Tokyo Ghoul, Kaneki y Rize no me pertenecen (lamentablemente), sólo soy un pequeño siervo de riñones gastados trazando un cuento con personajes fenomenales...


Del ciempiés y otras carnes


Rebanó un trozo de carne fresca, y lo masticó como si fuera chicle.

Ah, no debía, sabía que no debía.

Eras tan linda, tan inocente. Casi podía palpar tus alas.

Esto era lo único que le quedaba de ella, lo único que compartieron en su ráfaga de pasión efímera. La lectura amarga, el grano sabroso. La tragedia de Romeo y Julieta.

Piel sedosa que nunca pudo tocar, una mirada cristalina que sólo podrá disfrutar en la siguiente vida junto a ella en el cielo…

(Aunque eso es mentira, ¿Verdad?)

Abrió los ojos, que pesaban.

La carne seguía adherida a su paladar.

No… No, no, no, no, no, no, no, no, no.

Yo sigo aquí. Sigo acariciando los interiores que jamás pude degustar.

Rize-san, Rize-san, Rize-san, Rize-san, Rize-san.

Estás muerta.

Su sonrisa amable, la postura elegante y las hebras violáceas que le pincharon el corazón. La piel tierna y pálida le había hechizado.

Pero el accidente había desfigurado todas esas cosas, ¿No?

La sonrisa ya no era amable, sino que estaba muerta, y la postura elegante ya no sería elegante, sino que también estaba muerta. Y esa piel estaba aún más pálida que antes. Pálida y muerta.

¿No? ¿No? ¿No? ¿No?¿No?¿No?¿No?¿No?¿No?¿NO?

¿Seguro que soy yo quien está muerta?

Escrutó sus manos, salpicadas en rojo.

¿De quién es esta sangre, Rize-san?

Pupilas contraídas, dedos temblorosos. Sintió algo clavarse en su labio inferior. Tocó su rostro, percibió la viscosidad en todos lados. Era como comer chocolate derretido; tarea imposible el no mancharse.

Chocolate relleno con crema de frutos rojos.

Desclavó aquello que le fastidiaba en la boca.

Si sigues comiendo tantos tentempiés, terminarás contrayendo una carie, Kaneki-kun.

Pequeño, blanco, cubierto en sangre y filoso como un colmillo…

Esperen, efectivamente era un colmillo.

Pasó los dedos sobre su dentadura, lustrosa y fuerte.

¿De quién es este diente, Rize-san?

Eras adorable, Kaneki-kun.

¿De quién es esta carne, Rize-san?

(Preguntas pero aún sigues masticando, sigues machacando y tragando)

Me excitaba imaginar el sabor de tus testículos salteados.

¿En dónde estás, Rize-san?

Justo aquí. Amándote.

Rize-

…O eso quisieras.

Una risa destornillada, teñida con un tono dulce le asestó un golpe contra el cráneo. Ah, mi cabeza.

Sintió cosquillas en las vértebras, y caricias en los costados.

Quiso resistirse, pero inevitablemente terminó derritiéndose bajo esos tactos blandos.

¿Eres tú, Rize-san?

El fantasma de una sonrisa apareció sobre sus labios, y bajó los párpados. Deslizó sus brazos sobre los harapos rotos y manchados (¿Es eso sangre?), buscando entrelazar sus dedos sobre aquellas manos suaves que le brindaban placer.

Pupilas dilatadas, intestinos resbalándose por la comisura de sus labios delgados y húmedos (¿Es eso sangre también?).

¡Ding, ding! ¡Te has equivocado!

La burbuja se quebró, los orbes casi saltan de sus pupilas en un gesto aterrado.

Ya no eran diez dedos, sino que eran cien.

¿Un ciempiés?

Lo alcanzó desde la cola, inhibiéndole el movimiento.

La criatura se retorció en el aire, esforzándose en hacerse ovillo. (No me mires, no me toques, tengo miedo. Mamá...)

Ese eres tú, Kaneki-kun.

Y de repente quien tenía el insecto entre las manos no era él, sino que era ella, y el insecto no era un insecto, y el insecto se convirtió en él. Y ella sonrió, y él se retorció bajo sus dedos.

Y su corazón amenazaba con averiarse, y no por culpa del amor.

(O quizás sí, ¿quién sabe?)

Y en ese espacio minúsculo y resquebrajado, cayó en la cuenta.

La sangre… no es mía ni tuya.

Y los ojos negros lo miraron con cariño por primera vez, y si era mentira o no, no podría saberlo. Porque había sido intoxicado con ese amor retorcido.

Es un cordero, eso es todo.

Y ya no se estaba entablando una conversación entre un ciempiés y un monstruo con ojos abismales, sino que habían vuelto a los asientos usuales; libros descansando sobre el regazo y un café cuyas virutas humeantes difuminaban la vista que cada uno tenía sobre el otro. Ella no tocaba su sándwich, y él no podía ocultar el rubor que surcaba su camino a través de sus pómulos hinchados.

Las cabezas de ambos danzaron con imágenes que lanzaban chispas opuestas.

Ella es tan genial… Quiero verla todos los días.

Timidez, ansiedad.

Sus ojos sabrán deliciosos sobre la parrilla. Quiero arrancarle el pene con las uñas.

Mitomanía, diversión.

Y una grieta irrumpió en la cena, y las tazas con café humeante chillaron al colapsar contra el suelo, y las sillas se voltearon, y la mesa de roble se partió por la mitad con un chirrido agudo, y las páginas de sus libros ardieron bajo las brasas trágicas.

Y ya no estaban sentados y distanciados, sino que estaban desnudos; abrazados; juntos, bajo una pila de férreas extensiones de metal.

Y sangraban, oh, cómo sangraban.

Y ella murió, y él sobrevivió.

O por lo menos, eso pensó.

Y volvieron a la escena de la carne, que ya no estaba tan tierna y fresca, y la sangre, que ya se había secado sobre el asfalto sucio. Y los colmillos que no eran de él descansaban sobre el cuerpo inerte, y el cuerpo inerte se cubría rápidamente con moscas famélicas.

Y el olor putrefacto le arrancó un mohín.

Kaneki-kun.

Pero ella seguía ahí, y el cuerpo se estaba pudriendo bajo el hedor de las moscas. Pero ella seguía sabrosa y tan, tan, tierna…

Ah, tengo hambre.

Entonces come.

Y hombre, sí que lo hizo. Y la devoró una y otra vez, y esperó a que su cuerpo se regenerara una y otra vez, para entonces poder saborearla de nuevo.

Y lo último que siempre dejaba eran esos labios carnosos y sabrosos, que arrancaba con un solo beso desesperado.

Aunque, si los masticaba y los magullaba, no podía considerarse amor, ¿No?

¿No?

Kaneki-kun, ¿cuál es mi sabor?

Era como un grano de selección recién recolectado, o páginas amarillas y olorosas de libros viejos. Su sabor se asemejaba al cariño de su madre muerta, a las hamburguesas que depredaba junto a su mejor amigo.

Era la brisa de verano, la soledad de invierno. El monstruo que descansaba bajo su cama, los libros que su padre le había cedido como herencia.

Eres asquerosa, Rize-san. Como mierda de caballo atestada de hormigas.

Y su mano se contrajo, y sin quererlo, rascó su barbilla en un acto inconsciente, manchándola con sangre caliente.

Y ella sonrió.

De todas formas, al final, a quien se estaba devorando no era a ella, sino que era a él.

Y Rize disfrutó cómo él se cortaba los dedos y los tragaba como dulces, para luego hundir las manos sobre su propio estómago y sorber sus intestinos como agua de manantial.

Y cómo hundía sus dientes sobre sus propios labios, hasta inflarlos en dolor y soledad.

En realidad, sigues siendo adorable, Kaneki-kun.

Y bajo esa euforia y éxtasis, los ojos le escocieron, y él lloró, porque sólo era un ciempiés.

Y nunca sería más que eso.

Y ella seguiría siendo todo.

Y él nada.

Como siempre lo había sido.

END


Ah, qué fandom más hermoso me he topado.

Hace tiempo no escribía un fanfiction sobre un manga, y menos algo pseudo hetero (si es que siquiera puede llamarse así) así que, ohalá. Personajes interesantes que seguramente manipulé con insuficiencia, será, otro trabajo inepto pero que publico por piedad propia.

Espero que sigan surgiendo ideas, adieu.

Vito.