N.A: Bueno, este es el último capítulo de este Three shot. Me tardé bastante en subirlo y quiero pedir disculpas de antemano a quien siga esta historia; los trabajos finales me impidieron poder escribir antes, es por eso que recién actualizo. Como ya dije en el capítulo anterior, los links de las canciones a las que hacen referencia cada uno de los capítulos están en mi perfil por si alguien se anima a escucharlos.
PD: Si alguien escucha la canción, se dará cuenta de por quién me inclino para que sea seme xD Lo siento, me es inevitable. Aunque sinceramente eso de las posturas solo aplica al lemmon, a fin de cuentas lo que importa es que estén juntos. De hecho que tengo mi preferencia, pero este fic no va sobre sexo, así que lo de quién es seme o uke no es relevante.
Disclaimer: Shingeki no Kyojin no me pertenece, el autor es Hajine Isayama.
CAPÍTULO TERCERO.
COMO UN CHICO Y UN MUCHACHO[1].
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No tenía precisamente el mejor ánimo en ese momento. Se había pasado el viaje en el tren sumido en sus pensamientos y esto solo le había dejado un mal sabor de boca. Recordaba, por supuesto, con gran cariño todo, pero cuando estaba descendiendo del transporte que se había encargado de devolverlo al lugar en que creció, algunas dudas lo asaltaron.
¿Qué tanto pudieron cambiar las cosas durante su ausencia?
No había pasado demasiado tiempo, solo unos seis años alejado de la ciudad que fue testigo de su niñez y adolescencia, recordaba, mas este pensamiento no logró calmarlo. Apenas el aire nuevo, más fresco y limpio en comparación con la ciudad que había visitado a causa de los abundantes árboles que decoraban las parcelas de las calles le golpeó el rostro, sintió que de pronto se hallaba en un lugar distinto pero a la vez el mismo. No creyó que el aire fuera capaz de invadirle de una nostalgia abrumadora el pecho.
Recorrió con su vista el ambiente que se presentaba ante sus ojos con la nítida sensación del momento en que partió: una mezcla de dolor y esperanza. En ese entonces tenía muy presente el dolor de la partida de su madre, además de su despedida con cierto chiquillo que había sido su única compañía durante, sin saberlo, la lenta y progresiva agonía de su progenitora.
Sin embargo, debía continuar. La gente que también abandonaba el tren y tenía, quizá, demasiada prisa en esos tiempos rápidos, lo instaba a moverse ya que impedía la normal circulación de las personas al obstruir la entrada principal. Un brusco empujón de un sujeto bastante corpulento le hizo reaccionar, poniéndose en marcha al fin.
Tenía mucho por organizar. Para empezar, debía hallar pronto un cuarto sencillo pero decente donde alojarse hasta conseguir un empleo que le permita sostenerse cuando se le acabe el dinero que generosamente le había brindado "el viejo ridículo", como él mismo le llamaba, Kenny Ackerman. Y, aunque así se refiriera a él, lo primero que haría en cuanto se ubique en un hotel sería llamarle para hacerle saber que todo andaba bien.
Con pasos rápidos y la maleta meciéndose sobre el lado de su muslo derecho a causa de estos, alcanzó un vehículo relativamente moderno. Debía dirigirse al centro de la ciudad y esta quedaba no muy lejos de la estación, en realidad era un pequeño trecho; pero si no quería perder tiempo debía prestarse el servicio de uno de esos autos. Podría salirle algo costoso, pero no quería reparar en ese detalle por el momento, al menos el recorrido se le haría más agradable en ese y no en uno destartalado.
Una vez dentro, sentado en la parte posterior, la maleta quedó a su lado con poco tacto y su vista quedó prendida del camino que recorrían. Los árboles, frondosos y verdes como nunca antes le parecieron, todo a causa del sol...
Estaba convencido. No, en esa ciudad ya no habría nadie que lo pudiera recordar.
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—Prefiero ir a donde tú ya sabes
—Eren.
—¡La fecha es importante para ti también, no sé por qué te opones!
Un enfurecido chico, ya nada chico, de ojos verdes y cabello castaño reñía con su hermana.
—Mamá me encargó... Que nunca faltes a estudiar, me hizo prometerlo...
Lo sabía. Tenía que aprender a controlar su temperamento. Ver a su hermana con los ojos clavados en el suelo y el semblante entre serio y afligido fue el recordatorio. En ese momento se sentía bastante egoísta por su forma de tratarla, como si solo él estuviera pasando por lo mismo.
—Eren...
—Olvídalo, Mikasa. Pienso ir de igual forma. Te pediría que me acompañes, pero prefiero que te quedes con Grisha por si pregunta por mí. ¿Hoy no tienes clases?
—No, no tengo clases.
Quería componer la situación, pero ceder no estaba en sus planes.
—A veces creo —empezó Mikasa, en un intento inútil por impedir que se marche a pesar de entender sus razones y querer seguirlo— que ni siquiera te gusta lo que estudias...
—Me gustaría que vengas conmigo. Usualmente lo harías, no sé qué te ocurre hoy... Y no pienso discutir sobre eso, ya llevo bastantes años con eso y sé que me gusta lo que hago, es solo que hoy es un día especial. Mi mamá es prioridad.
—Grisha va a llegar y no quiero que esté solo. Ha estado extraño desde que murió mamá.
—Es por eso que prefiero irme y pasarme las tardes en la universidad o en la calle —desvió la mirada hacia la puerta de su casa, si seguía observando a su hermana se sentiría aún peor.
—Él nos necesita. También le afectó lo que pasó.
—Nos necesita tanto que se encerró en su trabajo, haciéndonos a un lado —Ese comentario había terminado por enfurecerlo, por lo que sus ojos volvieron a su hermana, acompañados estos por su ceño fruncido.
—Es lo mismo que estás haciendo tú... —en un rápido movimiento, algo desesperado, tomó las manos de su hermano y las apresó entre las suyas, demostrándole que en el fondo comprendía muy bien cómo se sentía, aunque no podía apoyarle con sus actos— Vuelve para cenar, por favor.
—Te lo prometo.
—Si te quedas toda la tarde por allá quizá te vea, tengo pensado ir luego.
Con una leve sonrisa y una caricia a la mejilla de Mikasa, Eren liberó sus manos para abrir la puerta y salir de inmediato. La calle cálida le daba la bienvenida con el brillo propio del sol en pleno cielo, despejado, sin nubes que le impidan desplegar todo el poder de su luz, enceguecedora en ese momento para Eren.
Recordaba con bastante cariño al sol. Si tenía ese color tostado era precisamente por haber pasado incontables tardes bajo los rayos de este, pero con los sucesos que le venían a la memoria recientemente por esas épocas calurosas ya no podía decir lo mismo: su madre había fallecido en esa misma estación ya hacía unos cuatro años.
No le habían explicado muy claramente lo que le había ocurrido, pese a ser su padre médico, o por lo menos en aquel entonces no había podido comprenderlo. Con dieciséis años y poca afición a las ciencias y términos complejos era difícil poder explicarle a un adolescente de qué había fallecido exactamente su madre. De lo que sí estaba seguro era de que el golpe le había dado mucho más duro porque, pese a los dos años que pasó esperando, la persona por la que aguardaba cada tarde desde su ventana nunca volvió a aparecer.
Cuando murió Carla, su madre, aún le dolía haber perdido contacto con aquel muchacho, y creía que él, con su compañía, podría ayudarle a superar la tragedia que era su vida en ese entonces. Sin embargo, nunca ocurrió. Esperó y esperó largas y angustiantes horas con los ojos húmedos, las mejillas frías y los labios resecos desde su ventana a que su figura menuda aparezca, pero nunca llegó el momento.
Sea por los años o por la causa que fuere, de a pocos dejó de dedicarle tantas horas a su guardia. Pasados dos años desde que su madre falleció, con el corazón oprimido aún por la pérdida, se limitó a darle un vistazo rápido a la calle. Dedicó esas horas a estudiar, a abstraerse en la lectura de los libros que podían interesarle. Mikasa le había sugerido que estudie leyes para de ese modo poder defender causas que considere justas, además de gozar del prestigio que esa carrera le conferiría. Por supuesto, fue su vocación lo que le inclinó a aceptar su sugerencia.
De ese modo, recién a sus dieciocho años ingresó a la universidad. Había perdido un año valioso y debía recuperarlo pronto. Solo se atrevía a faltar a clases cuando la nostalgia lo invadía y sentía que era inútil pretender prestar atención a lo que dictara el maestro durante la clase.
Mikasa llegaba a enterarse. Tenían amigos en común desde su época escolar y sabía por medio de ellos de las esporádicas ausencias de su hermano. Le había prometido a Carla cuidar de Eren y eso incluía velar por su integridad cada vez que este se metía en líos. También le había pedido, pensando en su futuro, que se asegure que estudie algo de su agrado y que le haga feliz, además de hacerlo con empeño y dedicación. A causa de eso le instaba a no faltar, pero cuando lo veía tan esquivo se preguntaba a sí misma si no era que su sugerencia sobre los estudios que debía seguir había terminado por presionarlo y forzarlo a elegir algo que ni siquiera le agradaba.
Eren siempre le aclaraba que no era así. Entonces quedaba más tranquila y dejaba de lamentarse y angustiarse tanto por el bienestar de su hermano. Lo amaba con fuerza al ser parte de su familia, eso sumado a las peticiones de Carla la llevaron a no separarse casi nunca de él. Eso había desencadenado algo que no sabía decir si era contraproducente o favorable: ninguna chica se acercaba a Eren en su presencia.
Ella lo protegía y procuraba mantenerse a su lado, solo cuando se mostraba renuente o colérico le daba cierto espacio para no irritarlo más de lo que ya parecía estar. Eren no parecía muy consciente de su entorno, por lo menos no en un sentido romántico, así que no veía posibles otras intenciones que pudieran tener sus compañeras de clase. Mikasa en cambio era más perceptiva y parecía tener cierto instinto especial. No era grosera, pero si descubría malas intenciones en ellas, bastaba una mirada asesina para que estas aterricen y reflexionen más sobre lo que le convenía a su seguridad personal. Mikasa entonces fue ganando cierta fama de hermana sobreprotectora y con potencial asesino, por lo que incluso si alguna tenía muy seguros sus sentimientos, se limitaba a suspirar por él cuando lo veía caminar por los pasillos de la universidad.
Sin embargo, eso no había evitado, increíblemente, que Eren saliera con alguna chica. No llevaba los mismos cursos ni iba a la misma facultad que Mikasa y eso le había dado oportunidad a alguna que, con todo el valor del mundo, le había invitado a salir. Solo cuando ellas eran muy directas se daba cuenta de qué intenciones se traían entre manos al intentar siempre quedar con él en los trabajos grupales. Él, bastante honrado y sin saber bien cómo lidiar con eso, accedía a tomar algo con la afortunada siempre que tenía tiempo y siempre que ella le agradara. No le contaba a Mikasa sobre esas salidas y para su suerte sus amigos le guardaban el secreto, simplemente avisaba que saldría. De ese modo iniciaba una especie de relación con alguna. Breve, pero bastante agradable. Como si aún fuera adolescente, con las pocas parejas que tuvo, receloso de la posible reacción de su hermana de enterarse, durante sus citas aprovechaban para tomarse de las manos o darse algunos besos.
Y si eran breves era precisamente porque ellas esperaban un compromiso algo más serio con los meses. Eren era encantador y bastante atento, tanto como su forma despistada para el amor le permitía, pero ellas esperaban avanzar y Eren parecía no notarlo, y ellas no estaban dispuestas a ser tan claras con un asunto de esa envergadura, no porque consideraban más propio del caballero hacer ese tipo de proposiciones. Así, transcurridos unos cuantos meses, su pequeña relación terminaba en buenos términos, o por lo menos así lo entendía Eren al ver una sonrisa en su compañera al momento del adiós.
Pero en ese momento no era una cita lo que le hacía salir de su casa. Ese día se cumplía otro año desde que su madre murió. No tenía ninguna relación desde hacía unos cuatro meses por lo que no se sentía comprometido con nadie y aprovechaba sus momentos a solas para reflexionar. Y reflexionaba no solo sobre su madre.
Porque, aunque no terminara de agradarle, cierta persona siempre se colaba en sus pensamientos. Cómo no hacerlo, si cada día el mayor vestigio de lo que pudo ser se presentaba ante sus ojos al caminar por la acera y ver sus ya escasas hojas ir cayendo al ritmo del viento. Y no le gustaba porque con el tiempo había terminado por sentirse traicionado.
Porque ese muchacho era un ladrón. No porque en su niñez y adolescencia le robó incontables veces a Hannes en su panadería, sino porque le había robado su primer beso y luego, sin mayores explicaciones, se marchó.
Aguardó por él pacientemente, pero luego se sintió bastante inocente al confiar en su posible retorno.
No lo odiaba, sin embargo. No podía hacerlo si a pesar del tiempo una mínima esperanza aún latía en su pecho. Resentido sí estaba, y bastante. Había decidido entregarle sus sentimientos a alguien y este le había abandonado en ese preciso momento.
Pero ya no tenía sentido pensar en eso, no cuando tenía un asunto más importante que atender. Con el sol quemándole los brazos y piernas descubiertos a causa de llevar una camiseta de mangas cortas y una bermuda sencilla, avanzó con dirección al cementerio de la ciudad. No quedaba demasiado lejos, pero quería llegar pronto para así poder pasar más tiempo con su madre. Le gustaba platicarle acerca de lo que estaba haciendo y de cómo le había ido, además de relatarle sobre Mikasa y, con algo de renuencia, terminaba por hablarle de su padre. Sentía que se lo debía, fue su esposo después de todo.
Cada año, Eren y Mikasa acostumbraban visitarla con un ramo de flores especialmente grande. Sin embargo, ese día Eren tenía una clase y Mikasa deseaba que asista y luego visite a su madre. Siendo para él prioridad asistir al cementerio como correspondía al aniversario del fallecimiento, no escuchó razones y decidió ir, aunque fuera solo.
Prefirió no girar el rostro durante su camino. No quería pensar más, no por el momento, en él. Ver su árbol, aquel que tenía al lado de su casa, solo le removía los recuerdos. Así, apuró sus pasos, y haciendo una visera con su mano, cubrió su frente y protegió sus ojos del sol. Sería fantástico, de no ser por su estado sentimental en ese instante y su compromiso, aprovechar el día en pasarlo con Armin y su hermana en la playa. De pequeños lo habían hecho seguido, siempre acompañados por sus padres porque era necesario hacer uso del tren para llegar, pero cada visita resultaba gratificante.
Quiso aprovechar el camino y recordar sucesos agradables al lado de Armin, quien había recibido el ofrecimiento de una universidad bastante importante y ya se encontraba estudiando en ella, muy lejos. Una lástima, lo extrañaba bastante. Armin siempre había sabido controlar la insistente vigilia de Mikasa y para él era un hermano más. Durante su marcha compró un ramo de –vaya, qué casualidad– rosas blancas. De ese modo, cuando menos lo pensó, ya estaba frente a la entrada enrejada, algo oxidada, del cementerio. No era una vista precisamente agradable, más bien le daba una apariencia tétrica al lugar, pero no había nada de qué temer. Atravesó la puerta y un encargado le dedicó un saludo con la mano, sumando una boina que llevaba en la cabeza que se quitó para agitarla en el aire. A grandes zancadas se adelantó a la tumba que correspondía a la de su madre: habían podido pagar un lugar relativamente amplio y la losa de color hueso remarcaba su nombre. Estaba rodeada de verde pasto y eso, de algún modo, le hacía sentir que su madre estaba más cómoda.
Depositó el ramo de rosas dentro de un pequeño florero que decoraba el nicho, el cual afortunadamente ya tenía algo de agua. Luego de dar un suspiro por razones que ni él mismo supo explicar, se sentó sobre la hierba y contempló el nombre que describía a la persona que yacía bajo la tierra en esa parcela.
—He venido, mamá —dijo al aire, aún contemplando su nombre—. No podía fallarte, hoy se cumple un año...
Permaneció en silencio un momento, y una extraña brisa, no muy propia de los veranos, le hizo dar un respingo. Sentía que debía hacer algo pronto, pero no sabía qué podía ser. Su silencio se prolongó unos minutos, cosa rara ya que, parlanchín como pocos visitantes, como si su madre estuviera de cuerpo presente, le narraba impensables detalles de su vida, siempre con una sonrisa. Había superado su pérdida, pero aún le dolía no tenerla a su lado.
—No sé qué me pasa... —dijo al fin, esta vez observando la hierba crecida que se mecía con las misteriosas brisas—. Parezco algo ido, ¿no crees? A lo mejor estoy distraído por algo...
Sus grandes ojos verdes se detuvieron en las rosas. Blancas, muy blancas, como un camisón... Como una piel.
—Tienes razón —respondió, como si su madre le contestara. Su madre, creía, debía estar en su conciencia—. Sigo pensando en él... —Y ese pensamiento hizo que tomara un puñado de pasto y lo arrancara, arruinando el buen trabajo del jardinero—. ¿Qué puedo hacer? No es que me haya propuesto olvidarlo, claro que no, su amistad fue algo muy valioso para mí, y es... agradable... recordarlo. Pero él se fue, mamá. Ni siquiera me contó, no me dio un porqué...
Revisó la hierba entre sus dedos y la dejó caer, arrepentido por desquitarse con esta. Luego volvió a ver la lápida y sus ojos quedaron entrecerrados, aguzando tanto como le fue posible su intuición.
—¿Insinúas que tuvo sus razones para no contarme nada? —Las palmas de sus manos quedaron a sus lados y, sorprendido por su conclusión, clavó sus ojos en sus zapatillas, lejanas al tener sus piernas extendidas, frunciendo levemente los labios—. Pues nada le costaba decirme, así no me dejaba pensando, así como ahora... ¿Recuerdas que te conté lo mucho que lo defendía una vez que se fue? Muchos chicos empezaron a decir que su madre ejercía una profesión nada decorosa y que seguramente la persona que se lo llevó lo hizo a cambio de... —tuvo que guardar silencio, el solo recuerdo de algunos compañeros diciendo aquello le hacía hervir la sangre—. Bueno, olvídalo, no debería hablarte de eso... Para empezar, hace muchísimo que ni te lo mencionaba.
Como si la lápida hablara y le frunciera el ceño por lo descarado de su confesión, Eren dio un brinco sobre su sitio al sentirse "observado" por esta.
—Bueno, no te contaba nada, pero sí lo pensaba... No me parece bien visitarte y hablarte de alguien ajeno a nuestra familia. Ahora me acuerdo que llegué a confesarte que se escondía en el árbol... Me enseñó mucho, me ayudaba con mis tareas. ¡Si lo hubieras conocido seguramente se habría robado tu corazón! —dijo, ya con más ánimo, con las manos en puños en señal de emoción y una insólita sonrisa—. Era muy listo, bastante amable conmigo... Aunque a veces me daba coscorrones... —reflexionó—. Y era además muy gu...
Nuevamente, como si la lápida fuera un ser, se sintió observado por esta, como si le prestara especial atención por esa confesión que se quedó a medias. El color subió a sus mejillas al sentirse "observado", jugó con sus dedos, limpiándose las uñas, y quitando los restos de tierra que hubieran quedado en sus palmas.
—No dije nada... ¡Olvídalo! —exclamó, algo nervioso—. Como dije, no sé por qué se me dio por contarte sobre él especialmente hoy... ¿Qué? —dijo, acercando su oído, como si estuviera comunicándose realmente—. ¿Que quizá hoy suceda algo? —Una ceja suya se curvó, bastante extrañado por esa ocurrencia—. ¡Tonterías! Más tarde debo ir a la universidad a ver qué hicieron la clase de hoy. Mikasa quiso impedir que venga, pero ya ves, estoy aquí contigo. No te enojes, para mí eres más importante que una clase. Jean me ayudará, es odioso y siempre está molestándome, pero sé que me prestará sus apuntes si se los pido.
Su conversación se prolongó por al menos una hora. A modo de superar el incómodo momento causado por hablar de quien, según él, no debía, se largó en explicaciones bastante minuciosas sobre lo que ocurría en su casa. Incluso dijo qué habían comido la noche anterior y por cuántas horas había dormido.
Terminada su visita, acarició la losa y se puso de pie, sacudiéndose la ropa. La tarde recién empezaba, pero prefería darse prisa y buscar a Jean para tener el resto del día libre.
Al salir del cementerio, nuevamente una brisa le recordó la sensación primera al sentarse al lado de su madre. Esos vientos no eran normales, se dijo a sí mismo, y se frotó los brazos buscando devolverles el calor perdido.
Tenía muchos asuntos pendientes que resolver durante esa tarde.
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—Hecho. Muchas gracias por atenderme.
—Gracias a usted por alojarse aquí, joven.
Forzado a sellar su trato arrendatario con un efusivo apretón de manos con el encargado de un hotel bastante sencillo pero, según pudo ver, bien aseado, dejó la propiedad luego de ordenar sus pertenencias en su respectiva habitación. No le agradaba la idea de dormir en la misma cama que lo había hecho alguien más, pero luego de terminar las diligencias que tenía pendientes bien podría desinfectarlo todo.
No confiaba en el dinero que le quedaba, tendría que comprarse comida y eso implicaba más gastos, por lo que, contrario a lo que habría preferido, salió del hotel con rumbo a buscar a algún trabajo. Si la búsqueda no era muy fructífera, aún le quedaba la noche para poder visitar a su madre.
Tener que soportar el abrasante calor del verano no era muy alentador, pero si quería realmente tener con qué abastecerse, debía salir. Ya le había llamado a Kenny y Hanji, confirmándoles que todo había salido muy bien y el viaje ocurrió sin sobresaltos, además de explicarles que el hotel en que se hallaba parecía dirigido por personas decentes y que le procuraban una atención muy agradable.
Lo favorable del lugar que había escogido no radicaba solo en el precio del alquiler, sino que además estaba ubicado cerca de las instituciones educativas de la ciudad. En todo caso, de las principales y las que le interesaban, ya que pensaba postularse como profesor en la escuela a la que asistió o al menos podría ser profesor de alguna academia para preuniversitarios. Esperaba que el sueldo le sea suficiente para sostenerse y de a pocos comprar elementos de cocina para no vivírsela comprando comida. Hacerla era mucho más económico.
Lo que no le agradaría sería, de obtener algún puesto, recorrer las calles que recorrió cuando asistía a la escuela. No porque fuera desagradable, sino porque no podía quitarse del pecho la sensación de que había hecho mal las cosas antes de partir. Cuando era invadido por esos sentimientos se decía a sí mismo que lo había hecho por su bien, porque no quería que los vinculen y terminen echándole a perder la secundaria con bromas absurdas. Pero la sensación no se iba.
Pensando en eso, continuó con su camino calle arriba. Esperaba alcanzar la acera principal para poder ubicarse correctamente y llegar sin contratiempos a la escuela. En ese punto, solo y en una ciudad que seguramente ni lo recordaba, deseaba que al menos al ver su nombre en el currículum alguien lo reconozca. Y no porque deseara no ser olvidado, sino porque, sabiendo que era un viejo vecino, tendría más posibilidades; además de haber sido reconocido como un chico de notas excelentes.
Alcanzó la acera y su blanca piel estaba siendo cruelmente lastimada por los inclementes rayos del sol. No le preocupaba demasiado su apariencia, pero esos días calurosos le hacían resentir el color que heredó al descubrirse por las noches con la piel enrojecida y sensible. Prosiguió con su camino girando en una esquina próxima hasta llegar a una avenida algo más concurrida pero, para su sorpresa, a esa hora estaba abandonada.
Quien sí se hallaba allí era una anciana que recordaba claramente. Cómo olvidarla, si cada día luego de clases era la encargada de proporcionarles golosinas a él y a cierto chico de cabello castaño y que fue su único amigo.
Un suspiro se le escapó en cuanto la anciana lo divisó. Parecía reconocerlo, porque clavó sus ojos en él y lo vio insistentemente, como instándolo a que se acerque y le devuelva el tácito saludo. Sin embargo, prefirió apurar el paso, convencido de que aquella familiaridad había sido obra de su imaginación. No pudo ver que ella, cuando ya estaba algo distanciado, lo acompañaba con la vista.
Tanto se apresuró que una gota de sudor le reveló que el sol estaba surtiendo efecto en él y ya estaba haciéndole transpirar. Molesto al sentir la gota escurrirse y el sol abrasándole aun más los brazos descubiertos por la camisa de mangas cortas, se dejó caer en una banca que tenía cerca. Con su mano desabrochó uno de los botones de la camisa, dejando descubierto parte de su pecho y a su vez agitando la prenda para ventilarse un poco.
Sentado y suspirando por lo mucho que le fastidiaba la temperatura, se distrajo observando un coche que pasó por la calle. Le resultó muy bonito, tenía las lunas polarizadas y todo era de un color oscuro, lo cual le daba un aspecto bastante elegante. Tan abstraído quedó, que un rayo de sol traicionero, reflejado a causa de la limpia cubierta del vehículo, le dio directo en los ojos, encegueciéndolo por unos instantes.
Cerró los ojos con fuerza y esperó unos momentos hasta que el malestar pase. Tenía la vista algo sensible por pasar tanto tiempo leyendo desde pequeño, pero no había sido necesario el uso de lentes. Una fortuna, porque de habérselos recomendado desde adolescente no habría tenido cómo pagarlos, además de que seguramente sus compañeros de clase terminarían por rompérselos a menudo.
Mucho mejor luego de unos instantes, parpadeó un par de veces hasta acostumbrarse nuevamente a la claridad del día. Pensando en los lentes que nunca necesitó, no sintió que alguien se había sentado en la misma banca, probablemente esperando a que pase algún taxi que lo transporte. Ignoró al extraño y continuó con sus reflexiones hasta que, sin proponérselo realmente, sus ojos aguardaron al otro extremo de la calle a ver si aparecía otro auto igual de elegante que el anterior.
Entonces lo vio.
A su lado, sentado sobre la extensa banca abanicándose con una mano, protegidos ambos del sol por el alero que la cubría, estaba el chico que le acompañó durante sus últimos meses en esa ciudad.
Estaba ahí, permitiéndole ver su perfil. Tenía el cabello levemente alborotado, la piel tostada algo sudada, la nariz respingada coronando su rostro inclinado hacia atrás con petulancia, su brazo delgado apoyado sobre la banca, las piernas largas extendidas, brillantes por su color... Era él, tal cual lo recordaba, solo que mucho más alto y, en apariencia, más maduro. Cómo olvidarlo, especialmente esos ojos verdes tan grandes y tan inocentes. Estaba de perfil así que no podían verse directamente, pero podía reconocer el color de estos.
¿Cuántos años ya tendría? ¿Veinte? ¿Qué habría estado haciendo? ¿Qué le habría pasado en su ausencia? ¿Tendría esa misma vitalidad de entonces?
Tenía demasiadas preguntas que hacer, pero ni un monosílabo escapaba de sus labios. Ni siquiera un suspiro, es más, parecía que había dejado de respirar. El chico seguía ocupado abanicándose con una mano y tenía el ceño fruncido, fastidiado seguramente por el calor.
¿Qué debía hacer? ¿Irse y dejarlo solo?
No tuvo más tiempo para reflexionar. Seguramente se sintió observado, ya que el chico terminó por girar su rostro, aún con la mano agitándose para darse aire al cuello, y también lo vio. Lo más vergonzoso del caso fue que lo pilló muy concentrado en su contemplación: tenía los labios entreabiertos y los ojos algo más abiertos de lo normal, presa aún de la sorpresa.
No supo qué sentir cuando vio que esos enormes ojos verdes se abrían desmesuradamente y su mano quedaba quieta en seco.
—¿Levi? —preguntó, en un hilo de voz.
¿Qué podía contestar? Lo había atrapado, completamente. Para bien o para mal, que le reconozca le había brindado una paz sorprendente. Como hace mucho no sentía.
Simplemente asintió. Muy despacio.
—¿Qué haces aquí? —continuó, más repuesto y con las cejas curvadas, ya no por la sorpresa sino algo similar a la ira.
—Volví —respondió él, ya en su típico tono indiferente. No iba a dejarse atrapar nuevamente. Que no sepa lo mucho que le sorprendió volver a verse tan pronto. Que no sepa cuánto le alegró que le haya reconocido.
—¿A qué? —insistió Eren.
—¿Por qué preguntas?
—¡Porque...! —Estuvo a punto de gritar, pero se contuvo a tiempo. Manifestar tanto interés no era su mejor idea de demostrar cuánto le había herido su partida. En realidad ni siquiera quería demostrarle eso, simplemente le urgía saber los motivos que lo orillaron a regresar a una ciudad de la que no tuvo el mayor reparo abandonar.
—¿Porque, qué? —insistió Levi. Si ya había empezado, impulsivo como siempre, quería oírle hasta el final. No se podía distinguir en sus palabras, pero lo cierto era que estas estaban impregnadas de cierta ansiedad.
¿Qué podía hacer? Con orgullo no ganaba nada. En cambio, si admitía que deseaba con todas sus fuerzas saber por qué se marchó tan abruptamente podría zanjar el asunto. Quería entender por qué lo había abandonado de esa forma.
—Porque... Olvídalo. —Hizo a un lado su necesidad de respuestas y prevaleció su orgullo. No sería la primera vez. Luego de pasársela ansiando un acercamiento a él durante su época escolar, luego de haberle insistido tanto en ser amigos, ya no deseaba rogarle nunca más a nadie—. Me voy, buenas tardes —finalizó, poniéndose de pie.
No iba a huir, por eso su paso no fue rápido, sino pausado y con gran aplomo. De todos modos, se decía a sí mismo, tenía muchas cosas por hacer. No, no se moría por quedarse con él y que le explique tanto...
Como si sus pensamientos fueran oídos, una mano opresora sobre su muñeca le impidió proseguir con su camino.
—Volví por mi mamá —dijo Levi, mirándolo directamente a los ojos mientras se incorporaba de la banca.
—¿Tu... mamá? —preguntó Eren, dudando un poco de la veracidad de sus palabras.
—Sí.
—¿Dónde está? —su ceño se relajó ligeramente al recordar también a la suya. La voz de Levi parecía ser capaz de controlar sus impulsos.
—En el cementerio —sentenció Levi, muy fijos sus ojos en los verdes de Eren—. Tres metros bajo tierra.
Quizá fue a causa de que se miraban muy atentos el uno al otro, pero Eren pudo ver cómo, al momento de decir aquello, una ceja de Levi vacilaba apenas de forma perceptible. Decirlo debió ser muy doloroso.
Si quiso aparentar algo de renuencia a oír sus palabras, todo se fue a la basura en cuanto vio ese pequeño gesto. Podía comprender perfectamente cómo se sentía Levi, él mismo había perdido a su madre. Pero necesitaba muchísimas más respuestas, por egoísta que sonara, porque eso no explicaba la razón de su partida.
—Voy a contarte —continuó Levi, como si fuera capaz de leerle el pensamiento—. Deja de mirarme como cachorro. Como siempre —dejó escapar un bufido burlón, repuesto del momento incómodo—. Pero quiero oírte a ti también.
—Y... ¿Así nada más? —cuestionó Eren—. ¿Te vas tanto tiempo y crees que puedes volver y decirme eso?
—Calla y camina —dijo Levi, divertido por el supuesto fastidio de Eren. Apretó aún más la muñeca que tenía presa y lo impulsó para seguirlo—. Creí que te habías olvidado de mí.
—No pienso decir nada hasta que me digas lo que tengas que decirme. Solo entonces responderé —dijo, accediendo a seguirlo.
—Te vi y creí que habías madurado. Parece que no.
—He madurado y soy maduro con quien corresponde, no contigo.
—Mocoso resentido.
—Dime a dónde estamos yendo.
—A un lugar que quiero ver y nunca he visto.
—¡No puedo irme así nada más! —exclamó Eren, deteniendo su marcha—. ¡Tengo muchas cosas que hacer para hoy!
—¿Quieres volver y que no te cuente nada nunca? —respondió Levi, encarándolo.
—No... Pero no voy a ir contigo si no me dices nada. Quiero que me digas la verdad.
—Bien. Pero no es agradable.
—Solo dilo.
—Mi mamá murió y no tenía en qué caerme muerto, ni siquiera para una fosa común. Apareció un tío de no sé dónde, dijo que era hermano de mi mamá y me llevó con él a estudiar —contó Levi de un tirón, sin siquiera inmutarse.
La verdad parecía ser bastante sencilla, aunque podía comprenderlo. Sin embargo, aún tenía algunas preguntas.
—¿Por qué robabas? Nunca te lo pregunté pero quiero saber.
—Mi mamá era prostituta y no quería que trabaje más, por eso le llevaba comida, para que lo haga lo menos posible.
Eso sí le había impactado. Pasó sus últimos años defendiendo a Levi y su familia, segurísimo de que todo lo que decían era mentira. Pero, para su sorpresa, era en parte verdad.
—¿Por qué no me dijiste nada?
—Porque vi que empezaban a joderte por juntarte conmigo. Si hubieran descubierto que fuiste el único a quien le conté de los motivos de mi partida te habrían jodido hasta morir. Preferí que sigan creyendo lo que les decía, que no éramos amigos y que en realidad eras un mocoso latoso que me seguía a todos lados.
Descubrirse protegido inundó su pecho de una sensación particular y extraña. Era semejante a la que sentía cada vez que lo veía mientras pasaban horas en el árbol aunque no tan intensa. Pensándolo con más detenimiento, sí había un momento de equiparable sensación: cuando le dio un beso.
—¿Listo? —continuó Levi al ver que Eren había quedado mudo y tenía las mejillas coloreadas de rosa. Se lo atribuyó al calor.
—¿No te da pena decirme todo eso? —dijo Eren, ya más repuesto y con el rostro afligido.
—No viene al caso decirlo. Ahora cuéntame algo tú, te corresponde —exigió, meneando la muñeca que sostenía.
A decir verdad, más que querer oír sobre lo que estuvo haciendo, quería cerciorarse de que Eren no haya sufrido durante su ausencia.
—Mi mamá... murió hace cuatro años. Hoy cumplió uno más y ya estuve en el cementerio de visita.
Eren vio que Levi boqueaba levemente, quizá buscando alguna forma apropiada de darle consuelo. Sabía, por supuesto, que esas cosas no se le daban nada bien.
—No te preocupes —dijo, encogiéndose levemente de hombros queriendo restarle importancia—. Ya lo superé. Aún la extraño, pero me gusta pensar que de algún modo siempre me acompaña.
—Ya veo...
—¿Adónde querías ir? —No deseaba que su reencuentro, por muy fortuito que fuera, se estanque en el momento triste e incómodo de descubrirse huérfanos ambos, por lo que decidió iniciar una nueva conversación.
—Sígueme.
Internamente agradeció que no toque más el tema. No porque no quisiera contarle, sino porque quería aprovechar mejor el tiempo. Volvió a tomar el control de su andar y fue guiando a Eren por el camino que debían seguir. Misteriosamente su mano terminó resbalando de la muñeca de Eren hasta alcanzar sus dedos, terminando por entrelazarlos.
Pasaron frente a la anciana, y pudo notar que este se tensaba y volvían a detenerse. Ya que fue Eren quien se detuvo primero, esperó a lo que estuviera pensando hacer. Pero debido al lugar exacto en que pararon fácilmente pudo deducir lo que se proponía.
—¿Quieres...? —insinuó Eren con la cabeza gacha e inclinándola levemente en dirección a la mujer.
La anciana por su parte tenía una enorme sonrisa en el rostro, muy segura de a quiénes tenía al frente. Los recordaba perfectamente, y aunque le habían enseñado que no era normal que dos hombres anden de la mano, le fue inevitable enternecerse al ver lo que sus ojos expresaban.
Levi no dijo nada, y como el que calla otorga, Eren rebuscó ya no en su bolsillo, sino que sacó una billetera de cuero muy oscura, extrayendo de esta un billete, el de menor valor que tenía. Se lo entregó a la anciana y esta, gustosa de atenderle, le entregó todo lo que le pidió.
Con su compra hecha, que consistía en muchos caramelos de diversos sabores además de un paquete de galletas de chocolate, tiró de la mano de Levi para ahorrarse la vergüenza de alguna pregunta burlona mientras los guardaba en sus bolsillos.
—Recuerdo que me dabas dulces —dijo Levi.
—Te pregunté si querías...
—No dije ni sí ni no.
Mirándolo de soslayo, Eren extendió la mano que tenía libre hecha un puño, y cuando sintió que Levi colocaba la suya debajo, dejó escapar unos cuantos caramelos.
—Gracias. Me gustaba que me des este tipo de cosas. A mi mamá le gustaban los dulces —dijo, llevándose un caramelo a la boca.
—¡¿Le dijiste que te los daba yo?! —chilló Eren, haciendo aspavientos.
—Sí. Me pidió que te trate bien. Y antes de que vuelvas a hacer más preguntas, hazlas mientras caminas. Se hace tarde.
Agradecido por esa consideración de Levi al estar dispuesto a responderle, Eren asintió y siguieron caminando. Llegado un momento, pasaron por un jardín muy bien cuidado. Eren parecía bastante distraído contemplándolo, por lo que Levi se detuvo un instante y de un movimiento veloz arrancó un clavel.
—Una vez me diste una flor tú. Que hoy sea yo quien te la dé —dijo, y le extendió la flor hasta ponerla frente a su nariz.
Eren no pudo articular palabra alguna. Le avergonzaba un poco recordar ese gesto suyo y suponía que a Levi también, ya que esos regalos eran más propios para una chica. Sorprendido por ese gesto, simplemente la tomó entre sus dedos y aspiró su aroma.
—El dueño va a enojarse, Levi.
—No me importa.
En ningún momento soltaron sus manos, y Eren ya no quiso pensar en su renuencia y orgullo herido al sentirse abandonado. No cuando Levi le había explicado las poderosas razones que lo obligaron a tomar sus decisiones.
Pasados alrededor de treinta minutos de caminata, sudando ambos por el calor, llegaron a la estación de tren.
—¿Qué hacemos aquí? —cuestionó Eren.
—Una vez me regalaste un barco de papel. Casi me exorcizas porque te dije que nunca había visto el mar. Quiero ir contigo ahora, sigo sin conocer el mar.
—¡¿Es en serio?! —gritó Eren, llamando la atención de las personas que se hallaban comprando sus boletos.
—Sí, y deja de gritar. ¿Es muy largo el viaje?
—Casi el mismo tiempo que hicimos a pie... ¿Estás seguro?
—No te lo propondría si no lo estuviera.
—¿No tienes nada que hacer?
—Te contaré cuando pise la arena. Ahora dame algo de dinero, no cargué demasiado porque jamás esperé volver a verte tan pronto.
Sin poder objetar más y en realidad sin verdaderos deseos de cuestionar su proposición, feliz de haber sostenido su mano todo el camino, Eren le entregó unos billetes y aguardó a que Levi vuelva de comprar sus boletos. Siendo un destino tan corto no habría mucho problema, ni siquiera necesitarían equipaje.
Hecha su compra, fue Eren quien se atrevió a tomar su mano, sorprendiendo a los presentes, y se encaminaron a abordar.
Una vez sentados, el tren se puso en movimiento y ambos, uno al lado del otro, permanecieron de la mano lo que duró el breve viaje. Eren prefirió guardar silencio y disfrutar el momento, al igual que Levi. Cuando llegaron, de inmediato percibieron que el sol era muchísimo más implacable, ya que si antes tenían calor, en ese momento sentían que estaban a punto de derretirse.
—Tenemos... —jadeó Eren— que llegar al mar... para refrescarnos...
—Oye, ¿y tu hermana?
—¿Qué hay con Mikasa?
—¿Se enfadará porque te fuiste?
—Bueno, le dije que iría al cementerio. Dudo que me diga algo, sabe que estos días me pongo algo triste...
—Si la playa queda muy lejos pidamos un taxi, no soportaremos este calor de mierda.
Dicho y hecho, pese a que la playa no estaba demasiado lejos de la estación del tren, pararon un vehículo amarillo que los condujo hasta el mar.
Levi no lo había visto más que en los libros, por lo que cuando recorrieron la orilla dentro del taxi, ver esa inmensidad azul lo maravilló. Se veía hermoso e inagotable, enorme. La brisa marina le golpeó las fosas nasales y aspiró el intenso aroma, extasiado por nunca antes haber sentido algo semejante. Eren observaba sus reacciones con una gran sonrisa, feliz de ser testigo de su primera visita al mar.
El taxista frenó y ambos bajaron. Cancelado el servicio, se aproximaron en el acto a la orilla para poder acercarse al agua. Eren no quería perder ninguna expresión de Levi. Pese a que este lo invitó, quien más feliz de la sugerencia y la aprovechaba al máximo parecía ser él.
—¿Te gusta? —preguntó Eren.
—Sí... —Por supuesto que le gustaba, estaba encantado. Tanto era su pasmo que no pudo decir palabra alguna, prefirió seguir admirando lo que se ofrecía ante sus ojos.
Conforme con esa "respuesta", Eren lo tomó por la muñeca y se echó a correr. Levi no comprendió ese arranque, pero no lo detuvo. No había casi nadie en la orilla, por lo que no hubo miradas prejuiciosas que los frenaran. De igual modo, de haberlas, no habrían frenado por nada.
Eren trotaba y dejaba que la brisa del mar dé contra su rostro, feliz por la frescura que esta le proporcionaba. Levi le seguía detrás, feliz también aunque sin poder explicar el porqué. De pronto, en un lugar algo más apartado de la playa, al fin se detuvieron.
—¿No se dañará la flor? —preguntó Levi, curioso por el destino de su regalo.
—No, la tengo en la mano —respondió Eren, sonriente y agitado.
—¿Por qué tan feliz, mocoso?
—Dímelo tú, te veías como un niño en una tienda de juguetes apenas se dejó ver el mar.
—Mentira.
Cansados por su carrera, tomaron asiento sobre la arena y procedieron a quitarse los zapatos. Si había un modo de bajarse la temperatura, era metiendo al menos los pies y los tobillos en el agua.
—Sabes... —empezó Eren, desatándose las agujetas—. Te esperé todos los días desde que te fuiste.. Solo hace dos años dejé de hacerlo con la misma insistencia que antes. En el momento sentí que te habías olvidado de mí.
—Ya te expliqué por qué hice lo hice —No llevaba zapatillas sino zapatos de vestir, por lo que simplemente se los quitó, además de sus medias.
—Sí, pero... te fuiste justo después de...
—¿Después de qué?
—De que... ya sabes... Esa tarde... tú me... —nervioso, fue quitándose las medias con gran parsimonia.
No hizo falta forzar su memoria. Teniendo tan vívido el recuerdo de aquel día, cómo no suponer a qué se estaba refiriendo.
—¿Cuando te besé?
Por la forma tan directa de decirle aquello, Eren dio un respingo sobre la arena. Le sorprendía lo claro que podía ser para hablar de esos temas espinosos. En el fondo temía que lo haya olvidado y ese momento no haya significado nada para él. Simplemente asintió para confirmarle que estaba en lo cierto.
—Iba a dártelo en toda la boca, pero temblabas más que una hoja. Al final apenas toqué la comisura de tus labios.
—Eso no importa... —con el rostro colorado y ya con las agujetas de ambos zapatos desechas y puestos estos a un lado, clavó la vista en sus piernas que se tostaban más por causa del sol—. Para mí fue un beso...
—El primero, supongo. ¿Quieres otro?
—¡Qué forma de ser tan directo! ¡Yo no dije eso!
—Pero sí quieres.
—¿A qué te refieres?
—A que ese día te besé porque me había dado cuenta de lo que sentías por mí. Cuando me regalaste el barco de papel pude ver que yo te gustaba.
Un suspiro murió en la garganta de Eren. Si bien supuso que sentía algo especial por Levi, en esa época no se había planteado la idea de que este lo supiera y lo tuviera tan claro. A lo mejor era momento de confesar un par de cosas.
—Yo... ese día... —tomó aire y decidió confesar todo de paporreta—: ¡Luego de que me diste ese beso decidí que iba a confesarme al día siguiente! —sentenció, apretando con fuerza los párpados.
—Ahora entiendo tu resentimiento. Claro, te di un beso y me fui sin más, cualquiera creería que te lo di por jugar... —concluyó Levi, más para sí mismo que para ser oído por Eren.
—¿Y ahora?
—¿Ahora?
—Es decir... ¿qué hacemos?
—Te pregunté si querías otro beso. ¿Quieres?
—¡No me refiero a eso! Es que... No te entiendo... No sé por qué me trajiste aquí...
—Quería venir contigo. Ah, ya entiendo —Tantas vueltas a la misma pregunta solo podían significar una cosa—. Quieres saber si sentía lo mismo por ti.
—Digamos que sí...
Levi dio un brinquito sobre la arena y se aproximó a Eren. Este se asustó un poco, pero no quiso retroceder. Quería llegar hasta el final y descubrir más sobre el hombre que tenía a su lado.
—Sí. Por eso te besé.
—Entonces ahora me ofreces eso porque...
—Sí. Te ofrezco un beso porque eso no ha cambiado. ¿Sientes tú lo mismo?
Quizá fue inconsciente, pero estaba seguro de no haber dado una respuesta clara. A lo mejor solo movió la cabeza afirmativamente o Levi tomó su silencio como una afirmación. El caso fue que este, como había hecho hacía tantos años, tomó su barbilla entre sus dedos y, ya con mucha precisión, asaltó sus labios con los suyos.
Fue breve, pero más placentero de lo que jamás imaginó. No se comparaba en nada con los besos que había dado a lo largo de su vida después de su despedida.
—¿Has besado a alguien más? —preguntó Levi, algo intrigado.
—Sí, a algunas chicas con las que salí.
Levi frunció el ceño, pero se relajó de inmediato al ver a Eren tan abstraído en la aún latente sensación del beso. Definitivamente le había gustado, y eso no hacía más que alegrarle. No por orgullo, sino porque eso le demostraba que sus sentimientos, contrario a lo que había temido, se mantenían intactos pese a los años.
Eren dejó su flor sobre la arena y llevó sus manos a la nuca de Levi para acariciarle el cabello. Los mechones que caían libres sobre su frente también fueron alcanzados por esas manos, y mientras iba enredándoselos, dijo:
—Yo te quiero... —Buscó un acercamiento semejante, rozando sus labios con dulzura.
—¿Es tu confesión? —susurró también él, aspirando el aroma del chico.
—Sí... Estoy esperando la tuya... He esperado tu respuesta por años...
—Qué mocoso eres... —bufó—. También lo hago, Eren, también... —respondió, uniendo sus labios nuevamente.
Más prolongado que el anterior, este fue interrumpido por una ola que alcanzó a mojarles los pies. A Eren le hizo mucha gracia, ya que estalló en una sonora carcajada.
—Vinimos a mojarnos, Levi —dijo, poniéndose de pie y tendiéndole una mano—. Vamos, juntos.
Levi tomó su mano con fuerza, confiado en que ya tendría tiempo de buscar un trabajo. Su prioridad en ese momento era recuperar el tiempo perdido con ese mocoso. Se echaron a andar, aproximándose más al agua y permitiendo que con cada ola esta bañe sus pies.
—¿Sabes? He estado estudiando leyes. Mikasa me lo sugirió porque dice que me gusta defender a los demás.
—No te imagino haciendo otra cosa. Debes ser muy feliz estudiando algo que te gusta.
—Soy más feliz ahora que te tengo conmigo. ¿Qué estudiaste tú?
—Literatura. Iba a buscar un trabajo en estos días porque estoy alquilando un cuarto en un hotel.
—¡¿Puedo vivir contigo?! —exclamó muy emocionado Eren.
—Claro que no. Tu hermana estaría en perpetuo llanto si ocurriera eso; además tu padre no estaría muy de acuerdo.
—Pero... —intentó refutar Eren.
—Primero termina de estudiar y entonces veremos. Tampoco es que ese cuarto sea una maravilla, no entraríamos ambos. Tenemos que conocernos, vas muy rápido.
—Siento que te conozco ya bastante —dijo Eren con un mohín.
—No es suficiente, no te precipites. Y mírate, sigues siendo un niño haciendo pucheros.
—Está bien. Pero algún día lo haremos, que conste.
—Bien, lo veremos con el tiempo.
Eren, en un rápido movimiento, tomó a Levi entre sus brazos y suspiró con fuerza al sentir su calor contra su cuerpo. Se sentía bien tenerlo tan cerca luego de esperarlo por tanto tiempo, porque de algún modo u otro algo en él le recordaba que tarde o temprano volvería, por más que su razón se empeñara en hacerle ver la realidad, una mínima esperanza se conservó en él.
Se quedaron abrazados por mucho tiempo, apretando el cuerpo del uno contra el otro. El agua bañaba sus pies y tobillos, y solo cuando el frío de esta les recordó que si no se daban prisa terminaría por caer la noche, se separaron para volver. Tomaron sus zapatos y medias y volvieron a calzarse en silencio, hablando solo con sus miradas.
Luego de hacer el viaje de retorno, Levi sintió que aún le quedaban unos cuantos minutos que bien podían ser aprovechados.
—¿Y nuestro árbol?
—Te ha extrañado como no tienes idea. Sería genial que vayas a verlo, ha llorado tu ausencia cada día y ya no es tan frondoso como entonces. Estuve a punto de llorar muchas veces cuando veía que sus hojas se caían.
—No estaría mal hacerlo hoy. Ahora. ¿Quieres?
—¡Por supuesto! ¡Podría invitarte a cenar también!
—Nunca tanto, tu hermana podría matarme.
—Sabes defenderte.
—No lastimaría a alguien sin motivos.
—Alegarías defensa propia.
—Buen punto. Oye, mañana... ¿Quieres ir conmigo a ver a mi mamá?
—¡Claro! ¡Me encantaría verla! Además, podría aprovechar para presentarte a la mía.
—De acuerdo. Nos veremos en la tarde, a la misma hora en que nos reencontramos, en el mismo lugar. Vayamos juntos desde un principio.
Sellada su promesa, decidieron sumar a sus palabras un beso. Suave, dulce y lento.
Volvieron a tomarse de las manos, como habían hecho casi toda la tarde, y se echaron a andar calle arriba, compartiendo más sobre los planes que tenían a futuro, ya como adultos. La luz del sol iba extinguiéndose junto con la tarde, adquiriendo esta matices púrpuras. Como aquellas tardes cuando aguardaba a que cierto ladronzuelo cruce la calle para robarle a Hannes sus panes; y a él, su corazón. Aquellas tardes que compartieron protegidos por las gruesas ramas de un árbol que fue mudo testigo de un amor que surgió luego de una persecución y, para suerte de ambos protagonistas, ni la tragedia alcanzó a destruir.
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FIN
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[1]: La canción en realidad se llama "Como una chica y un muchacho". Son hombres, tenía que adaptarlo. Escúchenla, la letra es bastante tierna, es la que más me gusta de estas tres que utilicé.
N.A: Último capítulo completo. Espero les agrade el capítulo. Es una historia sencilla, solo quise narrar un romance de niños que termina bien a pesar de todo.
Ojalá a quien haya leído esto le conmueva o se sienta comprometido con este amor. Me encanta el romance, lo priorizaré siempre. Si metiera lemmon esta historia se devaluaría y estoy conforme con cómo la he llevado, especialmente con el capítulo anterior.
Muchas gracias por acompañarme en mi segundo fic, siento que mi narración va mejorando. Lento, pero es un progreso.
¡Mercurio se despide! Hasta una próxima ocasión.
Gracias a Naancii, lolita, Ranmaru Eli (especialmente a ti, espero que la conclusión te agrade porque lo hice con cariño para ti n_n, gracias por seguir mis historias), Lluery, annyel, Pau-Neko, Kathkolmer, KuroAkumaLady, Emilda y Angelica Phantohive por su amabilidad de dejarme un review.
Si la historia merece alguno más, estaría bastante agradecida.
PD: Quizá de aquí a unas semanas ya suba un extra de Serena. Ojalá que quien leyó ese fic no lo haya olvidado XD.