After the Rain

Escrito por Kracken

Traducido por Aelilim y Van Krausser

Human #Epílogo


—Te dije que dejaras eso en casa. —Duo atrapó su mano antes de que pudiera sacar el arma, la forzó de vuelta a su funda en la espalda de Heero y jaló de su chaqueta para cubrirla—. Solo fue una pequeña detonación en el tubo de escape de un auto.

Heero estaba rígido, la adrenalina bombeando en su cuerpo e intentando no apartar la mano de Duo lejos de él. Pasó casi un minuto completo antes de ser capaz de convencer a su mente de que no necesitaba disparar o matar a algo.

Duo sonrió. —Mejor. La última vez tomó más tiempo.

Heero estuvo de acuerdo, aunque no se sentía muy feliz consigo mismo. La guerra había finalizado. Estaba con Duo. Tenían un pequeño departamento en un edificio de muchas plantas en la Tierra. Duo trabajaba en maquinaria de tecnología avanzada en una de las compañías Winner, y él probaba diseños computacionales para otra empresa. Ganaban buen dinero, disfrutaban de una vida cómoda, pero Heero no podía dejar de ser un soldado.

Había tratado de tomarlo como si fuera otra misión de encubierto, pero Duo lo había descubierto al tercer día y no dudó en quitarle ese cómodo elemento de garantía.

Una vida planeada y sin muchas variables había sido necesaria durante la guerra, ahora no. Ahora era como estar repentinamente desnudo o caminando sobre una cuerda sin red de seguridad.

Duo trataba de guiarlo, de enseñarle y hacerle ser algo que no sabía cómo: Un humano normal, como todos los que pasaban en la calle.

Entendía más y más las emociones, pero todavía había aspectos que se le escurrían. Heero miró de soslayo a Duo. Estaba sonriendo, sus ojos brillaban, en lo mínimo molesto por su lapsus. Eso le hacía preguntarse qué conservaba Duo consigo mismo.

Duo era guapo, extrovertido y les agradaba a todos los que conocían. Antes de que hubieran reconocido los sentimientos que sentían por el otro, había mostrado una libido saludable e interés en mucha gente. El sexo para él había sido casual y divertido. Por eso, Heero esperaba que mirase a cada hombre bien parecido y mujeres hermosas con los que se cruzaban, pero no era así. Sus ojos se detenían en los escaparates de las tiendas, en algún auto deportivo, pero nunca en alguien.

Heero, en un momento de frustración en el que otra vez había fallado en mostrar sus sentimientos, le había sugerido que mantuviera relaciones sexuales con otros. Duo se limitó a fruncir el ceño, enfadado, y Heero no lo volvió a proponer.

Duo Maxwell estaba con él, y se comprometía con la relación.

Un hombre alto con gafas oscuras llevó la mano al bolsillo de su abrigo. Heero tocó la culata de su arma, luchando para no sacarla; tuvo que apretar los dientes, cada músculo tenso y tembloroso mientras ignoraba su entrenamiento y permitía que el desconocido sacara un pañuelo y se limpiara la nariz.

Cuando pasaron al hombre, Duo miró a Heero con una sonrisa.

—¿Ves? Progreso. —Pero vio lo pálido que estaba y lo agarró del codo hasta llevarlo a una banca. Heero se sentó con las manos entre sus rodillas y la cabeza colgando—. ¿Heero? —preguntó preocupado.

—Duo… —Heero no quería decirlo, sin embargo, estaba demasiado acostumbrado a lidiar con hechos y consecuencias—. Creo que no puedo dejar de reaccionar así.

Duo se puso de cuclillas en frente de él e impidió que se escondiera tras su flequillo. Ojos amatistas hicieron contacto con ojos azules.

—Fuiste programado para sentir dolor cada vez que sintieras una emoción fuerte y lo superaste, lo venciste. Sí, es verdad que las cosas no son perfectas, pero nunca lo serán, Heero. —Hizo un gesto hacia lo que los rodeaba—. Si consideras que quiero que seas como estas personas, te equivocas. Quiero que seas tú mismo, no en lo que un científico loco trató de convertirte. —Clavó un dedo en el pecho de Heero—. Sé que puedes lograrlo.

Heero no sentía esa confianza. Sabía lo que había atravesado durante su entrenamiento, estaba en su sangre y en sus huesos.

—¿Heero? —Duo elevó su cabeza hacia él—. ¿Qué estás sintiendo… ahora mismo?

Heero lo analizó, doblo y torció su emoción una y otra vez, intentando entenderla, pero no pudo.

—Miedo —dijo al fin.

Duo arqueó las cejas pero después entendió. Se sentó al lado de Heero con sus largas piernas estiradas.

—¿Qué más? —Heero pensó al respecto, hurgando más allá del miedo para estudiar la emoción que estaba detrás en su corazón—. Dímelo —susurró Duo, como si estuvieran compartiendo un secreto—. Nadie va a lastimarte por ello.

Heero se tensó, encogiendo los hombros y reveló: —Dolor.

—¿Dolor? —Había tomado a Duo por sorpresa. Estudió a Heero por un largo rato y con cuidado dijo—: Eso me atemoriza a mí.

Heero le devolvió la mirada con rapidez e intranquilidad. —¿Por qué?

—Porque… —Duo puso una mano sobre la de Heero y apretó—. Me preocupo por ti. Te amo. ¿No es lo que sientes en el fondo? ¿No dolor sino… amor? A veces duele cuando tienes miedo de que la persona que quieres vaya a rechazarte.

Heero examinó aquello. Amor. Dolor. Miedo.

—Tú no me necesitas. Soy una carga.

—¿Si estuviéramos en una situación de vida o muerte, tratando de ganar la guerra? —Duo resopló—. Sí, lo serías. Aquí, cuando solo tenemos que respondernos a nosotros mismos, no.

Heero lamió sus labios resecos, sin estar seguro de cómo verbalizar sus dudas sin sonar cínico o demasiado concreto, algo que Duo había estado intentando desalentar. Recibió una sonrisa y su mano volvió a ser apretada.

—Por ahora dilo en cualquier modo en el que quieras, Heero.

—Yo… —Heero se puso firme y siguió con tirantez—: No veo cómo contribuyo a nuestra vida juntos. ¿Qué me hace valioso?

Duo soltó una risita.

—¿Quieres una explicación lógica y razonable? El amor no es así, Heero. Es como yo, espontáneo e irrazonable. Puedo decirte que eres fuerte, serio y comprometido. Me gustan esas características y las necesito. Eso es lo que te hace valioso. —Duo se inclinó hacia Heero y pasó un brazo por sus hombros—. También me entiendes… bueno, la mayoría de las veces. —Movió la mano en el aire señalando a la gente que transitaba las calles—. Ellos nunca me entenderían como tú lo haces. —Bajó su mano y apoyó la espalda en la banca—. En el fondo, te amo y no quiero dejarte, y tampoco quiero que tú me dejes. No voy a cambiar de idea porque sigas pensando que todo mundo es un tipo malo en potencia. Quiero… —Quedó pensativo antes de continuar—: Sí quiero que seas capaz de decidir cuándo sacar o guardar tu arma. La gente estará más a salvo cuando puedas hacerlo, en especial nuestra vecina, la señora Hanover. Dudo que al venir a ofrecernos galletas pensara ser recibida por una semiautomática en su cara.

Heero hizo una mueca, Duo lo abrazó antes de pararse y jalarlo con él.

—Vamos —dijo animadamente—. Si caminas por el vecindario a menudo, te relajarás más rápido.

Heero lo dudaba, incluso ahora estaba mirando a su alrededor y haciendo numerosas notas mentales de cada persona que estaba a distancia de tiro. Un hombre bajo, gordo y cojo tenía un abrigo lo suficientemente amplio como para guardar un rifle, y era probable que tuviera un dispositivo de comunicación en las manos en sus bolsillos. Mujer joven que miraba hacia ellos, tacones muy altos, un lastre, y falda restrictiva que la hacían fácil de someter. Anciano furioso con un bolso grande en su puño apretado, posible bomba.

—¡Heero! —gritó Duo alarmado.

Heero ya estaba movilizándose. El anciano estaba lanzando el bolso hacia el tráfico. Un terrorista, le dijo su adiestramiento. ¿Objetivo? Civiles e infraestructura. Los ojos del hombre se abrieron de par en par cuando Heero atrapó el bolso en pleno aire y lo golpeó con dureza. El anciano cayó inconsciente. Heero puso un pie en su garganta y revisó dentro del bolso, listo para suavizar los efectos de la bomba o deshacerse de ella.

Un cachorro negro le devolvió la mirada con ansiedad, un puñado de pelaje aterciopelado, y ojos marrones líquidos. Duo alcanzó a Heero a la vez que este estaba por soltar el bolso por el pasmo y puso una mano debajo del bolso para equilibrarlo, entendiendo la situación de una.

—¡Maldito! —escupió Duo en dirección al hombre inconsciente—. Iba a lanzar al perro bajo los autos.

Heero paseó los ojos de Duo, al hombre y de vuelta al cachorro, quien se removía, daba ladridos y rogaba con los ojos.

—Mejor vayámonos antes de que la policía aparezca —advirtió Duo y automáticamente, Heero estaba siguiéndolo sin cuestionarlo, una parte de su mente recordando la guerra. Ir de encubierto, mantenerse en silencio y escondido, no llamar la atención.

El hombre fue dejado en la acera, pero la gente que había presenciado el ataque de Heero fue poco compasiva y empezó a alejarse.

—Estás sosteniéndolo con mucha fuerza —masculló Duo. Fue hacia un callejón y se detuvo. Heero lo imitó, todavía contemplando el cachorro—. Puedes dejarlo aquí.

—¿Aquí? —Heero miró alrededor. Su mente calculó con facilidad las probabilidades de que el cachorro sobreviviera. Cero—. No —contestó, aferrándose al bolso.

Duo lo vio perplejo. —¿No? ¿Por qué no?

—No lo sé —respondió. Heero estaba perdido.

Duo miró de Heero al cachorro.

—No tiene un hogar, le salvaste la vida, pero…

A Heero le asombró saber que había algo que él entendía y que Duo no.

—Necesita que lo cuiden.

—¿Sí? —Duo lució como si a Heero le hubiera salido un ojo extra—. Yo también necesitaba que me cuiden, pero sobreviví en las calles. El perro tendrá su oportunidad, así que déjalo ir.

Pacientemente, Heero sacó el cachorro del bolso y lo sostuvo con gentileza. El animal lamió su nariz y ese gesto agitó algo en él. No era peligroso, no podía atacarlo de improvisto. Heero no tenía que tener la guardia en alto. Él le agradaba al cachorro. Acarició el pelaje suave, tratando de ubicar su raza. ¿Cocker Spaniel? ¿Mestizo?

Duo aclaró su garganta. —Heero, ¿vas a decirme que está cruzando por esa cabeza tuya?

—¿Cómo… cómo cuidas un cachorro? —quiso saber. Duo se encogió de hombros.

—Ni idea. Lo que sé es cómo atraparlos y cocinarlos.

Heero se alarmó y acercó el cachorro a su pecho, protectoramente. —No te vas a comer a este. —No era una pregunta.

Duo arqueó una ceja.

—¿Significa que va a venir a casa con nosotros? —Heero asintió. Duo todavía se sentía desconcertado y, de repente, lanzó una carcajada—. ¡Mírate!

Heero parpadeó a la cara sonriente de Duo. —¿Qué?

—Después de todo lo que he intentado, un montón de pelos lo consiguió.

—¿Qué?

—Sacarte algo de humanidad —replicó—. Por tal motivo, obtendrá un hogar nuevo.

El cachorro lamió de nuevo la nariz de Heero y se acurrucó entre sus brazos. No era el parámetro de una misión. No calzaba dentro de una especificación, no tenía un propósito militar. Solamente era un cachorro que lo necesitaba.

—¿Duo?

—¿Hm? —contestó Duo, divertido mientras dejaban atrás el callejón y empezaban la caminata a su departamento.

—El dolor ha desaparecido.

Duo sonrió y se inclinó hacia él. Acarició las orejas del cachorro y susurró: —Buen perro.


Nota final: ¡Gracias por leer hasta aquí! Reintegro las gracias a Van, Neutral y obviamente, a Kracken.