerzo, Kiba no le hizo la pregunta que había temido y Hinata se relajó. Siempre había disfrutado de la compañía de su socio y en los últimos meses se había preguntado a menudo si su relación con él hubiera sido diferente de haberlo conocido antes que a Naruto.

Alto, moreno y con unos preciosos ojos café, Kiba Inosuka era un hombre muy atractivo y tenía su propia compañía de software, pero sencillamente no lo registraba en su radar femenino cuando Naruto estaba cerca.

¿Era ella una de esas mujeres que preferían a los chicos malos? Naruto siempre había sido un reto, de una manera o de otra. Aunque se había casado con ella, jamás había dicho que la amaba. Y, sin embargo, Hinata se había enamorado como una loca y había sufrido por ello.

Por primera vez, intentó mirar el otro lado de la ecuación. ¿Su convencimiento de que Naruto nunca le diría palabras de amor habría aumentado el desencanto y la desconfianza por su parte?

Tal vez sus iniciales reticencias a convertirse en padre habían seguido pesando para Hinata. No la amaba y, por lo tanto, había sido fácil creer lo peor de él y pensar que no podía sufrir por la muerte de su hijo como sufría ella. El dolor los había separado porque no lo habían compartido.

Y, de repente, se dio cuenta de que Sarada podía afectarlos de la misma forma. Si no compartían las consecuencias de la llegada de la niña a sus vidas, ¿cómo iba a sobrevivir la relación?

Millones de personas aceptaban a los hijos de sus parejas y los criaban como si fueran suyos. Pero tales relaciones podían ser más difíciles y dadas al fracaso… y entendía por qué.

Después de todo, ella había esperado ser la madre del primer hijo de Naruto. Además, siempre había estado celosa de Sakura Haruno. Sakura estaba muerta, pero Sarada era la prueba de que había mantenido una relación con su marido.

«Olvídalo», le decía una vocecita. ¿No había roto ella su matrimonio? Ella misma había abierto la puerta para Sakura y Sarada. Tenía que centrarse en la realidad y la realidad era que Sarada existía. ¿Estaba dispuesta a ofrecerle su cariño a la niña?

Posiblemente por primera vez, reconoció que no podría tener a su marido sin aquella niña. De ningún modo esperaba que la abandonase, y aquello no era una competición. Además, jamás le pediría que se mostrase distante como Hiashi se había mostrado con ella. Su padre se había casado con una mujer muy posesiva, Ariadne, que se sentía amenazada por la existencia de una hija ilegítima… pero Hinata no iba a ser como Ariadne porque la víctima de eso había sido ella misma.

Y, en ese momento, decidió ser más madura y justa en su relación con la hija de Naruto.

–Estás muy callada –comentó Kiba mientras volvían a Roxburn Manor.

–Tengo muchas cosas en qué pensar –dijo ella.

–No deberías enfadarte contigo misma por algo que no es culpa tuya. Necesitas empezar de nuevo.

Hinata levantó una ceja.

–¿Empezar de nuevo?

–Deja a Naruto –le aconsejó Kiba–. Ahora mismo. Tu matrimonio es un desastre y es imposible solucionarlo.

Incómoda con la conversación, Hinata bajó del coche a toda prisa, pero Kiba la siguió para tomarla del brazo.

–Espera…

–No quiero hablar de eso.

–Tú mereces algo mejor. Estabas a punto de firmar el divorcio cuando volviste con él.

Un ruido en la entrada hizo que Hinata volviese la cabeza y se quedó asombrada al ver a Naruto dirigiéndose hacia ellos. Intentó soltar su mano, pero Kiba no se lo permitió.

–No tienes que disculparte y no hay ninguna razón para esconder nuestra relación…

–¡Aparta tus manos de mi mujer! –exclamó Naruto.

–Estáis prácticamente divorciados. Ya no es tu mujer.

–¡Yo no soy de nadie! –exclamó Hinata, esperando poner una nota de sentido común en aquella ridícula escena–. Soy dueña de mi propia persona.

–Márchate, Hinata –le advirtió Naruto, con los dientes apretados.

–No voy a irme a ningún sitio –replicó ella–. Nos vemos la semana que viene, Kiba.

–Vuelve a Londres conmigo –la animó su socio–. No puedes querer quedarte aquí…

Naruto se interpuso entre los dos.

–Hinata se queda conmigo.

Al ver a los dos hombres mirándose como enemigos, Hinata sintió ganas de ponerse a gritar. Pero Naruto era un hombre muy fuerte…

–Será mejor que te vayas a casa, Kiba.

–¿Por qué? ¿Tampoco puedes recibir visitas? ¿Qué es, tu carcelero? –exclamó él, indignado.

–Puedes venir a visitarme cuando quieras –dijo ella, volviéndose para entrar en la casa, frustrada con los dos.

Si ella era la fuente del problema, lo mejor sería quitarse de en medio para que las cosas se calmaran, razonó. Pero cuando miró por la ventana del vestíbulo y vio que Kiba lanzaba el puño hacia la cara de Naruto se quedó helada porque había pensado que, de los dos, sería su marido el primero en perder la paciencia.

Naruto, sin embargo, no perdió tiempo para devolver el golpe y cuando Kiba cayó al suelo Hinata corrió para intervenir.

–¡Parad ahora mismo! –gritó, furiosa–. ¡No merece la pena pelearse…!

–Merece la pena pelearse por ti –la interrumpió Naruto.

–¡Si le vuelves a pegar, te dejo! –lo amenazó Hinata, exasperada.

Mientras tanto, Kiba había vuelto a lanzar el puño y, sorprendido, Naruto cayó al suelo. Había aprovechado que estaba distraído y Hinata estuvo a punto de darle un puñetazo por jugar sucio… pero fue entonces cuando tuvo que reconocer que seguía amando a su marido.

–¡Márchate, Kiba! –le gritó.

Pasándose una mano por los labios ensangrentados, su socio asintió con la cabeza.

–Veo que estoy perdiendo el tiempo.

–Sí, márchate antes de que te mate –lo amenazó Naruto, levantándose como un tigre.

Hinata vio a Kiba alejarse en el Aston Martin y luego se volvió hacia su marido.

–Él te pegó primero, ¿verdad?

Naruto hizo una mueca.

–No exactamente…

–¿Quieres decir que tú has empezado la pelea?

–Eres mi mujer y él se había pasado de la raya. Estaba en mi derecho…

–¿De qué derecho hablas? Kiba sólo intentaba hablar conmigo. ¡Es mi socio!

–Estaba intentando alejarte de mí.

Hinata entró en la casa, tan furiosa que podría haberse puesto a dar patadas.

–¡Eso no es asunto tuyo!

–Hinata… sé que éste es un momento complicado para ti, pero sigues siendo mi mujer.

Ella no dijo nada. No estaba dispuesta a discutir sobre Kiba. Una cosa era dejar que Naruto se preguntase por la naturaleza de su relación con él, otra muy diferente echar gasolina al fuego.

–Tal vez lo que necesitas ahora mismo es alejarte de mí. –añadió él.

–Es muy posible –asintió Hinata, clavándole sus ojos lila.

–Yo tengo que reunirme con un hombre con el que espero hacer negocios en Atenas. Pero eso significaría dejarte aquí, con Sarada y su nueva niñera durante cuarenta y ocho horas.

–No te preocupes, puedo hacerlo –se oyó decir, sin admitir que aún no había reunido suficiente valor como para estar en la misma habitación con la niña.

–¿En serio? –exclamó él, sorprendido.

–¿Por qué no? No soy tan mala como para culpar a un bebé por lo que está pasando.

–Si eso es cierto, te comportas como un ser humano maravilloso, moli mou.

Hinata se puso colorada. Sabía que no merecía ese elogio porque se había prometido a sí misma ser más adulta ese mismo día.

–Lo digo en serio –Naruto la miró con sus ojos azules–. Yo no podría soportar que hubieras tenido un hijo con Kiba Inosuka. Sencillamente, no habría podido soportarlo.

Que fuese tan generoso como para admitirlo la obligó a admitir que su silencio sobre ese tema debía de haber provocado muchas dudas.

–Como yo no me he acostado con Kiba, eso sería imposible.

Naruto sonrió.

–Gracias por decírmelo. No tenías por qué hacerlo.

Hinata se dio cuenta entonces de que no se habría peleado con Kiba de haber sabido que entre ellos no había nada.

Cuando Naruto se marchó una hora después, Hinata estaba trabajando en un diseño para un cliente. Pero en cuanto el helicóptero desapareció, cerró su ordenador y se levantó de la silla. Era hora de conocer a la hija de su marido.

La niñera, una mujer de unos treinta años y aspecto serio, estaba cambiando el pañal de Sarada en ese momento y, nerviosa, Hinata se presentó.

–Es normal que llore –murmuró, al ver la erupción que la pobre niña tenía en la cara–. Pobrecita…

–Los masajes con aceite ayudan –dijo la niñera–. La ropa y las sábanas de algodón sin mezcla ayudan mucho también.

–Iré a comprarlas –le prometió Hinata, contenta al poder hacer algo práctico.

–¿Le importaría quedarse con Sarada mientras yo bajo a comer algo?

–Claro que no –respondió ella, un poco avergonzada al mirar el reloj. Eran las cuatro de la tarde y la pobre mujer no había comido.

Pero claro, ¿quién estaba allí para encargarse de esas cosas? Naruto intentaba cuidar de su hija pero no tenía ni idea de lo que significaba cuidar de un niño pequeño. Y si Sarada necesitaba cuidados las veinticuatro horas del día, habría que contratar más gente.

La niñera puso a Sarada en sus brazos antes de salir de la habitación. Era una niña diminuta, no pesaba nada. Pero cuando se puso a llorar de nuevo, Hinata respiró profundamente, recordándose que siempre le habían gustado los niños.

Sin saber qué hacer, empezó a mecerla en los brazos y Sarada la miró con unos ojitos oscuros cargados de tristeza. Finalmente, se sentó en la mecedora y tomó un sonajero que la niña miró con curiosidad.

El tiempo pasaba y Hinata seguía sentada en la mecedora, asombrosamente tranquila y disfrutando del calor de la niña en los brazos hasta que, por fin, Sarada cerró los ojitos y se quedó dormida.

La niñera reapareció entonces para meterla en la cuna y Hinata se quedó mirándola. Se le encogía el corazón al ver que era tan pequeñita y allí mismo se prometió que, pasara lo que pasara en su matrimonio, no culparía a la hija de Sakura por ello. Si amaba a Naruto ¿cómo no iba a aceptar a su hija?

Esa noche durmió sin pesadillas y al día siguiente fue a Londres para visitar a su cliente con los bocetos que había preparado. Después, entró en unos grandes almacenes para comprar pijamitas y sábanas de algodón para Sarada.

Antes de volver a Roxburn Manor pasó por su apartamento para guardar algo de ropa en una bolsa de viaje, pero cuando estaba llegando a la mansión se le ocurrió que tal vez debería haber ido al ginecólogo mientras estaba en Londres. Era hora de comprobar si estaba embarazada, de modo que llamó por teléfono para pedir cita.

Aunque había recibido varios mensajes de sus padres diciendo que querían hablar con él, Naruto no había respondido ni había ido a visitarlos mientras estaba en Grecia. Sabía por qué querían hablar con él, pero ya no era un adolescente rebelde que necesitara una bronca paterna sobre Sarada. La única persona a la que tenía que darle explicaciones era Hinata y no sabía si Hinata estaría en Roxburn Manor cuando volviese a la mansión.

–¿Dónde está mi mujer? –le preguntó a la señora Jones.

–En la habitación de la niña, señor Namikaze –respondió el ama de llaves.

Naruto subió los escalones de dos en dos. Que Hinata estuviera con Sarada era mucho más de lo que había esperado.

Cuando entró en la habitación se quedó sorprendido al ver a su hija sobre una toalla en las rodillas de Hinata, que estaba dándole un masaje.

–No está llorando –dijo Naruto.

Ella levantó la mirada.

–Le gusta esto –respondió, poniendo aceite en su mano y pasándolo suavemente sobre la tripita de la niña–. Normalmente se queda dormida. Después de un masaje está mucho más calmada.

–Tú también pareces más calmada, moli mou –se atrevió a decir Naruto.

–Sarada no merece que esté enfadada, la pobre no tiene la culpa de nada –musitó Hinata mientras le ponía el pijamita–. He pedido cita con el dermatólogo, por cierto.

–Sí, has hecho bien.

–He leído algo sobre los eccemas en Internet y he pensado que tal vez habría que hacerle pruebas de alergia… en caso de que sea algo con lo que está en contacto.

Naruto respiró profundamente.

–No sabes cuánto agradezco que te intereses por la niña.

–Me hace sentir mejor, así que también es egoísta por mi parte –dijo Hinata, que no estaba nada orgullosa de lo que le había costado que su generosa naturaleza superase a su egoísmo.

Esa noche cenaron en la cocina, con menos formalidad de la acostumbrada. Hinata había hablado con el ama de llaves para decirle que preferían no cenar en el comedor y la señora Jones le había confiado que necesitaría más personal para atenderlos como solían atender a los padres de Naruto.

–¿Has ido a ver a tus padres? –le preguntó Hinata.

–Debería, pero no lo he hecho –le confesó Naruto–. No estaba de humor para soportar una tragedia en cuatro actos sobre Sarada.

Se había puesto unos vaqueros y una sencilla camisa de algodón, la sombra de barba acentuando la sensualidad de sus labios. Cada vez que lo miraba, sentía esa emoción que Naruto siempre evocaba en ella, recordándole deseos y necesidades que había contenido desde que Sarada llegó a sus vidas.

Pero no iba a dar el primer paso.

Era la noche libre de la niñera y, después de cenar, Hinata estaba dándole el biberón a Sarada cuando Naruto apareció en la puerta de la habitación.

–Yo debería hacer eso –le dijo, sin gran entusiasmo.

–Bueno, al menos deberías aprender a hacerlo –asintió ella, levantándose.

Naruto tragó saliva de una forma tan cómica que la hizo reír mientras le ponía a la niña en los brazos y le enseñaba cómo sujetar el biberón.

–Es tan pequeña… –dijo Naruto.

–No es física cuántica, no te preocupes.

Sus ojos se encontraron entonces y Hinata sintió una ola de fuego recorriendo sus venas. Nerviosa, apartó la mirada.

–Es muy mona cuando no está llorando –comentó Naruto.

–Ahora come mejor y cuando engorde un poco estará más guapa. La pobre siempre se muestra muy ansiosa… yo creo que ha habido demasiada gente cuidando de ella –comentó Hinata, mientras pasaba una mano por el pelito de la niña.

Sarada la miró entonces y sus ojos siguieron clavados en ella mientras tomaba el biberón.

Media hora después, Hinata metió a la niña en la cuna y se fue a la cama, preguntándose si Naruto iría a buscarla. Se quedó largo rato mirando la puerta, pensando en él, deseándolo, anhelándolo. Hasta que tuvo que aceptar la realidad: su marido no tenía planes de compartir cama con ella.

Poco después, escuchó el llanto de Sarada por el monitor y se levantó para atenderla. Eran más de las dos cuando, por fin, se quedó dormida.

Cuando despertó, el sol se colaba por las cortinas de la habitación y Naruto estaba tocando su brazo.

–¿Qué hora es?

–Las diez. Y mis padres están aquí.

Un ataque con misiles no podría haber hecho que Hinata se levantase de la cama a más velocidad. La idea de enfrentarse con su elegantísima suegra sin estar arreglada le horrorizaba.

–Dios mío… ¿qué quieren?

Naruto apretó los labios.

–Aparentemente, quieren a Sarada.

Y ahí, frente a la idea de perder a Sarada, Hinata empezó a sentir que la angustia crecía.

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Capítulo 10

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Tan sorprendente anuncio hizo que Hinata entrase a toda velocidad en el cuarto de baño para lavarse y arreglarse un poco.

¿Qué había querido decir Naruto con que sus padres querían a Sarada? ¿De verdad sus suegros se ofrecían a criar a la hija de Sakura?

Hinata estaba atónita porque los Namikaze no le habían parecido nunca personas cariñosas. Y menos con los niños.

Salió del baño diez minutos después y se puso unos vaqueros y una camiseta negra, pero no estaba dispuesta a arreglarse mucho más.

Naruto ya había bajado al salón y cuando Hinata se reunió con ellos, la señora Jones estaba sirviendo café mientras Kushina Namikaze decía:

–Si te hubieras casado con Sakura cuando tuviste oportunidad… ella habría sido perfecta para ti, hijo.

Hinata, colorada hasta la raíz del pelo, carraspeó para hacer notar su presencia y su suegra le dedicó una sonrisa totalmente falsa.

–No lo creo. Nos separamos cuando yo era muy joven porque éramos incompatibles –dijo Naruto.

–Siempre nos gustó mucho Sakura –insistió Minato Namikaze, como si Hinata no estuviera allí–. Ésa es una de las razones por las que nos gustaría criar a su hija.

–En estas circunstancias, no creo que tu mujer la quiera –comentó Kushina, sin el menor pudor.

–Sarada es hija de Naruto –dijo Hinata.

Kushina enarcó una ceja.

–La niña estaría mucho mejor con nosotros. Yo siempre quise tener una hija… cuando me quedé embarazada de Naruto estaba convencida de que sería una niña y fue una tremenda desilusión para mí que no lo fuese.

–Sí, ésa fue una gran desilusión –asintió Minato .

Hinata no podía seguir mordiéndose la lengua.

–Y a ninguno de los dos se le ha pasado la desilusión, ¿verdad? ¿Por eso siempre favorecisteis a Menma? ¿Es por eso por lo que nunca tenéis nada bueno que decir sobre Naruto?

Él se quedó sorprendido por el exabrupto.

–Vamos a dejar esa conversación…

–Eres una maleducada –la reprendió Kushina Namikaze.

–Mi mujer no es una maleducada –protestó Naruto–. Además, me sorprende muchísimo que queráis criar a Sarada a vuestra edad. De hecho, no me parece buena idea.

–Nosotros podemos darle todo lo que necesita para que algún día pueda ocupar su sitio entre la mejor sociedad griega –insistió la madre de Naruto.

–Hay cosas más importantes –replicó Naruto.

–Para mí no. Sería feliz con nosotros y, además, es nuestra primera nieta.

–No, en realidad mi hijo fue su primer nieto –les recordó Hinata.

El padre de Naruto tuvo la decencia de mirarla con gesto consternado, pero Kushina no parecía en absoluto conmovida por el recordatorio.

Hinata vio que Naruto estaba tenso y se preguntó si la propuesta de sus padres le parecería bien. Un minuto después, la niñera entró con Sarada en el moisés.

–Es hora de que conozca a mi nieta –dijo Kushina, acercándose a la niña. Pero enseguida se detuvo, sorprendida–. ¿Se puede saber qué le pasa en la cara?

–Sarada tiene un eccema infantil –respondió Hinata.

–Es muy feo –dijo su suegra, haciendo una mueca de disgusto–. ¿Se le va a quitar?

–A algunos bebés se les pasa enseguida, a otros no. Habrá que esperar –dijo Hinata, conteniendo el deseo de tomar a Sarada en brazos y apartarla de aquella bruja.

Naruto tuvo que disimular una sonrisa al ver que sus padres se apartaban del moisés como si la condición de la niña fuera contagiosa.

–Siento mucho que no sea perfecta –les dijo.

Kushina frunció el ceño.

–No es una niña sana. Tal vez sería mejor que siguiera con vosotros por el momento.

–No pensaba dejar que os la llevarais, sana o no –replicó Naruto–. Sakura me confió a mi hija y tengo intención de criarla. El aspecto de Sarada no tiene la menor importancia ni para Hinata ni para mí.

Kushina Namikaze no parecía impresionada. Evidentemente, sólo una niña guapa y sana podía optar a un puesto en casa de los Namikaze.

Hinata intentó calmar a Sarada cuando empezó a llorar pero, como de costumbre, era imposible. En quince minutos, los padres de Naruto se despidieron, su interés por la niña olvidado por completo.

Él se inclinó para tomar el sonajero y ofrecérselo a su hija.

–Te toca quedarte con nosotros –le dijo, suspirando–. Parece que ni siquiera podemos darte en adopción.

–No digas eso ni de broma –lo reprendió Hinata.

–No es fea –comentó Naruto entonces.

–¡Pues claro que no lo es!

–¿Pensabas que iba a dejar que mis padres se la llevaran? –le preguntó él. Hinata debía admitir que unos días antes habría pensado que sí.

–No, ya no. Además, no creo que tu madre sea capaz de ofrecerle a nadie un cariño incondicional.

–Nunca había admitido hasta ahora que esperaba que yo fuese una niña –comentó él, sacudiendo la cabeza–. Yo era el niño más ruidoso y más travieso del mundo. Es normal que la sacara de quicio.

Y seguramente había sido una de las pocas desilusiones que una mujer rica y mimada como Kushina Namikaze había tenido que soportar en la vida, pensó Hinata, dolida al pensar que Naruto había sido un niño tan poco querido.

–Ahora entiendo que seas tan independiente.

–Volvamos a Londres mañana –sugirió él entonces, cambiando de tema–. Desde ayer, los paparazzi están ocupados persiguiendo a un político al que han pillado con una amante. Sarada ya no es noticia, afortunadamente.

–Así sería más fácil volver al trabajo –reconoció Hinata–. Tardo mucho tiempo en llegar desde aquí.

Al darse cuenta de que estaban, de nuevo, hablando como dos extraños, sus ojos se llenaron de lágrimas y Hinata tuvo que parpadear varias veces para controlarlas.

En Marruecos, ella había sido la primera en dar el paso para romper la distancia entre ellos, pero no estaba preparada para hacerlo de nuevo.

Naruto no la amaba y lo mínimo que podía hacer para no perder su dignidad era mantenerse firme.

No le dijo nada sobre la posibilidad de un embarazo. Esos días felices en Marruecos, cuando la idea de tener un hijo los había llenado a los dos de felicidad, habían terminado. Y después de haberle dicho a Naruto una vez que esperaba un hijo cuando él no lo deseaba, no quería volver a verse en esa situación.

Esa noche, su padre llamó por teléfono y le pidió que se vieran para comer, pero en el hotel en el que se alojaba y no en el restaurante habitual.

Sorprendida, porque era inusual que Hiashi Hyuga la llamase, Hinata se preguntó si querría indagar sobre Sarada. Esperaba que no fuera así porque no estaba preparada para hablar ni sobre Sarada ni sobre el estado de su relación con Naruto.

En cuanto Sarada y su niñera se instalaron en Londres al día siguiente y Naruto se fue a trabajar, Hinata fue al hotel en el que se alojaba su padre. Hiashi la invitó a sándwiches y té en la suite, pero su incomodidad era evidente porque empezó a hablar atropelladamente.

–¿Qué ocurre? –le preguntó Hinata.

–No se me da bien pedir disculpas –admitió él–. Pero me equivoqué con Naruto y contigo. No debería haberme entrometido y no debería haber usado los problemas económicos de Hinamory para obligarte a nada.

–No, no deberías haberlo hecho, es verdad –admitió ella.

–Evidentemente, después de lo que ha pasado… me refiero a la hija de Naruto y Sakura Haruno, no pienso obligarte a que sigas con él. Y olvídate del dinero, no tiene importancia. Aunque Naruto está decidido a devolvérmelo y no acepta una negativa. Debo decir que es el único de la tribu Namikaze que tiene carácter.

Hinata tuvo que sonreír, aunque involuntariamente, ante ese cumplido.

–Sí, tiene mucho carácter.

Hiashi frunció el ceño.

–Pero no deberías haberle contado que volviste con él porque yo te lo pedí. Imagino que no te importó después de hacerse público que había tenido una hija con Sakura Haruno, pero ningún hombre puede lidiar bien con una revelación tan humillante.

–Naruto no me ha vuelto a decir nada, así que imagino que no le importa tanto…

–Siendo un hombre joven y acostumbrado a la adulación de las mujeres, descubrir que su esposa había vuelto con él porque su padre la había obligado a hacerlo debió de ser un golpe terrible para él. Pero no se me ocurrió que tú pudieras contárselo –admitió su padre–. Eso destrozaría cualquier posibilidad de reconciliación, Hinata.

La confianza con la que hacía tal afirmación le dio que pensar. Cuando se lo contó, Naruto se había enfadado mucho y era posible que su silencio sobre el tema desde ese día no significara que no le importaba sino todo lo contrario. De hecho, tal vez la confesión de que su padre la había chantajeado para que volviera con él era el mayor problema en su matrimonio.

¿Podría ser ésa la razón por la que se mostraba tan distante?

–¿Tú sabías que Naruto había vuelto con Sakura?

Hiashi frunció los labios.

–No, yo no sabía nada. Sakura se marchó a Londres y luego a París y no supimos más de ella. He oído rumores sobre su estilo de vida y sobre la niña, pero sólo después de su muerte.

Antes de separarse, su padre la invitó, a ella y a Naruto, a su fiesta de cumpleaños en Atenas. Cuando Hinata mostró su sorpresa, Hiashi le confesó que lamentaba no haberla reconocido como hija biológica y quería dejar el pasado atrás y empezar de nuevo.

Esa declaración la alegró profundamente y Hinata fue a su cita con el ginecólogo pensativa.

Pero unos minutos después de hacerse la prueba, recibía la noticia que temía y deseaba a la vez: estaba embarazada de nuevo.

Se sentía feliz, pero a la vez aterrorizada de que algo volviese a ir mal. El médico le aseguró que tomarían todas las medidas necesarias… aunque no haría falta. Ella misma se encargaría de tomar las medidas necesarias para tener un hijo sano.

Antes de volver a casa, Hinata se desvió para visitar a su madre y darle la noticia. Hinamory, que la había llamado varias veces por teléfono desde que saltó el escándalo de Sarada, se mostró encantada. Y también le contó que había encontrado un trabajo en la boutique de una amiga y que había alquilado un apartamento.

–Yo conozco el mundo de la moda y se me da bien negociar precios –dijo Hinamory, satisfecha–. Cruza los dedos por mí.

–Seguro que lo harás muy bien –asintió Hinata, contenta de que su madre hubiera decidido dar un nuevo rumbo a su vida.

–Y Naruto y tú volvéis a estar juntos, con un niño en camino. Aunque eso no es una sorpresa.

Hinata levantó una ceja.

–¿Ah, no?

–No soy tonta, cariño. Tú querías tener hijos, de modo que sólo era una cuestión de tiempo que te encariñases con Sarada. Y Naruto está loco por ti, así que todo saldrá bien.

–¿Naruto está loco por mí?

–Cinco minutos soltero y lo único que quiere es volver con su mujer, eso lo dice todo. Nunca había visto una pareja más feliz que vosotros cuando vivíais en Francia.

Cuando se despidió de su madre, Hinata pensó en los bonitos recuerdos que tenía de ese período de su vida. Habían sido increíblemente felices juntos, era cierto, hasta que la muerte de su hijo terminó con el mutuo entendimiento y la tolerancia.

Hinata se llevó las manos al estómago, plano todavía, rezando para que no se repitiera la historia.

En el portal, sacó el móvil del bolso para llamar a Naruto. Desgraciadamente, estaba en una reunión y tuvo que dejarle un mensaje diciendo que tenía que verlo urgentemente.

Y esa vez, no se disculparía por darle la noticia de que estaba embarazada.

Naruto entró en el salón de su casa de Londres con la expresión de un hombre a punto de ser ahorcado.

–Mi ayudante debería haberme pasado tu llamada. ¿Qué ocurre?

Hinata, con un traje de color gris y el pelo suelto, clavó los ojos Lila en su marido.

–Estoy embarazada…

Naruto no pudo esconder su sorpresa porque había temido que la noticia fuera otra. En dos zancadas, se acercó a ella y la aplastó contra su pecho.

–¡Es la mejor noticia que me has dado nunca! –exclamó, sus ojos llenos de satisfacción.

Hinata se quedó absolutamente sorprendida por su entusiasmo.

–No sabía qué ibas a decir…

Atónito, él levantó su orgullosa cabeza.

–¿No habíamos planeado este niño juntos? ¿No es lo que ambos queremos?

–Sí, pero…

–¿Te preocupa que yo no te esté a tu lado? –la interrumpió Naruto, tomando su mano para llevarla hacia la cama.

–No es eso…

–Esta vez estaré a tu lado todo el tiempo. No soy el mismo hombre que era hace dos años. He crecido, me he hecho un adulto y he aprendido lo que es realmente importante en la vida.

El corazón de Hinata pareció hincharse dentro de su pecho, tanto que se le hizo un nudo en la garganta.

–¿Eso es cierto? ¿Es lo que sientes de verdad?

Naruto apretó su mano.

–Cuando recibí tu mensaje me llevé un susto de muerte. Pensé que ibas a decir que me dejabas.

–¿Por qué iba a hacer eso?

–Sé que no volviste conmigo por decisión propia. Tu padre te presionó para que lo hicieras.

–Dios mío, seguías preocupado por eso –murmuró ella, incómoda.

Como respuesta al comentario, Naruto soltó una risita incrédula.

–¿Cómo no iba a estar preocupado?

–No demostraste que te preocupase.

–Ya sabes que no me gusta mostrar mis sentimientos, yineka mou. ¿Qué iba a hacer de todas formas? No me gustaba, pero si quería estar contigo tenía que aguantarme. Y quería que te quedases conmigo, con todo mi corazón. Me di cuenta de que aunque sólo estuvieras conmigo para complacer a tu padre, prefería eso a perderte para siempre.

Esa declaración aceleró el corazón de Hinata.

–¿No te importaba?

–Me importaba mucho porque tengo mi orgullo –respondió Naruto–. No querías estar conmigo y debería haberte dicho que podías marcharte cuando quisieras. Pero no podía hacerlo, no podía perderte otra vez.

Fascinada por tan intenso discurso de un hombre famoso por ser circunspecto, Hinata levantó un dedo para acariciarle los labios.

–¿No podías?

–Cuando me dejaste en Francia, después de perder a nuestro hijo, para mí fue un infierno –admitió Naruto, sus expresivos ojos llenos de sombras del pasado–. Entonces empecé a beber… me sentía como un fracasado. Sabía que te había defraudado, pero no sabía qué podía haber hecho de manera diferente porque tú no querías hablar conmigo.

Hinata hizo una mueca, inclinándose hacia delante para abrazarlo.

–Lo siento mucho, es verdad que te dejé fuera. Creo que mi actitud entonces era la misma que al principio de mi embarazo, cuando tú dejaste claro que no querías ser padre. Supongo que no había olvidado mi resentimiento y no debería haber sido así porque tú habías cambiado…

Naruto la miró, con los ojos oscurecidos.

–Pero no cambié tan rápido como debería. Me sentía tan mal por mi actitud tras la muerte del niño… pero no podía cambiar el pasado.

–Y yo no podía perdonarte por ello –susurró Hinata, sobre su hombro–. Y era injusto.

–Fuiste tú quien me enseñó a querer un hijo –le confesó Naruto entonces–. Lo quería porque tú lo querías. Nunca se me ocurrió que podría pasar algo y cuando ocurrió me sentí culpable porque nunca había pensado en el niño como una persona de verdad. Tú eras tan infeliz, y yo no podía ayudarte… eso me hacía sentir más impotente que nunca.

–¿Es por eso por lo que empezaste a trabajar a todas horas… para evitarme?

Él la miró a los ojos.

–Tú ya no me querías, lo dejaste bien claro. Me parecía que estaba en el medio, molestando, que no querías ni verme.

–Tal vez era así cuando estaba tan deprimida, pero la soledad lo empeoró todo –reconoció Hinata, con un nudo en la garganta–. Tenía horribles pesadillas todas las noches…

Naruto hizo una mueca.

–Nunca me lo contaste.

–Eran unos sueños tan enloquecidos que no me atrevía a hablar de ellos en voz alta. Temía estar perdiendo la cabeza…

Hinata le contó esa pesadilla en la que buscaba frenéticamente a su hijo, al que no era capaz de encontrar, y él la apretó contra su corazón, entristecido.

–Si me lo hubieras contado… Cuando te fuiste a la otra habitación lo tomé como un rechazo, pero sólo estabas pasando por un proceso de luto. Los dos lo hacíamos, pero de manera diferente –Naruto sacudió la cabeza–. Yo no sabía qué decir porque me sentía tan culpable…

–¿Y Sakura te hizo sentir mejor? –le preguntó Hinata abruptamente.

Él hizo una mueca.

–No, mucho peor. Tengo que enseñarte la carta que le dejó a su abogado para mí. Allí explica por qué no me dijo nada sobre Sarada.

Ella frunció el ceño, pensativa.

–¿Por qué te acostaste con ella… sólo porque era muy guapa?

Naruto se encogió de hombros.

–Cuando me dejaste, para mí fue un rechazo insoportable. Sakura siempre había dejado claro que seguía interesada en mí… y tú no lo estabas. Ésa fue la atracción.

Esa verdad le rompió el corazón porque incluso rota de dolor había seguido queriendo a Naruto, pero no había sido capaz de demostrárselo.

–¿Y por qué no te contó que estaba embarazada?

–Sakura tenía su orgullo también. Por la mañana me preguntó si seguía enamorado de ti y yo no pude mentirle.

Hinata se quedó helada por esa respuesta. ¿Enamorado de ella?

–Por eso no me contó lo de Sarada –siguió Naruto–. Sólo decidió contármelo cuando supo que estaba al borde de la muerte, porque sabía que la niña iba a necesitar un padre.

–A ver si lo entiendo… –empezó a decir Hinata–. ¿Estás diciendo que estabas enamorado de mí mientras vivíamos en Francia?

Él asintió con la cabeza.

–Pero no me di cuenta de lo importante que eras para mí hasta que me dejaste –admitió–. Sakura me hizo mucho daño cuando era muy joven y juré no enamorarme nunca…

–Sí, eso ya lo había imaginado.

–Pensé que el amor hacía débil y vulnerable a un hombre –le confesó Naruto–. Yo no quería enamorarme de ti y no sabía que lo hubiera hecho, si quieres que te sea sincero. Pero, de alguna forma, te habías convertido en parte integral de mi vida, de mi felicidad, pero sólo me di cuenta cuando te fuiste. No podía soportar la vida sin ti.

–Oh, Naruto… –murmuró Hinata, con los ojos llenos de lágrimas–. Si me quieres, nunca tendrás que vivir sin mí. De hecho, creo que vas a tener que quedarte conmigo para siempre.

–Para siempre suena estupendo –dijo él, abrazándola con tal fuerza que pensó que iba a aplastarle alguna costilla.

–Ten cuidado…

–Perdona –Naruto se apartó un poco, riendo–. Te quiero para siempre, Hinata. Pero me quedé tan sorprendido cuando descubrí la existencia de Sarada… pensé … Pensé que no me perdonarías.

–Tuve que buscar en mi alma para aceptarlo, pero creo que estoy empezando a quererla. La pobre nos necesita a los dos.

–Eres tan generosa… –tenía la voz cargada de emoción y cuando Hinata levantó la mirada vio que sus ojos se habían empañado–. Con Sarada sobre todo. Y eso ha hecho que te quiera aún más y que aprecie haberme casado con una mujer verdaderamente especial. Y ahora que vamos a tener un hijo, mi felicidad es completa.

Aquel entusiasmo emocionó profundamente a Hinata, que parpadeó para controlar las lágrimas, agradeciéndole al Cielo que a pesar de todo lo que había ocurrido hubieran vuelto a encontrarse milagrosamente y con un amor más profundo y fuerte que antes.

–Te quiero tanto que me duele –le confesó.

–Lo que a mí me duele es estar sin ti –dijo Naruto, con la convicción de un hombre que había sufrido y no tenía intención de volver a pasar por ello–. Puede que llegue un poco tarde a esto del amor, pero te valoro mucho y sé lo maravillosa que eres.

Sus palabras hicieron que Hinata se sintiera de maravilla y sonriendo pensó que ya era el momento de dejar todo en el pasado.

–¿No te parece que el dormitorio está demasiado tranquilo? –bromeó Hinata, tirando de su corbata.

–¿Ya no vas a rechazarme?

–Sólo fue un beso –dijo ella recordando el beso que le rechazó la última vez–. Una señora tiene derecho a cambiar de opinión, y jamás pensé que te echarías atrás. ¿Qué ha sido de la famosa determinación de los Namikaze?

Naruto la miró con una sonrisa de lobo antes de buscar su boca en un beso que la hizo temblar. –Deja que te demuestre esa determinación, agapi mou.

La habitación se llenó de sonidos de diferentes tonos.

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Dieciocho meses después, Hinata salió al porche con una bandeja de limonada y galletas para los niños.

Naruto observaba a Sarada conduciendo su cochecito de juguete por el jardín mientras su hijo, Bolt, gateaba tras ella con la famosa determinación de los Namikaze.

–Tenemos que comprar otro cochecito –sugirió Naruto mientras los dos niños volvían al porche en busca de galletas– antes de que empiecen a pelearse por él.

Con casi dos años, Sarada era una niña delgadita, de sedosos cabello oscuros y enormes ojos negros. Hinata la había adoptado oficialmente meses antes, en uno de los momentos más felices de su vida.

La pareja dividía su tiempo entre Londres y la casa del sur de Francia. Y, afortunadamente, gracias al sol y al yodo del mar, el eccema de Sarada se había curado del todo.

Con una galleta en la mano, la niña apoyó la carita en la rodilla de Hinata. Estaba muy apegada a su madre adoptiva, como Hinata a ella.

Poco antes de que Bolt naciera, Hinata había leído la carta que Sakura había dejado para Naruto antes de morir y lloró de pena sabiendo que algún día, cuando Sarada tuviese edad para entender lo que había pasado, tendría que dársela.

Los dos niños eran muy diferentes. Sarada era nerviosa y desconfiaba de los extraños, aunque mucho menos que cuando era más pequeña. Bolt, sin embargo, era todo lo contrario, un niño seguro de sí mismo que no tenía miedo de nada y tan independiente como su padre.

A veces, Hinata sentía que necesitaría cuatro pares de ojos para vigilarlo porque siempre andaba gateando de un sitio a otro, y agradecía enormemente el apoyo de la niñera, sin la que sería imposible vivir tranquila.

Los padres de su marido estaban locos por él, pero Hinata sabía que la madre de Naruto seguía queriendo una nieta. Tal vez en un año o dos podría considerar la idea de intentarlo de nuevo…

Mientras tanto, sus dos hijos eran más que suficiente para llenar su vida. El embarazo había sido un momento de inquietud para Naruto y para ella porque, a pesar de contar con todo lo necesario para evitar problemas, los dos estaban secretamente preocupados por el momento del parto.

Naruto la había tratado como si fuera de porcelana durante esos nueve meses y la felicidad con la que recibieron la llegada de Bolt era un testimonio claro del amor que compartían.

Hinamory seguía trabajando en la boutique, un trabajo para el que parecía haber nacido, y unos grandes almacenes estaban interesados en contratarla. Su madre adoraba el mundo de la moda y viajar a las pasarelas internaciones… por no hablar de los descuentos que conseguía en las mejores marcas. Estaba a punto de comprar su propio apartamento y un día anunció que, por el momento, había perdido el interés por los hombres. Hinata creía que, sencillamente, estaba disfrutando de su nueva independencia y estaba encantada al verla tan feliz.

Kurenai, que se había retirado, los visitaba a menudo porque, además, su nieta era la niñera de Bolt y Sarada. Pero el mayor cambio en la vida de Naruto y Hinata era el contacto con Hiashi Hyuga, su mujer, Ariadne, y su hija Hanabi.

Cuando acudieron al cumpleaños de Hiashi el año anterior, en Atenas, Hinata conoció a parientes a los que no había visto en su vida. La mujer de su padre los había recibido con los brazos abiertos y Hinata estaba encantada de su nueva relación con Hanabi, que por fin la trataba como si fuera una hermana.

Su empresa de decoración funcionaba a las mil maravillas y Kiba Inosuka había consentido por fin que Naruto comprase su parte del negocio. Kiba estaba saliendo últimamente con una modelo estadounidense y, si había que creer los rumores que publicaban las revistas, era una relación seria.

Cuando la niñera se llevó a los niños al interior de la casa para bañarlos, Naruto tomó a Hinata de la mano y la sentó sobre sus rodillas, acariciando sus rizos.

–¿Te han dicho alguna vez que tienes un pelo muy sexy?

–Puede que sí. Tal vez por eso ya no me lo aliso –respondió ella, con los ojos brillantes–. Qué gusto más raro tienes…

Riendo, él la besó con innegable ansia, deslizando una mano por el interior de sus muslos.

–Naruto… –lo reprendió.

–Te quiero, señora Namikaze, y creo que te quiero más cada día. No sabía que tener una familia pudiera ser tan maravilloso.

Hinata lo miró, burlona.

–Entonces, es que tardas mucho en aprender.

Con un brillo de amor en sus ojos azules, Naruto se levantó para tomarla por la cintura con manos posesivas y la besó hasta tenerla rendida. Se abrazaban como si fueran imanes, el placer que encontraban el uno en el otro embriagador…

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. Fin...

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Bueno... hasta aquí llego. Espero que hayan disfrutado la lectura.

Debo decir que esta historia sí que me apasionó. ME ha gustado mucho la adaptación, y lo único que lamento es que los padres de Naruto en esta historia sean tan egoístas. Pero todos sabemos que no lo son. Además, necesitaba no cambiarlos. Sólo imaginé que eran los padres de otras personas y así lo hice.

En fin... Con respecto a El corazón de la bestia, me temo que aún hago el fic y sé que estoy atrasada. Ero le doy prioridad a los estudios y ahora con mi trabajo temporal tengo aún menos tiempo libre.

Ya saben lo usual... Revew = Escritora feliz = Más Fics

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Hasta la Próxima... :D