Sin duda "normalidad" no era un calificativo adecuado para ellos dos. En primer lugar, uno de ellos era un súper héroe. Sí, tal como en la televisión o los comics, el peliazul poseía poderes fuera de lo común que le permitían desempeñar su trabajo como protector de la humanidad todos los días.
El de cabellos verdes por su parte tenía sus propias peculiaridades, pues a sus cortos 20 años ya era un militar retirado con todos los honores, un héroe de guerra de cuya pensión se bastaban para vivir cómodamente en una pequeña casa de campo, ubicada a varias horas de cualquier rastro de civilización.
Los ratos que pasaban juntos se iban en realizar quehaceres domésticos, paseos por el campo o simples y tranquilas charlas acompañadas de té y pastelillos que el más alto horneaba con frecuencia, pues mantener la paz era algo fundamental en aquella casa.
¿Por qué? Por el terrible espectro que perseguía al ex-soldado y por cuya causa fue retirado del servicio a tan corta edad; un grave trastorno de bipolaridad que le hacía pasar de la completa calma, a la ira incontenible y furia psicópata con la más mínima provocación a sus nervios o al ver un poco de sangre derramarse. De inmediato un instinto asesino se apoderaba de él, haciéndole perder la consciencia y siendo incapaz de recuperarla hasta haber acabado con toda forma de vida de la manera más sádica o habiendo pasado el suficiente tiempo para calmarse por cuenta propia.
La primera vez que el peliazul vio a su persona amada en aquel estado apenas lo pudo creer, no reconocía a ese chico frente a él cuyos ojos verdes se habían teñido con un intenso fulgor amarillo y que levantaba un afilado cuchillo militar en su contra. Intentó en vano llamarlo varias veces con desesperación, pero en los orbes claros del más bajo no brillaba sino el instinto casi animal de querer eliminarlo, ya no lo reconocía.
Huyó presa del miedo y la impotencia que sentía al no poder ayudarlo, y lloró amargamente en lo alto de una montaña hasta que sus ojos se secaron. Temía que su pareja no lo recordase jamás, que ese hermoso color verde en sus ojos desapareciera para siempre. Pero cayó en la cuenta de que huir no serviría de nada, y no podía quedarse de brazos cruzados mientras el peliverde hacía daño a los demás y a sí mismo. Si había algo que pudiese hacer lo haría, aunque eso significase comenzar de ceros.
Sin embargo cuando regresó a casa se encontró a su novio limpiando el desastre que él había provocado horas antes. Tenía leves cortadas en las manos y el rostro y lo miraba con una suave sonrisa preocupado mientras se cuestionaba sobre lo que había causado tal desorden, pues no recordaba nada de lo sucedido.
Desde ese día procuró permanecer la mayor cantidad de tiempo junto a él, eliminó todo lo que pudiese causarle ansiedad e inclusive lo convenció para que se mudaran a aquel sitio aislado porque, Splendid podría ser un súper héroe, podía volar, cargar miles de veces su propio peso o inclusive ver a través de las cosas si así lo quería. Pero cuando la lo sombra del pasado se apoderaba de su amado, él sólo podía intentar tomar su mano, tapar sus ojos, mantenerlo cerca de sí mismo y esperar, esperar que Flippy regresase a la normalidad y lo viese con desconcierto mientras preguntaba la razón de su cara seria, recibiendo eternamente como respuesta "No es nada, ya ha pasado" junto con una sonrisa forzada.